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Introducción
Como todavía no tenemos una visión completa de la AE, voy a ofrecer aquí solo unas
notas que sirvan para aproximar a esta apuesta por lo nuevo y para incentivar a su
estudio.
Antecedentes
Estamos al final de la 2ª. Guerra Mundial, cuando las potencias del Eje y su propuesta
política se batían en retirada. Aquí, en 1945 se inicia una experiencia democrática que el
poder oligárquico no toleraría y cuyo desarrollo impediría con el auxilio del poder
militar.
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En el Perú, las fronteras entre la oligarquía agro-minera exportadora y el resto de las
categorías sociales estaban claramente delimitadas. El orden oligárquico estaba todavía
suficientemente firme como para obstaculizar el desarrollo de ensayos demo-liberales,
populistas y socialistas. Estas tendencias eran todavía percibidas desde la perspectiva
oligárquica como un paquete relativamente uniforme y casi sinónimo de desgobierno y
anarquía. El orden establecido trataba de mantener a raya a un supuesto caos que se
colaba por los intersticios del sistema. Para sostener ese orden, los diversos dominios de
la cultura tenían que seguir supeditados a una tradición conservadora, ritualista y
aldeana.
Desde muy temprano pensaron en la publicación de una revista, pero el mentor del
grupo de arquitectos, Luis Miró Quesada Garland, prefirió esperar a que los conceptos
básicos estuviesen más claros para todos y hubiese una más acendrada comunidad de
ideas.
El gesto inicial
Yo diría, como hipótesis preliminar, que el gesto que indica el nacimiento del grupo con
perfil propio, es decir las primeras palabras de la agrupación como algo que se sabe
diverso y que quiere ser recibido como diverso, lo constituyen dos acontecimientos: la
carta de y sobre el Cusco (El Sol, Cusco, 30 de septiembre de 1946) y la “Expresión de
Principios”, publicada en Lima (15 de mayo de 1947).
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El primero, el artículo de El Sol, es una especie de osadía generacional que, aunque
improvisada –ocurre en una excursión que varios miembros de la promoción de
arquitectura de 1946 de la Escuela de Ingenieros hacen al Cusco-, recoge claves
esenciales del credo modernista, recientemente aprendido. El artículo, por otra parte,
asume una posición clara, que el grupo mantendrá, en el vieja polémica entre lo
autóctono y lo occidental. Su posición es de respetuosa aunque contradictoria
coexistencia de lo incaico, por un lado, y lo hispánico, por otro. Rechazan, por tanto, los
intentos del llamado estilo “neocusqueño” que pretende “revivir la pasada
ornamentación sin poseer el espíritu que la creó”, produciendo así una “vulgar
reproducción de joyas verdaderas”.
La posición asumida con respecto al estilo neocusqueño prefigura la que tomarán luego
con respecto a cualquier moda “neo”. Para ellos la arquitectura, la verdadera, tiene que
ver con dos principios básicos: lógica en el empleo del material y sinceridad en la
expresión de las concepciones y sentimientos de cada pueblo en cada momento de su
historia. La verdad a la que apuntan y la racionalidad que los conduce a ella tiene poco
que ver con los hibridismos pretendidamente sintetizadores de las corrientes “neo”.
Como hombres modernos no les asusta la contradicción. Entienden la síntesis más como
coexistencia conflictiva de lo uno y lo otro que como maquillamiento de
contradicciones. Se saben enraizados en esa tensión bipolar que constituye la médula de
lo peruano y, por eso, veremos en su producción posterior, quieren sentir como propio
el mundo de lo uno y de lo otro. No es por cierto gratuito, me atrevo a decir, el respeto y
la cercanía que los miembros de la AE sentirán por José María Arguedas.
Explorar esos caminos y diseñar estrategias para seguirlos desde una enriquecedora
convivencia interdisciplinaria es quizás el distintivo del grupo de gentes reunidas en la
AE y sus alrededores.
Hasta donde conocemos, son estos gestos, más concretamente el segundo por su
carácter formal, y el conjunto de actividades del grupo lo que fue constituyendo la AE.
Cabe preguntarse ¿qué fue exactamente la AE: una corriente filosófica, una escuela
artística, un grupo de estudio, un foro de discusión, un gesto político, una alternativa
ética, una propuesta de vida cotidiana, una orientación socio-antropológica, una
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posición cultural, un taller de arquitectura y urbanismo, un cenáculo literario …?
Probablemente fue todo esto y quizá más. Quiero decir que el carácter polisémico del
concepto “Agrupación Espacio” impide que demos de él una definición precisa, al
menos en esta etapa de investigación.
Los propios agrupados se ven a sí mismos como “una generación que anhela un mundo
al servicio del hombre y que por ello pone en sus obras una fe inquebrantable en el
futuro.” Su tarea principal consiste en “difundir de la manera más amplia las ideas
básicas de la contemporaneidad y seguir trabajando de este modo para que un criterio
humano y más técnico guíe los asuntos comunales.” Se trataba, en el recuerdo de
Eduardo Neira cuarenta años después del surgimiento de la AE, de un “movimiento
reformista”, un grupo de estudio, un foro permanente de discusión en el que jóvenes
estudiantes, profesionales e intelectuales, con la contribución de maestros como Luis
Miró Quesada G., encuentran el ambiente propicio para la exploración de territorios y
posibilidades que la universidad no exploraba. Es en ese ambiente en el que estos
jóvenes aprenden las conexiones y mutuas implicancias entre arte, cultura y sociedad.
No es, por tanto, gratuito que sea en el seno mismo de la AE y sus alrededores en donde
se vayan incubando algunas de las más importantes formulaciones políticas de los años
siguientes. Contribuye no poco a ello la conciencia de los miembros del grupo de
saberse innovadores, “sanamente regeneradores” y, consiguientemente, unidos contra
rutinarios, caducos y retardatarios.
Una manera de delimitar el grupo es dando cuenta de las personas que estuvieron de una
u otra manera implicadas en él. Aun a riesgo de incurrir en omisiones importantes, he
aquí algunos de los que, a juzgar por los créditos de la revista “Espacio”, órgano de la
agrupación, constituyeron el núcleo del grupo: Santiago Agurto Calvo, Javier Cayo,
Adolfo Córdova, Carlos Cueto Fernandini, Mayaya Gamjio Palacio, Celsa Garrido
Lecca, Emilio Herman S., Enrique Iturriaga, Luis Miró Quesada Garland, Eduardo
Neira, Samuel Pérez Barreto, Sebastián Salazar Bondy, Fernando de Szyszlo, Blanca
Varela, Luis Vera, Carlos Williams.
Podemos sí afirmar que no todos los indicados desempeñaron el mismo papel dentro del
grupo. El reconocimiento de Luis Miró Quesada G. como el mentor del grupo parece
general. Son igualmente importantes las funciones de algunos de ellos en los trabajos
relacionados con la revista “Espacio”: Pérez Barreto, Córdova, Szyszlo, Salazar Bondy.
Solo cuando hayamos terminado la investigación del conjunto de actividades de la AE
estaremos en condiciones no solo de dar a conocer los nombres de los “miembros” de la
agrupación sino de diferenciar las funciones desempeñadas por cada uno de ellos.
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publicaron 9 números con una periodicidad que en ocasiones estuvo librada a los
humores religiosos de la editorial Lumen.
“Espacio” es una revista de posición desde su primer número. “El mundo de hoy está
dividido en dos fracciones: la de los individuos que se esfuerzan por mantener los
viejos sistemas y órdenes de la vida, y la de los hombres que luchan por la vida nueva.”
No es necesario decir que la parcialidad y partidicidad –toma de parte y de partido- de la
AE es manifiesta a favor de la segunda posición. Voy a fijarme aquí como muestra solo
en las frases emblemáticas que, en cada número, aparecen debajo del título de la revista:
“El arte es un llamado a la comunión de los hombres” (H. Faure), “La especie humana
no tiene límites” (D. H. Lawrence), “El hombre es un fin, no un medio” (M. de
Unamuno), “Quien quiera crecer tiene que echar raíces en la tierra” (Van Gogh),
“¿Cusco? ¡Magnífica oportunidad, seguramente!” (Le Corbusier), “Libertad al
hombre, y él creará” (Saint Exupéry), “A los jóvenes de todas las edades” (E.
Saarinen), “La naturaleza es una pregunta … el arte es la respuesta” (Van Doesburg).
Durante varios años, por ejemplo, mantuvieron una página semanal en “El Comercio”
(“Colabora la Agrupación Espacio”) con la misma finalidad de difusión, debate, crítica
y propuesta que anima a la revista “Espacio”. Aprovecharon, por lo demás, este espacio
que les brindaba “El Comercio” para difundir sus otras actividades, así como para
desarrollar campañas como aquella que emprendieron en favor de una pensión de
viudez para Georgette de Vallejo y para impedir que los restos del poeta fueran echados
a la fosa común por falta de pago.
Perspectiva internacional
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quienes desde otros países estaban embarcados en proyectos similares y daban luz
publicaciones parecidas: Espacio, en México; Anteproyecto, en Río de Janeiro; Pilotis,
en Sao Paulo; Espac,o, en Porto Alegre; Pórtico, en Medellín; Proa, en Bogotá; Pro
Arte, en Santiago; Módulo, en Panamá.
Hay que decir, sin embargo, que el espíritu abierto a los nuevos vientos que soplan
desde más allá de nuestras fronteras –característica esencial y razón de ser de la AE- no
merma en ella el respeto y la devoción por lo peruano. Analizar en profundidad la
dialéctica entre devoción a lo propio y apertura a lo otro es uno de los cometidos de la
investigación que tenemos entre manos. Mientras tanto, dejemos solo esta nota de la
ciudadanía ampliada a la que aspira la AE.
Coda
Es todavía pronto para atreverse a una valoración crítica de la AE. Antes hay que
transitar los caminos que ella abrió y reunir la información disponible para estudiarla en
profundidad. Recojo, sin embargo, la autocrítica de uno de los pocos miembros del
grupo que se ha ocupado de la AE. Me refiero a Adolfo Córdova y a su “Testimonio de
parte”, que he usado aquí profusamente.