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Como debe ser el Carácter de un joven en la Sabiduria de Dios?

Carácter:

Estudio bíblico de Miqueas 6:8-15

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Programación diaria

Miqueas 6:8 - 15

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro viaje por el libro del profeta Miqueas, y volvemos al
capítulo 6 de este breve y profundo libro. En nuestro programa anterior dejamos nuestro estudio
en el versículo 8 de este capítulo.

Muchas personas piensan que agradar a Dios significa practicar una religión que demanda
sacrificios y la realización de muchas obras, porque piensan que las buenas obras se acreditan,
como méritos para lograr la salvación y la vida eterna.

Pero, veremos que Miqueas dio una respuesta oportuna a las preguntas de muchas personas
sinceras del pueblo de Israel que vivían en el reino del norte. Ellos se encontraban en la oscuridad
de la ignorancia, no habían sido enseñados suficientemente en la Palabra de Dios. Ellos querían
saber cómo podían presentarse ante Dios; y querían saber si tenían que ofrecer algún tipo
específico de sacrificio. También querían saber cuántos sacrificios tenían que traer a Dios, y si
tendrían que ofrecer a sus propios hijos como sacrificios humanos, una práctica bastante habitual
en medio de los pueblos paganos de esa época.

Miqueas fue muy claro al respecto. Miqueas explicó que Dios nunca había exigido esa clase de
ofrenda o sacrificio, y que una religión de rituales externos sin una experiencia interna, sin una
realidad personal, no tenía absolutamente ningún valor ante los ojos de Dios. Por lo tanto, las
prácticas externas, las ceremonias y ritos, no eran válidas, ni suficientes. Leamos de nuevo el
versículo 8 del capítulo 6 de Miqueas:
"Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y
amar misericordia, y humillarte ante tu Dios."

"Oh hombre, Él te ha declarado lo que es bueno", si usted quiere conocer lo que agrada a Dios, y
desea saber lo que Él pide del hombre, aquí lo encontramos claramente explicado. "Y qué pide el
Señor de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios". Aquí
Miqueas mencionó tres maneras de agradar a Dios.

Veamos estas tres expectativas o deseos de Dios. En primer lugar observamos que Miqueas usó la
palabra "hombre": "Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno". Esto significa que Dios no
sólo habló a las personas que vivían en Israel, en esa época, sino que se dirigió "al hombre" en
general, de manera atemporal, al ser humano, en cualquier parte del mundo. No era únicamente
para aquellas personas que vivían en el siglo VII A.C., sino también que está dirigido al hombre que
vive en el siglo XXI después de Cristo. Recordemos que cuando hablamos de "hombre" se refiere al
ser humano, a la persona, no solamente al género masculino. La primera de las tres maneras de
agradar a Dios es: "Solamente hacer justicia". Es decir, que debemos tener una conducta y un
estilo de vida que llegue a la medida de la justicia de Dios, y satisfaga el sentido de justicia que
tiene Dios. Debemos ser personas justas, siempre, incondicionalmente. La segunda es: "amar
misericordia". Quiere decir que debemos amar la misericordia de Dios, que se manifiesta en
nuestras vidas, y ejercitar la misericordia, con amor, hacia nuestros semejantes. Y la tercera
manera de agradar a Dios es "humillarte ante tu Dios". Debemos andar con humildad, sin
soberbia, sin rebelión, delante de Dios, reconociendo Su grandeza infinita, y nuestra humana
pequeñez.

Como indicamos en nuestro programa anterior, estos tres requisitos que Dios busca en Sus hijos
sólo pueden ser el resultado de la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente. La condición real
del ser humano fue descrita por el apóstol Pablo en su epístola a los Romanos, capítulo 3,
comenzando con el versículo 9, y concluyendo con el versículo 18. El apóstol presentó al hombre,
a la persona, ante el tribunal de Dios y demostró con claros argumentos que es culpable, que está
enfermo, enfermo de muerte espiritual. Más aún, el ser humano está muerto en delitos y pecados,
y por lo tanto, lejos y apartado de la santidad de Dios. En el mismo capítulo 3 de su epístola a los
Romanos, versículo 10, Pablo afirmó: "No hay justo, ni aun uno".

Ahora, quizá alguien nos dirá: "Bueno, eso se encuentra únicamente en el Nuevo Testamento".
No, estimado oyente, no solamente está en el Nuevo Testamento. Todo lo que Pablo hizo en esa
sección de su epístola a los Romanos, fue citar el Antiguo Testamento. Usted puede encontrar en
el Salmo 14 esta afirmación: "Dice el necio en su corazón: no hay Dios. Se han corrompido, hacen
obras abominables; no hay quien haga el bien". O sea, no hay ningún justo; no existe, ni ha
existido, nadie que haga lo bueno.

Dios es un Juez justo que requiere justicia. ¿Cómo vamos a presentar nuestra justicia ante Dios?

El apóstol Pablo continuó en el mismo capítulo 3, versículo 11 de su epístola a los Romanos: "No
hay quien entienda, no hay quien busque a Dios". El argumento de Pablo fue que no hay persona
que actúe correcta y justamente, ni siquiera, de acuerdo con el conocimiento que posee. Son muy
pocas las personas que viven según sus ideales, que han podido hacer realidad los ideales, o los
objetivos que querían alcanzar, y están satisfechos con su forma de vivir. Amigo oyente, ninguno
de nosotros actúa en la vida de acuerdo con el conocimiento que tenemos. No hay quien busque a
Dios.

En el libro de los Salmos, capítulo 14, versículo 2, leemos: "El Señor miró desde los cielos sobre los
hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios". Y, ¿sabe, amigo
oyente? No encontró a nadie. El versículo 3 continúa: "Todos se desviaron, a una se han
corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno".

No tenemos suficiente tiempo para entrar en los detalles de este tema, pero en el Antiguo
Testamento, encontramos declaraciones muy numerosas al respecto.

Ya sabemos lo que Dios pide y espera, pero en el Antiguo Testamento también se afirmó, de
manera muy clara, que no tenemos absolutamente nada que podamos presentar a Dios. Dios
requiere justicia, y eso significa que la deuda, que tenemos con un Dios todo Santo y Justo, tiene
que ser pagada y cancelada. Pero también se nos dice que el Señor Jesucristo fue entregado por
nuestras rebeliones, y resucitado para nuestra justificación. (Romanos 4:25). Él fue resucitado para
nuestra justificación, para que nosotros podamos obtener el perdón y enfrentarnos a la justicia de
Dios. Y desde el momento en que reconocemos a Jesucristo como nuestro único y suficiente
Salvador, es el Espíritu de Dios, el que produce la justicia en nuestras vidas.

Y en tercer lugar Dios, pidió amor con misericordia; seamos sinceros, nadie, ninguno de nosotros,
albergamos amor y misericordia incondicional en nuestro corazón humano. Por el contrario, todos
nosotros estamos muertos en delitos y pecados. El apóstol Pablo dijo de nosotros: "todos se
desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno".
(Romanos 3:12).

Este es el cuadro, bastante triste y desalentador, de la condición del ser humano. Así eran en el
pasado, y así es el hombre en el presente. El profeta Isaías en el capítulo 53 de su libro, versículo 6
afirmó: "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas
Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros". Evidentemente todos, íntimamente, albergamos
iniquidad, es decir, una maldad, que sube a la superficie cuando menos lo esperamos.

Permítanos decirle, amigo oyente, y lo hacemos muy sinceramente, con un espíritu de ayuda, que
si usted cree que por pertenecer como miembro a una iglesia, o porque tiene un buen carácter, o
que realiza buenas obras, se acerca a Dios, entonces debemos decirle que usted no ha
comprendido el camino que Dios mismo ha trazado. El Señor Jesucristo dijo: "Yo soy el camino, la
verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí". (Evangelio de Juan 14, 6).

Si usted pudiera llegar a Dios por otro camino, presentando o haciendo justicia, por medio del
amor de la misericordia, y andando humildemente ante Dios, si usted pudiera cumplir con los tres
requerimientos de Dios, por auto-superación, por sus propios esfuerzos, entonces al llegar al cielo,
a la Eternidad, usted podría decirle a Dios que ha llegado hasta allí por su propio esfuerzo, por sus
propios méritos. Esto se equivaldría a compararse con Dios, y haría inútil la obra de la redención
de Cristo en la cruz.

Amigo oyente, Dios dijo que Él no comparte Su gloria con nadie. Nuestra sugerencia, de todo
corazón, es esta, ¿por qué no se acerca usted a Dios por el camino que Dios mismo ha trazado
para salvarle? Esto es lo que Dios ha estado pidiendo a lo largo de la historia de la humanidad.
Amigo oyente, ¿ha hablado usted alguna vez honesta y sinceramente con Dios? ¿Se ha acercado
usted a Dios para decirle que reconoce que es pecador, que ha vivido al margen de Él y de Sus
mandamientos? Él ya lo sabe, pero es necesario que usted se lo diga. Hable con Dios, dígale a Él lo
que va mal en su vida. Cuéntele los problemas que le preocupan, las situaciones que le inquietan;
háblele de los pecados que hay en su vida. Y Dios, amigo oyente, no sólo le oirá, le salvará, y hará
de usted una nueva criatura, con un corazón nuevo y limpio porque la sangre de Jesucristo nos
limpia de todo pecado. Hemos dedicado bastante tiempo a este tema, amigo oyente, porque
creemos que es de suma importancia, y la Palabra de Dios así lo afirma.

El profeta Miqueas continuó hablando al pueblo para demostrarles cuán lejos estaban de Dios. Les
explicó que Dios les juzgaría porque pecaban de forma consciente y continuada.

Es interesante notar que Miqueas había dirigido su profecía mayormente a las personas que vivían
en las ciudades, en áreas urbanas; su forma de escribir nos revela que Miqueas fue un escritor
sofisticado, culto, que sabía de lo que hablaba. Él pertenecía a una clase social superior, es decir,
tenía formación y educación por encima de la media del pueblo. Se puede observar, por ejemplo,
un marcado contraste con el profeta Amós. Amós - usted recordará - había dicho de si mismo que
él no era un profeta, que era un campesino. Miqueas, fue todo lo contrario, era un hombre de
ciudad. Continuamos con el versículo 9:

"La voz del Señor clama a la ciudad; es sabio temer a tu nombre. Prestad atención al castigo, y a
quien lo establece."

Ahora, esta última parte del versículo 9 se puede traducir también así: "Prestad atención a la
vara"; y "la vara" habla de castigo, de juicio. En el Salmo 2, versículo 9, leemos: "Los quebrantarás
con vara de hierro, como vasija de alfarero los desmenuzarás". La vara, representaba el juicio, el
castigo de Dios. Miqueas les hablaba del castigo que vendría sobre esa nación.

En medio de ese pueblo rebelde y alejado de Dios había sin embargo personas que buscaban a
Dios. Y Miqueas los alertó recomendándoles ser sabios. El hombre sabio, es decir, la persona que
en aquellos días buscaba y creía la Palabra de Dios, la escucharía; esa persona reconocería la
verdad de las advertencias proféticas de Dios de que el castigo se aproximaba sobre la nación. La
persona sabia apreciaría lo que Dios iba a hacer, y reconocería Su carácter justo y paciente, y que
Él perdonaba la iniquidad. Pero Dios también es el Juez que castiga, y la vara que Miqueas
mencionó era la señal de Su autoridad como Juez para juzgar.
Ahora, quizá alguien nos dirá: "Bueno, eso se encuentra únicamente en el Nuevo Testamento".
No, estimado oyente, no solamente está en el Nuevo Testamento. Todo lo que Pablo hizo en esa
sección de su epístola a los Romanos, fue citar el Antiguo Testamento. Usted puede encontrar en
el Salmo 14 esta afirmación: "Dice el necio en su corazón: no hay Dios. Se han corrompido, hacen
obras abominables; no hay quien haga el bien". O sea, no hay ningún justo; no existe, ni ha
existido, nadie que haga lo bueno.

6
¿Qué podemos presentar al SEÑOR?
¿Debemos traerle ofrendas quemadas?
¿Debemos inclinarnos ante el Dios Altísimo
con ofrendas de becerros de solo un año?
7
¿Debemos ofrecerle miles de carneros
y diez mil ríos de aceite de oliva?
¿Debemos sacrificar a nuestros hijos mayores
para pagar por nuestros pecados?
8
¡No! Oh pueblo, el SEÑOR te ha dicho lo que es bueno,
y lo que él exige de ti:
que hagas lo que es correcto, que ames la compasión
y que camines humildemente con tu Dios.
Ntv miq. 6:6-8

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