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6- El Bronce final.
El año 1000 a.C. constituye una frontera cronológica del máximo interés para la Península: a las
culturas unitarias que desde las costas emprenden un asalto hacia el interior, sucede una
regionalización.
Schulten comparó el Guadalquivir con el Éufrates y el Nilo por su función de gran arteria de la
cultura. En su valle se asientan poblaciones de agricultores que se agrupan en poblados con casas de
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zócalos de piedra, alzado de tapial y techumbre de ramaje. Las dos zonas, valle y montaña, se
unifican progresivamente. La zona montañosa de Huelva se abre a la comunicación con Extremadura,
el Centro y Meseta superior. Para estas mismas fechas, según las fuentes clásicas, actuaría ya en el
extremo sur del Valle un nuevo foco cultural, la Cádiz fenicia. Estas gentes practicarían la
trashumancia de ciclo corto, y se reunirían en las necrópolis para practicar sus ritos funerarios y
probablemente otros actos de culto.
Al otro lado de Sierra Morena, que no es una barrena, sino una membrana permeable a intercambios,
se sitúan otros ámbitos culturales desigualmente conocidos.
Entre las obras de mayor prestancia destacan las estelas, probablemente relacionadas con
enterramientos de jefes guerreros. En los ejemplares más ricos hay representaciones del difunto y
escenas de danza funeraria, lo cual aporta datos sobre el rito mortuorio. Todo parece indicar que la
colonización del Valle del Guadalquivir y la complejidad de las actividades económicas de todo orden
(comercio del estaño y producción del bronce), dieron lugar a una incipiente organización
monárquica, que en las fuentes literarias se conocerá con el nombre semilegendario de Tartessos. La
realidad es que bajo ese nombre se oculta el mundo indígena que, con los aportes de la civilización
fenicia, experimenta cambios en el orden político, social, económico y religioso.
Están comprobadas las relaciones entre la Península Ibérica y las Islas Británicas, debidas al
comercio. Llama la atención la similitud entre las forma de construcción, como las cabañas redondas,
poblados en promontorios, castros, etc., pese a lo cual no hay indicios consistentes.
8- Pueblos ibéricos.
El proceso de iberización, esto es, la formación de una cultura homogénea como consecuencia de las
colonizaciones fenicia y griega, sigue, durante los siglos VIII a VI a.C., unas líneas prácticamente
idénticas en todo el arco litoral comprendido entre la desembocadura del Guadiana y la del Ebro. La
cerámica esboza este panorama con la máxima claridad, por ser el residuo arqueológico más
abundante; pero también las fíbulas, armas y demás vestigios completan este cuadro homogéneo.
Forman parte de la cerámica los platillos fines, espatulados o bruñidos, de color negro; la cerámica
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tosca, porosa y con mucha sílice, de superficie lisa o rugosa, decorada a menudo con incisiones,
cordones, impresiones de cañas o de la punta de los dedos; cerámica fenicia, formada por ánforas
pequeñas de asas en forma de orejeta, fuentes-trípodes, etc.
En términos de población (dejando al margen el caso de Tartessos), esto parece indicar que la zona
señalada está sometida durante el Bronce final a un capa dirigente para la que se fabrica la cerámica
fina negra, junto a la cual aparece muy pronto la cerámica tosca, de origen nórdico, difundida por el
centro y oeste de la Península, fuera del dominio ibérico.
La ausencia de importaciones griegas hasta el siglo VI a.C. indica que los colonos del sur, sean
tartesios, fenicios o ambas cosas a la vez, están actuando solos, sin la competencia de quienes serán
sus rivales comerciales y artísticos. El siglo VII a.C. será de pleno dominio de la cerámica fenicia,
mientras el hierro hace su aparición en forma de puñal. Pero lo fenicio se desvirtúa a lo largo del siglo
VI a.C., y en su lugar se impone una cerámica monocroma, ya protoibérica.
Aceptando una cierta homogeneidad de todo el sustrato ibérico, creemos hoy que la cultura de este
mismo nombre nació como consecuencia del contacto de los componentes de aquél con los fenicios y
con los griegos. ¿Hubo además cierto grado de fusión? Es de suponer que lo mismo que ocurrió con
los fenicios en Andalucía sucediese con ellos y con los griegos en Levante y Cataluña: el contacto no
se reduciría al comercio y a la ayuda técnica en la explotación de minas o comercialización de
pescado salado, sino que existiría un mayor grado de interpenetración.
Loa primero que la entrada de España en la órbita de las civilizaciones mediterráneas significó para
aquélla fue un notable adelanto tecnológico: la metalurgia del hierro, en la que pronto los pueblos del
país se distinguieron, no sólo facilitó la modernización del armamento, sino la adquisición de unas
herramientas de trabajo agrícola y artesanal tan funcionales que apenas han experimentado cambios
hasta hoy: rejas de arados, legones, azadas, hoces, podaderas, etc, presentes en un yacimiento ibérico
tan antiguo como La Bastida de los Alcuses (Mogente, Valencia). Otro tanto podría decirse del carro
como medio de transporte, y más aún de la nave. Muy pronto Cádiz, Sevilla, Cartagena y otros
puertos tendrán técnicos e instalaciones para construir buques de este tipo. El tornillo de Arquímides,
la noria de cangilones y demás inventos de la ingeniería helenística facilitan nuevos sistema de regadío
y modernizan la hasta entonces exigua maquinaria de la minería y la industria.
Prueba de esta prosperidad es Sagunto. Reunía, según los escritores clásicos, los caracteres de una
polis griega: estaba gobernada por una asamblea (senatus) de notables (primores) de carácter
consultivo en principio, puesto que en último término la autoridad recae sobre una asamblea popular;
pero tenían ciertas prerrogativas oligárquicas, como era la custodia y la responsabilidad de la planta
de la localidad. En el centro del recinto urbano se abría un agarra o plaza (fórum), donde los
saguntinos amontonaron el oro y la plata del tesoro público antes de arrojarse al fuego ellos mismos.
El más notable de los edificios comunales era el Artemisión, templo de Artemisa que Aníbal hizo
respetar a la hora del saqueo y destrucción de la ciudad. También la ciudad de Illiki (Elche), famosa
en el mundo antiguo sobre todo porque su asedio costó la vida a Amílcar Barca, tenía un templo
importante, de orden jónico.
Las casas particulares, de gran modestia, tenían elementos arquitectónicos como jambas, dinteles,
pilares y pilastras, capiteles y zapatas, frisos y cornisas, todo ello labrado a imitación de la
arquitectura griega, y de la fenicia o púnica e otras ocasiones. La vivienda no alcanzaba un elevado
grado de comodidad ni higiene, si bien es cierto que estos atributos sólo son propios de la época
helenística o incluso de la romana. La casita pequeña comporta una familia monógama, poco
numerosa.
Los griegos y romanos veían a los pueblos ibéricos divididos en lo que los primeros llamaban phyla y
los segundos populi: lo primero significaría "tribus", siempre y cuando no apliquemos a las divisiones
ibéricas el mismo sentido institucional del latín.
La extensión del territorio ocupado poro estas tribus o pueblos oscila desde lo que puede ser una
comarca, por ejemplo el Ampurdán o el Maestrazgo, hasta una región tan grande como el País
Valenciano. Los nudos de esta red de divisiones tribales son las ciudades, celosas de su
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independencia. La ciudad puede ser capital de toda una tribu, como entre los ilegertes Atanagrum es
calificada. Como entidad material es un oppidum o caserío amurallado, mientras que como conjunto
de ciudadanos constituye una civitas. Sin embargo, el poblamiento no depende sólo de las ciudades,
sino que estos centros se expanden en un radio amplio de influencia, dando lugar a núcleos pequeños
y fortificados.
Pese a que muchas comunidades se regían por sistemas republicanos u oligárquicos, como Sagunto,
en otras el poder era detentado por reyes como Indíbil entre los ilergetes, o Amusicus entre los
ausentanos. Pero parece que la ausencia o el derrocamiento de estos reyezuelos no causaba grandes
trastornos a sus súbditos. La institución monárquica no era antipática pero tampoco imprescindible a
los íberos, aunque sí incurrían en cierta propensión al culto a la personalidad, a la que reforzaba la
devotio ibérica, el compromiso con el jefe hasta más allá de la muerte.
Según los autores griegos, eran los cartagineses los más beneficiados poro el comercio, salazón y
esparto (cuerdas, maromas y jarcias, alpargatas, esteras, etc.). Los conflictos entre helenos y púnicos
no impedían que en otras ocasiones convivieran con gran entendimiento. El Sudeste y Alta Andalucía,
que teóricamente pertenecían a la esfera cartaginesa, están llenos de cerámica griega.
Una segunda corriente de relaciones con el exterior lo constituye el papel íbero como mercenario de
púnicos y griegos: muchos íberos acompañaron al avance de Aníbal por Italia, siendo especialmente
importante el papel de los fundibulari u honderos baleáricos.
A- Epoca republicana.
Hispania fue dividida en dos demarcaciones provinciales creadas poco después del final de las guerras
púnicas (197 a.C). Tuvo una base militar: Publio Cornelio Escipión dividió sus efectivos militares en
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dos parte, ubicadas en la Hispania Citerior (capital en Tarraco) y Ulterior (Catago Nova, luego en
Corduba). Cada provincia está dirigida por un pretor (gobernador) al que acompañaba un quaestor
encargado de las finanzas.
La escalera administrativa se completa por dos unidades territoriales, denominadas "populus" y
"civitas". El "populus" era una demarcación situada en las áreas menos romanizadas de Hispania,
donde permanecía la antigua organización autóctona. Entre un populus y otro no existían diferencias
sustanciales. Al menos en los primeros tiempos de la conquista, Roma respetó a los jefes indígenas
que siguieron ejerciendo funciones directivas en sus comunidades. La razón es obvia si se tiene en
cuenta que eran piezas necesarias para establecer una más sólida pacificación de cada área dominada.
La "cívitas" presentó en Hispania un carácter menos uniforme. Las de categorías superior eran
llamadas "municipa". César y Augusto fomentaron la creación de innumerables municipios: Illiturgi
(Andújar), Itucci (Baeza), Nabrissa (Lebrija), Asido (Medina Sidonia), etc. fueron elevadas a esta
categoría por César; Calagurris (Calahorra), Dertossa (Tortosa) lo fueron por Augusto. Los
habitantes de derecho de estos núcleos urbanos eran considerados ciudadanos romanos. La
catalogación de "municipia" la reciben las poblaciones que habían demostrado sumisión a Roma, por
residir numerosos habitantes de origen romano o por poseer un avanzado grado de urbanización
imitando las estructuras romanas.
César y Augusto tuvieron razones suficientes para promover estos privilegios. Era una forma de
ampliar el apoyo provincial hacia Roma. Las "municipia" se regían por los mismos órganos
administrativos de las "civitates" de Roma: poseían magistrados, curias y asambleas.
Los núcleos urbanos que poseían la consideración de "colonias" fueron promovidos en la Península
Ibérica fundamentalmente por César y Augusto, y se nutrían de romanos llegados a Hispania. Algunos
de ellos eran ex-legionarios licenciados, otros antiguos clientes urbanos de familias patricias (nobles)
o que en Roma eran mantenidos por el Estado y a los que se asentaba en las provincias para aligerar
los gastos públicos. Tarraco y Cartago Nova, Hispalis, Norba (Cáceres), Metellinum (Medellín), junto
con otras muchas, acogieron a estos ciudadanos.
Los núcleos urbanos dentro del "populus" eran de categoría inferior, y fundamentalmente, sobre ellos
recaían los tributos.
En relación con los tributos, existan dos tipos de "civitas": las liberae (libres) que no pagan impuestos
ordinarios, y las "stipendiariae" (estipendiarias) que sí pagan.
La formación de "civitates" fue progresiva a partir de la conquista. Algunas se crean en antiguos
campamentos militares que ya no cumplen esta función: Pomplaelo (Pamplona, campamento de
Pompeyo), Astúrica Augusta (Astorga, campamento de Augusto), Legio VII (León).
B- Epoca imperial.
Hacia el 27 d.C. España se reorganiza por Augusto. La Ulterior fue dividida en dos provincias: Bética
(capital Corduba) y Lusitania (capital Augusta Emérita, Mérida). Más tarde, una región minera cerca
de Cástulo (Linares) fue unida a la Hispania Citerior. Finalmente, a ésta se le separan la Nova Citerior
(Asturias y Gallaecia) y la Tarraconensis (capital Tarraco).
La Bética, como todas las provincias más romanizadas y pacificadas recibió la catalogación de
senatorial y pasó a depender del Senado romano y estuvo dirigida por un gobernador con el título de
procónsul. El resto de las provincias de Hispania, menos romanizadas, estaban bajo control del
emperador y eran administradas por un delegado suyo, un procónsul o pretor. Las provincias se
subdividían en conventos jurídicos, que eran demarcaciones judiciales, de pago de tributos y de
reclutamiento militar.
Las "coloniae" y "municipia" poseen una administración local más compleja:
- Magistrados: cargos colegiados (dos funcionarios en cada uno) con mandato anual, de entre los que
destacan los ediles. Todos ellos estaban auxiliados por otros funcionarios menores. No eran cargos
remunerados, sino que éllos aportaban grandes sumas al patrimonio público, pero se beneficiaban de
sus funciones, al poder usufructuar propiedades municipales, explotación de impuestos, etc.
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- Consejo: formado por "decuriones" de linaje superior y elevada riqueza. A nivel municipal, equivale
al Senado romano. Lo componen 100 miembros vitalicios que se reunen en la curia. Controlan las
decisiones de la Asamblea.
- Asamblea de ciudadanos, que se reune periódicamente y proviene de la época romana republicana,
aunque está sometida a las decisiones del Consejo.
13- BIBLIOGRAFÍA
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VV.AA.: Protohistoria de la Península Ibérica. Ed. Ariel, Barcelona, 2001