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COMPLETAS
J O R G E LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS
OBRAS COMPLETAS DE JORGE LUIS BORGLS

FERVOR DE BUENOS AIRES


LUNA DE ENFRENTE
CUADERNO SAN MARTÍN
EVARISTO CARRIEGO
DISCUSIÓN
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA
HISTORIA DE LA ETERNIDAD
FICCIONES
EL ALEPH
OTRAS INQUISICIONES
EL HACEDOR
EL OTRO, EL MISMO
PARA LAS SEIS CUERDAS
ELOGIO DE LA SOMBRA
EL INFORME DE BRODIE
EL ORO DE LOS TIGRES
JORGE LUIS
BORGES
COMPLETAS
1923-1972

EMECÉ E D I T O R E S
BUENOS AIRES
754 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

EL PUDOR DE LA HISTORIA

El 20 de setiembre de 1792, Johann Wolfgang von Goethe (que


había acompañado al Duque de Weimar en un paseo militar a
París) vio al primer ejército de Europa inexplicablemente recha-
zado en Valmy por unas milicias francesas y dijo a sus descon*
certados amigos: En este lugar y el día de hoy, se abre una época
en la historia del mundo y podemos decir que hemos asistido a su
origen. Desde aquel día han abundado las jornadas históricas y
una de las tareas de los gobiernos (singularmente en Italia, Ale-
mania y Rusia) ha sido fabricarlas o simularlas, con acopio de
previa propaganda y de persistente publicidad. Tales jornadas,
en las que se advierte el influjo de Cecil B. de Mille, tienen me-
nos relación con la historia que con el periodismo: yo he sospe-
chado que la historia, la verdadera historia, es más pudorosa y
que sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo
tiempo, secretas. Un prosista chino ha observado que el unicornio,
en razón misma de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido.
Los ojos ven lo que están habituados a ver. Tácito no percibió
la Crucifixión, aunque la registra su libro.
A esta reflexión me condujo una frase casual que entrevi al
hojear una historia.de la literatura griega y que me interesó,
por ser ligeramente enigmática. He aquí la frase: He brought
in a second actor (trajo a un segundo actor). Me detuve, com-
probé que el sujeto de esa misteriosa acción era Esquilo y que
éste, según se lee en el cuarto capítulo, de la Poética de Aristóteles,
"elevó de uno a dos el número de los actores". Es sabido que el
drama nació de la religión de Dionisos; originariamente, un solo
actor, el hipócrita, elevado por el coturno, trajeado de negro o
de púrpura y agrandada la cara por una máscara, compartía
la escena con los doce individuos del coro. El drama era una
de las ceremonias del culto y, como todo lo ritual, corrió alguna
vez el albur de ser invariable. Esto pudo ocurrir pero un día,
quinientos años antes de la era cristiana, los atenienses vieron
con maravilla y tal vez con escándalo (Víctor Hugo ha conjetu-
rado lo último) la no anunciada aparición de un segundo actor.
En aquel día de una primavera remota, en aquel teatro del color
de la miel ¿qué pensaron, qué sintieron exactamente? Acaso ni
estupor ni escándalo;, acaso, apenas, un principio de asombro.
En las Tusculanas consta que Esquilo ingresó en la orden pita-
górica, pero nunca sabremos si presintió, siquiera de un modo
OTRAS INQUISICIONES 755

imperfecto, lo significativo de aquel pasaje del uno al dos, de


la unidad a la pluralidad y así a lo infinito. Con el segundo
actor entraron el diálogo y las indefinidas posibilidades de la
reacción de unos caracteres sobre otros. Un espectador profético
hubiera visto que multitudes de apariencias futuras lo acompa-
ñaban: Hamlet y Fausto y Segismundo y Macbeth y Peer Gynt,
y otros que, todavía, no pueden discernir nuestros ojos.
Otra jornada histórica he descubierto en el curso de mis lee-
turas. Ocurrió en Islandia, en el siglo xm de nuestra era; diga-
mos, en 1225. Para enseñanza d,e futuras generaciones, el historia-
dor y polígrafo Snorri Sturlason, en su finca de Borgarfjord,
escribía la última empresa del famoso rey Harold Sigurdarson,
llamado el Implacable (Hardrácfa), que antes había militado en
Bizancio, en Italia y en África. Tostig, hermano del rey sajón de
Inglaterra, Harold Hijo de Godwin, codiciaba el poder y había
l conseguido el apoyo de Harold Sigurdarson. Con un ejército no-
ruego desembarcaron en la costa oriental y rindieron el castillo
de Jorvik (York). Al sur de Jorvik los enfrentó el ejército sajón.
Declarados los hechos anteriores, el texto de Snorri prosigue:
"Veinte jinetes se allegaron a las filas del invasor; los hombres,
y también los caballos, estaban revestidos de hierro. Uno de los
jinetes gritó:
—¿Está aquí el conde Tostig?
—No niego estar aquí —dijo el conde.
—Si verdaderamente eres Tostig ---dijo el jinete— vengo a de-
cirte que tu hermano te ofrece su perdón y una tercera parte
del reino.
—Si acepto —dijo Tostig— ¿qué dará al rey Harold Sigurdarson?
—No se ha olvidado de él —contestó el jinete—. Le dará seis
pies de tierra inglesa y, ya que es tan alto, uno más.
—Entonces —dijo Tostig— dile a tu rey que pelearemos hasta
morir.
Los jinetes se fueron. Harold Sigurdarson preguntó, pensativo:
—¿Quién era ese caballero que habló tan bien?
—Harold hijo de Godwin."
Otros capítulos refieren que antes que declinara el sol de ese
día el ejército noruego fue derrotado. Harold Sigurdarson pereció
en la batalla y también el conde (Heirnskringla, X, 92).
Hay un sabor que nuestro tiempo (hastiado, acaso, por las
torpes imitaciones de los profesionales del patriotismo) no suele
percibir sin algún recelo: el elemental sabor de lo heroico. Me
aseguran que el Poema del Cid encierra ese sabor; yo lo he sen-
tido, inconfundible, en versos de la Eneida ("Hijo, aprende de
mí, valor y verdadera firmeza; de otros, el éxito"), en la balada
anglosajona de Maldon ("Mi pueblo pagará el tributo con lan-
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zas y con viejas espadas"), en-la Canción de Rolando, en Víctor


Hugo, en Whitman y en Faulkner ("la alhucema, más fuerte
que el olor de los caballos y del coraje'.'), en ei Epitafio para un
ejército de mercenarios de Housman, y en los "seis pies de tierra
inglesa" de la Heimskringla. Detrás de la aparente simplicidad
del historiador hay un delicado juego psicológico. Haróld finge
no reconocer a su hermano, para que éste> a su vez, advierta que
no debe reconocerlo; Tostig no lo traiciona, pero no traicionará
tampoco a su aliado; Haróld, listo á perdonar a su hermano,
pero no a tolerar la intromisión del rey de Noruega, obra de
una manera muy comprensible. .Nada diré de la destreza verbal
de su contestación; dar una tex.éra parte del reino, dar seis pies
de tierra. 1 • '•
Una sola cosa hay más admirable que la admirable respuesta
del rey sajón: la circunstancia de que sea un Jsjandés, un hom-
bre de la sangre de los vencidos, quien la haya' perpetuado. Es
como si un cartaginés nos hubiera legado la memoria de la ha-
zaña de Régulo. Con razón escribió Saxo Gramático en su
Gesta Danorum: "A los hombres de Thule (Islandia) les deleita
aprender y registrar la historia de todos los pueblos y "no tienen
por menos glorioso publicar las excelencias ajenas que las pro-
pias."
No el día en que el sajón dijo sus palabras, sino aquel en
que un enemigo las perpetuó marca una fecha histórica. Una
fecha profética de algo que aún está en el futuro: el olvido de
sangres' y de naciones, la solidaridad del género humano. La
oferta debe su virtud al concepto de patria; Snorri, por el hecho
de referirla, lo supera y trasciende.
Otro tributo a un enemigo recuerdo en los capítulos últimos
de los Se'ven Pillars of Wisdom de Lawrence; éste alaba el valor
de un destacamento alemán y escribe estas palabras: "Entonces,
por primera vez en esa campaña, me enorgullecí de los hombres
que habían matado a mis hermanos." Y agrega después: "They
were glorious."

Buenos Aires, 1952.

1
Carlyle (Early Rings of Norway, XI) desbarata, con una desdichada adi-
ción, esta economía. A los seis pies de tierra inglesa, agrega fot a grave ("pa-
ra sepultura") . . ..

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