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No, la ciencia no provoca las guerras, aunque pueda hacerlas más ‘eficientes’ en
destrucción y muerte o poner en marcha mecanismos políticos que la hagan
inevitable. Quienes luchan contra el conocimiento para evitar las guerras se
equivocan, porque ni siquiera la decisión de usar tecnología para matar se toma
desde criterios científicos. Y existen alentadores ejemplos de técnicas concretas
que se han limitado gracias a la presión de los científicos y el resto de la sociedad
por los horrores que provocan. Las armas químicas o nucleares se han usado,
aunque poco, por sus efectos: este es el camino.
LA CIENCIA EN LA POLITICA
La ciencia política, también llamada politología (según las diferentes
denominaciones de esta ciencia social) estudia la teoría y práctica de la política,
los sistemas y comportamientos políticos. Su objetivo es establecer, a partir de la
observación de hechos de la realidad política, principios generales acerca de su
funcionamiento. En este sentido, interactúa con otras muchas ciencias sociales,
como la filosofía, sociología, economía, derecho, etc.
Por otro lado, emplea como herramientas metodológicas las propias de las
ciencias sociales. Entre los diferentes acercamientos posibles a la disciplina están
el institucionalismo o la teoría de la elección racional. Históricamente ha tenido su
origen en la filosofía política, la cual está formada por las distintas teorías políticas
normativas, desarrollando en los siglos recientes ramas de carácter empírico
(Ciencia política empírica) y no meramente prescriptivo.
Ahora bien, ¿qué utilidad o aporte tiene el politólogo para la sociedad? El científico
de la política no soluciona de forma directa o práctica los problemas políticos de la
sociedad. El politólogo estudia, debate, asesora y propone explicaciones y
posibles soluciones para los problemas socio-políticos de las sociedades.
El politólogo ofrece respuestas y corresponde a los detentores del poder
considerarlas o no. También critica y defiende la democracia, como dice Dieter
Nohlen. La critica porque no es perfecta, pero se puede perfeccionar; y la defiende
porque es la mejor forma de gobierno puesto que es la única que protege a los
ciudadanos de los abusos del poder de sus gobernantes.
Siguiendo con el razonamiento anterior, ¿por qué el politólogo no puede
solucionar directamente los problemas políticos? No lo hace porque que no
detenta el poder político y si tuviera poder político dejaría de ser politólogo dado
que no podría estudiar objetivamente al poder y lo que conlleva el mismo.
Independencia pero no indiferencia, sostenía Norberto Bobbio, en cuanto al poder
político. Los fines que persigue el político son obtener y conservar el poder, es
decir que son distintos a los del politólogo, cuyos fines son estudiar y explicar la
realidad política. Y también vale aclarar algo más: el que un político haya tenido
una formación académica en ésta (de hecho, en cualquier) disciplina no le
garantiza la entrada en la arena política y mucho menos ser un buen gobernante.
Esto ya lo hemos visto en muchos países: el hecho de poseer posgrados, masters,
etc. no garantiza la eficacia y eficiencia. En este sentido, la buena voluntad fallece
ante la lucha de interés entre los distintos actores políticos.
(*) Estudiante avanzado de la carrera Lic. en ciencia política (U.N.L-Fhuc).
LA CIENCIA EN LA EDUCACION
La enseñanza de las ciencias es una necesidad inherente en nuestra sociedad, y
que permite que los ciudadanos puedan opinar, participar y votar sobre temas
científicos. A pesa ello, se observa que los niveles de conocimientos científicos y
tecnológicos entre la población son claramente mejorables. Esta incultura
tecnológica, en una era en la que somos completamente dependientes de ella,
resulta preocupante pues nos convierte en seres indefensos tanto desde el punto
de vista personal como colectivo. Por ello, es imprescindible dotar a los
ciudadanos no sólo de un lenguaje científico, sino de enseñarles a desmitificar y a
descodificar las creencias adheridas a la Ciencia y a los científicos, así como a
discernir entre las desigualdades generadas por el mal uso de la Ciencia y sus
condicionantes económico-sociales.
Es fundamental acceder a los conocimientos científicos porque nos permite
explorar el potencial de la naturaleza, sin dañarla y respetando nuestro planeta.
Igualmente, el conocimiento científico nos ayuda a tener un control sobre la
selección y el mantenimiento de la tecnología que se utiliza en nuestro día a día.
La realidad es que la Ciencia constituye una parte fundamental de nuestra vida,
formando parte de nuestro entorno y nuestra cultura, lo que hace que nadie se
pueda considerar adecuadamente culto sin una comprensión de los rudimentos
que la constituyen. (Claxton, 1994).
Estudios realizados a escala internacional nos han permitido visibilizar una
importante reducción de la vocación científica de la sociedad. Investigaciones
realizadas por la Comisión Europea (EC, 2001) nos muestran la opinión de
estudiantes europeos de alrededor de 15 años en relación a las Ciencias y la
Tecnología. Observándose en esta encuesta como la falta de interés de los
jóvenes hacia las ciencias viene justificado en general por una falta de atractivo de
las clases (67 %), a su dificultad (55 %), al desinterés (50%) y en cierta medida a
la mala imagen de la ciencia en la sociedad (30%).
De igual forma, dentro del marco del Sistema Educativo Español, el Instituto
Nacional de Evaluación y Calidad del Sistema Educativo (INECSE, 2003) nos
muestra que estudiantes que acaban la Enseñanza Secundaria Obligatoria indican
en un 40% que las Ciencias de la Naturaleza es el área que les despierta un
mayor interés, no obstante el 60% de estos alumnos considera que las ciencias
implican un alto grado de dificultad en su aprendizaje lo cual les hace perder su
interés por las mismas.
Es importante destacar que la desmotivación de los jóvenes hacia el estudio de
carreras científicas no está delimitada por una sola causa, sino que es un
problema complejo que comprende gran cantidad de variables.
Por un lado, destacamos el papel del currículo, como uno de los factores más
ampliamente estudiados dentro de la literatura, siendo en gran medida el
responsable principal de la aversión de los estudiantes ante las asignaturas de
ciencias (Martin, 2008). Y es que, la falta de motivación ante el contenido de las
asignaturas de ciencias se puede considerar un valor determinante para que los
alumnos/as decidan finalmente abandonar sus estudios científicos en la etapa
postobligatoria (Cleaves, 2005).
LA CIENCIA EN LA MEDICINA
Los increíbles progresos producidos en distintos campos de las ciencias en el
último tercio del siglo XX obligan a reflexionar de qué manera un país en vías de
desarrollo como el nuestro puede diseñar estrategias para adecuarse e intentar
disminuir la brecha con el mundo desarrollado.
El problema pasa por una consideración cultural la ausencia generalizada de una
percepción en la sociedad chilena sobre la importancia de la ciencia y la
tecnología para el progreso de la nación. Es el primer hecho que deberíamos
intentar revertir, haciendo el máximo de los esfuerzos para crear la conciencia de
lo urgente de nuestra incorporación plena en el mundo de hoy.
En el caso de la Medicina, las consideraciones anteriores tienen una gran validez:
los avances en el conocimiento biomédico han sido espectaculares y, al mismo
tiempo, escalofriantes por las connotaciones éticas que implican para el ser
humano. Este punto pone el problema en su doble dimensión de conocimiento y
de responsabilidad moral. Lo que parecía una posibilidad teórica muy lejana está
aquí y ahora, y no podemos soslayar la necesidad de enfrentarlo.
La pregunta que cabe hacerse es cuán preparados estamos como médicos
clínicos para internalizar esos conocimientos y los que aparezcan en el futuro,
abandonando la actitud de quedarnos satisfechos con una información superficial
y casi anecdótico de lo que está sucediendo en el mundo científico.
Dos aspectos prácticos que dimensionan la real disociación que existe entre los
nuevos conocimientos biomédicos y la práctica de la Medicina, se aprecian en la
dificultad creciente de una gran mayoría de los médicos para leer la literatura
biomédica y en la aplicación mecanicista de nuevas herramientas diagnosticas y
terapéuticas, sin una real comprensión de sus mecanismos de acción.
Hay que reconocer que el volumen de información con que se cuenta es
abrumador y, peor aún, que el intervalo entre la generación de un nuevo
conocimiento y su aplicación en la práctica es cada vez mas corto como producto
de la globalización.
¿Qué hacer en estas circunstancias?
Sin entrar en consideraciones de política científico-tecnológica en Chile, quisiera
solo abordar algunos aspectos de educación superior/investigación que parecen
relevantes para solucionar el problema.
Debemos partir reconociendo que la Medicina clínica se apoya fuertemente en la
investigación básica y que la preparación actual de nuestros médicos no ha
enfatizado la importancia de este punto.
Por otra parte, la necesidad de efectuar investigación propia en el país no admite
réplica: es la única manera de permanecer vigente en el concierto internacional y
no tener dependencia cultural. Pero junto a esta premisa debe agregarse una
segunda: la investigación que se efectúe debe ir dirigida a resolver nuestros
propios problemas, debe ser sentida como útil y relevante por nuestra población.
Todos sabemos que la investigación de frontera en Medicina, no solo en Chile sino
en todo el mundo, no está en manos de los médicos, sino más bien en biólogos,
bioquímicos y otros profesionales, hecho que se explica por el énfasis
profesionalizante que se le ha dado a la carrera, sin el adecuado incentivo a la
vocación científica.
El impulso al desarrollo de la investigación por médicos debe iniciarse con
profundas modificaciones en los currículos de las carreras médicas. La manera
como enseñamos Medicina y sus carreras afines debe ser cambiada. La
enseñanza debe ser planteada como una guía para entender, para desarrollar un
pensamiento crítico, para lograr independencia de criterio y preparación para los
cambios. Todo estudiante de Medicina debe ser preparado para prevenir y atender
los problemas prioritarios de salud de la población en un marco ético, pero
también para desarrollar su eventual capacidad de efectuar investigación, no
importando cuál vaya a ser su destino final: generalista, especialista, Ph D. Este
planteamiento no significa una imposición de trabajo de investigación o de tesis en
las carreras, sino más bien a un cambio de actitud: el estudiante no debiera ser un
banco de datos, sino un ser inquieto, capaz de cuestionar y resolver problemas.
Factor primordial en este enfoque medicina/investigación es el desarrollo más y
mejores programas de doctorado en el país y el aseguramiento de una oferta
laboral interesante para sus egresados.
Junto al impulso a los doctorados en Medicina, los actuales programas de
especialización de postítulo deben profundizar el conocimiento de las bases
conceptuales de la respectiva especialidad (cursos de enlace básico clínico) y
preparar a los recién egresados para la compresión de las tecnologías
emergentes.
En resumen, debiera existir un apoyo importante para que cada vez un número
mayor de médicos decidan incorporarse a la investigación, favoreciendo la
existencia de núcleos clínicos de investigación temática que sean focos de
irradiación de nuevos conocimientos y de resolución de problemas.
Los médicos egresados con algunos años de profesión y alejados de los centros
formativos, debieran contar con programas de actualización con énfasis en
conocimientos básicos aplicados a la clínica, para mantener la eficiencia
profesional y permitirles una acreditación periódica que es deseable para la
población.
Todas estas consideraciones caen en el vacío más absoluto si el país no sabe
elaborar una política coherente y mantenida de Ciencia y Tecnología, con recursos
económicos que se relacionen adecuadamente a sus expectativas de crecimiento.
Esta política debe apoyar fuertemente la formación y permanencia de los recursos
humanos especializados, la investigación de excelencia, el desarrollo de líneas
prioritarias de investigación, la creación de fondos sectoriales para los temas de
interés, el compromiso de las empresas, la renovación de equipos y tecnologías y,
más que nada, lograr la conciencia en la sociedad que el progreso y la
independencia intelectual de los pueblos depende del nivel cultural de ellos.
LA CIENCIA EN LA VIDA COTIDIANA
La ciencia es hoy un componente característico de la condición humana. Puede
nominarse como una forma de la conciencia social moderna. Su presencia pública
en la información corriente, sus métodos de razonar y demostrar, su belleza, son
componentes obligados en una sociedad con aspiraciones socialistas que pone al
ser humano y su colectividad, su dignidad y libertad, por encima de cualquier cosa.
Los intereses de información de las personas son muy variados y el diseño,
espontáneo y dirigido, de los medios de comunicación en un país suele responder
a esos intereses. Es verdad que la espontaneidad completa está ausente en todas
partes, incluyendo a los países que dicen tener al mercado como único patrón
para la construcción de contenidos. Siempre hay intereses poderosos que
determinan lo que se multiplica a la mayoría de los ciudadanos en términos de
información. Mucho y muy trascendente se podría razonar en torno a esto.
Sobre estos dos elementos, la importancia de la ciencia y las temáticas de los
medios masivos de comunicación, resulta obligado aproximarnos a lo que debería
ser la presencia de la ciencia en la información que le llega a un cubano típico en
pleno siglo XXI. Afortunadamente, otras formas similarmente enriquecedoras de la
conciencia social como la vida y creación artísticas y el cultivo de las habilidades
del cuerpo humano en el deporte tienen una apreciable presencia en los medios
de nuestro país. Muchas insatisfacciones pueden existir con ellas, mucho más
podría hacerse para ponerlas a la altura de los tiempos, pero siempre se opinaría
sobre algo que ya existe y goza de presencias constantes en todos los medios,
tanto impresos como electrónicos.
Desafortunadamente, un país que ha creado un movimiento científico significativo
a partir de la casi nada, gracias a una Revolución innovadora, carece de una
equivalente presencia de la ciencia, la tecnología y la innovación en sus medios.
Oficialmente tenemos órganos divulgativos y de discusión como “Juventud
Técnica” y en algunos momentos disfrutamos de informaciones adecuadas en
otros medios.
Pero un país que produce anualmente cerca de un centenar de resultados
científicos comprobados y muy trascendentes, como son los premiados
anualmente por nuestra Academia de Ciencias, no divulga y multiplica a toda la
población sus contenidos, que nos enriquecerían material y espiritualmente.
Muchas otras fuentes de ciencia “hecha en Cuba”, en universidades y centros de
investigaciones, se mantienen más invisibles a la población que hechos, a veces
ciertamente insignificantes, de otras facetas de la vida espiritual del país.
Afortunadamente se han incorporado materiales a nuestra televisión que
contribuyen a mantener una presencia del conocimiento científico y sobre todo
naturalista entre los cubanos, procedentes en su inmensa mayoría del extranjero.
Sin embargo, es imaginable que la factura foránea de esos materiales puede
trasmitir una nefasta idea heredada: “¡Que inventen ellos!”, se le atribuye a un
pensador peninsular muy influyente. “¡Inventa tu maquinaria!”, deberíamos decir
en todas partes, como se hizo de alguna forma en los años iniciales de la
Revolución, cuando Fidel y el Che nos invitaron a ser creativos y cambiarlo todo,
para supervivir y avanzar, en medio de adversidades y agresiones.
Nuestra escuela imparte hermosos contenidos desde que un niño comienza a oír
las clases de sus maestros y a leer maravillas como “La Edad de Oro”,
monumento a la ética y al espíritu creador (y también científico y tecnológico) que
nos legó Martí. Sin embargo, puede apreciarse que muchos de los principios de
razonamiento científico actuales están ausentes en nuestra cultura popular media.
No se imparten en la escuela como elementos centrales para enfrentar la vida de
un siglo marcado como nunca antes por la ciencia, como es el actual.
Muchos apreciamos, justificadamente o no, que los contenidos docentes de las
ciencias que se imparten en la escuela general están subordinados a la
metodología de la enseñanza, como si se pudiera enseñar bien algo que se
conoce a medias. El reto de que los niños y jóvenes en las escuelas de este siglo
XXI deberían tener en sus bolsillos y mochilas dispositivos electrónicos con
acceso a toda la información del mundo, como se hace actualmente en cualquier
sociedad informatizada, nos debería obligar emergentemente, con prisa y sin
pausa, a reformar nuestros contenidos, reciclar y equipar a nuestros maestros y
profesores y ponernos a la altura de un muy deseado socialismo próspero y
sostenible.
Los cubanos de hoy, y mucho más los del mañana, deberíamos tener la ciencia y
el conocimiento científico, las formas de ponerlos en práctica y la iniciativa e
innovación en el centro de nuestra vida espiritual y material, tanto como cultivamos
la creación artística y nuestros músculos.