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BORG ES Y LA LIT E RAT URA P OLIC IAL B E AT R IZ DO ALLO

Otros libros publicados La carrera literaria de Jorge Luis Borges se enraíza, Beatriz Celina Doallo
por la autora: desde 1920 con el periodismo de nuestro país, nació en Buenos Aires,
al que aporta artículos y críticas de libros en diarios y revistas. donde cursó estudios de letras,
Echeverría, el poeta de Mayo En aquellos tiempos de su trayectoria como poeta y escritor lenguas extranjeras y música.
Premio Nacional le apasionaban los cuentos y las novelas policiales. Orientó sus trabajos
Secretaría de Cultura Como todo ávido lector tenía sus autores preferidos de investigación hacia
de la Nación 1985 o abominados, sus críticas literarias eran fiel reflejo de sus opiniones. la historia y la literatura
categoría ensayo. De forma paralela Borges edificaba la magnifica estructura de sus de nuestro país.
poemas y textos, en muchos de sus cuentos incluye acciones criminales. Ha publicado distintos
Las vidas de José Hernandez Este libro analiza esa parte de la monumental obra borgeana, ensayos sobre personajes
Premio Nacional Secretaría sus trabajos como crítico y cuentista, su esfuerzo por dar a conocer de nuestra historia, muchos

Borges
de Cultura de la Nación 1988 a los buenos autores del género detectivesco de ellos han recibido premios
categoría ensayo. y su labor de jurado en certámenes de cuentos policiales. nacionales, fajas de honor
y menciones.
Alberdi, una voz desde el exilio Borges y la literatura policial ha sido distinguido
Premio Fondo Nacional por el Fondo Nacional de las Artes en 2007 en la categoría ensayo.
de las Artes 1988;
Faja de Honor
Sociedad Argentina de Autores
y Escritores (SADE) 1989 Y LA LITERATURA POLICIAL
Autor, crítico y jurado
categoría ensayo.

Cuentos de aquí y de allá


Faja de Honor
Sociedad Argentina de Autores
y Escritores (SADE) 1993
categoría cuentos.
Beatriz Doallo
Borges
Y LA LITERATURA POLICIAL
Autor, crítico y jurado

Beatriz Doallo

1
Beatriz Doallo
Borges y la literatura policial. 1a Ed.
Buenos Aires 2011
ISBN 978-987-33-1317-2
Formato: 17 x 23 cms
Paginas: 120

Autor: Beatriz Doallo

Coordinación editorial: Osvaldo Pacheco


carlososvaldopacheco@hotmail.com

Diseño tapa e interior: www.editorcv.com.ar

DR C 2011 Beatriz Doallo

ISBN 978-987-33-1317-2
Impreso en Argentina/Printed in Argentina
Bibliografika SA

Queda hecho el depósito que marca la ley 11723.


No se permite la reproducción parcial o total de este libro.

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Indice

Prologo ……………………………………………………..........................5

Primera Parte

Puntos de Vista

1-1 Los autores……………………………………………........................15

1-2 Argumentos y arquetipos………………………………......................27

Segunda Parte

La Obra

2-1 Historia con crímenes……………………………………....................45

2-2 Crímenes en colaboración………………………………......................75

2-3 Crímenes seleccionados………………………………..................…..105

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Hace casi 70 años, sentado en el
último peldaño de una escalera que ya no
existe, leí “The Pit and the Pendulum”;
he olvidado cuantas veces lo he releído o
me lo he hecho leer, sé que no he llegado
a la última y que regresaré a la cárcel
cuadrangular que se estrecha y al abismo
sin fondo

(Del Prologo de Jorge Luis Borges para


“La carta robada” de Edgar Alan Poe.
Madrid. Siruela. Colección
“La Biblioteca de Babel” Nº 18, 1985)

4
Prologo

Se suele afirmar que la primera historia policial ha sido el Edipo, de Sófocles.


En verdad, la obra tiene todos los elementos necesarios para un excelente
thriller (1): un secreto violento, de carácter sexual, que proviene del pasado de
los protagonistas, ninguno de los cuales es lo que parece; e, impregnándolo
todo, el deterioro moral que emana de los niveles más altos de determinada
sociedad. Luego de este auspicioso debut, pasaron siglos hasta que la historia
policíaca reapareciera, y lo hizo intercalada en cuentos y novelas, a manera de
ingrediente destinado a aumentar el dramatismo pero en modo alguno absor-
biendo el interés del lector. En la literatura universal hay ejemplos inestima-
bles de esa combinación: Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo (1831), Un
asunto tenebroso, de Honoré de Balzac (1841), Jane Eyre, de Charlotte Brontë
(1850), Oliverio Twist (1837/39), Martín Chuzzlewit (1843/44) y El misterio
de Edwin Drood, (1870/ inconclusa) de Charles Dickens.
Edgar Allan Poe (2) hizo publicar en Filadelfia, en 1841, un cuento de clima
asfixiante, Los crímenes de la calle Morgue, narración que inicia - o reinicia - el
género policial con una fundamental modificación: los asesinatos son el pre-

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texto, el peso del argumento recae sobre el investigador y su método deductivo.
En 1860 y 1868, respectivamente, se editan las obras de Wilkie Collins (3)
La dama de blanco y La piedra lunar, que se disputan con El caso Lerouge, de
Emile Gaboriau (4), publicada en 1863, el honor de ser las primeras novelas
policiales.
El género policial no se impuso con la celeridad y aceptación logradas por
otras modalidades literarias - el romanticismo y el naturalismo - en ese mis-
mo siglo XIX. Los principios fueron modestos: los tradicionales folletines de
los periódicos que trasladaban de un día a otro el interés por conocer la resolu-
ción de un crimen misterioso. No se referían hechos espeluznantes, a veces ni
tan siquiera se describía el cadáver de turno, la sangre era mínima o inexisten-
te, los escenarios, residencias de gente adinerada. La palabra inglesa detective
no se había popularizado aún; quien se encargaba de asir la punta del ovillo y
llegar al criminal solía ser un caballero erudito, en ocasiones algo excéntrico,
de hábitos sedentarios, y que actuaba ab honores. Las novelas policiales ocu-
paban la mayoría de sus renglones con coloquios de educado lenguaje entre
los representantes de la ley y el investigador amateur, quienes desmenuzaban
teorías entre vaharadas de humo de pipa. A los lectores les agradaba seguir las
alternativas de la investigación, puesto que les brindaba el acicate deductivo
que no les ofrecían las novelas románticas o de aventuras; también pesaba la
certeza, tan confortable, de que al final el bien triunfaría sobre el mal y el cri-
minal sería descubierto. En la vida real muchos, demasiados asesinos, quedan
impunes e ignorados, pero es absurdo suponer un cuento o una novela policial
donde el autor de un crimen permanezca desconocido pese a los esfuerzos del
detective o de la policía.
En 1882 Arthur Conan Doyle (5) creó uno de los mitos literarios más inque-
brantables: Sherlock Holmes y su fiel camarada, el doctor Watson. La popu-
laridad de la dupla desfacedora de entuertos fue inmediata y extraordinaria e
impulsó a muchos autores de novelas románticas, históricas, de costumbres, o
ensayistas, a canalizar sus esfuerzos hacia la literatura policial: surtieron a los
periódicos con tanto material para los folletines que la Primera Guerra Mun-
dial no logró disminuir su publicación en ambos lados del Atlántico.
Los editores de diarios pronto entendieron el buen negocio que significaba
reunir los folletines en libros e hicieron publicar los que resultaban más exi-

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tosos en volúmenes chicos, de bajo costo, papel e impresión ordinaria y tapas
en colores estridentes con ilustraciones tremebundas. Esto trajo aparejada la
decadencia del género, ya que ningún lector medianamente culto admitía esa
clase de libros en su biblioteca. A los burdos tomitos siguieron las revistas
consagradas al cuento y la novela policial; no lograron sacar a estas formas lite-
rarias del encasillamiento de subgénero en que la ramplonería libresca las había
insertado, pero sirvieron de vehículo para dar a conocer excelentes autores.
El investigador ya se nombraba detective y las historias policiales aún eran
juegos de deducción cuando en Estados Unidos ocurrieron dos calamidades:
la Ley Seca y la Depresión. En 1919 entró en vigencia la 18a. enmienda de la
Constitución norteamericana, prohibiendo la fabricación, venta y transporte
de bebidas alcohólicas. Los fabricantes clandestinos y los contrabandistas de
alcohol y de bebidas alcohólicas se extendieron por todo la nación, se orga-
nizaron, y a medida que las distintas bandas se disputaban monopolios terri-
toriales, la violencia en las calles se convirtió en un fenómeno cotidiano. Los
ciudadanos le perdieron el respeto a la ley, desafiaron las normas impuestas por
la Prohibición y comenzaron a despreciar a los organismos gubernamentales y
legales por su impotencia y corrupción interna. Los autores estadounidenses
dedicados al género policial, con alguna rara excepción - Ellery Queen (6) y
S.S.Van Dine (7) entre esos pocos - se hicieron eco de la violencia que en-
sangrentaba las grandes ciudades. El primer escritor que sacó el crimen de las
residencias y lo llevó a la calle fue Dashiell Hammett (8).
El viernes 29 de octubre de 1929, la crisis de la Bolsa de Nueva York iniciaba
una grave depresión económica en Estados Unidos, cuya peor consecuencia
fue que 17 millones de trabajadores quedaran cesantes. Este factor incre-
mentó el delito, ya que muchos desempleados se convirtieron en delincuentes.
Hammett y sus colegas afines, Raymond Chandler (9), James M. Cain (10),
William Riley Burnett (11) entre otros, fabulaban desde 1922 en la revista
“Black Mask” sobre las nuevos personajes, formas y significaciones que la lla-
mada Ley Seca, unida luego a la Depresión, imponían al crimen en
Norteamérica: el gangsterismo mafioso y los salteadores independientes como
John Dillinger, “Baby Face” Nelson y “Pretty Boy” Floyd. La nueva línea de
narrativa policial se denominó, en la década del ‘30, dura o hard-boiled (12);
abarcaba los aspectos más negativos de esta evolución del género: violencia,

7
crueldad, represión, corrupción, abuso de poder. La policía ya no era intacha-
ble; los detectives se dedicaban al negocio de la investigación, cobraban ho-
norarios y tenían oficinas que casi no utilizaban porque trajinaban de un lado
a otro en busca de pistas, daban y recibían golpes o balazos, y se involucraban
con mujeres de vida ligera.
Estas historias, aunque tomadas de una aflictiva realidad, originaron el recha-
zo de muchos lectores, apegados a la moderación de la pesquisa victoriana.
Los cuestionados autores ganaron la batalla gracias a Hollywood: el éxito de
taquilla de los films sobre gangsters o audaces detectives privados incitó a los
productores a filmar guiones basados en novelas policiales duras. En 1941
se estrenó la versión cinematográfica del libro de Hammett El halcón maltés,
la primera película del cine negro, y el ajedrez mental de los policiales clásicos
se despidió de la pantalla grande para no regresar, ni siquiera de la mano del
otrora taquillero Sherlock Holmes.
Aquí viene al caso referir cómo la narrativa policial hard-boiled adquirió el
nombre de negra. Durante la Segunda Guerra Mundial, las películas ameri-
canas estuvieron prohibidas en la Francia ocupada; tras la Liberación llegaron
los films rodados en EE.UU. desde 1939, gran parte de los cuales eran poli-
ciales duros. Los críticos franceses no tenían un término para definir esta clase
de cine y lo tomaron de la literatura: la editorial Gallimard publicaba la tra-
ducción francesa de las novelas de Hammett y Chandler en su colección “Série
Noire” y de ahí nació la expresión novela negra y, por derivación, cine negro.
Los lectores de historias policiales que rechazaban la truculencia de la orien-
tación dura, nacida de la impotencia de un país ante el avance del delito,
impulsaron una suerte de coalición anglo-norteamericana con sede en Lon-
dres, donde en 1929 se fundó el Detection Club ; sus asociados, escritores de
historias detectivescas, intentaron mantener sus características originales y,
para diferenciar su estilo del nuevo y descarnado creado por Hammett, lo
denominaron clásico inglés. Esa asociación pro-defensa de la novela de enigma
estuvo presidida por Gilbert K. Chesterton (13) y contó entre sus socios a
Agatha Christie (14), Anthony Berkeley (15), John Dickson Carr (16), Do-
rothy L. Sayers (17), Milward Kennedy (18) y Ronald A. Knox (19). Lejos
del Detection Club geográficamente, pero comulgando con sus preceptos, el
escritor Georges Simenon (20), que había publicado su primera novela poli-

8
cial en 1922, popularizaba en Francia un inefable personaje, el comisario Jules
Maigret.
Mientras esta guerra fría literaria se llevaba a cabo, las narraciones de índole
detectivesca no lograban elevarse de la categoría de subgénero. Poco interesaba
a los intelectuales el prestigio de muchos de sus autores, el apoyo de críticos
americanos y europeos, ni el espaldarazo que significó que el presidente nor-
teamericano Franklin Delano Roosevelt declarara a la prensa, en 1936 y en
plena campaña para su reelección, que aprovechaba sus escasos paréntesis de
ocio para leer novelas policiales (aunque no aclaró si clásicas o duras...). Veinti-
cinco años después otro presidente norteamericano, John Fitzgerald Kennedy,
confesaba su afición por las novelas de Ian Fleming (21).
En nuestro país, un poeta y escritor treintañero, apasionado explorador de los
misterios de la literatura germánica y anglosajona, entusiasta de los relojes
de arena, los tigres, los laberintos, el cinematógrafo, los mapas, el álgebra, el
ajedrez y las novelas de enigma, pugnaba, en la década del ‘30, por corregir el
pobre concepto que la crítica literaria y la mayoría del público lector tenían
de la narrativa policial. Se llamaba Jorge Francisco Isidoro Luis Borges; había
nacido en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899.

9
NOTAS:

1) Thriller: del inglés thrill, causar emoción viva, hacer estremecerse. Cosa, persona o
historia espeluznante o perturbadora.
2) Edgar Allan Poe: poeta, escritor y crítico estadounidense (1809-1849). Figura
sobresaliente de la literatura de su país, ejerció notable influencia en las letras de
Inglaterra y de Francia; creador de narraciones de misterio no superadas aún en su
género. Sus poemas El cuervo y La campana, y sus cuentos El barril de amontillado,
El hundimiento de la Casa Usher, El pozo y el péndulo, El gato negro, etcétera. han sido
traducidos a todas las lenguas y tienen valor universal.
3) William Wilkie Collins: escritor inglés (1824-1889). Fue actor y trabajó en dos
obras teatrales de Charles Dickens, amigo de su padre; intentó seguir los pasos del
autor de Oliver Twist redactando una novela histórica y otras costumbristas. En 1868
publicó La Piedra Lunar, que muchos eruditos consideran precursora de la novela
policial. Otras obras: La dama de blanco, El hombre de negro, Confesiones de un granuja.
4) Emile Gaboriau: novelista francés (1832 - 1873), a quien la crítica francesa con-
sidera padre de la novela judicial y policial por su obra El caso Lerouge, Editada en
1863.
5) Arthur Conan Doyle: médico y escritor escocés, nacido en Edimburgo (1859-
1930). Ejerció como médico castrense en la guerra anglo-bóer. Autor de novelas
históricas y dramas, creó los personajes de Sherlock Holmes y el doctor Watson para
Un estudio en escarlata (1882).Otras obras: El signo de los cuatro, El sabueso de los Bas-
kerville, Las aventuras de Sherlock Holmes, Memorias de Sherlock Holmes, La resurrección
de Sherlock Holmes.
6) Ellery Queen: seudónimo que utilizaron los escritores estadounidenses
Manfred B. Lee (1905-1971) y Frederic Dannay (1905-1982) para redactar novelas
policiales cuyo personaje principal era un detective con este nombre. En 1941 crearon
el Ellery Queen’s Mystery Magazine, revista de historias policíacas que fue juzgada la
mejor publicación en el género.
7) S.S. Van Dine: escritor estadounidense (1888 - 1939). Su verdadero nombre,
Willard Huntington Wright, lo utilizó para firmar artículos de crítica literaria, mu-
sical, teatral y pictórica, ensayos sobre Nietzsche y sobre estética, y una novela. Con-
valeciente de una crisis nerviosa, redactó El misterioso caso Benson, novela policial que,
editada en 1926 con el seudónimo de Silas S. Van Dine, nombre de su bisabuelo

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materno, tuvo éxito y le impulsó a proseguir en este género. Otras obras: El crimen de
la Canaria, La serie sangrienta, Los crímenes del “Obispo”.
8) Dashiell Hammett: escritor norteamericano (1894-1961).Autor de los libros Co-
secha roja (1920), La maldición de los Dain (1929), El halcón maltés (1930), etcétera,
con los que impuso la modalidad dura en la novela policial.
9) Raymond Chandler: escritor norteamericano (1888-1959), autor de novelas poli-
ciales siguiendo la escuela de Dashiell Hammett: La ventana siniestra, El largo adiós,
La hermana menor, La dama del lago, El sueño eterno, Adiós,muñeca.
10) James M. Cain: novelista norteamericano (1892 -1977); escribió narrativa poli-
cial en la línea de Hammett, reflejando las consecuencias de la Depresión y la corrup-
ción en las grandes urbes: El cartero siempre llama dos veces (1934),
Pacto de sangre (1939), Ligeramente escarlata (1941), entre otras obras.
11) William Riley Burnett: escritor norteamericano (1899-1982). Fue el primer au-
tor de novelas policiales en las cuales el protagonista no es un policía o un detective
privado sino un delincuente: El pequeño César, El último refugio, La jungla del asfalto,
etcétera.
12) hard-boiled: locución inglesa que significa bien cocido, duro (huevo); en el lenguaje
coloquial estadounidense expresa rudo, duro, encallecido.
13) Gilbert Keith Chesterton: escritor inglés (1874-1936); cultivó el periodismo, la
poesía, la novela, el drama, el ensayo, la crítica y la historia. Convertido al catolicismo
en 1922, acaudilló con Hilaire Belloc la militancia religiosa en su país. El rival de am-
bos, George Bernard Shaw, polemizó con ellos (a los que se refería como Chesterbe-
lloc) en la prensa inglesa. Autor de El hombre que fue jueves (1908), El candor del Padre
Brown (1911), La prudencia del Padre Brown (1914), La incredulidad del Padre Brown
(1926), La resurrección de Roma (1930), El escándalo del Padre Brown (1935), etcétera.
14) Agatha Christie: Agatha Clarissa Miller, escritora inglesa (1889-1976), casó con
el coronel Archibald Christie. Recibió el título de Dame en 1971. Escribió 88 nove-
las policiales; para la primera, El misterioso caso de Styles (1920) creó el personaje del
detective belga Hércules Poirot. Algunas obras: Muerte en el Nilo, El crimen del Ex-
preso de Oriente, Eran diez indiecitos. También redactó piezas teatrales (La ratonera,
Testigo de cargo y La telaraña, entre otras).
15) Anthony Berkeley: escritor inglés (1893-1970). Su nombre completo era Anthony
Berkeley Cox; autor de varias novelas policiales (El caso de los bombones envenenados,
El dueño de la muerte, etcétera) Utilizó también el seudónimo de Francis Iles.

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16) John Dickson Carr: escritor estadounidense (1905 -1977), autor de novelas po-
liciales ambientadas en Inglaterra, donde residió: El crimen de las figuras de cera, Los
anteojos negros, El hombre hueco, Hasta que la muerte nos separe, El ocho de espadas,
etcétera. Con el seudónimo de Carter Dickson publicó La policía está invitada, Los
crímenes de la viuda roja, La ventana de Judas, Murió como una dama, Los crímenes del
unicornio, etcétera.
17) Dorothy L. Sayers: escritora inglesa (1893-1957), autora de ensayos,
dramas y novelas policiales, entre éstas últimas Lord Peter y el Bellona Club, Los dientes
de la evidencia, Lord Peter y el desconocido, El enigma del veneno, etcétera. Compiló y
publicó varias antologías de cuentos fantásticos y policiales.
18) Milward Kennedy: escritor inglés (1894-1968). Su verdadero nombre era M.
R.K. Burge y utilizó el seudónimo para firmar novelas policiales, El asesino de
Sueño y La muerte glacial entre ellas.
19) Ronald A. Knox: sacerdote católico inglés (1888 - 1957), autor de cuentos
y novelas policiales, entre ellas The Double Cross Mystery y Viaduct Murder.
20) Georges Simenon: escritor; nació en Lieja, Bélgica, en 1903, como Georges Sim,
falleció en Lausana, Suiza, en 1989. A partir de 1922 redactó 495 novelas, en su ma-
yoría policiales, y su Autobiografía.
21) Ian Fleming: escritor inglés (1908 - 1964).Creó el personaje de James
Bond, agente secreto 007, para una serie de novelas en las que amalgama la intriga po-
licial con el contraespionaje: Desde Rusia con amor, El hombre del revólver de oro, Los
diamantes son eternos, El satánico Dr. No, etcétera
.

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14
Primera parte

Puntos de vista

1-1 Los autores

En 1936 León Bouché, director de la revista El Hogar, a instancias de sus


amigos Carlos Mastronardi y Ulyses Petit de Murat, encomendó a Jorge Luis
Borges la sección Libros y autores extranjeros de esa publicación. Esa sección
incluía juicios sobre libros, biografías condensadas de autores y comentarios
generales bajo el título De la vida literaria y permitió a Borges dar rienda
suelta a sus opiniones y conocimientos. Muchas de sus reseñas y síntesis bio-
gráficas eran ensayos breves que excedían con creces los límites de un espacio
destinado a encaminar a los lectores hacia la buena literatura extranjera. “...
me pagaban creo que $ 30 por llevar dos veces por mes un par de páginas.”,
refirió Borges en varias oportunidades. “En 1938, el día de Nochebuena (...)
subí corriendo unas escaleras y me raspó la cabeza una arista de un batiente
recién pintado. La herida se infectó, estuve una semana con alucinaciones y
fiebre muy alta. Me internaron en un hospital, tenía septicemia, estuve entre
la vida y la muerte un mes. Cuando me recobré, creí que nunca más podría
escribir...”. (1). Según explicó Borges, “como no las reclamaron más (las cola-
boraciones) supuse que no les interesaban”.
Recopilados en dos libros (2) estos artículos aparecen sin solución de conti-
nuidad desde el último trimestre de 1936 hasta mediados de 1939, más alguna

15
colabora- ción esporádica en 1940. Emir Rodríguez Monegal afirma que los
artículos de Borges en El Hogar, tras el accidente de Nochebuena, pertenecían
a otro redactor sin cambiar la firma. Es posible que, a punto de salir de vaca-
ciones, Borges diera a la revista en diciembre del ‘38 las páginas para enero y
febrero de 1939. No hay en esos textos ni un párrafo que desmienta su estilo.
Y apenas salteó un mes sin entregar la crítica de una novela policial. En esa
época era un entusiasta del género y tenía, como cualquier lector asiduo, auto-
res predilectos y otros que le resultaban insoportables. Y se complacía en hacer
partícipes a los lectores de la revista de sus simpatías y desdenes.
“En las últimas páginas de este libro leo que Nicholas Blake ha sido compa-
rado a la señorita Dorothy Sayers y a la señora Agatha Christie. No disiento
la buena voluntad de esos curiosos símiles ni tampoco su feminismo, pero los
juzgo desalentadores y calumniosos.”(The Beast Must Die, de Nicholas Blake
(3) 24 de junio de 1938)
“...todas las novelas en cuya aclaración intervienen flechas indochinas del si-
glo XIII, cuya punta mortal ha sido empapada en una solución de cianuro y
de miel de caña, no son buenas y son de S.S. Van Dine.” (The Devil to Pay, de
Ellery Queen, 18 de marzo de 1938)
En la crítica a la antología Tales of Detection, de Dorothy L. Sayers ( 19 de
febrero de 1937):”... debo saludar con todo entusiasmo la falta, la buena falta,
de Maurice Leblanc, de Edgar Wallace y de S.S. Van Dine .(...) Miss Sayers
no se ha perdonado en su antología. El cuento que ha donado se llama “La
imagen del espejo”. He aquí el argumento: Un hombre, en dos o tres circuns-
tancias trágicas se encuentra consigo mismo. Horrorizado, acude al oportuno
detective Lord Peter Wilmsey. Este aristócrata da con la ingeniosa verdad: un
mellizo diabólico.”
“Por un detective razonador - por un Ellery Queen o Padre Brown o Príncipe
Zaleski - hay diez descifradores de cenizas y examinadores de rastros. El mis-
mo Sherlock Holmes - ¿tendré el valor y la ingratitud de decirlo? - era hom-
bre de taladro y de microscopio, no de razonamientos.” (The Paradoxes of Mr.
Pond, de Gilbert K. Chesterton ,14 de mayo de 1937).
“Ellery Queen juega con lo sobrenatural, como Chesterton, pero de un modo
lícito: lo insinúa para mayor misterio en el planteo del problema, lo olvida o lo
desmiente en la solución. (...)Propone una explicación nada interesante, deja

16
entrever (al fin) una solución hermosísima, de la que se enamora el lector, la
refuta y descubre una tercera, que es la correcta: siempre menos extraña que
la segunda, pero del todo imprevisible y satisfactoria. Otras excelentes novelas
de Ellery Queen: El misterio de la cruz egipcia, El misterio del zueco holandés,
El misterio de los gemelos siameses.” (Half-Way House, de Ellery Queen, 30 de
octubre de 1936).
“Ellery Queen es el fatigado inventor de once novelas policiales. Dos o tres de
ellas - El misterio de la cruz egipcia, El misterio del hermano siamés, El misterio de
la naranja china - pertenecen a las mejores del género. Otras - El misterio del
sombrero romano, El misterio del revólver americano - no son imprescindibles,
pero tampoco son bochornosas. Otras - El misterio del féretro griego, El miste-
rio del zapato holandés - son simplemente buenas.”(The Devil to Pay, de Ellery
Queen, 18 de marzo de 1938).
En la biografía sintética de Eden Phillpotts (4) ( 2 de abril de 1937) refirién-
dose a sus novelas policiales El señor Digweed y el señor Lumb, Médico, cúrate
a ti mismo y La pieza gris: “La economía y severidad de estas últimas es ad-
mirable. Juzgo que la mejor es The Red Redmaynes. Otra, Bred in the Bone (Lo
tiene en la sangre) empieza como relato policial y se ahonda después en historia
trágica. Esa indiferencia (o pudor) es típica de Phillpotts.”
“,,,en una tarde y una noche he leído Sic transit Gloria. Menos intensa y
menos implacable que la novela Death to the Rescue - sin duda la mejor de las
nueve o diez que ha publicado Milward Kennedy, - es acaso no menos inte-
resante. No sólo interesa el problema; interesan los caracteres. Mejor dicho: el
problema interesa en función de los caracteres. La recomiendo a mis lectores:
aún a aquellos que suelen abominar de la novela policíaca.” (Sic transit Gloria,
de Milward Kennedy, 3 de septiembre de 1937)
“Si no me engañan ciertas referencias de la N.R.F., Georges Simenon goza
de alguna fama francesa como autor policial. (...) Los ambientes que propone
este libro no carecen de vividez, ni siquiera de cierta sobrenaturalidad. Lás-
tima grande que todo lo demás sea incompetente, fraudulento o ingenuo.(...)
París, a juzgar por Les sept minutes, aún es contemporánea de Sherlock Hol-
mes.” (Les sept minutes, de Simenon,13 de mayo de 1938).
“...no se trata de un libro sino de un expediente que incluye un telegrama de la
Western Union, varios informes policiales, dos o tres cartas manuscritas, un

17
plano, declaraciones firmadas de testigos, fotografías de testigos, un jirón de
cortina ensangrentado y un par de sobres; (...) en uno de los sobres hay un
fósforo de madera y en el otro un cabello humano. (...) El buen lector debe
cotejar esos testimonios, revisar esas fotografías, interrogar ese cabello huma-
no, descifrar ese fósforo, fatigar el jirón ensangrentado y finalmente adivinar
o inducir el modus operandi del criminal y su identidad. La solución lo está
esperando en un tercer sobre.” (Murder off Miami, por Dennis Wheatley (5),
13 de noviembre de 1936).
“Por un detective razonador - por un Ellery Queen o Padre Brown - hay diez
coleccionistas de fósforos y descifradores de rastros.(...) Michael Innes hace
de la novela policial una variedad de la psicológica. Ese procedimiento, como
se ve, lo acerca más a Poe que al minucioso y gárrulo Conan Doyle, y más a
Wilkie Collins que a Poe. (Hablo de los clásicos; entre los contemporáneos,
yo lo emparentaría más bien con Anthony Berkeley, que en su prefacio a la
novela The Second Shot, expone ideas casi idénticas a las que Michael Innes
pone en boca de alguno de sus héroes.(...).. el estudio de caracteres humanos
que propone este libro es más encantador que el estudio del plano de una casa
de varios pisos, que suelen proponer las novelas de S.S. Van Dine.” (Death at
the President’s Lodging, de Michael Innes (6), 22 de enero de 1937).
El comentario borgeano de la novela de Eden Phillpotts Portrait of a Scoundrel
incluye estos párrafos:”El asesinato es una especialidad de las letras británicas,
ya que no de la vida británica. Macbeth y Jonas Chuzzlewit, Dorian Grey y
el sabueso de los Baskerville son ilustres ejemplos de esa afición. Hasta su
nombre - murder - posee una vibración que no tiene la palabra española y
horriblemente zumba en muchas carátulas: On Murder Considered as one of the
Fine Arts, The Murders in the Rue Morgue, Murder in the Cathedral... (...)He
comprobado que ante una novela (o un film) nos identificamos con el primer
personaje que conocemos; Phillpotts, en este libro cruel, aprovecha esa curio-
sa ley psicológica y nos impone la amistad de su abominable Irwin Temple-
Fortune...”. (30 de septiembre de 1938).
Herbert George Wells (7) fue el autor que obtuvo la mayor cantidad de ar-
tículos en la sección que redactaba Borges. Se publicaron crónicas sobre sus
libros Things to Come,The Croquet Player, Star Begotten, Brynhild,The Brothers,
The Camford Visitation, Apropos de Dolores y The Holy Terror. Borges celebraba

18
la aparición de cada nueva obra de Wells, quien, además de insuperadas fanta-
sías científicas, solía internarse en meandros policiales. En su crítica a la anto-
logía de Dorothy L. Sayers Omnibus of Crime ( 24 de febrero de 1939), señala:
“Más de cincuenta narraciones componen este libro. Un admirable cuento de
Wells - La historia del difunto Mr. Elvesham - casi lo justifica.”
En su opinión, la novela de Wells Apropos de Dolores ... “ es superficialmente
idéntica a las novelas psicológico- policiales de Francis Iles. Sus minuciosas
páginas exhiben el amor inicial y el odio intolerable y progresivo de una mujer
y un hombre. Para el buen desempeño trágico de la obra convendría que gra-
dualmente presintiéramos que el narrador concluirá por matar a la mujer. Por
supuesto que a Wells no le interesan esas trágicas previsiones, Wells descree
de la solemnidad de la muerte y aún del asesinato.” ( 2 de diciembre de 1938).
En su búsqueda de novedades literarias extranjeras que comentar a sus lecto-
res, Borges solía deparar sorpresas tales como una novela policial escrita por
una popular actriz del cine mudo:” Ha sido vertida al francés y publicada en
París por la N.R.F. la vehemente novela de Mae West La fiel pecadora (The
Constant Sinner). Es la más afamada de las novelas de la afamada actriz (...)
Los personajes de La fiel pecadora son contrabandistas de cocaína, boxeadores,
mujeres accesibles, gángsters, millonarios y negros. Una rubia de ojos sun-
tuosos, Baby Gordon, impera previsiblemente sobre ese mundo. La autora
suministra un suicidio y varias orgías.” (De la vida literaria, 18 de noviembre
de 1938).
El 14 de octubre de 1938 aparece en El Hogar el comentario de Borges sobre
la novela de Graham Greene (8) Brighton Rock, a la que califica de realista al
estilo Hemigway, psicológica a la manera de Joseph Conrad, y policial “si re-
cordamos que asimismo lo son Crimen y castigo y Macbeth.” Los protagonistas:
“gángsters católicos o judíos (...) que se abren a crueles navajazos la cara o se
pisotean hasta la muerte. ¿Suceden tales cosas en Inglaterra?, se pregunta el
lector, y da, naturalmente, en cavilar si este desesperado libro es un testimonio
de la influencia que ejerce Norteamérica sobre la vida inglesa, o, más senci-
llamente, de la influencia de un norteamericano (que es William Faulkner)
sobre un inglés. (...) Continuador (y simplificador) de Faulkner o trágico poe-
ta de la desintegración europea, Graham Greene es uno de los novelistas más
eficaces de la Inglaterra de hoy.”

19
Borges admiraba la aparentemente sencilla prosa de Greene y la clara limpieza
de sus tramas sobre conciencias atormentadas (El poder y la gloria, El fin de la
aventura) o de política internacional mechadas con el atrapante suspenso de
las novelas policiales clásicas (El ministerio del miedo, El americano impasible,
El tercer hombre, El agente confidencial ). Greene y Borges se conocieron en
Buenos Aires en la década del ‘50, cuando el primero viajó invitado por Vic-
toria Ocampo (9). Ambos escritores tenían por entonces dos puntos de con-
tacto: haber experimentado la influencia de Chesterton, y el agrado por la
literatura policial. Hacia el fin de sus vidas tendrían otro: la no obtención del
Premio Nóbel.
Y sobre el Premio Nóbel de Literatura ya en 1936 Borges tenía formado su
juicio; ese año lo obtuvo el dramaturgo norteamericano Eugene O’Neill y
Borges le dedicó el 27 de noviembre en El Hogar un artículo laudatorio en el
que introdujo una crítica mordaz :
“...El honrado propósito esencial de que se repartan los premios imparcial-
mente, sin distinción de la nacionalidad del autor, se resuelve de hecho en
un internacionalismo insensato, en una rotación geográfica. Lo verosímil, lo
infinitamente probable es que la obra más ilustre del año se haya producido en
París, en Londres, en Nueva York, en Viena o en Leipzig. La comisión no lo
entiende así; la comisión, con extraña imparcialidad, prefiere fatigar las libre-
rías de Addis Abeba, de Tasmania, del Líbano, de San Cristóbal de la Habana
y de Berna. (También, con imparcialidad un tanto patriótica, las de Estocol-
mo.) Los derechos de las pequeñas naciones tienden a prevalecer sobre la
justicia. Yo no sé, por ejemplo, si dentro de cien años la República Argentina
habrá producido un autor de importancia mundial, pero sé que antes de cien
años un autor argentino habrá obtenido el premio Nóbel, por mera rotación
de todos los países del atlas.”
En 1931, a instancias de un grupo de amigos, Victoria Ocampo fundó la re-
vista literaria Sur y, para ayudar a su respaldo monetario (que, en gran parte,
recayó sobre la holgada posición económica de la fundadora) creó la editorial
Sur, desde la cual se dio a conocer a muchos autores argentinos y extranjeros.
Borges integró desde los primeros números el equipo de colaboradores en la
revista Sur (título sugerido telefónicamente a Victoria Ocampo por el en-
sayista y filósofo español José Ortega y Gasset). La participación de Borges

20
consistió en artículos sobre autores, temas literarios o puntuales, traducción de
algunos poemas, crítica de libros (argentinos y extranjeros) y de películas.(10)
Paralelamente tenía desde 1936 su sección en El Hogar, lo que explica que la
reseña de la novela de Herbert G. Wells Apropos de Dolores, aparecida en esa
revista en diciembre de 1938, tuviera un precedente en Sur en noviembre del
mismo año.
“Un inglés muy civilizado conoce a una francesa que no lo es mucho. (...) se
casa con ella. Su vida es más sensacional que feliz. Una oportuna distracción
lo lleva a envenenarla. Nadie sospecha de él. La sobrevive sin remordimiento
y sin miedo, pero con una sensación incomodísima de soledad....”
Es conocida la biografía de Borges y sus estudios en el extranjero, donde per-
feccionó o adquirió dominio en la lectura y el habla en inglés y francés y un
regular conocimiento del idioma alemán. Esta poliglotía le franqueaba la lec-
tura de libros editados en Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos. El
mayor caudal de obras policiales comentadas por Borges en las páginas de Sur
y en su sección de El Hogar, provenía de Londres; en un segundo lugar algunas
obras editadas en Nueva York. No deja de asombrar el hecho de que, pese a la
Segunda Guerra Mundial, durante los seis años pavorosos que transcurrieron
entre septiembre de 1939 y mediados de 1945, la provisión de nuevas edicio-
nes inglesas no mermó. No es posible dejar de preguntarse en qué condiciones
trabajaban las casas editoras londinenses bajo los bombardeos, y que acopio de
impasibilidad debían tener los escritores para seguir redactando sus libros en
un país acosado.
Los libros hacían el riesgoso recorrido marino hasta puertos de EE.UU. y de
allí eran enviados al resto de América, periplo que también entrañaba enormes
peligros por la asechanza de naves de guerra y submarinos del Eje. Pero las
ediciones inglesas y estadounidenses llegaban a Buenos Aires, a tres o cuatro
librerías especializadas en libros extranjeros, y allí encontraba Borges material
para disfrutar nuevas lecturas y transmitir recomendaciones o rechazos a los
lectores de Sur y de El Hogar.
Los amantes de la lectura que solamente conocían el idioma español no es-
taban privados de literatura inglesa o estadounidense en Hispanoamérica.
Las editoriales españolas, sobre todo las afincadas en Barcelona, proveían al
mercado americano de habla hispana de traducciones de cuanto autor inglés,

21
francés, alemán o americano del Norte, de valía acreditada o en potencia, salía
a la venta.
En nuestro país la introducción de la novela policial comenzó a fines del siglo
XIX con el tradicional folletín que ofrecían los diarios. La Nación, por ejemplo,
publicó desde 1890 hasta principios de 1900 varias obras de Arthur Conan
Doyle, Maurice Leblanc (11) y Gastón Leroux (12). El lector de la Argentina
pudo participar del auge de la narrativa policial cuando, a partir de 1931, la
Editorial Tor distribuyó la Colección Misterio, libros en rústica que se vendían
en los kioscos de diarios, ediciones de mala traducción y texto mutilado de
novelas clásicas, o novelas de enigma, a las que corrientemente se llamaba de
detectives.
Obras de Anthony Berkeley, Eden Phillpotts, John Dickson Carr, Richard
Hull (13) y Michael Innes ingresaban en los hogares nacionales, por lo general
ocultas entre los libros de texto de estudiantes de colegio secundario, entusias-
tas del género.
Con el correr del tiempo, la editorial española propietaria de la Colección
Misterio descubrió el filón que representaban los libros de Edgar Wallace (14)
y otros autores de novelas similares y les dedicó la exclusividad de la colección,
que pasó a llamarse Serie Wallace. Para entonces la novela policial, aunque
considerada literatura ramplona - menosprecio o prejuicio relacionado con
el pobre aspecto de las ediciones - se estaba popularizando en nuestro país.
En 1938 la Editorial Hachette lanzó dentro de su colección Biblioteca de Oro,
orientada hacia libros significativos en la literatura mundial, la Serie Amarilla
de novelas policiales clásicas anglo-norteamericanas; entre los autores inclui-
dos figuraron S.S. Van Dine y Agatha Christie. La misma editorial sacó a la
venta en 1940 otra serie, la Naranja, que principió siguiendo los pasos de la
Amarilla en el segmento aún aceptablemente clásico de los libros de Ellery
Queen, para luego derivar hacia pioneros estadounidenses en la tendencia
dura del género: Dashiell Hammett, Raymond Chandler y sus seguidores
o imitadores. En 1944 apareció la Serie Rastros, de Acme Agency, en abierta
competencia con la Serie Naranja y con análoga predilección por la acción y la
violencia de la novela hard-boiled.
Todas esas colecciones, aunque difundieron libros de autores que ya tenían
renombre en Europa y Estados Unidos, no lograron salir de los kioscos. Re-

22
cién en 1945 una casa editora hispano argentina aceptó publicar, para su ex-
clusiva venta en librerías, una colección de novelas policiales clásicas. Ese gran
paso adelante en la difusión del género en nuestro país fue obra de Jorge Luis
Borges y de su amigo y cómplice literario, Adolfo Bioy Casares. (15)

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NOTAS

1) Jorge Luis Borges y Norman Thomas Di Giovanni - Autobiografía - Buenos Aires,


El Ateneo, 1999.
2) Textos cautivos. Ensayos y reseñas en El Hogar (1936-1939), recopilación de Emir
Rodríguez Monegal y Enrique Sacerio-Garí, Buenos Aires, Tusquets, 1986. En Obras
completas de Jorge L. Borges, Bs.As. Emecé, 1996 - Borges en El Hogar (1936-1958)
- Buenos Aires, Emecé, 1999.
3) Nicholas Blake: con este seudónimo el poeta inglés Cecil Day Lewis (1904-
1972) escribió novelas policiales, entre ellas La bestia debe morir, Los toneles
de la muerte, Cuestión de pruebas y La envoltura de la muerte.
4) Eden Phillpotts: escritor inglés, nacido en la India (1862-1960), autor de novelas
comarcales, históricas y policiales. De estas últimas se destacan Los rojos Redmayne,
El cuarto gris y El señor Digweed y el señor Lumb.
5) Dennis Wheatley: escritor inglés (1897-1973), se dedicó a la novela de misterio.
6) Michael Innes: (1906-1971) nombre que utilizó el catedrático de Literatura In-
glesa John Inness McKintosh Stewart, nacido en Edimburgo, para redactar novelas
policiales: La torre y la muerte, ¡Hamlet, venganza!, El peso de la prueba, Los otros y el
rector, etcétera. Fue agente del Servicio Secreto inglés, y como tal residió en Buenos
Aires parte de la década del ‘40.
7) Herbert George Wells: novelista, sociólogo e historiador inglés (1866-1946); le
dieron celebridad sus obras de fantasía científica: La máquina del tiempo (1895), La
isla del Dr. Moreau (1896), El hombre invisible (1897), La guerra de los mundos (1898),
etcétera.
8) Graham Greene: novelista inglés (1904-1986), describió con singular realismo la
falta de convicciones morales de la sociedad contemporánea. Algunas de sus obras:
Campo de batalla, El poder y la gloria, Nuestro hombre en La Habana, El agente confi-
dencial, El americano impasible, El revés de la trama, Los comediantes.
9) Victoria Ocampo: escritora argentina (1890-1979). Fundó la revista Sur y la edi-
torial del mismo nombre. Obras: Testimonios, El viajero y una de sus sombras, Virginia
Woolf en su diario, Juan Sebastián Bach, el hombre.
10) Borges en Sur (1931-1980) - Buenos Aires, Emecé, 1999.
11) Maurice Leblanc: escritor francés (1864-1941), uno de los iniciadores de la no-
vela policial en su país. Creó el personaje de Arsène Lupin para una serie de historias

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policiales: Arsène Lupin, caballero ladrón, Arsène Lupin contra Sherlock Holmes, Las con-
fidencias de Arsène Lupin, etcétera.
12) Gastón Leroux: escritor francés (1868-1927), autor de novelas de intriga y de
aventuras: El misterio del cuarto amarillo, El fantasma de la Opera, El perfume de la
dama de negro, etcétera.
13) Richard Hull: escritor inglés (1896- 1968). Su verdadero nombre era Richard
Henry Sampson; autor de novelas policiales caracterizadas por la irónica descripción
de caracteres: Mi propio asesino, Prueba de nervios, El asesinato de mi tía, etcétera.
14) Edgar Wallace: novelista y dramaturgo inglés (1875-1932), guionista en
Hollywood, donde falleció. Escribió 12 obras teatrales, millares de artículos y 200
novelas, casi todas policiales, entre ellas Los cuatro hombres justos, El arquero verde, La
pista del alfiler nuevo y El círculo rojo.
15) Adolfo Bioy Casares: escritor argentino (Buenos Aires, 1914-1999), autor de
cuentos fantásticos, novelas y ensayos. Su novela La invención de Morel obtuvo el
Premio Municipal en 1941.Otras obras: La estatua casera (1936), Luis Greve, muerto.
(1937), La trama celeste (1944), Plan de evasión (1945), El sueño de los héroes (1954),
Guirnalda con amores (1959), El lado de la sombra (1962), El gran serafín (1967). Ca-
sado con la poeta y cuentista Silvina Ocampo (1906 -1993), escribieron en colabo-
ración la novela policial Los que aman, odian.

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26
1-2 Argumentos y arquetipos

La editorial Sur publicó varios libros de Borges; uno de ellos fue Otras inqui-
siciones (1937-1952) (1), colección de ensayos breves, entre los que se halla el
titulado Sobre Chesterton. Este escrito contiene algunos párrafos de Modos de
G.K. Chesterton, artículo aparecido en la revista Sur en julio de 1936, a pocos
días del fallecimiento del gran hombre de letras inglés. Borges analizó en esa
pieza periodística la labor de Chesterton como Padre de la iglesia, escritor,
poeta y narrador policial. Sobre esta última faceta afirmó:
“Edgar Allan Poe escribió cuentos de puro horror fantástico o de pura bi-
zarrerie; Edgar Allan Poe fue inventor del cuento policial. Ello no es me-
nos indudable que el hecho de que no combinó jamás los dos géneros. (...)
Chesterton ejecuta, siempre, ese tour de force. Presenta un misterio, propone
una aclaración sobrenatural y la remplaza luego, sin pérdida, con otra de este
mundo. (...) Oigo de muchas bocas la leyenda de que Chesterton, si se quiere,
escribe con más decoro que Wallace, pero que éste armaba mejor sus intolera-
bles enredos. Prometo a mi lector que están mintiendo los que tal cosa dicen
y que el octavo círculo del infierno será su domicilio final. En los relatos poli-

27
ciales de Chesterton todo se justifica: los episodios más fugaces y breves tiene
proyección ulterior. “
Poe y Chesterton eran, para Borges, los modelos a seguir en lo referido a cuen-
to policial, convicción que se fortaleció con el paso de los años y el caudal de
libros leídos. En 1940 comentaba en una de sus críticas:
“Yo sospecho que hay géneros que comportan un error esencial. Uno de tales
es la fábula, cuya ocurrencia lóbrega de rebajar los tigres inocentes y los pájaros
instintivos a tristes herramientas de la moral no deja nunca de asombrarme
y aún de apenarme. Otro que raras veces me parece justificado es la novela
policial. En ella me incomodan la extensión y los inevitables ripios. Toda no-
vela policial que no es un mero caos consta de un problema simplísimo, cuya
perfecta exposición oral cabe en cinco minutos, pero que el novelista - perver-
samente - demora hasta que pasen trescientas páginas. (...) Nadie ignora que
el género policial es invento de Poe; nadie recuerda que no ensayó jamás la
novela y que no toleró que los problemas de Auguste Dupin o de Mr. William
Legrand rebasaran los límites del cuento. Esa limitación ejemplar es asimismo
típica del más inventivo y feliz de sus continuadores, Gilbert Keith Chester-
ton. (...) En todas las novelas policiales que he recorrido (y hasta en algunos
cuentos) los escritores multiplican las falsas pistas y los personajes equívocos.
Phillpotts, en cambio, opera con el preciso número de personas que requiere
la fábula (...) No imputa el crimen a un sujeto secundario, entrevisto; lo de-
riva, siempre, de uno de los personajes centrales: un personaje que ha ganado
nuestra amistad y a quien pensamos conocer plenamente.” (Eden Phillpotts:
Moonkshood. En Sur, febrero de 1940).
Los historiadores del género policial insisten en que Los crímenes...., El miste-
rio de Marie Rogêt (1842), y La carta robada (1845) son los tres únicos cuen-
tos policiales que escribió Poe, quien también creó la figura del investigador
Charles Auguste Dupin, domiciliado au troisième, Nº 33, Rue Dûnot, Faubourg
St. Germain, Paris, caballero dotado de notables cualidades deductivas. Ches-
teston y Borges no estuvieron deacuerdo con esta delimitación insistieron en
agregar otros dos cuentos policiales a la currícula de “un pobre hombre de
genio, cuya obra escrita es tal vez inferior a la vasta influencia ejercida por ella
en las diversas literaturas del mundo...” (2). “Poe ha dejado cinco cuentos de
índole policial, insuperados, según Chesterton.”(3) De acuerdo con el juicio

28
de ambos escritores, hay que añadir “Thou are the Man” (Tú eres el hombre) y
“The Gold Bug” (El escarabajo de oro) a Los crímenes...., El misterio de Marie Ro-
gêt y La carta robada.
En 1868 se editó The Moonstone (La piedra lunar), de Wilkie Collins “... la pri-
mera novela policial que registra la historia - la primera en el tiempo y tal vez
no sólo en el tiempo - es, asimismo, una buena novela psicológica.” (The Beast
Must Die, de Nicholas Blake. En El Hogar, 24 de junio de 1938). T.S.Eliot (4)
tuvo una opinión acorde con la de Borges: “...la primera, la más larga y más
hermosa de las novelas policíacas inglesas.” Uno de los protagonistas de La
piedra lunar es el Sargento Cuff, quien - de aceptarse que el libro de Collins es
pionero del género - sería el primer detective de la novela policial. Pasaron 14
años hasta que a Cuff le saliera un competidor literario y arrasador: Sherlock
Holmes, que logró para su creador, Conan Doyle, el título de Sir. Borges tenía
pobre concepto de las obras del médico escocés: “Sir Arthur Conan Doyle fue
un escritor de segundo orden a quien el mundo debe un personaje inmortal:
Sherlock Holmes. Este ser casi mitológico está constituído sobre el caballero
Dupin de Edgar Allan Poe, pero goza de una vitalidad que no tiene su pre-
cursor.” (5)
“ Siempre infalible en el error, Miss Dorothy Sayers prefiere los contrastes y
amenidades del ménage Watson-Sherlock Holmes (casi Panza-Quijote, casi
Bouvard y Pécuchet (6), casi Laurel y Hardy) a la decente impersonalidad de
C. Auguste Dupin. (...)El universo parece compartir esa preferencia. Bernard
Shaw, sin embargo, en una crónica teatral de 1896 declara que es degenera-
tivo el proceso de quienes pasan con deleite del “ingenioso autómata” Dupin
a las ineptas aventuras de Sherlock Holmes...” (Ellery Queen: The new adven-
tures of Ellery Queen. En Sur, julio de 1940.)
Pese a su desfavorable concepto, Borges demostró agrado por algunos cuentos
de Conan Doyle:....”siquiera por razones sentimentales me hubiera gustado
releer Los cinco Napoleones, La liga de los cabezas rojas o El rostro amarillo.”
(Tales of Detection. A New Antology, de Dorothy L. Sayers. En El Hogar, 19 de
febrero de 1937).
Los investigadores literarios no han encontrado indicio alguno que inhabilite
a Poe como autor del primer cuento policial, pero a La piedra lunar, de Wilkie
Colins, se le discute el derecho a ser considerada la primera novela detectives-

29
ca. Esta oposición enfurecía a Borges; y la única forma en que un caballero re-
flexivo, afable y mordaz como Borges podía demostrar enojo era con la pluma.
En 1939, antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Victoria Ocam-
po invitó - a instancias de Borges - al escritor francés Roger Caillois (7) a
dar una serie de conferencias en Buenos Aires. Aún no había concluido el
ciclo programado cuando estalló la guerra y Caillois decidió permanecer en
la Argentina. Victoria Ocampo, siempre dispuesta a tender la mano y abrir el
bolsillo a los intelectuales en apuros, le solventó la publicación de una revista,
Lettres Francaises. En Francia, Caillois había sido uno de los descubridores de
la literatura borgeana, cuya traducción y difusión había impulsado. A Borges
y a Caillois les interesaban, como lectores y críticos, las historias de detectives,
que, paradójicamente, causaron el resquebrajamiento de su relación amistosa:
en 1941 Caillois publicó un opúsculo titulado Le roman policier, que originó
una polémica literaria con Borges. Nuestro escritor expuso su discrepancia
con algunos argumentos expuestos en la obra, el principal de ellos acerca del
nacimiento del género policial. Caillois afirmaba que esto había ocurrido a
consecuencia de la creación de la fuerza policial en París por Joseph Fouché.
... “Caillois procura derivar el roman policier de una circunstancia concreta: los
espías anónimos de Fouché, el horror de la idea de polizontes disfrazados y
ubicuos. Menciona la novela de Balzac, Une ténébreuse affaire, y los folletines
de Gaboriau. Añade: “Poco importa la exacta cronología”. Si la cronología
exacta importara, no sería legítimo recordar que Une ténébreuse affaire (obra
que prefigura con vaguedad las novelas policiales de nuestro tiempo) es de
1841, es decir, del año en que aparecieron The murders in the Rue Morgue,
espécimen perfecto del género. En cuanto al “precursor”Gaboriau, su primera
no- vela - L’ affaire Lerouge - es de 1863.” (Roger Caillois: Le roman policier.
Editions des Lettres Francaises, Buenos Aires, 1941.En Sur, Nº 91, abril de
1942).
En ese mismo número de la revista se publicó la respuesta de Caillois:
...” ¿Necesito afirmar, primero, que no ignoro a Edgar Poe ni desconozco la
originalidad de su obra? Reconozco gustoso en el Doble asesinato y, sobre todo,
en La carta robada, las primeras y admirables manifestaciones de la técnica
propia de la novela policial, los primeros relatos ejemplares que no han sido
hechos según el orden del acontecimiento, sino del descubrimiento.(...)

30
¿Necesito agregar que (...) no citaba en modo alguno Une ténébreuse affaire
como esbozo de novela policial sino, sencillamente, como novela histórica que
atestigua el malestar de la sociedad por la aparición de la “policía secreta”. (La
novela apareció en 1843, pero su acción transcurre en 1803). “ (Roger Caillois:
Rectificación a una nota de Jorge Luis Borges. En Sur, Nº 91, abril de 1942).
En el número siguiente de la revista, Borges puso punto final a la controversia
con una causticidad abrumadora:
... “El género policial tiene un siglo, el género policial es un ejercicio de las
literaturas de idioma inglés, ¿ por qué indagar su causalidad, su prehistoria,
en una circunstancia francesa? En Francia, el género policial es un préstamo.
Sus ejecutores son Gaboriau, Leblanc, Leroux, Véry, Simenon - literatos muy
olvidables. De los muchos enigmas que han emitido, no acude a mi recuerdo
sino el deleitable Cuarto amarillo, cuyo buen argumento sobrevive a su treme-
bunda escritura. En Inglaterra (me limitaré al siglo XIX) tenemos The moons-
tone (1868) de Collins, The mystery of Edwin Drood (1870) de Dickens, A study
in scarlet (1887) de Conan Doyle, The Big Bow Mystery (1892) de Zangwill,
The wrecker (1892) de R.L.Stevenson. La conjetura de Caillois no es errónea;
entiendo que es inepta, inverificable.” ( Polémica - Observación final. En Sur,
Nº 92, abril de 1942).
Pese al amago de disputa, que enfrió la amistad entre los dos escritores, en
cuanto pudo regresar a Francia Caillois continuó promoviendo la edición de
los libros de Borges en ese país.
Aquí es adecuado hacer una digresión y una aclaración: no siempre las fechas
que indicaba Borges eran correctas, irregularidad de la que era muy conscien-
te: “Mis fechas son, como se sabe, débiles” (8).
También en ocasiones trastocaba un tanto los nombres de cuentos o novelas;
en la crítica al opúsculo de Caillois escribió Crime Club por Detection Club
( yerro que Caillois hizo notar en su Rectificación...).Leyendo la recopilación
de los artículos de Borges, puede deducirse que le interesaba más ir al meollo
del asunto que trataba, que perder tiempo comprobando si tal año o tal título
eran exactos. Borges, proveniente de una familia con distinguidos ancestros
pero escaso capital, necesitaba trabajar para vivir: “En 1937 conseguí mi pri-
mer trabajo estable: auxiliar primero en la sucursal Miguel Cané de la Biblio-
teca Municipal. Antes había colaborado con el diario “Crítica” y la revista “El

31
Hogar”(...).También escribí textos para noticieros. Coordiné la revista seudo-
científica “Urbe”, promoción de subterráneos de Buenos Aires.” (9).
Colaboraba, además, en la revista Sur y en otras publicaciones, y, lo más im-
portante, redactaba su propia, grandiosa e imperecedera obra. Este cúmulo de
tareas literarias las realizaba - y de esto han dado fe su madre, su hermana y
sus amigos dilectos - a vuelapluma; nombres y fechas eran extraídos, no de la
revisión de material bibliográfico, sino de su enciclopédica memoria.
En la narrativa policial es más notoria que en otros géneros la marca del autor,
el estilo con que desarrolla argumentos y traza personajes. Edgar Wallace era
muy simple: “Delito, sangre y tres asesinatos por capítulo.” Agatha Christie
se preocupaba, ante todo, por quién era el asesino, luego por aclarar el porqué,
en tanto que Georges Simenon sostenía que el por qué importaba más que el
cómo.
En un artículo que escribió Borges en 1932 para el Nº 75 de Editor, revis-
ta distribuída en Buenos Aires por la Editorial Tor, y que formaba parte de
su popular Colección Misterio - “publicación semanal detectivesca” informó a los
lectores del fallecimiento de Edgar Wallace en Hollywood el 10 de febrero,
confesó no haber leído su obra y prometió hacerlo. La leyó y no le gustó: “Van
Dine (...) prefirió a la penosa resolución de los incompetentes laberintos de
Mister Edgar Wallace la construcción de un problema propio.” (Biografía
sintética de S.S. Van Dine. En El Hogar, 11 de junio de 1937.)
En este trabajo se ha mencionado varias veces el Detection Club. Dejemos que
uno de sus miembros, Dorothy L. Sayers, nos explique algo sobre esa entidad:
...”Es una sociedad privada de autores de novelas policiales que existe en Gran
Bretaña, cuyo propósito es proporcionarles la oportunidad de reunirse a comer
a intervalos regulares, para conversar interminablemente acerca del oficio. (...)
Sus miembros se reclutan exclusivamente entre los autores de auténticas no-
velas policiales (y no de meros relatos de aventuras ni de “thrillers”). (...)... cada
autor se compromete a jugar limpio con el público y con sus colegas.
Sus detectives deberán investigar por sus propios medios, sin ayuda de acci-
dentes ni de coincidencias; no inventará rayos mortíferos ni venenos absurdos
para llegar a soluciones que ningún ser normal podría esperar, y tratará de
escribir en el inglés más correcto posible.” (10).
Podría suponerse que Borges se sentía miembro espiritual de esta sociedad,

32
presidida desde su fundación en 1929 por uno de los escritores de los que
era ferviente admirador, Gilbert K. Chesterton. Conjetura inexacta: “En es-
tos cuentos ejemplares, Manuel Peyrou demuestra comprender lo que no han
comprendido los individuos del erróneo y funesto Detection Club el cuento
policial nada tiene que ver con la investigación policial, con las minucias de la
toxicología o de la balística. Puede perjudicarlo todo exceso de verosimilitud,
de realismo; trátase de un género artificial, como la pastoral o la fábula. Por eso
es conveniente que su acción esté ubicada en otro país. Así lo entendió Poe, su
inventor, con su Rue Morgue y con su Faubourg Saint- Germain; así Chester-
ton, que prefiere un Londres fantasmagórico. Tales artificios impiden que para
juzgar la ficción (en la que priman el rigor y el asombro) se recurra a la mera
realidad (en la que priman la rutina y la delación, el imprevisible azar y el vano
detalle).” (Manuel Peyrou (11): La espada dormida. En Sur, mayo de 1945).
A pesar del aprecio que Borges testimoniaba por la obra de Robert Louis
Stevenson (12), autor de magistrales relatos de misterio e intriga, no vaciló a
la hora de compararla con la de Chesterton: “Todos tristemente murmuran
que nuestro siglo no es capaz de tejer tramas interesantes; nadie se atreve a
comprobar que si alguna primacía tiene este siglo sobre los anteriores, esa
primacía es la de las tramas. Stevenson es más apasionado, más diverso, más
lúcido, quizá más digno de nuestra absoluta amistad que Chesterton; pero los
argumentos que gobierna son inferiores. (...) Las ficciones de índole policial -
otro género típico de este siglo que no puede inventar argumentos - refieren
hechos misteriosos que luego justifica e ilustra un hecho razonable. “(Adolfo
Bioy Casares: La invención de Morel -Prólogo de J.L. Borges, Ed. Losada,
1940.)
En sus críticas, Borges intentaba actuar tanto como guía cuanto como califi-
cador. La literatura policial todavía no disfrutaba en nuestro país de adhesión
suficiente para impulsar a nuestros escritores a redactar novelas de ese género.
Borges, partidario a ultranza de la narrativa policial basada en el modelo de-
ductivo inglés, y que veía consternado el avance de la novelística dura, pro-
curaba conducir a los lectores hacia la mesura primigenia del género y, en un
tiro por elevación, instar a futuros autores nacionales a imitar los que estimaba
buenos ejemplos.
“La solución, en las malas ficciones policiales, es de orden material: una puerta

33
secreta, una barba suplementaria. En las buenas, es de orden psicológico: una
falacia, un hábito mental, una superstición. Ejemplo de las buenas - y aún de
las mejores - es cualquier relato de Chesterton. Sé de lectores pervertidos por
Miss Dorothy Sayers o por S.S. Van Dine que le suelen negar esa primacía. No
le perdonan su excelente costumbre de no explicar sino las cosas inexplicables.
No le perdonan su deliberada omisión de horarios y de mapas. Ellos querrían,
asimismo, el número y la calle de la armería donde el criminal adquirió el
culpable revólver.”(The paradoxes of Mr. Pond, de Gilbert K. Chesterton. En El
Hogar, 14 de mayo de 1937).
“Que yo sepa, nadie ha ensayado todavía una historia de las formas de la
novela, una morfología de la novela. Este historia hipotética y justiciera des-
tacaría el nombre de Wilkie Collins, que inauguró el curioso procedimiento
de encomendar la narración de la obra a los personajes; de Robert Browning
(13), cuyo vasto poema narrativo La sortija y el libro (1868),detalla el mismo
crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas. “(The Wild Palms, de
William Faulkner (14) En El Hogar, 5 de mayo de 1939).
...”Trata de un envenenamiento. La simple circunstancia de que un veneno
puede matar a un hombre aunque el envenenador esté lejos, aminora o anula
- en mi opinión - su virtud para este género de ficciones. Si el instrumento es
un puñal o un balazo, el instante del crimen es definido; si el instrumento es
un veneno, el instante se agranda y se desdibuja.”(Not to Be Taken, de Anthony
Berkeley. En El Hogar, 19 de agosto de 1938).
De la revisión de críticas se desprende con claridad meridiana que Borges no
ocultaba su predilección por algunos autores policiales y su desacuerdo con
otros. Es sabido que, así como el amor impide reconocer los defectos del ser
amado, la simpatía por determinado autor puede llevar al lector o al crítico
a tolerar los desaciertos en alguno de sus libros. Borges no se permitía la de-
bilidad de que su afición por escritor alguno anulara su criterio, y dio buena
muestra de esa imparcialidad con lo que podría intitularse Apogeo y caída de
Ellery Queen.
Frederick Dannay y Manfred B.Lee, primos hermanos nacidos en Brooklyn,
aunaron en 1928 su habilidad de escritores bajo el seudónimo de Barnaby Ross
y redactaron una novela policial, La tragedia de X. El gran éxito de la obra
en EE. UU. y Europa les decidió a continuar su colaboración, utilizando a

34
partir de entonces el seudónimo de Ellery Queen, nombre del protagonista de
esa primera novela, detective aficionado hijo del inspector de policía Richard
Queen. Autores de más de un centenar de libros, Dannay y Lee obtuvie-
ron importantes premios literarios, entre ellos el “Edgar”, galardón que en la
novelística policial equivale al “Oscar”de Hollywood. La crítica mundial ha
considerado El misterio del ataúd griego, escrita en 1932, como la obra maestra
de la serie, veredicto con el cual Borges no estaba de acuerdo. Según hemos
leído en su reseñas para El Hogar, juzgaba que El misterio de la cruz egipcia y El
misterio de los gemelos siameses pertenecían “a las mejores del género”, en tanto
calificaba a El misterio del féretro griego como “simplemente buena”.Pese a esta
discrepancia, salta a la vista de quien lee las críticas literarias de Borges que
las novelas de Ellery Queen se contaban entre sus favoritas, y es interesante
advertir cómo y porqué fueron gradualmente perdiendo su aprecio. ”cumple
con los primeros requisitos del género: declaración de todos los términos del
problema, economía de personajes y de recursos, primacía del cómo sobre el
quién, solución necesaria y maravillosa, pero no sobrenatural. (En los relatos
policiales, el hipnotismo, las alucinaciones telepáticas, los elixires de maléfica
operación, las brujas y los brujos, la magia verdadera y la física recreativa son
una estafa.) (Half-Way House, de Ellery Queen. En El Hogar, 30 de octubre
de 1936).
...” No nos abruma con extensos catálogos de personajes y con planos inútiles.
No abusa de las puertas y de los horarios. (...) Hollywood figura en esta novela
y Hollywood es presentado por el autor (que es norteamericano) como un
lugar disparatado, indeseable y esencialmente lúgubre. Valoración, dicho sea
de paso, que es ya tradicional en las letras americanas.” (The Devil to Pay, de
Ellery Queen. En El Hogar, 18 de marzo de 1938).
“La acción de las novelas de Ellery Queen siempre es interesante: el ambiente,
en general, es desagradable.(...) The Four of Hearts adolece, en cambio, de una
insensibilidad casi mineral, que excede todas las posibilidades humanas y has-
ta biológicas. Ellery Queen en esta su reciente novela no parece barruntar lo
desagradable que son todos los personajes. Zurdamente, nos impone la indig-
nidad de asistir a sus amoríos y de atestiguar sus cóleras y sus besos.”(The Four
of Hearts, de Ellery Queen. En El Hogar, 19 de mayo de 1939.)
...”Sherlock es casi humano y nadie ignora que la humanidad puede ser un

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atributo incómodo. El tabaco del héroe, la cocaína, las tazas de té y su violín
son quizá encantadores, pero acaban por ser intolerables o al menos insípidos.
La reductio ad absurdum de esa caracterización por manías puede estudiarse
(...) en los cuentos finales de este novísimo ciclo heroico de Ellery Queen.
El hecho es deplorable, máxime si recordamos que Ellery Queen era, hasta
hace muy poco, el más impersonal y menos molesto de todos los detectives.
Es verdad que adolecía de un coche Duesenberg, de un padre comisario, de un
joven mucamo argelino y de una erudición del todo espuria y siempre oracular,
pero esos atributos no le pesaban. Su decadencia data de la novela The Four of
Hearts, que es de 1939. En esa obra falaz, el autor se enamora de una cronista
cuyo afrodisíaco nombre es Miss Paula Paris; en esos cuentos nos impone la
indignidad de asistir a sus amoríos y de contemplar sus cóleras y sus besos.”
( Ellery Queen: The New Adventures of Ellery Queen. En Sur, julio de 1940).
La narrativa policial tiene innegables raíces en la literatura fantástica. Una de
las principales diferencias entre ambas radica en que la primera se esfuerza en
dotar de autenticidad a sus personajes, mostrándolos afectiva y socialmente
como integrantes de un ámbito creíble, por refinado o deleznable que éste sea.
En los argumentos es básico el conflicto protagonista / antagonista: el in-
vestigador, sea policía o detective privado, contra el criminal. Este esquema
fundamental origina una contienda de competencia durante el desarrollo de
la trama, en la que, a desemejanza de la novela tradicional, no tiene cabida la
amalgama de estilos - el frívolo con el dramático, el pasional con el humorísti-
co - como forma de justificar el lenguaje o el temperamento de los personajes.
Desde las primeras páginas de una novela policial, los aficionados al género
leen entre líneas, sopesan cada palabra de los diálogos, apuntan mentalmente
detalles que, más adelante, pueden ser invaluables “pistas”, y sospechan inten-
ciones criminales en varios personajes del libro, aunque el suceso siniestro se
produzca hacia la mitad del volumen y hasta entonces nada haya hecho su-
poner qué es lo que ocurriría. El autor se ve obligado a deducir las conjeturas
del posible lector, con el que entabla una imaginaria partida de ajedrez; debe
cuidar sus piezas, que son los informes acerca de caracteres y actividades de
los implicados, y graduar la cantidad de datos e indicios que suministra, a fin
de no engañar al lector ni aguarle la sorpresa de una resolución bien elabora-
da. La acción (investigación) suele desarrollarse con traspiés y fiascos para

36
el héroe que trata de esclarecer el hecho; el recorrido, escarpado y tramposo,
presenta algunas cumbres desde las cuales el investigador (y el lector), avizoran
la que parece ser solución del misterio, el rostro del criminal o la forma en que
se cometió el crimen. Y es justamente allí donde radica el talón de Aquiles de
la narrativa policial, ya que, con harta frecuencia, una trama bien conducida
decepciona en las páginas finales con un final absurdo, o embrollado, o con
hilos sueltos, interrogantes que quedan sin respuesta.
Así como una fábula remata en moraleja, Chesterton finalizaba sus cuentos
policiales con una enseñanza, fórmula que, prudentemente, ningún autor de
historias detectivescas se ha atrevido a imitar. Borges, eximio cuentista, com-
prendía la dificultad de lograr en un relato policial una resolución creíble y
sorpresiva.
“Edgar Allan Poe sostenía que todo cuento debe escribirse para el último
párrafo o acaso para la última línea; esta exigencia puede ser una exageración,
pero la exageración o la simplificación de un hecho indudable.
Quiere decir que un prefijado desenlace debe ordenar las vicisitudes de la
fábula”. (15)
“En ésta su segunda novela, el ingenioso autor de Death at the President’s
Lodging abunda en un procedimiento que Ellery Queen imaginó hace nueve
o diez años: proponer un misterio, declarar o insinuar una solución más ele-
gante y asombrosa que verosímil, y finalmente descubrir la “verdad”; compleja,
convincente y más bien opaca. (...) Prueba de la creciente dificultad del género
policial el autor, para no verse anticipado por el lector, tiene que preferir una
solución que no es la necesaria. Una solución (estéticamente) falsa.” (Hamlet,
Revenge!, de Michael Innes. En El Hogar, 3 de diciembre de 1937.)
Hasta mediados del siglo XX uno de los argumentos más explotados por el
cuento y la novela policial ha sido el del crimen en un ámbito cerrado. Entre
las muchas reincidencias en la trama con la que Poe inició el género – Los
crímenes de la calle Morgue ó El doble asesinato de la calle Morgue ( 1841) - ha-
llamos The Big Bow Mystery (1891), de Israel Zangwill (16), novela breve que,
como se expondrá más adelante, tuvo gran influencia sobre Borges. El misterio
del cuarto amarillo (1907), de Gastón Leroux, logró una popularidad que no
se ha esfumado con el tiempo, en tanto que El misterio del alfiler, de Edgar
Wallace, El visitante de medianoche, de S.S. Van Dine, El rey ha muerto, de

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Ellery Queen, El hombre hueco, de John Dickson Carr, y otras, no tuvieron la
misma fortuna. Borges se complacía en destacar los valores o inconsistencias
de la solución aportada por cada autor a ese singular enigma:
...” dos mujeres han sido asesinadas en una habitación que parece inaccesible.
Aquí Poe inaugura el misterio de la pieza cerrada con llave. Una de las mujeres
fue estrangulada, la otra ha sido degollada con una navaja. Hay mucho dinero,
cuarenta mil francos, que están desparramados en el suelo.(...) ¿Quién podría
pensar que el asesino iba a resultar siendo un orangután, un mono?” (17)
“Hay un problema de interés perdurable: el del cadáver en la pieza cerrada “en
la que nadie entró y de la que nadie ha salido”. Edgar Allan Poe lo inventó y
propuso una extraña solución que exige un pararrayos, una ventana y un mono
antropomorfo. (...) Eden Phillpotts, en Jig-Saw, recurre a un artificio mecá-
nico un hombre ha sido apuñalado en una torre; al final se descubre que el
puñal ha sido disparado desde un fusil. En la novela The Door Between, Ellery
Queen propone una curiosa solución de tipo ornitológico, Gastón Leroux en
Le mystére de la chambre jaune, una de tipo onírico.” ( John Dickson Carr: The
Black Spectacles. En Sur, julio de 1940).
”Drop to his Death ha sido escrito en colaboración por John Rhode (18) y por
Carter Dickson. El misterio central - un hombre asesinado en un ascensor
cuyas puertas no se abren sino cuando se detiene el vehículo - parece renovar
las más agradables alarmas del impenetrable Cuarto amarillo de Leroux.
Desgraciadamente, los dos capítulos finales nos abruman con una revelación
de carácter mecánico. Esa revelación, agravada por un diagrama, es la de una
pistola suicida (...) que una vez hecho su disparo mortal, se cae modestamente
a pedazos.” (Dos novelas policiales. En El Hogar, 7 de abril de 1939).
“...la solución de Zangwill es ingeniosa: dos personas entran a un tiempo en el
dormitorio del crimen; uno de ellos anuncia con horror que han degollado al
dueño y aprovecha el estupor de su compañero para consumar el asesinato. (...)
En el cuento El oráculo del perro (1926) Chesterton regresa al problema; una
espada y las hendijas de una glorieta forman la solución. El presente volumen
de Ellery Queen formula por sexta vez el clásico problema. No cometeré la
torpeza de revelar su clave, no muy satisfactoria, por lo demás, ya que inter-
viene considerablemente el acaso.” (The Door Between, de Ellery Queen. En El
Hogar, 25 de junio de 1937).

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El género policial clásico había instaurado un arquetipo: Sherlock Holmes; la
difusión de sus historias, cultas y deductivas, provocó que casi todos los auto-
res de novelas policiales procuraran dar a la imprenta un detective que, a res-
petuosa distancia, siguiera los pasos del inquilino de Baker Street. El Augusto
Dupin trazado por Poe quedó traspapelado entre sinnúmero de investigadores
que pugnaban por grabar sus nombres y habilidades en la memoria del público
lector. Aparte del mítico Holmes, solamente dos detectives de novelas clásicas
sobrevivieron, e incluso han recobrado vigencia con las sucesivas reediciones
de los libros que protagonizaron: el Jules Maigret de Georges Simenon y el
Hércules Poirot de Agatha Christie.
La escritora inglesa tenía a mano varios detectives, según la importancia o
peligrosidad del caso; la anciana Miss Jane Marple, sagaz desentrañadora de
misterios, autodefinida como victoriana impenitente, y Parker Pyne, caballero
inclinado a conjeturas psicológicas, intervenían en asuntos por lo general poco
graves o de intriga doméstica, en tanto que a Hércules Poirot le correspondían
los misterios peliagudos y que entrañaban, en ocasiones, riesgo físico para el
investigador. A Poirot, ex policía belga, atildado y coqueto, de baja estatura, ojos
verdes, poblados bigotes y cabeza en forma de huevo, con obsesión por el orden
y el método, lo creó. Mrs. Christie inspirándose en el físico y la personalidad
de refugiados belgas que conoció cuando prestaba asistencia comunitaria du-
rante la Primera Guerra Mundial. A semejanza de Sherlock Holmes, Poirot
cuenta con un cronista de sus actividades, el capitán Hastings, y apareció en
1920, viéndose obligado a descubrir criminales en lugares tan insólitos como
el tren expreso de Oriente y un barco de excursión en el río Nilo.
Simenon ideó a Jules Maigret en 1929, para su novela Pierre le Letton. El co-
misario Maigret es la antítesis de Sherlock Holmes: sus métodos de pesquisa
no se basan en indicios materiales sino en tozuda indagación sobre la vida
y acciones de los posibles sospechosos; vive como cualquier otro burgués de
París, no tiene hijos pero es afortunado: Mme. Maigret es esposa comprensiva
y excelente cocinera. Si algo causa estupor en las aventuras de este policía es
la gran cantidad de cerveza, vino blanco y alguna otra bebida alcohólica que
tanto él como los miembros de su equipo son capaces de trasegar en el curso
de sus investigaciones.
Simenon puso de manifiesto la predilección que tienen por su fuerza poli-

39
cial los autores franceses de historias detectivescas. Gaboriau dió la primera
señal al publicar como folletín en 1863 y como libro en 1866 - su novela El
caso Lerouge, con el policía investigador Lecocq. Aunque quizá el precedente
provenga, no de la literatura, sino de un personaje de carne y hueso: Eugène-
Francois Vidocq (19), delincuente y presidiario en su juventud, y eficaz jefe de
la policía francesa en la edad madura.
Un detective literario más evocado que leído es el Padre Brown, cuyas aventu-
ras oscurecieron la restante y formidable obra de su creador, Chesterton. Los
investigadores Poirot y Maigret tienen, como Sherlock Holmes, la cualidad
de la paciencia: se toman su tiempo para observar, pensar y deducir. El Padre
Brown impresiona como incauto y poco curioso, pero a la postre ha visto
y vaticinado todo. El matiz religioso católico está siempre presente en los
episodios de la saga de este cura-detective, y alcanza su máxima profundidad
y paradoja en la conversión del gigantesco gascón Flambeau, autor de “hur-
tos ingeniosos y de alta categoría”, en un detective aficionado que colabora con
Scotland Yard.
Dorothy L. Sayers - tan vapuleada por la crítica borgeana - escribió su pri-
mera novela policial, ¿Whose body?, en 1923. Lejos de buscar a su héroe entre
la policía local o los ciudadanos extranjeros afincados en Inglaterra, se dirigió
rectamente a la Cámara de los Lores y sacó del recinto a lord Peter Wilmsey;
el aristócrata tuvo que resolver enigmas que, para su mayor comodidad, esta-
ban ambientados en su propio y elegante círculo.
El corpulento doctor Gideón Fell fue el investigador creado por John Dickson
Carr, y la imaginación de su alter ego, Carter Dickson, se plasmó en sir Henry
Merrivale, otro caballero voluminoso. Las circunstancias les imponían el deber
moral de ayudar a las fuerzas del orden a solucionar crímenes, Fell haciendo
gala de razonamiento psicológico, Merrivale armando considerable barullo.
S.S. Van Dine se esforzó en preservar a su héroe, Philo Vance, de las brutalida-
des que se vivían a diario en los Estados Unidos. A Vance no lo roza la violen-
cia en tanto, vestido de etiqueta, dilucida con agudeza raros hechos criminales.
Ellery Queen, estimado por Borges durante largo tiempo hasta la decaden-
cia y vulgaridad de exhibir sus cóleras y sus besos, había sido dotado por sus
creadores de una personalidad más real, activa y ocurrente; no se limitaba a
discurrir sobre los hechos sino que tomaba parte en la acción. Este último

40
rasgo preanunciaba a los muchos detectives norteamericanos salidos de las
páginas de la novela negra, de los cuales son aún célebres el duro y expeditivo
Sam Spade, de Hammett, y el más depurado Philip Marlowe, de Chandler. Es
curioso que Hammett, tras el éxito de su héroe Spade - en parte gracias a la
labor de Humphrey Bogart en el film El halcón maltés - tratara de sustituirlo
en las preferencias del público por una pareja de detectives clásicos, Nick y No-
rah Charles, a los que convirtió en protagonistas de la serie El hombre delgado,
en la que abundaban las exhortaciones a la moralidad.
Otra desviación de la lista de detectives duros ha sido Perry Mason, héroe
de Erle Stanley Gardner (20); abogado defensor de causas aparentemente
perdidas, su teatralidad, su oratoria y un eficaz equipo de ayudantes lograban
demostrar la inocencia de sus clientes y los errores de la ley.
Chandler describió con precisión la figura del detective privado de las nove-
las negras:”Es intuitivo y conoce bien a las personas, ya que, de no ser así, no
podría realizar bien su trabajo. No aceptará nunca deshonestamente el dinero
de los demás, y responderá a cualquier insolencia con una venganza justa y
desapasionada. Se trata de un hombre solitario y que desea ser tratado como
un individuo orgulloso. Habla como las personas de su tiempo, es decir, con
cierta rudeza, pero también dando muestras de ingenio y sentido del humor.
Muestra un vivo sentido de lo grotesco, desdén por la mentira y la simulación,
y desprecio por la mezquindad.”
He aquí la opinión de Borges sobre el género policial duro y sus detectives:
“No me gusta la violencia que exhiben los norteamericanos. En general son
autores truculentos. Raymond Chandler es un poco mejor, pero los otros,
Dashiell Hammett, por ejemplo, son muy malos. Además, ellos no escriben
novelas policiales: los detectives no razonan en ningún momento. Todos son
malevos: los criminales y los policías. Lo cual puede ser cierto (al decirlo Borges
se ríe). Pero es una lástima que la novela policial que empezó en Norteamérica
y de un modo intelectual, con un personaje como M. Dupin, que razona y
descubre el crimen, vaya a parar a esos personajes siniestros, que protagonizan
riñas donde uno le pega al otro con la culata del revólver, y éste a su vez lo tira
al suelo y le patea la cara, y todo esto mezclado con escenas pornográficas.”
(21)

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NOTAS

1) Jorge Luis Borges: Otras inquisiciones - 1a. edición: Bs. As., Sur, 1952. En
Obras completas, Buenos Aires, Emecé, 1974.
2) Wilkie Collins: La piedra lunar. Prólogo de J.L.Borges (1946) Bs.As. Emecé.
3) Jorge L.Borges con Esther Zemborain de Torres Duggan: Introducción a la litera-
tura norteamericana (1967) - En Obras completas en colaboración -
Buenos Aires, Emecé, 1997.
4) T.S. Eliot: Thomas Stearns Eliot (St. Louis, Missouri, EE.UU., 1888 - Londres
1965) poeta, escritor y dramaturgo, naturalizado inglés en 1927, premio Nóbel de
Literatura en 1965. Obras: El bosque sagrado (ensayos), La tierra yerma (poema), Ase-
sinato en la Catedral (drama en verso), etc.
5) Jorge L.Borges con María Esther Vázquez: Introducción a la literatura ingle-
sa (1965).En Obras completas en colaboración. Buenos Aires, Emecé, 1997.
6) Bouvard y Pécuchet: obra póstuma e inconclusa de Gustave Flaubert, novelista
francés (1821-1880), creador de la Escuela Naturalista y autor de Madame Bovary,
Salammbó, etcétera. Borges escribió el artículo Vindicación de “Bouvard et Pécuchet”,
que se publicó en el diario La Nación el 14 de noviembre de 1954 y luego fue editado
en su libro Discusión (1957). En Obras completas de Jorge Luis Borges, Buenos Aires,
Emecé, 1974.
7) Roger Caillois: sociólogo, crítico y ensayista francés (1913 - 1978). Su obra ejerció
influencia sobre el psicoanalista Jacques Lacan. Residió en Buenos
Aires durante la Segunda Guerra Mundial y en esta ciudad publicó Sociología de la
novela, en 1942.
8) Borges, oral.(1979):El cuento policial - En Obras completas de Jorge Luis Borges.
Volumen IV - Buenos Aires, Emecé, 1996.
9) Jorge L. Borges y Norman Thomas Di Giovanni - Autobiografía - Buenos
Aires, El Ateneo, 1999.
10) Dorothy L. Sayers: Introducción a El Almirante flotante, novela escrita por
Agatha Christie, Dorothy L. Sayers, Anthony Berkeley y otros miembros del Detec-
tion Club de Londres. Buenos Aires, Emecé, 1982.
11) Manuel Peyrou: escritor, periodista y crítico argentino (1902-1974). Autor de
novelas y de cuentos fantásticos y policiales. Obras: La espada dormida (1944), El
estruendo de las rosas (1948), La noche repetida (1953), El árbol de Judas (1961), Marea

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de fervor (1967), etcétera.
12) Robert Louis Stevenson: novelista, poeta y ensayista inglés (Edimburgo 1850 -
Samoa 1894). Autor de Las nuevas noches árabes (1882), La isla del tesoro (1883), El
extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), La flecha negra (1888), etcétera.
13) Robert Browning: poeta inglés (1812 -1889). Creador del monólogo dramático;
su obra maestra es el poema narrativo The Ring and the Book (1864-1869) donde a
través de doce personajes y sus monólogos se conoce la historia de un crimen.
14) William Faulkner: poeta, novelista y cuentista norteamericano (1897 - 1962).
Obtuvo el Premio Nóbel de Literatura en 1950 y el Premio Pulitzer en 1965. El
sonido y la furia (1929), Santuario (1931) y ¡Absalón! ¡Absalón! (1936) son sus novelas
más célebres.
15) Prólogo al libro Los nombres de la muerte, de María Esther Vázquez. En
Obras completas de Jorge L. Borges. Volumen IV. Buenos Aires, Emecé 1996
16) Israel Zangwill: escritor inglés (1864 -1926). Figura prominente del sionismo,
presidió la Organización Territorial Judía. Autor de novelas sobre los “ghettos” euro-
peos, de piezas teatrales y de novelas policiales, The Grey Wig y The Big Bow Mystery
entre éstas últimas.
17) Borges, oral. (1979): El cuento policial. En Obras completas de Jorge L.
Borges. Volumen IV. Buenos Aires, Emecé, 1996.
18) John Rhode: seudónimo que utilizó el mayor inglés C.J.C. Street (1884 - 1957)
para publicar sus novelas policiales: Murders in Praed Street, The
Paddington Mystery,etcetera.
19) Eugène-Francois Vidocq: (1775 - 1857). Jefe de la policía francesa tras delinquir
en su juventud y cumplir pena de cárcel. Precursor del método policíaco de infiltrarse
en el hampa, fundó en 1825 la primera agencia de detectives privados. Escribió Memorias
(1828), Los ladrones (1836), y Los verdaderos misterios de París (1844).
20) Erle Stanley Gardner: escritor estadounidense (1889 - 1961), autor de la serie de
novelas policiales con el personaje del abogado Perry Mason.
21) Reportaje publicado en la revista argentina Siete días con motivo del certamen
de cuentos policiales auspiciado por dicha publicación. Buenos Aires, mayo de 1975.

43
44
Segunda parte

La Obra

2-1 Historias con crímenes

Quien esto escribe desea explicar que considera cuentos policiales aquellos en
los cuales, en tiempo presente, pretérito o futuro, ocurre un crimen. Sin duda
habrá analistas literarios que, en el caso actual- parte de la obra de Borges- no
estarán de acuerdo con tal calificación. Es sabido que los cuentos borgeanos se
prestan a variadas interpretaciones; para este trabajo se ha prescindido de las
evaluaciones sofísticas que se acumulan sobre la narrativa del escritor, ciñén-
dose a una apreciación personal y sencilla.
En 1933 el director del diario Crítica, Natalio Botana, decidió añadir al pe-
riódico un suplemento literario, tal como ya lo hacían La Prensa y La Nación.
Para dirigirlo, Botana llamó a Ulyses Petit de Murat, quien, a su vez, solicitó
que su amigo Jorge L. Borges co-dirigiera la publicación. En un diario de
amplia divulgación popular, Borges y Petit de Murat, con un equipo de co-
laboradores - Manuel Peyrou, Enrique Amorim, Horacio Rega Molina, Raúl
González Tuñón, Pablo Rojas Paz, Luis Melián Lafinur, Carlos de la Púa
y Xul Solar, entre otros - lograron para el suplemento, que se llamó Revista
Multicolor de los Sábados, un excelente nivel cultural.(1)

45
Los trabajos de Borges para el suplemento - reseñas bibliográficas, traduccio-
nes y cuentos -, tras un arduo trabajo de investigación y recopilación realizado
por la profesora Irma Zangara, se publicaron en 1995. (2) Varios relatos ya
editados en libros de Borges no se incluyeron en la recopilación, pero sí al-
gunos artículos y cuentos sin firma, o firmados con nombres diversos, que, a
juicio de la profesora Zangara, habían sido redactados por Borges.
Hombres de las orillas es uno de los cuentos no incluidos. Apareció en la Revista
Multicolor de los Sábados el 16 de septiembre de 1933, firmado por “Francisco
Bustos” y con ilustraciones del dibujante Sorazábal. Era la tercera versión de
Leyenda policial, un cuento de Borges publicado el 26 de febrero de 1927 en
la revista Martín Fierro (3).Con algunos cambios y nuevo título -Hombres
pelearon - el cuento se incluyó en 1928 en el libro El idioma de los argentinos
4);reapareció en 1935 en las páginas de Historia Universal de la Infamia (5)
con su nombre definitivo, Hombre de la esquina rosada.
Entre la Leyenda policial de 1927 y la versión decisiva mediaron unas 23.000
palabras de diferencia: el cuento embrionario, dedicado al escritor Sergio
Piñero, constaba de unas 500. El relato ocurría en el distrito de la Capital que,
a fines del siglo XIX, se conocía como Tierra del Fuego, y el escenario un bode-
gón en Cabello y Coronel Díaz. Por entonces nuestro río color de león llegaba
hasta la que es hoy avenida Figueroa Alcorta, por lo que se trataba de una típi-
ca historia orillera; el asunto era de desafío, duelo y muerte entre dos afamados
cuchilleros de los barrios del Norte y del Sur, “El Chileno” y “El Mentao”.
Un edicto policial prohibía los duelos, fueran criollos a cuchillo o caballerescos
a pistola o espada, por lo que los difuntos en esos lances se inscribían en el
rubro de asesinados.
En Hombre de la esquina rosada - dedicado a Enrique Amorim – Borges plan-
tea una provocación en un salón de baile junto al arroyo Maldonado: Fran-
cisco Real, “El Corralero”, un hombre del Norte, desafía a Rosendo Juárez, “El
Pegador”, de Villa Santa Rita, barrio del Sur. El duelo no tiene lugar, Juárez
no acepta el reto y se marcha. La incomprensible deserción y el final sorpre-
sivo - la muerte del “Corralero” por mano anónima, que luego se revela ser la
del relator inspiraron al autor otro cuento, Historia de Rosendo Juárez , a guisa
de continuación o de final. En esta segunda parte, publicada en el diario La
Nación el 9 de noviembre de 1969, Juárez explica su acto de cobardía, conse-

46
cuencia de estar asqueado de sí mismo por haberse convertido en un matón de
comité. Este cuento siembra nuevas conjeturas:¿mintió el mocito admirador
de Juárez en el primer cuento o miente el antiguo cuchillero en el segundo?
Historia de Rosendo Juárez se incluyó en el libro El informe de Brodie (6),edita-
do en 1970. En el Prólogo a la edición del año 1954 de Historia Universal de
la infamia Borges indicó que había firmado Hombre de la esquina rosada con
el nombre de un abuelo de sus abuelos, Francisco Bustos, y que el cuento “ha
logrado un éxito singular y un poco misterioso”. Este éxito, que parece haber
asombrado al autor, se afianzó luego de la versión cinematográfica que realizó
en el año 1962 el director René Mugica, con un elenco en el que figuraban
Francisco Petrone, Susana Campos, Jacinto Herrera y Walter Vidarte.
El 21 de octubre de 1933 apareció en la Revista Multicolor de los Sábados el
cuento Hermanos enemigos, firmado por Andrés Corthis. Es un relato cruel: en
la costa barcelonesa, dos hermanos mellizos, Pepe y Kimet, ya en la cincuen-
tena de una vida mezquina, solitaria y plagada de mutuos rencores, aceptan
como sirvienta a Lola, esposa de un pescador, escapada de un hogar donde era
golpeada y temía la muerte. Los hermanos, de a poco, se enamoran de Lola y
ambos se saben capaces de matar al que la mujer escoja; acuerdan entre ellos
que Lola debe marcharse, la encierran cada noche en una cabaña alejada y
cuelgan la llave en el dormitorio. Una noche Pepe y Kimet se encuentran en
el camino a la cabaña cerrada, apilan leña contra la puerta, encienden una ho-
guera y se sientan a mirar desde una colina próxima hasta que oyen el alarido
de la mujer atrapada en el incendio. “Dieron un paso hacia adelante. Pero al
chocarse sus miradas, retrocedieron, primero despacio, después a toda velocidad, en
medio del bosque, desgarrándose entre las zarzas, con las manos apretadas, hundi-
das hasta hacerse sangre, contra los oídos.”
En 1966, en la sexta edición de su libro El Aleph, Borges hizo incluir un cuen-
to, La intrusa, que en 1970 se editó definitivamente en El informe de Bro-
die. Narra un triángulo amoroso consentido entre dos hermanos, Cristián y
Eduardo Nilsen, “Los Colorados”, de Turdera, “troperos, cuarteadores, cuatreros
y alguna vez tahures”, y Juliana Burgos, una mujer a la que consideran una cosa,
sirvienta y manceba; para terminar con la anómala situación los hermanos
venden a la infeliz a un prostíbulo de Morón, pero reconocen que se han ena-
morado y no pueden apartarse de ella; vuelven a llevarla a su casa de Turdera,

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y por último Cristián la mata. “Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro
vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.”
La profesora Zangara asigna a Borges el seudónimo “Andrés Corthis” y la
autoría de Hermanos enemigos, que sería, por lo tanto, el único antecedente
conocido del cuento La intrusa.
Borges creó para la Revista Multicolor de los Sábados la sección Historia univer-
sal de la infamia, en la que publicó cinco relatos que podrían calificarse como
cuentos biográficos. Es interesante examinar el tratamiento literario dado por
el treintañero Borges a la vida y malas obras de cinco bribones, que no son
producto de su imaginación sino personajes que realmente existieron: Laza-
rus Morell lucra con la simulada redención de esclavos en las márgenes del
Mississippi, el falsario Tom Castro suplanta a un aristócrata desaparecido, la
viuda del almirante Ching capitanea hordas de piratas y derrota a la Armada
imperial, el malevo tormentoso Monk Eastman, un criminal de Chicago de
principios del siglo XX, marca el camino que seguirían décadas más tarde los
gangsters instituidos por la Ley Seca, y el maestro de ceremonias Kotsuké no
Suké causa el suicidio del señor de la Torre de Ako, a quien vengan épicamen-
te cuarenta y siete samurais. (7)
En 1935 la Editorial Tor publicó los cinco cuentos en un volumen titulado,
como la sección del suplemento, Historia universal de la infamia. Borges agre-
gó para la edición otros dos cuentos biográficos: Bill Harrigan sale de un con-
ventillo de Nueva York para morir a los 21 años como Billy the Kid, y el falaz
profeta Hákim de Merv oculta su rostro leproso y provoca una guerra santa.
En el Prólogo a la 2a. edición del libro (1954), Borges señaló: “Ya el excesivo
título de estas páginas proclama su naturaleza barroca. (...) Son el irrespon-
sable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo
en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias.”
En 1936, a instancias de su amigo José Edmundo Clemente - según hizo
constar en el Prólogo - Borges hizo editar varios ensayos en un libro, Historia
de la eternidad (8). Bajo el subtítulo Dos notas se halla una curiosa narración,
El acercamiento a Almotásim, en la cual se hace la reseña de un libro, “la primera
novela policial escrita por un nativo de Bombay City.” La trama refiere en vein-
tiún capítulos las aventuras de un innominado estudiante de Derecho que en
una batalla campar entre musulmanes e hindúes mata (o piensa haber matado)

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a un hindú. Temeroso de la ley resuelve perderse en la India y su involuntaria
peregrinación tiene un objetivo: encontrar a un hombre llamado Almotásim,
de quien procede una misteriosa claridad y benevolencia. Al reseñar la novela
Borges conjetura que Almotásim, nombre que significa El buscador de amparo,
es un emblema de Dios, e informa al lector que la obra ha tenido tres ediciones:
dos en la India, la primera agotada en 1932, la segunda con ilustraciones, y la
tercera que tiene a la vista, realizada en Londres y con prólogo de Dorothy L.
Sayers.
Es posible que tanta crítica literaria que Borges se veía obligado a redactar le
haya inspirado lo que, en buen porteño, sólo cabe adjetivar de cachada erudita
que, para mayor desconcierto de muchos lectores, hizo publicar en un libro
de ensayos. El escritor inventa a otro escritor, el abogado Mir Bahadur Alí,
supuesto autor de la novela; sazona el resumen bibliográfico con opiniones
de dos críticos que concuerdan en el mecanismo policial de la obra y uno de los
cuales reconoce en sus páginas la inverosímil tutela de Wilkie Collins. Fuera de
la broma literaria, el pretexto del cuento es la azarosa búsqueda de la esencia
divina.
Quizá Borges deseaba un sinceramiento acerca de este cuento y la ocasión se
le presentó en 1944 al publicar su libro de ensayos, Ficciones (9). Incluyó El
acercamiento a Almotásim con un Prólogo de su autoría, desmoronando la au-
tenticidad de la supuesta novela:
“...Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de
explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en
pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y
ofrecer un resumen, un comentario...”.
Varios de los trabajos que en 1944 integraron el libro Ficciones, entre ellos El
acercamiento a Almótasim, participaron en 1941 de un volumen editado por Sur
cuyo título era el de la narración que figuraba en último término, El jardín de
senderos que se bifurcan. En el Prólogo Borges advierte: “Las siete piezas de este
libro no requieren mayor elucidación. La séptima (El jardín de senderos que se
bifurcan) es policial; sus lectores asistirán a la ejecución y a todos los prelimi-
nares de un crimen, cuyo propósito no ignoran pero que no comprenderán, me
parece, hasta el último párrafo.”
El jardín de senderos que se bifurcan contiene los elementos de una historia de

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espionaje ambientada en Inglaterra en 1916: el doctor Yu Tsun, catedrático y
espía chino por cuenta de Alemania, sabe que está a punto de ser arrestado y
encuentra el modo de informar a sus jefes en Berlín la ubicación de un nuevo
parque de artillería británico en Francia. Visita a Stephen Albert, experto en la
lengua, la historia y las instituciones chinas y japonesas, aduciendo su calidad
de descendiente de Ts’ui Pên, autor de una novela analizada por Albert. El ca-
pitán inglés encargado de detener a Yu Tsun llega a la casa de Albert al tiempo
que el chino mata al sinólogo de un balazo por la espalda. La noticia de la
inexplicable muerte del sabio Stephen Albert a manos de Yu Tsun, un chino
desconocido, es publicada por los diarios y los alemanes descifran la clave: la
ciudad de Albert, en Francia, es bombardeada. Yu Tsun logró su objetivo y en
la cárcel donde le espera la horca, dicta y firma el relato de su exitosa misión
postrera.
Los cuentos de Borges son de dos tipos: directos, sin ramificaciones, una única
historia desde el comienzo hasta el final - ejemplo La intrusa - o una ficción
sugerida por las muñecas rusas, un cuento dentro de otro cuento. En El jardín
de senderos que se bifurcan la argucia desesperada del espía chino resignado a
matar y a morir - como anticipa la última frase de la novela de su antecesor -
es la cubierta de otra historia: la interpretación que hace el erudito de la obra
de Ts’ui Pên. Para Albert el libro es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo
tema es el tiempo: diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan
y se bifurcan, en uno de los cuales, intuye el sinólogo, él y su inesperado y a la
postre letal visitante chino son enemigos.
El 26 de julio de 1942 se publicó en el diario La Nación, ilustrado por Ale-
jandro Sirio, el cuento de Borges La forma de la espada, que en 1944 integró
el libro Ficciones (10). Un hosco y solitario individuo al que apodan El inglés,
dueño de la estancia “La Colorada”, en el departamento oriental de Tacua-
rembó, relata a Borges, obligado a “hacer noche” allí por una crecida, la his-
toria de una cicatriz que le cruza la frente. Peleando por la independencia de
Irlanda en 1922, se unió a su grupo un joven, John Vincent Moon, rebosante
de ideas marxistas acerca de la cuestión irlandesa. Moon resultó un cobarde,
al que él, El inglés, salvó la vida en un tiroteo. Pretextando dolor de una herida
que era un simple rasguño, Moon permaneció en el escondite de los guerrille-
ros, la quinta de un general que estaba en la India. Un día El inglés oyó hablar a

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Moon por teléfono, acordando con el enemigo la entrega de su salvador. Antes
de ser arrestado por los soldados británicos persiguió a Moon por la casa y con
un alfanje que sacó de una panoplia estampó en el rostro del traidor una media
luna de sangre. Moon cobró su paga y huyó al Brasil. En este punto El inglés
se detiene en su relación, Borges le insta a proseguir, y el estanciero muestra
su curva cicatriz y confiesa: “¿No ve que llevo escrita en la cara la marca de mi
infamia? Le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el fin.
Yo he denunciado al hombre que me amparó; yo soy Vincent Moon. Ahora desprécie-
me.” Cerrada la historia, se deduce queVincent Moon asesinó a su salvador: las
leyes inglesas de la época enviaban a la horca a los guerrilleros.
“Bajo el notorio influjo de Chesterton (...) y del consejero aúlico Leibniz (...),
he imaginado este argumento que escribiré tal vez y que ya de algún modo me
justifica, en las tardes inútiles. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes: hay
zonas de la historia que no me fueron reveladas aún: hoy, 3 de enero de 1944,
la vislumbro así.”
Con este preámbulo inició Borges la trama de Tema del traidor y del héroe, (11)
otro cuento basado en traición a la causa irlandesa. Ryan, bisnieto del venera-
do héroe revolucionario Fergus Kilpatrick, escribe la biografía de su antepasa-
do, de quien está por cumplirse el centenario de su muerte. Kilpatrick, murió
asesinado de un balazo en un palco de un teatro de Dublín el 6 de agosto de
1824; la policía inglesa no pudo dar con el autor del crimen. Investigando para
la biografía, Ryan se entera de que James Nolan, otro conjurado, tradujo al
gaélico algunas obras de Shakespeare, entre ellas Julio César y Macbeth; curio-
samente, varios hechos - vaticinios, avisos, rumores - que rodearon la muerte
de Kilpatrick, tenían similitud con el texto de ambos dramas. De a poco, Ryan
llega a la verdad: la rebelión encabezada por su bisabuelo fallaba una y otra vez,
se sospechó que existía un traidor; Kilpatrick encomendó a Nolan descubrirlo
y Nolan encontró pruebas de que el traidor era el mismo Kilpatrick, quien no
negó su culpa y firmó su propia condena a muerte. La decepción que tendrían
los irlandeses al conocer que su adalid se había vendido sería fatal para la cau-
sa, por lo que Nolan ideó un plan para dramatizar la ejecución de Kilpatrick
y convertirla en una leyenda inolvidable que azuzara la rebelión; el traidor
aceptó cumplir su rol hasta el final, agradecido de redimirse. Ryan, finalmente,
oculta la verdad y redacta un libro ensalzando al héroe.

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Benjamín Otálora, el compadrito de Balvanera protagonista de El muerto (12)
no es cabalmente un traidor, lo suyo es la usurpación. Huye de la justicia ar-
gentina y llega a Montevideo con una carta del caudillo de su parroquia para
Azevedo Bandeira, famoso jefe de contrabandistas. La carta resulta innece-
saria: en un almacén Otálora detiene la cuchillada que lanza un tropero a
Bandeira, quien loacepta en su gavilla. En un par de años el porteño aprende
las faenas de los gauchos en las estancias y las tretas del contrabando en la
frontera; le nace elanhelo de convertirse en jefe al percatarse de que Bandeira
es un anciano enfermizo. Poco a poco el compadrito agauchado se destaca en
la tropa del contrabandista por su coraje, gana la amistad de Suárez, guardaes-
paldas de Bandeira, tergiversa o ignora las órdenes del viejo, mandonea a los
compañeros, los acaudilla en algún entrevero con la ley. A Otálora le gustan
la mujer, el caballo y el apero del jefe: obtiene esos tres símbolos de autoridad,
que Bandeira, al que permite seguir viviendo por una mezcla de rutina y de
lástima, se deja arrebatar. La noche de fin de año de 1894 es un Otálora borra-
cho de licor y de triunfo el que festeja, hasta que Bandeira obliga a la mujer a
besarlo ante todos sus hombres y Suárez empuña el revólver. Antes de morir
Otálora vislumbra la verdad: le han permitido el amor, el mando y el triunfo,
porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.
En el Epílogo de El Aleph Borges califica a Azevedo Bandeira de “una tosca
divinidad”. Refiriéndose al cuento comentó: “El muerto puede ser una alegoría,
sin que yo lo supiera. A todos nos dan todo y nos quitan todo.” (13)
Santiago Fischbein, dueño de una librería en la calle Talcahuano, personaje del
cuento El indigno (14) es un traidor a la manera tradicional. A los quince años,
trasplantado con su familia a Buenos Aires desde una colonia judía entrerria-
na, convierte en su héroe a Francisco Ferrari, guapo del barrio junto al arroyo
Maldonado, cuya apariencia - morocho, alto, de buena estampa, vestido de
negro - se ajusta a la imagen anticipada por el Francisco Real de Hombre de
la esquina rosada. Ferrari defiende de unos guasones a la madre y a la tía del
jovencito y lo sienta a su lado en la mesa del boliche. Es el comienzo de una
amistad de la que el adolescente, al que apodan El rusito, no se considera
digno. Ferrari y un viejo malevo, Eliseo Amaro, traman con la barra un robo
en la tejeduría de un judío del barrio, Weidemann; envían al Rusito a estudiar
las salidas y lo designan campana para la noche del atraco. Ferrari tiene fe en

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su protegido: “Sé que te portarás como un hombre”, le dice. El rusito denuncia el
plan en el Departamento de Policía, donde lo instruyen de no avisar cuando
lleguen los agentes. Estos ingresan a la fábrica cuando la pandilla está en pleno
“trabajo”, arrestan a la mayoría y matan a Ferrari y a Amaro alegando resisten-
cia a balazos. Fischbein nunca les había visto llevar revólver, ha sido un ajuste
de cuentas de la policía. Magnificada por los diarios, la muerte “en su ley” de
Ferrari lo transmuta en el héroe “que acaso nunca fue y que yo había soñado”, re-
fiere el librero a Borges, a quien confía esa historia de su juventud porque “a lo
mejor le sirve para un cuento que usted, sin duda, surtirá de puñales.”
El indigno deja flotando en el aire una duda no aclarada en el argumento. La
súbita decisión del jovencito Fischbein de denunciar los planes de robo de Fe-
rrari ¿la motiva un genético concepto de honradez o el hecho de que la víctima
del robo será Wiedemann, un individuo de su misma confesión judía? ¿Que
ha defendido Fischbein? ¿Su porvenir, comprometido por complicidad con un
delincuente, o a un miembro de su colectividad?
En el cuento Emma Zunz, publicado en Sur en septiembre de 1948 y en el li-
bro El Aleph en 1949, “cuyo argumento espléndido, tan superior a su ejecución
temerosa, me fue dado por Cecilia Ingenieros”, explicó Borges en el Epílogo
de El Aleph, se desarrolla otra trama basada en la traición. Emma Zunz, joven
de diecinueve años, no traiciona por dinero, como Vincent Moon, ni por mo-
tivaciones morales, como Santiago Fischbein; el suyo es un tortuoso plan para
castigar otra traición y vengarse de Aaron Loewenthal, el hombre que arruinó
y, a la postre, indujo al suicidio a Emanuel Zunz, su padre.
“El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tar-
buch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por
la que supo que su padre había muerto.” Zunz, bajo falso nombre, se ha suicidado
en el Brasil.
Emma sabe que la defraudación de la que fue acusado seis años atrás era obra
de Loewenthal, entonces gerente y ahora propietario de la fábrica en que ella
es obrera; una carta que le avisa la muerte del padre desata su venganza, que
trama y ejecuta en un día. Un día de trabajo normal, aunque con rumores
de huelga; luego la inscripción en un club y el examen médico para la pileta,
examen que certifica no solamente su buena salud sino también su virginidad.
So pretexto de darle información sobre la huelga concierta una entrevista con

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Loewenthal, viudo solitario que habita en los altos de la fábrica. La parte
del plan que más temor inspira a Emma no es esa cita nocturna sino el paso
previo: entregarse, en un hotelucho del Paseo de Julio, a un desconocido, un
marinero extranjero. Luego de la deshonra voluntaria, acude a la reunión con
Loewenthal en el despacho de éste, donde es sabido que el hombre guarda
un revólver en el escritorio. Emma da nombres de implicados en la huelga,
pide un vaso de agua; cuando el patrón regresa la joven tiene en su mano el
revólver, dispara, y el traicionado traidor Aaron Loewenthal muere; la homi-
cida prepara el escenario y el relato de una supuesta violación para justificar el
crimen. “He vengado a mi padre y no me podrán castigar”.. .había pensado decir
a su víctima, pero no hubo tiempo. Su historia se impone a todas las dudas.
“Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Ver-
dadero también el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la
hora y uno o dos nombres propios.”
Los tenaces cronistas de cuanto comentario hacía Borges han recogido su
opinión sobre Emma Zunz: “En el cuento se sugiere que a ella no le gustaban
los hombres, porque todo tiene que ser un sacrificio y ella no tiene que sentir
agrado ante la idea de estar con un hombre. Ella es una muchacha no sé si
pudorosa o frígida. “(15)
Emma Zunz es la única protagonista femenina en los cuentos de Borges. En
el cuento Ulrica (16), la mujer, en realidad, no existe: Brunilda, la trágica he-
roína de la saga escandinava precursora de la epopeya germánica de los
Nibelungos, se corporiza en un páramo de York para hacer el amor con un
colombiano en una posada, en tanto aúllan lobos extinguidos.
En 1954 el cineasta argentino Leopoldo Torre Nilsson dirigió su primera pe-
lícula, Días de odio, adaptación del cuento Emma Zunz, con Elisa Galvé y Ni-
colás Fregues en los papeles principales. Hubo que ampliar el relato de Borges
y, para la época, el film resultó sorprendente por el empleo de la voz en “off ”,
una banda sonora nada convencional, y la acertada exposición de los ambien-
tes sórdidos en que transcurría la historia.
¿Cómo es la vida de un hombre que premedita un asesinato, en los días previos
al crimen? Borges desarrolló esta incógnita en el cuento Evaristo Arredondo
(17) fundamentado en un hecho dramático y real.
La República Oriental del Uruguay llegó a las postrimerías del siglo XIX

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arruinada por la política, los dictadores y las guerras. Juan Idiarte Borda, va-
rias veces diputado y senador, asumió la presidencia el 21 de mayo de 1894.
Pronto debió confrontar la oposición del Partido Colorado, al que pertenecía,
y del Partido Blanco, por los abusos de su administración; en 1896 sobrevino
la revolución liderada por el dirigente Aparicio Saravia, del Partido Blanco. El
pueblo acusaba a Idiarte Borda de no terminar con los enfrentamientos por-
que así convenía a sus intereses políticos, y éste solía ser el tema de conversa-
ción de un grupo de amigos que se reunía en un café de Montevideo. Avelino
Arredondo, veinteañero”flaco y moreno, más bien bajo y tal vez algo torpe”, de-
pendiente de una mercería y estudiante de Derecho a ratos perdidos, integraba
esta tertulia; se limitaba a escuchar, no daba opiniones, no se enojaba cuando
le tildaban de tacaño. Un día de 1897 Arredondo, que vivía en una casa de las
afueras, dejó el empleo y avisó a los amigos y a la novia, Clara, que se marchaba
al campo por un tiempo. Contrariamente a lo que anunciara, se recluyó, como
un moderno ermitaño, en una pieza del fondo de su vivienda. Durante meses
vivió allí sin periódicos, sin más libros que una Biblia, con el reloj parado “para
no estar siempre mirándolo”. Mateaba, armaba cigarrillos, limpiaba la pieza, ju-
gaba partidas de ajedrez, leía la Biblia a falta de otra lectura, conversaba con la
parda Clementina, vieja servidora de la familia que le traía la comida. Hacia
el fin del aislamiento auto-impuesto salió una noche a la calle y entró en un
almacén; se topó con unos soldados que lo obligaron a vivar al presidente.
El 25 de agosto, Día de la Independencia (18), Avelino Arredondo se vistió
con esmero, se puso una corbata colorada, dio a Clementina el poco dinero
que aún tenía y caminó hacia la Catedral. El Tedeum había concluido, las
autoridades bajaban por la escalinata; Arredondo averiguó quién del grupo
era el presidente, sacó un revólver y le disparó. Idiarte Borda cayó diciendo:
Estoy muerto. No se equivocaba. Detenido, Arredondo declaró: Soy colorado y lo
digo con todo orgullo. He dado muerte al Presidente, que traicionaba y mancillaba
a nuestro partido. Rompí con los amigos y con la novia, para no complicarlos; no
miré diarios para que nadie pueda decir que me han incitado. Este acto de justicia
me pertenece. Ahora, que me juzguen.
Existe un colofón a esta escueta y magnífica crónica de las acciones de un
hombre que conoce su destino de magnicida: son los primeros párrafos de un
trozo literario titulado In Memoriam J.F.K.(19), que Borges quizá redactó en

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los convulsionados días finales de noviembre de 1963: Esta bala es antigua.
En 1897 la disparó contra el presidente del Uruguay un muchacho de Montevideo,
Arredondo, que había pasado largo tiempo sin ver a nadie, para que lo supieran sin
cómplices.
El enclaustramiento de Arredondo guarda cierta analogía con el del protago-
nista del cuento La espera (20). Alquila una pieza en una casa pueblerina, dice
llamarse Villari, que es el nombre de un enemigo; viene de otras reclusiones
y no se le hace difícil permanecer confinado en la vivienda durante semanas
hasta que se anima a ir, furtivamente, al cine. ¿Qué sabemos de este falso Vi-
llari? Que ha estado en el Uruguay; que aguarda algo; que la espera no tendrá
fin a menos que lea en el diario la noticia de la muerte de Alejandro Villari;
que sólo quiere seguir viviendo. Una clave de su pasado surge cuando lee la
Divina Comedia comentada: no pensó que Dante lo hubiera condenado al último
círculo. El último círculo del Infierno, el noveno, es el de los traidores.
Su enemigo figura en un sueño repetido cada amanecer: Villari entra en su
cuarto con otros dos hombres, él se apodera del arma que guarda en la mesa
de luz y los mata. Una mañana lo despiertan unas voces: Villari y otro indivi-
duo entraron en el cuarto en penumbras. El inquilino les pide con un gesto
que aguarden y se vuelve hacia la pared, tal vez confiando en reinsertarse en el
sueño. “En esa magia estaba cuando lo borró la descarga.”
En la Postdata de 1952 al Epílogo del libro El Aleph, Borges se refirió a La
espera:...” diré que lo sugirió una crónica policial que Alfredo Doblas me leyó,
hará diez años, mientras clasificábamos libros (...). El sujeto de la crónica era
turco, lo hice italiano para intuirlo con más facilidad.”
Hay otras esperas. Una de ellas es el núcleo argumental de un cuento breví-
simo y contundente, Episodio del enemigo (21). El protagonista es el mismo
Borges; encerrado en su casa, escribe, aguarda y teme; un anciano, ayudado por
un bastón, llega con dificultad hasta su puerta; se apresura a abrirle temiendo
que se desplome. El hombre, que se parece a los retratos de Lincoln, se deja
caer en la cama, desenfunda un revólver.
“Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa.”
El escritor, en un esfuerzo por eludir la muerte, expresa su arrepentimiento
por el hecho del pasado que origina esa venganza; sus palabras son inútiles: el
anciano le anuncia con firmeza que ha venido a matarlo.

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- Usted ya no puede hacer nada - le dice.
- Puedo hacer una cosa - le contesté.
-¿Cuál? - me preguntó.
- Despertarme.
Y así lo hice.
Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto (22) es también la historia de una
espera. Dunraven, habitante de Pentreath, ciudad portuaria en la costa de
Cornualles, refiere a su amigo Unwin los asesinatos que más de veinte años
atrás estremecieron a esa localidad y nunca tuvieron explicación plausible.
Otra tragedia de incalculable envergadura, que se avecina mientras los amigos
conversan, es señalada por el autor en los primeros párrafos: Era la primera
tarde del verano de 1914; hartos de un mundo sin la dignidad del peligro, los amigos
apreciaban la soledad de ese confín de Cornwall. Esa tarde de verano correspon-
día al 21 de junio; una semana después, el 28 de junio, ocurría el atentado de
Sarajevo que desencadenó la Primera Guerra Mundial.
Dunraven relata que Abenjacán el Bojarí, ex rey de tribus sudanesas, llegó a
Pentreath con un esclavo negro y un león; ordenó la construcción de un la-
berinto de piedra y ladrillos carmesíes, con una sola habitación redonda en el
centro de infinitos corredores, extraño edificio que el párroco objetó desde el
púlpito. Abenjacán lo visitó y le explicó que durante años había gobernado y
expoliado a su pueblo, amasando una fortuna con ayuda de su primo Zaid, un
cobarde que era su visir; estalló una rebelión, huyó con el tesoro y un esclavo,
guiado por Zaid hasta un sepulcro en el desierto. Cansados, se durmieron; una
pesadilla despertó a Abenjacán, apuñaló al dormido Zaid para no compartir
el tesoro e hizo que el esclavo destrozara la cara del muerto. Continuaron la
huída, llegaron al mar, y se embarcaron hacia Inglaterra. Según Abenjacán, las
últimas palabras de su primo agonizante habían sido una amenaza de muerte,
y quería edificar el laberinto para ocultarse del espectro de Zaid. El párroco
pensó que el derrocado caudillo estaba loco y no puso más objeciones a la
construcción, concluida la cual Abenjacán se encerró dentro.
En los tres años siguientes los habitantes del lugar no le volvieron a ver; oían
el rugido del león, y el esclavo hablaba con los tripulantes de los barcos que
llegaban de África. Uno de estas naves, un velero, ancló una mañana; a la tarde
apareció Abenjacán, aterrorizado, en casa del párroco, balbuceó que Zaid ha-

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bía penetrado en el laberinto y matado a su esclavo y a su león, y preguntó si
las autoridades podían protegerlo. Sin esperar respuesta el exiliado se marchó;
el velero partió al día siguiente. El párroco, preocupado, fue al laberinto, halló
al león, al esclavo y a Abenjacán muertos con la cara destrozada; no había
rastros de tesoro alguno.
Unwin, a quien Dunraven lleva a explorar el viejo laberinto, edificado sobre
una colina visible desde el mar, afirma que la historia es mentira. Días des-
pués, en Londres, expone a Dunraven su teoría de los hechos: desvelado por
el miedo, Zaid, el cobarde, aprovechó el sueño de su primo para huir con el
tesoro y el esclavo. Tal vez pensó en matar a Abenjacán pero no se atrevió, aún
sabiendo que éste lo buscaría para recobrar el tesoro y vengarse. Zaid llegó a
Inglaterra diciendo ser Abenjacán, e hizo edificar el laberinto rojo en un sitio
ostensible, para que la anécdota del africano que allí vivía con un león y un
esclavo llegara, relatada por las tripulaciones, a oídos de su traicionado primo.
Así ocurrió; Abenjacán arribó a Pentreath, se dirigió sin vacilar al laberinto, y
allí fue asesinado por Zaid, que lo aguardaba desde hacía tres años; el esclavo y
el león también fueron muertos y las tres caras destrozadas, para dar verosimi-
litud a la fábula de la venganza póstuma que el falso Abenjacán fingía temer.
Zaid se marchó en el velero, sin riquezas, ya que la construcción del laberinto,
la trampa para Abenjacán, habría insumido su mal habida fortuna. “Robó el
tesoro y luego comprendió que el tesoro no era lo esencial para él. Lo esencial era que
Abenjacán pereciera.”
El cuento de Borges se complementa con Los dos reyes y los dos laberintos
(23), corta historia referida por el párroco a sus fieles cuando se oponía a la
extraña edificación ordenada por el africano: un rey de Babilonia hizo a un
visitante, rey de Arabia, una broma pesada, encerrándolo en un laberinto don-
de el árabe estuvo perdido durante horas hasta hallar la salida. Sin protestar
por la burla, dijo a su anfitrión que en su país había un laberinto y que algún
día se lo haría conocer. Regresó a Arabia y declaró la guerra a Babilonia hasta
arrasar sus tierras y hacer prisionero al rey. Hizo atar al vencido a un camello
y marcharon al desierto; al cabo de tres días el rey de Arabia desató al de Ba-
bilonia y lo abandonó para que muriera de hambre y de sed, tras recordarle la
afrenta sufrida por el encierro “en un laberinto de bronce con muchas escaleras,
puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no

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hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni
muros que te veden el paso.”
En dos oportunidades Borges trae a colación a Edgar Allan Poe en el cuento
sobre Abenjacán. Cuando Dunraven enumera a Unwin los puntos oscuros de
los crímenes en el laberinto, Unwin replica que los misterios “deben ser simples.
Recuerda la carta robada de Poe, recuerda el cuarto cerrado de Zangwill.” En pá-
rrafos anteriores el autor nos ha informado que Dunraven es poeta y Unwin
matemático; en La carta robada, el caballero Dupin explica que el ministro
D., ladrón de la misiva, es poeta y matemático, y utilizó esa “doble capacidad”
para ocultar el documento. En Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto, el
poeta y el matemático, uniendo sus capacidades, hallan la posible solución del
misterio.
Alfred Hitchcock gustaba de aparecer como “extra” en sus películas, a Borges
le complacía ingresar como personaje, secundario pero preciso, en sus cuentos.
En Juan Muraña (24) se reencuentra casualmente con Trápani, ex compañero
de escuela que ha leído su libro sobre Carriego:” Ahí hablás todo el tiempo de
malevos; decime, Borges, vos, ¿que podés saber de malevos?” Trápani le refiere una
historia de su infancia; vivía con su madre y la hermana de ésta, Florentina,
que había sido esposa de Juan Muraña, afamado cuchillero de Palermo a fines
del siglo XIX. La tía ocupaba la pieza del altillo, era anciana, flaca y rara; en
el barrio se decía que estaba medio loca desde que el marido había muerto
o desaparecido. Luchessi, dueño de la casa, estaba haciendo el trámite para
desalojarlos por falta de pago; Florentina aseguraba una y otra vez: “Juan no
va a consentir que el gringo nos eche.” La madre de Trápani decidió ir a casa de
Luchessi, en Barracas, para pedir el aplazamiento del desalojo, y llevó al hijo
con ella, tal vez para inspirar compasión. Al llegar encontraron conmocionado
al vecindario: la noche anterior Luchessi había sido asesinado a puñaladas.
Buenos Aires no estaba acostumbrada a hechos sangrientos y el caso dio que
hablar; la tía Florentina, impasible, repetía la cantinela acerca de “su Juan” con
el añadido “ Yo les dije”. Un día, Trápani subió al altillo a conversar con la tía;
la mujer insistió en que Juan los había salvado y detuvo los razonamientos del
sobrino afirmando que Juan estaba allí; de un cajón sacó un puñal: “Aquí lo
tenés. Yo sabía que nunca iba a dejarme. En la tierra no ha habido un hombre como
él. No le dio al gringo ni un respiro.”

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Esa daga era, para Florentina, el hombre al que seguía amando. En su locura,
caminó de noche hasta la casa de Luchessi para hacer lo que Juan Muraña
habría hecho: coser a puñaladas al hombre que iba a desalojar a su familia. Es
“la historia de esa mujer que se quedó sola y que confunde a su hombre, a su tigre,
con esa cosa cruel que le ha dejado, el arma de sus hechos...”.
Un cuento de Borges, La muerte y la brújula (25), está considerado emblemá-
tico dentro de la narrativa policial. Críticos literarios argentinos y extranjeros,
biógrafos del autor, y hasta eminentes discípulos de Freud o de Lacan, han
dedicado capítulos enteros a analizarlo. (26).
En ese cuento, un asesino idea una estratagema libresca y tentadora para lle-
var a un enemigo hacia la muerte. El protagonista es Erik Lönnrot, detective
razonador al estilo Auguste Dupin. Hay un primer crimen: en un hotel de una
ciudad sin nombre es apuñalado un rabino; en su máquina de escribir hallan
una hoja de papel con la frase “La primera letra del Nombre ha sido articulada”.
Lönnrot, para quien esa frase es un indicio, examina los textos hebreos del
rabino. Ocurre un segundo asesinato: hallan muerto a puñaladas a un ladrón
conocido, Azevedo, junto a una pared donde alguien ha escrito con tiza “La
segunda letra del Nombre ha sido articulada”. Un tercer crimen no es verificable
por ausencia de cadáver, pero desaparece en extrañas circunstancias un in-
dividuo de apellido hebreo que, por teléfono, ofreció dar información sobre
el doble crimen a cambio de una recompensa; en el lugar por donde todo
indica que el frustrado informante hizo un último paseo, un letrero en una
pizarra:”La última de las letras del Nombre ha sido articulada”.
Las muertes y la desaparición tuvieron lugar el 3 de diciembre, el 3 de enero
y el 3 de febrero. El 1 de marzo el comisario a cargo de los casos recibe una
carta firmada Baruj Spinoza (27) en la cual le anuncian que el 3 de marzo no
ocurrirá un cuarto crimen porque los tres anteriores sucedieron” en vértices
perfectos de un triángulo equilátero y místico”; un plano de la ciudad, con un
triángulo dibujado con tinta roja, acompaña a la misiva. El policía reexpi-
de carta y plano a Lönnrot quien, con un compás y una brújula, cree haber
dilucidado el enigma; avisa al comisario que no habrá otro crimen porque
el 3 de marzo los asesinos estarán en la cárcel. La clave es el Nombre de
Dios - la palabra griega Tetragrámaton - que consta de cuatro letras, JHVH,
y no de tres como indicaban las frases. No se trata de un triángulo sino de

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un rombo, cuyo cuarto vértice señala una finca de las afueras. Hacia allí se
dirige Lönnrot el 2 de marzo, listo para detener a los criminales; cae en una
encerrona preparada por un gangster de la zona sur, Dandy Red Scharlach,
quien inculpa al detective de un balazo que casi le causó la muerte y de un
hermano en prisión.
Scharlach le explica cómo, con ayuda de antiguos libros hebreos, urdió la tra-
ma que atrajo a Lönnrot hacia esa alejada quinta. Había planeado un robo
de piedras preciosas propiedad de un huésped del hotel; Azevedo, uno de sus
secuaces, intentó dar el golpe por su cuenta, se perdió en el hotel, entró en el
cuarto donde el rabino escribía la primera frase de un artículo, y lo mató antes
de que pidiera auxilio. Un diario mencionó que Lönnrot consideraba a esa
frase una pista, y esto dio a Scharlach la idea de brindar al detective indicios
que apuntaran a una serie de crímenes de una secta judía. Azevedo pagó por su
traición y junto a su cuerpo se escribió la segunda frase; el mismo Scharlach,
disfrazado, hizo el papel de la tercera víctima, el informante presuntamente
asesinado. Las frases, la carta, el plano y otras sutiles señales (rombos de una
pinturería, rombos de disfraces de arlequín, un libro en latín con una frase
subrayada) tenían, inevitablemente, que conducir al deductivo Lönnrot hacia
el lugar donde lo aguardaba Scharlach. El detective habla al asesino de “un
laberinto griego que es una línea única, recta” y le pide que lo utilice para un
futuro encuentro.
“- Para la otra vez que lo mate - replicó Scharlach - le prometo ese laberinto,que
consta de una sola línea recta y que es invisible, incesante.
Retrocedió unos pasos. Después, muy cuidadosamente, hizo fuego.”
Dos han sido las cuestiones más debatidas en relación a La muerte y la brújula.
Una, si la ciudad es o no es Buenos Aires. Tiene un Hôtel du Nord y una Rue
du Toulon, pero también hay “un estuario cuyas aguas tienen el color del desierto,
una recova junto a la dársena, un ciego riachuelo de aguas barrosas, infamado de
curtiembres y de basura.” En el Prólogo de fecha 29 de agosto de 1944 al libro
Artificios, Borges fue categórico:... “pese a los nombres alemanes o escandinavos,
ocurre en un Buenos Aires de sueños: la torcida Rue du Toulon es el Paseo de Julio.”
El nombre del protagonista es el otro tema originario de múltiples
interpretaciones; una de las más interesantes proviene del crítico estadouni-
dense Daniel Balderston, experto en literatura latinoamericana: “ejércitos en-

61
teros de críticos han declarado que el sufijo “rot” en el nombre del personaje Lönnrot
significa “rojo” en alemán, hecho que parecería emparentarlo con su rival Dandy
Red Scharlach. Pero el apellido es sueco, no alemán, y “rot” significa “raíz” en sueco.
Y Lönnrot se basa en una persona real, Elías Lönnrot, que recogió relatos orales fin-
landeses para tejer de ellos un poema nacional, la “Kalevala”, que publicara en 1849;
con su poema inventa también un país, Finlandia.” (28)
Al margen de las tesis lingüísticas, filosóficas y psicoanalíticas promovidas por
este cuento de Borges, una lectura actualizada demuestra la conveniencia de
que los investigadores policiales mantengan la boca cerrada ante el acoso de
los medios informativos.
En El hombre en el umbral (29), cuento un tanto afín con la comedia histó-
rica Fuenteovejuna, de Lope de Vega, Borges hace relatar los hechos a un
funcionario británico asignado al Indostán entre 1918 y 1939. En esa región
los musulmanes y una secta india, los sikhs, vivían en permanente conflicto;
Inglaterra decidió emplear mano dura, y envió a Glencairn, un juez escocés
famoso por su severidad, quien pronto terminó con las luchas internas. Pasa-
ron algunos años; un día Glencairn desapareció y se temió que hubiera sido
raptado y asesinado; la policía local fracasó en su búsqueda y al narrador le
encomendaron recorrer la ciudad en busca de algún indicio del paradero del
juez. ”Sentí casi inmediatamente - relata el funcionario - la infinita presencia de
una conjuración para ocultar la suerte de Glencairn.”
Luego de varios días de caminatas e interrogatorios infructuosos, recibió de
forma anónima un papel con las señas de una vivienda en un barrio humilde.
La casa tenía varios patios, en uno de los cuales parecía celebrarse una fiesta;
encogido en el umbral estaba un anciano haraposo a quien el inglés preguntó
por el juez Glencairn. El viejo, como si no le oyera, comenzó a referirle -inte-
rrumpido cada tanto por el paso de gentes que entraban en la casa - una his-
toria de cuando era niño. En ese tiempo había refriegas en la región; Inglaterra
envió a un juez para poner orden pero éste resultó corrupto y opresor, vendía
sus fallos y la libertad a criminales. Entre los oprimidos germinó la idea de
secuestrarlo y enjuiciarlo; sikhs y musulmanes, tradicionalmente adversarios,
se unieron para ejecutar el plan; lograron encerrar al magistrado en una finca
y surgió otro problema: ¿dónde hallar un juez para el juez? Ante la dificultad
de dar con un hombre justo y sabio, se reunió un tribunal que decidió recurrir

62
a un loco “para que la sabiduría de Dios hablara por su boca.” El juez estuvo de
acuerdo, quizá pensando que un loco lo dejaría en libertad.
Por los muchos testimonios que se presentaron el juicio duró diecinueve días,
al cabo de los cuales se dictó sentencia de muerte y el juez fue ejecutado. Al
concluir su relato el anciano del umbral, una muchedumbre, entre cantos y
rezos, salió de la vivienda; el funcionario, asombrado de que tantos hombres
y mujeres hubieran estado en ese lugar, caminó hasta el último patio:”me crucé
con un hombre desnudo, coronado de flores amarillas, a quien todos besaban y aga-
sajaban, y con una espada en la mano. La espada estaba sucia, porque había dado
muerte a Glencairn, cuyo cadáver mutilado hallé en las caballerizas del fondo.”
Borges explicó el origen de este cuento: “La momentánea y repetida visión de
un hondo conventillo que hay a la vuelta de la calle Paraná, en Buenos Aires,
me deparó la historia que se titula El hombre en el umbral; la situé en la India
para que su inverosimilitud fuera tolerable.” (30).
El cuento El Evangelio según Marcos (31), otra historia incluida en El informe
de Brodie, “la mejor de la serie; temo haberla maleado con los cambios que
mi imaginación o mi razón juzgaron convenientes”, (32) lo atribuye Borges a
“un sueño de Hugo Ramírez Moroni”. Lo sitúa a fines del verano de 1928 en
una estancia del partido de Junín; los protagonistas son cuatro: el capataz, su
palurdo hijo y su joven hija, apellidados Gutre, y Baltasar Espinosa, apático
porteño que a los treinta y tres años aún cursa medicina y aceptó sin entusias-
mo la oferta de un primo de veranear en la estancia.
El primo regresa a la capital por negocios, sobreviene una tormenta, el río Sa-
lado se desborda y Baltasar y los Gutre quedan sitiados por el agua en el casco
de la estancia. La casa del capataz tiene goteras y Baltasar da a la familia una
pieza del fondo junto a un galpón. Esto trae un acercamiento, comen juntos,
pero el capataz y sus hijos son tan cerriles que escasean los temas de conversa-
ción; el porteño encuentra una Biblia en inglés donde los escoceses Guthrie,
llegados al país en el siglo XIX, dejaron asentada su historia y su cruza con los
indios hasta que se convirtieron en Gutre y en analfabetos. Para practicar la
traducción Baltasar les lee el Evangelio según San Marcos; refuerza el efec-
to leyendo de pie las parábolas y el resultado es sorprendente: la historia de
Cristo fascina a su pequeño auditorio y le piden releerla una y otra vez. Utiliza
sus conocimientos de medicina para curar a la mascota de la muchacha, una

63
corderita que ha enfermado; la joven entra una noche en su habitación y le
entrega su virginidad. Al día siguiente el capataz pregunta a Baltasar sobre el
sacrificio de Cristo en el Gólgota; el porteño, educado como librepensador, es
tan religioso como un gato pero siente que debe justificar lo que les ha leído:
asegura a Gutre que Cristo murió para salvar del infierno a los hombres, in-
cluso a quienes lo clavaron en la Cruz. Esa tarde, tras la siesta, durante la cual
ha oído martillazos, sale al corredor. Los Gutre, arrodillados, le piden que los
bendiga; luego lo maldicen, le escupen y lo empujan hacia el galpón del fondo.
“Espinosa entendió lo que le esperaba del otro lado de la puerta. Cuando la abrieron,
vio el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: Es un jilguero. El galpón estaba sin techo;
habían arrancado las vigas para construir la Cruz.”
“Hay pocos argumentos posibles, uno de ellos es el del hombre que da con su
destino.” - escribió Borges. El destino de sus personajes suele estar moldeado
por la propia conducta: Francisco Real es un cuchillero provocador, el falso
Villari ha traicionado, Benjamín Otálora ha abusado, el juez Glencairn ha sido
corrupto, Lönnrot confió demasiado en su inteligencia, el auténtico Abenja-
cán fue temerario en exceso al entrar solo en el laberinto, la indolencia de Bal-
tasar Espinosa le impidió prestar atención al desmedido interés de los Gutre
por uno de los Evangelios, Vincent Moon vive su solitaria expiación con la
marca infamante de Judas irlandés.
En los cuentos de Borges también hay destinos forjados por otros: Emma
Zunz asesina porque le arruinaron la vida a su padre, el sinólogo Stephen Al-
bert muere porque los ingleses tienen un nuevo parque de artillería en Francia.
Aceptando de manera valiente, resignada, su destino, Lönnrot fija un futuro
encuentro con Scharlach, Yu Tsun camina hacia la horca, y Juan Dahlmann, el
protagonista del cuento El Sur (33), se convierte en un arquetipo.
El Sur comparte con La muerte y la brújula la admiración y el análisis exhaus-
tivo de la crítica literaria, estimulada por las declaraciones del autor.
He aquí algunas de ellas:
“De El Sur, que es acaso mi mejor cuento, básteme prevenir que es posible
leerlo como directa narración de hechos novelescos y también de otro modo.”
(34). “Yo escribí El Sur después de haber estado releyendo a Henry James. Y
pensé: Henry James escribió muchos cuentos deliberadamente ambiguos, voy
a aplicar esa técnica a un escenario del todo ajeno al ambiente mundano de

64
James. Pensé en la provincia de Buenos Aires, en la muerte de mi abuelo en
la batalla de La Verde. Pensé que yo había deseado también morir así, en la
llanura, una muerte digamos épica y pensé: voy a escribir un cuento sobre eso.
Y escribí ese cuento El Sur, que es capaz de tres interpretaciones, pero me han
dicho que no, que pueden ser cuatro, lo cual es mejor. Cuanto más interpreta-
ciones tenga un cuento, mejor. En todo caso me gustaría que ustedes lo rele-
yeran y me dijeran cómo podrían resumirlo. Yo soy partidario de una segunda
explicación, que es la explicación alucinatoria y onírica. Pero, en fin, el cuento
ya vive por cuenta propia, yo no quiero intervenir en él.” (35)
“El Sur es el mejor cuento mío y la primera parte es autobiográfica.” (36)
Juan Dahlmann es porteño y bibliotecario; entre sus ascendientes hay un pas-
tor evangelista alemán, y un militar argentino caído con heroísmo en una
batalla, con el que Juan se siente románticamente identificado. De la fortuna
familiar resta el casco de una estancia en el Sur, que no ha vuelto a visitar
desde la infancia. En febrero de 1939 tiene un accidente, una herida se infecta
al punto de hacer peligrar su vida, pasa penosos días de internación en un
sanatorio y para reponerse por completo decide cumplir un deseo pospuesto
durante años: ir a su estancia.
Dahlmann disfruta el viaje en tren y no se preocupa cuando el guarda le avisa
que se detendrán en una estación anterior, no en la habitual. Es una parada
en medio del campo; necesita un vehículo para llegar a la estancia y le indican
un distante almacén, donde el dueño accede a prestarle una jardinera. Todo
es una aventura para el bibliotecario; decide cenar en ese viejo almacén rural,
en el que hay otros parroquianos, tres peones y un decrépito anciano vestido
de gaucho acurrucado en un rincón. Tras la cena Dahlmann lee Las mil y una
noches a la luz de un farol; los peones, medio ebrios, le tiran bolitas de miga y
se ríen; cuando el convaleciente se levanta para marcharse y evitar una disputa
tonta, el dueño del almacén le llama por su apellido y le pide que no haga
caso de la broma. Esto cambia la posición del bibliotecario: ya no es un via-
jero anónimo sino “el señor Dahlmann”, un estanciero de la zona: “lo sabrían
los vecinos.” Enfrenta a los peones, uno de ellos lo insulta, saca un cuchillo y
lo desafía; el patrón balbucea que Dahlmann está desarmado, y el viejo del
rincón “en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo)” le arroja
una daga a los pies. Dahlmann la recoge y comprende que debe pelear. Mien-

65
tras sufría con la enfermedad y las curaciones, habría preferido “morir en una
pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo...”. “Dahlmann empuña con firmeza el
cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.”
La parte autobiográfica del cuento la establecen los antepasados de Dahlman,
su empleo - Borges fue secretario de la biblioteca municipal “Miguel Cané”,
en la calle Córdoba 1558 - y su grave enfermedad luego del accidente de la
Nochebuena de 1938 Tal vez el autor prefería una explicación “alucinatoria y
onírica” recordando el delirio de la fiebre causada por la septicemia: su otro
yo, el bibliotecario Dahlman, sueña en el sanatorio con el viaje, el desafío y la
pelea.
Sin embargo, definir el cuento como “onírico” desarmaría su cuidado anda-
miaje, ya que el carácter del protagonista, y el encadenamiento de circuns-
tancias que lo conducen al Sur y a ese almacén, preanuncian el encuentro de
Dahlmann con su destino. El atroz final que se barrunta no puede calificarse
de duelo: Juan Dahlmann morirá asesinado a puñaladas por un borracho pen-
denciero.
Un dato curioso: el almacén donde ocurren los hechos fue construido en 1870,
aún existe, y el despacho de bebidas conserva el mostrador de estaño; está en
el cruce de las calles De la Peña y Quintana, a unas doce cuadras de las esta-
ciones de Turdera y Adrogué, y a principios del siglo XX tenía una herrería al
fondo. Borges conocía el lugar, ya que solía pasar los meses de verano en un
hotel llamado “Las Delicias”, en el centro del entonces pueblo de Adrogué; en
sus cartas a familiares y amigos comentaba que recorría los alrededores bus-
cando paisajes e inspiración para sus cuentos y poemas.
Si es razonable considerar “cuento policial” todo aquel en el que se relata un
crimen, causa perplejidad que un cuento de Borges en el que no se hace men-
ción a crimen alguno haya sido calificado de “policial”. En la página 70 del
libro Cuentos policiales argentinos, comentando la obra de Borges, el periodista
y crítico de arte Fermín Fèvre expresa: “La muerte y la brújula (1942), El jardín
de los senderos que se bifurcan (1941) y La otra muerte (1949) son algunos de sus
relatos donde la temática policial aparece en forma más evidente junto a otras
presencias e intenciones.” (37)
La otra muerte (38) refiere la historia de Pedro Damián, peón entrerriano que
a los diecinueve años, en 1904, cruzó el río Uruguay para unirse a la tropa re-

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volucionaria del caudillo “blanco” Aparicio Saravia; según unos memoriosos,
se acobardó en la batalla de Masoller, según otros encabezó la última carga
contra la infantería de los “colorados” y murió heroicamente. Borges, que co-
noció (o creyó conocer) en Entre Ríos al puestero Pedro Damián, fallecido de
enfermedad en 1946, especula sobre la relación de esta “doble muerte”. Luego
de leer uno de los polémicos tratados de san Pedro Damiani, conjetura que
Damián, avergonzado de su cobardía en Masoller, dedicó su vida a endurecer-
se, para hacerse digno de otra batalla, si ocurría. “En la agonía revivió su bata-
lla, y se condujo como un hombre (...).Así, en 1946, por obra de una larga pasión,
Pedro Damián murió en la derrota de Masoller, que ocurrió entre el invierno y la
primavera de 1904.”
A Borges le entusiasmaba traspasar en sus escritos la barrera de las épocas,
tanto hacia el futuro cuanto hacia el pasado. En el Epílogo del libro El Aleph
explicó: ”La otra muerte es una fantasía sobre el tiempo, que urdí a la luz de
unas razones de Pier Damiani.”
El 15 de abril de 1938, al hacer la reseña de la novela de Richard Hull Exce-
llent Intentions, Borges escribió para su sección de la revista El Hogar: “Uno de
los proyectos que me acompañan, que de algún modo me justificarán ante Dios, y que
no pienso ejecutar (porque el placer está en entreverlos, no en llevarlos a término), es
el de una novela policial un poco heterodoxa.”
Si se ha de dar crédito a amigos y estudiosos de la obra de Borges, ese proyecto
ya lo había llevado a cabo al menos seis años antes de esta declaración.
En 1932 el diario Crítica publicó la novela policial El enigma de la calle Arcos,
de Sauli Lostal, escritor hasta entonces desconocido y de quien, tras la pu-
blicación de esta obra, no volvió a tenerse noticia (39). Juan Jacobo Bajarlía,
Enrique Anderson Imbert y Ulyses Petit de Murat aseveraron que la novela
pertenecía a Borges (40).
En la trama de El enigma de la calle Arcos hay mucha referencia al diario Críti-
ca, y se afirmó que Borges era colaborador de ese vespertino.
Una revisión de las publicaciones periódicas para las cuales escribió Borges
luego de regresar de Europa (1921), prueba que hasta 1933 su aporte literario
se repartió entre las revistas Proa (segunda época), Martín Fierro, Sur, Sínte-
sis y Nosotros, y el matutino La Prensa. Recién en 1933 trabajó para Crítica
al hacerse cargo de la co-dirección de la Revista Multicolor. Hasta entonces

67
su relación con ese diario se había limitado a contestar alguna encuesta que
hacían a escritores conocidos: ¿Llegaremos a tener un idioma propio? (19 de
junio de 1927), ¿Qué opina usted del lío del concurso nacional de literatura? (29
de noviembre de 1932).
En la novela de Sauli Lostal ocurre un crimen en un cuarto cerrado, en cierta
manera afín con el argumento de The Big Bow Mystery. Algunos analistas lite-
rarios, entre ellos el profesor John Irwin, de la Universidad John Hopkins de
Baltimore, EE.UU., aseguran que esa novela policial de Israel Zangwill ejerció
gran influencia en Borges (41).
El estilo en el que está redactado El enigma de la calle Arcos no guarda relación
con la peculiar fluidez idiomática que Borges ya exhibiera en sus ensayos El
idioma de los argentinos (1928), Evaristo Carriego (1930) y Discusión (1932).
Puede alegarse que la diferencia obedece a que Borges utilizó un modo dis-
tinto de redacción por tratarse de una novela, pero aún asíla marca del autor
saltaría en esas páginas.. El interrogante sigue en pie aunque, a juicio de quien
esto escribe, el seudónimo “Sauli Lostal” no pertenece a Borges.
Todo escritor tiene textos preferidos dentro de su obra. Borges dijo en alguna
oportunidad: “El Sur es el mejor cuento mío” (ver Nota 36). En 1973 señaló,
en una nota publicada en el diario La Nación, que de su obra total rescataría
los cuentos El Aleph, La intrusa y El Sur, y los poemas El Golem y Límites.
Jorge Cruz se lo recordó doce años después en una entrevista (ver Nota 35) y
Borges comentó entonces: “El Sur es el mejor... O no, La intrusa es el mejor.
Bueno, como quieran ustedes. Si uno piensa en uno, parece mejor el otro...”
En 1961, la Editorial Sol 90, de Barcelona, editó Antología Personal, un vo-
lumen con cuentos y poemas de Borges, escogidos por su autor. El primer
cuento del libro es La muerte y la brújula; El Sur y El muerto figuran en tercer
y quinto lugar respectivamente. En el Prólogo de fecha 16 de agosto de 1961
Borges explicó: “Mis preferencias han dictado este libro. Quiero ser juzgado
por él, no por determinados ejercicios de excesivo y apócrifo color local que
andan por las antologías y que no puedo recordar ni saber. Al orden cronoló-
gico he preferido el de “simpatías y diferencias”.
Poco antes de que Borges viajara a Ginebra, de donde no regresaría, un gru-
po de amigos le pidió que eligiera el material para una antología; el escritor
seleccionó los cuentos El muerto, Ulrica, La espera, La intrusa y Utopía de un

68
hombre que está cansado, el poema La luna, y dos ensayos, La muralla y los libros
y Fragmentos de un Evangelio apócrifo. La antología se publicó en 1990 con el
título de El último prólogo de Jorge Luis Borges (42); los editores le agregaron el
cuento Avelino Arredondo y el poema Qué será del caminante fatigado.
En el Prólogo, fechado 14 de noviembre de 1985 - exactamente siete meses
antes de su fallecimiento - Borges nos comenta:
“Yo querría ser juzgado por los nueve - (en realidad fueron ocho) - textos
que siguen, y no por el eco de esos textos en la memoria. (...) De mis cuentos,
Ulrica es el que prefiero, quizá porque es el menos “borgeano”. Ni laberintos,
ni armas blancas, ni tigres.”

69
NOTAS

1) La Revista Multicolor de los Sábados apareció como suplemento del diario


Crítica durante 61 números, desde el 12 de agosto de 1933 hasta el 6 de octubre de
1934. Fue sustituida por historietas.
2) Borges en Revista Multicolor. Obras, reseñas y traducciones inéditas de
Jorge Luis Borges. Investigación y recopilación: Irma Zangara - Buenos Aires,
Editorial Atlántida, 1995.
3) Martín Fierro: revista quincenal (1924 - 1927), tribuna del ultraísmo y propagan-
dista de la metáfora y el verso libre. A sus redactores - J.L.Borges, Leopoldo Ma-
rechal, Ricardo Güiraldes, Norah Lange, Oliverio Girondo, Nicolás Olivari y otros
destacados poetas, narradores y críticos - se los denominó martinfierristas.
4) Borges hizo editar su libro de ensayos El idioma de los argentinos en 1928.
(Buenos Aires, Manuel Gleizer, colección Indice). Este libro, que el autor no incluyó
en sus Obras Completas, fue reeditado en 1994.
5) Historia universal de la infamia (1935). En Obras completas de Jorge L. Borges,
Buenos Aires, Emecé, 1974.
6) El informe de Brodie (1970). En Obras completas de Jorge L. Borges,
Buenos Aires, Emecé, 1974.
7) Revista Multicolor de los Sábados, sección Historia universal de la infamia: Año 1, nº
1, 12 agosto 1933: El espantoso redentor Lázarus Morell; Año 1, nº 2, 19 agosto 1933:
Eastman, el proveedor de iniquidades; Año 1, nº 3, 26 agosto 1933: La viuda Ching;
Año 1, nº 8, 30 septiembre 1933: El impostor inverosímil Tom Castro; Año 1, nº 18, 9
diciembre 1933: El incivil maestro de ceremonias
Kotsuké no Suké. En el libro homónimo editado en 1935 Borges añadió El asesino
desinteresado Bill Harrigan y El tintorero enmascarado Hákim de Merv e incluyó otros
cuentos publicados en el suplemento de Crítica, entre ellos Hombre de la esquina rosa-
da. También se cambiaron títulos: La viuda Ching por La viuda Ching, pirata puntual
(en la edición Emecé 1954 La viuda Ching, pirata) y Eastman, el proveedor de iniqui-
dades por El proveedor de iniquidades Monk Eastman.
8) Historia de la eternidad (1936). En Obras completas de Jorge L. Borges,
Buenos Aires, Emecé, 1974.
9) Ficciones (1944). Volumen de cuentos dedicado a Esther Zemborain de Torres. En
Obras completas de Jorge L. Borges, Bs.As., Emecé, 1974.

70
10) La forma de la espada integra Artificios, un segmento del libro Ficciones, editado
en 1944 por Sur. En Obras completas de Jorge L. Borges, Buenos Aires, Emecé, 1974.
11) Tema del traidor y del héroe apareció en la revista Sur en febrero de 1944 y se in-
cluyó ese mismo año en el libro Ficciones.
12) El muerto se publicó en la revista Sur en noviembre de 1946 y en 1949 en el vo-
lumen de cuentos El Aleph. En Obras completas de J. L. Borges, Buenos Aires, Emecé,
1974.
13) En Borges verbal, de Pilar Bravo y Mario Paoletti, Bs. As., Emecé, 1999.
14) El indigno integra el libro El informe de Brodie.
15) En Borges verbal, de Pilar Bravo y Mario Paoletti.
16) Ulrica fue publicado en 1975 en el tomo de cuentos El libro de arena. En
Obras completas de Jorge L.Borges, volumen III, Bs. Aires, Emecé, 1989.
17) El cuento Avelino Arredondo se publicó en 1975 en El libro de arena.
18) En el Epílogo a El libro de arena Borges explicó:”Los lectores del solitario crimen de
Arredondo querrán saber el fin. Luis Melián Lafinur pidió su absolución, pero los jueces
Carlos Fein y Cristóbal Salvañac lo condenaron a un mes de reclusión celular y a cinco años
de cárcel. Una de las calles de Montevideo lleva ahora su nombre.”
19) In Memoriam J.F.K. se publicó en la antología de prosa y verso El hacedor (1960)
en la edición 1974 de Obras completas de J.L.Borges, Bs. As. Emecé.
20) La espera fue publicado en el diario La Nación el 27 de agosto de 1950. En
1952 integró la segunda edición del libro de cuentos El Aleph.
21) Episodio del enemigo apareció en la revista Estafeta literaria, de Madrid, en el
ejemplar correspondiente a la quincena 23 de septiembre - 7 de octubre de 1967. En
1974 fue incluido por Emecé en el libro de poemas El oro de los tigres, para la primera
edición de las Obras completas de Jorge L. Borges.
22) Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto se publicó en la revista Sur en agosto de
1951 y en el libro El Aleph en 1952.
23) Los dos reyes y los dos laberintos, descripto como “prosa breve”, se publicó con el tí-
tulo de Historia de los dos reyes y los dos laberintos en la edición 1952 del libro El Aleph.
24) Juan Muraña se publicó en el diario La Prensa el 29 de marzo de 1970 y ese mis-
mo año en el libro de cuentos El informe de Brodie.
25) La muerte y la brújula se editó en mayo de 1942, en el número 92 de la revista Sur.
Desde 1944 integró el libro Artificios.
26) Entre varios libros donde figuran análisis del cuento La muerte y la brújula cabe

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citar Borges, de Adolfo Ruiz Díaz, Buenos Aires, Ed. Ciudad Argentina, 1998, y
Borges, realidades y simulacros, de Daniel Balderston, Buenos Aires, Editorial Biblos,
2000.
27) Baruj - o Baruch - Spinoza (1632-1677), filósofo judío nacido en Amsterdam.
Creó un sistema racionalista empleando el método matemático; en su libro Ética
demuestra geométricamente los principios de Descartes.
28) Expresión de la realidad en Borges, por Daniel Balderston. En el diario La Nación,
16 de junio de 1996.
29) El hombre en el umbral se publicó en el diario La Nación el 20 de abril de
1952 y en el libro El Aleph ese mismo año.
30) En la Postdata de 1952 al Epílogo del libro El Aleph.
31) El Evangelio según Marcos fue publicado en el diario La Nación el 2 de agosto de
1970; ese año se incluyó en el libro El informe de Brodie.
32) En el Prólogo, fechado 19 de abril de 1970, al libro El informe de Brodie.
33) El Sur se publicó en el diario La Nación el 8 de febrero de 1953; se incluyó en la
reedición 1956 del libro Ficciones..
34) En el Prólogo, fechado 29 de agosto de 1944, al libro Artificios.
35) Entrevista realizada a Jorge L. Borges por Jorge Cruz en la 1a. jornada de la Se-
mana Cultural. Publicada con el título de Mis libros en el diario La Nación el 28 de
abril de 1985.
36) Autobiografía - Jorge L. Borges y Norman Thomas Di Giovanni.
37) Cuentos policiales argentinos. Selección y prólogo de Fermín Fèvre.
Buenos Aires, Eudeba, 1996.
38) Cuento publicado con el título de La redención el 9 de enero de 1949 en el diario
La Nación. Incluido ese mismo año, como La otra muerte, en el libro El
Aleph.
39) El enigma de la calle Arcos, de Sauli Lostal, se editó como libro en 1933 (Buenos
Aires, editorial Am-Bass) y fue reeditado en 1996 por Ediciones Simurg, Buenos
Aires.
40) Juan Jacobo Bajarlía: La novela de Borges. En el suplemento Radar del diario Pá-
gina 12, el 17 de noviembre de 1996. Enrique Anderson Imbert:
Nueva contribución al estudio de las fuentes de Borges. En revista Filología, números 1 y
2, año 1962; Ulyses Petit de Murat: La enigmática novela de
Borges. En el diario La Nación, el 13 de julio de 1997.

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41) John Irwin: The Mystery to a Solution: Poe, Borges and the Analytic Detective Story.
John Hopkins University Press, Baltimore, EE.UU. 1995.
42) El último prólogo de Jorge Luis Borges, editado en Buenos Aires en 1990 por el ta-
ller artesanal “Dos Amigos”, con los textos en tres versiones (español, francés e inglés),
ilustraciones de Josefina Robirosa, Rodolfo Ramos, Roberto
Páez, Norma Bessouet, Alicia Scavino, Gabriela Aberastury, Vechi Logiolo,
Julio Pagano, Líbero Badil y Luis A. Solari, y un Epílogo redactado por Horacio Zo-
rraquín Becu. Edición no destinada a la venta sino “ para sus amigos”.

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74
2-2 Crímenes en colaboración

En 1932, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares se conocieron en San


Isidro, en la residencia de Victoria Ocampo. Borges disentía a menudo con
la dueña de casa - también lo hizo con Natalio Botana y su prensa amarilla -
pero formaba parte del círculo áulico del que se rodeaba Victoria cuando tenía
algún huésped extranjero. Bioy, tímido poeta de dieciocho años, había leído
ese mismo día Nuestras imposibilidades (1), un ensayo de Borges quien ya, a los
treinta y tres años, era considerado un maestro de las letras. En el tren en que
ambos regresaban a la Capital Borges le interrogó sobre autores y preferencias
y la cortedad inicial de Bioy se fue diluyendo. Quedó entablada una amistad
que duraría más de cincuenta años.
¿Cómo y cuando surgió la idea de escribir en colaboración? En 1937 les en-
cargaron el folleto de propaganda de un producto comestible; para redactarlo
estuvieron una semana en el campo. “Aquel folleto significó para mí un valioso
aprendizaje. - refirió Bioy - Después de su redacción yo fui un escritor más
experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivalía a años de
trabajo.” (2)
Cinco años después la editorial Sur publicaba Seis problemas para don Isidro
Parodi, de H. Bustos Domecq, primer libro surgido de la asociación literaria

75
entre Borges y Bioy. “Nuestra intención era escribir cuentos policiales en serio.
No debía haber bromas, sarcasmo. Los cuentos tenían dos destinos: mostrar
el valor del argumento, la excelencia de la literatura deliberada y publicarlos
en La Nación. Mientras los hacíamos, llegamos a olvidarnos del argumento
que teníamos entre manos. Uno le preguntaba al otro: “¿Qué le pasaba al per-
sonaje tal en tal oportunidad?”. No lo recordábamos. Los cuentos fueron una
catástrofe en sus propósitos. No los propusimos a La Nación. No se los leímos
a casi nadie antes de darlos a conocer. Sur se resignó a publicarlos, la gente
nos miraba con desconfianza y nuestros amigos fueron muy severos con noso-
tros. Pero seguimos escribiendo porque nos gustaba hacerlo. Nos divertíamos
muchísimo. Nos reíamos siempre. (...) Bustos Domecq nació en la casa de la
calle Coronel Díaz, donde vivíamos entonces. Era en 1939 o 1940. (...) Borges
venía a comer casi todas las noches. Entonces me decía: “Fulano me dijo que
haría tal cosa”. El “fulano”era el personaje del cuento que nos ocupaba.” (3)
He aquí la versión de Borges: “Yo creía que era imposible siquiera una colabo-
ración, y luego Bioy me dijo: “Vamos a probar” y yo le dije: “Vamos a probar”,
para probarle que era imposible. Sin embargo, surgió un tercer personaje, una
especie de tercer hombre de Aristóteles llamado Bustos Domecq, quien se
encargó de todo, y ahora cuando colaboramos no nos gusta lo que él escribe
pero estamos sometidos a él; él hace sus bromas exageradas, barrocas, no nos
hacen gracia ni a Bioy ni a mí, pero ¡que horror!, no podemos hacer nada más
que transcribirlas.” (4) Seis problemas para don Isidro Parodi (5) comienza con
una reseña biográfica del autor a cargo de “la educadora, señorita Adelma Bado-
glio”. La docente nos informa que Honorio Bustos Domecq nació en Pujato,
provincia de Santa Fe, en 1893.”Después de interesantes estudios primarios, se
trasladó con toda su familia a la Chicago argentina.” Así calificaba la prensa, a
principios de la década del ´30, a la ciudad de Rosario, sede de la mafia que
en esa época asolaba parte del país. En 1933, a raíz del secuestro y alevoso
asesinato del joven Abel Ayerza, la indignación popular obligó a la policía
a redoblar sus esfuerzos, se detuvo a los asesinos y la organización criminal
quedó erradicada.
La semblanza de Bustos Domecq indica que éste fue nombrado Inspector de
enseñanza y luego Defensor de pobres; pormenoriza su producción literaria,
en la que figuran libros tan disímiles como uno de lectura para escolares, otro

76
sobre el Congreso Eucarístico realizado en Buenos Aires en 1934, y biografías
del capo mafia rosarino “Chicho Grande” y de los escritores españoles Azorín
y Gabriel Miró. “Sus cuentos policiales descubren una veta nueva del fecundo po-
lígrafo: en ellos quiere combatir el frío intelectualismo en que han sumido este género
Sir Conan Doyle, Ottolenghi, etc.” - asevera la biógrafa.
Sigue a la reseña una “Palabra liminar” firmada por Gervasio Montenegro, de
la Academia Argentina de Letras, vehemente prologista que da cuenta de su
amistad con “Bicho Feo”, apodo de Bustos Domecq, y de su personal afición
a la novelística policial, pese a “los modernos apremios de la banca, de la bolsa y
del turf ”. Montenegro expresa su satisfacción por la obra que prologa, “un
libro policial que no obedece a las torvas consignas de un mercado anglosajón, ex-
tranjero, y que no hesito en parangonar con las mejores firmas que recomienda a los
buenos “amateurs” londinenses el incorruptible “Crime Club”. Aquí encontramos
nuevamente la errónea designación del Detection Club que Borges aplicara en
su polémica con Roger Caillois. (6) Montenegro hace una elocuente recorrida
por los seis cuentos del volumen y los personajes creados por Bustos Domecq,
con especial hincapié en Isidro Parodi a quien cabe “el honor de ser el primer
detective encarcelado “”La inmovilidad de Parodi - afirma Montenegro - es todo
un símbolo intelectual y representa el más rotundo de los mentís a la vana y febril
agitación norteamericana...”
Tras este introito, fechado en Buenos Aires el 20 de noviembre de 1942, el
primer cuento, Las doce figuras del mundo - dedicado a José S. Alvarez (7) - es
el vehículo de presentación de este singular detective. Nos enteramos de que
el señor Parodi era en 1919 peluquero en el barrio Sur; tenía un inquilino que
le adeudaba varias mensualidades y era escribiente de una comisaría. Esta cir-
cunstancia obró en su contra cuando, en un corso, ultimaron a un carnicero de
un botellazo. El autor del crimen pertenecía a una pandilla amparada por un
caudillo político, y las declaraciones de los testigos, todos ellos amigotes del
criminal, involucraron a Parodi, a quien la justicia condenó a 21 años de cárcel.
A este recluso, ahora “cuarentón, sentencioso, obeso, con la cabeza afeitada y ojos
singularmente sabios”, acude en busca de consejo Aquiles Molinari, empleado
de Obras Sanitarias por la mañana y cronista de deportes de un periódico
por la tarde. Vive en una pensión y se sabe vigilado por la policía: un pesquisa
poco disimulado lo sigue hasta la prisión. Por el recorrido que en ómnibus y

77
a pie realiza Molinari deducimos que se trata de la ya derribada cárcel de Las
Heras, en cuya celda 273 se halla Parodi tomando mate.
Molinari debe adaptarse al ritmo sin apuros del preso, a quien refiere su pro-
blema: ha matado a un hombre. Parodi pide a Molinari los detalles; gracias a
un alcaide permisivo, ha leído en un diario acerca del caso de los drusos.(8)
Molinari había trabado amistad con el decano de esa colectividad en el país,
el doctor Abenjaldún, en cuya quinta solían reunirse los miembros de una
cofradía alrededor de un toro de metal. El periodista, a quien convenía rela-
cionarse con esos adinerados sirio-libaneses, aceptó la oferta de Abenjaldún
de ingresar a la hermandad tras una prueba para la cual tuvo que ayunar tres
días y memorizar los doce signos del Zodíaco. Lo citaron para la noche de un
domingo; en el salón había más de cien drusos, velados y con túnicas blancas.
En su despacho del primer piso, Abenjaldún despedía al tesorero Izedín pro-
metiéndole leer unos libros que estaban sobre la mesa. El decano le explicó
que debía encontrar entre los cofrades a los cuatro maestros; recitando las doce
figuras, daría tres vueltas por el salón, y, si no cometía errores, el hombre tras
quien se detendría sería uno de los maestros y lo traería al despacho. Molinari
bajó tres veces, dio las vueltas y, asombrado, supo que había hallado a Yusuf,
Jalil e Izedín, tres de de los maestros. Al restante, Ibrahim, lo llevó Abenjal-
dún: Molinari se veía exhausto.
Restaba otra prueba en la que “se jugaría la vida de todos ellos y tal vez la suerte
del mundo”. Abenjaldún y los maestros se ocultarían y, después de las doce,
Molinari, con los ojos vendados y una caña, tendría que buscarlos recitando
los doce signos; si se equivocaba en el orden, los maestros morirían. “Esas
figuras rigen el mundo - le advirtió Abenjaldún - el cosmos estará en tu poder”.
Molinari oyó marcharse a los drusos y, después que sonaron las doce campa-
nadas, inició nerviosamente la búsqueda. Halló al dueño de casa y lo llevó al
despacho; salía a buscar otro druso cuando escuchó una risa, luego un grito.
Regresó a la oficina y tropezó con el cuerpo de Abenjaldún, ensangrentado y
muerto. A Molinari no le quedaron dudas: había equivocado el orden de los
signos y causado la muerte de Abenjaldún, tal vez de los maestros también
ya que nadie respondió a su llamado. Huyó de la quinta, que se estaba in-
cendiando, corrió a través de barriales y llegó a su casa sin dejar de nombrar
“el Carnero, el Toro, los Gemelos” y los demás signos. No fue a trabajar; leyó en

78
los diarios sobre el incendio de la quinta y que su dueño había perecido en el
siniestro, luego de una reunión de la colectividad para leer la Memoria y elegir
autoridades. El fuego se había iniciado pasada la medianoche, minutos más
tarde que los amigos de la víctima, Jalil, Yusuf e Ibrahim, se marcharan. Dos
días después, un policía interesado en el caso de los drusos visitó a Molinari,
quien desde entonces era vigilado.
Finalizado el relato del periodista, Parodi le hizo recitar los doce signos; luego
le pidió que lo hiciera al revés; temeroso de causar el fin del mundo, Molinari
se negó, pero ante la insistencia del preso, y muy asustado, nombró el primero,
el último y el penúltimo. El mundo siguió intacto y Parodi le ordenó regresar
al trabajo.
Avergonzado de su credulidad, Molinari volvió a la celda 273 a la semana
siguiente; Parodi le hizo barajar y extender en la mesa un mazo de cartas con
las figuras hacia abajo, luego le pidió el cuatro de copas, la sota de espadas y
el siete de bastos. Luego de recibir tres cartas, Parodi sacó él mismo el rey
de copas, dio vuelta las cuatro cartas y eran las indicadas. El preso explicó el
enigma: su visitante le había dado la sota de espadas, el siete de bastos y el rey
de copas; el cuatro de copas, marcado con unos puntitos, lo había tomado él
mismo. Abenjaldún había planeado la mascarada de la quinta para burlarse de
Molinari, que llevó a un druso por otro, menos a Ibrahim, la “carta marcada”
del decano, que lo reconocía aún encubierto. A medianoche los drusos se mar-
charon; Izedín fingió irse como los demás, pero se quedó en la quinta porque
Abenjaldún tenía que revisar sus libros de contabilidad. La última prueba
estaba ideada para que Molinari, buscando a los maestros, hallara siempre al
dueño de casa, quien se dejó llevar a la oficina, donde aguardaba el tesorero;
ambos no pudieron reprimir la risa. Izedín, que por alguna trapacería financie-
ra no quería que se revisara la contabilidad, apuñaló al decano, prendió fuego
a los libros y después a la casa para ocultar la quema de aquellos.
Este primer cuento de “Bicho Feo” está fechado en su ciudad natal de Pujato,
el 27 de diciembre de 1941. ¿Es una pista, una casualidad o una humorada
que al comienzo, mientras se afeita, Molinari silbe el tango Naipe marcado...?
El segundo cuento, fechado en Quequén el 5 de febrero de 1942, señala las
vacaciones del autor. Se titula Las noches de Goliadkin, está dedicado A la me-
moria del Buen Ladrón, y quien pide ayuda a Parodi es Gervasio Montenegro,

79
que en ese entonces era un actor cuya situación no difería mucho de la del ex
peluquero: estaba detenido acusado de un robo y dos homicidios. La resolu-
ción del asesinato de Abenjaldún, divulgada por el periodista Molinari, había
dado fama al presidiario Parodi.
Montenegro, trasladado en un celular, accedió a la celda 273 y de manera am-
pulosa y declamatoria refirió su odisea. Salió de Bolivia por tren hacia Buenos
Aires, viaje que duraba cuatro días; la convivencia a bordo le hizo conocer a
una madura y apetecible baronesa, a Harrap, un barbudo coronel texano, a un
renegrido poeta catamarqueño, Bibiloni, y a un cura, el padre Brown. Tuvo
que compartir el camarote con un ruso judío, Goliadkin, que comerciaba con
diamantes. La baronesa no disimuló su interés por el actor, quien la segunda
noche intentó entrar en su camarote, fue detenido por Harrap, permaneció
dos horas encerrado en el baño y, al regresar a su propio camarote, halló que
la baronesa lo aguardaba pero, carentes de intimidad por la presencia de Go-
liadkin, se marchó.
La noche siguiente Montenegro vio salir a la baronesa, despeinada, en bata y
sin maquillaje, del camarote del padre Brown; supuso que venía de confesarse.
En secreto Goliadkin le mostró dos estuches, en uno de los cuales refulgía un
gran diamante, y le contó su historia: caballerizo de una princesa en la Rusia
zarista, había logrado su amor pero no resistió la tentación de robarle el dia-
mante; sobrevino la revolución, ambos huyeron del país, él hizo una fortuna
con su comercio y supo que su amada vivía en la pobreza, quería devolverle
el diamante y viajaba a Buenos Aires porque, tras buscarla por todo el mun-
do, se había enterado de que regenteaba un burdel en Avellaneda. Pero tenía
enemigos, gentes que sabían que el diamante estaba en su poder y trataban de
robárselo.
Esa noche el poeta Bibiloni desapareció, noticia que se comentó todo el día
siguiente; a la noche, la última del viaje, Goliadkin desafió a Montenegro a
una partida de póquer en el salón comedor, perdió todo su dinero y, deseoso
de revancha, ofreció el gran diamante. El actor ganó nuevamente, festejó su
triunfo con champaña y, mareado, cayó dormido en un camarote que encontró
vacío y que, luego supo, era contiguo al suyo. Lo despertó la policía: Goliadkin
había sido arrojado del tren, se sospechaba que a Bibiloni le había ocurrido lo
mismo, Montenegro tenía el diamante en su bolsillo y el camarote revuelto.

80
Todos, incluso la baronesa, lo acusaron del doble crimen y el robo.
El actor reiteró su visita a la celda 273 a la semana siguiente; Parodi sacó un
mazo de cartas, le impuso un par de partidas de truco - que su visitante perdió
- y explicó el misterio del tren, cuyo héroe, afirmó el presidiario, era el pobre
judío Goliadkin. Perseguido por los ladrones, se había ingeniado hasta enton-
ces para huir y conservar el diamante a fin de devolverlo a su amada princesa,
pero en el tren se vio cercado. La pandilla - un cura con nombre de personaje
de novela, un militar barbudo que apareció afeitado tras la muerte de Go-
liadkin, una pintarrajeada que se titulaba baronesa para no desentonar con
la princesa de la historia, y un mestizo provinciano - no llamó la atención de
Montenegro, habituado, por su oficio, a moverse entre disfrazados. Los ladro-
nes disponían de cuatro noches; hallar al actor en el camarote con Goliadkin
les arruinó la primera, en la segunda la mujer entró en el camarote fingiendo
atracción por el judío en tanto el barbudo mantenía fuera a Montenegro, cuya
llegada les frustró los planes, en la tercera Bibiloni atacó a Goliadkin y éste lo
tiró del tren.
Decidido a salvar el diamante aún a costa de su vida, el ex caballerizo refirió
sus andanzas a Montenegro, a la noche lo desafió al póquer, perdió delibera-
damente - el actor era un pésimo jugador - y dejó el diamante en su poder,
tras exhibir dos estuches para que los ladrones supusieran la existencia de una
piedra falsa y que ésa era la que había entregado a Montenegro. Al ganador le
metieron algo en la bebida para dormirlo, revisaron el camarote de Goliadkin
y trataron de obligarlo a decir dónde ocultaba el diamante, al amanecer lo
arrojaron de tren. Los gritos de la víctima alertaron al guarda, que hizo parar
el convoy, e intervino la policía, que luego de arrestar al actor entregó el dia-
mante a su legítima dueña. Goliadkin había cumplido su misión.
Sin perder la compostura, Montenegro aseguró a Parodi que siempre había
desconfiado de la baronesa, del catamarqueño, del cura y del coronel, y que
informaría a las autoridades sobre la solución del caso.
El Dios de los toros es el título del tercer cuento, que está dedicado al poeta
Alexander Pope; el autor continuaba sus vacaciones en la costa, ya que esta
nueva investigación del preso Parodi está fechada en Quequén el 22 de febre-
ro de 1942. Quienes acuden a la celda 273 son el escritor Carlos Anglada y
su discípulo y secretario ab honores José Formento; refieren que luego de una

81
velada cultural en casa del escritor, éste descubrió que de la caja fuerte le ha-
bían birlado un paquete de cartas de su discípula, Mariana Ruiz Villalba de
Muñagorri, Moncha para los íntimos. Anglada insiste en que nada pecaminoso
existía entre ambos, pero, de caer en manos de editores chilenos, la publicación
de esas cartas pondría a la señora en enojosa posición ante la sociedad.
Días después visita a Parodi Gervasio Montenegro, cuya aventura del tren cul-
minó en casamiento con la amada de Goliadkin, la princesa Clavdia Fiodoro-
vna. Gracias al burdel que continúa regenteando la princesa, Montenegro ya
no es actor, se pasea en un Cadillac como un gentleman y se dedica a redactar
una novela histórica y a investigaciones policiales. Montenegro cuenta a Pa-
rodi que Anglada acudió a verlo: su angustia por el robo de las cartas va en
aumento, teme que el asunto llegue a oídos del señor Muñagorri, y, para cal-
mar la situación, él, amigo de todos ellos, organizó un viaje a la cabaña que el
esposo de Mariana tiene en Pilar. Montenegro aprovecha su paso por el penal,
ahora identificado como de Las Heras, para visitar a otros dos huéspedes, el
coronel Harrap y el padre Brown.
Días más tarde, quien entra en la celda 273 es José Formento; Parodi leyó los
artículos del periodista Molinari acerca del crimen ocurrido en la cabaña de
Muñagorri y el discípulo de Anglada le amplía los detalles. Moncha Muñago-
rri hizo a Montenegro, Anglada y Formento los honores de la estancia, en la
que estaban su esposo, su hijo Pampa y Miss Bilham, la institutriz. Obligado
a golpes por el padre, el niño vestía atuendo gauchesco: chiripá, rebenquito y
pequeño facón. Muñagorri se mostró áspero, más interesado en la próxima ex-
posición rural que en charlar con los visitantes. Al quinto día Moncha organizó
al atardecer un desfile de toros, que miraron desde la terraza y culminó en una
discusión sobre el carácter de esos animales entre Muñagorri, entronizado en
un gran sillón de paja, y Anglada.
Al día siguiente el cabañero y Formento fueron en carruaje al pueblo de Pilar,
donde el primero se embriagó en el almacén y el segundo envió por correo una
foto con dedicatoria a su editor. Esa tarde hubo otra paliza de Muñagorri a su
hijo, la descomedida intervención de Miss Bilham en favor del niño, un paseo
de Moncha, Anglada y Formento hasta el tanque australiano, y otro desfile de
toros que Muñagorri presenció solo desde la terraza.
Formento dejó a sus amigos, regresó a la casa; desde el dormitorio con la puerta

82
abierta por el calor escuchó a Montenegro hablando en el cuarto vecino con
Miss Bilham, a la que había ofrecido un empleo en Avellaneda. Se oyó un grito
de Moncha; en la terraza halló a la señora aterrada y al esposo apuñalado por la
espalda en su sillón de paja; el arma asesina era el faconcito de Pampa, pero el
chiquillo quedó libre de sospechas porque pudo demostrar con seis colas que
había estado toda la tarde cazando gatos. Su rebenquito se encontró en el cuarto
de Anglada, hecho que Formento atribuyó a cierta puerilidad del escritor; para
ilustrar a Parodi sobre este punto le entregó un ejemplar de su libro Itinerario
de Carlos Anglada donde el maduro y calvo literato aparecía fotografiado en
zancos, en bicicleta, y con disfraces de nene y de marinerito. Tiempo después
visitaron a Parodi dos mujeres enlutadas: Moncha Muñagorri, baja, delgada y sin
atractivo, y Miss Bilham, rubia opulenta. Por consejo de Montenegro, la viuda
venía a referir pormenores del día del crimen, entre ellos que su esposo y For-
mento tuvieron una discusión la noche anterior, les había preguntado el motivo
y le explicaron que era literario: Muñagorri no estaba de acuerdo en que For-
mento publicara la traducción de una obra de Paul Valéry que tenía preparada.
Quien visitó nuevamente a Parodi al poco tiempo fue Anglada, divertido por-
que Formento no lograba que le editaran su libro; traía la carta de rechazo del
editor chileno, que dio a leer a Parodi y sirvió a éste para resolver el crimen
del estanciero.
El robo de las cartas de Moncha comenzó como una mentira de Anglada para
publicitar una supuesta relación íntima con la señora Muñagorri, pero luego
las cartas desaparecieron y el escritor se preocupó hasta el extremo de visitar a
Montenegro, detective amateur. El ladrón había sido Formento, que copiaba
el estilo de Anglada y, detestándolo, fingía admirarlo. Haría editar las cartas
para ridiculizarlo con lo del romance inventado, pero Muñagorri comprendió
que quien pasaría vergüenza sería su mujer; tuvo con Formento una discusión
que éste no refirió a Parodi, a Moncha le mintieron que era por la traducción
de Valéry y el paseo a Pilar fue para enviar una carta a Chile deteniendo la
edición del libro.
Formento decidió matar a Muñagorri porque el amante de Moncha era él y la
estanciera lo dejaba entrever demasiado: repetía sus frases y lo llamaba por su
sobrenombre. Esa tarde dejó a Anglada y a Moncha junto al tanque australiano,
afirmó que estaba en su dormitorio con la puerta abierta y oía a Montenegro

83
conversando con Miss Bilham, y éstos, que se habían encerrado en el cuarto
de la institutriz y no para charlar, no lo desmintieron; tomó el faconcito de
Pampa, que el niño dejara tirado con el resto de su atuendo, subió a la terraza
y lo clavó en la espalda de Muñagorri a 0través de la paja de su sillón, mientras
abajo los peones seguían paseando toros. Con esto incriminó a Pampa, que no
era muy normal; puso el rebenquito en el cuarto de Anglada para que la policía
sospechara también de aquél, que se fingía amante de Moncha y se fotografiaba
vestido de nene. Que los editores hubieran rechazado la edición de las famosas
cartas no era de sorprender; en opinión de Parodi: bastaba ver a Moncha para
suponer cómo escribiría.
El cuarto problema para don Isidro Parodi se titula Las previsiones de Sangiá-
como, está dedicado A Mahoma y Bustos Domecq lo fechó en Pujato el 4 de
agosto de 1942.
Moncha Ruiz Villalba se ha convertido en la señora de Anglada y visita a Pa-
rodi junto con el escritor, angustiada por otra muerte: su hermana Julia, a la
que llamaban Pumita, murió envenenada. Anglada y su mujer refieren al preso
de la celda 273 las trágicas circunstancias: Pumita estaba comprometida con
Ricardo Sangiácomo, hijo del Commendatore Sangiácomo; este personaje,
llegado al país a principios del siglo, se afincó en Rosario, trabajó como re-
colector de residuos y, veinte años después, gracias a su esfuerzo y a la mafia,
era un hombre acaudalado y recibía honras del Reino de Italia. Retirado de
los negocios, su fastuosa residencia era contigua a la estancia de la ex señora
Muñagorri en Pilar.
El Commendatore había tenido la desgracia de perder, en 1921, a su esposa,
prima carnal que hizo venir de Italia, y a su gran amigo, el cónsul Fosco. Todo
su afecto se centró en Ricardo, su único hijo, y había propiciado el noviazgo
con Pumita. Padre e hijo compartían la villa de Pilar con Giovanni Croce, ad-
ministrador de las finanzas, Eliseo Requena, hijo natural del Commendatore
y hermano de leche de Ricardo, y un escritor hispanista, Mario Bonfanti. La
víspera del crimen Pumita, Moncha, Ricardo y Bonfanti vieron en un cine-
club tres films de Emil Jannings; al regreso, y junto con Requena y Anglada,
cenaron en la villa. Pumita afirmó que todos los films de Jannings eran iguales:
mucha dicha primero y mucha desgracia después. Se habló de unas gotas con
bromuro que Pumita tomaba para dormir, y que su novio y Moncha desacon-

84
sejaban; la joven dijo que en la vida nada ocurre por casualidad y que su futuro
suegro copiaba todas esas frases en una libreta.
Requena, que no había dicho palabra durante la cena, explicó que tenía mu-
cha tarea porque Ricardo estaba concluyendo de escribir una novela; Pumita
sugirió que guardara los originales nueve años porque, sin querer, podía ser
plagio de otra y desatar un escándalo, idea que rebatieron Bonfanti y el Com-
mendatore. Este último llevó la conversación al arte y asombró a la novia de su
hijo al referir que acababa de adquirir a un arqueólogo y tenía en su escritorio
una pieza desenterrada en el Perú, un pumita de barro cocido.
Días más tarde fue un acongojado Ricardo Sangiácomo quien visitó a don
Isidro y le refirió sus cuitas. El mozo se lamentaba del vuelco dado por su vida,
hasta hacía poco libre de problemas: el lío de un hijo natural lo había tapado
el padre con dinero, de una gran pérdida en la ruleta lo salvó un individuo
que le prestó cinco mil pesos y al que no volvió a ver, Montenegro era testigo
de su éxito con las mujeres, mal estudiante de abogacía, siempre aprobaba los
exámenes, y sus caballos de polo eran los mejores. Quería a Pumita y su ase-
sinato lo tenía desconcertado: ¿quién había envenenado a su novia metiendo
cianuro en las gotas para dormir que ella guardaba en la cómoda? Negó todos
los motivos que Parodi sugirió para un suicidio: embarazo, falta de dinero, otro
festejante, enfermedad, poco interés en casarse; explicó a don Isidro que los
dormitorios eran accesibles desde el exterior por una galería.
Mario Bonfanti fue el siguiente visitante de Parodi; por quemar cartas de
amor en la chimenea, sustrayéndolas a la requisa policial, había sido detenido,
sospechoso del asesinato de Pumita.
Aclarado el asunto, el reciente suicidio de Ricardo Sangiácomo añadía más
tragedia al extraño caso. Refirió a Parodi que la aflicción del joven le había lle-
vado al extremo de vender sus queridos petisos de polo; no tuvo éxito el padre,
costeando y apresurando la publicación de su novela para calmarle la amargu-
ra. El Commendatore, tras consultar con sus médicos, su administrador y sus
banqueros, dividió su fortuna, dejando a Ricardo sus millones y a su otro hijo,
Requena, unas pocas cédulas.
Bonfanti había aconsejado a Ricardo revivir algún romance pretérito; el mu-
chacho visitó sucesivamente a tres ex amantes, pero salió de sus casas al poco
rato, más sombrío que al llegar; su última visita fue a Mickey Montenegro,

85
en Avellaneda. De allí regresó a la villa y a la mañana siguiente se disparó un
balazo, dejando una carta en la que explicaba que “las cosas han cambiado y se-
guirán cambiando. Me mato porque ya no comprendo nada. Todo lo que he vivido
es mentira....Lo que mi padre ha hecho por mí no lo ha hecho ningún padre en el
mundo...”.
Tras la visita de Bonfanti, Parodi sostuvo dos largas conversaciones, una con
el médico de Sangiácomo, otra con el administrador Croce. Al año siguiente,
Montenegro entra en la celda 273 precedido por Bonfanti y una bandeja con
empanadas. A solas con don Isidro, el ex actor le recuerda que se cumple el
plazo fijado por él mismo para aclarar los luctuosos hechos ocurridos en Pilar
el año anterior. Refiere Montenegro que en el remate judicial de las pertenen-
cias del Commendatore, muerto en la miseria, compró una pieza arqueológica,
una serpiente de barro cocido que el finado guardaba en un cajón de su escri-
torio, y que un folleto anónimo acusó a Ricardo Sangiácomo de plagiar con su
novela una obra de José María Pemán.
Parodi da su versión: la clave del asesinato de Pumita y del suicidio de Ricardo
estaba en el pasado del Commendatore. Según Anglada, éste se puso como
loco en 1921, cuando murieron su esposa y su amigo el cónsul. Que un mafio-
so tomara tan a pecho la muerte de la mujer, casi recién llegada de Italia, y de
un amigo que lo era desde que él tenía dinero, conducía a la única explicación:
descubrió que ambos eran amantes y que Ricardo no era hijo suyo. Volcó su
odio hacia el fruto de la traición y decidió vengarse dándole al chico veinte
años felices y veinte años desdichados.
Ricardo creía tener éxito en todo, sin caer en la cuenta de que la mano y la for-
tuna del padre manipulaban su vida: el pago por el hijo natural, el préstamo de
un zonzo al que no volvió a ver, exámenes aprobados, mujeres que lo amaban...
Hizo que Pumita y el joven se conocieran e impulsó el noviazgo. A Requena
se le escapó decir que estaba muy atareado por la novela de Ricardo, señal de
que la escribía él y, testaferro del padre, adrede plagiaba la de Pemán. El folleto
era, de seguro, obra de Anglada.
Dos episodios inesperados apresuraron las tragedias: el viejo Sangiácomo supo
por su médico que le quedaba poca vida, y Pumita, buscando cartas de otras
mujeres a su novio, revisó el escritorio de su futuro suegro y encontró el plan
detallado en una libreta. En esa cena póstuma habló de manera de indicar a

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su futuro suegro que conocía sus intenciones. Para cerciorarse, Sangiácomo
mencionó el pumita de barro, y la joven no ocultó su asombro: en el cajón del
escritorio había una serpiente de barro.
Esa noche el Commendatore se introdujo en el dormitorio de Pumita y puso
cianuro en sus gotas. Después, apuró las cosas: dividió su capital, dio al fiel
Requena unas acciones seguras y a Ricardo una fortuna que desaparecía con
inversiones deliberadamente ruinosas. Empezó a escasear el dinero, las cuen-
tas, incluso la del editor, no se pagaban y Ricardo tuvo que vender sus caballos
de polo. Buscó consuelo en un antiguo amorío: la mujer, a quien el Commen-
datore cortara cierta subvención, le dijo que había sido su amante porque el
padre pagaba por ello, lo que corroboraron otras dos ex amantes. Montenegro
le confesó que proveía las mujeres a pedido del Commendatore, cobrando
comisión, y el administrador Croce que el padre se arruinaba ex profeso.
Ricardo comprendió que su padre lo odiaba; ignoraba el motivo pero todo in-
dicaba que le había preparado un futuro infernal. Se suicidó, dejando una carta
que únicamente el viejo Sangiácomo podía entender, pero ayudó a Parodi a
descifrar las siniestras previsiones de un hombre a quien era pérdida de tiempo
acusar de dos crímenes puesto que tenía los días contados.
El quinto problema que le presentan al presidiario Isidro Parodi está redac-
tado por H. Bustos Domecq en Pujato y fechado el 2 de septiembre de 1942;
se titula La víctima de Tadeo Limardo y está dedicado A la memoria de Franz
Kafka.
Por consejo del periodista Molinari, Tulio Savastano, un compadrito del Abas-
to, pide a Parodi que solucione un caso de asesinato ocurrido en el hotel El
Nuevo Imparcial, donde, por alguna fechoría cometida en el Mercado, se aloja
y oculta desde hace dos años. El hospedaje lo dirigen Vicente Renovales y
Claudio Zarlenga; éste se trajo de Banderaló, en La Pampa, a Juana Musante,
una linda mujer que era la esposa del jefe de correos.
Un día de Carnaval se hospedó en el hotel Tadeo Limardo, desmirriado pro-
vinciano que dijo venir de Banderaló; Savastano sospechó que era un espía del
esposo de Juana Musante, de quien se afirmaba que era un matón. La mujer
de Zarlenga estaba de viaje; a los diez días Limardo confesó a Savastano que
no tenía más dinero. El compadrito, divertido, esperó que echaran al provin-
ciano a la calle, pero quedó defraudado: el hombre habló con Zarlenga y siguió

87
alojado en el hotel. Juana regresó del viaje, apareció en el comedor y Limardo
se la quedó mirando embobado. Renovales quería echarlo por insolvente, pero
Zarlenga buscó otro arreglo: le hizo llevar la contabilidad y ocuparse de refac-
ciones y pintura, lavar la sala y hasta limpiarle una mancha del pantalón. El
provinciano interfirió con unos chistosos que pintaban un gato, lo golpearon,
y Zarlenga, muy amable, le hizo tragar un remedio. A los tres meses hubo no-
vedades: un cigarro explotó en la cara de un cliente, Zarlenga se puso furioso,
Savastano intuyó que la broma provenía de Fainberg, su compañero de pieza,
pero Limardo se atribuyó el hecho ante Zarlenga y éste, hombre que se hacía
respetar, no reaccionó. Al día siguiente Zarlenga y Juana tuvieron una disputa;
Limardo hizo reunir a todos los del hotel y pidió a la pareja que se besara, so-
licitud que cayó mal a ambos: Juana lo insultó y Zarlenga le ordenó marcharse;
en el apuro de hacer la valija a Limardo le robaron ropa y un cortaplumas de
hueso.
A la mañana siguiente el provinciano estaba otra vez en el hotel y se negó a
irse pese a los golpes de Zarlenga; éste, vencido por esa testarudez, lo alojó en
la piecita de las escobas, tabique por medio del dormitorio que él compartía
con Juana. Unos días más tarde Limardo exhibió ante Savastano un revólver
que llevaba en el cinto y le dijo que había venido a Buenos Aires a matar a
un hombre, noticia que el compadrito se apresuró a llevar a Zarlenga. Este
exigió a Limardo la entrega del arma, el provinciano se rehusó sin hacer caso
de las amenazas y Zarlenga no insistió. El domingo siguiente Savastano fue
con Fainberg al teatro; al regreso halló en su pieza y sobre su cama a Limardo,
muerto a cuchilladas con su propio cortaplumas de hueso. Sobre Renovales
y Zarlenga no hubo sospecha porque la tarde del crimen estaban en lugares
públicos alejados del hotel, pero Savastano se sabía en la mira de los pesquisas.
A pedido de Parodi, el compadrito llevó a Zarlenga a la celda 273, y don
Isidro les explicó cómo, según barruntaba, habían ocurrido los hechos. Tadeo
Limardo era el esposo de Juana Musante; Zarlenga, por jactancia, había dicho
que el jefe de correos era un matón, y tuvo que callarse. Limardo, que luego de
tres años de soledad vino en busca de su mujer, gastó lo poco que tenía; cuan-
do Juana volvió de su viaje, él estaba sin dinero. Zarlenga le dejó estar gratis
y le hizo llevar la contabilidad, para humillarlo, pero Limardo buscaba más
mortificación: tapó goteras, pintó, lavó pisos y limpió el pantalón de Zarlenga;

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esperando un castigo alardeó de la broma del cigarro-sorpresa, que era obra de
Fainberg, luego armó la escena de la reconciliación entre los amantes.
Fracasado su intento de echarlo, Zarlenga lo alojó junto a su dormitorio, para
que oyera los arrumacos de la pareja. En esta parte de su explicación, Parodi
pidió a Savastano salir de la celda, y a solas con Zarlenga concluyó su versión:
el revólver preocupó a Zarlenga, quien sospechó algún plan de Limardo. La
tarde del domingo éste se metió en el cuarto de Juana; ella, que por desprecio
le quitara el cortaplumas, lo usó para apuñalarlo y puso el cuerpo en la cama
de Savastano para vengarse de unas bromas tontas del compadrito. El error de
Juana había sido creer que Limardo, con su arma, venía a matar a Zarlenga. El
ex jefe de correos quería matar a alguien, en efecto, pero era a sí mismo: había
estado juntando valor para suicidarse, y antes de hacerlo, quería ver una vez
más a su mujer.
El sexto y último problema que se le expone a don Isidro Parodi está fechado
por H. Bustos Domecq el 21 de octubre de 1942 en Pujato, se titula La pro-
longada búsqueda de Tai An y ha sido dedicado A la memoria de Ernest Bramah.
Quien visita a Parodi es el doctor Shu T’ung, agregado cultural de la Emba-
jada China; apenas comienza su relato lo interrumpe la entrada en la celda de
Gervasio Montenegro y ambos, en contrapunto, la verborrea del ex-actor y el
floreo oriental del chino, refieren los detalles de un homicidio en la calle Deán
Funes 347. Veinte años atrás robaron en China una joya, el talismán de una
secta mágica del taoísmo. El jefe de los sacerdotes encomendó al mago Tai
An recuperarlo y éste, con sus poderes, supo que el ladrón estaba en Buenos
Aires. Viajó largo tiempo, estuvo un año en Montevideo, y, ya en su ciudad de
destino, se asoció con Samuel Nemirovsky. Este, fabricante de muebles, tenía
el taller al frente en la casa de la calle Deán Funes, y arriba la vivienda, que
compartió con Tai An.
Madame Hsin, una bella mujer, se convirtió en discípula del mago Tai An
pero pronto dejó la magia por las alhajas y las pieles que le obsequiaba Ne-
mirovsky, aunque mantuvo un ojo atento sobre Tai An. Este no olvidaba la
misión que le trajera a Buenos Aires: revisaba las listas de barcos temiendo
que el ladrón del talismán, a quien sabía en la ciudad, huyera o llegara algún
cómplice. Una noche de invierno Tai An encontró, medio muerto de hambre
y de frío, a Fang She, un chino que había llegado al país, como él, varios años

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atrás; lo llevó a la casa y lo alojó en los fondos, en una casilla de madera junto
a un sauce. El doctor T’ung, además de su labor en la Embajada, vendía mue-
bles de Nemirovsky y, cautivado por Madame Hsin, espiaba a Tai An cuando
éste salía de la casa.
A principios de octubre se incendió la fábrica de muebles; T’ung vió a Nemi-
rovsky sofocando el fuego con aserrín y papeles y a Tai An salvando a Fang
She del fuego. La casilla quedó en pie y Fang She siguió viviendo allí, Tai An
y Madame Hsin se mudaron a un departamento y Nemirovsky, con el dinero
del seguro, inició otro negocio. El mueblero y el mago se pelearon a golpes el
Día de la Raza; T’ung visitó en la casilla a Fang She y se enteró de que éste
partiría para China, repatriado por el consulado. Fang She le rogó no apenar
a Tai An avisándole de su partida.
T’ung se apresuró a informar al mago y éste, a su vez, corrió a la calle Deán
Funes, no halló a Fang She y sí a Nemirovsky; Fang She, dijeron los vecinos,
se había marchado en un coche con un gran baúl. Los ex socios se fueron
cada uno por su lado y esa noche, la del 14 de octubre, T’ung cenó en casa
de Nemirovsky. La mañana del 15 lo despertó la policía, en cuya jefatura se
enteró de que Nemirovsky, intranquilo por Fang She, volvió esa madrugada
a la casa y encontró a Tai An muerto de una puñalada, a medias enterrado
junto al sauce. Se supuso que a Tai An lo asesinaron entre las 11 y las 12 de la
noche porque a las 11 menos cuarto había sido visto en un remate de muebles
en la calle Maipú. A la hora del crimen Madame Hsin atendía a un cliente en
su departamento y Fang She estaba en el hotel El Nuevo Imparcial, donde se
alojaba. Ese día 15 se embarcó en el Yellow Fish hacia Shanghai, lo arrestaron
en Montevideo y quedó detenido en la calle Moreno, en tanto el cuerpo de Tai
An viajaba de regreso a la patria en la bodega del barco.
Meses después Fang She, a pedido del doctor T’ung, visitó a Parodi, quien le
dio su versión de los hechos. Tai An fingía buscar el talismán, pero sus vueltas
por el mundo, el año en Montevideo y su revisión de las listas de barcos seña-
laban a alguien que se ocultaba, o sea que era el ladrón de la joya, y Fang She,
que llegó al país tras él, era quien lo perseguía. Tai An, cansado de tanta fuga,
ideó un plan, que comenzó por llevar a Fang She a vivir en su casa. Madame
Hsin también quería la joya y lo hacía vigilar por el doctor T’ung. Nemiro-
vsky, en quiebra por tanto regalo a la dama, recurrió a incendiar su taller para

90
cobrar el seguro. La mujer supuso que durante el incendio Tai An sacaría el
talismán de su escondite, pero el ladrón salvó a Fang She, quizá pensando que
así dejaría de perseguirlo. En este punto Fang She afirmó que no se había de-
jado comprar por el gesto de Tai An; sospechó que la joya seguía oculta en la
casa, pidió al cónsul la repatriación, avisó de su partida a T’ung y se escondió
en el baldío contiguo a la casa incendiada. Llegaron Tai An y el mueblero,
enemistados por el amor de ambos hacia Madame Hsin, aunque fingieron
preocuparse por Fang She.
Tai An comentó que tenía que ir a un remate de muebles en la calle Maipú,
simuló marcharse pero regresó al rato, sacó una pala de la casilla, cavó la tierra
junto al sauce y desenterró el talismán. Fang She saltó sobre él, lo apuñaló y
colocó la joya en la boca del difunto, donde sería hallada por la gente de su
secta al incinerarlo. Buscó un remate de muebles en la calle Maipú y estuvo
un rato allí, para un occidental todos los chinos se parecen y creerían que era
Tai An; unos minutos antes de las 11 de la noche se inscribió como huésped
en El Nuevo Imparcial.
Fang She, tras su aceptación de haber cometido el crimen, pregunta a Parodi si lo
entregará a la policía. El preso de la celda 273 replica que cada hombre debe expiar
sus culpas por su cuenta, sin esperar que el gobierno se ocupe de castigarlo.
En literatura, las dedicatorias suelen ser utilizadas al doble efecto de homena-
jear y de dar indicios al lector acerca del contenido de la obra. Se comprende
la intención del binomio Borges - Bioy al dedicar el primer cuento, Las doce
figuras del mundo, a la memoria de José S. Alvarez. El relato es la presentación
de Isidro Parodi en genio y figura, “cuarentón sentencioso, obeso, con la cabeza
afeitada y ojos singularmente sabios.” .
Física y forzosamente inactivo pero mentalmente vivaz, el hombre que purga
un homicidio que no cometió utiliza para resolver crímenes ajenos la sapiencia
acumulada en veinte años de cárcel; sabe de las miserias y picardías de ladro-
nes, comerciantes, gringos, pajueranos y falsos doctores.
El primero al que puede titularse “cliente”, Aquiles Molinari, se cree “un mu-
chacho moderno” cuando solamente es uno de los tantos ingenuos aspirantes a
mejorar de categoría social con las “buenas relaciones”; resulta la víctima ideal
para las burlas de un grupo de extranjeros adinerados entre los cuales se halla
un estafador que se convierte en asesino.

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Quien realmente eleva a Molinari de categoría es Parodi al resolver el crimen
del druso: de redactor de la columna de deportes de un diario asciende a pe-
riodista de tiempo completo. Parodi logra una publicidad que no ha buscado,
que no le interesa y que le trae nuevos casos y nuevos - y en oportunidades
fastidiosos - visitantes.
San Lucas relata en su Evangelio el arrepentimiento y salvación de uno
de los ladrones crucificados junto a Jesús, y a este Buen Ladrón dedicaron
Borges y Bioy el cuento Las noches de Goliadkin, protagonizado por otro la-
drón arrepentido. Por mediación de Molinari, el poco célebre actor Gervasio
Montenegro, sospechado de la autoría de un crimen en el expreso de Bolivia,
traba relación con Parodi. Las peripecias del cuarteto de ladrones en torno
al portador de un fabuloso diamante nos traen reminiscencias de La Piedra
Lunar, la novela policial preferida de Borges. Montenegro queda exculpado
y la princesa Clavdia Fiodorovna, madama de un prostíbulo en Avellaneda,
recobra la joya que le robara su amante Goliadkin poco antes de sobrevenir
la Revolución Rusa.
En el tercer cuento, El dios de los toros, Montenegro, cuya vida cambió radical-
mente gracias a la intervención de Parodi - ahora es escritor, detective privado
y esposo de la princesa Clavdia - vincula a don Isidro con el lírico Carlos An-
glada; tras el poeta aparecen en la celda 273 su fingido admirador y encubierto
enemigo José Formento, y Mariana Ruiz Villalba, cuyos devaneos intelectua-
les ocasionan la muerte violenta de su esposo, el ganadero Muñagorri. Este
relato está dedicado a Alexander Pope (9), cuyas Sátiras apuntan, entre otros
vicios, contra el de la pedantería, notorio en los personajes trazados en el
cuento por Borges y Bioy.
El cuarto problema para don Isidro Parodi, Las previsiones de Sangiácomo, se
lo presenta el asesinato de Julia Ruiz Villalba, hermana de Mariana. Esta, su
nuevo esposo, el poeta Anglada, Mario Bonfanti, autor hispanista a sueldo de
un mafioso, y Ricardo, el desolado novio de la víctima, recurren a Parodi.
En la recopilación de sus enseñanzas en el Alcorán, el profeta y caudillo árabe
Mahoma, a quien está dedicado este cuarto relato, afirma que el destino del
hombre está escrito desde su nacimiento, aseveración que el Commendatore
Sangiácomo se impuso la tarea de refutar, reescribiendo un destino; don Isidro
deja en manos de la justicia divina el castigo de sus crímenes.

92
En el quinto cuento - problema, La víctima de Tadeo Limardo, es por sugeren-
cia del periodista Molinari que un execrable espécimen porteño perturba la
tranquilidad de Parodi; un crimen en un albergue de vagos y mal entretenidos
lleva a Tulio Savastano a la celda 273 con la historia tragicómica de la pasión,
calvario y muerte del pampeano Tadeo Limardo. El relato, dedicado a Franz
Kafka (10) no guarda relación con los incidentes que vive Karl Rossmann,
protagonista de su novela América, en el Hotel Occidental, pero tiene un pun-
to de contacto con las narraciones del autor checo: coloca a la mujer, aunque
traicione, un peldaño más abajo de Dios.
En el sexto y último problema que debe resolver Parodi, La prolongada busca de
Tai An, el chino Fang She tiene la inventiva y las agallas del doctor Yu Tsun,
el protagonista de El jardín de senderos que se bifurcan; rastrea al ladrón de un
talismán desde la China hasta Buenos Aires - nuevamente La Piedra Lunar
regresa a nuestra memoria - aguarda durante años el instante en que la joya es
sacada de un escondite, logra enviarla a su secta tras hacer expeditiva justicia,
y está dispuesto a aceptar el castigo.
El cuento está dedicado a Ernest Bramah, cuya biografía sintética redactara
Borges años antes:
“Nada sabemos de Ernest Bramah, salvo que su nombre no es Ernest Bramah.
(...)Los libros de Bramah pertenecen a dos categorías, de carácter muy des-
igual. Algunos, felizmente los menos, historian las aventuras del “detective”
ciego Max Carrados. (...) Los otros son de naturaleza paródica: fingen ser
traducciones del chino, y su desaforada perfección logró en 1922 un elogio in-
condicional de Hilaire Belloc. Sus nombres: Las alforjas de Kai Lung (1900),
Las horas áureas de Kai Lung (1922), Kai Lung desenrolla su estera (1928), El
espejo de Kong Ho (1931), La luna de mucha alegría (1936).” (Ernest Bramah, en
El Hogar, 18 de febrero de 1938).
Los Seis problemas para don Isidro Parodi han sido calificados por analistas lite-
rarios de “historietas policiales” o “parodias burlescas de los cuentos de detec-
tives”. Olvidan la declaración de principios de los autores: se proponían escribir
cuentos policiales en serio.
Ningún crimen es gracioso; los que dilucida Parodi desde su celda son ori-
ginales muestras del lado oscuro de la humanidad y desafían las rutinarias
mentes policiales: el decano de una comunidad es asesinado para ocultar una

93
estafa, a un emigrado ruso lo matan para robarle una joya, a un ganadero para
arruinar la reputación de un literato, una mujer joven es envenenada para que
no desbarate los planes de un mafioso, un infeliz provinciano es apuñalado por
creerlo capaz de matar a un hombre, un chino ladrón debe morir a manos de
un compatriota para que una secta recobre un talismán.
Los hechos que refieren los consultantes del preso-detective son sencillos; el
relato de esas circunstancias, en largos monólogos atiborrados de pormenores
sin conexión con el asunto, expone la forma de pensar de los personajes que
visitan a don Isidro. La pintura de esos caracteres, con los rasgos acentuados
pero no deformados, es el móvil real de cada cuento; el crimen es el pretexto
para que, con malicia y agudeza, Borges y Bioy exhiban una galería de seres, a
muchos de los cuales, sin dudas, debieron conocer - y soportar - en su entorno.
La colaboración entre Borges y Bioy se concretó, el año siguiente a la edición
del libro de H. Bustos Domecq, en una antología de cuentos policiales, y en
1944 en traducciones de textos de lengua inglesa para la revista Sur. El autor
de Pujato reapareció en 1946 con otro libro de cuentos, Dos fantasías memo-
rables.
Los relatos del volumen se titulan El testigo y El signo; la obra se indica editada
por una editorial apócrifa, Oportet y Haereses, en la que uno de los personajes
de El signo dice trabajar de corrector. Cierto biógrafo apresurado de Borges
(11) calificó a Dos fantasías memorables de “curiosidad criminológica”. El cali-
ficativo de “apresurado” es merecida por este autor, dado que demuestra haber
leído de manera muy superficial estos trabajos de su biografiado; desde el mis-
mo título los cuentos proclaman que son fantásticos, salvo que tener visiones
de la Santísima Trinidad, o de unas empanadas desplazándose por la bóveda
celeste se consideren crímenes.
En 1946 Borges y Bioy redactan, con el seudónimo de “B. Lynch Davis”, pro-
sas breves para la revista Los anales de Buenos Aires y hacen editar, nuevamente
por la inexistente editorial Oportet y Haereses, y con viñetas de Xul Solar
(12), un libro que se identifica como “cuentos” aunque se trata de un único re-
lato que, por su extensión, entra en la categoría de novela corta. La obra, atri-
buida a “B. Suárez Lynch”, se titula Un modelo para la muerte (13), y la prologa
H. Bustos Domec en Pujato, el 11 de octubre de 1945. La fecha no es casual;
todo escrito en el que intervenía Borges amerita una lectura entre líneas.

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Así como en el cuento Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto, el relato co-
mienza “la primera tarde del verano de 1914”, una semana antes del atentado de
Sarajevo, Bustos Domecq firma su prólogo seis días antes del 17 de octubre
de 1945, fecha que para Borges, ferviente antiperonista, tuvo la relevancia de
una hecatombe.
Bustos Domecq indica que, acuciado de trabajo literario, cedió “el misterio del
bajo de San Isidro”, a su discípulo Suárez Lynch quien “ha hecho una labor
encomiable, maleada, claro está, por ciertos lunares que traicionan la mano
temblona del aprendiz. Se ha permitido caricatos, ha cargado las tintas.”
Imitando la costumbre - la buena costumbre - de S. S. Van Dine y Agatha
Christie, Suárez Lynch comienza con un listado de los “Dramatis Personae”,
pormenor que sería de agradecer copiaran otros novelistas policiales cuyos li-
bros contienen un batiburrillo de nombres que, páginas más adelante, es difícil
recordar a qué personaje corresponden.
En esa lista reencontramos, además del imponderable don Isidro Parodi,
a protagonistas de los Seis problemas..., entre otros el sempiterno Gervasio
Montenegro, la señora de Anglada, el purista Mario Bonfanti y el compadrito
Tulio Savastano.
El preso de la celda 273 recibe la visita de Montenegro y de Marcelo Frog-
man, sucio y maloliente co-fundador de la Asociación Aborigenista Argen-
tina (A.A.A). Entre ambos le refieren que el doctor Tonio Le Fanu, llegado
de Alemania, se convirtió en patrocinador de la A.A.A., donde ubicó a “Po-
tranco” Barreiro como asesor, a un amigo alemán, Kuno Fingermann, como
tesorero, a Mario Bonfanti para purificar el habla de los asociados y a Tulio
Savastano como asistente de Bonfanti.
Hortensia, prima de Montenegro, comprometida con el linajudo Baulito Pé-
rez, dejó a éste por Le Fanu; Montenegro invitó a la nueva pareja a festejar
el fin del año en su quinta, en una reunión con la princesa Clavdia, la señora
de Anglada, los esposos Bimbo y Loló De Kruif, Monseñor De Gubernatis,
y los doctores Barreiro, Fingermann y Bonfanti. Le Fanu llegó en un carruaje
tirado por caballos, escoltado por un pelotón de ciclistas de la A.A.A. con
ponchos y quenas bajo la dirección de Frogman y Savastano; éste último se
dedicó a seducir a la bella Loló De Kruif, de quien se comentaba que en su
quinta de San Isidro utilizaba la glorieta para actividades amorosas.

95
A las doce de la noche Montenegro brindó por los futuros esposos Hortensia
y Le Fanu, brindis interrumpido por Baulito Pérez, quien entró por un balcón
insultando a su rival hasta que Fingermann lo tiró por una ventana. Loló, cau-
tivada por esta vigorosa exhibición, le dio la dirección de su quinta.
Le Fanu y Baulito, para batirse en incruento duelo, viajaron en el yate de
Montenegro al Uruguay, junto con Barreiro, Fingermann y Bimbo De Kruif.
Durante el regreso “Potranco” mencionó “un cuentito en colores del Suplemento”,
titulado El oráculo del perro, con el caso de un hombre asesinado en una glorie-
ta, crimen aclarado por un cura.
Cierta noche, Le Fanu, sus colaboradores y los socios de la A.A.A. se citaron
en un cine céntrico para ver un noticiero con un desfile gauchesco; carentes de
dinero para las entradas, los socios no asistieron, y a Frogman le encargó Le
Fanu entregar en San Isidro un obsequio para Fingermann, el libro La incre-
dulidad del Padre Brown. Frogman llegó en bicicleta a los fondos de la quinta
de los Kruif al tiempo que el dueño de casa subía la barranca ignorando su
saludo y Loló De Kruif huía de la glorieta donde Frogman pisó, sin advertirlo.
el cadáver de Le Fanu con un agujero en la frente. Un momento después apa-
reció Fingermann, creyó que Frogman había disparado contra Le Fanu, buscó
inútilmente el arma, halló el bastón-estoque del occiso, y llevó a Frogman a la
comisaría, de donde lo echaron a la mañana siguiente.
“Potranco” Barreiro visita a Parodi el mismo día que Fingermann, Frogman,
Bonfanti y Montenegro; Barreiro explica que Le Fanu se casó en Hamburgo
con Ema Fingermann, la abandonó embarazada, Kuno chantajeó al cuñado
por su futura bigamia, discutieron y Fingermann lo mató. El alemán afirma
que caminaba hacia la glorieta para encontrarse con Loló, quien asesinó y
ocultó el arma es Frogman. Este se defiende: Bonfanti se apropió del dinero
de la A.A.A., Le Fanu averiguó lo del desfalco y el gramático le disparó. Bon-
fanti cuenta a su vez que, listo para ir al cine a ver el documental, le avisaron
por teléfono que le aguardaban en un Ateneo para dar una conferencia; andu-
vo por el basural del bajo Flores hasta comprender que había sido víctima de
una broma. Montenegro asegura que, entre una invitación de la baronesa del
caso Goliadkin y la convocatoria al cine, optó por ir al cine.
Parodi echa a todos menos a Montenegro, a quien pide le cuente la verdad de
sus andanzas la noche del crimen. El esposo de la princesa Clavdia confiesa

96
que tomó el tren a Merlo para visitar a la baronesa, halló un carruaje conduci-
do por un cochero que lo esperaba y al pueblo de fiesta, enterándose de que se
corría una maratón nocturna. Al llegar a la quinta apareció el coronel Harrap,
quien, con el cochero, que resultó ser el Padre Brown, lo empujó a presencia
de la baronesa, que blandía una fusta. Montenegro saltó por una ventana, em-
prendió la huída a la carrera y llegó a la plaza del pueblo donde el jurado lo
declaró ganador de la maratón.
A mediados de ese año, y cumpliendo las instrucciones de don Isidro, Barreiro
le envía, desde Montevideo y a la cárcel, una carta con su confesión. Odiaba a
Le Fanu, que lo había hecho despedir de su empleo de bibliotecario; trabó
relación con Fingermann y le aconsejó chantajearlo; Le Fanu descubrió que
Fingermann robaba el dinero de la A.A.A., lo contó a Barreiro, éste hizo creer
al alemán que sabía lo de la defraudación y su silencio valía oro, obligándole a
entregarle cada mes el dinero que le chantajeaba a Le Fanu. Le Fanu, a su vez,
supo que Barreiro coaccionaba a Fingermann y exigió dinero, completando el
circuito de chantajistas: Le Fanu - Fingermann - Barreiro - Le Fanu.
Barreiro, harto, decidió matar a Le Fanu, a quien sabía deseoso de librarse del
cuñado, único obstáculo a su boda con Hortensia, y refirió intencionadamente
el cuento de Chesterton en el que un hombre es asesinado de una estocada a
través de las rendijas de una glorieta. En esos días Fingermann era el amante
de Loló, y Le Fanu captó la idea. Se fabricó una coartada: citó a todos en el
cine y los envió de forma anónima a hacer el ridículo a distintos lugares, para
cerciorarse de que callarían y apoyarían su declaración de que estaba en el
cine. Fue a la glorieta de los De Kruif con el bastón-estoque para ensartar a
Fingermann, Barreiro, que le aguardaba, le disparó desde atrás de un árbol
antes que llegara el alemán.
Parodi opinó que enviar el libro a Fingermann por mano de Frogman había
sido una compadrada de Le Fanu, Barreiro no estaba de acuerdo:”¿en qué mate
iba a caber que el delictuoso mandara la solución a la policía...? Usted no va a negar
que resultó un hecho de sangre que sale de lo ordinario, porque las precauciones y las
coartadas y las matufias corrieron a cargo de la víctima.”
Este “modelo para la muerte” resulta ser uno de los cuentos de Chesterton favo-
ritos de Borges, que lo tradujo e hizo publicar en el No. 40 de la Revista Mul-
ticolor de los Sábados el 5 de diciembre de 1934 con el título de “La profecía del

97
perro”. El homicida “Potranco” Barreiro trastoca ese título por “El oráculo del
perro” en el cuento que se indica redactado por B. Suárez Lynch entre 1943-
1945. Una humorada de los autores es el apellido Le Fanu (14).
El discípulo de Bustos Domecq no reapareció como firma del binomio auto-
ral, que en 1955 escribió, sin utilizar seudónimos, dos guiones para cine: Los
orilleros y El paraíso de los creyentes. Este último se inicia con el final de una
película que, comenta un espectador, se titula La busca de Tai An. (15)
El escritor de Pujato - el maestro, no el alumno - vuelve al ruedo en 1967 con
las Crónicas de Bustos Domecq (16) colección de veintiún cuentos dedicada A
esos tres grandes olvidados: Picasso, Joyce y Le Corbusier: Esta dedicatoria sor-
prende en nuestros días, ya que, si bien el nombre de Edouard Le Corbusier,
arquitecto y urbanista francés, no es tan conocido, los de Pablo Picasso y James
Joyce han traspasado las décadas triunfalmente.
El libro tiene prólogo - a todas luces poco entusiasta- de Gervasio Montene-
gro, y en algunos de los relatos reaparecen personajes de obras anteriores, pero
las Crónicas... están exentas de muertes alevosas. El crimen regresa, en dosis
moderada, diez años después y sin prólogo, en los Nuevos cuentos de Bustos Do-
mecq (16); son nueve historias, varias de las cuales habían sido ya publicadas
en diarios y revistas. (17).
En el cuento Más allá del bien y del mal, diez cartas enviadas desde Francia por
Félix Ubalde a un amigo de Buenos Aires nos ponen en conocimiento de que
este porteño, nombrado cónsul de la Argentina en la estación termal de Aix-
les-Bains, se aburre en un hotel de poca categoría; llega la familia Grandvi-
lliers -Lagrange, encabezada por un Barón, el abuelo, Ubalde busca la amistad
de esos aristócratas, estudia y admira su comportamiento social, y corteja a
Jacqueline, una de las nietas. Del hotel desaparece un frasco de veneno para las
ratas; por una charla se entera Ubalde que los Grandvilliers fueron repatriados
de un país árabe luego que el Barón intentara envenenar al gobernador. Otro
día observa al anciano echando veneno en el desayuno de Jacqueline, avisa a
la joven y se asombra cuando ella se ríe: “A Gran Papá le da por envenenar a la
gente y, como es tan chambón, casi siempre le sale mal.”
El abuelo y los otros miembros de la familia hacen bromas sobre el fracaso del
plan. Enterados de que al siguiente día es el cumpleaños del cónsul, lo invitan
a cenar en un restaurante y el mismo Barón supervisa las viandas en la cocina;

98
de regreso en el hotel, es un eufórico Ubalde quien refiere el festín a su ami-
go en una carta a la que añade, presa de mareos y calambres, una postdata a
la 1 de la madrugada. Una nota al pié explica que la Sucesión de Félix Ubalde
editó sus Cartas savoyardas; la verdadera causa de su muerte permanece en el
misterio.
En La fiesta del Monstruo, reencontramos al hediondo Marcelo Frogman me-
tamorfoseado en el doctor Frogman, arengando a la muchedumbre en la Plaza
de Mayo como preámbulo a las palabras del Monstruo; el desborde de entu-
siasmo popular ocasiona la muerte a pedradas de un joven judío. Este crimen
colectivo no puede atribuirse a cuento policial sino a vendetta literaria contra
un régimen de gobierno al que tanto Borges como Bioy Casares consideraban
nefasto.
El protagonista de El hijo de su amigo es un escritorzuelo buscavidas, Urbis-
tondo, alias Catanga Chica, quien intenta, sin éxito, que un sindicato de la
industria del cine le acepte el guión para una película. En la sede del gremio
está Julio Cárdenas, estudiante hijo de un amigo que le había salvado de morir
ahogado en una de las crecidas del arroyo Maldonado. El joven alega interés
por la cinematografía, pero el frustrado guionista descubre que acude al edi-
ficio para encontrarse a solas con una socia, la señora de Anglada. Resuelto a
sacar provecho de ese amor clandestino, trata de chantajear a la mujer, que se
burla; aprieta a Cárdenas, quien, aterrado, le entrega $ 2.500; el chantajista se
emborracha, le roban el dinero, hace la denuncia policial y exige a Cárdenas
una segunda cuota de $ 2.500.
El joven no aparece en la fecha indicada por Urbistondo, éste lo visita y Cár-
denas confiesa que robó la caja del sindicato para pagarle y no tiene dinero. El
amigo de su padre reitera su demanda de otra cuota y al no recibirla denuncia
a Cárdenas ante uno de los dirigentes del gremio. El guionista sale del edificio
minutos antes de que el hijo de su amigo, descubierto el robo, se arroje desde el
cuarto piso a la calle, y envía una carta al sindicato solicitando reconocimiento
por poner de manifiesto la deslealtad de Cárdenas. Los productores aceptan
filmar su guión, tras lo cual Urbistondo logra que le filmen otros dos: ¡Se suici-
dó para no ir preso! y La lección de amor en el Barrio Norte. A punto de estrenarse
otro de sus guiones, Un hombre de éxito, refiere la historia a un amigo, al que
revela su romance con la señora de Anglada, ex amante de Cárdenas.

99
El cuento Penumbra y pompa es un desborde de fantasía o utopía ciudadana.
Domecq, estafador por correspondencia, escapa a la justicia refugiándose en
Ezpeleta; pasado un tiempo regresa a la urbe y reinicia sus fraudes preparando
un rimero de cartas. En un Correo Central vacío de clientes ocasiona revuelo
al pedir estampillas, se las obsequian, las pega en su casa y busca un buzón
para despachar los sobres: todos carecen de boca y se entera, por un cartero, de
que se fabrican así “porque ya no les ponen correspondencia”. Esto le da idea de
crear una mensajería privada, va a la oficina de marcas y señales a registrar su
proyecto, llena un formulario y es objeto de repudio general.
Su abogado se niega a representarlo y le avisa que es buscado por la policía;
tras permanecer oculto unos días, sale a caminar sin rumbo y se encuentra
frente al Departamento de Policía. Asustado, entra en una peluquería: el ofi-
cial peluquero es don Isidro Parodi, preso conocido; le pregunta el porqué
de la imprudencia de trabajar frente a la sede policial y Parodi le cuenta que
un día observó las puertas de la cárcel a medio abrir, sin que los guardias se
preocuparan de que los presos salieran valija en mano; recogió el mate y la
pava y se marchó. No teme que lo busquen porque “nadie hace nada”: en los
cines no dan películas, en las boleterías no hay boletos y los buzones no tienen
boca, lo único que funciona es el servicio de góndolas en las cloacas.
De esta delirante manera Bustos Domecq concluyó el 12 de noviembre de
1969, los cuentos del preso-detective que comenzara en diciembre de 1941.
En los Seis problemas para don Isidro Parodi y en Un modelo para la muerte el
patrón está calcado sobre La Piedra Lunar, obra que Borges consideraba la
primera y la mejor de las novelas policiales. El método de hacer referir los
sucesos a diversos personajes, el ficticio lenguaje lunfardo de algunos, el habla
grotescamente refinada de otros, las frases y detalles sin nexo con el meollo
del problema que los visitantes de Parodi endilgan al presidiario, todo tiene su
peso en la trama.
La redacción complicada y mordaz no ha sido, como muchos críticos aseveran,
una broma de Borges y Bioy hacia sus lectores. En cada una de las historias
es evidente que han planteado enigmas dentro de un enigma y corresponde a
don Isidro Parodi, entre mate y mate, librar el trigo de la paja y asir entre tanta
confusión el hilo de Ariadna de las maquinaciones perversas. Trabajo nada fa-
cilitado por la exuberancia narrativa e hiperbólica de casi todos sus visitantes.

100
El libro de Nuevos cuentos de Bustos Domecq contiene otros cinco relatos - Una
amistad hasta la muerte, Las formas de la gloria, El enemigo número 1 de la censu-
ra, La salvación por las obras y Deslindando responsabilidades - en cuya redacción
conjunta sus autores dejaron de lado los misterios y laberintos literario - po-
liciales. En estos cuentos describen los hechos utilizando el lenguaje peculiar
e inimitable de ambos, pero libre de la facundia que ha resonado entre las
paredes de la celda 273 de la cárcel de Las Heras.

101
NOTAS:

1) Nuestras imposibilidades, ensayo editado en 1931 en la revista Sur, y en el libro Dis-


cusión en 1932. En Borges en Sur 1931-1980, Bs.As., Emecé, 1999.
2) Bioy Casares: historia de una amistad. Entrevista por Oscar Hermes Villordo publi-
cada en el diario La Nación el 22 de junio de 1986.
3) Idem anterior.
4) Entrevista de Jorge Cruz a Jorge L. Borges en la 1a. jornada de la Semana Cultural.
Publicada con el título de Mis libros en el diario La Nación el 28 de abril de 1985.
5) Seis problemas para don Isidro Parodi, de H. Bustos Domecq, editado por
Sur en 1942. En Jorge Luis Borges, Obras completas en colaboración, Buenos
Aires, Emecé, 1997.
6) Revista Sur, abril y mayo de 1942. En Borges en Sur 1931-1980, Buenos
Aires, Emecé, 1999.
7) José Sixto Alvarez, “Fray Mocho” (1858-1903), escritor costumbrista argentino;
trabajó como periodista, en La Nación hizo crónica parlamentaria y policial; en 1886
fue nombrado comisario de pesquisas. Con los españoles Eustaquio Pellicer y Ma-
nuel Mayol (dibujante) fundó en 1898 la revista Caras y Caretas. Autor de Vida de
ladrones célebres y su manera de robar, Memorias de un vigilante, Un viaje al país de los
matreros, En el mar austral, etc.
8) Los drusos provenían de tribus del Líbano que en 1921 se unieron a Siria bajo el
mandato francés; desde entonces se denominaron sirio-libaneses.
9) Alexander Pope (1688-1744), poeta, escritor y filósofo inglés; deforme a conse-
cuencia de una enfermedad contraída en la niñez, delicado de salud y excluido de
varios puestos por pertenecer a una familia católica, se consagró a la literatura, donde
ejerció un reconocido doctorado. Autor de Pastorales, Ensayo sobre el hombre, Ensayos
morales, Dunciad (sátiras), etc.
10) Franz Kafka (1883-1924), escritor checo de lengua alemana y raza judía, nacido
en Praga; su obra aborda el problema de la soledad humana. Autor de El castillo, El
proceso, América, La metamorfosis, etc.
11) Los nuestros, por Luis Harss, Editorial Sudamericana, Colección
“Perspectivas”, impreso en Buenos Aires el 30 de agosto de 1971. Luis Harss nació en
Valparaíso, Chile, en 1936, y pasó la infancia y la adolescencia en la Argentina. Ejer-
ció como profesor de letras en los Estados Unidos y residió también en Guatemala,

102
París y Londres. Publicó en inglés dos novelas: The Blind (1963) y The Little Men
(1964). En su libro “Los nuestros” hilvana la semblanza y analiza la obra de escritores
latinoamericanos, entre ellos Jorge Luis Borges, Horacio Quiroga, Leopoldo Mare-
chal, Julio Cortázar y Rómulo Gallegos.
12) Xul Solar, seudónimo del pintor, músico y astrólogo Oscar Agustín Alejandro
Schulz Solari. Políglota y hombre de vasta cultura, como pintor hizo gala de una gran
imaginación y de una personalidad única en la plástica argentina.
Calurosamente elogiado por Borges, quien le adjudicó genialidad y para quien el ar-
tista realizó viñetas en varios de sus trabajos. Xul Solar había nacido en San Fernando
(B.A.) el 14 de diciembre de 1887 y falleció en una isla del Tigre el 9 de abril de 1963.
13) Un modelo para la muerte, Buenos Aires, 1946, publicado por la editorial apócrifa
Oportet y Haereses. J.L.Borges, Obras completas en colaboración-
Buenos Aires, Emecé. 1997.
14) Joseph Thomas Sheridan Le Fanu (1814-1873). Escritor y periodista irlandés,
nació y falleció en Dublín. Se lo considera uno de los creadores de la novela gótica y
de terror. Sobre la novela Camilla, protagonizada por una mujer vampiro, forjó Bram
Stoker su personaje Drácula.
15) Los guiones de cine Los orilleros y El paraíso de los creyentes fueron publicados en
1955 por Editorial Losada, Buenos Aires. J.L.Borges: Obras completas en colaboración-
Buenos. Aires. Emecé,1997.
16) Crónicas de Bustos Domecq, editadas en 1967 por Editorial Losada,
Buenos Aires. J.L.Borges: Obras completas en colaboración - Buenos Aires, Emecé,1997.
17) Nuevos cuentos de Bustos Domecq, editados en 1977 por Librería La
Ciudad, Buenos Aires. J.L.Borges: Obras completas en colaboración-Buenos Aires-
Emecé,1997.
18) Más allá del bien y del mal se publicó en el diario La Opinión el 23 de mayo de
1976; La fiesta del Monstruo en el semanario Marcha el 30 de septiembre de 1955 y en
la revista Eco en diciembre 1970; El hijo de su amigo en la revista Número, de Montevi-
deo, en el ejemplar correspondiente al trimestre abril-junio 1952; Penumbra y pompa
en la revista Atlántida en febrero 1970 y en el diario La Nación el 17 de abril de 1977;
La salvación por las obras en la revista Somos el 20 de mayo de 1977 y Deslindando
responsabilidades en el diario Clarín el 5 de mayo de 1977.

103
104
2-3 Crímenes seleccionados

En enero y marzo de 1942 la revista Sur anticipó a sus lectores dos cuentos
del libro Seis problemas para don Isidro Parodi a editarse ese año: Las doce figuras
del mundo y Las noches de Goliadkin. El libro de 164 páginas fue el primero de
cuentos policiales editado en nuestro país, y ya sus autores proyectaban otro:
en 1943 Emecé Editores publicó Los mejores cuentos policiales, seleccionados
por Borges y Bioy Casares.
Es de imaginar el entusiasmo con que Borges y Bioy se dedicaron a elegir
esos cuentos entre los muchos que habrán deseado dar a conocer a los lectores
argentinos. Se trataba de la primera antología de un género menospreciado
que contaba con autores famosos, y la elección final recayó sobre 16 obras: La
muerte repetida (Nathaniel Hawthorne), La carta robada (Edgar Allan Poe,
La puerta y el pino (Robert L. Stevenson), La liga de los Cabezas Rojas (Arthur
Conan Doyle), Las muertes concéntricas ( Jack London), El marinero de Am-
sterdam (Guillaume Apollinaire), El honor de Israel Gow (Gilbert K. Chester-
ton), El ananá de hierro (Eden Phillpotts), El millonario que murió de hambre
(Padre Ronald Knox), El envenenador de Sir William (Anthony Berkeley),
El fin de un juez (Milward Kennedy), Filatelia (Ellery Queen), A treinta
pasos (Carlos Pérez Ruiz), La noche de los siete minutos (Georges Simenon),

105
La espada dormida (Manuel Peyrou), La muerte y la brújula ( Jorge L. Borges).
En posteriores ediciones se suprimieron los cuentos del Padre Knox y de Car-
los Pérez Ruiz, y se agregaron los relatos En el bosque, del escritor japonés
Ryunosuke Akutagawa, El vástago, de Silvina Ocampo y Las señales, de Adol-
fo Luis Pérez Zelaschi. La edición original no tuvo prólogo; para la reedición
1981 Borges y Bioy lo redactaron, haciendo referencia a la publicación de
The Murders in the Rue Morgue en 1841, “primer ejemplo y de algún modo ar-
quetipo del género policial. (...)(Poe) no podía prever que inauguraba un género
nuevo...”.Aprovecharon para protestar contra lo que consideraban degrada-
ción de la literatura policial:
“Es curioso observar que en su país de origen el género progresivamente se
aparta del modelo intelectual que proponen las páginas de Poe y tiende a las
violencias de lo erótico y sanguinario. Pensemos en Dashiell Hammett, en
Raymond Chandler, en James Cain y en el justamente olvidado Erle Stanley
Gardner. En Inglaterra, en cambio, es tradicional contrastar la atrocidad del
crimen con el tranquilo ambiente rural o universitario en que lo sitúan.”
Borges se hizo cargo de traducir los cuentos de autores de habla inglesa y el
de Simenon, el autor francés. El cuento de Peyrou era anticipo del libro que le
editaría Sur en 1944 y cuya crítica hizo Borges en la revista:
”Quienes reprochan a Peyrou la elección de escenarios extraños, olvidan que en
un cuento policial escrito en Buenos Aires, Buenos Aires no debe figurar, o sólo
puede figurar deformado, como en las páginas de Bustos Domecq.”(Manuel
Peyrou, La espada dormida. En Sur, mayo de 1945.)
Un cuento por el que Borges tuvo gran predilección fue The Minion of Midas,
del libro de Jack London Moon-Face, editado en 1906. Este cuento, cuyo tí-
tulo literal es Los sicarios de Midas, lo tradujo para la Revista Multicolor de los
Sábados del diario Crítica (1) como Las muertes eslabonadas; en la antología de
1943 figuró como Las muertes concéntricas, título que conservó en ulteriores
publicaciones (2).
El éxito de Los mejores cuentos policiales animó a Borges y su socio literario a
abordar una tarea de mayor envergadura: organizar una colección de novelas
policiales clásicas en un formato chico, decoroso y económico. Cupo a Emecé
Editores el honor de llevar a cabo el proyecto, verdad es que con muchas du-
das acerca de su conveniencia. Puestos a buscar un nombre para la colección,

106
se decidió recurrir a Dante Alighieri y La Divina Comedia: El séptimo círculo,
aquel en que el florentino ubicó a los violentos contra el prójimo, contra sí
mismo y contra Dios.
Para diseñar la cubierta se recurrió al dibujante italiano José Bonomi, natural
de Mantua, quien trazó los dibujos geométricos relacionados con un caballo
de ajedrez que se convirtieron en un clásico en las librerías. Borges y Bioy
leían los suplementos literarios de diarios londinenses y neoyorkinos para ag-
giornarse sobre nuevos títulos y autores policiales, solicitaban que les enviaran
los libros, y quien se encargaba de leer y decantar todo ese material literario
llegado del exterior era la madre de Borges, doña Leonor Acevedo, de quien el
hijo afirmaba que era “una lectora voraz e inteligente”. (3)
Además de la presentación discreta y cuidada, que de inmediato distinguió a
la colección de las series policiales que atestaban los kioscos de diarios, los di-
rectores de la colección pusieron especial esmero en la traducción de los libros
seleccionados. Ya que casi todas las novelas a ingresar a la colección estaban
escritas en inglés, las hicieron transcribir al castellano por personas con exce-
lente conocimiento de ese idioma, aunque no se tratara de traductores pro-
fesionales. Hasta entonces, libros de Anthony Berkeley, John Dickson Carr,
Agatha Christie, Arthur Conan Doyle y otros destacados autores, habían sido
objeto, en Hispanoamérica, de tan malas traducciones que convertían su prosa
en confusa y hasta intrincada.
Doña Leonor Acevedo realizó la traducción de El señor Digweed y el señor
Lumb, de Eden Phillpotts, Estela Canto la de Mi propio asesino, de Richard
Hull, el poeta Juan Rodolfo Wilcock la de varias novelas; también el escritor
Manuel Peyrou se ocupó de traducir algunas novelas, entre ellas, y de una
versión francesa, la de Extraña confesión - Un drama en la cacería, de Anton
Pavlovich Chejov, para la que, además, escribió el Prólogo.
En 1938 Borges había reseñado una novela de Nicholas Blake:”...The Beast
Must Die me parece admirable. Me abstengo de contar su argumento, porque
prefiero que el curioso lector la pida prestada o la robe o hasta la compre. Le
prometo que no se arrepentirá.” (The Beast Must Die, de Nicholas Blake. En
El Hogar, 24 de junio de 1938). En febrero de 1945 esa novela, traducida por
Wilcock, inauguró la colección El séptimo círculo con el título de La bestia debe
morir.

107
Borges y Bioy Casares dirigieron la publicación y seleccionaron las obras hasta
el volumen nº 111, Una mortaja para la abuela, de Gregory Tree, que apareció
en enero de 1954. Durante ese período El séptimo círculo jerarquizó la literatu-
ra policial; leer y exhibir en los estantes de la biblioteca obras de la colección ya
no era en descrédito de los dueños de casa, que podían disfrutar sin disimulo
de las novelas de Vera Caspary (4), John Dickson Carr, Anthony Gilbert (5),
Richard Hull, Eden Phillpotts, Patrick Quentin (6),y otros autores que quizá
habían leído antes subrepticiamente en volúmenes de mala calidad y pésima
traducción.
El séptimo círculo publicó obras trascendentes dentro del género: La Piedra
Lunar (Wilkie Collins), la inconclusa El misterio de Edwin Drood (Charles
Dickens) El ministerio del miedo, El tercer hombre y El ídolo caído (Graham
Greene). De autores argentinos se editaron Los que aman, odian, de Silvina
Ocampo y Bioy Casares, La muerte baja en el ascensor, de María Angélica
Bosco, El estruendo de las rosas, de Manuel Peyrou.
El autor argentino Alejandro Ruiz Guiñazú se escudó tras el
seudónimo“Alexander Rice Guinness” para su novela Bajo el signo del odio.
El volumen nº 85 correspondió a En la plaza oscura de Hugh Walpole (7),
en traducción de Cecilia Ingenieros. Años más tarde Borges seleccionó nue-
vamente esa obra para la colección Biblioteca personal (8) y escribió en el
Prólogo:..”.Above the Dark Circus será juzgada por el lector. Walpole la con-
sideró la mejor. Dijo que sentía por ella el afecto que siente una madre por
la más fea de sus hijas. (...) En el siglo XVIII, Horace Walpole inventó la
novela gótica (...). En el nuestro, Hugh Walpole ha logrado el ápice de ese
género.”
Los derechos de propiedad literaria les vedaron incluir obras de Chesterton
en la colección. Por el mismo motivo tampoco pudo editarse alguna novela de
Ellery Queen anterior a su caída en desgracia intelectual. Es de suponer que
también fueron las leyes de copyright las que no permitieron publicar la tra-
ducción de The Big Bow Mystery, de Israel Zangwill, novela por la que Borges
tenía considerable preferencia.
Sabemos que Agatha Christie no era santo de la devoción, siquiera de uno de
los directores de El séptimo círculo, pero obtuvo un lugar en el listado de edicio-
nes merced a una ocurrencia de Dorothy L. Sayers. En 1932 la pertinaz com-

108
piladora de antologías fue el alma mater de un proyecto en el que involucró a
otros asociados del Detection Club: redactar una novela policial a la que cada
uno aportara un capítulo. El resultado fue The Floating Admiral (El Almirante
flotante), que en 1950 ocupó el nº 69 en la lista de la colección. (9).
Novela con personajes tan ingleses como el five o’clock tea la desarrollaron a lo
largo de sus doce capítulos el canónigo Victor L. Whitechurch (autor del cri-
men y creador del investigador, el inspector Rudge), los esposos Cole, Henry
Wade, Agatha Christie, John Rhode, Milward Kennedy, Dorothy L. Sayers, el
padre Ronald A. Knox, Freeman Will Crofts, Edgar Jepson, Clemence Dane
y Anthony Berkeley.
La narración concluye en dos Apéndices con las soluciones pensadas por cada
autor (entregadas en sobre cerrado junto con el capítulo que le correspondía).
Chesterton redactó el Prólogo, en el que se describe un hecho que originará el
crimen; Dorothy L. Sayers escribió una muy buena Introducción, refiriendo el
origen de la obra y la finalidad del Detection Club.
En Estados Unidos se denominaba tough writers (escritores duros) a los auto-
res que continuaban el estilo de Dashiell Hammett, tan detestado por Borges.
Sin embargo, tres novelas de James McCallaham Cain, uno de los más autén-
ticos cultores del policial hard-boiled, engrosaron el catálogo de El séptimo cír-
culo: Pacto de sangre, El cartero llama dos veces y El estafador. La versión fílmica
de las dos primeras había sido estrenada en 1944 y 1946 respectivamente, y
con formidable éxito. ¿Es posible que sobre Borges y Bioy hayan influido las
películas en la decisión de editar los libros?
El cinematógrafo - y esa es su gran disparidad con la televisión - no des-
moronó el interés por la lectura. Por el contrario, las adaptaciones de novelas
célebres (Los miserables, Cumbres borrascosas, Sangre y arena, Capitán Blood,
Quo Vadis, 20.000 leguas de viaje submarino, y otras) incitaron a infinidad de
espectadores a leer esos libros. En nuestra época suelen ser los productores
cinematográficos los que convierten a determinada novela en un best seller
gracias a la difusión del argumento por la pantalla grande.
En todo caso, las tres novelas de Cain fueron las únicas policiales duras inclui-
das hasta 1954 en El séptimo círculo. Pese al clasicismo de la colección y a los
autores ya universalmente famosos que formaban parte del listado de obras,
hubo grupos de pensamiento rígido que acusaron a Borges y Bioy Casares,

109
perpetradores de la difusión de la novela policial, de lo que hoy se denomina
“apología del delito”....
El éxito de Los mejores cuentos policiales impulsó a los dos amigos a publicar
otra antología de relatos en 1952. Repitieron el título añadiendo Segunda serie,
omitieron el prólogo y seleccionaron 14 trabajos: Cazador cazado (Wilkie Co-
llins), Los tres jinetes del Apocalipsis (Gilbert K. Chesterton), Copia del original
(Hylton Cleaver), La señal en el cielo (Agatha Christie), Si muriera antes de
despertar (William Irish)(10), Aventura en la Mansión de las Tinieblas (Ellery
Queen), Tres hombres muertos (Eden Phillpotts), Una salita cerca de la calle
Edgware (Graham Greene), Personas o cosas desconocidas ( John Dickson Carr),
La tragedia del pañuelo (Michael Innes), Las doce figuras del mundo ( J. L. Bor-
ges y A. Bioy Casares), Nueve millas bajo la lluvia (Harry Kemelman), Humo
(William Faulkner) y Julieta y el mago (Manuel Peyrou).
En subsecuentes ediciones de la antología, Las doce figuras del mundo, cuento
inaugural de los Seis problemas para don Isidro Parodi se publicó firmado por H.
Bustos Domecq. La traducción del cuento de Chesterton la realizaron Borges y
Bioy. Con referencia a los autores incluidos, de Hylton Cleaver se informó a
los lectores que escribía novelas policiales, satíricas, para adolescentes, libretos
para comedias musicales, teatro y periodismo, de Harry Kemelman, que había
nacido en 1919 y que en 1930, a los 21 años, su cuento The Nine Mile Walk
había sido seleccionado por el Ellery Queen’s Mystery Magazine.
Una de las grandes aficiones de Borges era el cine; en la revista Sur redactó,
para la sección Notas, alguna crítica cinematográfica. El estilo borgeano poco
tenía en común con el habitual en los cronistas del séptimo arte: no mencio-
naba a los actores, solía indicar el nombre del director únicamente para esta-
blecer comparaciones con otros directores o con anteriores films del mismo, y
centraba su interés en las virtudes o defectos de la trama.
Aprobó la versión de la novela de Liam O’Flaherty El delator, protagonizada
por Victor McLaglen: “Ignoro la frecuentada novela de la que fue extraído
este film: culpa feliz que me ha permitido seguirlo, sin la continua tentación
de superponer el espectáculo actual a la recordada lectura, para verificar coin-
cidencias. Lo he seguido; lo juzgo de los mejores films que nos depara este
año....” (11).
Le agradó una película del director Archie Mayo:...”el argumento del Bosque

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petrificado - la influencia mágica de la aproximación de la muerte en un grupo
casual de hombres y de mujeres - me parece admirable. La muerte, en este
film, obra como un hipnotizador o un alcohol: saca a la luz del día lo que tie-
nen adentro las almas.” (12).
Interpretada por Humphrey Bogart - en uno de sus primeros personajes de
gangster - y Leslie Howard, la película es adaptación de una exitosa obra
teatral de Robert Sherwood que al parecer Borges desconocía. El teatro no se
contaba entre sus predilecciones: “Creo que en general el teatro es mejor leído
que representado. Eso quiere decir que yo no tengo sentido para el teatro.”(13)
Una película de Alfred Hitchcock mereció su aprobación: “... de una novela
de aventuras del todo lánguida - Los treintainueve escalones de John Buchan -
Hitchcock ha sacado un buen film. Ha inventado episodios.(...) Ha intercala-
do un personaje agradabilísimo - Mr. Memory....” (14).
Borges tuvo siempre la genuina franqueza de admitir lo que no había leído,
aunque se tratara de obras mundialmente célebres “...no soy un lector de no-
velas. Yo he sido derrotado por las más famosas novelas del mundo. Yo traté
de leer Vanity Fair y fracasé, traté de leer Madame Bovary y fracasé; quise leer
Los hermanos Karamazov y también me rechazaron.” (15)
El asesino Karamazoff, adaptación fílmica de la novela de Fedor Dostoiewski,
le produjo una excelente impresión: “Yo desconozco la espaciosa novela de
la que fue excavado este film. (...) Así, con inmaculada prescindencia de sus
profanaciones nefandas y de sus meritorias fidelidades (...) el presente film es
poderosísimo. “ (16)
Luego, vino la ceguera, que le vedó el placer de la lectura y también el del
cinematógrafo.....”desde 1927 sufrí 8 operaciones en los ojos. A fines de la
década del 50, cuando escribí Poema de los dones, estaba ciego.” (17). “ El cine
me gustaba mucho. Recuerdo las primeras películas en sepia. (...) ...he visto
últimamente unos films admirables. Bueno...ver es una metáfora en mi caso.
Por ejemplo, María Kodama me llevó a ver - yo conocía la novela - El desierto
de los tártaros, admirable film italiano, y días pasados vi Pasaje a la India, de
Forster, y yo había visto antes Lawrence de Arabia y Psicosis. (...) ...ahora es tan
importante la imagen, son tan taciturnos los actores, hay tantas cosas que se
ven que yo no puedo ver o no lo puede decir una película por el diálogo ya.
En cambio antes sí, los diálogos eran sentenciosos, del todo falsos pero muy

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memorables, sobre todo los que se escribieron para esos filmes de gangsters de
Joseph von Sternberg, ese gran director.” (18)
El cinematógrafo no podía ignorar la importancia de los cuentos de Borges.
Ya se han mencionado las películas argentinas Días de odio y El hombre de la
esquina rosada. En 1970 el cineasta Bernardo Bertolucci, tal vez el realizador
italiano más controvertido, filmó para la RAI La strategia del ragno (La estra-
tegia de la araña), basada en el cuento de Borges Tema del traidor y del héroe.
La trama refería un complot para asesinar a Mussolini durante una represen-
tación de Rigoletto en un teatro de provincia. Años después un joven, hijo de
Athos Magnani, héroe de la Resistencia, descubre que el padre traicionó a sus
camaradas de complot, pero que ya a nadie le interesa conocer la verdad ni
hurgar en el pasado.
Bertolucci, que también fue co-guionista del film, demostró con La strategia
del ragno su talento, originalidad y madurez como director, pese a que la pelí-
cula no tuvo gran éxito comercial.
En 1975 el realizador argentino Héctor Olivera rodó la película El muer-
to, versión del cuento homónimo de Borges, con Juan José Camero y Thel-
ma Biral en los principales personajes. Otro director argentino, Carlos Hugo
Christensen, filmó en 1979 y en el Brasil la adaptación del cuento La intrusa.
Hubo dos recreaciones de cuentos de Borges insertadas en una trama biográ-
fica sobre el autor: Los libros y la noche, película dirigida en 2000 por Tristán
Bauer y protagonizada por Walter Santana y Leonardo Sbaraglia, y El amor y
el espanto, film de Juan Carlos Desanzo, estrenado en 2001 y en el que el actor
Miguel Angel Solá personificó a Jorge Luis Borges.
Además de Los orilleros y El paraíso de los creyentes, Borges y Bioy Casares es-
cribieron en colaboración varios guiones cinematográficos, uno de los cuales,
Invasión, fue filmado por el director argentino Hugo Santiago. El argumento
gira en torno a la invasión de una ciudad, Aquilea, por un grupo de hombres
provistos de moderna tecnología; los defensores de la ciudad, el “grupo del
Sur”, liderados por don Porfirio (Lautaro Murúa), son tradicionalistas. Sesu-
ceden las escaramuzas en una guerra clandestina que concluye con la derrota
de los sureños y el descubrimiento de que don Porfirio es también el cabecilla
de los invasores. Todo vuelve a comenzar cuando se anuncia otra invasión y los
vencedores de la primera organizan un nuevo “grupo del Sur”.

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En los títulos de la película, estrenada el 16 de octubre de 1969, se indicó que
la “idea original” era de Jorge Luis Borges, lo que explica un par de analogías:
el plano de la ciudad de Aquilea contiene, como el de La muerte y la brújula, un
símbolo, y el personaje de don Porfirio rememora al gangster Red Scharlach.
En Estados Unidos y Gran Bretaña, los certámenes de cuentos y novelas po-
liciales organizados por revistas proyectaron hacia la fama a varios escritores;
ganar un concurso del Ellery Queen’s Mystery Magazine estadounidense era
consagratorio para cualquier escritor. La literatura policial que, en nuestro
país y hasta fines de la Segunda Guerra Mundial, era considerada vituperable,
cobró prestigio y auge a partir de la década de los ’50, reputación y apogeo
influenciados en gran parte por el éxito de los libros de El séptimo círculo.
Algunos editores de revistas decidieron hacer certámenes para canalizar hacia
el género policial el entusiasmo de escritores jóvenes. A lo largo de un cuarto
de siglo la revista Vea y Lea convocó a tres concursos de cuentos policiales;
el primero, realizado en 1950, contó con una terna de jurados integrada por
Borges, Bioy Casares y Leónidas Barletta. Entre los cuentos no seleccionados
hubo relatos de Adolfo Luis Pérez Zelaschi y de Rodolfo Walsh.
En 1961, el segundo concurso de la revista Vea y Lea tuvo como jurados a Bor-
ges, Bioy Casares y Manuel Peyrou. El primer premio correspondió al cuento
Las señales, de Pérez Zelaschi, quien también ganó el segundo premio, en tan-
to que el tercero fue otorgado a un relato de Rodolfo Walsh. Las señales fue
incluido por Borges y Bioy en reediciones de la antología Los mejores cuentos
policiales (I). En el tercer concurso de la revista, que tuvo lugar en el año 1974,
Borges no formó parte del jurado.
La revista Siete Días Ilustrados organizó, entre mayo y septiembre de 1975,
el Primer Certamen Latinoamericano de Cuentos Policiales. El periodista Jorge
Lafforgue, coordinador del certamen, entrevistó a la terna de jurados, integra-
da por Borges, Marco Denevi y Augusto Roa Bastos; el reportaje se publicó en
la misma revista. Preguntado Borges sobre cuál era la razón del menosprecio
hacia el género policial, respondió:
“Yo creo que ese desdén se debe al carácter artificial que tiene la narrativa
policial. Los artificios del género son pocos, y el lector los puede agotar con
cierta facilidad. Stevenson tenía razón cuando hablaba de un género ingenious
but lifeless, ingenioso pero sin vida. Es muy posible que llegue a desaparecer.

113
Aunque algo quede; por ejemplo, los cuentos de Chesterton quedarán por
la sugestión de su misterio. Ahora, la ciencia-ficción, que posiblemente des-
aparezca también, está reemplazando a la novela policial, al menos en venta;
aunque ambas quizá se vendan menos que las novelas pornográficas. Se trata
de tres géneros limitados. Bueno, en verdad, todo género es limitado. Pero en
algunos se nota más esa limitación: en el género policial que se organiza en
función del descubrimiento final es notoria.
- ¿Qué escritores que han incursionado en la narrativa policial le interesan
particularmente? - preguntó el periodista.
- Siempre me pareció un buen escritor Wilkie Collins; también Chesterton y,
entre los contemporáneos, Eden Phillpotts. Israel Zangwill escribió también
una excelente novela policial con un crimen en un cuarto cerrado, e inventó el
recurso - imitado luego por Gastón Leroux - de que el asesino sea el detective”
- contestó el autor de La muerte y la brújula..
En 1970, entrevistado por un periodista de la revista Atlántida, Borges reiteró
su opinión - su pésima opinión - sobre el nuevo estilo de narrativa policial:
“Lo que se llama novela policial en Estados Unidos, ahora, es una forma sadis-
ta o sanguinaria de la novela de aventuras. En las novelas de Dashiell Ham-
mett, por ejemplo, los detectives hacen uso y abuso de la fuerza física, no son
intelectuales, son simplemente criminales que están de parte de la ley.”
En 1976, el ya citado periodista Lafforgue, de la revista Siete Días, y su colega
Jorge Rivera, hicieron otro reportaje a Borges, cuyas declaraciones, en esta
oportunidad, reflejaron su desaliento:
“Frente a una literatura caótica, la novela policial me atraía porque era un
modo de defender el orden, de buscar formas clásicas, de valorizar la forma.
Para cualquier persona que esté encandilada por el género policial, todo lo
otro le resulta más bien informe. Luego descubro que ese rigor y esa cohe-
rencia pueden reducirse a un pequeño grupo de artificios. Y entonces me doy
cuenta que los autores que más me atraen no son estrictamente policiales. Wi-
lkie Collins sobresale por la descripción de caracteres. Zangwill tiene un valor
ante todo psicológico. (...) No creo que las narraciones policiales puedan ser
realistas. Es un género ingenioso y artificial. Los crímenes, en la realidad, se
descubren de otra forma: no por razonamientos inteligentes sino por delacio-
nes, errores, azar. (...) En el 55 perdí la vista. Desde entonces me he dedicado

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a otras cosas. A estudiar lenguas, al anglosajón y, últimamente, al escandinavo.
Ahora ya no me interesa la literatura policial....”

El 10 de junio de 1984 se publicó en el diario La Nación un poema de Borges


con el título del detective de novelas policiales al que muchos años antes el
autor había calificado de “personaje inmortal”, Sherlock Holmes:

“No salió de una madre ni supo de mayores


idéntico es el caso de Adán y de Quijano.
Está hecho de azar. Inmediato o cercano
lo rigen los vaivenes de variables lectores.

No es un error pensar que nace en el momento


en que lo ve el amigo que narrará su historia
y que muere en cada eclipse de la memoria
de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.

Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.


Ese hombre tan viril ha renunciado al arte
de amar. En Baker Street vive solo y aparte.
Le es ajeno también ese otro arte, el olvido.

Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca


que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.
El hombre solitario prosigue, lupa en mano,
su rara suerte discontinua de cosa trunca.

No tiene relaciones, pero no lo abandona


la amistad de aquel otro, que fue su evangelista
y que de sus milagros ha dejado la lista.
Vive de un modo cómodo; en tercera persona.

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No va jamás al baño. Tampoco visitaba
ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca
y que no sabe casi nada de esa comarca
de la espada y del mar, del arco y de la aljaba.

Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera


diremos de aquel justo que da nombre a los versos
que su inconstante sombra recorre los diversos
dominios en que ha sido parcelada la esfera.

Atiza en el hogar las encendidas ramas


o da muerte en los páramos a un perro del infierno.
Ese alto caballero no sabe que es eterno;
resuelve naderías y repite epigramas.

Nos llega desde un Londres de gas y de neblina,


un Londres que se sabe capital de un imperio
que le interesa poco, un Londres de misterio
tranquilo, que no quiere sentir que ya declina.

No nos maravillemos. Después de la agonía,


el hado o el azar (que son la misma cosa)
depara a cada cual esa suerte curiosa
de ser ecos o formas que mueren cada día.

Que mueren hasta un día final en que el olvido,


que es la meta común, nos olvide del todo.
Antes que nos alcance, juguemos con el lodo
de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido.

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una


de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna.

116
En los versos de este nostálgico homenaje a un modelo de detective es posible
que hallemos implicada la despedida de Borges a la literatura policial. Había
dedicado a ese género cuentos imperecederos, críticas insuperables y largas
horas de lectura, selección y traducción, en un esforzado intento por conser-
varlo clásico y deductivo. Evolucionando hacia relatos cruentos, brutales y des-
carnados, exhibiendo los aspectos más sombríos de la humanidad, la narrativa
policial, por último, causó a Borges una profunda decepción, que, a no dudarlo,
no estuvo exenta de amargura.

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NOTAS:

1) Jack London: Las muertes escalonadas. Traducción de J.L.Borges. En el nº


38 de la Revista Multicolor de los Sábados, 28 de abril de 1934.
2) Jack London: Las muertes concéntricas. Buenos Aires, Librería La Ciudad,
1979. Incluye los cuentos La casa de Mapuhi, La ley de la vida, Cara perdida, Las muer-
tes concéntricas, La sombra y el relámpago. Selección y prólogo de
J.L. Borges. Pertenece a Borges la traducción de Cara perdida y Las muertes concén-
tricas.
3) Borges, una biografía, de Horacio Salas. Buenos Aires, Ed. Planeta,1994.
4) Vera Caspary: escritora norteamericana (1904-1987), autora de novelas policiales
de notable factura psicológica, entre ellas Laura, Bedelia y Más extraño que la verdad.
5) Anthony Gilbert: escritor inglés (1899-1973), redactó novelas policiales:
¡No abras esa puerta!, La gente muere despacio, La campana de la muerte, Una larga som-
bra, etcétera.
6) Patrick Quentin: los escritores Richard B. Webb (1901-1970) y Hugh C.
Wheeler (1912-1987) utilizaron este seudónimo y el de “Quentin Patrick” para sus
novelas policiales, entre ellas la serie de Enigmas...:para tontos, para actores, para divor-
ciadas, para fantoches, para peregrinos. Ambos eran ingleses y adoptaron la ciudadanía
norteamericana.
7) Hugh Seymour Walpole: escritor inglés (1884-1941), nacido en Nueva
Zelanda; autor de novelas en las que predomina el género fantástico: The Wooden
Horse, Fortitude, The Green Mirror, The Secret City, The Blind Man’s House, The Killer
and the Slain, The cathedral, The old ladies..
8) Biblioteca personal de Jorge Luis Borges: colección de libros publicados por la edito-
rial española Hyspamérica en 1985, con prólogos de Borges. Esos prólogos se edi-
taron posteriormente en Obras completas de J.L.Borges, volumen IV, Buenos Aires,
Emecé,1996.
9) En 1982 la Editorial Emecé reeditó El Almirante flotante en su colección
Grandes Maestros del Suspenso.
10) William Irish: seudónimo del novelista norteamericano Cornell Woolrich (1903-
1968). Utilizó tanto su nombre real como el ficticio para firmar novelas de misterio,
caracterizadas por un suspenso angustiante.
11) El delator. En Sur, agosto de 1935. Borges en Sur (1931-1980) - Buenos Aires,

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Emecé, 1999.
12) El bosque petrificado. En Sur, septiembre de 1936. Borges en Sur (1931-1980) -
Buenos Aires, Emecé, 1999.
13) 15) y 18) Entrevista realizada a Jorge L. Borges por Jorge Cruz en la 1a. jornada
de la Semana Cultural. Publicada con el título de Mis libros en el diario La Nación el
28 de abril de 1985.
14) Dos films. En Sur, abril de 1936. Borges en Sur (1931-1980) - Buenos
Aires, Emecé, 1999.
16) Films - En Discusión (1932) - Obras completas de J.L.Borges - Buenos
Aires, Emecé, 1974.
17) Jorge L. Borges y Norman Thomas Di Giovanni - Autobiografía - Buenos
Aires, El Ateneo, 1999.

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