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TEMA 24

TEMA 24: LA PENÍNSULA IBÉRICA HASTA LA DOMINACIÓN


ROMANA.

1- El Neolítico en la Península Ibérica.


2- UNA REFLEXIÓN SOBRE EL NEOLÍTICO ESPAÑOL.
3- EL CALCOLÍTICO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.
4- LA PRIMERA EDAD DEL BRONCE.
5- LA SEGUNDA EDAD DEL BRONCE.
6- EL BRONCE FINAL.
7- PROTOHISTORIA ESPAÑOLA: COLONIZACIONES FENICIA, GRIEGA Y
TARTÉSICA.
8- PUEBLOS IBÉRICOS.
9- LAS CULTURAS PRERROMANAS DEL CENTRO Y OESTE DE LA
PENÍNSULA IBÉRICA
10- LA CONQUISTA CARTAGINESA
11- LA CONQUISTA DE HISPANIA POR ROMA.
12- INSTITUCIONES POLÍTICAS Y ADMINISTRATIVAS DE HISPANIA.
A- EPOCA REPUBLICANA.
B- EPOCA IMPERIAL.
13- BIBLIOGRAFÍA

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1- El Neolítico en la Península Ibérica.


En la Península Ibérica se detecta una falta de uniformidad manifiesta en el desarrollo espacial del
Neolítico. Al menos, podrían distinguirse dos culturas distintas:
- La ubicada en el Levante español, con una cerámica caracterizada por la huella impresa en sus
inicios, que evolucionó hacia impresión cardial.
- El foco de Andalucía occidental se caracteriza por la cerámica incisa.
Lo cierto es que en el caso español, el estudio del Neolítico choca con algunas deficiencias de base, la
principal de las cuales tal vez sea la ausencia de un estudio profundio sobre el clima del período. Al
menos, se sabe que puede hablar de dos momentos climáticos diferenciados: el primero consiste en la
transición del clima boreal al atlántico, hacia mediados del VI milenio a.C., prosiguiendo durante todo
el período dicho clima atlántico, hasta los inicios del III milenio a.C. El período atlántico se inicia con
una oscilación fresca, para concluir con un clima progresivamente más caluroso y húmedo, que se
corresponde con una vegetación en la que al predominio del haya le sucede en el momento del
cambio climático el de la encima y el abeto blanco. A nivel faunístico, en la cueva de Los Murciélagos
de Zuheros se han encontrado abundantes restos de ciervos, jabalíes de tamaño inferior al actual,
zorros, linces, conejos, erizos y gatos montés, lo que corresponde con el tipo general faunístico del
período; en tanto, en la cosa son abundantes los ejemplos de restos de mejillón, múrex, etc. Sin
embargo, no estamos hablando de un territorio homogéneo, sino muy dependiente de las latitudes:
por ejemplo, en Huesca se constata la existencia de un nutrido poblamiento de osos.
Tampoco en el caso español se ha procedido a un estudio antropométrico de los restos tan profundo
como sería deseable. Los datos disponibles al respecto apuntan a la existencia en el Sur y Levante de
una tipología dolicocéfala, tipo mediterráneo robusto o euroafricano, que se mezclará en momentos
posteriores con los mediterráneos gráciles. En la zona vasca se detecta el grupo llamado de
Santimamié, raza adscribible a la denominada raza pirinaica, y que no se mezclará con la anterior.
El papel que en la Península desempeña la caza es fundamental (como también sucede en otros
ámbitos donde se desarrolla el Neolítico: la ganadería y agricultura no sustituyen del todo, ni mucho
menos, el papel de la caza y recolección de frutos silvestres). La caza se conjuga en distintas
proporciones con la domesticación de animales: resulta fundamental en zonas retardadas de la
evolución neolítica, como puede ser la Meseta y en general todo el Norte de España, donde la
domesticación llega con retraso. Puede afirmarse que la domesticación de animales (buey, oveja,
cabra, cerdo, perro y conejo, y, con muchas dudas, tal vez el caballo) es anterior al desarrollo de la
agricultura. Se desconoce el agriotipo (o especie primitiva a partir de la cual evolucionan) de algunas
especies, como la oveja o el asno, por lo que existe la duda de si en el caso de la Península estas
especies ganaderas fueron importadas.
En la zona de Levante predominan los óvidos y bóvidos, mientras en Asturias tienen un papel crucial
los malacológicos como el mejillón, en menor medida la lapa, etc. En el Sur predominan los
ovicápridos (especie mezcla de oveja y cabra).
El utillaje encontrado muestra un desarrollo algo tardío de la agricultura. Se hallan varios
instrumentos de cultivo, molinos rudimentarios (que, por aparecer manchados de color ocre, se
supone que tal vez sólo fueran empleados para moler colorantes), materiales líticos como hoces, y
silos para guardar tanto el cereal como los alimentos depredados. Los elementos de hoz o laminitas
con el brillo o lustre de cereal que se han hallado han podido utilizarse para cortar alimentos no
cultivados. Los cereales que fundamentalmente se han encontrado en los silos son la esprilla, escanda,
espleta, cebada de la variedad denominada "vestida". Todos estos factores, el utillaje tardío y
rudimentario, su adscripción a actividades depredativas, y la baja productividad de los cereales
acumulados, son rasgos de cierto primitivismo. En el caso de los cereales, se trata de especies con
bajos rendimientos, que hablan de la escasa selección de semillas. Son, fundamentalmente, las mismas
variedades que se encuentran en los yacimientos del Próximo Oriente desde el VII milenio a.C., en
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tanto que algunos como la esprilla no existen de forma natural en el Norte de África, lo que
desautorizaría la teoría de un Neolítico español de origen africano. En la Cueva de los Murciélagos
aparece trigo común en el nivel correspondiente al V milenio y a partir de ese momento, por mor de
la selección de especies, ya no se encuentra esprilla. En la cueva de Nerga, además del trigo
hexapolido aparecen bellotas y olivas. En Aragón, en cambio, no se conocen probablemente los
cereales, como tampoco en la zona vasca, y sólo en momentos tardíos en la Meseta.
Sobre el comercio poco decirse, dado que carecemos de análisis petrográficos con los que establecer
relaciones de origen de ciertos materiales encontrados.
Los yacimientos españoles se sitúan generalmente en cuevas: el 90% de los detectados están en
cuevas, si bien es porque en dicho emplazamiento se conservan mejor los restos. Las cuevas de gran
tamaño son más adecuadas para albergar comunidades neolíticas, por las condiciones de sequedad,
temperatura adecuada, presencia de agua en su interior o en sus proximidades. Además, la cueva, que
normalmente se abre en los macizos cálidos meridionales y levantinos, presenta un medio ecológico
muy apto para la economía autárquica, como la caza, la recolección vegetal en medios boscosos, la
pesca marítima o fluvial e, incluso, aparecen situadas en los valles o en zonas llanas, propicias para la
agricultura cerealística. El hábitat en abrigo y superficie debió ser más frecuente de lo que hoy
conocemos, según los yacimientos detectados: su descubrimiento es difícil por estar cubiertos de
depósitos de aluvión si se sitúan en zonas bajas, o por la falta de prospecciones realizadas. Sí abundan
en cambio en las zonas que por su geología sedentaria, eruptiva o metamórfica, no hay posibilidades
de yacimientos en cueva: en la España occidental y en el Valle del Ebro. Un ejemplo sería el Cerro de
la Chinchilla en Almería, meseta de unas dos hectáreas con viviendas de planta indeterminada y
construidas con adobes y materiales vegetales, cuyas improntas se han conservado en el barro de los
revocos.
La ergología resulta fundamental para delimitar los círculos culturales, mediante el análisis de los
elementos líticos pulimentados, así como los óseos y cerámicos. La importancia que los arqueólogos
han otorgado a la cerámica es determinante: es tal que se habla de horizontes de cerámicas impresas,
cardiales, incisas, grabadas, a la almagra, lisas, etc., olvidando pese a su gran transcendencia la
industria lítica tallada.
Podemos establecer una división entre tres áreas culturales distintas:
- El círculo levantino, con extensión hacia Andalucía oriental y hacia Cataluña y Bajo Aragón.
- El círculo de Andalucía occidental, con extensiones por la cornisa cantábrica
- El círculo central de la Meseta.
Sin embargo, la industria lítica no está suficientemente estudiada, así como los orígenes de la
neolitización de los diferentes círculos. La clave del estudio del material lítico está en el Levante, por
haber sido esta zona la más intensamente tratada por las investigaciones. En algunos puntos como el
yacimiento de Mallaetes (en Gandía, Valencia) muestra como a fines del VIII milenio a.C. y durante el
VII prosigue conservando facies microlaminares derivadas del Pelolítico, mientras que en otros
hacinamientos como el del área de Sant Gregori de Falset (Tarragona) se deja sentir un impacto
ultrapirinaico con las primeras facies geométricas. En general, los tipos encontrados están presentes
en el Epipaleolítico, con crecientes variaciones en cuanto a las funciones, y que poco a poco dejan
paso a un utillaje más específicamente neolítico. En el extremo opuesto, gran parte de estos
instrumentos siguen siendo empleados no sólo en el Calcolítico, sino también en la Edad de Bronce,
muestra de un retraso material evidente. Por otra parte, casi toda la cerámica está confeccionada a
mano sin intervención del torno, y su cocción es efectuada en simples hornos, a veces un agujero en
el suelo cubierto de barro y leña, con un orificio para la salida del humo. De esta forma, su cocción es
irregular, alcanzando difícilmente los 600ºC. La coloración es oscura, con colores del negro al gris
más o menos claros. Predominan las formas redondeadas, como la de tendencia cilíndrica, siempre
con base convexa o redondeada así como las globulares, con cuello o gollete.
Se ha sostenido insistentemente en el origen alóctono del Neolítico español, según un postulado
difusionista que cree que las influencias culturales y materiales provendrían de Oriente, o, más
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recientemente, considerándolo como una "koiné" o variedad específica del Mediterráneo occidental,
sin tendencia a buscar un foco originario concreto en un punto de esta geografía. Es evidente que
sobre la base de unas poblaciones epipaleolíticas se van introduciendo elementos nuevos, que sirven
para detectar fenómenos de aculturación. En todo caso, el período hasta la adquisición de un estadio
neolítico pleno es en muchos casos lento, gradual: en áreas levantinas sólo a partir del V milenio a.C.
dicho proceso es incuestionable. La agricultura cerealística parece haberse introducido en la Península
desde el Sur de Francia, por Levante, hasta Andalucía, mientras que la ganadería pudo surgir
partiendo de agrotipos locales con la introducción de especies foráneas más rentables. En cualquier
caso, el estudio del Neolítico español es un buen ejemplo de cómo los procesos de generación y
difusión de dichas prácticas y modelos de vida distan de ser inmediatas y homogéneas. En cada
ámbito geográfico, según sus condiciones naturales, accesibilidad, tipos humanos y culturales
preexistentes, el Neolítico adquiere un carácter particular, un ritmo de desarrollo e introducción de
sus aspectos fundamentales (agricultura, ganadería, cerámica, utillaje agrícola y de caza o defensa,
complejidad en la organización social, etc.) dispar.

2- Una reflexión sobre el Neolítico español.


Se ha sostenido insistentemente un origen alóctono, de carácter difusionista, de nuestro Neolítico
hispano, haciéndolo venir de Oriente o considerándolo, últimamente, como elemento de una koiné
mediterránea occidental específica, sin tendencia a buscar un foco originario concreto en un punto de
esta geografía. Es evidente, por lo dicho, que sobre unas poblaciones epipaleolíticas se van
introduciendo elementos nuevos, que sirven en Prehistoria para detectar el horizonte neolítico,
produciéndose el fenómeno de la aculturación. En muchos yacimientos hispanos, con excepción del
círculo de Andalucía occidental y costa meridional, se observa claramente este proceso a través de las
estratigrafías, que prosiguen desde el Epipaleolítico, sin solución de continuidad, hasta la
neolitización plena. En otros yacimientos levantinos, tipo cueva de L'Or, se encuentra un Neolítico ya
formado desde sus inicios, con elementos de sustratos locales y elementos nuevos en simbiosis. El
Neolítico cardinal del Levante hispano parece que se forma por el impacto dugálico a través de
Cataluña, pero existen datos suficientes para pensar en unas raíces neolíticas autóctonas en Andalucía
occidental, porque, por una parte, existe una cultura de sustrato que evoluciona y, por otra parte,
presenciamos en la transición la aparición de elementos económicos, como la domesticación del
cerdo y conejo, además de ciertas especies cerámicas, como la de a la almagra y otras decoraciones
no cardiales, que no tienen precedentes en los diferentes círculos neolíticos de la koiné del
Mediterráneo occidental.
Los sustratos epiopaleolíticos sólo se conocen en Levante, en la cornisa cantábrica y últimamente en
Andalucía, interviniendo en la neolitización de cada círculo la fuerza evolutiva del sustrato, la
receptividad, las reservas económicas, la proximidad a círculos más progresivos y ese imponderable
de la mentalidad humana, capaz de retar a la naturaleza. Esos dos horizontes neolíticos, el cardial
levantino-catalán y el de la cerámica a la almagra de Andalucía occidental, sean o no producto de una
aculturización, lo que en el primero parece evidente, tienen fuerza expansiva suficiente para
convertirse en aculturizadores, del primero hacia el Valle del Ebro y hacia el Sureste, y el segundo
hacia el Occidente, Meseta y también hacia el Sureste, con penetración aparente hacia las sierras
levantinas.
La agricultura cerealista parece haberse introducido en la Península desde el sur de Francia, por
Levante, a Andalucía, mientras que la ganadería pudo surgir, partiendo de los agriotipos locales con la
introducción de especies más rentables.

3- El Calcolítico en la Península Ibérica.


De acuerdo a los hallazgos en la actualidad disponibles, y con la excepciçon de algunos núcleos
atrasados en su evolución, el Calcolítico de la Península se puede datar entre finales del IV milenio
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hasta principios del II milenio.
Podríamos conceptualizar el Calcolítico como la cultura posterior al Neolítico y anterior al Bronce, y
en la que se van a realizar los primeros ensayos en la producción metalúrgica, a la vez que aparecen
formas productivas y espirituales nuevas. La producción agrícola se generaliza en el Calcolítico,
siendo por esa razón que los principales yacimientos se concentran en las cuencas de los grandes ríos
y en los fértiles valles. La excavación de dichos núcleos se encuentra gran abundancia de útiles
agrícolas, del tipo grandes hachas pulimentadas para la deforestación, silos, los molinos naviformes e
incluso cereales en vasijas. Se ha llegado a hablar e la existencia de posibles canales o acequias para
el regadío en yacimientos como Los Millares y en el Cerro de la Virgen de Orce (Granada), existiendo
dudas sobre si se utiliza del arado y la tracción animal en este período.
Pero la caza jugó durante el Calcolítico un papel especial como complemento alimenticio, no tanto en
los valles como en las zonas montañosas y boscosas, según denotan los altos porcentajes de restos
óseos de especies salvajes en las cuevas excavadas, como tejón, ciervo rojo, jabalí, conejo, lince, etc.
La domesticación sigue un ritmo ascendente si la comparamos con el período Neolítico,
domesticando nuevas especies como el caballo, siendo predominantes los ovicápridos (55% del total
de animales domésticos), bóvidos y cerdo (30%).
La obtención del cobre y oro se inicia en el Calcolítico, aunque no siempre se encuentra en los
yacimientos que puedan datarse dentro de este período. Las zonas de mayor intensidad de
yacimientos calcolíticos coinciden con la minería del cobre y vías naturales de comunicación,
especialmente en el Sudeste, Guadalquivir, Guadiana y Tajo. Hoy en día se sostiene que es un foco
independiente de la metalúrgica oriental.
En el período Calcolítico se desarrolla el comercio también a gran distancia, con intercambios, junto
con el cobre y el oro, de ámbar, la calaíta o variscita y, seguramente con posterioridad, el marfil, el
ámbar y tal vez el mismo vaso campaniforme característico, productos que fueron capaces de crear
redes comerciales entre África y el Norte del Europa, entre las Islas Británicas y el Mediterráneo.
Esto generará una puesta en común en casi toda Europa de los fenómenos megalítico y
campaniforme.
Es posible encontrar poblados simples y fortificados (que son la mayoría), y entre éstos, algunos
coloniales y otros indígenas aculturizados. Ocasionalmente abarcan grandes superficies, como el de
Valencia de la Concepción (Sevilla), con más de 20 Has., y generalmente presentan un plano
desordenado, sin calles propiamente dichas, siendo las casas de tipo circular, realizadas con zócalo de
piedra y muros de adobe y tapial, probablemente con techumbre cónica mediante ramas revocadas
con barro, y con un eje con un poste central. En el interior es común encontrar numerosos silos
(como sucede en Carmona, Valencia, Gines, Puebla del Río, etc.).
En cuanto a la industria lítica calcolítica, pude decirse que es producto de una evolución del
Neolítico, surgiendo nuevas formas adaptadas a los usos agrícolas ahora extendidos. Existe un auge
de la industria ósea (con productos como punzones, agujas, varillas, placas, peines, puntas de flecha,
botones, colgantes, cuentas de collar, anillos, ídolos, cajas cilíndricas...) y de piedra blanda, tanto con
finalidad ornamental como cultural. Es posible deducir que en confección se recurriera a útiles líticos
como los buriles. Las alabardas, consistentes en grandes pieza triangulares, a veces con escotaduras,
a modo de las puntas de flecha, son características del occidente peninsular.Otro sector productivo
importante lo constituye lla industria textil, iniciada según parece con el Calcolítico, siendo la
presencia de sus elementos funcionales una de las características de ese horizonte. Entre los
elementos de la industria textil destacan las pesas de telar o "pondera", de barro, en ocasiones
semicrudos. Por los restos encontrados en el Sureste peninsular, podemos suponer que los géneros
trabajados son la lana y el lino, aunque la cestería y cordelería también serían características del
momento.
Desde el punto de vista del utillaje religioso son frecuentes las producciones de l ídolos trabajados en
huesos largos, pintados y grabados, con representaciones oculadas (grandes ojos) y temas
geométricos.
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En cuanto a la cerámica se caracteriza por sus mayores dimensiones y calidad inferior a la del
Neolítico, con monotonía de formas, con trazados elipsoidales, cilíndricos, etc., existiendo algunas
novedades como el plato o fuente.
Mas una seña de identidad típicamente característica de esta cultura la constituyen los enterramientos
y el fenómeno megalítico. En primer lugar, existe el problema conceptual de definir qué es un
megalito: pues aún siendo una señal característica del mismoel enterramiento colectivo, no todos los
enterramientos megalíticos lo son, ni todos los enterramientos colectivos son megalíticos. La
distribución del megalitismo peninsular se configura irregularmente, en parte por la falta de
investigaciones arqueológicas. Los tipos de enterramiento colectivo son sumamente variados,
pudiéndose distinguir las cuevas naturales y los sepulcros de superficie, carentes éstos de
superestructura, como cuevas artificiales y silos, mientras que aquellos se dividirían en quistos
megalíticas, dólmenes propiamente dichos o cámaras simples y galerías cubiertas, siendo todos ellos
megalitos propiamente dichos. Los sepulcros de corredor, sepulcros circulares sin corredor y "tholoi"
con falsa cúpula y corredores, pueden estar construidos con técnica megalítica, de mampostería o
adoptar una técnica mixta. Son más raros en la Península los menhires, cromlech, alineamientos, etc.,
de función que sigue en la actualidad estando en duda.
Existe una doble postura respecto al origen del megalismo ibérico, oriental mediterráneo o de origen
autóctono. No obstante, a pesar de que ambas teorías tienen parte de razón, parece ser que el
"tholos", atendiendo a su distribución hispana y mediterránea, parece de raíces orientales, al menos la
idea estructural, de la misma manera que las cuevas artificiales. Posiblemente las primeras
construcciones megalíticas peninsulares se dan en Portugal, difundiéndose más tardepor
Extremadura.

4- La primera Edad del Bronce.


Las primeras construcciones megalíticas han sido halladas Palestina. En Einán (Galilea) se detecta una
tradición de enterramientos bajo el piso de las viviendas, y asociados a un tipo de construcción
megalítica ya en el Epipaleolítico (milenio X al VIII). Algo más tarde aparecen los dólmenes, mientras
que en el milenio -IV aparecen en Azor, cerca de Tel Aviv, enterramientos colectivos con más de 100
cadáveres.
Para el caso de España conocemos no sólo monumentos funerarios, sino también poblados, dotados
de murallas y acueductos, acequias, cerámica, armas y amuletos. Ello ha llevado a pensar durante
algún tiempo en unas gentes cuyas raíces estarían en el Mediterráneo oriental, que pudieron llegar en
varias oleadas, trayendo nuevas técnicas para el cultivo, nuevas organizaciones sociales y, sobre todo,
la innovación de la metalurgia, con el rasgo definitorio del rito del enterramiento colectivo, teoría
que, como hemos indicado, no es del todo aceptable: existe también (al menos parcialmente) una
evolución megalítica autóctona. Existen varios tipos de sepulcros: dolmen (una simple cámara
circular o poligonal), sepulcro de galería (construcción alargada) y sepulcro de corredor
(construcción con pasillo y cámara bien diferenciados). Estas cámaras estarían originalmente
cubiertas por grandes túmulos artificiales. Por otra parte, en los ajuares asociados es posible señalar
particularidades. Las cuevas de la Pastora, Gruta de Les Llometes, Monte de la Baresella, etc, son
ejemplos de este tipo de enterramientos colectivos. En Almería hay sepulcros colectivos construidos,
de planta circular de dos o tres metros de diámetro, con paredes hechas de mampostería o con
grandes losas verticales, con el piso excavado por debajo del nivel natural del suelo y sin entrada
lateral.
En la Península tal vez el elemento ideiosincrásico más característico es el llamado "ídolo almeriense",
una figurilla plana sin ulterior tratamiento decorativo, en forma generalmente de cruz de Malta de
brazos desiguales, tallada en piedra, que recuerda prototipos de la cultura gassuliense (Palestina): se
encuentra en Almería (Los Millares, Loma de Almanzora, La Pernera), Granada y Sevilla. Es de
señalar una oposición entre este ídolo almeriense (figura que acentúa las alusiones a la fecundidad),
sumamente simple, y el ídolo con ojos en forma de lechuza, representados en placas de esquisto,
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huesos largos o cilindros de piedra. Si inicialmente parece representar a una lechuza, como un tótem
mediterráneo muy antiguo, en época avanzada al esquematismo en los rasgos se superpone la
representación de un pubis femenino, representando una señora de la guerra.
Son escasos los restos de una metalurgia del cobre y se conocen hachas de ese metal en forma de
sencillo escoplos. La rareza de los restos metálicos se debe a que el metal era aún escaso y por eso se
reutilizaría al máximo.
En Menorca existe un importante acervo de construcciones megalíticas, completamente originales:
las taulas (como las de Trepuçó, Torralba d'en Salord, etc.) son la contraposición de una gran piedra
vertical con otra horizontal (formando una "mesa", en catalán “taula”), con un sentido de santuario,
calendario lunar, representación de una divinidad tauromática, representación de una columna que
sostuviera la cúpula celeste -a imitación de las construcciones de cuevas artificiales-, etc.); las navetas
(como la de Es Tudons, la construcción europea más antigua: data del 3500 a.C.) son construcciones
en forma de pirámide truncada con una pequeña puerta, un breve pasillo y una cámara a su vez divida
en dos niveles en altura, dedicadas a los enterramientos y depósito de los huesos, existiendo también
navetas de habitación (Biniac-L'Argentina, etc.); los talayot (que dan nombre a esta cultura, que llega
hasta el Bronce final: "cultura talayótica”) son torres estratégicamente situadas en altos, con función
de vivienda de la familia más importante del poblado, torre de vigilancia y de defensa. Todavía en
tiempos de los romanos los talayots seguían resultando valuartes casi inexpugnables.
El foco más denso de enterramientos se registra en el río Tajo, con monumentos en parte excavados
(la cámara) y en parte construidos (el vestíbulo), a semejanza de lo que se observa en las Baleares en
una primera fase, a la que sigue probablemente una nueva oleada que trae un nuevo tipo de hipogeo
caracterizado por una entrada muy estrecha y cámaras de planta oval. No hay descarnación previa de
los cadáveres, que aparecen en decúbito junto a los muros. Los ajuares son idénticos, por forma y
riqueza, a los de los megalitos construidos, como si se tratara de dos "ritos" distintos que coexisten.
Se conoce la ganadería del caballo, asno y toro.
La cultura megalítica tuvo un potente desarrollo, que tradicionalmente se ha interpretado como una
evolución a partir de la fase anterior, quizá con nuevos aportes orientales. Algunos investigadores
(Kalb y Blance) han propuesto la teoría de una nueva oleada de "colonizadores", a los que se debería
el impulso que, a partir del primer cuarto del milenio -III y aproximadamente durante 500 años,
llevaría a cabo la construcción de poderosos recintos amurallados en Vila Nova de Sâo Pedro
(Portugal), Los Millares y Campos (Almería), etc. Son recintos dobles y triples, a veces con fuertes
avanzados, construidos con grandes bloques sin desbastar: su característica más relevante es la
presencia de torres de forma semicircular o de herradura adosadas a los muros, generalmente
readaptadas cada poco tiempo. Otros historiadores niegan la neocolonización, atribuyendo esta fase a
un desarrollo autóctono. En todo caso es cierto que la cultura megalítica presenta en las fechas
indicadas una mutación que hace pensar en conflictos políticos y rivalidades de grupos. Las viviendas
responden a varios tipos: son características las grandes cabañas de planta oval con zócalos de piedra
y techumbres de ramaje apoyadas en postes y muy voladas al exterior; hay también cabañas más
pequeñas, de planta oval o circular, con el mismo tipo de cubierta; ocasionalmente aparecen cabañas
de planta rectangular y construcción más pobres.
En los poblados se han descubierto hornos para la metalurgia del cobre arseniacal, de origen
anatólico. Los restos óseos indican la práctica de una ganadería de trashumancia corta, que
aprovecha las dos vertientes de las serranías para pastos de invierno y verano, con las especies ya
conocidas: vacuno, caballar, ovicápridos y cerdo. Es sobre todo importante la agricultura, con
cultivos de trigo, cebada, escanda, habas. Se utilizan silos de almacenamiento en el subsuelo de las
viviendas y se llevan a cabo obras de ingeniería como el acueducto de Los Millares o la acequia de
Orce. Estas obras y las complejas operaciones metalúrgica postulan una cierta estratificación social.
En los poblados aparecen "alcazabas", que indicarían la existencia de una clase o de personalidades
dominantes, y tal vez cierta casta sacerdotal.
Durante la fase madura de la cultura megalítica aparece una cultura llamada igual que su aportación
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cerámica característica, la campaniforme: cubilete de perfil sinuoso, decorado con temas geométricos
realizados con improntas de peine o con incisiones menudas y muy regulares. Dicha cultura se
encuentra por todo Europa continental e insular. La interpretación clásica afirma que se trataría de
indígenas no asimilados por las oleadas megalíticas, hacia las que se mantendrían hostiles, y que
serían las responsables de la destrucción del poblado megalítico de Vila Nova de Sâo Pedro y otros
centros importantes. Las gentes del campaniforme ocupaban principalmente las zonas montañosas,
como pastores metalúrgicos o mercaderes trashumantes, por lo que no tendrían poblados fijos, sino
en todo caso abrigos estacionales con chozas de ramaje. Sus enterramientos son individuales y
generalmente aislados, reutilizando ocasionalmente los dólmenes pero nunca para enterramientos
colectivos.

5- La segunda Edad del Bronce.


Desde finales del milenio -III y comienzos del -II se producen en Anatolia y en los territorios al norte
del Egeo amplios movimientos de pueblos que provocan el hundimiento de las culturas que se
desarrollaban en dichos territorios. El resultado fue el desplazamiento de las. viejas poblaciones ante
el rodillo de los invasores -los indoeuropeos- y la huida hacia otras tierras. Los recién llegados a
Anatolia -nesitas, plaicos, luwitas- inician un proceso que dará por resultado la formación del imperio
hitita. Los desplazados emprenden un éxodo que ha dejado huellas en la islas del Mediterráneo, en las
que se van asentando, y alcanza las costas de la Península Ibérica. Un conjunto de poblados de
Almería, Murcia y Granada fue denominado con el nombre del más importante de ellos, situado en el
cerro de El Argar. La cultura argárica se diferencia de la megalítica, a la que suplantó en el sudeste,
ante todo por el rito funerario, que ahora es de enterramiento individual o a lo sumo familiar, lejos de
los poblados, en el subsuelo de las viviendas, en hoyos, cistas de piedra o tinajas, con ajuares
uniformes: para los hombres, espalda, puñal y un cuenco; estilete, puñal y dos cuencos para las
mujeres.
Con la cultura argárica se introduce el bronce verdadero, aleación de cobre y estaño, aunque el
material más utilizado es aún el bronce arseniacal. El utillaje incluye espadas, alabardas, hachas de filo
algo más desarrollado que el de las megalíticas y estiletes. La cerámica está exenta de toda
decoración, entrando en cambio en juego como valor estético el brillo, siendo las superficies bruñidas,
brillantes, suavemente curvadas. La joyería argárica trabaja el oro y la plata, probablemente extraídos
de forma directa de depósitos naturales.
Los estudios parecen demostrar un origen mediterráneo oriental de esta cultura. Esta cultura duró
entre los primeros y últimos siglos del milenio -II, extinguiéndose de forma brusca y extraña. Su
economía parece fundamentada en la ganadería, con trashumancia corta y muy diversificada, con
especies adaptadas al paisaje semidesértico del sudeste (caballo, cerdo, cabra, oveja y vacuno),
cultivando cereales y lino.
Otro foco algo menos importante se detecta en Valencia, con una metalurgia más modesta y mayor
predominio agrícola, mientras en Albacete se habla de la cultura de las motillas para designar a los
cerrillos artificiales que cubren grandes construcciones ciclópeas, que son en realidad una torre
central en torno a la cual se desarrolla, generalmente en forma de anillos, una serie de cercas y
habitáculos que servirían de almacenes o reparos para el ganado. En torno a este núcleo fortificado se
extendían los poblados, de cabañas de planta irregular o circular.

6- El Bronce final.
El año 1000 a.C. constituye una frontera cronológica del máximo interés para la Península: a las
culturas unitarias que desde las costas emprenden un asalto hacia el interior, sucede una
regionalización.
Schulten comparó el Guadalquivir con el Éufrates y el Nilo por su función de gran arteria de la
cultura. En su valle se asientan poblaciones de agricultores que se agrupan en poblados con casas de
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zócalos de piedra, alzado de tapial y techumbre de ramaje. Las dos zonas, valle y montaña, se
unifican progresivamente. La zona montañosa de Huelva se abre a la comunicación con Extremadura,
el Centro y Meseta superior. Para estas mismas fechas, según las fuentes clásicas, actuaría ya en el
extremo sur del Valle un nuevo foco cultural, la Cádiz fenicia. Estas gentes practicarían la
trashumancia de ciclo corto, y se reunirían en las necrópolis para practicar sus ritos funerarios y
probablemente otros actos de culto.
Al otro lado de Sierra Morena, que no es una barrena, sino una membrana permeable a intercambios,
se sitúan otros ámbitos culturales desigualmente conocidos.
Entre las obras de mayor prestancia destacan las estelas, probablemente relacionadas con
enterramientos de jefes guerreros. En los ejemplares más ricos hay representaciones del difunto y
escenas de danza funeraria, lo cual aporta datos sobre el rito mortuorio. Todo parece indicar que la
colonización del Valle del Guadalquivir y la complejidad de las actividades económicas de todo orden
(comercio del estaño y producción del bronce), dieron lugar a una incipiente organización
monárquica, que en las fuentes literarias se conocerá con el nombre semilegendario de Tartessos. La
realidad es que bajo ese nombre se oculta el mundo indígena que, con los aportes de la civilización
fenicia, experimenta cambios en el orden político, social, económico y religioso.
Están comprobadas las relaciones entre la Península Ibérica y las Islas Británicas, debidas al
comercio. Llama la atención la similitud entre las forma de construcción, como las cabañas redondas,
poblados en promontorios, castros, etc., pese a lo cual no hay indicios consistentes.

7- Protohistoria española: colonizaciones fenicia, griega y tartésica.


desde comienzos del primer milenio a.C., los pueblos ribereños del Mediterráneo oriental empiezan a
desplegarse por el mar. Los más adelantados fueron los fenicios, seguidos de los griegos. Los fenicios
fundaron factorías en África y no pocas partes de Europa del oeste, comerciando con plata que
llevaban a Grecia y Asia, experimentando un gran crecimiento.
El emplazamiento ideal de la ciudad fenicia lo constituye una isla próxima a la costa (como Tiro), o
un promontorio unido a tierra firme por un istmo (Biblos): los edificios comprendidos dentro del
recinto amurallado deberán así ganar altura cuando la población crezca, y ésta debe construir sus
viviendas en tierra firme cuando incluso las casas de varios pisos no alcancen a dar albergue. Las
casas fenicias representadas en relieves asirios son estrechas y altas, provistas de recios contrafuertes.
Muchas tienen galerías de ventanas, con barandillas de balaustres y torres para otear el mar: así
sucedería en Cádiz, Guadalhorce, Tosnos, Almuñécar o Adra, en Andalucía. Las ciudades poseían un
altar o ara, tal vez una simple cabaña que hace las veces de recinto sagrado. Es posible que el poblado
en su totalidad se hallase rodeado de un foso de sección en V y de un parapeto de piedras y tierra (el
nombre de Gadir -Cádiz- significa fortaleza). Las calles miden unos 2,5 m de ancho, abriéndose las
casas a ellas mediante un peldaño. Eran de tierra apisonada, aunque en ocasiones se ponían
terraplenes artificiales para paliar un desnivel. Las casas eran de mampostería o de adobe, con muros
de un espesor de 40 a 50 cm. Las piedras no estaban labradas, aunque sí colocadas con cierta
regularidad y cogidas con barro. Su tamaño era mediano, salvo en las esquinas, donde se empleaban
piedras mucho mayores. Una casa normal podía tener 6 a 8 habitaciones en la planta baja, sin contar
alguna habitación subterránea a la que se accede por una escalera: son de planta regular, medianas,
agrupadas en torno a una habitación central algo mayor a la que dan sus puertas. Pueden constar de
hornos de cocina y lugares para el almacenamiento de comida y agua.
En Cádiz, los restos de ajuares de enterramientos de joyas con oro dan cuenta de la riqueza de
población. El santuario de Hércules Melkarta era el más importante de España, siendo visitado por
Aníbal, César y Trajano. Tenía dos pilares de bronce de 3,25 m. semejantes a los del templo de Tiro.
Tanto por testimonios literarios como por los numismáticos se puede afirmar que las fundaciones
fenicias más importantes además de Cádiz eran Málaka, Abdera (Adra, en Almería) y Sexi
(Almuñécar, en Granada). Además de dichas fundaciones, la presencia fenicia se hace sentir en las
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poblaciones de la costa y del interior, a veces con vestigios tan densos que hacen pensar en
establecimientos mixtos de íberos y fenicios o cartagineses.
Aunque las fundaciones fenicias se sintiesen solidarias unas de otras, y asi lo hiciesen valer en
momentos de crisis, eran ciudades-Estado independientes. Las jefatura de Estado, según Aristóteles,
estaba desempeñada por dos reyes nombrados por sufragio y seguramente anuales. Las diferencias de
clase no las establecía la sangre, sino el dinero, generado fundamentalmente gracias al comercio: las
ánforas de vino y aceite -que los fenicios aclimataron a España- y los restos de explotaciones de plata,
y en menor medida oro y cobre, son muestras de dicha actividad, en una febril actividad en las mismas
del Sudeste y de Sierra Morena. Otro de los campos donde fenicios y cartagineses desplegaron sus
actividades fueron en la pesca -atún: casi todas las monedas fenicias tienen como emblema una pareja
de atunes-, salazón y la sala, llamada garum, empleada en multitud de platos y hasta a principios de la
Edad Media dejó de consumirse y se olvidó. También extraían de la concha de múrex la púrpura,
trabajaban el vidrio moldeado, la fabricación de armas, muebles y joyas.
Alrededor del 775 a.C., tras una multitud de viajes exploratorios y comerciales, navegantes de la
ciudad de Calcis, en la isla de Eubea, la mayor y más poderosa del Egeo, fundan en la isla de Isquia,
en Italia, frente a las costas de la Campanai, una pequeña factoría, Pitékoussa, como muerto de escala
en la ruta hacia los mercados de Etruria. Desde allí saltarán a tierra firme y fundaría Cumas. Gracias a
un nuevo tipo de navío, el pentekóntoros, de 50 remos, veloz y de gran autonomía, los griegos irán
expandiéndose hacia las Baleares, solar ibérico y puertas de Tartessos. Los fenicios no sólo se les han
adelantado, sino que han fundado Cádiz, Cartago, Útica, etc., que terminarán por ser firmes bastiones
de la dominación semítica en el norte de África y sur de España. Con todo, hasta que en el 509 a.C.
cartagineses y romanos firmen el primer tratado delimitando áreas de influencia marítimas y
terrestres, el mar será una zona franca, abierta a todo aquel que pretenda una aventura comercial o de
dominación. Rhode (Rosas, en el golfo del mismo nombre, Gerona) sería, según las fuentes históricas
disponibles, la primera fundación de los griegos en territorio español.
A los primeros rodios, y siempre de una manera vaga, se atribuyen, por autores tardíos,
asentamientos en las Baleares y singladuras por los mares ibéricos hasta las puertas de Tartessos, lo
que probablemente se refiera al Estrecho de Gibraltar. Tanto en estas primeras navegaciones como las
posteriores se realizaban mediante sistema de cabotaje, lo que implicaría la extensión de una serie de
pequeños enclaves portuarios a lo largo de la costa.
Pero dejando al margen estos primeros viajes rodios, dudosos, la presencia griega en la Península se
remonta a mediados del siglo VII a.C., en forma de expediciones llevadas a cabo por los amios y las
sucesivas por los focenses, dos pueblos griegos de estirpe jónica, entrando casualmente en contacto
(en medio de una expedición dirigida hacia Egipto que se ve sorprendida por una tormenta, según
Heródoto) con Tartessos: este emporio proporcionará a los samios gigantescas fortunas. Peines de
marfil encontrados en Samos con una decoración igual a la de varios yacimientos sevillanos como el
de Carmona, refrendarían la idea del geógrafo griego.
Focea era una ciudad costera de Asia Menor, de reducido tamaño, pero situada en la corriente de
mayores intercambios entre oriente y occidente, y con un próspero comercio y metalurgia: de ahí el
interés de aproximarse a la fuente de la plata, cobre, estaño y demás metales fundamentales para la
economía. Según Heródoto, en cierto momento los focenses llegaron a Tartessos y se hicieron
amigos del Argantonio, a cuya disposición pondrían las técnicas metalúrgicas avanzadas que poseían.
Amenazado Tartessos por los medos, el rey mandaría a los foceos la construcción de una gran ciudad.
Esto ocurriría poco antes del año 546 a.C., en que Focea y las demás ciudades jónicas fueron
conquistadas por los persas. Tal vez, los anteriores contactos comerciales entre Tartessos y los
fenicios resultaran ahora gravosos. De acuerdo con las fuentes antiguas, los fenicios no pudieron
impedir que los focenses, amén de comerciar, fundasen una red de factorías en el litoral de la Galia
Nabonense y en la España mediterránea, en un contexto de crisis fenicia tras la caída de Tiro en
manos de Nabocodonosor (573 a.C.): Massalia (Marsella), Mainake, Emporion, etc. Con la caída de
Focea en poder persa, la actividad colonial comenzó a decaer. Parte de su población se estableció en
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la base corsaria de Alalia: etruscos y cartagineses se unirán para hacer desaparecer esa base de
piratería, derrotando a los griegos en el año 535 a.C., lo que tampoco supondrá el final de la
influencia griega ni un predominio absoluto de cartagineses.
Además de Ampurias, la arqueología viene tropezando con muchos obstáculos para confirmar los
trazos de un cuadro que a base de las parcas referencias de algunos historiadores y geógrafos
antiguos se ha tratado de componer sobre la colonización focense en España. Es cierto que los
productos griegos menudeaban en todo el arco costero mediterráneo, en incluso en un punto cercano
a la desembocadura del Tajo: pero siempre se encuentran en estratos indígenas, en poblados y tumbas
ibéricas, especialmente a finales del V a.C.: muchas de las supuestas fundaciones griegas han llegado
a ser tildadas de "ciudades fantasma". En cambio, nunca antes del V a.C. habían existido en Alicante,
Murcia, Albacete y especialmente Jaén muestras de una influencia griega tan clara: en ocasiones se
llegó a usar el alfabeto jonio para escribir en lengua nativa, el arte es helenizante (pero de factura más
tosca). Así pues, debe admitirse la existencia de colonias en el sudeste peninsular, pero apuntando al
tiempo la modestia de las mismas.
Tartessos es aplicado en tiempos griegos a un río y a un territorio, pero nunca a una ciudad concreta,
imprecisión geográfica en la localización que ha aumentado la leyenda tartésica. Sí cita la Biblia a
Tarsis, identificándola con una ciudad y un reino que intercambia productos con Tiro. Es preciso
renunciar al hallazgo de una ciudad de Tartessos, que si en efecto existió y se hallaba a dos días de
navegación de Cádiz, como indica Éforo, lo mismo podía ser Huelva que Sevilla. Pero de cómo eran
estas poblaciones tenemos cierta idea: la aristocracia onubense de los siglos VII y VI a.C., cuando los
samios, eginetas y focenses acceden al emporio tartésico, enterraba a sus muertos con verdadera
ostentación, guardando sus cenizas en magníficas urnas, y depositándolas en compañía de jarros,
braseros y arneses de bronce. Verdaderos príncipes eran estos aristócratas, enriquecidos con el
producto de las minas y fundiciones.
Los muchos huesos de bueyes hallados en El Carambolo ilustran un aspecto secundario de la
economía tartésica: la riqueza ganadera. El primer personaje tartésico que figura en la literatura
griega, Gerión, es un rey del ganado, dueño de un vasto imperio pastoril extendido por las Marismas
del Guadalquivir y las castas del Golfo de Cádiz. Los perfiles legendarios de Gárgoris (enseña a
aprovechar la miel) y Habis (unce el buey al arado) se tornan históricos en el caso de Argantonio (630
a 550 a.C.), el generoso benefactor de los focenses, y con Therón, que guerreó contra Cádiz con
ánimo de saquear el templo de Hércules. En adelante se habla de los tartesios y turdetanos como
pueblo, pero nunca más como regidos por un rey, sino por jefes militares o por reyezuelos que
dominan un territorio de extensión variable.
No ha faltado intención de atribuir a los tartesios un origen foráneo. Pero esta explicación (no
confirmada por ningún dato concreto) no es necesaria: ya desde el milenio III a.C. Andalucía era un
país densamente poblado, hasta con cierta urbanización incipiente, como en Los Millares, capaz de
explotar sus recursos naturales y proyectarlos en el exterior. Esta gran potencia no ha dejado huellas
de su dominación: su arquitectura fue mediocre, sin comparación con la griega o la etrusca, mientras
en contrate con las grandes civilizaciones urbanas, abundan los artículos de lujo, e incluso armas muy
avanzadas, una metalurgia muy eficaz del cobre, estaño y plata, una actividad industrial, entre la cual
se aprecian ciertos elementos orientalizantes.

8- Pueblos ibéricos.
El proceso de iberización, esto es, la formación de una cultura homogénea como consecuencia de las
colonizaciones fenicia y griega, sigue, durante los siglos VIII a VI a.C., unas líneas prácticamente
idénticas en todo el arco litoral comprendido entre la desembocadura del Guadiana y la del Ebro. La
cerámica esboza este panorama con la máxima claridad, por ser el residuo arqueológico más
abundante; pero también las fíbulas, armas y demás vestigios completan este cuadro homogéneo.
Forman parte de la cerámica los platillos fines, espatulados o bruñidos, de color negro; la cerámica
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tosca, porosa y con mucha sílice, de superficie lisa o rugosa, decorada a menudo con incisiones,
cordones, impresiones de cañas o de la punta de los dedos; cerámica fenicia, formada por ánforas
pequeñas de asas en forma de orejeta, fuentes-trípodes, etc.
En términos de población (dejando al margen el caso de Tartessos), esto parece indicar que la zona
señalada está sometida durante el Bronce final a un capa dirigente para la que se fabrica la cerámica
fina negra, junto a la cual aparece muy pronto la cerámica tosca, de origen nórdico, difundida por el
centro y oeste de la Península, fuera del dominio ibérico.
La ausencia de importaciones griegas hasta el siglo VI a.C. indica que los colonos del sur, sean
tartesios, fenicios o ambas cosas a la vez, están actuando solos, sin la competencia de quienes serán
sus rivales comerciales y artísticos. El siglo VII a.C. será de pleno dominio de la cerámica fenicia,
mientras el hierro hace su aparición en forma de puñal. Pero lo fenicio se desvirtúa a lo largo del siglo
VI a.C., y en su lugar se impone una cerámica monocroma, ya protoibérica.
Aceptando una cierta homogeneidad de todo el sustrato ibérico, creemos hoy que la cultura de este
mismo nombre nació como consecuencia del contacto de los componentes de aquél con los fenicios y
con los griegos. ¿Hubo además cierto grado de fusión? Es de suponer que lo mismo que ocurrió con
los fenicios en Andalucía sucediese con ellos y con los griegos en Levante y Cataluña: el contacto no
se reduciría al comercio y a la ayuda técnica en la explotación de minas o comercialización de
pescado salado, sino que existiría un mayor grado de interpenetración.
Loa primero que la entrada de España en la órbita de las civilizaciones mediterráneas significó para
aquélla fue un notable adelanto tecnológico: la metalurgia del hierro, en la que pronto los pueblos del
país se distinguieron, no sólo facilitó la modernización del armamento, sino la adquisición de unas
herramientas de trabajo agrícola y artesanal tan funcionales que apenas han experimentado cambios
hasta hoy: rejas de arados, legones, azadas, hoces, podaderas, etc, presentes en un yacimiento ibérico
tan antiguo como La Bastida de los Alcuses (Mogente, Valencia). Otro tanto podría decirse del carro
como medio de transporte, y más aún de la nave. Muy pronto Cádiz, Sevilla, Cartagena y otros
puertos tendrán técnicos e instalaciones para construir buques de este tipo. El tornillo de Arquímides,
la noria de cangilones y demás inventos de la ingeniería helenística facilitan nuevos sistema de regadío
y modernizan la hasta entonces exigua maquinaria de la minería y la industria.
Prueba de esta prosperidad es Sagunto. Reunía, según los escritores clásicos, los caracteres de una
polis griega: estaba gobernada por una asamblea (senatus) de notables (primores) de carácter
consultivo en principio, puesto que en último término la autoridad recae sobre una asamblea popular;
pero tenían ciertas prerrogativas oligárquicas, como era la custodia y la responsabilidad de la planta
de la localidad. En el centro del recinto urbano se abría un agarra o plaza (fórum), donde los
saguntinos amontonaron el oro y la plata del tesoro público antes de arrojarse al fuego ellos mismos.
El más notable de los edificios comunales era el Artemisión, templo de Artemisa que Aníbal hizo
respetar a la hora del saqueo y destrucción de la ciudad. También la ciudad de Illiki (Elche), famosa
en el mundo antiguo sobre todo porque su asedio costó la vida a Amílcar Barca, tenía un templo
importante, de orden jónico.
Las casas particulares, de gran modestia, tenían elementos arquitectónicos como jambas, dinteles,
pilares y pilastras, capiteles y zapatas, frisos y cornisas, todo ello labrado a imitación de la
arquitectura griega, y de la fenicia o púnica e otras ocasiones. La vivienda no alcanzaba un elevado
grado de comodidad ni higiene, si bien es cierto que estos atributos sólo son propios de la época
helenística o incluso de la romana. La casita pequeña comporta una familia monógama, poco
numerosa.
Los griegos y romanos veían a los pueblos ibéricos divididos en lo que los primeros llamaban phyla y
los segundos populi: lo primero significaría "tribus", siempre y cuando no apliquemos a las divisiones
ibéricas el mismo sentido institucional del latín.
La extensión del territorio ocupado poro estas tribus o pueblos oscila desde lo que puede ser una
comarca, por ejemplo el Ampurdán o el Maestrazgo, hasta una región tan grande como el País
Valenciano. Los nudos de esta red de divisiones tribales son las ciudades, celosas de su
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independencia. La ciudad puede ser capital de toda una tribu, como entre los ilegertes Atanagrum es
calificada. Como entidad material es un oppidum o caserío amurallado, mientras que como conjunto
de ciudadanos constituye una civitas. Sin embargo, el poblamiento no depende sólo de las ciudades,
sino que estos centros se expanden en un radio amplio de influencia, dando lugar a núcleos pequeños
y fortificados.
Pese a que muchas comunidades se regían por sistemas republicanos u oligárquicos, como Sagunto,
en otras el poder era detentado por reyes como Indíbil entre los ilergetes, o Amusicus entre los
ausentanos. Pero parece que la ausencia o el derrocamiento de estos reyezuelos no causaba grandes
trastornos a sus súbditos. La institución monárquica no era antipática pero tampoco imprescindible a
los íberos, aunque sí incurrían en cierta propensión al culto a la personalidad, a la que reforzaba la
devotio ibérica, el compromiso con el jefe hasta más allá de la muerte.
Según los autores griegos, eran los cartagineses los más beneficiados poro el comercio, salazón y
esparto (cuerdas, maromas y jarcias, alpargatas, esteras, etc.). Los conflictos entre helenos y púnicos
no impedían que en otras ocasiones convivieran con gran entendimiento. El Sudeste y Alta Andalucía,
que teóricamente pertenecían a la esfera cartaginesa, están llenos de cerámica griega.
Una segunda corriente de relaciones con el exterior lo constituye el papel íbero como mercenario de
púnicos y griegos: muchos íberos acompañaron al avance de Aníbal por Italia, siendo especialmente
importante el papel de los fundibulari u honderos baleáricos.

9- Las culturas prerromanas del centro y oeste de la Península Ibérica


En contraposición a la Cultura Ibérica, extendida por las regiones del Mediodía y Levante, y abierta a
los estímulos de las altas culturas legadas a través del Mediterráneo con fenicios, griegos y,
posteriormente, púnicos y romanos, toda la zona interior así como las regiones atlánticas de la
Península Ibérica continuaron su propia evolución al margen de los influjos coloniales. Al surgir la
Cultura Ibérica se produce e la Península una clara diferenciación de dos grandes círculos culturales:
las zonas mediterráneas, ocupadas por la Cultura Ibérica, cada vez más abiertas al Mediterráneo y a
sus estímulos culturales y próximas a incluirse entre las altas culturas, y las regiones restantes, más
atrasadas, en las que dichos estímulos sólo se presentaron posteriormente de forma paulatina,
produciéndose así un claro desfase o escalonamiento en el proceso de transformación cultural, y que
sólo acabaría tras la conquistas romana y la romanización, que supone, desde el punto de vista
cultural, la continuación y culminación de este largo y complejo proceso de aculturización.
Los íberos no serán dominantes en toda la Península: desde los alrededores del año 1000 a.C.,
Cataluña y el Languedoc experimentan los efectos de una intensa penetración de pueblos nórdicos,
caracterizados por el rito sepulcral de la cremación, frente a los antiguos habitantes del país, que
inhuman a sus muertos conforme la tradición megalítica. Los inmigrantes aportan desde su país de
origen, situado en las cuentas altas del Ródano y del Rin, la institución de los camposantos llenos de
urnas de barro conteniendo las cenizas de su muertos. Al pueblo que salpicó estas regiones con
necrópolis de este tipo, y a falta de poder precisar de qué estirpe era, se le conoce hoy como el "los
campos de urnas". Son colonizadores que propenden al sedentarismo y no rehuyen el asentamiento en
las tierras llanas, de las que obtendrán sustanciosos rendimientos. Con ellos adquiere el paisaje catalán
el rasgo de la alternancia de campos y bosquecillos que en tantas comarcas persistirá hasta hoy.
Llegarán a rebasar el valle del Ebro, alcanzando algunos puntos de la provincia de Castellón. Sus
poblados, de casas rectangulares de madera y ramaje sobre zócalos de
Esta dicotomía cultural aún quedaría más acentuada por el papel que tuvo en las regiones del centro y
occidente peninsular la penetración y asimilación de elementos considerados extrapirenaicos y
denominados "célticos" o "hallstáticos", y que corresponden a elementos culturalmente relacionados
con los Campos de Urnas peninsulares, que de forma previa o paralela al citado proceso de paulatina
mediterraneización, influyeron decisivamente en la conformación sociocultural de dichas regiones.
La llegada de unos y otros influjos se produciría sobre substratos culturales muy diversos, a través de
intermediarios culturales distintos.
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Las zonas meridionales de la Meseta Sur, aparecen relacionadas con el mundo ibérico del Valle del
Guadalquivir y el Sureste, no sólo por razones geográficas, como vías de comunicación, sino por el
propio substrato cultural. El sustrato cultural se iberiza progresivamente, sobre todo a partir del inicio
del siglo IV a.C., como atestigua el pleno uso del torno y la frecuente importación de cerámicas
áticas. En este momento se organizan los castros como el de Consuegra, Toletum (Toledo) o
Complutum (Alcalá de Henares), que evidencian un claro desarrollo demográfico y cultural.
En la Meseta Norte, la aparición de elementos metálicos podría explicar la paralela introducción de
otras innovaciones culturales, como casas redondas de adobe en las zonas arcillosas de los páramos y
terrazas de ríos y de piedra en zonas montañosas periféricas, que son igualmente características del
Bronce Final Tartésico. También aparecen cerámicas pintadas, normalmente en rojo y amarillo, que
ofrecen relaciones con Andalucía. En la denominada "Cultura del Soto de Medinilla" (Valladolid), son
característicos dichos elementos: y a partir de esta cultura, que podría suponerse iniciada hacia el
siglo VIII a.C., se encuentran influencias más tardías de los tipos descritos en buena parte del Valle
del Duero, en las sierras sorianas y del Sistema Central, etc. Además de las influencias andaluzas,
existen ciertos detalles peculiares, como algunos rasgos de las casas (porches, banco corrido, hogar
central) y formas cerámicas (cuencos de cuerpo esférico y borde vertical).
En las estribaciones del Sistema Ibérico se encuentra una tipología cultural de lo que con el tiempo
llegaron a ser los pueblos que los romanos llamaron "celtíberos". El rasgo más distintivo de esta
cultura es la aparición en algunas tumbas de ricos ajuares metálicos con broches y fíbulas de bronce y
especialmente llamativas armas: espadas de antenas y de otros tipos, lanzas, junto a raros casos y más
frecuentes escudos. Pero esta práctica del enterramiento con ajuar guerrero es escasa, lo que podría
indicar que se limita a la élite social, existiendo una gran masa de sepulturas sin ajuar alguno, lo que
confirma la relativa pobreza material de estas gentes, en su mayoría pastores con una pobre
agricultura complementaria. Aunque algunas necrópolis han llegado a proporcionar más de 2000
sepulturas, su larga duración no permite suponer la existencia de grandes poblados, al menos hasta
época avanzada, y aún éstos serían sólo relativamente grandes, como se evidencia por Numancia, que
no debió superior los 2.000 habitantes, pese a su imperecedera fama y relativa potencia. Predominan
los poblados modestos. Respecto a su origen, se ha querido ver la llegada de "invasores celtas". La
idea tradicionalmente difundida de una colonización "celta" es falsa. En las universidades británicas o
alemanas se otorga poco crédito a esta idea de "celtas españoles", atribuyéndola a un error en los
investigadores peninsulares. La razón de esta discrepancia es que los celtistas centroeuropeos sólo
consideran célticos los objetos pertenecientes a la cultura de La Tène (desde el 400 a.C. hasta la
conquista romana de la Galia) y que, faltando esta cultura en España, no hay para qué hablar de celtas
en este país. Si los antiguos lo hacían, era, según ellos, por la vieja idea de los cosmógrafos jónicos de
que el mundo civilizado estaba rodeado por cuatro pueblos bárbaros por los 4 puntos cardinales:
escitas al norte, etíopes al sur, indios al este y celtas al oeste. Este criterio de los puristas de la
arqueología está siendo modificado por los filólogos, que parten de los estudios en que Antonio
Tovar trató de demostrar que los celtíberos hablaban un lengua celta, y desestimando la equivalencia
entre celtas y cultura de La Tène. Pero nunca se ha llegado a poder precisar ni el lugar de formación y
de procedencia inmediata de estos invasores ni su cronología ni vías de acceso.
Por ello es más prudente, sin negar posibles movimientos humanos hoy no documentables, tal vez por
ser minoritarios, considerar que la Cultura Celtibérica es el resultado de un positivo fenómenos de
aculturación, producido por la evolución del substrato local favorecido por diversos influjos, entre los
que destacan algunos procedentes de los Campos de Urnas del Hierro. La incineración, el uso del
hierro, la organización social más compleja, innovaciones tal vez introducidas en momentos y desde
orígenes diversos, permitirían explicar la eficacia de la Cultura Celtibérica y el consiguiente desarrollo
cultural y demográfico alcanzado, así como su influencia en áreas periféricas y su continuidad
ininterrumpida hasta las guerras con Roma, frente a la que pudo ofrecer una máxima resistencia.

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10- La conquista cartaginesa
En el 237 a.C. Amílcar Barca viene a España cono su ejército. Le animaba el propósito de
contrarrestar las pérdidas de la primera guerra púnica con la conquista de nuevos territorios. Tras
desembarcar en Cádiz, el panorama no parece fácil: tartesios e íberos levantan un ejército de 50.000
hombres al mando de Indortes e Istolacio, a los que costó vencer a los cartagineses. En el sitio a
Elike, el rey de los oretanos finge venir en ayuda de Amílcar, pero se pone de parte de los sitiados y el
cartaginés se ve obligado a huir, perdiendo la vida. Su yerno Asdrúbal, le sucederá, caracterizándose
más que por sus campañas militares por sus éxitos diplomáticos: arranca a los romanos el
reconocimientos de la soberanía cartaginesa hasta la línea del Ebro, y no como antes hasta Cartagena;
entabla lazos de amistad y parentesco con la nobleza del país, y crea Nueva Cartago. No obstante,
morirá en el curso de una cacería a manos de un indígena. Su sucesor será Aníbal, quien es ya un
ídolo entre los íberos, contra los que combatió desde los 9 años. Con una política de lucha infatigable,
valerosidad y crueldad ejemplarizantes, se irá imponiendo sobre todos los pueblos íberos: en el 220
conquistará a los pueblos meseteños vacceos y carpetovetanos.
Aliada de Roma desde años antes, en el 219 a.C. sagunto, la ciudad-estado más importante del país
valenciano y la más rica al sur del Ebro, fue sometida a cerco por las tropas de Aníbal. Su muralla, de
buena calidad, acabaría por ceder en varios momentos a los continuos asaltos cartagineses. Incluso
así, resistirá ocho meses, pese a la devastación del campo saguntino, la falta de provisiones, etc. No
faltarán episodios en los que los íberos saldrán de la ciudad, haciendo retroceder a los cartagineses, e
incluso en los que protegerán con sus escudos y los cadáveres de los muertos los huecos abiertos en
las murallas. Gracias a una torre móvil de tamaño gigantesco provista de catapultas, logró despejar la
artillería de parte de la muralla, que rápidamente fue demolida en un sector. Finalmente, los
saguntinos se inmolaron en una pira o murieron luchando.

11- La conquista de Hispania por Roma.


A- Primera fase (218 a.C.-206 a.C). Pueblos primitivos y conquista.
La intervención romana en la Península Ibérica se produjo durante la segunda guerra púnica: Cartago
y Roma, las dos grandes potencias del Mediterráneo se disputaban el dominio de los países limítrofes.
En el 237, Amílcar Barca, general cartaginés, desembarcó en Gades e inició la recuperación de las
antiguas factorías fenicio-púnicas en la Península: quería obtener apoyo económico y militar
(soldados ibéricos) para luchar contra Roma.
Desde mediados del IV a.C., ambas potencias habían concertado un tratado para repartirse
zonalmente la Península: los cartagineses podrían asentarse al Sur de la actual Cartagena (Mastia de
Tartessos). Al Norte de esta población existían varias colonias griegas dependientes de Massalia
(Marsella): Rhodes (Rosas), Emporion (Ampurias), etc., siendo aliadas de Roma. Pero el año 226
a.C. Roma, presionado su territorio del Norte de Italia por tribus galas, tuvo que ceder a la expansión
cartaginesa y firmar un nuevo pacto (Tratado del Ebro) por el que éstos podrían asentarse hasta el
Ebro. Pero al año siguiente Roma firmó otro tratado con Sagunto para la defensa de dicha ciudad
levantina en caso de ataque cartaginés: éste se produjo, lo que enfrentó a romanos y cartagineses.
Tradicionalmente se ha visto en este hecho el desencadenante de la Segunda Guerra Púnica, aunque
en realidad ésta se produce por el deseo de las respectivas aristocracias romanas y cartagineses de
dominar los territorios peninsulares. El ejército romano de Publio Cornelio Escipión cortó los
suministros humanos y económicos de los cartagineses en la Península, adueñándose los romanos de
Hispania.
B- Segunda fase (206 a.C- 83 a.C). De la Segunda Guerra Púnica a las Guerras Civiles en Hispania.
La política romana siguió dos tendencias: consolidar las fronteras de los territorios ya dominados;
realizar una ampliación de los territorios poseídos, sobre todo tras la segunda mitad del II a.C.
Las guerras celtibéricas y lusitanas (en el actual Portugal) fueron motivadas por distintas causas. Los
indígenas quieren controlar la explotación de recursos y no toleran el pago de fuertes tributos y la
represión de cónsules como Porcio Catón.
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Después de varios años de asedio, Numancia, una de las principales ciudades celtíberas cayo en poder
de Roma (133 a.C) y poco antes el asesinato de Viriato (139 a.C) desarticuló las guerrillas lusitanas.
El inicio del dominio del resto de la Península por Roma quedaba abierto. A partir de este momento
se produjo una progresiva pacificación de casi toda la Península apoyada en el traslado de
poblaciones a lugares distintos, en el exterminio de poblaciones a lugares distintos, en el exterminio
de poblaciones rebeldes o en el alistamiento de soldados indígenas en las tropas romanas.
El 137 a.C. Décimo Bruto realizó una expedición al valle del Miño que abrió las rutas hacia el control
de los recursos económicos del Noroeste peninsular y más tarde Q.Cecilio Metelo conquistó las
Baleares (123 a.C.), enclave estratégico en la ruta de Roma a la Península.
Excepto los territorios cántabros y vascones, Roma controlaba el resto peninsular, aunque no existió
pacificación total.
C- Tercera fase (- 19 a.C). De las Guerras Civiles al sometimiento cántabro-astur.
Con la llegada de Sertorio a Hispania, la península se vio envuelta en las mimas luchas civiles entre
senatoriales y populares. Sertorio era partidario de los populares; inscrito en el ejército de Mario, jefe
de los populares), hizo méritos que estuvieron a punto de valerle el consulado. No alcanzó este
cargo, y aunque fue nombrado pretor de la Hispania Citerior, no llegó a ejercerlo al ser destituido por
Sila (jefe de los senatoriales)
Desde Osca (Huesca), Sertorio consiguió numerosos partidarios hispánicos para luchar contra Sila,
quien como dictador ejercía el poder en Roma. Sertorio se ganó la amistad de muchos pueblos
hispanos, respetando sus tradiciones y suprimiendo impuestos, lo que aceleró la romanización de las
zonas que quitó del dominio de Sila.
En año 73 a.C. la ley Plautia dio la amnistía o perdón a los combatientes populares, inciándose así el
ocaso de Sertorio.
Pompeyo también respetará las costumbres indígenas, pacificando las tierras en torno al valle del
Duero (Hispania Citerior). Igualmente, César, en la Ulterior, pacificó a los lusitanos más rebeldes por
medio de asentamientos y entrega de tierras en zonas llanas. La Península se vio envuelta en guerras
entre ambos desde el 49 a.C. hasta la muerte de César (44 a.C). Antes, en Munda (Montilla), fue
aniquilado el ejército pompeyano.
La victoria de César aceleró la romanización de la parte de la Hispania ulterior por medio de la
concesión de estatutos privilegiados a las ciudades que le habían sido fieles.
Durante el gobierno de Augusto se produjo el dominio sobre cántabros y astures. Fue un logro más
dentro de los fines de pacificación que persiguió la política imperial.
En general, se refiere a la asimilación, por parte de los pueblos de la Península Ibérica, de las formas
culturales romanas (económicas, sociales, lingüísticas, religiosas, artísticas, etc.). Es necesario
considerar los aspectos siguientes:
- No tuvo un carácter uniforme, varió según las zonas y según las épocas. Sólo un estudio riguroso
de cada área concreta puede dar una idea aproximada de ella.
- La conquista, por sí misma, no presupuso romanización. Esta se produjo lentamente a partir de los
años siguientes sobre la base de una organización política "de facto". Las ciudades creadas por
necesidades militares y administrativas jugaron un papel fundamental en la asimilación e introducción
de las nuevas formas culturales.
- Tampoco la desaparición de formas culturales propias fue completa; éstas subsistieron largo tiempo.
Por ejemplo, en la zona celtíbera la estructura social se mantuvo durante la República, iniciándose su
transformación sólo en la fase imperial.

12- Instituciones políticas y administrativas de Hispania.

A- Epoca republicana.
Hispania fue dividida en dos demarcaciones provinciales creadas poco después del final de las guerras
púnicas (197 a.C). Tuvo una base militar: Publio Cornelio Escipión dividió sus efectivos militares en
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dos parte, ubicadas en la Hispania Citerior (capital en Tarraco) y Ulterior (Catago Nova, luego en
Corduba). Cada provincia está dirigida por un pretor (gobernador) al que acompañaba un quaestor
encargado de las finanzas.
La escalera administrativa se completa por dos unidades territoriales, denominadas "populus" y
"civitas". El "populus" era una demarcación situada en las áreas menos romanizadas de Hispania,
donde permanecía la antigua organización autóctona. Entre un populus y otro no existían diferencias
sustanciales. Al menos en los primeros tiempos de la conquista, Roma respetó a los jefes indígenas
que siguieron ejerciendo funciones directivas en sus comunidades. La razón es obvia si se tiene en
cuenta que eran piezas necesarias para establecer una más sólida pacificación de cada área dominada.
La "cívitas" presentó en Hispania un carácter menos uniforme. Las de categorías superior eran
llamadas "municipa". César y Augusto fomentaron la creación de innumerables municipios: Illiturgi
(Andújar), Itucci (Baeza), Nabrissa (Lebrija), Asido (Medina Sidonia), etc. fueron elevadas a esta
categoría por César; Calagurris (Calahorra), Dertossa (Tortosa) lo fueron por Augusto. Los
habitantes de derecho de estos núcleos urbanos eran considerados ciudadanos romanos. La
catalogación de "municipia" la reciben las poblaciones que habían demostrado sumisión a Roma, por
residir numerosos habitantes de origen romano o por poseer un avanzado grado de urbanización
imitando las estructuras romanas.
César y Augusto tuvieron razones suficientes para promover estos privilegios. Era una forma de
ampliar el apoyo provincial hacia Roma. Las "municipia" se regían por los mismos órganos
administrativos de las "civitates" de Roma: poseían magistrados, curias y asambleas.
Los núcleos urbanos que poseían la consideración de "colonias" fueron promovidos en la Península
Ibérica fundamentalmente por César y Augusto, y se nutrían de romanos llegados a Hispania. Algunos
de ellos eran ex-legionarios licenciados, otros antiguos clientes urbanos de familias patricias (nobles)
o que en Roma eran mantenidos por el Estado y a los que se asentaba en las provincias para aligerar
los gastos públicos. Tarraco y Cartago Nova, Hispalis, Norba (Cáceres), Metellinum (Medellín), junto
con otras muchas, acogieron a estos ciudadanos.
Los núcleos urbanos dentro del "populus" eran de categoría inferior, y fundamentalmente, sobre ellos
recaían los tributos.
En relación con los tributos, existan dos tipos de "civitas": las liberae (libres) que no pagan impuestos
ordinarios, y las "stipendiariae" (estipendiarias) que sí pagan.
La formación de "civitates" fue progresiva a partir de la conquista. Algunas se crean en antiguos
campamentos militares que ya no cumplen esta función: Pomplaelo (Pamplona, campamento de
Pompeyo), Astúrica Augusta (Astorga, campamento de Augusto), Legio VII (León).

B- Epoca imperial.
Hacia el 27 d.C. España se reorganiza por Augusto. La Ulterior fue dividida en dos provincias: Bética
(capital Corduba) y Lusitania (capital Augusta Emérita, Mérida). Más tarde, una región minera cerca
de Cástulo (Linares) fue unida a la Hispania Citerior. Finalmente, a ésta se le separan la Nova Citerior
(Asturias y Gallaecia) y la Tarraconensis (capital Tarraco).
La Bética, como todas las provincias más romanizadas y pacificadas recibió la catalogación de
senatorial y pasó a depender del Senado romano y estuvo dirigida por un gobernador con el título de
procónsul. El resto de las provincias de Hispania, menos romanizadas, estaban bajo control del
emperador y eran administradas por un delegado suyo, un procónsul o pretor. Las provincias se
subdividían en conventos jurídicos, que eran demarcaciones judiciales, de pago de tributos y de
reclutamiento militar.
Las "coloniae" y "municipia" poseen una administración local más compleja:
- Magistrados: cargos colegiados (dos funcionarios en cada uno) con mandato anual, de entre los que
destacan los ediles. Todos ellos estaban auxiliados por otros funcionarios menores. No eran cargos
remunerados, sino que éllos aportaban grandes sumas al patrimonio público, pero se beneficiaban de
sus funciones, al poder usufructuar propiedades municipales, explotación de impuestos, etc.
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- Consejo: formado por "decuriones" de linaje superior y elevada riqueza. A nivel municipal, equivale
al Senado romano. Lo componen 100 miembros vitalicios que se reunen en la curia. Controlan las
decisiones de la Asamblea.
- Asamblea de ciudadanos, que se reune periódicamente y proviene de la época romana republicana,
aunque está sometida a las decisiones del Consejo.

13- BIBLIOGRAFÍA
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Madrid, Gredos, 1986.
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antigua. Temas de hoy, Madrid, 2002
VV.AA.: Protohistoria de la Península Ibérica. Ed. Ariel, Barcelona, 2001

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