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Aproximaciones a la “Agrupación Espacio”

José Ignacio López Soria

Publicado en: Medio de Construcción. Revista mensual de diseño y construcción. Lima,


n° 126, mayo 1997, p. 18-23.

Introducción

Es indudable que el puñado de arquitectos, artistas y, en general, intelectuales que


constituyó y dio vida a la “Agrupación Espacio” (en adelante: AE) al final de los años
40 contribuyó a desencadenar en el Perú el proceso de la modernidad tanto en las
esferas de la cultura como en los subsistemas sociales. Este fenómeno, sin embargo, no
ha merecido hasta ahora la atención de los estudiosos a pesar de que en él es posible
encontrar buena parte de las claves para la comprensión del Perú contemporáneo.
Artículos sueltos de Eduardo Neira y Carlos Doblado, entre otros, y un “Testimonio de
parte” de Adolfo Córdova son algo de lo poco que se ha escrito sobre un fenómeno
cultural que agrupó a gentes como Luis Miró Quesada G. (Cartucho), Sebastián Salazar
Bondy, Fernando de Szyszlo, Enrique Iturriaga, Celso Garrido Lecca, Adolfo Córdova,
Blanca Varela, Santiago Agurto, Carlos Williams y Eduardo Neira, entre otros.

Recogiendo una experiencia que desarrollé en Cusco con alumnos egresantes de


arquitectura de la Universidad San Antonio Abad en 1991, nos hemos propuesto, ahora
con los egresados de la maestría de arquitectura de la UNI y con algunos profesores,
realizar una investigación sobre la AE cuyo resultado se expresará en tesis para los
alumnos y en un libro que esperamos publicar a comienzos del 98.

Como todavía no tenemos una visión completa de la AE, voy a ofrecer aquí solo unas
notas que sirvan para aproximar a esta apuesta por lo nuevo y para incentivar a su
estudio.

Antecedentes

Mientras en el ámbito nacional e internacional se imponían la democracia y el cambio,


en la Escuela de Ingenieros seguía predominando el autoritarismo y el inmovilismo, ha
recordado Adolfo Córdova en su “Testimonio de parte” sobre la AE.

Estamos al final de la 2ª. Guerra Mundial, cuando las potencias del Eje y su propuesta
política se batían en retirada. Aquí, en 1945 se inicia una experiencia democrática que el
poder oligárquico no toleraría y cuyo desarrollo impediría con el auxilio del poder
militar.

El surgimiento de la AE se inscribe, pues, en el ambiente de restauración de la


democracia y de búsqueda de lo nuevo que caracterizó a los años inmediatamente
posteriores a la 2ª. Guerra Mundial, años en los cuales al “Guerra Fría” no había trazado
todavía un muro infranqueable entre los ideales socialistas y los liberales. Los dos
mundos en los que nos dividieron poco después no estaban todavía claramente
delimitados.

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En el Perú, las fronteras entre la oligarquía agro-minera exportadora y el resto de las
categorías sociales estaban claramente delimitadas. El orden oligárquico estaba todavía
suficientemente firme como para obstaculizar el desarrollo de ensayos demo-liberales,
populistas y socialistas. Estas tendencias eran todavía percibidas desde la perspectiva
oligárquica como un paquete relativamente uniforme y casi sinónimo de desgobierno y
anarquía. El orden establecido trataba de mantener a raya a un supuesto caos que se
colaba por los intersticios del sistema. Para sostener ese orden, los diversos dominios de
la cultura tenían que seguir supeditados a una tradición conservadora, ritualista y
aldeana.

En este ambiente y fieles a los movimientos de reforma universitaria de la mitad de los


años 40, los alumnos de arquitectura de la entonces Escuela de Ingenieros (hoy, UNI),
con el apoyo de profesores como Rafael Marquina y Héctor Velarde, comienzan a exigir
cambios en la formación a fin de dedicar más tiempo a los trabajos de taller y de salir de
las rigideces de los estilos consagrados como clásicos. Como en el movimiento de
reforma de 1918-1919, los partidarios de la reforma de los años 40 buscaron incorporar
al quehacer universitario a intelectuales y profesionales que aportaran sangre nueva.
Ingresaron así a la Escuela de Ingenieros como profesores o conferencistas Mario
Gilardi, Luis Miró Quesada G., F. Belaúnde Terry, L. Dorich, C. Morales Machiavelo y
M. Seoane, entre otros. Algunos de ellos, durante sus estudios en el extranjero, habían
seguido de cerca las nuevas tendencias artísticas, arquitectónicas y urbanísticas. Le
Corbusier se presentaba ante sus ojos como la principal fuente de inspiración. El
racionalismo modernista y la planificación de la intervención en la realidad se
convierten, pues, en la sustancia del creo de los nuevos reformadores.

Adolfo Córdova ha recordado en su “Testimonio de parte” que la búsqueda de los que


compondrían la AE se desarrollaba en otros escenarios, además del estrictamente
universitario, y por otros territorios, además de los propios de la profesión de
arquitectura. En la casa de la tía Anita de la bajada de los baños de Barranco coincidían
en veladas de intercambio y exploración colectiva gentes como Celso Garrido, Samuel
Pérez Barreto, Leopoldo Chariarse, Carlos Williams, Jorge Piqueras y Carlos Espinoza.
Leían a Vallejo, Huxley, Proust, Kafka, Neruda, Guillen, Hesse. Pronto, el grupo entra
en relación con otros colectivos e individualidades del mundo del arte en Lima:
Fernando de Szyszlo, Sebastián Salazar Bondy, Carlos Rodríguez, Blanca Varela, Javier
Sologuren y Jorge Eielson. La Escuela de Artes de la Universidad Católica se constituye
también en semillero de exploradores de lo nuevo.

Desde muy temprano pensaron en la publicación de una revista, pero el mentor del
grupo de arquitectos, Luis Miró Quesada Garland, prefirió esperar a que los conceptos
básicos estuviesen más claros para todos y hubiese una más acendrada comunidad de
ideas.

El gesto inicial

Yo diría, como hipótesis preliminar, que el gesto que indica el nacimiento del grupo con
perfil propio, es decir las primeras palabras de la agrupación como algo que se sabe
diverso y que quiere ser recibido como diverso, lo constituyen dos acontecimientos: la
carta de y sobre el Cusco (El Sol, Cusco, 30 de septiembre de 1946) y la “Expresión de
Principios”, publicada en Lima (15 de mayo de 1947).

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El primero, el artículo de El Sol, es una especie de osadía generacional que, aunque
improvisada –ocurre en una excursión que varios miembros de la promoción de
arquitectura de 1946 de la Escuela de Ingenieros hacen al Cusco-, recoge claves
esenciales del credo modernista, recientemente aprendido. El artículo, por otra parte,
asume una posición clara, que el grupo mantendrá, en el vieja polémica entre lo
autóctono y lo occidental. Su posición es de respetuosa aunque contradictoria
coexistencia de lo incaico, por un lado, y lo hispánico, por otro. Rechazan, por tanto, los
intentos del llamado estilo “neocusqueño” que pretende “revivir la pasada
ornamentación sin poseer el espíritu que la creó”, produciendo así una “vulgar
reproducción de joyas verdaderas”.

La posición asumida con respecto al estilo neocusqueño prefigura la que tomarán luego
con respecto a cualquier moda “neo”. Para ellos la arquitectura, la verdadera, tiene que
ver con dos principios básicos: lógica en el empleo del material y sinceridad en la
expresión de las concepciones y sentimientos de cada pueblo en cada momento de su
historia. La verdad a la que apuntan y la racionalidad que los conduce a ella tiene poco
que ver con los hibridismos pretendidamente sintetizadores de las corrientes “neo”.
Como hombres modernos no les asusta la contradicción. Entienden la síntesis más como
coexistencia conflictiva de lo uno y lo otro que como maquillamiento de
contradicciones. Se saben enraizados en esa tensión bipolar que constituye la médula de
lo peruano y, por eso, veremos en su producción posterior, quieren sentir como propio
el mundo de lo uno y de lo otro. No es por cierto gratuito, me atrevo a decir, el respeto y
la cercanía que los miembros de la AE sentirán por José María Arguedas.

La “Expresión de Principios” de los jóvenes innovadores de la AE tiene las


características convencionales de los manifiestos. Después de una declaración de
principios histórico-filosóficos referidos al tiempo y al espacio, a la vida humana y a la
historia, afirman la novedad del mundo contemporáneo que consiste, para ellos, en
cambios fundamentales que están ocurriendo en los dominios del ser, del conocer y del
hacer, y que conducen al descubrimiento del hombre como el valor primordial. Se trata,
por otra parte, de un hombre nuevo cuyos nuevos territorios y potencialidades ellos se
encargarán de explorar y explotar. El arte nuevo, que viene desde la segunda mitad del
siglo XIX, es fruto de una nueva sensibilidad que trata de dar forma a la experiencia
humana total. La arquitectura es arte de síntesis que, evolucionando de la inautenticidad
al funcionalismo, se dirige al encuentro del hombre total. El Perú, hundido en el retraso
aunque no exento de luminarias individuales, no ha podido todavía enrumbarse por los
caminos de la modernidad.

Explorar esos caminos y diseñar estrategias para seguirlos desde una enriquecedora
convivencia interdisciplinaria es quizás el distintivo del grupo de gentes reunidas en la
AE y sus alrededores.

Hasta donde conocemos, son estos gestos, más concretamente el segundo por su
carácter formal, y el conjunto de actividades del grupo lo que fue constituyendo la AE.

Hacia una delimitación

Cabe preguntarse ¿qué fue exactamente la AE: una corriente filosófica, una escuela
artística, un grupo de estudio, un foro de discusión, un gesto político, una alternativa
ética, una propuesta de vida cotidiana, una orientación socio-antropológica, una

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posición cultural, un taller de arquitectura y urbanismo, un cenáculo literario …?
Probablemente fue todo esto y quizá más. Quiero decir que el carácter polisémico del
concepto “Agrupación Espacio” impide que demos de él una definición precisa, al
menos en esta etapa de investigación.

Los propios agrupados se ven a sí mismos como “una generación que anhela un mundo
al servicio del hombre y que por ello pone en sus obras una fe inquebrantable en el
futuro.” Su tarea principal consiste en “difundir de la manera más amplia las ideas
básicas de la contemporaneidad y seguir trabajando de este modo para que un criterio
humano y más técnico guíe los asuntos comunales.” Se trataba, en el recuerdo de
Eduardo Neira cuarenta años después del surgimiento de la AE, de un “movimiento
reformista”, un grupo de estudio, un foro permanente de discusión en el que jóvenes
estudiantes, profesionales e intelectuales, con la contribución de maestros como Luis
Miró Quesada G., encuentran el ambiente propicio para la exploración de territorios y
posibilidades que la universidad no exploraba. Es en ese ambiente en el que estos
jóvenes aprenden las conexiones y mutuas implicancias entre arte, cultura y sociedad.
No es, por tanto, gratuito que sea en el seno mismo de la AE y sus alrededores en donde
se vayan incubando algunas de las más importantes formulaciones políticas de los años
siguientes. Contribuye no poco a ello la conciencia de los miembros del grupo de
saberse innovadores, “sanamente regeneradores” y, consiguientemente, unidos contra
rutinarios, caducos y retardatarios.

Una manera de delimitar el grupo es dando cuenta de las personas que estuvieron de una
u otra manera implicadas en él. Aun a riesgo de incurrir en omisiones importantes, he
aquí algunos de los que, a juzgar por los créditos de la revista “Espacio”, órgano de la
agrupación, constituyeron el núcleo del grupo: Santiago Agurto Calvo, Javier Cayo,
Adolfo Córdova, Carlos Cueto Fernandini, Mayaya Gamjio Palacio, Celsa Garrido
Lecca, Emilio Herman S., Enrique Iturriaga, Luis Miró Quesada Garland, Eduardo
Neira, Samuel Pérez Barreto, Sebastián Salazar Bondy, Fernando de Szyszlo, Blanca
Varela, Luis Vera, Carlos Williams.

Advertimos, alrededor de este núcleo esencial, la presencia de otros artistas,


intelectuales y profesionales, pero no nos atrevemos todavía a reseñar una lista de
nombres.

Podemos sí afirmar que no todos los indicados desempeñaron el mismo papel dentro del
grupo. El reconocimiento de Luis Miró Quesada G. como el mentor del grupo parece
general. Son igualmente importantes las funciones de algunos de ellos en los trabajos
relacionados con la revista “Espacio”: Pérez Barreto, Córdova, Szyszlo, Salazar Bondy.
Solo cuando hayamos terminado la investigación del conjunto de actividades de la AE
estaremos en condiciones no solo de dar a conocer los nombres de los “miembros” de la
agrupación sino de diferenciar las funciones desempeñadas por cada uno de ellos.

La AE se define igualmente por el conjunto de actividades que desarrolló desde la


revista hasta las conferencias y sesiones de cine que organizaba.

La revista “Espacio” y otras actividades

De la revista “Espacio” conocemos 9 números: del 1 al 9-10. El número 1 es de mayo


de 1949, mientras que el número 9-10 es de diciembre de 1951. Entre 1949 y 1951 se

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publicaron 9 números con una periodicidad que en ocasiones estuvo librada a los
humores religiosos de la editorial Lumen.

“Espacio” es una revista de posición desde su primer número. “El mundo de hoy está
dividido en dos fracciones: la de los individuos que se esfuerzan por mantener los
viejos sistemas y órdenes de la vida, y la de los hombres que luchan por la vida nueva.”
No es necesario decir que la parcialidad y partidicidad –toma de parte y de partido- de la
AE es manifiesta a favor de la segunda posición. Voy a fijarme aquí como muestra solo
en las frases emblemáticas que, en cada número, aparecen debajo del título de la revista:
“El arte es un llamado a la comunión de los hombres” (H. Faure), “La especie humana
no tiene límites” (D. H. Lawrence), “El hombre es un fin, no un medio” (M. de
Unamuno), “Quien quiera crecer tiene que echar raíces en la tierra” (Van Gogh),
“¿Cusco? ¡Magnífica oportunidad, seguramente!” (Le Corbusier), “Libertad al
hombre, y él creará” (Saint Exupéry), “A los jóvenes de todas las edades” (E.
Saarinen), “La naturaleza es una pregunta … el arte es la respuesta” (Van Doesburg).

Además de la revista –sin duda, la actividad troncal del grupo- y complementariamente


a ella, los miembros de la AE se preocuparon por diversos medios (diarismo,
conferencias, reuniones culturales, etc.) de divulgar las expresiones modernas de la
cultura, informar sobre las principales manifestaciones artísticas, hacer crítica de arte,
literatura y arquitectura, discutir proyectos urbanísticos, defender el patrimonio
monumental, aportar soluciones a problemas arquitectónicos y urbanísticos, etc. Para
ello organizaron y desarrollaron actividades de diverso tipo cuyos detalles no han sido
aún investigados.

Durante varios años, por ejemplo, mantuvieron una página semanal en “El Comercio”
(“Colabora la Agrupación Espacio”) con la misma finalidad de difusión, debate, crítica
y propuesta que anima a la revista “Espacio”. Aprovecharon, por lo demás, este espacio
que les brindaba “El Comercio” para difundir sus otras actividades, así como para
desarrollar campañas como aquella que emprendieron en favor de una pensión de
viudez para Georgette de Vallejo y para impedir que los restos del poeta fueran echados
a la fosa común por falta de pago.

Además de la labor publicística, el grupo organiza conferencias y veladas musicales,


escribe memoriales a las autoridades sobre temas culturales, asiste a sesiones especiales
de la Municipalidad de Lima para discutir planes de obras, prepara y conduce foros
sobre temas de la agenda de política cultural del momento, auspicia la presentación de
obras de teatro e incluso organiza fecundas reuniones de discusión filosófica con la
participación de Carlos Cueto Fernandini, Luis Felipe Alarco y José María Arguedas. El
objetivo de estas reuniones era, según el anuncio que de ellas se da en “El Comercio”,
“contribuir a consolidar la conciencia de una integración fecunda entre las diversas
manifestaciones del espíritu.” Esta integración de las diversas manifestaciones del
espíritu es, sin duda, uno de los ejes articuladores del pensamiento y de la acción de los
miembros de la AE.

Perspectiva internacional

Característica saltante de la AE es su vocación internacionalista. El grupo se sabe parte


de un movimiento cuyas fronteras son más generacionales que nacionales. No es raro,
por tanto, que entre pronto en contacto y establezca relaciones de intercambio con

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quienes desde otros países estaban embarcados en proyectos similares y daban luz
publicaciones parecidas: Espacio, en México; Anteproyecto, en Río de Janeiro; Pilotis,
en Sao Paulo; Espac,o, en Porto Alegre; Pórtico, en Medellín; Proa, en Bogotá; Pro
Arte, en Santiago; Módulo, en Panamá.

Favorecen estas relaciones los congresos panamericanos de arquitectos, el VI de los


cuales se realiza en Lima en 1947. Estos contactos permiten, por ejemplo, al grupo
mexicano saludar con entusiasmo, desde “El Excelsior” de México, a la AE del Perú a
la que definen como “entidad cultural fundada en defensa de una arquitectura racional
y viviente y de su lugar en la trinchera del arte contemporáneo”. Los mexicanos, quizá
porque se saben “en una misma posición espiritual y ante un común mandamiento de
lucha”, identifican fácilmente la esencia de la AE, que ellos entienden como una guerra
contra “quienes prefieren buscar refugio contra su propia plenitud, a la temen, en las
fórmulas muertas pero conocidas. Agostado así el espíritu, el arte es sustituido por una
falsificación.”

Hay que decir, sin embargo, que el espíritu abierto a los nuevos vientos que soplan
desde más allá de nuestras fronteras –característica esencial y razón de ser de la AE- no
merma en ella el respeto y la devoción por lo peruano. Analizar en profundidad la
dialéctica entre devoción a lo propio y apertura a lo otro es uno de los cometidos de la
investigación que tenemos entre manos. Mientras tanto, dejemos solo esta nota de la
ciudadanía ampliada a la que aspira la AE.

Coda

Es todavía pronto para atreverse a una valoración crítica de la AE. Antes hay que
transitar los caminos que ella abrió y reunir la información disponible para estudiarla en
profundidad. Recojo, sin embargo, la autocrítica de uno de los pocos miembros del
grupo que se ha ocupado de la AE. Me refiero a Adolfo Córdova y a su “Testimonio de
parte”, que he usado aquí profusamente.

Córdova considera que la AE no estaba ideológicamente equipada para hacer frente al


autoritarismo, militarismo, dominación, injusticia y desigualdad que constituían los
problemas medulares de los días de Bustamante y Odría. Incapaz de enfrentar esos
problemas y zamaqueada por una realidad más dura que los predicamentos de los
modernistas, la AE se fue diluyendo para ir naciendo, ¿desde ella?, el Movimiento
Social Progresista.

Importante es subrayar finalmente la hipótesis que orienta nuestra investigación. Vemos


la AE como un semillero de modernidad en cuyos talleres se comienza a preparar parte
de las categorías conceptuales, valores, claves ideológicas, actitudes, percepciones, etc.
que informan las propuestas modernas en el Perú contemporáneo tanto en términos
culturales, artísticos y urbanísticos como políticos e ideológicos. La investigación nos
dirá si este supuesto es válido y cómo lo es.

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