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CASTRO, EMILIA – QUIROGA, HORACIO

Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño - UNSJ


Departamento de Arquitectura
Av. Ignacio de la Roza 590 (O). Complejo Universitario “Islas Malvinas”. Rivadavia
Tel: 0264-4232395 CP: 5400
San Juan – Argentina

“DELIMITACIÓN DEL ABORDAJE TEÓRICO PARA EL ESTUDIO DE LAS


RELACIONES ENTRE EL HABITAR Y EL HÁBITAT DOMÉSTICO EN UN CASO DE
VIVIENDAS DE PROTOTIPO”
Dimensiones: 1
Tipo de producción: 1

RESUMEN
El presente trabajo corresponde a un proyecto de Beca Interna de Investigación y
Creación, categoría Estudiante Avanzado, convocatoria 2014 y el mismo se desarrolla en el
compromiso de realizar un aporte en la formación del campo de conocimiento relativo al hábitat
doméstico urbano, a partir de una lectura de la realidad que indague sus lógicas relacionales
desde la perspectiva del habitar. Es por ello que interesa lograr construir un concepto de
frontera para el campo de estudio del hábitat, que incorpore otros aspectos, más allá de lo
espacial/geométrico, que sean expresión de las prácticas y conceptos de los habitantes como
dimensiones que explican las relaciones cotidianas que se construyen al habitar.
La perspectiva de lectura que se desea formular es en sí misma un tejido de acciones
que inician en lo conceptual, debiendo pasar por diversas miradas y múltiples registros
asociados a la observación participada, en un compromiso de interpretación que indague por la
posibilidad de pleno ejercicio de las prácticas sociales que componen el habitar cotidiano.
El objetivo del trabajo se centra principalmente en caracterizar e interpretar aspectos
del habitar humano que se construyen desde los imaginarios institucionales y desde los propios
habitantes, en un conjunto de viviendas de prototipo caso Barrio Mutual Banco San Juan
situado en el Departamento Capital, de modo tal de poder explorar y describir los sistemas de
relaciones desde los que se construyen y explican los sentidos propios del hábitat doméstico.
Lo que se pretende es problematizar las visiones estáticas y físicas geométricas que
han servido para interpretar el hábitat urbano y específicamente la vivienda urbana de conjunto
habitacional. Superar estas visiones implica considerar las dinámicas de sus habitantes, la
relación de su gestación, continuidad y sostenibilidad asociada a la práctica del morar. Esta
práctica esencial es tomada como la propia construcción de las formas particulares de vida.

1.- INTRODUCCIÓN

Pensando en las dimensiones que constituyen el espacio social [1], distinguimos entre
el ‘espacio percibido’, constituido por las prácticas sociales, este es el espacio de experiencia
material donde se desarrolla la realidad cotidiana, el espacio de producción y reproducción
social; el ‘espacio concebido’, que involucra las representaciones del espacio, caracterizado por
los signos y códigos de ordenación que hacen reconocible dicha representación y que en la
modernidad han devenido en un espacio absoluto y fragmentado que lleva al usuario a hacer
abstracción de sí mismo y su consecuente sumisión; y el ‘espacio vivido’, el espacio de
representación dado por la imaginación de lo simbólico dentro de la existencia material. Éste,
anida en los usuarios y habitantes que le dan sentido y son los únicos capaces de su
transformación en una orientación poiética. [2]
Importa precisar que la casa es el lugar humano por excelencia. Espacio de desarrollo
del habitar en su manifestación más cotidiana y sensible. Se establecen con ella vínculos de
intimidad innegables, volviéndola una expresión de nosotros mismos. En este sentido
proponemos desarrollar un modo de lectura del ámbito doméstico, las dimensiones que lo
constituyen y cómo estas son consolidadas y tenidas en cuenta (tanto consciente como
inconscientemente) en el habitar cotidiano de quienes en él se desenvuelven y de quienes lo
producen.

2.- DESARROLLO

El habitar y el hábitat doméstico


El hombre instaura el mundo, construye un complejo entramado tanto espacial como
social que le garantiza el habitar. Sale así de su estado ‘de yecto’, deja de ser ‘cosa en entre
las cosas’ y desarrolla cierta seguridad existencial que lo sostiene en su devenir.
El hombre entonces habita porque existe y existe porque es capaz de habitar, y
también de hablar. El lenguaje, representa una parte clave en la cosmovisión de cada ser
humano porque expresa todo un sistema de pensamiento, lo cual es otra de las cualidades
exclusivas de los hombres y mujeres que en su accionar fundan mundo, o mundos. En el
desarrollo cotidiano del habitar establecemos convenciones que nos permiten articular estos
mundos, procurándonos el habitar colectivo, el poder ‘habitar juntos’.
Ahora, el habitar está tan íntimamente ligado a la existencia humana, y atado a estas
convenciones, que se nos vuelve inasible. Su condición de cercanía lo convierte en algo difícil
de aprehender, de reconocer en su legalidad íntima, en su estructuración específica. [3] No
podemos evadirnos del habitar y por ende no puede abordarse desde la mera relación sujeto-
objeto. Deberíamos emprender su estudio desde una mirada intrínseca, reconociéndonos
primero como sujetos habitantes y luego tratando de develar las lógicas que implican nuestro
modo de habitar y el modo en el que las otras personas lo hacen.
Para poder pensar desde los sujetos significantes es necesario en primera instancia
desfamiliarizarnos con el mundo que nos rodea. No se trata de escindirnos del acontecimiento
en sí sino de distinguir las estructuras que lo vuelven reconocible, aquellos aspectos que lo
definen y permiten el desarrollo de las diferentes prácticas. Esto implica una tarea ardua porque
requiere indagar en esa concatenación de hechos que parecen azarosos en principio pero
siguen en realidad toda una serie de normas y justificaciones que determinan la práctica, que,
además, se ajustan a conformaciones precisas y no se dan en un ámbito cualquiera. Estas
regulaciones, de carácter ético y estético, involucran órdenes implícitos que los seres humanos
no solemos relacionar en el plano consciente.
En este sentido proponemos estudiar el hábitat doméstico como aquel de desarrollo
humano más próximo y primigenio del habitar. Es menester establecer una nueva mirada sobre
la vivienda, que resulte más compleja que el solo entenderla como refugio primitivo.
Proponemos un estudio que busque trascender la descripción de las costumbres haciendo
hincapié en las conformaciones que configuran el hábitat y los comportamientos que se
desarrollan a partir de ellas. Creemos que se puede indagar en la dimensión fundante de su
existencia, la que se aloja en las representaciones que los habitantes han construido para sí y
que los vuelve sujetos activos de su espacialidad. El habitar, por ser principio fundamental de la
realidad humana, debería garantizarse, volverse la máxima aspiración de toda sociedad, y,
especialmente, de las disciplinas proyectuales, avocadas a la prefiguración de los ámbitos que
lo posibilitan.
En nuestra sociedad actual el construir se ha escindido del habitar, priorizando la
actividad productiva sobre la calidad espacial. Esto ha devenido en viviendas estereotipadas (y
naturalizadas como tal) que no garantizan calidad de vida ni calidad ambiental, cercenando en
el habitante el espontáneo desarrollo de sus prácticas y condenándolo a resignar sus modos de
habitar en virtud de un resguardo propio. Martin Heidegger [4] determina que el verdadero
sentido del construir es el habitar, pero éste cae en el olvido porque no se piensa enteramente
como rasgo fundamental del hombre. se tiende a subordinar su lógica en pos de la mera acción
productiva. Al comienzo de “Construir, habitar, pensar”, Heidegger se pregunta: “¿Garantizan
las viviendas ya en sí mismas que tenga lugar el habitar?”. [5] Esta enunciación lleva a
cuestionarse sobre las significaciones que están instaladas en torno al tema de la vivienda y las
motivaciones que orientan su desarrollo. Se involucran entonces nociones que no están
solamente vinculadas al sistema constructivo que permite su existencia espacial sino a la
realización de deseos y modos de habitar que este inhibe o posibilita.
Lo que interesa es indagar sobre el sentido que orienta el habitar en la casa, desde el
poseer una vivienda particular hasta comprender las motivaciones que sustentan el desarrollo
de las prácticas en ella y la vinculación sentimental que al respecto se establece. Para tal
indagación, la fenomenología podría constituirse un posible abordaje, un estudio de este tipo
nos abre las puertas a reencontrarnos en el mundo y redescubrirlo en nosotros, situándonos en
él de manera consciente y construyendo desde ahí la vinculación intersubjetiva que nos
permite interactuar con el otro. [6]
Desde esta perspectiva no podemos pensar en los demás sin pensarnos a nosotros
mismos, o en todo caso, sin entender qué de nuestras representaciones está en juego en la
interpretación que hacemos del discurso del otro. Nos referimos con esto a la importancia
fundamental del desarrollo de un criterio subjetivo consciente para observar la realidad, que
considere al otro en su subjetividad y con la empatía necesaria para abordar el estudio de sus
representaciones mentales en torno al espacio en general y al de la vivienda en particular. Por
eso, más vale analizar lo construido en forma crítica, evadiendo una percepción fragmentaria y
reduccionista, poniendo al ser humano como centro vital para el desarrollo del habitar.

La construcción del espacio social entre lo público y lo privado


Estudiar el espacio desde las prácticas que en él se desarrollan implica indagar en él
desde la concepción de ‘espacio social’ propuesta por Henri Lefebvre [7]. En este contexto, el
espacio no es solamente un marco para el desarrollo de las prácticas sociales sino que
responde a una auténtica morfología social, cobra forma y existe por y para las relaciones
sociales que en él se desarrollan.
Cada sociedad produce su espacio en función de los requerimientos espaciales que las
prácticas contienen. El estudio del espacio permite enunciar que las relaciones sociales poseen
una existencia social en tanto que tienen una existencia espacial; se proyectan sobre el
espacio, se inscriben en él, y en ese curso lo producen. De no ser así, las relaciones sociales
permanecerían en la pura abstracción, es decir, en las representaciones y, en consecuencia,
en la ideología. [8]
Asociamos el reconocimiento de estos espacios desde la visibilidad que, como aclara
Lefebvre, solemos confundir con legibilidad. La distinción de estos espacios conlleva un trabajo
interpretativo profundo ya que los mismos no se dan en forma única y escindida sino que
existen múltiples espacios sociales que se presentan como una superposición de capas
interrelacionadas en un orden complejo.
Todas las fronteras visibles que se desarrollan al interior de la ciudad y que dan cuenta
de la propiedad privada aislando ciertos espacios y muchas veces constituyendo una de las
cualidades primordiales de la vivienda, no determinan que estos dejen de ser espacios
sociales. Deberíamos apelar a un pensamiento holístico, comprender que la vivienda forma un
todo con su entorno y a la vez instaura un microcosmos. Existe una dinámica interna a la que la
vivienda está sometida y que instaura el orden explícito de sus configuraciones, y por otro lado,
toda una serie de relaciones que surgen de su vinculación con el mundo exterior en el marco
de esa compleja trama de redes y ramificaciones, flujos y espacios de confluencia, donde está
inserta.
Es cierto que para que exista un espacio social es necesario demarcarlo material y
significativamente para separarlo del ‘espacio natural’. De esta manera se construye la
territorialización que le otorga un valor simbólico. Este proceso se da en todas las escalas
ambientales. Desde ahí podemos abordar tanto lo global (aludiendo al espacio público) como lo
privado y los itinerarios que se dan entre estos. A su vez, al interior de cada uno existen
gradientes de privacidad que determinan su estrecha vinculación. Cuando nos avocamos al
estudio de la vivienda, nos referimos en primera instancia al ámbito más privado asociado a la
intimidad, que se desarrolla en un ámbito urbano específico conveniente de analizar.
Actualmente, se ha especializado la disposición de los ambientes en la casa en
relación a la idea de privacidad, las diferentes habitaciones adquieren funciones diferenciadas
dando origen a salas más pequeñas, menos grandiosas y más íntimas que en el pasado. Pero
la vivienda no es lo ordenado, en un mundo caracterizado por el cambio y la renovación
constantes, la vida cotidiana es inminentemente desordenada y ecléctica. [9] En las revistas de
arquitectura se suprime voluntariamente de las imágenes todo atisbo de vida que pudiera
perturbarlas. Esta fetichización del espacio anida en la ausencia del orden más próximo al ser
humano que es el de la prosaica de la vida cotidiana. Probablemente sea más prudente pensar
en espacios plurifuncionales flexibles y cuya posibilidad de transformación radique no solo en
los materiales de su envolvente sino también en el mobiliario que lo compone y le otorga
carácter.
El amoblamiento, por ejemplo, forma parte de la escala objetual que frecuentemente
perdemos de vista en la proyección del espacio. “Poner cualquier cosa, de cualquier modo, en
cualquier mueble, indica una debilidad insigne de la función de habitar. En el armario vive un
centro de orden que protege a toda la casa contra un desorden sin límites. (…) El orden se
acuerda allí de la historia de la familia.” [10] los muebles y espacios de guardado instauran ‘un
orden otro’ que nos permite la apropiación del espacio. Los utensilios no han venido a llenar el
espacio vacío, conforman el universo más próximo del medio habitable, representan al hombre
y le dan sentido a su existencia.
Sería de gran interés poder verificar qué de ese orden es heredado y cuáles son las
innovaciones introducidas por cada familia dentro del hogar. El registro de las permanencias
alude a formas del imaginario colectivo que han sido adoptadas por los habitantes y que son
parte, por ende, de un patrimonio cultural. A su vez, los nuevos órdenes que pudieran
reconocerse, simbolizan el espíritu de la época o la libertad individual con la que cada unidad
familiar se permite romper con lo preestablecido y constituir un nuevo modo de habitar que
puede o no coincidir con otros casos de vivienda del mismo corte epocal. Otra posibilidad
constituye el hecho de que sean las mismas conformaciones espaciales las que no permitan el
pleno desarrollo del orden heredado, obligando al habitante a transformar su estilo de vida o
construir desde el ingenio (y la necesidad) otra forma de apropiación del espacio incidiendo
directamente en las prácticas sociales y los espacios de representación.

Entender la casa desde sus significaciones


Para empezar a indagar en la idea de la casa debemos aclarar que no toda persona
que reside en una vivienda puede considerarse habitante de la misma. La interacción con la
casa propia desde la concepción más íntima sólo se da cuando las personas se habilitan a ser
preservados por ella, cuando la vuelven depositaria de su intimidad e interactúan desde esta
complicidad que sólo pude lograrse por medio de las conformaciones en relación a las
prácticas que se desarrollan de acuerdo a las deseabilidades instauradas tanto desde la
individualidad como en la socialidad.
Hay mucho más vinculado a la vivienda de lo que realmente percibimos al estudiar su
materialidad y conformación externa. Los poetas lo han expresado más claramente que los
mismos estudiosos del hábitat.
La realidad material de la vivienda se expresa a través de una geometría pregnante y
nos induce a un estudio iniciático desde la racionalidad asociada a lo tangible. Sin embargo,
anidan en la vivienda una serie de significaciones que frecuentemente se depositan en
metáforas y que aluden a ella como un espacio de consuelo e intimidad que debe condensar y
defender a sus habitantes frente al mundo. Un ejercicio interpretativo interesante podría darse
al buscar detectar en el discurso de los habitantes estas pretenciones de metaforización que
elevan la vivienda al plano poético, enriqueciendo su realidad concreta, y establecer alguna
vinculación entre la espacialidad a la que se refiere y las significaciones que se manifiestan.
Lo que se propone es volver a mirar la casa y en el mismo acto volver a mirarnos. El
hecho de ponernos a recordar implica revivir. Ahora bien, cuando indagamos inmersos en un
hábitat doméstico que no nos es propio nos vemos en la necesidad de imaginar las vivencias
que son enunciadas por el otro, imaginar en el espacio los acontecimientos descriptos por él y,
al mismo tiempo, ser partes del acontecimiento del tiempo presente en la encrucijada de
nuestras representaciones que median su discurso. Para esto es necesario desarrollar la
capacidad interpretativa necesaria para comprender ese ámbito en relación a sus habitantes,
es decir, desde cómo el otro lo entiende y lo vivencia en su habitar cotidiano.
La relación entre el habitante y la casa se da en términos de apropiación ejercida en la
estrecha vinculación entre él y los espacios que posibilitan las prácticas. ¿Será la vinculación
afectiva con la vivienda condición excluyente para poder concebirla en términos poéticos?
Probablemente sí. La casa constituye el ámbito originario de todo ser humano, y con esto nos
referimos al origen de cada uno en particular y no genéricamente de toda la humanidad. Una
vez más acudimos a Bachelard que expresa magistralmente esta idea cuando dice: “Pensar
que se pueda venir al mundo en un lugar que en un principio no sabríamos nombrar siquiera,
que se ve por primera vez y que, en este lugar anónimo, desconocido, se pueda crecer, circular
hasta que se conozca su nombre, se pronuncie con amor, se le llame hogar, se hundan en él
las raíces, se alberguen nuestros amores, hasta el punto que, cada vez que hablamos de él, lo
hagamos como los amantes encantos nostálgicos y poemas desbordantes de deseo. El terreno
donde el azar sembró la planta humana no era nada. Y sobre ese fondo de la nada crecen los
valores humanos.” [11]
La casa se vuelve fondo que alberga el teatro de lo cotidiano [12], lo que no quita el
gran potencial estético que la vivienda particular posee. Al respecto podemos decir que los
procesos productivos que han pretendido homogeneizar la configuración de las viviendas
provocan que los usuarios frecuentemente no se reconozcan en ellos. Podemos decir que los
habitantes asumen este tipo de hábitat porque ha sido convalidado por el paradigma
hegemónico, pero existe un efecto nocivo que se traduce en contradicciones internas
profundas cuando el ideal de vivienda desarrollado por sus habitantes se distancia de aquel
instituido socialmente. Por ende es necesario detectar cuál es el ideal de vivienda que está
instaurado en la sociedad, el que se ocupan de reproducir los organismos encargados de la
producción del hábitat urbano. De la misma forma, necesitamos analizar aquellos factores que
son determinantes para el usuario a la hora de desenvolverse en relación a su vivienda y que le
resultan inaccesibles en el marco de lo instituido.
La lógica de la significación está presente en el habitar cotidiano, de hecho es la que le
otorga sentido, por eso es tan importante discernir quiénes son los que han construido estas
significaciones y cómo convalidan el desarrollo de las prácticas sociales que se dan al interior
del hábitat doméstico. Desde el sentido más profundo de su interioridad hasta la aprobación
social, el individuo tiene derecho a decidir la génesis y destino de su vivienda validada a su vez
por el quehacer colectivo. Es importante entonces habilitarnos a pensar modelos habitacionales
acordes con esta perspectiva partir de ponderar aquellas prácticas sociales que son valoradas
por los habitantes como fundantes del habitar doméstico.

Los modos de habitar la casa


La casa no debe ser concebida como espacio absoluto sino que es menester pensar en
ella como contenedora de las relaciones sociales que le dan sentido. Estas relaciones son
visibles en el espacio, se traducen en configuraciones concretas, pero no siempre son legibles,
son trazas que van quedando y que hay que develar. Podemos pensar que existen ciertos
patrones de comportamientos que son comunes dentro de una misma cultura y son esos los
que interesa reconocer ya que sientan las bases proyectuales que nos posibilitan intervenir de
forma inclusiva.
Lefebvre se pregunta: “¿Son esos espacios intercambiables en la medida en que son
homólogos? ¿O son homólogos para ser intercambiados, comprados y vendidos, no existiendo
entre ellos más diferencias que las meramente estimables en dinero o en términos
cuantificables?” [13]. La casa se universaliza para insertarse en el mercado masivo, pero una
vez habitada, se va modificando en relación a sus habitantes con mejor o peor criterio de
diseño, pero siempre ajustándose a las necesidades de los mismos. De esta manera sus
capacidades de intercambio se reducen notablemente, en especial cuando se comienzan a
traslucir caprichos estéticos o complejidades funcionales.
En el caso particular de estas reflexiones, nos enfrentamos al problema básico que
presenta la vivienda de prototipo que el arquitecto Víctor Pelli expresa muy bien: “el habitante
convencional de plan público, que no eligió su casa, diseñada por alguien a quien no conoce y
que no lo conoce a él, no puede contar inicialmente con un medio de expresión y satisfacción,
pero con el tiempo busca el camino y las formas de sentirse a gusto y de expresar su identidad,
con los recursos de ornamentación y terminación a su alcance; incluso, a veces, modificando la
estructura misma de la casa, muchas veces ante el desdén o el malestar de los otros actores:
el arquitecto, la ‘opinión pública’, los vecinos inmediatos o el municipio”. La vivienda que en
principio se concibe como producto estereotipado se encuentra envuelta en un proceso de
transformación que expresa la identidad de sus habitantes y sus inclinaciones estéticas [14].
Si los espacios sociales son el resultado de superestructuras que exigen espacios
adaptados a sus requerimientos específicos [15], sería pertinente preguntarnos cuáles son los
espacios demandados, en particular, por las familias que habitan cada vivienda, cuáles sus
necesidades (que motivan la transformación) y cómo se configura la espacialidad que las
acoge y da cuenta de su expresión material. Ejercemos el acto proyectivo cuando habitamos
los espacios, nos permitimos imaginar y en ese ensueño es donde nos habilitamos a las
transformaciones. Nos proyectamos en el espacio imaginando las conformaciones que habiliten
las prácticas que pretendemos desarrollar [16].
El ajuste entre la casa y su habitante se aleja entonces considerablemente de las
lógicas mercantilistas. La casa debe entenderse un bien de uso donde la prioridad esencial no
es aumentar su valor a partir de las remodelaciones para una futura inserción en el mercado
sino brindar mejores condiciones de habitabilidad a quienes la vivencian.
Este tipo de razonamientos es propio de la cultura latinoamericana donde las personas
residen en una misma vivienda durante casi toda su vida, transformándola a medida que se
modifica la vida y las necesidades de sus habitantes. La vinculación entrañable que se da entre
la casa y las personas representa un verdadero sentido de topofilia.

3.-CONSIDERACIONES FINALES

Procuramos construir, de esta manera, una forma de desarrollar el estudio de la casa


en relación a sus significaciones y especialmente orientados a develar aquellas
representaciones que anidan en sus habitantes. La fenomenología nos permite un abordaje
subjetivo a partir de esas significaciones en tanto son dadas y desde un posicionamiento
sensible frente al mundo y a los ámbitos a analizar.
Conceptualmente, partimos de la noción de espacio social como ámbito de desarrollo
fundamental del ser humano en el discurrir de su habitar cargado de sentido, fundando este
mundo. El espacio de las prácticas sociales se opone a la idea de espacio absoluto y
homogéneo, establecida desde el paradigma hegemónico que ha devenido en la instauración
del modelo prototípico habitacional que se pretende estudiar. Es necesario destacar que “el
diseño por sus vinculaciones con las construcciones sociales básicas de la legalidad y de la
espacialidad, está ineludiblemente ligado con los significados y los valores que asume una
comunidad, con el pasado que recuerda y el futuro que anhela, en última instancia, con el
reconocimiento y la elaboración de su identidad.” [17] por ende, todas estas reflexiones
deberían orientarnos a repensar lo instituido procurando brindar a los habitantes un modelo
habitacional que se adapte más satisfactoriamente a sus verdaderos requerimientos y
deseabilidades.
Se espera allanar con estos atisbos conceptuales el camino de la indagación concreta
y posterior interpretación de los relatos de los habitantes en la orientación que refleje
consecuentemente sus representaciones y de esta forma construir lineamientos proyectuales
para el diseño de las viviendas de prototipo en el contexto que aquí se presenta.

4.-REFERENCIAS

[1] LEFEBVRE, H., (2013). La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing. Prólogo, pp.14.
[2] LEFEBVRE, H., (2013). La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing. Prólogo, pp.15-
16.
[3] DOBERTI, R., (2008). Espacialidades. Buenos Aires: Infinito. Cap. 2.2: Teoría del habitar,
pp.158-159.
[4] HEIDEGGER, M., (1985). Construir, habitar, pensar. Córdoba: Alción. Parte I, pp.11-21.
[5] HEIDEGGER, M., (1985). Construir, habitar, pensar. Córdoba: Alción. Parte I, p.13.
[6] MERLEAU PONTY, M., (1975). Fenomenología de la percepción. Barcelona: Península.
Prólogo, pp.7-21.
[7] LEFEBVRE, H., (2013). La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing. Cap. II: El
espacio social, pp.129.
[8] LEFEBVRE, H., (2013). La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing. Cap. II: El
espacio social, pp.140-141.
[9] RYBCZYNSKI, W., (2009). La casa. Historia de una idea. San Sebastián: NEREA. Cap. 5:
Comodidad, p.111.
[10] BACHELARD, G., (2000). La poética del espacio. Buenos Aires: Fondo de la Cultura
Económica. Cap.III: El cajón, los cofres y los armarios, p.84.
[11] BACHELARD, G., (2000). La poética del espacio. Buenos Aires: Fondo de la Cultura
Económica. Cap.II: Casa y universo, p.68.
[12] BURROUGHS, J., (2011). Construirse la casa. Palma: Centellas.
[13] LEFEBVRE, H., (2013). La producción del espacio. España: Capitán Swing. Cap. II: El
espacio social, p. 132.
[14] PELLI, V., (2006). Habitar, participar, pertenecer. Buenos Aires: Nobuko.
[15] LEFEBVRE, H., (2013). La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing.
[16] MERLEAU PONTY, M., (1975). Fenomenología de la percepción. Barcelona: Península.
Primera parte: El cuerpo, Cap. III: La espacialidad del propio cuerpo y la motricidad, pp.128-
131.
[17] DOBERTI, R., (2008). Espacialidades. Buenos Aires: Infinito. Cap. 2.2: Teoría del habitar,
p.161.

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