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Manolito Bostezo PDF
Manolito Bostezo PDF
LOS MUSCULOS
Podrán ustedes imaginarse —si es que
ustedes todavía no están bostezando—
cómo fue aquel espectáculo:
Todos, desde el más pequeño de los
alumnos hasta la señora directora,
dedicados a bostezar.
Al finalizar la jornada escolar, cuando
los alumnos emprendieron el regreso a
sus hogares, en el trayecto entre el
colegio y sus casas, contagiaron al resto
del pueblo, a los almaceneros, a las
dueñas de casa, choferes de micro,
vendedores de helados, niños y
profesores de otras escuelas, señoras y
caballeros, obreros de la construcción,
carabineros... Y mejor no sigo, porque
podría haber sucedido que hacia el
atardecer, el país entero hubiera estado
bostezando y bostezando...
Pero volvamos al pueblo de nuestra
historia en donde Manolo, viendo que
todos bostezaban a más no poder, quedó
tan, pero tan impresionado que abrió la
boca y no la pudo volver a cerrar,
*
razón por la cual tampoco pudo seguir
bostezando.
Fue así como, mientras el pueblo
entero bostezaba, Manolito con la boca
abierta, era el único habitante que no lo
hacía.
No sé lo que habrá sucedido con el
resto de la gente, supongo que aún
estarán bostezando, pero lo que es a
Manolo, la costumbre de bostezar se le
quitó por completo.
Por supuesto
que se reía cuando
alguien le contaba
un chiste o cuando
veía algo divertido o
cuando estaba contenta
o cuando se acordaba
de algo gracioso. Pero
también se reía cuando veía en la tele que
alguien se caía o se daba un golpe o le
sucedía algo triste...
Lo cierto es que se reía de tantas
cosas que pasaba todo el tiempo
riéndose... y eso no le permitía
preocuparse de nada que no fuera su risa.
Pero justo ese día, a Lorena la habían
llevado al hospital para que le vieran un
granito en un dedo.
Al parecer una abeja la había picado.
Mientras esperaba a que la atendieran,
curioseando, se asomó a una gran
ventana que daba a una las salas en
donde estaban los pacientes
hospitalizados.
Allí vio, en una de las camas, a un niño
de carita triste y ojos casi cerrados.
Estaba tendido en la camilla, lleno de
tubos que salían de sus brazos, rodeado
de un montón de aparatos extraños.
Una sábana lo cubría
desde la cintura hasta
los pies. Lorena lo miró,
estaba tan, pero tan
delgado que se le
notaban todos sus
huesos.
¿Y sabes lo que pasó?
Lo que pasó fue que
al verlo, esta vez
Lorena quedó tan
impresionada que no le
dieron ganas de reír.
Esta vez, la niña sintió
pena, una pena muy de
adentro...
Este sentimiento no
desapareció cuando
salió del hospital y comenzó a mirar lo
que sucedía a su alrededor.
Todo le pareció diferente.
Eran las mismas calles, los mismos
lugares, pero ahora, por primera vez, notó
algo distinto.
Vio un perrito tirado en la calle, había
sido atropellado por un auto, y tampoco le
dieron ganas de reír. Y había una mujer
con un niño en brazos pidiendo limosna.
Se preguntó por qué antes no los había
visto.
Entonces se dio cuenta de que a su
alrededor pasaban muchas cosas y que no
todas eran alegres.
Sucedían cosas que la hacían sentirse
triste, cosas que le causaban dolor... un
niño que arrancaba una flor o rompía la
rama de un árbol... un hombre que tiraba
un papel sucio y arrugado a la calle... O
bien, que pasaban cosas tiernas como esa
mamá jugando con su guagua o ese niño
correteando con su perro...
¿Y sabes qué?
Lorena se dio cuenta de que era muy
bueno reírse porque eso le hacía bien a
ella y a los que la rodeaban, pero también
comprendió que era importante, a veces,
estar triste, enternecerse, sentir afecto,
dolor, lástima, ternura...
Por supuesto
comía al
desayuno y a la hora del
almuerzo, del té y de la comida... lo cual
es obvio, ya que
todos comemos
a esas horas.
El problema es
que Dixie comía
también a la hora
del “tentempié”,
entre el desayuno
y el almuerzo, comía
durante ese rato entre
el almuerzo y la hora
del
té. Por supuesto,
comía luego entre el té y la comida y
además de todo esto, unas dos o tres
veces por la noche. Comía mientras
estudiaba o jugaba...
Por supuesto que en el colegio Dixie
también comía. Lo hacía en los recreos,
durante las clases, en las pruebas.
Por eso, si decimos que Dixie comía...
¡es porque comía!
Obviamente, esto de comer
cualquier cosa, a cualquier hora y
en cualquier parte le iba a provocar
a la niña, un problema.
¡Y vaya problema! Dixie.
una niña normal, empezó a
engordar...
En un comienzo, nadie lo notó.
Pero cuando un día fue con su mamá
a comprarse ropa, ella y, por supuesto,
también la mamá, se dieron cuenta de
que Dixie estaba necesitando no solo
ropa más larga —la niña estaba
creciendo—, sino que ropa más
ancha —porque Dixie Comilones,
además, estaba engordando.
Aunque su madre se preocupó,
no dijo nada. Le parecía normal
que la niña engordara 'un
poquito". En cuanto a Dixie
misma, se hizo igualmente
la desentendida y siguió comiendo,
comiendo...
Pero entonces, cuando menos se lo
esperaba, sobrevino la tragedia. Un
amigo de su papá, en forma muy cariñosa
y sin ninguna mala intención, la saludó:
—¡Hola, gordita!
¡Ahí no más se le acabaron las ganas
de comer a la pobre Dixie! No hubo
manera de lograr que algo de comida se
acercara siquiera a su boca.
Julio Hablador
_Dl'
Lucía Intrusas
V Curiosear en los
cajones del
tocador de su mamá. Hurgar en
los cajones del dormitorio de su hermano
mayor. Escudriñar lo
que había en las cajas,
cajetas y cajuelas que
su padre guardaba
en su escritorio.
Intrusear en e
armario de la
abuela, en los
estantes de la
cocina, en los
casilleros de sus
compañeros...
Lucía Intrusas
Tapó la caja
apresuradamente
e intentó volver a
amarrarla, pero el
nudo no le quedó
muy bien hecho.
—Espero que
nadie se dé cuenta...
—se dijo.
“No, será mejor que
esconda esta caja”,
pensó después, y
estaba a punto de
hacerlo cuando volvió a entrar la mamá a
la pieza.
Lucía no pudo resistir el guardar aquel
horripilante secreto para ella sola. Tenía
que contárselo a su mamá.
—Mamita, mamita —exclamó con voz
temblorosa—. Tengo que decirte algo
tremendo...
La mamá la miró un tanto asustada.
—Lo que pasa es que mi papá mató a
una persona y nos mandó la cabeza para
que la escondiéramos...
La primera reacción de la mamá fue de
espanto al escuchar aquello, pero
rápidamente recordó la caja y también la
enorme curiosidad de su hija y decidió
darle una pequeña lección.
—¡Qué espanto! —exclamó haciéndose
la que se horrorizaba—. ¿Y qué vamos a
hacer?
—Guardar la caja, mamá...
—Sí, y ¿qué te parece si la guardamos
entre las otras que él tiene en su
escritorio?
—Ya, pero rápido antes de que llegue
alguien y la vea.
Entre las dos llevaron la caja hasta el
escritorio y allí la depositaron, pero su
madre, como quien no quiere la cosa,
sabiendo lo que las otras cajas contenían,
se las mostró:
—Mira Lucía, aquí hay restos de una
pierna, y aquí un pedazo de mano, y
aquí...
La niña casi se desmaya de puro susto.
Por la noche, cuando llegó el papá,
Lucía no se atrevió a enfrentarlo hasta
que...
...hasta que el papá preguntó:
—¿No han venido del museo a buscar
las cajas? Llamaré mañana mismo. No me
gusta que esas reliquias anden sueltas
por la casa.
Recién ahí Lucía comprendió que su
papá no le había quitado la vida a nadie y
que los huesos pertenecían a un humano
muerto hacía un par de miles de años y
que su papá los tenía porque era
arqueólogo...
Pero había sido tal el susto que se
había llevado, que la curiosidad como que
se le terminó...
$
Mucho, mucho rato después, le pareció
oír el ruido de la llave abriendo la puerta
de la casa.
—¡Socorro!... ¡socorro! —gritó con la
garganta seca por el hambre, la sed, el
sueño y sobre todo por el susto de
quedarse encerrada allí para siempre.
—¿Soledad? —oyó la voz preocupada
de su padre—. ¿Dónde estás?
—¡En el armario!
Nuevamente oyó el giro de otra
llave y la puerta de su escondite se
abrió. Del interior salió una niña
asustada que se refugió entre las
faldas de su madre.
—Nunca más, mamita... nunca más
voy a tocar el timbre —prometió con
voz llorosa.
Y hasta donde yo lo sé, Soledad
cumplió su promesa.
...y fueron felices,
comieron ajises y a mí
solo me dieron con los
carozos en las narices.
Patricia Impulsos
i me preguntaran si Patricia
Impulsos era impulsiva, les
contestaría que sí.
Y si quieren saber
cómo lo
sé, les diré que por las historias que ella
misma me contó.
Por ejemplo, esa vez
cuando oyó a su mamá
conversar con su
papá sobre una fiesta
a la que iban a ir... ^
Sin pensarlo dos
veces, cosa que, por lo
demás, nunca hacía,
decidió que ella se moría
de ganas de ir.
—¡Mamá! Yo también quiero ir a esa
fiesta...
Su madre intentó convencerla de lo
contrario:
—Es que... Patricita... resulta que
esta fiesta es solo para...
Pero la niña no la dejó
terminar:
—¡Quiero ir! Quiero ir...
Quiero iiiir... —empezó a
lloriquear.
El papá intervino:
—¿Sabes, Patricia? Nadie te
invitó a esta fiesta porque...
—Es que yo voy y yo voy y yo voy
y yo .............
—Muy bien —aceptó inespe-
radamente el padre—. Irás con
nosotros.
■58©§S-
Y Patricita fue a una cena en la que fue
la única niña, por lo que no solo no pudo
jugar con nadie, sino que debió quedarse
sentada todo el rato junto a sus padres,
sin abrir la boca, y comiendo unas
comidas con gustos raros que no le
gustaron para nada. No lo pasó bien...
Si con esta historia aún no te convenzo,
escucha lo que le pasó cuando le dieron
ganas de llamar a su abuelito para
contarle que se había sacado un siete en
historia.
Esta vez no le preguntó a nadie,
simplemente se levantó —de la cama,
porque ya estaba acostada—, fue hasta el
teléfono y marcó el número de su abuelo.
—Riiing, riiing... riiing, riiing...
El abuelo se demoraba en contestar.
«•
-5f©§^
—Así es. Darle de comer, jugar con él,
bañarlo...
Varias otras lucecitas se encendieron
en la cabeza de Patricia.
—¿Darle de comer?
¿Bañarlo?
Su mamá la miraba muy seria sin decir
nada más, porque comprendió
* V % \ clue a^° muy imPortante
estaba sucediendo.
Por primera vez,
Patricia estaba v
dándose cuenta <
de lo que verdade-
ramente iba a
significar cumplir
su deseo que, en este caso, era tener un
perrito.
Así es que se quedó con Quiltrín, pero
se quedó con algo más —y muy
importante—: aprendió a pensar, aunque
fuera un poquito, antes de seguir otro de
sus impulsos.
•íf©^
Ruido que lanzaba poniendo incluso
cara de ¡grrrr!...
Y ese desagradable sonido podía ser
escuchado en su casa, donde exigía a
sus hermanos que hicieran lo que él les
ordenaba, en la calle, donde forzaba a los
niños de la cuadra a jugar lo que él quería
jugar, en el colegio, donde obligaba a sus
compañeros a que le convidaran parte
importante de sus colaciones.
Pero, todo en esta
vida tiene un final,
y los gruñidos
de Fernando
también se termi-
naron. Descubrió,
con preocupación,
que a media cuadra
de su casa se había
idoavivirPanchita
Baraúnda.
Y Panchita no gruñía ¡Grrrr!. como
él.
No, ella gruñía:
—¡GRRR!
Grito que lanzaba poniendo incluso
cara de ¡GRRR! ...
En muy corto tiempo todos se
olvidaron de los gruñidos de Fernando y
comenzaron a sobresaltarse y a temer los
gruñidos de Panchita Baraúnda.
Y con mucha pena debo aclarar que ella
se aprovechó de
¿Que cómo lo sé?
Pues porque nadie podía decir o hacer
algo que a ella le pareciera mal sin que un
enorme, poderoso y rugiente gruñido
escapara de su boca:
—¡GRRR!
Y ese insoportable sonido podía ser
escuchado en su casa, donde forzaba a
sus hermanos a que hicieran lo que ella
les ordenaba, en la calle, donde obligaba
a los niños de la cuadra —incluso a
Fernando— a jugar lo que ella tenía ganas
de jugar, en el colegio, donde exigía a sus
compañeros que le convidaran parte
importante de sus colaciones.
Sin embargo, poco le duraron a
Panchita Baraúnda sus gruñidos. Advirtió,
con horror, que a media cuadra de su
casa se había ido a vivir Jaime.
Y Jaime no gruñía ¡Grrrr!, ni ¡GRRR!
No. él gruñía:
—¡¡GRRRÜ
Gruñido que lanzaba poniendo incluso
cara de ¡¡GRRRÜ ...
No pasó mucho tiempo para que todos
se olvidaran del estruendo de Fernando
y del de Panchita y comenzaron a
preocuparse y a temer los gruñidos de
Jaime Estrépitos. Y con mucha pena
debo aclarar que él se aprovechó de
aquello...
i ¡ G RRRÜ
¿Que cómo lo sé?
Pues porque nadie podía decir o hacer
algo que a él le pareciera mal sin que un
enorme, poderoso y rugiente bufido
escapara de su boca:
—¡¡GRRRÜ
Y ese horripilante sonido podía ser
escuchado en su casa, donde obligaba a
sus hermanos a que hicieran lo que él les
ordenaba, en la calle, donde exigía a los
niños de la cuadra y también a Fernando
y a Panchita a jugar lo que él quería jugar,
en el colegio, donde forzaba a sus
compañeros a que le convidaran parte
importante de sus colaciones.
\%
Se dio cuenta con espanto de que a una
cuadra de su casa se había venido a
vivir...
Si insistes, yo podría seguir varios años
contando esta triste historia que no tiene
fin...
A.
que se levantó muy tempranito llena de
ganas de partir.
Y salieron... y viajaron... y llegaron...
y...
Desde luego, el lugar al que fueron no
tenía pasto ni menos flores, era un pedazo
de tierra dura y pelada llena de piedras.
Desde luego no había
árboles que dieran
sombra, pero sí un sol
insoportable.
Desde luego no había
un arroyo en el cual
pudiera mojarse los pies,
solo había una charca de
agua de un color
bastante dudoso, entre
café y verde.
Y desde luego nadie le pidió que
cantara, y menos le pidieron que bailara.
Ni bien llegaron allí, y una vez que
hubieron dejado sus cosas en un
montoncito. todos partieron corriendo
hacia diferentes lugares mientras ella
permanecía sentada, sola, sintiéndose
engañada y molesta, nada era como ella
se lo había imaginado.
Al atardecer, el curso se reunió alre-
dedor de una fogata que los profesores
habían armado. Sonó una radio y todos
comenzaron a bailar alrededor del fuego
cantando y gritando.
Rosita, primero los miró. ¿Qué hacían?
Ella no había soñado eso. ¿cómo podían...?
No obstante los volvió a mirar y se dio
cuenta de que todos sus compañeros
—menos ella— lo estaban pasando muy
bien.
“¡Bueno!", pensó, “quizás no lo soñé,
pero parece que están bien entretenidos".
Y sin más se levantó, entró en la ronda y
se puso a bailar y a cantar junto a sus
compañeros.
Lo que no sé, porque no se lo pregunté,
es si a pesar de haber soñado algo
diferente. Rosita Soñantes terminó por
pasarlo bien en ese paseo.
Aunque, si tú me lo preguntas a mí, yo
te diría que creo que lo pasó súuuper
bien...
no se hubiera
lM?
acordado de
?
nada.
á m
Pero así creció y la verdad es que pudo
crecer porque la naturaleza tiene sus
caminos propios y no necesita que nadie
le recuerde sus deberes. Paolita,
pues, creció.
El problema fue que su mala memoria
se fue acentuando, no porque ahora
tuviera menos memoria que antes, sino
porque a medida que se iba haciendo más
grande había más cosas que recordar.
Eso, hasta que cumplió los 6 años. En
ese momento, ¡oh, maravilla!, alguien le
sugirió una brillante idea:
¡Anotarlo todo!
Y ahí encontró Paola la solución a su
dificultad. Comenzó a anotarlo todo, en
papelitos, en hojas sueltas, en cuadernos
viejos.
Comenzó a escribirlo todo, y cuando
digo “todo", quiero decir: TODO.
Por ejemplo, revisemos sus anotaciones
de un día martes cualquiera:
levantarme.
Sacarme e' pijama.
Ponerme 'os catones,
tes pantalones, \a
polera, 'os calcetines,
tos zapatos de' colegio
roc
Lo que debería hacer en el
colegio no lo apuntaba porque
los profesores se lo
recordaban
permanentemente.
En fin, como conclusión,
podemos decir que Paola
se acostumbró a poner
todo por escrito y para eso utilizaba
papelitos, hojas sueltas o cuadernos
viejos.
Y ahora ya saben por qué a Paola le
decían Paola Papelitos...
Pasó el tiempo... Paola cumplió los 10
años pero siguió igual o peor de
olvidadiza, por lo que continuó usando sus
notas para no olvidarse de nada.
Pues sucedió un día que se le olvidaron
su cuaderno viejo, sus hojas sueltas y sus
papelitos en el colegio. Ese día. Paola
llegó a su casa y no supo qué hacer. Se
sintió perdida. Tampoco supo por dónde
empezar a saber cómo empezar a saber
qué era lo que tenía que hacer. ¿Me
explico?
Lo que pretendo decir es que
realmente no supo qué hacer, así es que
se sentó a esperar a su mamá, que por
cierto llegaba tarde de su trabajo. Lo
grave fue
ÍÍ©§^
que cuando por fin la mamá llegó, lo hizo
con un fortísimo dolor de cabeza...
—Paolita. linda... —le dijo antes de que
la niña alcanzara a contar lo que le
sucedía—. Paolita, por favor, haz todas
tus cosas tú sólita. Yo me voy a recostar
porque me duele mucho la cabeza...
Y Paolita quedó al cuidado de sí
misma. Su padre no estaba, llegaba mucho
más tarde.
La verdad es que no supo qué hacer: el
cuaderno no estaba y la mamá dormía.
Así. pues. Paola no hizo nada.
No vació la mochila, no hizo tareas, no
se lavó las manos ni la cara, no comió ni
se cepilló los dientes. No se sacó los
calzones, los pantalones, la polera, los
calcetines, ni los zapatos del colegio. No
se puso el pijama ni fue a hacer pipí. No
le dio un beso al papá ni a la mamá y, por
último, tampoco se acostó. Se
quedó en su silla, sentada sin intentar
hacer nada.
Se le había olvidado todo lo que debía
hacer por la tarde y por la noche. ¡Hasta
se olvidó de que tenía que dormir!
Por supuesto que al día siguiente,
después de pasar la noche despierta,
estaba con mucho, mucho sueño. Menos
mal que a su mamá se le había pasado el
dolor de cabeza y le pudo recordar que,
como ya estaba levantada y vestida, tenía
que hacer pipí, lavarse las manos, la cara,
los dientes y peinarse. Meter en la
mochila los cuadernos de matemáticas, de
lenguaje, el libro de ciencias, el estuche y
la colación. Tomar el desayuno. Darle un
beso a ella y al papá. Ponerse el polerón
e irse al colegio.
La complicación surgió al tomar el
desayuno, pues la pobre Paolita se
quedó profundamente dormida con la cara
apoyada sobre la mesa del comedor, con
la taza en una mano y un pedazo de pan
en la otra.
Obviamente. Paola. ese día no fue al
colegio.
Y obviamente, como no fue al colegio,
no pudo buscar sus papelitos ni hojas
sueltas ni el cuaderno viejo. Y. al no
tenerlos, no pudo recordar que esa noche
tenía que acostarse y dormir, y no
durmió. Así es que por la mañana,
mientras tomaba el desayuno, vestida, se
le olvidó que tenía que ir al colegio y de
nuevo se quedó dormida.
Por fortuna, el otro día era sábado.
Y como era sábado y la mamá no iba a
trabajar, cuando Paolita se durmió
vestida, tomando el desayuno, ella salió y
le compró un cuaderno nuevo y en la tapa
escribió:
FIN
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Saúl Schkolnik
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