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Cuento

El ganso de oro
Érase una vez, un anciano leñador que tenía tres hijos. El más pequeño de los tres se llamaba “Tontín”, y
sus hermanos lo despreciaban porque era muy lento para el trabajo.
Un buen día, mientras el más grande y fuerte de los hijos del leñador se encontraba talando en el bosque,
apareció de repente un anciano vestido con harapos que suplicaba por un sorbo de agua y un poco de
comida.
“De mi parte no recibirás nada, anciano inútil. Apártate” – le gritó el jovenzuelo y continuó su trabajo
talando los árboles. Entonces, el hombre canoso le lanzó una maldición y desde lo alto cayó una rama
pesada que fue a parar a la cabeza del joven leñador.
Al llegar a casa, adolorido y triste, el más grande de los hijos del leñador le contó lo sucedido al hermano
mediano, y este salió camino hacia el bosque para continuar con el trabajo. Horas después, apareció en el
mismo lugar el débil anciano, y al pedir por un poco de comida y un sorbo de agua, el muchacho le
respondió:
“No le daré nada, viejo decrépito. Apártese a un lado”. Y nuevamente, el hombre
canoso lanzó una maldición sobre el muchacho, quien recibió un fuerte golpe en
la cabeza por una rama desprendida de los árboles.
Con tan mala suerte, el hermano mediano regresó a casa y como no quedaba
nadie para trabajar, Tontín decidió terminar de talar los árboles, y partió a toda
velocidad hacia el bosque. Al llegar al lugar, el anciano apareció entre los árboles para pedir un poco de
agua y comida, pero Tontín no lo pensó dos veces y aceptó compartir su comida con aquel hombre
debilucho. Para recompensarlo, el anciano le regaló nada menos que un ganso de oro.
Alegre por su regalo, Tontín partió hacia la cabaña para reunirse con su padre y sus hermanos, pero como
era de noche, decidió refugiarse en una pequeña posada en el medio del bosque. En aquel lugar, vivía un
posadero con sus tres hijas, las cuales, al ver llegar a Tontín con su ganso de oro quisieron aprovecharse y
robar las plumas de oro del animal.
La mayor de las muchachas, esperó entonces a que Tontín se quedara dormido, y entró en el cuarto
sigilosamente buscando el ganso de oro. Sin embargo, cuando por fin puso sus manos sobre el animal,
quedó pegada irremediablemente a él sin poder escapar. Así lo hicieron las otras dos hermanas, quedando
pegadas una detrás de la otra.
A la mañana siguiente, Tontín emprendió su camino de regreso a casa, sin darse cuenta que las muchachas
se arrastraban con él, pegadas al ganso de oro. Durante el trayecto, un
granjero quiso ayudarlas, pero este también quedó pegado al animal sin poder
zafarse. La esposa del pobre hombre decidió entonces hacer algo por su
marido, pero tan pronto lo tocó se quedó enganchada de la fila.
El perro de la esposa, al ver a su ama arrastrándose por el suelo, trató de
ayudarla agarrándola por los tobillos, pero tanto el pobre animal, como el gato de la granja y tres pollitos
quedaron inútilmente pegados, justo detrás de la mujer, el granjero y las tres hijas del posadero.
Con el paso del tiempo, aquella extraña caravana llegó a la ciudad, donde el rey tenía una hija que nunca
había podido reír. Tanta era la amargura del rey que ofreció la mano de la princesa a cualquier ser humano
que fuera capaz de hacerla reír. Para suerte de Tontín, la triste muchacha se encontraba en ese momento
descansando en su alcoba, y al ver aquella fila de personas y animales arrastrándose por el suelo, estalló en
miles de carcajadas, por lo que el rey no tuvo más remedio que casarla con el atontado muchacho.
Así fue que, en poco tiempo, Tontín logró casarse con la princesa para comenzar a vivir una vida llena de
alegría y felicidad.
Mito de Medusa

Era una de las tres hermanas gorgonas hijas de Forcis y Ceto. Medusa a diferencia de sus hermanas era la
única mortal y la más bella, esta belleza impresionó a Poseidón, quien la ultrajó, en el templo de Atenea.

La ira de Atenea fue tan grande al enterarse de lo ocurrido, que de inmediato castigó a Medusa;
convirtiéndola en un monstruo desalmado, igual a sus hermanas Esteno y Euríale. Con manos metálicas,
colmillos afilados, y unos ojos que petrificaban a quien los miraba directamente.

Además del castigo, Afrodita sentía celos de la hermosa cabellera que tenía Medusa, y por eso convirtió
sus cabellos en serpientes. Después de esto, Medusa fue desterrada a vivir en las tierras hiperbóreas.

Cuando Atenea, se enteró que Medusa estaba embarazada de Poseidón, ordenó su asesinato. El cual
llevaría a cabo Perseo ayudado de unas sandalias aladas que le había proporcionado Hermes, así como un
escudo muy brillante, que repelía el ataque de la luz letal de los ojos de Medusa. Perseo volando con sus
sandalias, logró ubicarse por encima de Medusa mientras dormía en su guarida, para cortarle la cabeza en
un solo acto.

Con este corte, por el medio del cuello de Medusa, salieron sus hijos,
Pegaso y el gigante Crisaor. Se dice que los corales del Mar Rojo se
habían formado de la sangre de Medusa que salpicó las algas cuando
Perseo dejó la cabeza junto a la playa, incluso se decía que las
víboras venenosas del Sáhara habían brotado de las gotas caídas de su
sangre. Esta cabeza fue para Atenea, que la utilizó como escudo en todas
sus batallas.

La sangre derramada en la decapitación de Medusa fue


celosamente guardada para fines que sólo los Dioses conocían, ya que
la sangre de su vena izquierda era un veneno mortal, y la de su lado
derecho, tenía características sanadoras que se utilizaba incluso
para poder resucitar a los muertos.
Fabula
El gallo y la perla / La Fontaine

Esta es una de las fábulas cortas con moraleja más famosas que se ha popularizado en las diferentes
páginas web y libros educativos para niños, y es que a pesar de su pequeña
extensión, es realmente útil para compartirla con los más pequeños de la
casa y mostrarles muy buenos valores para que puedan enfrentar diferentes
situaciones de la vida, por lo que no debes dudar ni un segundo en
compartirla con ellos. Específicamente una de las enseñanzas más
importantes que podemos extraer de este texto es que el valor que tengan las diferentes cosas o
situaciones que se nos presenten en la vida, dependerá de cada uno de nosotros así como de las
necesidades que atravesemos en ese momento en específico.
Leyenda

La isla de las muñecas

En el turístico canal de Xochimilco, en la ciudad de México, se encuentra un paraje totalmente cubierto por
miles de muñecas. El dueño del área, Don Julián, las colocó en toda la
isla para ahuyentar el espíritu de una niña, quien murió ahogada entre
los lirios y le acechaba por las noches.

Con el tiempo el lugar atrajo a un gran número de visitantes, quienes


llevaban a Don Julián más muñecas para su protección. Al envejecer, Don
Julián contaba que una sirena del río lo visitaba desde hace tiempo para
llevárselo. Cuando el hombre murió de un paro cardíaco, su cuerpo fue encontrado junto al agua.
Novela

El afrancesado
Pedro Antonio de Alarcón
I
En la pequeña villa del "Padrón", sita en territorio gallego, y allá por el año del 1808, vendía sapos y
culebras y agua llovediza, a fuer de legítimo boticario, un tal GARCÍA DE PAREDES, misántropo solterón,
descendiente acaso, y sin acaso, de aquel varón ilustre que mataba un toro de una puñada.

Era una fría y triste noche de otoño. El cielo estaba encapotado por densas nubes, y la total carencia de
alumbrado terrestre dejaba a las tinieblas campar por su respeto en todas las calles y plazas de la
población.
A eso de las diez de aquella pavorosa noche, que las lúgubres circunstancias de la patria hacían mucho más
siniestra, desembocó en la plaza que hoy se llamará de la Constitución un silencioso grupo de sombras, aun
más negras que la obscuridad de cielo y tierra, las cuales avanzaron hacia la botica de García de Paredes,
situada en un rincón próxima al Corregimiento, y cerrada completamente desde las Ánimas, o sea desde
las ocho y media en punto.
- ¿Qué hacemos? -dijo una de las sombras en correctísimo gallego.
- Nadie nos ha visto... -observó otra.
- ¡Derribar la puerta! -añadió una tercera.
- ¡Y matarlos! -murmuraron hasta quince voces.
- ¡Yo me encargo del boticario! -exclamó un chico.
- ¡De ése nos encargamos todos!
- ¡Por judío!
- ¡Por "afrancesado"!
- Dicen que hoy cenan con él más de veinte franceses....
- ¡Ya lo creo! ¡Como saben que ahí están seguros, han acudido en montón!
- ¡Ah! Si fuera en mi casa! ¡Tres alojados llevo echados al pozo!
- ¡Mi mujer degolló ayer a uno!...
- ¡Y yo... (dijo un fraile con voz de figle) he asfixiado a dos capitanes, dejando carbón encendido en su
celda, que antes era mía!
- ¡Y ese infame boticario los protege!
- ¡Qué expresivo estuvo ayer en paseo con esos viles excomulgados!
- ¡Quién lo había de esperar de García de Paredes! ¡No hace un mes que era el más valiente, el más
patriota, el más realista del pueblo!
- ¡Toma! ¡Como que vendía en la botica retratos del príncipe Fernando!
- ¡Y ahora los vende de Napoleón!
- Antes nos excitaba a la defensa contra los invasores....
- Y desde que vinieron al Padrón se pasó a ellos....
- ¡Y esta noche da de cenar a todos los jefes!
- ¡Oíd qué algazara traen! ¡Pues no gritan "¡viva el Emperador!"
- Paciencia.... (murmuró el fraile.) Todavía es muy temprano.
- Dejémosles emborracharse.... (expuso una vieja.) Después entramos... ¡y ni uno ha de quedar vivo!
- ¡Pido que se haga cuartos al boticario!
- ¡Se le hará ochavos, si queréis! Un afrancesado es más odioso que un francés. El francés atropella a un
pueblo extraño: el afrancesado vende y deshonra a su patria. El francés comete un asesinato: el
afrancesado ¡un parricidio!

II

Mientras ocurría la anterior escena en la puerta de la botica, García de Paredes y sus convidados corrían la
francachela más alegre y desaforada que os podáis figurar.
Veinte eran, en efecto, los franceses que el boticario tenía a la mesa, todos ellos jefes y oficiales.
García de Paredes contaría cuarenta y cinco años; era alto y seco y más amarillo que una momia; dijérase
que su piel estaba muerta hacía mucho tiempo; llegaba la frente a la nuca, gracias a una calva limpia y
reluciente, cuyo brillo tenía algo de fosfórico; sus ojos, negros y apagados, hundidos en las descarnadas
cuencas, se parecían a esas lagunas encerradas entre montañas, que sólo ofrecen obscuridad, vértigos y
muerte al que las mira; lagunas que nada reflejan; que rugen sordamente alguna vez, pero sin alterarse;
que devoran todo lo que cae en su superficie; que nada devuelven; que nadie ha podido sondear; que no
se alimentan de ningún río, y cuyo fondo busca la imaginación en los mares antípodas.
La cena era abundante, el vino bueno, la conversación alegre y animada.
Los franceses reían, juraban, blasfemaban, cantaban, fumaban, comían y bebían a un mismo tiempo.
Quién había contado los amores secretos de Napoleón; quién la noche del 2 de Mayo en Madrid; cuál la
batalla de las Pirámides; cuál otro la ejecución de Luis XVI.
García de Paredes bebía, reía y charlaba como los demás, o quizás más que ninguno; y tan elocuente había
estado en favor de la causa imperial, que los soldados del César lo habían abrazado, lo habían vitoreado, le
habían improvisado himnos.
- ¡Señores! (había dicho el boticario): la guerra que os hacemos los españoles es tan necia como
inmotivada. Vosotros, hijos de la Revolución, venís a sacar a España de su tradicional abatimiento, a
despreocuparla, a disipar las tinieblas religiosas, a mejorar sus anticuadas costumbres, a enseñarnos esas
utilísimas e inconcusas «verdades de que no hay Dios, de que no hay otra vida, de que la penitencia, el
ayuno, la castidad y demás virtudes católicas son quijotescas locuras, impropias de un pueblo civilizado, y
de que Napoleón es el verdadero Mesías, el redentor de los pueblos, el amigo de la especie humana....»
¡Señores! ¡Viva el Emperador cuanto yo deseo que viva!
- ¡Bravo, vítor! -exclamaron los hombres del 2 de Mayo.
El boticario inclinó la frente con indecible angustia.
Pronto volvió a alzarla, tan firme y tan sereno como antes.
Bebióse un vaso de vino, y continuó:
- Un abuelo mío, un García de Paredes, un bárbaro, un Sansón, un Hércules, un Milón de Crotona, mató
doscientos franceses en un día.... Creo que fué en Italia. ¡Ya veis que no era tan "afrancesado" como yo!
¡Adiestróse en las lides contra los moros del reino de Granada; armóle caballero el mismo Rey Católico, y
montó más de una vez la guardia en el Quirinal, siendo Papa "nuestro tío" Alejandro Borja! ¡Eh, eh! ¡No me
hacíais tan linajudo! -Pues este DIEGO GARCÍA DE PAREDES, este ascendiente mío..., que ha tenido un
descendiente boticario, tomó a Cosenza y Manfredonia; entró por asalto en Cerinola, y peleó como bueno
en la batalla de Pavía! ¡Allí hicimos prisionero a un rey de Francia, cuya espada ha estado en Madrid cerca
de tres siglos, hasta que nos la robó hace tres meses ese hijo de un posadero que viene a vuestra cabeza, y
a quien llaman Murat!
Aquí hizo otra pausa el boticario. Algunos franceses demostraron querer contestarle; pero él,
levantándose, e imponiendo a todos silencio con su actitud, empuñó convulsivamente un vaso, y exclamó
con voz atronadora:
- ¡Brindo, señores, porque maldito sea mi abuelo, que era un animal, y porque se halle ahora mismo en los
profundos infiernos! ¡Vivan los franceses de Francisco I y de Napoleón Bonaparte!
- ¡Vivan!... -respondieron los invasores, dándose por satisfechos.
Y todos apuraron su vaso.
Oyóse en esto rumor en la calle, o, mejor dicho, a la puerta de la botica.
- ¿Habéis oído? -preguntaron los franceses.
García de Paredes se sonrió.
- ¡Vendrán a matarme! -dijo.
- ¿Quién?
- Los vecinos del Padrón.
- ¿Por qué?
- ¡Por "afrancesado"! -Hace algunas noches que rondan mi casa.... Pero ¿qué nos importa? -Continuemos
nuestra fiesta.
- Sí... ¡continuemos! exclamaron los convidados. ¡Estamos aquí para defenderos!
Y chocando ya botellas contra botellas, que no vasos contra vasos.
- ¡Viva Napoleón! ¡Muera Fernando! ¡Muera Galicia! -gritaron a una voz.
García de Paredes esperó a que se acallase el brindis, y murmuró con acento lúgubre:
- ¡Celedonio!
El mancebo de la botica asomó por una puertecilla su cabeza pálida y demudada, sin atreverse a penetrar
en aquella caverna.
- Celedonio, trae papel y tintero -dijo tranquilamente el boticario.
El mancebo volvió con recado de escribir.
- ¡Siéntate! (continuó su amo.) -Ahora, escribe las cantidades que yo te vaya diciendo. Divídelas en dos
columnas. Encima de la columna de la derecha, pon: "Deuda", y encima de la otra: "Crédito".
- Señor... (balbuceó el mancebo.) -En la puerta hay una especie de motín.... Gritan "¡muera el boticario!"...
Y ¡quieren entrar!
- ¡Cállate y déjalos! -Escribe lo que te he dicho.
Los franceses se rieron de admiración al ver al farmacéutico ocupado en ajustar cuentas cuando le
rodeaban la muerte y la ruina.
Celedonio alzó la cabeza y enristró la pluma, esperando cantidades que anotar.
- ¡Vamos a ver, señores! (dijo entonces García de Paredes, dirigiéndose a sus comensales). Se trata de
resumir nuestra fiesta en un solo brindis. Empecemos por orden de colocación.
- Vos,Capitán, decidme: ¿cuántos españoles habréis matado desde que pasasteis los Pirineos?
- ¡Bravo! ¡Magnífica idea! -exclamaron los franceses.
- Yo.... (dijo el interrogado, trepándose en la silla y retorciéndose el bigote con petulancia.) Yo... habré
matado... personalmente... con mi espada... ¡poned unos diez o doce!
- ¡Once a la derecha! -gritó el boticario, dirigiéndose al mancebo.
El mancebo repitió, después de escribir:
- "Deuda"... once.
- ¡Corriente! (prosiguió el anfitrión.) -¿Y vos?... -Con vos hablo, señor Julio....
- Yo... seis.
- ¿Y vos, mi Comandante?
- Yo... veinte.
- Yo... ocho.
- Yo catorce.
- Yo... ninguno.
- ¡Yo no sé!...; he tirado a ciegas....--respondía cada cual, según le llegaba su turno.
Y el mancebo seguía anotando cantidades a la derecha.
- ¡Veamos ahora, Capitán! (continuó García de Paredes). -Volvamos a empezar por vos. ¿Cuántos
españoles esperáis matar en el resto de la guerra, suponiendo que dure todavía... tres años?
- ¡Eh!... (respondió el Capitán.) -¿Quién calcula eso?
- Calculadlo...; os lo suplico....
- Poned otros once.
- Once a la izquierda.... -dictó García de Paredes.
Y Celedonio repitió:
- "Crédito", once.
- ¿Y vos? -interrogó el farmacéutico por el mismo orden seguido anteriormente.
- Yo... quince.
- Yo... veinte.
- Yo... ciento.
- Yo... mil -respondían los franceses.
- ¡Ponlos todos a "diez", Celedonio!... (murmuró irónicamente el boticario.) -Ahora, suma por separado las
dos columnas.
El pobre joven, que había anotado las cantidades con sudores de muerte, vióse obligado a hacer el
resumen con los dedos, como las viejas. Tal era su terror.
Al cabo de un rato de horrible silencio, exclamó, dirigiéndose a su amo:
- "Deuda"..., 285. "Crédito"..., 200.
- Es decir... (añadió _García de Paredes_), ¡doscientos ochenta y cinco muertos, y doscientos sentenciados!
¡Total, cuatrocientas ochenta y cinco víctimas!!!
Y pronunció estas palabras con voz tan honda y sepulcral, que los franceses se miraron alarmados.
En tanto, el boticario ajustaba una nueva cuenta.
- ¡Somos unos héroes! -exclamó al terminarla. Nos hemos bebido setenta botellas, o sean ciento cinco
libras y media de vino, que, repartidas entre veintiuno, pues todos hemos bebido con igual bizarría, dan
cinco libras de líquido por cabeza. ¡Repito que somos unos héroes!
Crujieron en esto las tablas de la puerta de la botica, y el mancebo balbuceó tambaleándose:
- ¡Ya entran!...
- ¿Qué hora es? -preguntó el boticario con suma tranquilidad.
- Las once. Pero ¿no oye usted que entran?
- ¡Déjalos! Ya es hora.
- ¡Hora!... ¿de qué? -murmuraron los franceses, procurando levantarse.
Pero estaban tan "ebrios", que no podían moverse de sus sillas.
- ¡Que entren! ¡Que entren!... (exclamaban, sin embargo, con voz vinosa, sacando los sables con mucha
dificultad y sin conseguir ponerse de pie.) ¡Que entren esos canallas! ¡Nosotros los recibiremos!
En esto, sonaba ya abajo, en la botica, el estrépito de los botes y redomas que los vecinos del Padrón
hacían pedazos, y oíase resonar en la escalera este grito unánime y terrible:
- ¡Muera el "afrancesado"!

III

Levantóse García de Paredes, como impulsado por un resorte, al oír semejante clamor dentro de su casa, y
apoyóse en la mesa para no caer de nuevo sobre la silla. Tendió en torno suyo una mirada de inexplicable
regocijo, dejó ver en sus labios la inmortal sonrisa del triunfador, y así, transfigurado y hermoso, con el
doble temblor de la muerte y del entusiasmo, pronunció las siguientes palabras, entrecortadas y solemnes
como las campanadas del toque de agonía:
- ¡Franceses!... Si cualquiera de vosotros, o todos juntos, hallarais ocasión propicia de vengar la muerte de
doscientos ochenta y cinco compatriotas y de salvar la vida a otros doscientos más; si sacrificando vuestra
existencia pudieseis desenojar la indignada sombra de vuestros antepasados, castigar a los verdugos de
doscientos ochenta y cinco héroes, y librar de la muerte a doscientos compañeros, a doscientos hermanos,
aumentando así las huestes del ejército patrio con doscientos campeones de la independencia nacional,
¿repararíais ni un momento en vuestra miserable vida? ¿Dudaríais ni un punto en abrazaros, como Sansón,
a la columna del templo, y morir, a precio de matar a los enemigos de Dios?
- ¿Qué dice? -se preguntaron los franceses.
- Señor..., ¡los asesinos están en la antesala! -exclamó Celedonio.
- ¡Que entren!... (gritó García de Paredes). -Ábreles la puerta de la sala.... ¿Qué vengan todos... a ver cómo
muere el descendiente de un soldado de Pavía!
Los franceses, aterrados, estúpidos, clavados en sus sillas por insoportable letargo, creyendo que la muerte
de que hablaba el español iba a entrar en aquel aposento en pos de los amotinados, hacían penosos
esfuerzos por levantar los sables, que yacían sobre la mesa; pero ni siquiera conseguían que sus flojos
dedos asiesen las empuñaduras: parecía que los hierros estaban adheridos a la tabla por insuperable
fuerza de atracción.
En esto inundaron la estancia más de cincuenta hombres y mujeres, armados con palos, puñales y pistolas,
dando tremendos alaridos y lanzando fuego por los ojos.
- ¡Mueran todos! -exclamaron algunas mujeres, lanzándose las primeras.
- ¡Deteneos! -gritó García de Paredes con tal voz, con tal actitud, con tal fisonomía, que, unido este grito a
la inmovilidad y silencio de los veinte franceses, impuso frío terror a la muchedumbre, la cual no se
esperaba aquel tranquilo y lúgubre recibimiento.
- No tenéis para qué blandir los puñales.... (continuó el boticario con voz desfallecida.) -He hecho más que
todos vosotros por la independencia de la Patria.... ¡Me he fingido "afrancesado"!... Y ¡ya veis!... los veinte
Jefes y Oficiales invasores... ¡los veinte!no los toquéis... -¡están envenenados!...
Un grito simultáneo de terror y admiración salió del pecho de los españoles. Dieron éstos un paso más
hacia los convidados, y hallaron que la mayor parte estaban ya muertos, con la cabeza caída hacia
adelante, los brazos extendidos sobre la mesa, y la mano crispada en la empuñadura de los sables. Los
demás agonizaban silenciosamente.
- ¡Viva García de Paredes! -exclamaron entonces los españoles, rodeando al héroe moribundo.
- Celedonio.... (murmuró el farmacéutico.) El "opio" se ha concluido.... Manda por opio a la Coruña....
Y cayó de rodillas.
Sólo entonces comprendieron los vecinos del Padrón que el boticario estaba también envenenado.
Vierais entonces un cuadro tan sublime como espantoso. Varias mujeres, sentadas en el suelo, sostenían
en sus faldas y en sus brazos al expirante patriota, siendo las primeras en colmarlo de caricias y
bendiciones, como antes fueron las primeras en 15 pedir su muerte. Los hombres habían cogido todas las
luces de la mesa, y alumbraban arrodillados aquel grupo de patriotismo y caridad.... Quedaban,
finalmente, en la sombra veinte muertos o moribundos, de los cuales algunos iban desplomándose contra
el suelo con pavorosa pesantez.
Y a cada suspiro de muerte que se oía, a cada francés que venía a tierra, una sonrisa gloriosa iluminaba la
faz de García de Paredes, el cual de allí a poco devolvió su espíritu al cielo, bendecido por un Ministro del
Señor y llorado de sus hermanos en la Patria.
Madrid, 1856.
Obra teatral

CAPERUCITA ROJA

El escenario representa: a la derecha la casa de Caperucita, en la que se ven una mesa y tres sillas,
dispuestas de modo que ninguna da la espalda a los espectadores, sobre la mesa, una tarta con velas en
el centro, el bosque, con árboles, pajaritos y conejitos. A la izquierda, la casa de la abuelita con una
cama.
ESCENA PRIMERA

Caperucita —que aún no lleva puesta la caperuza— y su madre están sentadas a la mesa. La niña no cesa
de relamerse mientras mira la tarta. No puede aguantar más, así que unta el dedo en ella y luego se lo lleva
a la boca. Mientras ellas hablan, la abuelita sale de su casa y cruza el bosque. Lleva un paquete en la mano.

Mamá: No me gusta que seas tan golosa. Es de muy mala educación comer con los dedos. Además,
tenemos que esperar a la abuelita.
Caperucita: Mamá, es que tarda mucho y tengo hambre. ¿Qué me regalará?

La abuelita llega a la casa de Caperucita.


Abuelita: ¡Hola! ¿Cómo estáis? ¡Qué nieta más guapa tengo! ¡Felicidades!

Caperucita y su madre se levantan para besar y abrazar a la abuela


Mamá: ¡Qué alegría verte!
Caperucita: ¿Ya nos podemos comer la tarta?
Abuelita: Abre primero tu regalo

Caperucita desenvuelve el regalo


Caperucita: ¡Ay! ¡Qué nervios! ¡Qué capa tan bonita! ¡Qué caperuza más roja!

Caperucita besa a la abuela y las tres se sientan a la mesa. Se oye la canción Cumpleaños Feliz y
Caperucita sopla como si apagara las velas. Después fingen comer.

Abuelita: Me voy a marchar porque no quiero que se me haga de noche por el camino.

Las tres se levantan


Mamá: Ten mucho cuidado con el lobo.
Abuelita: No te preocupes. El lobo se ha marchado a la ciudad porque, como allí vive más gente, cree que
va a encontrar más comida
Caperucita: Adiós, abuelita.

La abuelita se marcha por el bosque. Baja la intensidad de la luz para indicar que anochece
ESCENA SEGUNDA

Aumenta la luz para señalar el amanecer. Caperucita —ya lleva puesta la capa— y su mamá están en su
casa. La abuelita en la suya, metida en la cama. En el bosque, el lobo.

Lobo: ¡Vaya idea mala tuve con irme a la ciudad! ¡Todo está lleno de coches! ¡De milagro no me mató un
autobús! La ciudad no es para mí. Menos mal que ya estoy otra vez en el bosque. Voy a descansar un
rato y luego buscará a alguien para desayunar.

Se esconde entre los árboles

Mamá: ¡Caperucita! Acaba de llamar la abuelita. Está un poco enferma y se ha quedado en la cama, así
que acércate a su casa y llévale esta cestita con un pastel y un tarrito de miel.
Caperucita: Pero mamá,. Si lo que tendrá será una indigestión por la tarta. ¿No será mejor que le
prepares una manzanilla?
Mamá: No me gusta que seas tan sabihonda y tan repipi. Harás lo que te digo.
Caperucita: Bueno. Tampoco es para que me regañes.
Mamá: ¡Ah! Aunque se ha ido el lobo, ten mucho cuidado y no te entretengas. Yo, mientras, voy un rato
a charlar con las vecinas.

La mamá se marcha por la derecha. Caperucita sale al bosque. Da vueltas por el escenario. Se agacha
como si cogiera flores. Se sienta a escuchar el canto de los pájaros. Se tumba en el suelo. Se levanta.
Salta. Todo al ritmo de la música

Conejitos: ¿Dónde vas Caperucita, tan de mañana con una capita de lana?
Caperucita: A casa de mi abuelita, a llevarle este pastel y este tarrito de miel.

El lobo, sin que le vean, se asoma entre los árboles

Lobo: ¡Qué suerte! Una niña ¡Qué tierna debe de estar!

Se oculta de nuevo

Árboles: ¡Caperucita! ¡Caperucita! ¿Estás perdida? ¿Qué buscas?


Caperucita: Voy a casa de mi abuelita. Le llevo un pastel y un tarrito de miel.
Árboles: Sigue ese camino y ten mucho cuidado

Vuelve a asomarse el lobo

Lobo: Se me hace la boca agua. Pero si me la como aquí, seguro que algún chivato le lleva el cuento a su
madre y me busca un lío.

Se esconde

Pajaritos: ¡Oh, linda niña! Hace una hermosa mañana


Caperucita: Sí. Brilla el sol entre nubes de algodón.

Se asoma el lobo
Lobo: Pues sí que es cursi la pobre. En fin, la voy a engañar par comérmela tranquilamente en casa de
su abuela. Allí nadie me molestará.

El lobo sale al encuentro de Caperucita

Caperucita: ¡Buenos días, señor! ¿Sabe usted por dónde podría ir a casa de mi abuelita? La pobre tiene
un empacho de tarta y mi mamá se ha empeñado en que le lleve un pastel y un tarrito de miel.
Lobo: Pues le iría mejor un poco de bicarbonato. En fin, vete por ese camino. Ya verás que pronto
llegas.
Caperucita: ¡Muchas gracias, señor! Es usted muy amable y muy simpático. Hasta luego.

Se marcha dando vueltas por el bosque.

Lobo: Sí que ha sido fácil engañarla.

Se oye una música amenazadora

ESCENA TERCERA

El lobo se ha aproximado a la casa de la abuelita, quien está tumbada en la cama. Caperucita sigue
dando vueltas por el bosque. Entre los árboles se ve a los cazadores.

Abuelita: ¿Quién viene?


Lobo (disimulando la voz): Soy yo. Tu nieta Caperucita. Te traigo un pastel y un tarrito de miel.
Abuelita: ¡Vaya! Más dulces. Si me los como reviento. Pero, bueno, cariño, pasa.

Entra el lobo. La abuela se desmaya al verle

Lobo: La vieja se ha desmayado. Mejor. La esconderé y si después de comerme a Caperucita todavía


tengo hambre me servirá de postre, aunque debe de estar un poco dura.

El lobo saca a la abuelita de la cama y ocupa su lugar. Llega Caperucita


Caperucita: ¡Abuelita! ¡Ya estoy aquí! Traigo un pastel y un tarrito de miel.
Lobo (disimulando la voz): Entra, hijita, entra. Siéntate a mi lado.
Conejitos: ¡Cazadores! ¡Cazadores! Rápido, a casa de la abuelita.
Caperucita: ¡Qué orejas más grandes tienes!
Lobo: Para oírte mejor
Árboles: ¡Cazadores! ¡Cazadores! Corred, deprisa
Caperucita: ¡Qué ojos más grandes tienes!
Lobo: Para verte mejor
Pajaritos: ¡Cazadores! ¡Cazadores! Salvad a Caperucita
Caperucita: ¡Qué boca más grande tienes!
Lobo: Para comerte mejor

El lobo se levanta y va hacia Caperucita, pero en ese momento entran los cazadores
Cazadores: ¡Quieto si no quieres que te disparemos!
Lobo: Pero si sólo estamos jugando. ¿Verdad, Caperucita?
Caperucita: ¡Mentira! Me querías comer.
Lobo: Pero si estoy a dieta. Además me he hecho vegetariano.
Cazadores: Eso ya se lo explicarás al juez. Estás detenido.
Poema
MARGARITA MICHELANA (1917-1998)
Cuando Yo Digo Amor

Cuando yo digo amor


identifico
sólo una pobre imagen sostenida
por gestos falsos,
porque el amor me fue desconocido.
Cuando yo digo amor
sólo te invento
a ti, que nunca has sido.
Y cuando digo amor
abro los ojos
y sé que estoy en medio
de mis brazos vacíos.
Cuando yo digo amor
sólo me afirmo
una presencia impar
como mi almohada.
Cuando yo digo amor
olvido nombres
y redoblo vacíos y distancias.
Cuando yo digo amor
en una sala
llena de rostros fútiles
y pisadas oscuras en la alfombra.
Cuando yo digo amor
crece la noche
y mis manos encuentran
para su hambre doble y prolongada
mi pobre rostro solo
repetido por todos los rincones.
Cuando yo digo amor
todo se aleja
y me asaltan mi nombre y mis cabellos
y las hondas caricias no nacidas.
Cuando yo digo amor
soy como víctima.
La inválida en salud.
El granizo y la rosa paralelos.
La dualidad del árbol y el paseante.
La sed y el parco refrigerio.
Yo soy mi propio amor
y soy mi olvido.
Cuando yo digo amor
se me desploma
la ascensión de las venas.
Sobreviene, un otoño
de fugas y caídas
en que yo soy el centro
de un espacio vacío.
Cuando yo digo amor
estoy sin huellas.
De porvenir desnuda
e indigente de ecos y memoria.
Cuando yo digo amor
advierto inútil
la palma de mi mano ‒que es convexa‒
e increíble
ese girar soltero
del pez en su pecera.
Mito

Mito de Medusa

https://leyendadeterror.com/mitos-cortos/

Fabula

El gallo y la perla / La Fontaine

https://fabulas.me/con-moraleja/

Leyenda

La isla de las muñecas

https://www.lifeder.com › Cultura genera

=obras+de+teatro

Cuento

El ganso de oro

https://www.chiquipedia.com/cuentos-infantiles-cortos/cuentos-clasicos/el-ganso-de-oro/

Novela

El afrancesado

https://es.wikisource.org/wiki/Novelas_cortas

Obra teatral

Caperucita Roja

Poema

Cuando Yo Digo Amor

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