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AA.VV.

LOS AUTORES: COLECCIÓN


GERMINAL-PROCIENCIA

Edición a cargo de: Una colección de


El Simposio Internacional Gramsci, la teoría de la hegemonía investigaciones, ensayos y
Marcello Lachi y las transformaciones políticas recientes en América Latina actas de eventos realizados
Raúl Burgos ha permitido debatir sobre la vigencia y la fuerza heurística en el marco del programa
de la teoría gramsciana aplicada a diferentes contextos PROCIENCIA de CONACYT.

teoría de la hegemonía y las transformaciones


sociopolíticos latinoamericanos, tanto a nivel nacional como
regional. El debate ha movilizado las categorías de la teoría
Han colaborado: de la hegemonía para pensar tanto cuestiones referentes
Javier Balsa a la propia teoría, como los procesos de transformaciones

recientes en América Latina


políticas desencadenados en la región en las primeras
Mabel Thwaites Rey décadas del siglo XXI.
Hernán Ouviña Este abordaje ofreció un telón de fondo extremamente Títulos publicados
en esta colección:
Miguel Angel Herrera Zgaib productivo para los debates. Al respecto, describiendo
a Antonio Gramsci y su obra, el historiador inglés Eric AA.VV.
Alma Monges, 100 AÑOS DE GOLPES
Hobsbawn ha afirmado: “su estatura como pensador Y REVOLUCIONES
Charles Quevedo marxista original – en mi opinión, el pensamiento más Actas del Simposio Internacional
Raúl Burgos original surgido en occidente desde 1917– es reconocida, se Asunción, 12-13/12/2017.
puede decir, por consenso”. En efecto, el pensamiento de
Marcos Del Roio

GRAMSCI Lapolíticas
Gramsci ha influenciado prácticamente todas las esferas de Marcello Lachi
Marcello Lachi la teoría social, produciéndose sin pausa una bibliografía Raquel Rojas Scheffer
monumental. En particular, la teoría de la hegemonía se CORRELIGIONARIOS

germinal prociencia
Lucio Oliver Actitudes y prácticas políticas
presenta en el ámbito general del pensamiento político del electorado paraguayo
José Carlos Lezcano contemporáneo como un abordaje capaz de promover la
Lea Durante elaboración de una teoría de la democracia y la transformación Marcello Lachi
Alejandra Ciriza social sensible a las características complejas de nuestras Raquel Rojas Scheffer
sociedades, lo que se hizo vibrantemente evidente durante LUCHAS DE ESTUDIANTES
Luis Tapia Mealla estas jornadas. El renacer del movimiento
estudiantil secundario y el nuevo
Jose Carlos Rodriguez
GRAMSCI liderazgo femenino (2013-2017)

AA.VV.
La teoría de la hegemonía y las transformaciones GRAMSCI
La teoría de la hegemonía
políticas recientes en América Latina y las transformaciones políticas
recientes en América Latina
Actas del Simposio Internacional Actas del Simposio Internacional
Asunción, 27 y 28 de Agosto de 2019 Asunción, 27-28/8/2019.
GRAMSCI
La teoría de la hegemonía
Y las transformaciones
políticas recientes en
américa latina
Actas del Simposio Internacional
Asunción, 27-28 de Agosto de 2019.
germinal prociencia
AA.VV.
Gramsci- La teoría de la hegemonía y las transformacio-
nes políticas recientes en América Latina - Actas del Simposio
Internacional Asunción, 27-28/8/2019 - 1a edición - Asunción:
Centro de Estudios Germinal, 2019.
400 p. ; 15x21 cm – (Colección Germinal Prociencia)
ISBN: 978-99967-972-6-2
1- Teoría de la Hegemonía - Siglo XXI. 2. Gramsci. 3. América
Latina.
CDD 322

© CEEP Germinal

Colección Germinal-Prociencia
Esta publicación realizada en el marco del Programa PROCIENCIA -
Eventos Científicos Y Tecnológicos Emergentes (Proyecto VEVE 19-7), es
cofinanciada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología - CONACYT
con recursos del FEEI

Centro de Estudios y Educación Popular Germinal


O›Leary 1143 – Asunción
http://germinal.pyglobal.com
germinal@pyglobal.com
Diseño: Cecilia Rivarola
Ilustración de tapa: Carmen López
Impreso en Arandurâ Editorial
Edición de 1000 ejemplares
Queda hecho el depósito que establece la ley
ISBN: 978-99967-972-6-2

«La presente publicación ha sido elaborada con el apoyo del CONACYT. El contenido
de la misma es responsabilidad exclusiva de los autores y en ningún caso se debe
considerar que refleja la opinión del CONACYT».
Índice

Introducción...............................................................................7
Marcello Lachi & Raúl Burgos
APERTURA
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría
de la hegemonía............................................................................. 11
Javier Balsa
TEMA 1
Hegemonía y realidad política actual de América Latina
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común
en el largo ciclo de impugnación al neoliberalismo
en América Latina.......................................................................... 39
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña
El laberinto político de la oposición subalterna.
La hegemonía en Colombia, 2016-2019......................................... 79
Miguel Angel Herrera Zgaib
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía
en la obra de Mauricio Schvartzman........................................... 109
Alma Monges
Revoluciones pasivas, cesarismo y transformismo. El ciclo
progresista latinoamericano y las categorías de Gramsci........... 128
Charles Quevedo
TEMA 2
La teoría de la Hegemonía en los espacios
conservadores latinoamericanos
La derecha y Gramsci: demonización
y disputa de la teoría de la hegemonía........................................ 145
Raúl Burgos

5
Revoluciones pasivas y hegemonía débil en América Latina...... 188
Marcos Del Roio
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?
Elementos de análisis sobre la construcción de una voluntad
colectiva nacional-popular en Paraguay...................................... 204
Marcello Lachi
TEMA 3 - La teoría de la hegemonía y las
experiencias populistas en América Latina
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las
experiencias de progresismo populista en América Latina......... 227
Lucio Oliver
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte
para pensar las potencialidades y los límites de las
experiencias populistas................................................................ 254
Javier Balsa
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico
en el contexto del imperialismo................................................... 281
José Carlos Lezcano
TEMA 4
Hegemonía y alternativas políticas
en tiempos de neoliberalismo
Hegemonía gramsciana y feminismo: un diálogo necesario....... 319
Lea Durante
Anotaciones feministas a propósito de Gramsci.
Genealogías, política y pedagogía................................................ 329
Alejandra Ciriza
Hegemonía y bloques históricos en América Latina.................... 352
Luis Tapia
En el espejo de Gramsci............................................................... 365
José Carlos Rodríguez

Los autores y las autoras ............................................................. 365

6
Introducción

Marcello Lachi y Raúl Burgos

Recopilamos en este volumen las ponencias presentadas en el


Simposio Internacional Gramsci, la teoría de la hegemonía y las
transformaciones políticas recientes en América Latina, realizado
en la ciudad de Asunción el 27 y 28 de agosto de 2019, evento
académico organizado por el Centro de Estudios y Educación
Popular Germinal con la co-financiación del Consejo Nacional
de Ciencias y Tecnología del Paraguay (CONACYT).
Durante estas jornadas cientistas sociales de diversas disciplinas
–historia, sociología, filosofía, politología, entre otras – proceden-
tes de América Latina y de Europa discutieron, de manera inter-
disciplinaria, la vigencia y fuerza heurística de la teoría gramscia-
na de la hegemonía aplicada a diferentes contextos sociopolíticos
latinoamericanos, tanto a nivel nacional como regional. El deba-
te permitió movilizar las categorías de la teoría de la hegemonía
para pensar tanto cuestiones referentes a la propia teoría –como
se evidencia en la discusión sobre las relaciones entre filología y
política–, como los procesos de transformaciones políticas des-
encadenados en la región en las primeras décadas del siglo XXI:
desde la evaluación de las experiencias de los gobiernos progre-
sistas y del llamado «populismo latinoamericano» –mostrando su
incidencia en la continuidad de los procesos de democratización
y sus límites y contradicciones–, pasando por la discusión de las
contribuciones teóricas y políticas del movimiento feminista, has-
ta los actuales giros a la derecha, de manera a pensar alternativas
políticas tendientes a impulsar nuevos procesos de radicalización
democrática en el subcontinente.
Ciertamente, el autor y la temática tomados como ejes teóricos
ofrecieron un telón de fondo extremamente productivo para los

7
Marcello Lachi & Raúl Burgos

debates. Al respecto, describiendo a Antonio Gramsci y su obra,


el historiador inglés Eric Hobsbawn (2011) ha afirmado: «su es-
tatura como pensador marxista original –en mi opinión, el pen-
samiento más original surgido en occidente desde 1917– es reco-
nocida, se puede decir, por consenso».1 En efecto, el pensamiento
de Gramsci ha influenciado prácticamente todas las esferas de
la teoría social, produciéndose sin pausa una bibliografía monu-
mental. En particular, la teoría de la hegemonía se presenta en el
ámbito general del pensamiento político contemporáneo como
un abordaje capaz de promover la elaboración de una teoría de la
democracia y la transformación social sensible a las características
complejas de nuestras sociedades, lo que se hizo vibrantemente
evidente durante estas jornadas.
Desde esta perspectiva, bajo ciertos aspectos el simposio de
Asunción fue una experiencia absolutamente inédita: la con-
vocatoria desde un país que no tiene tradición de encuentros
sobre esta forma de pensamiento, y que es visto de cierta for-
ma como un caso «exótico» y académicamente marginalizado.
Sin embargo, el encuentro se reveló como un palco más que
propicio para el desarrollo de un debate realmente enriquece-
dor centrado en este pensador oriundo de una región también
marginalizada –como lo fue Cerdeña en tiempos de Gramsci–
que ha tenido un extraordinario impacto en las ciencias socia-
les. En este sentido, el simposio fue una especie de rebelión
contra esta situación: un seminario que contó con intervencio-
nes de elevado tenor teórico y estratégico, sentando importan-
tes precedentes para el estudio y desarrollo de la teoría de la
hegemonía en Paraguay y América Latina y, por qué no, a ni-
vel global.

1 Hobsbawn Eric, Cómo cambiar el mundo, 2011, p. 287

8
APERTURA
En las discusiones contemporáneas sobre la teoría de la
hegemonía en ámbito de los estudios gramscianos, ha
surgido en los últimos años una interesante discusión
sobre las tensiones entre los estudios filológicos
dedicados a una comprensión hermenéutica profunda
de los escritos gramscianos y la necesidad de estudios
e intervenciones teóricas tematizando las realidades
políticas en acto, nacionales y de cuño regional o
internacional. La propuesta de esta conferencia de
apertura es problematizar esta relación en términos
de la propia Teoría de la Hegemonía.
Filología y política en la discusión
contemporánea de la teoría de la
hegemonía

Javier Balsa

1. La «escuela filológica gramsciana» y las críticas a su


desconexión con las disputas políticas actuales
En 1977 el ya reconocido marxista británico Perry Anderson
publicó Las antinomias de Antonio Gramsci, un texto que tenía
el sentido de criticar al eurocomunismo y, más específicamen-
te, a su estrategia de avance dentro del sistema democrático
representativo, dejando de lado la idea de «dictadura del pro-
letariado». Como Gramsci era una referencia ineludible para
esta estrategia eurocomunista, Anderson va a cargar en ese
libro contra lo que él identifica como «antinomias» o contra-
dicciones en los propios escritos de Gramsci, llegando a plan-
tear que «en el laberinto de sus cuadernos, Gramsci se perdió»
(Anderson, 1978: 115).
En realidad, Anderson va a sostener su propia teorización que
ubicaba al eje de la dominación capitalista –además de en la
amenaza del empleo de la coerción directa– en la creencia en la
legitimidad de la representación política, propia de las demo-
cracias «burguesas». Obviamente, este esquema explicativo no
estaba presente en Gramsci, para quien la dominación se basa-
ba en una más compleja combinación de coerción y consenso,
destacándose en relación al consenso su base en la construc-
ción hegemónica de subjetividades adaptadas al orden capita-
lista, en el sentido más amplio de subjetividades, y, de ningún
modo, solo en términos de la creencia en una mera representa-

11
Javier Balsa

ción parlamentaria. Incluso, veremos que no hay un postulado


específico sobre este punto en los Cuadernos.
De todos modos, más allá de sus duras críticas a Gramsci, este
texto de Anderson significó un punto de arranque de las que
luego se denominarían como «lecturas filológicas» de la obra
de este autor. Es que provocó una respuesta de los especialis-
tas italianos realizada, justamente, retomando el propio postu-
lado de Anderson de que se debía llevar adelante un «proce-
dimiento filológico»: «establecer con mayor precisión qué dijo
y qué quiso decir Gramsci», poniéndolo en relación con sus
fuentes concretas (Anderson, 1978: 18-19).
Dos años después de la publicación del crítico libro de Perry
Anderson, Giani Francioni, en un trabajo de 1979, demostró
que todos los «descubrimientos» de Anderson, en torno a «an-
tinomias», a la idea de que Gramsci se había «perdido en el
laberinto de sus cuadernos», incluso las redefiniciones del con-
cepto de «guerra de posición» que había realizado Anderson,
se basaban en una lectura muy parcial de los Cuadernos, y a
una serie de equivocaciones graves en cuanto a la secuencia de
la escritura de los fragmentos que Anderson había analizado
(Francioni, 1979).
A este trabajo pionero, Francioni le acompañó un preciso es-
fuerzo por datar la escritura de cada uno de los apartados de
cada cuaderno, que se publicó en 1984, junto con el artículo
critico al libro de Anderson, en el libro L›Officina Gramsciana
(Francioni, 1984).
Especialmente a partir de esta obra, en las siguientes décadas,
un conjunto de especialistas en la obra de Antonio Gramsci, la
gran mayoría de ellos de origen italiano, pero algunos también
de otros países (incluso varios latinoamericanos) se abocaron a
un detallado trabajo de lectura y análisis de los Cuadernos pre-
sentando especial atención a la secuencia cronológica de los
procesos de escritura y reescritura que realizó Gramsci. Por
esta perspectiva de trabajo, a este conjunto de autores se los ha
englobado como escuela «filológica» gramsciana.

12
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

En este proceso, los Cuadernos son releídos, como dice Giusep-


pe Cospito, «con la misma óptica con la que Gramsci sugería
afrontar el estudio de Marx», es decir, buscando la coherencia
«no en cada escrito individual o serie de escritos, sino en el
desarrollo total del variado trabajo intelectual en el que los ele-
mentos de la concepción se hallan implícitos» (Cospito, 2016:
42). Por eso, el propio Gramsci aconsejaba dar «lugar a una se-
rie de ‹descartes›», en especial de «doctrinas y teorías parciales
por las cuales aquel pensador puede haber tenido, en ciertos
momentos, una simpatía, hasta el punto de haberlas aceptado
provisionalmente y haberse servido de ellas para su trabajo
crítico o de creación histórica y científica» (Gramsci, 1999, Vol.
5: 248, CC16§2).
A través de estas detenidas lecturas, la mayoría de estos ana-
listas de la obra de Gramsci han encontrado un punto de rup-
tura en sus teorizaciones, datable en torno a fines de 1931 y
1932. Y, a partir de este momento, aparecería una perspectiva
más coherente de las elaboraciones gramscianas. Retornando a
las palabras de Perry Anderson, podríamos decir que, de este
modo, se disolverían las aparentes «antinomias» que su obra
contendría.
Lamentablemente, la complejidad interpretativa requerida
por esta empresa, con los imprescindibles conocimientos de
la cultura y la política de esa época, además de la precisión en
la información a la que Gramsci tenía acceso desde la cárcel,
para lograr una más exacta interpretación de qué significado
tenían sus observaciones, han requerido de la formación de un
campo de especialistas sumamente enfocados en estas tareas
de análisis textual y contextual. Por momentos, ellos mismos
se interrogan (y nos interrogan) acerca de si ese trabajo tan es-
pecializado tiene alguna utilidad más allá de los muros de una
academia cada vez más desvinculada de la lucha política, en
especial en el caso de Italia.
De hecho, un cierto inconformismo se manifestó en algunos
de los recientes encuentros organizados por la International
Gramsci Society, tanto en Europa (por ejemplo, en el coloquio

13
Javier Balsa

realizado en Roma en ocasión de los 80 años de la muerte de


Gramsci), como en Brasil (en el simposio realizado en Campi-
nas, también en 2017).
Para algunos de los participantes, los debates de tipo filológi-
co, demasiado centrados en la obra de Gramsci, estaban cons-
pirando contra el debate político o, al menos, haciendo que
se dejaran de lado las reflexiones sobre nuestras angustiantes
coyunturas políticas. No faltaron las críticas a viva voz y las
respuestas de los especialistas no lograron, desde mi punto de
vista, responder a los cuestionamientos.
Personalmente, considero que, sin negar que la academiza-
ción del marxismo es un problema que tiene que ser abordado,
hay que valorar positivamente el trabajo filológico y las nue-
vas lecturas de la obra de Gramsci. No solo porque creo que
es una perspectiva más cercana a la evolución de las ideas de
Gramsci, sino porque también considero que estas interpreta-
ciones contienen importantes aportes para pensar la lucha por
la hegemonía en el contexto actual.
En este sentido, realizar estas valoraciones del «último
Gramsci» implica un componente de decisión política que tie-
ne que ser asumido. El hecho de que Gramsci fuera modifican-
do su perspectiva a lo largo de la escritura de los Cuadernos, de
ningún modo autoriza a considerar sus últimas elaboraciones
como las más acertadas. Esta es una decisión del intérprete o
del militante. De otro modo, siempre estaríamos obligados a
elegir el «último» de cualquier autor, con lo cual quedaríamos
presos de los giros político-ideológicos que ellos hayan reali-
zado.
Pero, como dije, creo que este «último Gramsci» es el que logra
no solo ser más coherente en términos teóricos, sino que elabo-
ra aportes más interesantes para dar cuenta de la dominación
hegemónica en las sociedades contemporáneas y, por lo tanto,
es el que más contribuye a repensar la estrategia política de
izquierda en la actualidad.
En este trabajo, primero, voy a enumerar y presentar breve-
mente las principales innovaciones que han aportado las nue-

14
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

vas lecturas de los Cuadernos de la Cárcel, y, en segundo lugar,


voy a postular lo que considero pueden ser las contribuciones
que estas innovaciones pueden realizar para repensar la estra-
tegia política en la actualidad.
Una aclaración previa: son numerosísimos los trabajos de re-
lectura de los Cuadernos que se han desarrollado en las últi-
mas décadas y que, en general, podemos ubicar dentro de esta
perspectiva «filológica». Obviamente solo he podido abordar
una pequeña parte de los mismos, por lo cual esta será una
primera limitación del listado de lo que considero son las prin-
cipales innovaciones. Pero, en segundo lugar, quisiera aclarar
que, incluso de estas obras, solo he sintetizado aquí las inno-
vaciones que considero que pueden aportar más directamente
a pensar la estrategia política contemporánea.

2. Las principales innovaciones de las lecturas


«filológicas»
Es posible agrupar las innovaciones en tres campos: (1) las
cuestiones en torno a la objetividad, la regularidad y la dicoto-
mía estructura/superestructura, (2) la relación entre sociedad
civil y sociedad política, y la conceptualización de la hegemo-
nía en términos de luchas por la hegemonía, y (3) el papel de
la construcción de la subjetividad en estas disputas y la idea
de que existen distintas lógicas en la construcción de la hege-
monía.

2.1. Primer campo de innovaciones: la disolución de la


dicotomía estructura/superestructura, el concepto de
objetividad, la idea de regularidad y de crisis
Según Cospito, el problema de la relación estructura-superes-
tructura fue «sometido a un proceso de sucesivas transforma-
ciones semánticas y a una progresiva erosión hasta ser refor-
mulado desde el punto de vista del ‹Análisis de las situaciones:
relaciones de fuerza›» (Cospito, 2016: 43). Ya en 1931, Gramsci
plantea que la distinción deviene «meramente didáctica, por-

15
Javier Balsa

que las fuerzas materiales no serían concebibles históricamen-


te sin forma y las ideologías serían caprichos individuales sin
las fuerzas materiales» (Gramsci, 1999, Vol. 3: 160, CC7(b)§2).
Además, luego agrega que no puede dejarse de lado la propia
voluntad a la hora de analizar la realidad: «prescindir de todo
elemento voluntario o calcular solo la intervención de las otras
voluntades como elemento objetivo del juego general mutila
la realidad misma» (Gramsci, 1999, Vol. 5: 223, CC15§50, ma-
yo-junio de 1933).1
Por su parte, Fabio Frosini afirma que para Gramsci «la po-
lítica no es una superestructura, sino que es la ontología de
lo social». Es que para Gramsci, «el movimiento político orga-
nizado ideológicamente es la única forma de existencia de la
propia estructura, eliminando virtualmente el desnivel onto-
lógico entre estructura y superestructura» (Frosini, 2010: 85).
Esta eliminación del desnivel implica que la misma determi-
nación vigente de la estructura es, en realidad, el «efecto» de
la unidad concreta de la estructura con la superestructura. Son
las relaciones de fuerza, en tanto logre establecerse una deter-
minada hegemonía, las que fijan qué es lo objetivo, es decir,
aquello cuya significación queda fuera de discusión, pues de-
viene significado compartido por todos (Balsa, 2018).2
De este modo, como ha analizado Giuliano Guzzone (2018), la
reproducción de un determinado orden productivo, dependerá
de una relación de fuerzas posible porque los trabajadores la
han internalizado ideológicamente como «objetiva», a la vez que
es garantizada desde una determinada superestructura jurídica
(Gramsci, 1999, Vol. 3: 281, CC8§128). Por lo tanto, «es imposible
pensar en una pura economicidad que no sea ideológicamente
saturada» (Guzzone, 2018: 152). Y es este éxito ideológico, el que
permite prever cierta «automaticidad» en las conductas. Por lo

1 Incluso agrega que «solo la pasión aguza el intelecto y coopera a hacer más clara la
intuición», «siendo la realidad el resultado de una aplicación de la voluntad humana a la
sociedad de las cosas» (Gramsci, 1999, Vol. 5: 223 CC15§50).
2 Aunque Gramsci no tuvo contacto con su producción, considero clave para una teoría de
la hegemonía la perspectiva que en esos años desarrollaban Voloshinov y sus discípulos
en torno a la lucha por las significaciones (Voloshinov, 1929). Ver al respecto Balsa (2011).

16
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

tanto, la función intelectual no se despliega solo en el ámbito su-


perestructural sino también dentro de la «estructura» (Guzzo-
ne, 2018: 21). Es que, «la capacidad de la ideología de dar lugar
al automatismo es indisociable de su capacidad de convertirse
‹creencia› y ‹sentido común› molecularmente difuso, modo de
pensar y de actuar individual» (Guzzone, 2018: 153).
Para tener más clara esta perspectiva, resulta clave tener presen-
te que en la escritura de los Cuadernos «especiales», Gramsci
se abocó a poner en claro su perspectiva epistemológica, pero
también ontológica. En el Cuaderno 11 se explica porque las
ideas de objetividad, verdad, universalidad y hegemonía es-
tán fuertemente entrelazadas en la visión gramsciana. Es que,
como escribe Gramsci, «no existe una ‹realidad› válida por sí
misma, en sí y por sí, sino en relación histórica con los hombres
que la modifican» (Gramsci, 1999, Vol. 4: 332, CC11§59). Por lo
tanto, «objetivo» no tiene más valor que el que surge de la ca-
pacidad de algunos sectores de imponer su perspectiva, como
la única forma de ver/describir una cuestión.
Esto no significa que por ser construcciones arbitrarias las mis-
mas no tengan efectos operativos. Como en el ejemplo que de-
sarrolla en este mismo Cuaderno 11 en torno a los conceptos
de «Oriente» y de «Occidente», que los mismos sean el resulta-
do de la hegemonía mundial de las clases cultas europeas que
los han impuesto en todo el planeta, es decir que de este modo
lo arbitrario se haya vuelto «objetivo», no implica que no resul-
ten operativos para guiar la conducta de millones de personas,
sino todo lo contrario.
Esta cuestión Fabio Frosini la ha abordado en términos de la
centralidad de la cuestión de la inmanencia, entendida como
una «terrenalidad absoluta», planteando que, para Gramsci, la
verdad tendría un carácter práctico, mundano, profano, es de-
cir, «inmanente» (Frosini, 2009: 39 y 49-50).
Por otra parte, es esta perspectiva la que conduce a Gramsci a
relativizar la idea de leyes sociales. Es que como en el análisis
de la realidad «no es posible prescindir de la voluntad y de la
iniciativa de los hombres», «el concepto [duro] de ley resulta

17
Javier Balsa

falso» (Gramsci, 1999, Vol. 5: 186, CC15§10). Solo en la medi-


da en que una determinada naturalización resulte indiscutida,
funcionan «leyes» restringidas a esos escenarios.
En particular, en lo económico, como plantea Frosini, «aque-
llo que muestra la regularidad es el éxito de un determinado
‹modo› de organizar las relaciones sociales. La ley económica
es, por consiguiente, inseparable de la política, y la necesidad
lo es de la voluntad». «Son las relaciones de fuerza [...] las que
producen el ‹efecto› de objetividad del fenómeno económico,
el cual, entonces, y solo en este punto, se presenta como pa-
rangonable a las leyes naturales» (Frosini, 2010: 188). Como
afirma Guzzone, las leyes económicas solo funcionan en la me-
dida que la hegemonía sea tal que se concreten determinados
«automatismos», propios de un específico «mercado» (Guzzo-
ne, 2018: 164-175).
El ejemplo de 2008 de los Estados y entidades supranacionales
interviniendo para «salvar» al sistema financiero y a las gran-
des empresas, anulando el funcionamiento de las «leyes del
mercado», nos demuestra que el funcionamiento de las mis-
mas solo opera cuando no afecta a quienes tienen más poder.
Obviamente, este es un ejemplo extremo, pues cotidianamente
las decisiones políticas inciden sobre los procesos de acumula-
ción de capital, beneficiando unos contra otros.
Como plantea Guzzone, «la historicidad de la economía coin-
cide con la historicidad de los automatismos que ella estudia:
esos automatismos se producen dentro de unos marcos provi-
soriamente fijados de las relaciones sociales y se reproducen a
través de la adopción de elecciones e iniciativas que interpre-
tan y traducen –de manera específica, dentro de ciertos límites,
original y creativa- un cierto tipo de conformismo» (Guzzo-
ne, 2018: 239). Esta apreciación no niega la posibilidad de una
«ciencia económica», sino que, por el contrario, el propio capi-
talismo es el que la posibilita con la difusión de «un compor-
tamiento económico homogéneo conceptualizable en términos
de ‹automatismo›», lo que genera en la “vida económica” el
«carácter de regularidad y de sistematicidad que ha permitido

18
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

el estudio científico y la traducción teórica» (Guzzone, 2018:


239). Sin embargo, no se deben hipostasiar estas conductas
«automáticas» y la «ciencia» que de ellas puede derivarse,
sino, por el contrario, nos impone la necesidad de realizar una
«crítica de la economía política». Además, no deben pensarse
estos «automatismos» capitalistas como sólo vinculados a una
pura lógica del mercado. Todo lo contrario, Guzzone subraya
que para Gramsci, «mercado determinado» implica una com-
binación de «anarquía» y plan, pues siempre hay intervención
estatal en la determinación del mercado.
Por último, la unidad entre estructura y superestructura impli-
ca una sustancial modificación en el concepto de «crisis orgá-
nica». Como plantea Frosini, no es una crisis económica lo que
hace posible la unificación de las clases subalternas, sino por
el contrario, es esta unificación (cuando tiene lugar) la que da
lugar a una crisis. «…la crisis depende de la presencia de una
propuesta hegemónica alternativa global, y ese carácter global
existe solo si el proyecto en cuestión consigue articular, de
manera coherente, todos los niveles de las relaciones de fuer-
zas, desde el económico-social hasta el militar, pasando por el
estrictamente político», aunque «muchas veces la alternativa
se perfila de manera borrosa, no del todo consciente e incluso
solo potencial» (Frosini, 2017: 60). Por lo tanto, son el trabajo
ideológico-político y la construcción de un imaginario común
a los subalternos los que abren el camino para una crisis or-
gánica. Y, como dice Guzzone, es esta crisis la que pone en
jaque a los «automatismos» propios de un determinado orden,
o «mercado» (Guzzone, 2018: 148).

2.2. Segundo grupo de innovaciones: la conceptualización de


la hegemonía en términos de luchas por la hegemonía,
la precisión de la imbricación entre sociedad civil y
sociedad política, y el papel de la democracia en la
hegemonía
El abandono de la dicotomía «estructura/superestructura»,
tiene como contrapartida una valorización del análisis en

19
Javier Balsa

términos de «relaciones de fuerza». Como lo plantea Frosini


(2010: 151): «todo se resuelve en la tensión entre relaciones de
fuerza que reenvían al ejercicio del poder y a la construcción
de la hegemonía en contrastes». Y, por lo tanto, estas nuevas
lecturas gramscianas promueven la conceptualización de la
hegemonía en términos de luchas por la hegemonía, y la re-
lativización de la importancia del concepto de «bloque histó-
rico».
Personalmente, considero que la idea de hegemonía en con-
trastes debiera conducirnos a otra forma de pensar la hegemo-
nía que como mera presencia o ausencia. Por el contrario, sería
posible entender las situaciones como una permanente lucha
por la hegemonía, analizables en términos de esquemas de re-
laciones de fuerza. Como sintetiza Vacca (2017: 208), «cuando
habla de hegemonía Gramsci entiende siempre lucha de hege-
monía». Pues, no hay un actor inmutable que se imponga mo-
nológicamente.3 Y «la hegemonía es siempre el resultado de
una lucha, presupone una pluralidad de sujetos que compiten
entre sí por la dirección política del país, [por lo cual] es com-
petitiva y reversible por principio» (Vacca, 2017: 217).
En sintonía con el giro crítico hacia la metáfora estructura/su-
perestructura, Gramsci va a abandonar el concepto de «bloque
histórico». Como sostiene Cospito, este concepto es el punto
de partida de las reflexiones de Gramsci, pero no el de llegada.
Así, desde mediados de 1932 el concepto de «bloque histórico»
no vuelve a aparecer nunca en las notas de nueva escritura de
los Cuadernos (Cospito, 2016: 212-214).
Personalmente creo el concepto trae el problema de la metá-
fora del «bloque de piedra», con las consiguientes ideas de
solidez y de funcionalidad que contradice la perspectiva que
Gramsci va a sistematizar a partir de 1932. La constitución de
un «bloque histórico», en tanto correspondencia total entre es-
tructura y superestructura, es una situación poco frecuente, ya
que siempre habrá fuerzas que operen contra esta correspon-

3 Sobre la necesaria relación entre dialogismo y hegemonía, en oposición al monologismo y


dominaciones no hegemónicas, puede consultarse Fairclough (1991), y Balsa (2011).

20
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

dencia. Por un lado, existen movimientos propios de los ciclos


económicos que generan desfasajes entre los intereses de las
distintas fracciones y clases, incluso al interior del sector do-
minante. Por otro lado, las luchas político-ideológicas tienen
una dinámica que genera permanentes tensiones. Y, por úl-
timo, las dinámicas relativamente autónomas de los distintos
planos sociales hacen difícil la permanencia de una situación
de armonía entre estructura y superestructura, si mantenemos
los términos. En este sentido, el uso acrítico de este concepto
haría de algo extraordinario, algo ordinario.
Dentro de este conjunto de innovaciones, otro aporte de la lec-
tura filológica ha sido la de abordar con mayor rigurosidad
la relación entre «sociedad civil» y «sociedad política». Como
dice Cospito, en el último Gramsci, «la distinción entre socie-
dad civil y sociedad política aparece decididamente superada
[...] porque remite […] a una visión dicotómica y no dialéctica
de la realidad» (Cospito, 2016: 255).
En similar sentido, Liguori señala que Gramsci toma distancia
de cualquier visión idealizada de la sociedad civil como are-
na libre, basada en el mero diálogo (Liguori, 2004: 222), pues
siempre «existe la lucha por el monopolio de los órganos de la
opinión pública» (Gramsci, 1999, Vol. 3: 196-197, CC7§83). De
modo que «el Estado, que actúa para crear el ´conformismo›
[operando sobre la opinión pública], no deja a la sociedad civil
ninguna espontaneidad» (Liguori, 2006: 25).
Por su parte, Peter Thomas (2009) analiza que no se debe limi-
tar la disputa por el consenso solamente a una guerra de posi-
ciones en las trincheras de la sociedad civil, ya que el Estado no
es solo un instrumento de coerción, sino que es el núcleo de las
relaciones sociales para la producción del consenso.
Al mismo tiempo, como no corresponde realizar una distin-
ción conceptual entre sociedad política y sociedad civil, es un
error pensar a Gramsci como un «teórico de la cultura», ya
que, como sostiene Álvaro Bianchi lo que él realiza es un aná-
lisis político de la cultura. También en estrecha relación a esta
no visión dicotómica de sociedades civil y política, correspon-

21
Javier Balsa

de mencionar los planteos del mismo Bianchi en términos de


que «el consenso no puede existir sin coerción», y de que para
Gramsci incluso en los regímenes democrático-liberales el ejer-
cicio de la hegemonía era entendido como una combinación de
coerción y consenso (Bianchi 2008).
En este punto resulta importante introducir los análisis que
realiza Peter Ives (2004a y 2004b) a partir de la lectura del Cua-
derno 29, dedicado a la gramática. En este cuaderno, Gramsci
analiza el juego entre una gramática «espontánea» (las normas
a través de las cuales hablamos sin darnos cuenta de su exis-
tencia) y una gramática «normativa» (la gramática que es en-
señada y que corrige nuestra forma de hablar). Esta última,
podría parecer que solo se deriva de la acción estatal-educa-
tiva. Sin embargo, Gramsci aclara que la gramática normativa
opera en dos planos: el plano de la enseñanza oficial, con sus
consiguientes gramáticas escritas, pero también en el plano de
la dinámica de interacción oral cotidiana.
En el plano de la enseñanza oficial tenemos todos los aparatos
escolares y las regulaciones estatales para imponer una lengua
nacional, con el empleo de diversos métodos coercitivo-disci-
plinares. Pero en el plano del uso cotidiano también tenemos
el empleo de la coerción. Lo normativo también está en la in-
teracción social cotidiana a través del control y de la censura
recíprocos. Especialmente, en las burlas, el escarnio e, incluso,
las sanciones sociales. Ellas son un conjunto de acciones y re-
acciones que colaboran en el establecimiento y la actualización
de las normas del hablar «correcto». Y aquí resultan claves las
diferentes capacidades, el diferente poder que tienen las dis-
tintas clases sociales para imponer su gramaticalidad.
De este modo, es posible observar que la coerción no es pri-
vativa de la sociedad política, sino que la coerción también
opera a través de la sociedad civil, en las prácticas cotidianas.
Tenemos que comprender que, de este modo, con una mezcla
de coerción y consenso, se construyen en la práctica cotidiana
las formas de expresarse, de sentir y de desear, cuestiones que

22
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

tienen que ser pensadas no como algo producto de la esponta-


neidad, como pretenden las visiones liberales.
Entonces, nada más lejos de Gramsci que la idea habermasiana
de un consenso construido solo a través del diálogo. Aunque
esta apreciación, no nos debe hacer dejar de lado, la impor-
tancia de la dimensión dialógica en la construcción de la he-
gemonía, tal como lo ha sostenido Norman Fairclough (2001
y 2003), el teórico del análisis crítico del discurso que más ha
procurado articular este campo disciplinar con los aportes de
Antonio Gramsci (aunque no con un trabajo detenido sobre
sus escritos).
Volviendo a la disolución de una distinción dura entre socie-
dad civil y sociedad política, vemos que se vincula con una
conceptualización no instrumental del Estado. Es que, como
plantea Aricó (1977: 273), Gramsci «liquidó el concepto ins-
trumental de Estado tanto de la socialdemocracia como de la
Tercera Internacional». Por eso mismo, según Vacca, «para
Gramsci el Estado no es el instrumento de dominio de una cla-
se, sino la organización territorial de la comunidad que toma
forma del conjunto de la ‹superestructura compleja› a través
de la cual se ejercita la hegemonía de una parte sobre el con-
junto de la nación» (Vacca, 2017: 217).
Por su parte, Liguori aclara que Gramsci, si bien, no va a rene-
gar de sus formulaciones sobre la ampliación del Estado, em-
plea mucho más el término «Estado integral», «un concepto
atravesado por la lucha de clases, en el que los procesos no son
nunca unívocos, pues constituye el terreno del choque entre
las clases» (Liguori, 2006: 24), y en este sentido se diferencia
claramente de los Aparatos ideológicos de Estado de Althus-
ser.
En esta misma línea, la propia democracia es la «arena» de la
lucha por la hegemonía, pues la hegemonía es un tipo de do-
minación política que es propia de los sistemas democráticos.4
Vacca plantea que «no hay hegemonía sin democracia, ni pue-

4 Ver Balsa (2006: 161-165).

23
Javier Balsa

de haber democracia si el ejercicio ‹normal› de la hegemonía se


interrumpe o se agrieta», y «el presupuesto de la democracia
es el pluralismo (no solo de los grupos sociales, sino también
de sus organizaciones económicas y políticas) de la sociedad
moderna» (Vacca, 2017: 198). Por ello, para él, «el concepto
de hegemonía se contrapone al de dictadura». Es que, «para
Gramsci la dictadura, cualquiera sea la clase dominante, es ex-
presión de incapacidad hegemónica, representa una forma ‹pri-
mordial› de la política correspondiente a una fase ‹económi-
co-corporativa› del grupo dominante y es no solo patológica
sino también necesariamente transitoria» (Vacca, 2017: 196-
197). En este sentido, para Vacca, y también para Cospito, la
propuesta de Gramsci no sería la destrucción del régimen par-
lamentario, sino su radical reforma (Vacca, 2017: 220 y Cospito
2016: 134).
Cabe agregar que la propia instauración de la democracia como
el espacio de la lucha política es otra disputa hegemónica, en
cierto sentido previa a las luchas al interior de esta arena. Pues,
cabe recordar que no existe una identidad entre forma de do-
minación burguesa y democracia. Esta arena es el resultado de
las luchas populares, y la burguesía se encuentra en general
más a gusto con diversas formas autoritarias de gobierno. Los
ejemplos latinoamericanos, pasados o presentes, nos eximen
de cualquier necesidad de demostración.

2.3. Tercera línea de innovaciones: la construcción de las


subjetividades y las diferentes lógicas de la hegemonía
Estas innovaciones se encuentran, a mi entender, menos de-
sarrolladas en las lecturas filológicas. Por un lado, Fabio Fro-
sini destaca que «la hegemonía, en cuanto hecho tanto teórico
como práctico, puede ser descrita como un dispositivo narrati-
vo funcional al establecimiento de sujetos históricos» (Frosini,
2013: 72). Y en esta construcción de las subjetividades, el len-
guaje resulta central porque, para Gramsci, «no existe sujeto
sino instituido dentro de un ‹relato›, es decir, dentro de una
articulación de significados». Relatos que tienen que ser ana-

24
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

lizados en su efectividad (o no) a la hora de constituir a esos


sujetos.
La cuestión de la subjetividad también aparece claramente en
el cuaderno 22, dedicado a Americanismo y Fordismo. La ya
vista disolución de la dicotomía estructura/superestructura
estimula a comprender la unidad entre los nuevos métodos de
trabajo y el nuevo modo de vivir. «... los nuevos métodos de
trabajo son indisolubles de un determinado modo de vivir, de
pensar y de sentir la vida» (Gramsci, 1999, Vol. 6: 81, CC22§11).
Por su parte, Massimo Modonesi ha destacado que la experien-
cia subalterna implica en Gramsci «la imposición no violenta
y la asimilación de la subordinación, es decir, la internaliza-
ción de los valores propuestos por los que dominan o condu-
cen moral e intelectualmente el proceso histórico» (Modonesi,
2010: 33-34). Además, Modonesi sostiene que «Gramsci refuer-
za el punto señalando que inclusive en la rebelión opera este
dispositivo relacional, con lo cual rechaza implícitamente todo
dualismo maniqueo que pretenda escindir a los sujetos reales
a partir de la separación entre rebeldía y sumisión como mo-
mentos separados…» (Modonesi, 2010: 34). De todos modos,
según Modonesi, Gramsci «vislumbra la existencia de «rasgos
de iniciativa autónoma». Para Modonesi, «el enfoque de la
subalternidad configura, por lo tanto, una relación sincrónica
y diacrónica entre subordinación y resistencia evitando la rigi-
dez de los esquemas dualistas que aparecieron en la tradición
marxista: conciencia/falsa conciencia, racionalidad/irraciona-
lidad, espontaneidad/dirección consciente, clase en sí/clase
para sí. Por el contrario, abre al análisis de las combinaciones
y de las sobreposiciones que, históricamente, caracterizan a los
procesos de politización de la acción colectiva de los subalter-
nos» (Modonesi, 2010: 38). De todos modos, Modonesi va a
procurar instalar una lectura relativamente «autonomista» de
esta perspectiva gramsciana. Una perspectiva que, personal-
mente, considero contraria a la idea contenida en los Cuader-
nos de que la toma de conciencia solo se puede realizar a par-
tir de la vinculación con un proyecto hegemónico alternativo
(Gramsci, 1999, Vol. 4: 253, CC11§12).

25
Javier Balsa

En cuanto a las distintas lógicas de la construcción de la hege-


monía, Fabio Frosini ha afirmado que en Gramsci es posible
discernir dos tipos de hegemonía. Y la distinción la realiza se-
gún las formas diferentes que tienen de organizar políticamen-
te los conflictos (Frosini, 2013: 69). Una se dirige «hacia la com-
posición ‹pasiva› de los conflictos» y otra «hacia su despliegue
‹en permanencia›». La clave estaría en la dirección que toma
el proceso (Frosini, 2013: 69). Y más adelante plantea que «la
forma de la organización política de los conflictos se convierte
entonces en decisiva para diferenciar una hegemonía del tipo
‹revolución pasiva› de una del tipo ‹revolución permanente›.
Esta forma influye, evidentemente, en muchos niveles: des-
de el partido con su concreta organización, al modo en que
la ideología se representa el nexo entre partido y masa, entre
partido y Estado, entre partido y sociedad, pero también entre
ideología y verdad» (Frosini, 2013: 74).
Cabe consignar que para Frosini, «la alternativa a la revo-
lución pasiva no está en un abstracto retorno a la guerra de
movimiento, sino en la capacidad de ‹traducir› la guerra de
movimiento en el lenguaje de la guerra de posiciones» (Frosi-
ni, 2010: 224-225). A mi entender, esta cuestión resulta clave:
cómo dar la disputa en términos revolucionarios, pero dentro
de la dinámica de la lucha por la hegemonía, que es central-
mente guerra de posiciones, más allá de que siempre está la
posible necesidad de un momento de lucha militar.
Considero que estas apreciaciones de Frosini, sobre la posibili-
dad de identificar dos formas en la construcción de la hegemo-
nía están vinculadas a sus lecturas críticas de las elaboraciones
de Ernesto Laclau, quien expresamente ha diferenciado dos
lógicas de la hegemonía. Ya en 1980, en el seminario de Mo-
relia, Laclau diferenció claramente dos formas de construir la
hegemonía: «La hegemonía puede constituirse de dos formas:
vía transformismo o vía ruptura popular». Y precisó que «la
hegemonía burguesa sin ruptura popular» se logra a través de
«transformar el antagonismo en diferencia». Ejemplificando
con el caso del liberalismo inglés, Italia de Giollitti y la Ale-
mania de Bismarck, plantea que «las demandas de las masas

26
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

fueron absorbidas en forma diferencial por el sistema». Por el


contrario, presenta el caso francés como el ejemplo clásico de
formación de una nueva hegemonía vía ruptura popular (La-
clau, 1985 [1980]: 23-24).

3. Aportes para pensar la estrategia política


Vamos a recorrer cada una de las innovaciones que hemos
identificado en las nuevas lecturas de la obra de Gramsci, para
procurar extraer algunas consecuencias a la hora de pensar la
estrategia política.

3.1. Los aportes de la disolución de la dicotomía estructura/


superestructura, el concepto de objetividad, la idea de
regularidad y de crisis
En cuanto al abandono de la concepción dicotómica de la re-
lación entre estructura y superestructura considero que nos
permite pensar, al menos, tres aportes para el diseño político.
En primer lugar, posibilita profundizar en la relación entre
modos de vida, modelos de acumulación y subjetividades po-
líticas. En particular, actualmente conceptualizar los planos
más profundos por los cuales las nuevas formas de producción
del capitalismo «flexible», o «cognitivo», inciden en construir
subjetividades acordes a su perduración. Tengamos presente
que la burguesía saca excelente partido de esto.
De todos modos, cabe aclarar, que esta articulación no es auto-
mática. Pues no existe ningún automatismo en estos vínculos.
Como lo señala Gramsci, incluso cuando en cierto punto «la
hegemonía nace de la fábrica», igualmente es necesario «una
cantidad mínima de intermediarios profesionales de la política
y la ideología» (Gramsci, 1999, Vol 6: 66, CC22§2).5 Y lo mismo
aplica para el neoliberalismo, que despliega toda una parafer-
nalia comunicativa y de prácticas constructoras de estas nue-
vas subjetividades, tanto para modelar a sus gerentes, como a

5 Ver Baratta (2004).

27
Javier Balsa

los trabajadores de distintos niveles, y también a aquellos ac-


tores «independientes» que articulan en sus redes productivas
y comerciales.
Es decir, que la burguesía trabaja activamente para consolidar
estas subjetividades que aportan su tiempo y su creatividad
para la valorización del capital. Para ello los intelectuales or-
gánicos de la burguesía despliegan teorías, ocupan espacios
educativos, generan publicidades y un largo etcétera de dispo-
sitivos constructores de estas subjetividades subordinadas a la
lógica del capital.6
Frente a estas estrategias, debemos pensar y diseñar estrate-
gias diferentes de construcción de subjetividades. No resignar-
nos a que estas sean las únicas articulaciones posibles. Incluso,
mirado desde otra perspectiva, el vínculo entre subjetividades
y formas de producción también permite pensar que las for-
mas de producción no exactamente capitalistas como contri-
buciones a crear subjetividades en tensión con el capitalismo,
tal como lo ha planteado Raúl Burgos (2012).
Y aquí colocaría no solo las fábricas recuperadas por sus tra-
bajadores y otras formas de cooperativas de producción, sino
también las formas comunitarias y las formas familiares o
campesinas de producción, y diversas formas de economía so-
cial. Incluso, muchas formas de producción que se alejan de
las lógicas guiadas por la ganancia, como las formas colabo-
rativas no remuneradas. Todas ellas contribuyen al desarrollo
de otros tipos de subjetividades alternativas a las dominantes,
pero esto no lo garantizan de forma automática, es decir, sin
un fuerte trabajo ideológico.
Además, esta perspectiva que enfatiza la relación entre mo-
delos económicos y subjetividades, nos conduce a pensar el
problema de la necesidad de la construcción de otros tipos de
subjetividades de las capas medias (recuperando tradiciones
progresistas de las mismas) y de los sectores empresariales, en

6 Ver una ejemplificación de estos procesos en relación al avance del agronegocio en la


agricultura argentina en Balsa (2017).

28
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

el caso de aquellas fracciones burguesas que queramos sumar


a un proyecto desarrollista y popular.
En segundo lugar, esta perspectiva menos esquemática de la
relación estructura/superestructura, habilita una mirada me-
nos dicotómica acerca de la relación planificación y mercado;
oposición que, para Gramsci, existía sólo en la teoría (Cospito,
2016: 170). La perspectiva del «mercado determinado» permi-
te valorar las distintas regulaciones políticas de los mercados,
diferenciarlas, incluso dentro del predominio del modo de
producción capitalista, según beneficien un tipo de desarrollo
económico e, incluso, un modelo de sociedad. Este enfoque,
además, habilita a pensar en términos de articulación las rela-
ciones que se postulan y procuran concretar entre diferentes
modos de producción en los procesos de transición del capita-
lismo al socialismo.
Y, en tercer lugar, esta nueva mirada de la cuestión estructu-
ra/superestructura, permite valorar la lucha política e ideoló-
gica, y evitar su desvalorización porque no logra transformar
la estructura económica.
En cuanto a la precisión del significado de la crisis orgánica
nos impulsa a destacar el lugar central de la lucha ideológica
en la propia determinación de la crisis. Debemos tener en claro
que, si el capital consigue imponer su perspectiva, las crisis
económicas serán solo condiciones para avanzar en su proceso
de concentración. Al mismo tiempo, la mera lucha en términos
de resistencia, de realizar huelgas, movilizaciones, etcétera, no
funciona en el nivel específico de la lucha por la hegemonía, es
decir, la de presentar el propio interés como el interés general,
de universalizar la perspectiva de las clases subalternas.
Por lo cual, no se posible realizar una disputa de la hegemo-
nía de forma eficaz de forma independiente de la capacidad
de radicar una conciencia no solo anticapitalista, sino también
socialista en las masas. De allí, creo, la importancia de que los
y las intelectuales de izquierda nos aboquemos a repensar una
propuesta de sociedad socialista y de transición hacia ella que
pueda, al menos, postular las formas en que evitará la caída en

29
Javier Balsa

el autoritarismo y en el estancamiento económico, que caracte-


rizaron a la mayor parte de las experiencias llevadas adelante
durante el pasado siglo.

3.2. Los aportes de una conceptualización de la hegemonía en


términos de luchas por la hegemonía, la precisión de la
imbricación entre sociedad civil y sociedad política, y el
papel de la democracia en la hegemonía
En cuanto a pensar la hegemonía no en términos de presencia
o ausencia, sino en términos de luchas por la hegemonía, que
tienen lugar entre distintos proyectos, sostenidos por distintas
coaliciones de clases, surgirían dos ventajas a la hora de dise-
ñar la estrategia política. En primer lugar, se evita la necesidad
de colocar etiquetas que hacen rígidas las caracterizaciones,
cuando, en general, resulta sumamente dificultoso calificar
una situación como la hegemonía de tal o cual fuerza social o
política. De modo que nos ahorraríamos largas e inconducen-
tes discusiones.
Y, en segundo lugar, conceptualizar la hegemonía en estos tér-
minos permite ver que todas las acciones tienen algún tipo de
contribución en la correlación de fuerzas contra la reacción, lo
cual posibilita dejar de lado la actitud de permanentes y durísi-
mas críticas que se formulan entre sí las fuerzas de izquierda y
centro-izquierda. Pues, así como las reformas contribuyen a mo-
dificar las correlaciones, también los discursos más críticos al ca-
pitalismo (incluso aquellos que no tienen un correlato directo en
la lucha político-coyuntural) inciden en esta misma correlación.
Cabe observar que la burguesía no tiene estos problemas inter-
nos: por un lado, siempre ha promovido centros de elaboración
y difusión ideológica que mantuvieron las posiciones más radi-
calmente neoliberales (incluso en años de predominio fordista y
de Estados de Bienestar), y, al mismo tiempo, han sabido gene-
rar dirigentes dispuestos al «diálogo» y los «acuerdos» necesa-
rios para coexistir con gobiernos «populares».
En cuanto a evitar pensar una rígida dicotomía entre sociedad
civil y sociedad política, consideramos que conduce a dejar de
30
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

lado las formulaciones que, desde una pretendida «autono-


mía» de la «sociedad civil», critican los fenómenos políticos en
los cuales se avanza en procesos de cambio impulsados desde
la «sociedad política», y los conceptualizan como mera «coop-
tación».
Además, pienso que toda esta perspectiva permite pensar el
Estado como terreno de lucha, siempre que no se pierda el sen-
tido de disputarlo al capitalismo, es decir, evitando caer en la
idea del Estado como superador de la lucha de clases. Y, tam-
bién, sin olvidar que sus formas (más o menos participativas)
inciden en la propia correlación de fuerzas y, por lo tanto, en
las desiguales posibilidades de triunfo de unos u otros.
Por último, estas lecturas «filológicas» nos ayudan a repensar
la relación entre hegemonía y democracia. Al respecto, consi-
dero que resulta importante tener presente que la propia ins-
tauración de la democracia como el espacio de la lucha política
es una disputa hegemónica en sí misma. La consolidación y
preservación de la arena democrática, se puede convertir en un
programa político de mínima, que le brinde un objetivo claro
a frentes antifascistas o antiautoritarios frente a derechas que
avasallan las bases de la democracia en nuestra región: acor-
dando la firme defensa de esta arena democrática y el duro
castigo a quienes la vulneren.
Pero, al mismo tiempo, no debe olvidarse que la consolida-
ción de una arena democrática tampoco garantiza la hegemo-
nía de las fuerzas anticapitalistas (este es justamente el cen-
tro de las cuestiones que una teoría de la hegemonía permite
abordar). Por eso mismo, la mera idea de «democratización»,
si no es precisada con contenidos más explícitos y moviliza-
dores, no constituye un programa político emancipador (con-
sidero, que este fue uno de los errores políticos de buena par-
te del PT en Brasil, y de cierta lectura previa del gramscismo
brasileño).
De todos modos, cabe aclarar que esto no significa una desva-
lorización de la democracia. Para Gramsci, la democracia no es
solo la arena de la construcción de toda hegemonía, sino que

31
Javier Balsa

es también el camino y el objetivo de la lucha por el socialismo.


Ya Aricó había alertado que «todo proceso de transición que
no esté dirigido, conformado y regido por el ejercicio pleno
de la democracia como elemento decisivo de la conformación
de la hegemonía (democracia que significa el proceso de au-
togobierno de las masas) adquiere el carácter de una revolu-
ción pasiva, de un poder de transformación que se ejerce desde
la cúspide contra la voluntad de las masas y que, en última
instancia acaba siempre por cuestionar la posibilidad concre-
ta de constitución del socialismo» (Aricó, 1977: 274). Por eso,
Gramsci va, incluso, más allá y sostiene la propuesta de lograr
una sociedad donde no exista ni dirigentes ni dirigidos. Per-
sonalmente pienso que este sería el núcleo de una propuesta
verdaderamente socialista y el único «mito» que podría con-
vertirse en una creencia fuera de toda discusión.
Por otro lado, el evitar pensar la cultura como una esfera espe-
cífica y, en cambio, considerarla estrechamente vinculada con
la disputa general, y política, de la hegemonía, permite no con-
ceptualizarla como un objetivo en sí mismo. Un problema de
esta perspectiva es que las sociedades actuales se han hecho,
en varios sentidos, más «progresistas», sin que ello haya impe-
dido que se consolidase una hegemonía neoliberal. Creo que
se malgastan muchos esfuerzos militantes en luchar por una
cultura más progresista, pero esto no tiene ya no solo efectos
anti-capitalistas, sino incluso tampoco anti-neoliberales. Esto
no implica desvalorizar las luchas por una cultura más progre-
sista, pero sí trabajar fuertemente para articularlas dentro de
una propuesta política general.

3.3. Los aportes de la centralidad de la construcción de las


subjetividades, y de conceptualizar las diferentes lógicas
de la hegemonía
Si la hegemonía es construcción de subjetividades esto debe
darle centralidad en la estrategia a la cuestión de trabajar polí-
ticamente sobre las subjetividades, sobre los deseos, sobre los
modos de vida deseados. En las experiencias latinoamericanas

32
Filología y política en la discusión contemporánea de la teoría de la hegemonía

recientes ha quedado demostrado que procurar basar una he-


gemonía en la ampliación de los niveles de consumo signifi-
ca construir una hegemonía sobre pies de barro (el consumo
siempre impulsa a nuevos y, finalmente, imposibles niveles
de consumo). Es que el consumismo constituye la base más
profunda del individualismo neoliberal, la de construir sujetos
que sean cada vez menos ciudadanos activos y solidarios, y
cada vez más consumidores individualistas y pasivos. En todo
caso, las políticas de ampliación del consumo popular tendrán
que ser articuladas con formas de organización colectivas y en
el marco de procesos de debate acerca del modelo de sociedad
que se desea construir.
Por último, la distinción de, al menos, dos lógicas de la cons-
trucción de la hegemonía, permite entender mejor los procesos
de activación o pasivización política de la ciudadanía. En par-
ticular, se nos plantea el problema de cómo desplegar desde
el Estado, con toda la tendencia que el mismo pareciera con-
tener en el sentido de procurar instaurar el orden, una lógica
que estimule el despliegue en permanencia de los conflictos.
Es decir, de qué manera evitar que, al momento de acceder al
aparato estatal, cuando el mismo pasa a estar en control por
parte de las fuerzas políticas emancipatorias, se trate de ge-
nerar la composición pasiva de los conflictos, y la consiguien-
te desmovilización de las masas. Esta fue una preocupación
que Gramsci pareciera manifestar en relación a los procesos
que acontecían en la Unión Soviética, con su crítica a la «esta-
dolatría» (Gramsci, 1999, Vol. 3: 282-283, CC8§130). Personal-
mente, he elaborado algunas hipótesis sobre estas cuestiones
comparando los casos de los gobiernos populares recientes de
Argentina y Brasil (Balsa, en prensa).
En fin, estas son solo algunas de las posibles implicaciones po-
líticas que podrían estar aportando las nuevas lecturas filológi-
cas. Por supuesto, estas ideas surgen de mi particular forma de
percibir e involucrarme en las disputas por la hegemonía que
tienen lugar en la América Latina actual. Otras perspectivas,
pondrán el foco en otras innovaciones de las mismas lecturas,

33
Javier Balsa

y seguramente, extraerán otras enseñanzas para pensar la es-


trategia política actual.7
De todos modos, espero que haya quedado claro que la reno-
vación en las lecturas de la obra de Gramsci se encuentran le-
jos de resultar indiferentes a la hora de pensar la estrategia
política. Así como los estudios llamados «filológicos» nacieron
en el fragor de los debates en torno al eurocomunismo, hoy
considero que una mayor puesta en relación de las estrategias
políticas con las lecturas de la obra de Gramsci, pueden gene-
rar una potenciación en ambos sentidos. Pues como planteó
el mismo Gramsci toda teorización solo cobrará profundidad
y sentido en la medida en que se articule con una práctica, en
este caso, política.

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«filológica» (Dal Maso, 2016 y 2018).

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36
Hegemonía
y realidad
TEMA 1 política actual
de América
Latina
En esta mesa pretendemos, con fundamento analítico
oriundo de la Teoría de la Hegemonía, hacer un breve
pero profundo balance de los principales grandes
acontecimientos y desafíos políticos que nos plantean
las primeras dos décadas del siglo XXI: la onda de
gobiernos de izquierda como resultados de la crisis
generada por la aplicación del proyecto neoliberal
desde su aplicación generalizada en los años 90; las
consecuencias de la crisis general del capitalismo
neoliberal con epicentro en 2008; la reacción
conservadora coordinada desde los Estados Unidos,
apelando a «golpes blandos», la guerra jurídica contra
dirigentes populares llamada Lawfare, las amenazas
de intervención militar, etc.
Notas sobre la disputa hegemónica y
el sentido común en el largo ciclo de
impugnación al neoliberalismo
en América Latina
Mabel Thwaites Rey/ Hernán Ouviña*1

I. Introducción
En trabajos anteriores hemos optado por denominar «Ciclo de
Impugnación al Neoliberalismo en América Latina» (CINAL),
al período signado por la emergencia de gobiernos «progresis-
tas» de comienzos de Siglo, como un intento de saldar, de al-
gún modo, el largo debate sobre hasta qué punto tales gobier-
nos habían logrado romper –o no- con el andamiaje neoliberal
preexistente (Thwaites Rey y Ouviña, 2018). Y, además, para
incluir la multiplicidad y diversidad de luchas desplegadas en
la región, incluyendo aquellas que no derivaron en victorias
electorales. En lugar de delimitar dos momentos antagónicos
cerrados y acotados en el tiempo (neoliberal y pos-neoliberal),
consideramos que resulta más pertinente plantear la cuestión
en términos de la disputa hegemónica que se desarrolló en
esos años de norte a sur del continente y que aún continúa.
Así, nuestro enfoque incorpora en la confrontación política,
económica y social que aún está en curso, no solo a los proce-
sos de lucha que tuvieron impacto en el poder gubernamental
(Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, El Salvador, Nicaragua,
Paraguay, Uruguay, Venezuela), sino a todas las experiencias
políticas de la región que se enmarcaron en disputas anti-neo-
liberales, anti-coloniales, anti-capitalistas y anti-patriarcales,
aunque sin un saldo electoral positivo (México, Colombia, Chi-
le, Perú, Centroamérica y el Caribe). Las relaciones de fuerzas

* El artículo es una versión ampliada de la ponencia presentada por Mabel Thwaites Rey
durantes las jornadas del Simposio. Agradecemos a Hernán Ouviña por su participación
en el texto.

39
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

a escala local, nacional, regional e internacional signaron de


modo diverso la incidencia de los distintos proyectos popu-
lares en cada uno de los espacios territoriales nacionales. No
obstante, creemos que es posible mirar en forma agregada los
trazos gruesos de esta etapa de las primeras décadas del Siglo
XXI, caracterizada por procesos de intensa confrontación, con
actores de dispar entidad, recursos y capacidad de despliegue
de poder.
Más aún, la reacción derechista sobreviniente a partir de 2015,
con el triunfo electoral del conservador Mauricio Macri en Ar-
gentina, el golpe de estado parlamentario- mediático-judicial
contra Dilma Roussef, que pavimentó el encarcelamiento de
Lula y la victoria del ultramontano Jair Bolsonaro en Brasil, el
viraje neoliberal de Lenín Moreno en Ecuador y la ofensiva im-
perialista contra Venezuela parecieron augurar una reversión
completa del CINAL. Sin embargo, desde la llegada de Andrés
Manuel López Obrador a la presidencia de México, en diciem-
bre de 2018, se fueron produciendo nuevas irrupciones políti-
cas de carácter popular, enfrentando las medidas gubernamen-
tales ajustadoras. En Haití, las denuncias de fraude electoral y
de corrupción por parte de la élite política gobernante, combi-
nada con una crisis profunda en términos socio-económicos,
un incremento del precio de los combustibles y la catástrofe
humanitaria pos terremoto1, así como a raíz de los desvíos y la
apropiación indebida de fondos provenientes de Petrocaribe2
dieron lugar a un ciclo de protestas multitudinarias y a diná-
micas semi-insurreccionales en las calles, que trajo aparejada
la renuncia de varios primeros ministros y funcionarios de alto
rango. En Ecuador, el intento de aumentar el precio de los com-
bustibles exigido por el FMI fue respondido con un alzamiento
indígena de magnitud tal que hizo retroceder al gobierno con
la medida y abrir canales de negociación, aunque el descon-
tento no ha menguado y se vivencia un clima de gran inesta-

1 Exacerbada por la temprana intervención militar y la ocupación del territorio nacional por
parte de la MINUSTAH, desde 2004 a 2017.
2 Programa impulsado por el gobierno de Hugo Chávez que, tras al debacle de la economía
venezolana, se vio interrumpido.

40
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

bilidad, signado por la particularidad de haberse vertebrado


una alianza virtuosa entre plataformas indígenas como la CO-
NAIE, con organizaciones, colectivos y movimientos sociales
de carácter urbano-popular. En Chile, una suba del transporte
eclosionó en una insurrección popular masiva y prolongada,
que abrió los causes a las múltiples demandas postergadas,
frente a un Estado sumamente autoritario3, y una matriz socie-
tal de neoliberalismo extremo, que sienta sus bases en 30 años
de continuidad de una férrea alianza estatal-mercantil al servi-
cio de las clases dominantes locales y el empresariado transna-
cional, más allá de los vaivenes gubernamentales. Este hastío e
irrupción plebeya, si bien tiene contornos espontáneos, hunde
sus raíces en un largo e invisible proceso de erosión de la he-
gemonía neoliberal, protagonizado por una multiplicidad de
comunidades, actores y movimientos sociales, que van desde
la resistencia mapuche a los ciclos de lucha estudiantil de 2001,
2006 y 2011, pasando por las movilizaciones multitudinarias
en torno al NO+AFP (fondos de pensión privatizados) y las
protestas feministas de 2018 y 2019. En Colombia, se dio una
conjunción de malestares ligados al incumplimiento de los
acuerdos de Paz firmados en La Habana entre la insurgencia
de las FARC y el Estado, y a las profundas desigualdades ge-
neradas por la implementación de un «neoliberalismo de gue-
rra», que ha redundado en niveles extremos de precariedad y
mercantilización de la vida. El anuncio del gobierno de Iván
Duque de un paquete de reforma tributaria, jubilatoria y labo-
ral, sirvió como detonante de un nuevo ciclo de luchas, que se
inició con un Paro Nacional el 21 de noviembre, y que desen-
cadenó un proceso de movilización popular en las calles, del
cual no se tiene antecedentes en las últimas décadas en el país.
En Argentina, la derrota electoral de Mauricio Macri puso en
evidencia el profundo malestar de una parte considerable de
la sociedad, en particular los sectores populares más perjudi-
cados por las políticas económicas regresivas implementadas
durante sus cuatro años de gobierno, pero también denota que
estamos en presencia de un pueblo con una capacidad organi-

3 Cuya Constitución actual fue sancionada en 1980, en plena dictadura militar.

41
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

zativa y de movilización que no ha sido desarticulada durante


todos estos años. En Bolivia, el reciente golpe de estado de las
derechas racistas, propiciado por EEUU, ha abierto una brecha
de incertidumbre sobre el porvenir del proceso de cambio que
parecía ser el más estable de la región.
Todos ellos son ejemplos de la fluidez de un tiempo que sigue
signado por las disputas materiales y simbólicas que subyacen
a las pulsiones hegemónicas y la ausencia de un horizonte de
estabilización política de largo aliento.
El mundo en el que se dirimen las confrontaciones latinoame-
ricanas atraviesa una etapa de gran incertidumbre y enfren-
tamiento, de guerras comerciales y convencionales, de flujos
migratorios masivos y dolorosos, de pueblos arrasados, de
prepotencia imperial, de descontento generalizado, de mie-
dos y reacciones de odio hacia los más débiles, de devastación
medioambiental, de frustración y desencanto, pero también de
rebeliones, protestas y luchas. El proceso de globalización neo-
liberal, que parecía imparable e indisputable, se encuentra bajo
la acechanza de las fuerzas imperiales que reeditan los nacio-
nalismos más beligeranes y unilateralistas. La seducción de un
mundo feliz e integrado por el mercado mundial se trastocó en
la amenaza directa del garrote y la ley del más fuerte.
Cuando hablamos de neoliberalismo se pueden evocar dis-
tintas definiciones, que jerarquizan aspectos diversos de una
categoría polimorfa. Más allá de los matices o del riesgo de
extenderla tanto que no sirva para definir casi nada o todo a la
vez, lo que nombra el neoliberalismo es una etapa general del
capitalismo a escala mundial que, aun crujiendo, perdura. La
ofensiva neoliberal sobre América Latina, desplegada durante
los años noventa, se basó en una correlación de fuerzas entre
capital y trabajo propia del ciclo del capital global caracteri-
zado por la financiarización y la acumulación por despojo de
bienes naturales a escala planetaria. Dicha correlación supuso
una ofensiva capitalista sobre las condiciones de producción y
reproducción de las masas trabajadoras de todo el mundo. Las
políticas de ajuste estructural, privatizaciones, apertura de los

42
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

mercados y desregulación de la actividad económica, se impu-


sieron sobre la derrota del campo popular y desde allí desple-
garon su pretensión hegemónica.
En el nuevo siglo, sin embargo, las relaciones de fuerza se ten-
saron en gran parte de América Latina, como resultado de una
fuerte activación de las luchas de masas contra los efectos de
las políticas ajustadoras, lo que dio lugar a la apertura de un
período de «disputa hegemónica» con el paradigma neolibe-
ral. Tomamos la idea de disputa para señalar una etapa con-
flictiva, fluida y no cerrada, que adquiere contornos diversos,
según la peculiar conformación económica, social y política de
cada espacio estatal nacional, con sus correspondientes y va-
riables correlaciones de fuerza. Porque lejos de haber queda-
do congelado, el tiempo histórico de fuertes confrontaciones
se despliega con una intensidad tal que inhibe de aserciones
simples y definitivas. Como afirmaba Gramsci,
«la realidad es rica en combinaciones de lo más extrañas, y es el teórico
quien debe encontrar la prueba de su teoría en estas rarezas, ‹traducir›
al lenguaje teórico los elementos de la vida de la historia, y no, en sentido
contrario, que sea la realidad quien deba presentarse según el esquema
abstracto» (Gramsci, 1977: 79).
Para interpretar esta etapa histórica recuperamos las nociones
gramscianas de hegemonía y «sentido común», que remite a
las dimensiones moleculares de la dominación, que constitu-
yen el sustrato cotidiano y material que organiza el funciona-
miento de lo social y su reproducción. Esta preocupación de
Gramsci aparece –al menos en su forma– como novedad de su
«ciencia de la política», ya sea bajo la traducción marxista de la
problemática de los fundamentos éticos del orden o bien como
desarrollo crítico de la preocupación leninista condensada en
el tópico de la reforma intelectual y moral (Frosini, 2007).

II. Hegemonía y sentido común


Hay en el campo de estudios gramscianos una extensa literatu-
ra sobre el concepto de hegemonía, ligado a los de sentido co-
mún y buen sentido. Los recientes y eruditos aportes de Bara-

43
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

tta (2000), Frosini (2003), Liguori (2006 y 2009), Cóspito (2018)


y Cortés (2018) son ejemplo de abordajes que se adentran en
el entramado filológico de las categorías gramscianas y nos
aclaran dimensiones analíticas sustantivas. Esas herramientas
conceptuales nos estimulan a aguzar la mirada, tanto a la hora
de revisitar los textos del propio Gramsci como de analizar
procesos políticos concretos y de diferente rango epocal. Asi-
mismo, en un plano más amplio, las lecturas críticas en torno
a la cultura popular y a las dinámicas de tensión, antagonismo
y/o articulación de sentidos que anidan en su seno, vis a vis la
cultura hegemónica, tienen un más amplio y largo recorrido
tanto en Europa como en el sur global (Rauty, 1976; Williams,
1977; García Canclini; 1982; Martín-Barbero, 1987; Hall, 1994 y
2012; Guha, 2002; Escobar, 2014).
Antonio Gramsci es conocido por sus aportes para pensar,
desde el marxismo, de manera más compleja e integral las re-
laciones de poder y dominación. Si bien supo realizar enor-
mes contribuciones durante su etapa juvenil, será durante su
período de encierro como preso político del régimen fascista
que enriquezca y actualice los fundamentos mismos de lo que,
en varios pasajes de los Cuadernos de la Cárcel, decide renom-
brar como «filosofía de la praxis». A lo largo de estas notas,
pulidas una y otra vez en sus casi 10 años de privación de li-
bertad, toma distancia de las visiones que definen a la cultura
y lo político como meros reflejos de la infraestructura o «base
material» de una sociedad, o bien aspectos secundarios en el
estudio y la transformación de la realidad. A contrapelo de es-
tas lecturas deterministas, postula que el hacer y el pensar, la
materia y las ideas, lo sentido y vivido, lo objetivo y lo subje-
tivo, son momentos de una totalidad en movimiento, que sólo
pueden separarse en términos analíticos, ya que configuran un
abigarrado bloque histórico en el que se articulan y condicio-
nan de manera dialéctica, complejo proceso éste que no puede
explicarse únicamente desde la esfera económica (a la que, por
cierto, no desestima).
Tampoco concibe al poder como mera fuerza física o pura re-
presión. Si bien esta arista oficia de límite último y garante del

44
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

orden, considera que es fundamental ampliar la mirada y en-


tender al estado de forma integral, es decir, como una combi-
nación de violencia y consenso, o en sus propias palabras «he-
gemonía acorazada de coerción», que en término de ampliación
involucra «el conjunto de actividades prácticas y teóricas con
las que la clase dirigente justifica y perpetúa su dominación y
además logra obtener el consenso activo de los gobernados».
El poder deja de ser una «cosa» que se toma y manipula, para
caracterizarse como una inestable relación de fuerzas entre cla-
ses y grupos antagónicos, en un plano macro-social pero tam-
bién a nivel molecular, lo que permite hacer visible el carácter
político de aquellos vínculos, lenguajes y prácticas que se pre-
sumen neutrales o exentas de conflictividad.
Es precisamente en este punto que sus reflexiones acerca del
sentido común y el buen sentido cobran centralidad. De acuer-
do a Gramsci, la hegemonía, en tanto concepción del mundo
arraigada en -y co-constitutiva de- la materialidad de la vida
social, busca construir un consenso activo alrededor de los va-
lores, formas de concebir la realidad e intereses de las clases y
grupos dominantes, que son internalizados como propios por
el resto de la sociedad, deviniendo «sentido común» y princi-
pio articulatorio general. Con el término senso comune (senti-
do común), Gramsci refiere «a todas aquellas conclusiones he-
terogéneas a las que las personas llegan no por medio de una
reflexión crítica, sino porque constituyen verdades preexisten-
tes del todo evidentes.» (Crehan, 2018: 19). Muchas veces no
somos nosotros y nosotras quienes hablamos y actuamos, sino
que es la hegemonía hecha sentido común la que habla, siente
y actúa a través nuestro. Campo de lucha dinámico, lo hege-
mónico es habitado, confrontado y recreado a diario por quie-
nes resisten a una condición subalterna. De ahí que destaque
el rol que cumplen las instituciones de la sociedad civil (entre
ellas los medios de comunicación y el sistema educativo) como
«trincheras» donde se disputan sentidos, y a través de las que
se difunden un conjunto de ideas, pautas de comportamiento,
normas y expectativas que contribuyen a sostener y apuntalar
-o bien a erosionar e impugnar- un entramado de relaciones

45
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

de dominación que, además de capitalistas, son patriarcales,


racistas y adultocéntricas.
Tal como resaltan Stuart Hall (1994) y Raymond Williams
(1977), para Gramsci la cultura está imbricada con todas las
prácticas sociales, y es la suma de sus interrelaciones, por lo
que no cabe concebirla como mero reflejo y determinación
simple de la «base» económica, sin una efectividad social pro-
pia. Antes bien, involucra un interaccionismo radical, es decir,
en última instancia un campo de fuerzas donde la fórmula es-
quemática y unicausal de base y superestructura, cede paso a
una concepción más activa en la cual ambas resultan mutua y
desigualmente determinantes, en el marco de un proceso so-
cial vivido, organizado por significados y valores específicos y
dominantes. De ahí que podamos concluir que
«la hegemonía constituye todo un cuerpo de prácticas y expectativas en
relación con la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía,
las percepciones definidas que tenemos de nosotros mismos y de nuestro
mundo. Es un vívido sistema de significados y valores -fundamentales y
constitutivos- que en la medida en que son experimentados como prácticas
parecen confirmarse recíprocamente. Por lo tanto, es un sentido de la rea-
lidad para la mayoría de las gentes de la sociedad, un sentido de lo absoluto
debido a la realidad experimentada más allá de la cual la movilización de la
mayoría de los miembros de la sociedad -en la mayor parte de las áreas de
sus vidas- se torna sumamente difícil» (Williams, 1977: 131-132).
En efecto, las reflexiones carcelarias llevan a Gramsci a con-
siderar en profundidad la complejidad de la dominación, en
una época en que la expansión capitalista iba generando la so-
cialización de amplios sectores populares a los que era preciso
integrar para asegurar la persistencia del sistema, tanto en las
sociedades desarrolladas como en las que Juan Carlos Portan-
tiero (1981) ubicó, lúcidamente, como parte de un «Occidente
periférico». Esta tendencia se fue profundizando y adquirió
rasgos cada vez más complejos desde entonces hasta la actua-
lidad, reafirmando la comprensión luminosa del sardo. La su-
premacía burguesa se afirma mediante una compleja serie de
instituciones propias de la sociedad civil, que el marxista Le-
lio Basso (1983) -en la senda neogramsciana- caracterizó como

46
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

«mecanismos de integración» (contradictorios y conflictivos),


a través de los cuales se realiza la «socialización capitalista»,
mientras que los aspectos represivos aparecen como el límite
último de la dominación, de modo variable según la peculiar
conformación de las relaciones de fuerza que se despliegan en
cada espacio territorial nacional. La combinación de coerción y
consenso -los polos de «dirección intelectual y moral» y mero
dominio- involucra, como parte del Estado ampliado, al en-
tramado de organismos que constituyen a la sociedad civil y
resguardan al núcleo duro del poder político. A la vez, le da
entidad a la compleja noción gramsciana de hegemonía como
campo de fuerzas en disputa, dinámico e inestable, en perma-
nente metamorfosis y signado por el devenir de la lucha de
clases. Como sostiene Bonnet (2008) «toda hegemonía políti-
ca remite a determinada estructura de clases y fracciones de
clases y a determinadas relaciones económicas y sociales de
fuerza entre esas clases y esas fracciones de clase» (Thwaites
Rey y Ouviña, 2016).
Más aún, toda hegemonía remite a orientar las prácticas de cla-
se y de los grupos privilegiados de la sociedad, a organizar un
consenso que sostenga y estabilice el orden. Esto supone darle
alguna coherencia material y simbólica a las relaciones econó-
micas y sociales, que permitan su expansión y duración. Por
eso, el concepto de hegemonía involucra siempre el momento
de internalización subjetiva del orden social, a algún grado de
aceptación consensual, al consentimiento activo y mayoritario,
sin los cuales estaríamos en presencia de predominio, supre-
macía o dominación como imposición de poder.
Para Gramsci, el concepto de hegemonía constituye un pro-
greso filosófico y político-práctico, que supone la unidad entre
una política y una ética que trascienden el sentido común (Cor-
tés, 2018: 68). Pero si bien esa unidad está destinada a superar
el «sentido común», en tanto conjunto difuso de creencias su-
perpuestas y dispersas, que amalgaman sedimentos de viejas
ideas y retazos de concepciones filosóficas pasadas, Gramsci le
asigna un papel paradójico en la construcción de hegemonía
y, simultáneamente, en su posible contestación y trascenden-

47
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

cia. De ahí que afirme que, si bien tiende a ser conservador y


«ávido de certezas perentorias», de todas maneras, se encar-
ga de reconocer que «no es algo rígido e inmóvil, sino que se
transforma continuamente» (Gramsci, 1981: 58). Por lo tanto,
tal como ha sugerido Néstor García Canclini, mirar lo popular
desde la óptica gramsciana -y dentro de él, al sentido común-
resulta todo lo contrario del facilismo maniqueo y dicotómico
que enfrenta, desde el esencialismo y la pura externalidad, lo
hegemónico y lo subalterno, a partir del cual se atribuyen
«con demasiada facilidad propiedades ‹narcotizantes› o ‹impugnadoras›
a fenómenos culturales que no son una cosa ni la otra, sino la mezcla
de vivencias y representaciones cuya ambigüedad corresponde al carác-
ter no resuelto de las contradicciones en los sectores populares»(García
Canclini, 1982: 71).
Se trata, en suma, de asumir que la cultura popular «es ambi-
gua: es y no es contestataria, se opone y no se opone a lo he-
gemónico», por lo que involucra una «tensión permanente de
equilibrios siempre inestables» (Escobar, 2014: 90).
El «sentido común» se presenta como una dimensión de la he-
gemonía desplegada en el ámbito de la sociedad civil, como
efecto concreto de la ideología –entendida en sentido fuerte,
como el modo a través del cual los hombres y mujeres acceden
al conocimiento del mundo– bajo la dominación burguesa. Las
clases dominantes poseen los recursos necesarios para garan-
tizar que su cosmovisión persista como dominante, pero tal
dominio nunca se gana por completo ni está asegurado, sino
que debe ser mantenido y reproducido continuamente.
«Esto no significa la creación de nuevas narrativas por parte de nuevos
intelectuales orgánicos, sino más bien la divulgación eficaz de las narra-
tivas ya existentes, reelaboradas para resonar con las tribulaciones de un
momento histórico dado. El sencillo y accesible sentido común, sobre el
cual se sustenta la mencionada divulgación, permanece arraigado en las
narrativas fundacionales forjadas por los intelectuales orgánicos que gene-
ró la clase dominante en su ascenso al poder» (Crehan, 2018: 260).
La importancia del sentido común en el arraigo de la domina-
ción lo coloca como un aspecto central de la estrategia revolu-
cionaria, que supone una tarea permanente de desarticulación
48
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

pedagógica de los sentidos dominantes y, a la vez, la elabora-


ción política de una subjetividad de nuevo tipo, que deven-
ga un nuevo sentido común de la época. El sentido común es,
como destaca Crehan,
«ese reconfortante conjunto de certezas con el cual nos sentimos como
en casa y que asimilamos, a menudo de manera inconsciente, a partir del
mundo en el que vivimos. Son las realidades básicas que empleamos para
explicar dicho mundo. Inicialmente, tales certezas pertenecen al entorno
en el que crecemos y nos socializamos; posteriormente, en especial si esta-
mos expuestos a mundos más amplios, nuestro bagaje de sentido común
resultará modificado y aumentado. Y el sentido común de esos mundos
distintos está, en sí mismo, sujeto a cambios; con el paso del tiempo, su
maraña de supuestos a menudo contradictorios, se modifica conforme se
establecen nuevas realidades y se desechan las antiguas. Pero tendemos a
estar ciegos ante dicha mutabilidad, a experimentar nuestro mundo coti-
diano como sustentado por una red de realidades inmutables, de sentido
común, que solo un Don Quijote podría negar. Para quienes buscan con-
vertirse en un bloque histórico con el potencial de revertir la hegemonía
existente, el sentido común es necesariamente un terreno clave de lucha.
Podemos pensar que es un frente en la larga y lenta guerra de posiciones
que las clases subalternas[…]» (Crehan, 2018: 259).
La búsqueda hegemónica del estado ampliado hunde sus raí-
ces en experiencias materiales muy concretas, pero que no se
presentan de modo directo y transparente, sino que adquieren
su significación de múltiples y contradictorias maneras. Por
eso es central elucidar qué es lo que posibilita el consenso, qué
experiencias y creencias abonan la aceptación del orden social,
qué valores garantizan la dominación y cuáles permiten rasgar
sus velos y vislumbrar los caminos alternativos. Más aún, en
la medida en que no hay una continuidad lineal ni espontánea
entre sentido común y filosofía,
«es precisa una operación que de algún modo interrumpa al sentido común
y lo transforme, elevándolo racionalmente a una concepción del mundo
coherente y sistemática. Esa operación no es otra cosa que la intervención
política» (Cortés, 2018: 68).
Rasgar, desarmar, interrumpir el sentido común dominante
es una operación compleja y difícil para las clases subalternas
y, según Gramsci, cuando logran producir cambios no es de

49
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

manera pura, sino como combinación «più o meno eteroclita o


bizzarra». Por eso,
«interrumpir el sentido común es interrumpir la pasividad de las masas, y
eso solo es posible políticamente. Tanto es así que es justamente la ruptura
con la dimensión tendencialmente conservadora del sentido común la que
revela, retrospectivamente, la eficacia de una política» (Cortés, 2018: 68).
El sentido común tiende a ser conservador, por lo que
«aquello que lo anima es una suerte de inercia que mantiene las tendencias
reproductivas de la dominación, por debajo de las cuales late la capacidad
política de los sectores subalternos de producir una concepción del mun-
do coherente que los eleve y aproxime a la gestión de su propio destino»
(Cortes, 2018: 69).
Aquí debemos precisar la cuestión de la hegemonía, referi-
da no ya a los grandes ciclos del capitalismo global, sino al
grado de aceptación consensual, de internalización de valores
colectivos que solidifican la dominación burguesa y aseguran
la estabilidad. En términos gramscianos, la hegemonía signi-
fica que las clases dominantes ejercen su poder no sólo por
medio de la coacción, sino porque logran imponer su visión
del mundo, una filosofía, una moral, costumbres, un sentido
común que favorecen el reconocimiento de su predominio,
como algo naturalizado e inconsciente, por parte de las clases
subalternas. Para que la difusión de ciertos valores y sentidos
comunes resulte operante y efectiva es preciso que las clases
dominantes establezcan relaciones de compromiso con las cla-
ses subalternas, mediadas por el estado, que aparece como el
lugar privilegiado donde se establecen las pujas y se materia-
lizan las correlaciones de fuerzas cambiantes, en «equilibrios»
-»inestables» por definición- entre los grupos fundamentales
antagónicos.
Gramsci destaca que uno de los logros históricos de la bur-
guesía ha sido imponer, a través del estado, una «voluntad de
conformismo» en las masas basada en la aceptación de la fun-
ción que a aquella le cabe como clase respecto al conjunto de la
sociedad, y a la percepción que ella tiene de sí misma. Es decir,
su interés supremo como propietaria de los medios de produc-

50
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

ción es legitimar su papel decisivo en la reproducción social,


su derecho a definir en qué, cómo y cuándo invertir y bajo qué
condiciones. Presentar este interés particular como interés ge-
neral, lo que supone que la burguesía se asuma como clase
«dirigente» y no sólo dominante, exige que sus intereses se ex-
presan materialmente como los intereses de la sociedad en ge-
neral. Si la sociedad capitalista se basa en el efecto «fetichiza-
dor» de la mercancía, que oculta el lugar del productor bajo la
fachada del ciudadano-consumidor, la plenitud de sus efectos
consensuales logra desplegarse cuando la dimensión del con-
sumo puede traducirse en una experiencia constatable para las
clases subalternas. Porque la simple aspiración a «integrarse»
en un modelo de sociedad construido a partir del imaginario
creado para reproducir el orden vigente choca -en algún punto
que varía de sociedad en sociedad y de época en época- con la
posibilidad misma de su realización: es allí donde el efecto «fe-
tichizador» puede perder su vigor integrativo y su potencial
hegemónico y derivar en crisis sociales y políticas de magni-
tud. La permanente restricción de los capitalismos periféricos
latinoamericanos para garantizar su ficción integradora que-
dó especialmente expuesta durante la etapa neoliberal de los
años noventa, que estalló a finales del Siglo XX en una amplia
miríada de explosiones sociales en la región y la emergencia
de movimientos populares y gobiernos impugnadores de sus
determinaciones.
Asimismo, otro aspecto clave para entender la proposición
gramsciana de la «ampliación» del concepto de estado es el re-
conocimiento de que la primacía del momento de la coerción o
del consenso está vinculada a: a) las condiciones de desarrollo
y/o ampliación de las fuerzas productivas y a los regímenes
de acumulación vigentes en cada sociedad y en cada momento
histórico, b) la voluntad-posibilidad de las clases dominantes
de «hacer concesiones» en el plano económico y político, y c)
la capacidad de las clases subalternas para modificar la corre-
lación de fuerzas a su favor. Sin duda, este último aspecto es
de vital importancia, en la medida en que la materialización
de condiciones que le ponen límites a la acumulación y domi-

51
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

nación burguesas y que puedan resultar favorables a las clases


subalternas, está unida a su capacidad para imponérselas a las
clases dominantes y es el resultado histórico de la lucha de
clases.
Es factible, por tanto, inferir en las reflexiones gramscianas una
caracterización de la revolución que, lejos de reducirse a un
suceso abrupto y breve, afincado en la pura negatividad, invo-
lucra un prolongado, bifacético y simultáneo proceso, que implica,
por un lado, el rechazo del orden social dominante y la impug-
nación de la hegemonía ideológico-cultural burguesa, y, por el
otro, la creación de una nueva concepción del mundo, sobre la
base tanto de la superación del sentido común (internalizado
como propio por las clases subalternas) como de la articulación
y sistematicidad de ciertos núcleos de buen sentido que anidan
de manera disgregada en la cultura popular (Ouviña, 2017).
Porque como sugiere Gramsci, «no puede haber destrucción,
negación, sin una implícita construcción, afirmación, y no en
sentido ‹metafísico›, sino prácticamente, o sea políticamente».
Este carácter dual o bifacético de la revolución, es sintetizado
en los siguientes términos en otra de sus notas:
«No es verdad que ‹destruya› todo el que quiere destruir. Destruir es muy
difícil, exactamente tan difícil como crear. Puesto que no se trata de des-
truir cosas materiales, se trata de destruir ‹relaciones› invisibles, impal-
pables, aunque se oculten en las cosas materiales. Es destructor-creador
quien destruye lo viejo para sacar a la luz, para hacer aflorar lo nuevo
que se ha hecho ‹necesario› y urge implacablemente para el devenir de la
historia. Por eso puede decirse que se destruye en cuanto se crea. Muchos
supuestos destructores no son más que ‹procuradores de abortos fallidos›,
merecedores del código penal de la historia» (Gramsci, 1984: 32).

III. El CINAL y la disputa hegemónica


Observamos que en el CINAL se condensa y remata la crisis
del proyecto neoliberal abierta como consecuencia de la cre-
ciente activación social y política de los pueblos de la región,
que produjo cambios importantes en la correlación de fuerzas
sociales. En efecto, desde mediados de la década de los noven-

52
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

ta, al compás de los efectos sociales devastadores de las refor-


mas estructurales neoliberales implementadas en la región, las
luchas sociales populares cobran un renovado brío. Desde el
alzamiento zapatista en 1994, movimientos de trabajadores/
as desocupados/as, de indígenas, de campesinos/as sin tie-
rra, de pobladores/as, de defensa del medioambiente y otros
van gestando procesos de resistencia cada vez más intensos a
las políticas de ajuste y pauperización generalizada impuestas
por los gobiernos neoliberales.
La activación popular se desplegó a través de múltiples de-
mandas: un conjunto importante de ellas, ligadas a los pueblos
indígenas y movimientos campesinos, pusieron el eje en la im-
pugnación del modelo colonial de explotación de la naturaleza
y el consumismo, al que le opusieron formas de vida comuni-
tarias e integradas con el medioambiente, amalgamadas en la
noción de buen vivir, soberanía alimentaria y sumak kawsay.
Simultáneamente, irrumpieron con fuerza los reclamos de am-
plios sectores y organizaciones populares en torno al trabajo
y las condiciones de vida digna, con demandas dirigidas a la
recuperación del empleo tras años de creciente desocupación,
precarización y debilitamiento sindical y al acceso a consumos
básicos y vitales, largamente postergados o suprimidos por las
políticas neoliberales. Empieza así a configurarse el escenario
que desemboca en una serie de gobiernos que en el nuevo si-
glo habrían de cuestionar abiertamente la herencia neoliberal
y que redefinirían el mapa político latinoamericano, especial-
mente en el cono sur4.
4 El primer hito fue la asunción, en 1999, de Hugo Chávez como presidente de Venezuela
(evento que, por cierto, estuvo antecedido por el llamado «Caracazo», rebelión popular
de verdadera trascendencia nacional en 1989, que inauguró un crisol de procesos de
resistencia anti-neoliberal callejera, con protagonismo de masas y variados niveles
de espontaneidad), lo que abrió un ciclo de gobiernos que enarbolaron propuestas de
confrontación -o al menos de diferentes grados de distanciamiento- con el neoliberalismo:
Lula da Silva en Brasil (2002), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vázquez en
Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2006), Rafael Correa en Ecuador (2007), Daniel
Ortega en Nicaragua (2007), Fernando Lugo en Paraguay (2008) y Daniel Funes en El
Salvador (2009). Todos ellos están inscriptos en lo que llamamos CINAL y que tiñó
de rosa-rojo el mapa de América del Sur, especialmente. México y Colombia quedan
obviamente excluidos del ciclo, y también Perú (pues la victoria de Ollanta Humala no
consumó las expectativas que había generado su candidatura) y el Chile de los gobiernos
de la Concertación y del derechista de Sebastián Piñera (Thwaites Rey y Ouviña, 2018).

53
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

Es un dato central que los gobiernos del CINAL internaliza-


ron, con amplitud y profundidad diversa, las demandas popu-
lares que empujaron sus triunfos electorales, abriendo así un
abanico de transformaciones económicas, políticas y sociales,
muy genéricamente definidas como «progresistas» en compa-
ración con las modalidades neoliberales que las precedieron.
Dicho esto, más allá de la discusión sobre si las medidas que
se aplicaron en cada país tuvieron o no un carácter genuina-
mente superador de la lógica neoliberal, sea por límites coyun-
turales o estructurales. Queremos dejar en claro, sin embargo,
que decir que los gobiernos del CINAL surgieron de procesos
de activación de lucha popular no significa afirmar que todos
hayan sido expresión directa de la acción de los movimientos
populares5. Las respuestas concretas que cada uno dio a las de-

5 Tanto en Brasil como en Uruguay, por ejemplo, ganaron las elecciones sendos
agrupamientos de centro-izquierda que venían participando en la compulsa electoral de
sus países desde décadas atrás. El PT gana la segunda vuelta electoral en 2002, luego
de que su candidato presidencial, Ignacio Lula da Silva, perdiera en las tres elecciones
anteriores. Esa vez supo capitalizar el descontento generado durante la gestión neoliberal
de Fernando Henrique Cardozo, y su llegada al gobierno representó la culminación de
un largo proceso de acumulación política, pero también de reformulación y declive de
sus propuestas más radicales para conquistar la hegemonía sobre un electorado mucho
más amplio que sus bases más activas, de origen sindical y de capas medias urbanas.
Las alianzas que articuló el PT con partidos de centro derecha y grupos evangélicos le
sirvieron para llegar a la primera magistratura, pero condicionaron de modo drástico su
agenda gubernamental. En Uruguay, y con un sentido parecido al de Brasil del PT, la
coalición de centro-izquierda Frente Amplio también venía batallando electoralmente
desde hacía décadas y logró batir a los partidos tradicionales con la candidatura del
médico socialista Tabaré Vázquez, ex intendente de Montevideo y portador de un perfil
moderado. En Ecuador, Rafael Correa llega a la presidencia con un agrupamiento con
fuerte presencia de las capas medias y armado expresamente para las elecciones -Alianza
País-, que internaliza de manera diferida la experiencia de lucha de los movimientos
indígenas y sociales desde 2000, ya en un momento de reflujo organizativo de la izquierda
y de los agrupamientos indigenistas. En la Argentina, fue en la crisis de 2001/2002 donde
quedaron condensados los límites de los modos predominantes de dominación neoliberal
bajo la potencia de las luchas plebeyas, pero, al mismo tiempo, la recomposición de poder
posterior dejó al descubierto los también evidentes límites de los sectores populares para
conformar un proyecto de disputa hegemónica de carácter autónomo y emancipador, que
lograra rearticular al conjunto de las clases y grupos subalternos desde una perspectiva
integral. En Venezuela, la potente figura de Hugo Chávez logra aglutinar a grupos diversos
de la izquierda radical y a sectores plebeyos de la fuerzas armadas, para capitalizar el
largo proceso de luchas populares iniciado con el Caracazo de 1989. Pero su conducción
carismática -caracterizada también como «hiperliderazgo por algunas lecturas- es lo que
prima para activar desde arriba hacia abajo la participación popular. Es en Bolivia donde
las luchas de los movimientos indígenas, campesinos, urbanos y populares, desplegadas
con creciente e incesante intensidad desde comienzos de los 2000, consigue plasmarse
directamente en la llegada de Evo Morales a la presidencia (Thwaites Rey y Ouviña, 2018).

54
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

mandas sociales fueron el resultado de las relaciones de fuer-


zas específicas que los originaron y que se redefinieron a partir
de un punto determinado de inflexión. El reconocimiento de la
potencia plebeya para constreñir las políticas económicas des-
plegadas en los 2000 exige, a su vez, comprender tanto la in-
tensidad como los obstáculos concretos que se presentaron en
esta etapa para la expansión de las luchas y la profundización
de las transformaciones. Porque si bien los pueblos lograron
que los estados internalizaran parte de sus demandas, la ac-
tivación política no alcanzó para conmover de modo profun-
do las estructuras económicas y sociales dominantes. Instalar
gobiernos con agendas progresistas no derivó en cambios ra-
dicales, ni aún en la coyuntura favorable de la existencia de
varios procesos políticos simultáneos que intentaron acuerdos
regionales. La hegemonía profunda de las clases dominantes
como conductoras del proceso de producción y reproducción
social, arraigada en sentidos comunes tan difusos como re-
sistentes, mostró su persistencia al embate popular contra las
consecuencias de las políticas neoliberales. Por eso hablamos
de «momento de disputa», de impugnación, de conflicto y no
de superación de la supremacía capitalista en su fase neolibe-
ral a escala global.
Durante el CINAL predominó la conformación de «pactos de
consumo y empleo», basados en asegurar el trabajo nacional y
ampliar la capacidad de compra popular. Satisfacer demandas
materiales, injustamente postergadas por décadas de ajuste,
fue el eje de su apelación hegemónica, con consecuencias pa-
radójicas. Como conquista de las luchas populares, el acceso
a condiciones básicas de vida y a los bienes de consumo ma-
sivo contiene una legitimidad material incuestionable. Pero al
sustentarse en las formas de producción del presente, plantea
grandes desafíos para los procesos de transformación social
radical. Porque la hegemonía profunda del sistema capitalis-
ta arraiga en el modo de construir la materialidad de la vida
cotidiana, basada en la creación de necesidades crecientes y
ficticias. La contradicción entre la legitimidad y justicia de ga-
rantizar el acceso a bienes y servicios básicos, por un lado, y

55
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

el simultáneo fomento de un consumismo acrítico e insostenible


en el tiempo, por el otro, son las caras de tal complejidad. Más
allá de la apelación al buen vivir, un déficit notorio del CINAL
fue que ninguno de los gobiernos se propuso librar una batalla
intelectual y moral de envergadura contra los valores del con-
sumismo capitalista (Thwaites Rey y Ouviña, 2018).
Es por eso que se advierte que los «momentos de disputa»,
de activación de la lucha, fueron mutando a lo largo de los
años y se produjo, en términos generales, un reflujo de la par-
ticipación popular autónoma y activa, que algunos analistas
describen con la sugerente categoría de «pasivización» (Tapia,
2011; Modonesi, 2012), reelaborando en clave latinoamericana
concepto de «revolución pasiva» de Gramsci. Modonesi pone
énfasis en cómo la dinámica de protesta y el espíritu de con-
frontación antagonista desplegado por las clases populares
contra las recetas neoliberales, logra ser metabolizado por los
gobiernos de tipo cesarista progresivo para garantizar la esta-
bilización y continuidad sistémica, aunque incorporando par-
te de las demandas de las clases subalternas. En este enfoque
quedan plasmados tanto la fuerza de las clases dominantes
para subsumir en el estado la potencialidad transformadora
popular y, de este modo, proyectar su hegemonía, como los
límites de las dirigencias políticas para conducir exitosamente
hacia un horizonte de revolución social las luchas reivindicati-
vas. Un rasgo distintivo del ciclo es la delegación de las tareas
de transformación que hicieron los movimientos y colectivos
sociales que fueron más activos en el período de ascenso de las
luchas populares, en las conducciones políticas «confiables».
De modo que los gobiernos del CINAL terminaron por contri-
buir a garantizar la estabilización y continuidad sistémica por
la vía de incorporar demandas de las clases subalternas y así
disminuir la conflictividad inherente a la lucha social y políti-
ca. Los movimientos populares más radicales, en tanto, tuvie-
ron una dificultad creciente para sostener la activación política
autónoma, en la medida en que los gobiernos iban cumpliendo
algunas de sus demandas, lo que muestra la complejidad de

56
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

los ciclos de ascenso, estancamiento y baja de todo proceso de


lucha (Thwaites Rey y Ouviña, 2018).
Se advierte, asimismo, que la gobernabilidad sistémica que
aportaron los gobiernos del CINAL, a partir de lograr la limi-
tación de la movilización popular autónoma y la pasivización,
tuvo como efecto paradojal la disminución de la capacidad de
resistencia frente a los embates restauradores de las derechas,
lo que terminaría por erosionar las bases de sustentación del
propio ciclo. No obstante, cabe problematizar la generalización
que formula Modonesi, en la medida en que no profundiza
suficientemente en los matices y contrastes que existen entre
las experiencias que ubica dentro de este proceso genérico de
pasivización, ni tampoco explica las causas o rasgos distinti-
vos que han llevado a la debacle de algunos de estos procesos
políticos, y a mantenerse en pie en otros.
Esta mirada, más allá de la justeza con que pueda describir
aspectos o momentos concretos de situaciones específicas, pa-
rece partir de asignarle una suerte de cualidad disruptiva in-
nata a las clases subalternas, que estarían en permanente dis-
posición objetiva a la rebelión, la autonomía y el antagonismo,
y una correlativa tendencia al constreñimiento y la pasiviza-
ción por parte de las dirigencias políticas y estatales. Es decir,
toda acción política desde la estructura estatal (e, incluso, des-
de cualquier institucionalidad política) tenderá siempre, por
definición, a contener, apaciguar o combatir frontalmente los
impulsos disruptivos del movimiento popular y a lograr su
domesticación para volverlo gobernable. Paradójicamente, a
pesar de esa suerte de fatalidad sistémica que aquejaría a todo
proyecto político que acceda a la conducción de la estructura
estatal capitalista, estas perspectivas dirigen su crítica princi-
pal a las conducciones políticas, que habrían desistido volunta-
riamente de impulsar las transformaciones estructurales que,
no obstante, serían imposibles de concretar desde la lógica del
estado capitalista para esta visión (Thwaites Rey, 2019).
No es errada la afirmación de que los gobiernos tienden a
cooptar y subordinar las energías transformadoras de los mo-

57
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

vimientos, en la medida en que ganar gobernabilidad es un


rasgo constitutivo de toda conducción estatal bajo formato
burgués. Lo que no resulta convincente es que estos análisis
parten de la premisa de que existiría algo así como una infini-
ta voluntad de participación antagonista y activa desde abajo,
casi ontológica, inalterable y en permanente disponibilidad,
que solo estaría coartada por la acción deliberada desde arriba.
Estas perspectivas parecen mirar a los procesos desde una di-
cotomía tajante entre la soreliana «revolución total» y la persis-
tente «revolución pasiva», que acecha a todo intento de trans-
formación social que interpele al estado. De ahí que cualquier
acción de los gobiernos, por más que atienda a demandas po-
pulares, siempre reconducirá las energías a la supervivencia
del sistema y no a su superación.
La experiencia histórica, sin embargo, es pródiga en situacio-
nes muy distintas y variadas, que exhiben una complejidad
mayor a la hora de plantear estrategias revolucionarias. En
primer lugar, la voluntad rebelde, consciente y sostenida, no
suele brotar de modo espontáneo, sino que es producto de ac-
ciones políticas concretas. La disconformidad, la rabia, el odio
por las condiciones de existencia opresivas pueden generar
reacciones violentas, protestas, manifestaciones, pero no son
una condición suficiente, lo sabemos muy bien, para encauzar
procesos de cambio radical. Siempre será reivindicable el mo-
mento del estallido espontáneo, como expresión genuina de la
potencialidad de escisión popular, como enseñaba Rosa Lu-
xemburgo, pero ello no exime de la cuestión clave de la orga-
nización consciente y orientada, capaz de encauzar la energía
disruptiva en un sentido políticamente productivo (Thwaites
Rey, 2019).
El grito contra las condiciones del presente no se transforma
automáticamente en el anhelo de un mundo completamente
distinto al conocido, ni la desigualdad padecida conduce por sí
sola a la solidaridad y la acción común. Antes bien, las deman-
das populares tienden, en general, a orientarse a la conquista
de las condiciones materiales existentes en el presente capita-
lista. Se lucha por mejores salarios, por trabajo, por salud, por

58
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

educación, por vivienda digna, por acceso a la tierra y a los bie-


nes y servicios que produce la organización social en la que se
vive. Los pueblos avasallados por emprendimientos capitalis-
tas que destruyen el medioambiente en el que habitan también
resisten y combaten, y a partir de allí cobran sentido concreto
las reivindicaciones ecologistas. Sabemos que las rebeliones y
luchas populares, en general, no se inician con el propósito de
lograr autonomía política y social, sino que es en el proceso de
lucha -y en la medida en que se despliegue un trabajo políti-
co consciente y enraizado-, que el horizonte se podrá ampliar
desde las metas particulares a las de carácter general. Agrega-
mos, para abundar en nuestro argumento, que la frustración
por las limitaciones del presente y las amenazas que depara
el futuro, bien pueden ser manipuladas por extremismos de
ultraderecha, como los ejemplos europeos y de nuestro vecino
Brasil lo están mostrando (Thwaites Rey, 2019).
Volviendo al CINAL, observamos que en el caso venezolano
fue más el impulso consciente y «desde arriba» el que habilitó
la conformación de espacios participativos desde abajo, que
una incontenible emergencia desde las bases con anhelo de in-
volucramiento activo en los temas comunes. Era el proyecto
político del chavismo el que, no sin ambigüedades, impulsaba
la creación de espacios de acción comunal y fomentaba la par-
ticipación popular activa, lo que no impidió que, en su desplie-
gue concreto, estos impulsos entraran en contradicción y dis-
puta con sectores del propio gobierno que pretendían subor-
dinarlos, y que fueron denunciados por ciertos sectores más
radicales del bloque bolivariano como una «derecha endóge-
na». A su vez, la ausencia de problematización de una matriz
productiva asentada en el rentismo petrolero (que equivalió
históricamente a solidificar una economía monoexportadora
de crudo y multi-importadora de gran parte de los produc-
tos esenciales para la reproducción de la vida), y la carencia
de ámbitos colectivos dotados de mayores niveles de organi-
cidad, no supeditados al «hipeliderazgo» del propio Chávez,
redundaron con el correr de los años en una combinación fatal
para este proyecto. En efecto, la caída abrupta del precio del

59
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

petróleo a escala global, y el fallecimiento precoz del máximo


líder del proceso, dieron lugar a una crisis de proporciones
imprevistas, exacerbada por intentos de desestabilización de
parte de grupos de ultraderecha y un imperialismo norteame-
ricano que jamás da respiro en la región.
En Bolivia, a diferencia de Venezuela, los movimientos socia-
les tuvieron un protagonismo muy claro en el surgimiento del
liderazgo y triunfo electoral de Evo Morales, y su participa-
ción en tareas de gestión de lo público resultó intensamente
disputada. No obstante, el repliegue de la actividad autóno-
ma de los movimientos con relación al aparato gubernamental
que se dio en muchos niveles y espacios, no puede atribuirse
solamente a la voluntad y capacidad del gobierno para recon-
ducir el proceso y resubalternizar a los movimientos. Antes
bien, la experiencia parece mostrar que resultó más complejo
de lo supuesto por las dirigencias de los movimientos sostener
una participación activa de sus bases, una vez consagrado un
gobierno que inspiraba confianza y despertaba expectativas.
En Argentina, la rica trama de movimientos sociales y políticos
conservó una parte sustantiva de su capacidad organizativa,
de movilización y confrontación. Pero un punto crucial para
entender la complejidad de la conformación de los actores po-
líticos y de las organizaciones en lucha es que varios de los mo-
vimientos que se integraron a la estructura estatal, lo hicieron
por afinidad ideológica y política antes que por una ramplona
cooptación.
Uno de los supuestos a poner en cuestión, entonces, es el que
los pueblos están naturalmente dispuestos a luchar por sus
derechos, a participar activamente, a involucrarse de manera
continua en los asuntos comunes, a destinar tiempo personal a
la acción colectiva y que si no lo hacen es porque desde el po-
der político se les expropia tal capacidad innata. Esta suerte de
mito sobre la vocación participativa choca con una evidencia
potente: dadas las condiciones de socialización del capitalis-
mo a escala global, su mayor fortaleza arraiga en la internali-
zación de los valores y anhelos que promueve, que privilegia

60
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

el consumo individual, la competencia, las jerarquías sociales


basadas en el individualismo, la meritocracia y el aislamien-
to social. Combatir estos (dis)valores, por cierto, debe ser una
tarea primordial para cualquier proyecto de transformación
social, que tendrá que alentar de modo activo las instancias co-
lectivas, la solidaridad y la construcción común desde la con-
formación misma como espacio político. Pero que lo aliente,
incluso, no significa que lo logre en el corto plazo, ya que la
potencia de la subjetivación capitalista no reside en meros dis-
positivos intelectuales propagandísticos, sino que arraiga en la
propia materialidad de las condiciones de vida y de los bienes
de consumo masivos, convertidos en artefactos aspiracionales
que cumplen un papel muy poderoso como cemento del orden
social (Thwaites Rey, 2019).
Las aspiraciones sociales no brotan de ideas abstractas, sino
que se basan en las condiciones materiales del presente, en el
que se disputan los fragmentos desordenados del sentido co-
mún y emergen los núcleos de buen sentido sobre los cuales
es posible articular alternativas. Lo que anhelan los pueblos y
por lo que luchan es por acceder a aquello que, con sus manos
y su intelecto, producen las sociedades en las que viven. Un re-
parto más igualitario y justo de los bienes socialmente creados
está en la base de cualquier demanda popular que rompa con
el conformismo y el statu quo. Eso no significa que la justicia
y el merecimiento sean interpretados de modo homogéneo, ni
que de ese anhelo surja por sí sola la comprensión de las cau-
sas profundas que determinan las posibilidades desiguales de
unos y otros.
Por ejemplo, uno de los componentes más fuertes del senti-
do común dominante en la sociedad burguesa es que hay que
trabajar para vivir. Se está obligado a trabajar para obtener el
dinero necesario para solventar la subsistencia. Ese dato es-
tructurante deviene un sentido no cuestionado, se naturaliza
como algo dado e irreprochable porque entronca con funda-
mentos básicos de la existencia humana. El trabajo es la base
de la vida y no trabajar solo es aceptable si se es niño, ancia-
no, se tiene una discapacidad o una enfermedad que inhabilita

61
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

de modo transitorio o definitivo para hacerlo. Por eso permea


como sentido común la idea de que las personas deben obtener
lo que se merecen por su esfuerzo y talento y que cualquier
alternación a esa lógica «natural» es injusta. El problema es
que ese sentido común contiene un «núcleo de buen sentido»,
que es la virtud del trabajo humano y la necesidad de su re-
tribución justa, pero oculta que asume una paridad de condi-
ciones de inicio y en las circunstancias vitales que no se ajusta
a la realidad, que permanece oculta. Por eso, correr el velo de
las formas de producción que impiden la igualdad de acceso
al consumo de los bienes socialmente producidos y, más aún,
mostrar la insostenibilidad medioambiental de la irracional y
anárquica modalidad capitalista de crear y satisfacer necesida-
des humanas es una tarea política de primer orden, compleja
y ardua, porque implica desarticular sentidos comunes muy
arraigados. Demanda una batalla intelectual y moral de largo
aliento, que requiere la reflexión y la pedagogía práctica que
permita la comprensión del cómo y el porqué de las desigual-
dades.
El sentido común del trabajo y el mérito como fundantes de
los logros personales deviene en un serio problema cuando en
una sociedad salarial no hay oferta de puestos de trabajo sufi-
cientes, o son mal pagos, o no hay otros medios de subsisten-
cia asequibles. Cuando el desempleo es masivo y duradero,
crece el malestar social y los desocupados se organizan para
reclamar derechos, el estado debe hacer frente a esta situación
para garantizar estabilidad y gobernabilidad -y también por
una cuestión de solidaridad social que aflora en situaciones de
emergencia- lo que supone destinar recursos que se solventan
con dinero público y, a veces, aumentando impuestos. En el
caso argentino, por ejemplo, en el momento de mayor crisis so-
cial causada por las políticas neoliberales de ajuste -2001/2002-
, con la inestabilidad social derivada de la pauperización de
amplios sectores, su consecuente organización y sus luchas
para obtener subsidios, la sociedad en general aceptó la re-
distribución del ingreso. Hubo un momento casi epifánico de
solidaridad extendida y empatía con los más débiles (aunque

62
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

matizado con la molestia por los piquetes, y el fastidio por el


reclamo permanente y la ocupación de las calles). Luego vino
una etapa de crecimiento económico generalizado y la dimen-
sión del consumo se expandió al conjunto y, cada quien en su
nivel, el acceso a bienes fue posible y generalizado, aunque sin
perder su carácter diferenciado. Si bien las causas profundas
de la desigualdad no fueron afectadas y la pobreza estructural
siguió incólume, se pudo reducir la indigencia y segmentos
importantes alcanzaron mayores niveles de bienestar, con ac-
ceso a consumos.
Pero en la medida en que no se alteró el modelo de acumu-
lación básico que produce la pobreza estructural, subsistió la
necesidad de sostener con ayuda a los sectores no incluidos en
actividades productivas mercantiles. En simultáneo, el estan-
camiento frenó el crecimiento del bienestar para otros sectores
ocupados. Los trabajadores formales fueron alcanzados por el
impuesto a las ganancias y la falta de ingreso de los dólares
necesarios para satisfacer necesidades productivas, de aho-
rro y de consumos suntuarios internacionalizados (turismo y
bienes importados) obligó al gobierno a restringir la venta de
dólares y con ello se granjeó el encono definitivo de un amplio
segmento de capas medias y altas. Sobre esa base resurgió con
fuerza el aspecto meritocático y clasista del sentido común de
que quien no trabaja -no se esfuerza, es vago- no debe recibir
subsidios pagados con la recaudación impositiva. Esto entron-
ca con el sentido común arraigado de que el estado se sostiene
con los recursos que aportan los que trabajan y pagan impues-
tos, pero es ineficiente, su personal es indolente y redundan-
te, y las condiciones laborales que tienen son menos exigentes
que en el sector privado. Los aspectos difusos, fragmentarios,
falaces de estas formas de sentido común contribuyen al des-
prestigio y el rechazo de las políticas solidarias y la consecuen-
te exaltación de un individualismo funcional a la reproducción
sistémica y el enriquecimiento de cúpulas empresariales.
Por tanto, lo que se plantea como tarea política inmediata y de
primer orden es cómo dar cuenta de las demandas populares
del aquí y ahora, ancladas ineludible e indefectiblemente en

63
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

el presente capitalista, con sus formas de producción y nor-


mas de consumo, para avanzar hacia nuevas formas de con-
ciencia y compromiso en la acción transformadora, mientras
se combaten los sentidos comunes egoístas e individualistas.
Socializar los medios de producción fue la potente opción que
se propuso desde el movimiento obrero y que fundamentó
la organización política de las clases trabajadoras durante el
siglo XX. Eliminar la propiedad y ganancia privadas ha sido
concebido como un requisito básico para permitir la plena ex-
pansión productiva, que sería liderada por los trabajadores.
Esta fe productivista, sin embargo, no consideraba los estragos
producidos por la explotación descontrolada de la naturaleza.
Hoy nos planteamos dilemas aún más profundos y enfrenta-
mos contradicciones más intensas, que es preciso volver cons-
cientes para lidiar con ellas.
Una contradicción básica es que la conquista popular de de-
mandas materiales, en sí misma legítima y plausible, al mismo
tiempo puede profundizar los rasgos de un sistema produc-
tivo ecológicamente depredador e insustentable. A su vez, la
obtención de logros materiales puede hacer decaer la intensi-
dad de las luchas populares que se despliegan para obtenerlos
y las conquistas obtenidas pueden terminar solidificando el
orden burgués, en lugar de cuestionarlo. Esas contradicciones
son constitutivas de las prácticas políticas en pos de la trans-
formación social y no hay forma de obviarlas. De lo que se tra-
ta, en cambio, es de advertir que el camino para su resolución
en términos superadores no pasa por el absurdo de renunciar
a conquistas sociales dentro del sistema -como antídoto anti
domesticación de los impulsos rebeldes-, ni por subestimar la
entidad de las demandas que impulsan las luchas.
La urgencia por responder a reivindicaciones legítimas de cor-
to plazo es un imperativo de toda conducción política y más
aún si tiene que validarse electoralmente a intervalos cortos y
regulares. Para satisfacerlas, al menos parcialmente, se utiliza-
rán las herramientas disponibles, es decir, las que provee el ca-
pitalismo, por lo que las respuestas tendrán carácter reformis-
ta y, además, podrán terminar validando el sistema capitalista

64
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

en el que se inscriben. Esto les ha pasado a todos los gobiernos


del CINAL y a otros, cuando dieron satisfacción parcial a re-
clamos populares, pero no avanzaron más allá en el camino de
transformación económica, social, política y cultural, por una
combinación de límites propios y fortaleza enemiga.

IV. La dimensión del consumo: hegemonía y sentidos


comunes
Precisamente, el consumo de masas es una de las caracterís-
ticas centrales del capitalismo contemporáneo y donde se
asienta materialmente la hegemonía burguesa. Alrededor del
acceso al consumo se articulan sentidos comunes muy podero-
sos, que solidifican la dominación. El consumismo es un dato
central de la rueda que hace girar al capitalismo: es en la pro-
ducción creciente de bienes de obsolescencia veloz y progra-
mada que se sostiene el esquema general, lo que construye a
su alrededor todo un andamiaje cultural omnicomprensivo y
poderoso. Toda la sociedad se organiza para el consumo de
bienes y servicios que se van sumando a un proceso de mer-
cantilización de la vida que no deja resquicio. Pero, a la vez,
el consumo como proyecto vital pone en tensión las bases de
sustentación sistémica: por una parte, porque al discriminar
entre quienes acceden y quienes no a cada tipo de bienes, deja
en evidencia las desigualdades sociales más flagrantes y las
radicaliza y, por la otra, porque no puede ocultar su insosteni-
bilidad medioambiental.
En consonancia con su tiempo histórico, los gobiernos del CI-
NAL promovieron la conformación de una suerte de «pactos
de consumo», basados en asegurar el acceso de las clases po-
pulares a bienes básicos de los que habían sido privadas, y
sostenerle -en la medida de lo posible- a las clases medias sus
niveles de consumo intenacionalizado. En términos gramscia-
nos, la posibilidad de ejercer una «supremacía hegemónica» y
no mero dominio depende, en última instancia, de la incorpo-
ración de los estratos populares al desarrollo económico-social.
Y es en este punto donde no puede obviarse que la fórmula

65
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

gramsciana remite necesariamente al momento estructural en


su sentido más profundo. Porque la superación del economi-
cismo vulgar -lo que implica destacar la importancia y comple-
jidad de la dimensión «intelectual y moral» de la supremacía
burguesa- no significa caer en una versión idealista que supon-
ga que se puede generar consenso y producir hegemonía más
allá de toda referencia a las condiciones materiales en que se
expresan las relaciones de poder social en cada momento his-
tórico. En palabras del propio Gramsci, este proceso
«presupone indudablemente que se tengan en cuenta los intereses y las
tendencias de los grupos sobre los cuales se ejercerá la hegemonía, que se
forme un cierto equilibrio de compromiso, es decir, que el grupo dirigente
haga sacrificios de orden económico-corporativo; pero también es induda-
ble que estos sacrificios y este compromiso no pueden referirse a lo esencial,
porque si la hegemonía es ético-política no puede dejar de ser también eco-
nómica, no puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva que
el grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica»
(Gramsci, 1999: 138).
Pero si el consumo es decisivo en las actuales formas de pro-
ducción y circulación del capitalismo mundial, las caracterís-
ticas que asume y las pautas valorativas que de él se despren-
den tienen implicancias muy profundas. El consumo es una
realidad objetiva y material que, en nuestro contexto histórico
actual, tiene efectos simbólicos nodales, ya que depende de los
sentidos y valores que los grupos sociales le dan a los objetos y
las actividades de consumo. Es
«una actividad social cuantitativa y cualitativamente central (…) no sólo
porque a él se dedican gran parte de nuestros recursos económicos, tem-
porales y emocionales, sino también porque en él se crean y estructuran
gran parte de nuestras identidades y formas de expresión relacionales; el
consumo es un campo de luchas por la significación de los sujetos sociales
que arranca del dominio de la producción, pero que no la reproduce mecá-
nicamente, sino que con una cierta autonomía, produce y reproduce poder,
dominación y distinción» (Alonso, 2004: 8).
La expansión de bienes de consumo masivo a escala global y
su exposición publicitaria como objetos aspiracionales de al-
cance universal, interpela directamente a grandes porciones de

66
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

las clases medias y populares del planeta, logrando que ope-


ren como una suerte de «cemento» ideológico y cultural del
sistema. Como observó el economista francés Michel Agliet-
ta (1979), el consumo tiende a normalizarse y estandarizarse
conforme las pautas derivadas de las necesidades técnicas del
proceso de trabajo y de la estructura de producción. Se confor-
ma así lo que denomina «norma social de consumo», que va
variando a lo largo del tiempo. Bajo el fordismo, el consumo
masivo se basó en
«la adquisición de los tradicionales bienes de subsistencia única y exclusi-
vamente en su forma mercancía (alimentación, textil, consumos corrientes
en general) y en el acceso a la propiedad individual de nuevas mercancías
(automóvil, mobiliario, primeros electrodomésticos, consumos duraderos,
etc.) que sólo una década antes o no existían o si existían habían sido con-
sumos suntuarios u ostentosos de las clases acomodadas, aunque, en esta
lógica, estos consumos duraderos están debidamente abaratados y norma-
lizados por las grandes series, mientras que productos con análogo valor
de uso funcional, pero convenientemente distinguidos y dignificados en
su presentación seguirán siendo patrimonio de las élites haciendo pesar
todo su valor simbólico, y formando asimismo un juego permanentemen-
te clasificatorio y de creación de aspiraciones que pronto hará entrar a la
industrialización del deseo como máquina económica» (Alonso, 2004:15)
Una de las características de esta norma social de consumo for-
dista era el predominio de la dimensión nacional en la produc-
ción de bienes y servicios y su relación con pautas de relación
social ligadas a ciertos valores de homogeneización relativa en
torno a patrones comunes a escala estatal nacional. El agota-
miento del modelo fordista y los cambios de los modos de pro-
ducción y circulación material en la etapa de la globalización
neoliberal agregaron mayor diversidad y complejidad a las
normas de consumo, que se hicieron internacionales.
«La dinámica de la fragmentación y segmentación del consumo postfor-
dista ha sido una de las más espectaculares: la expansión de la economía
financiera y la creación de un tipo de empleo más o menos especializado de
alta remuneración en el aparato de gestión de esta economía financiera y
en el desarrollo de los nuevos mercados tecnológicos ha servido para con-
solidar y reforzar un nuevo nivel de capas medias-altas promocionistas y
cosmopolitas que ha servido tanto para quebrar el unificador simbólico del

67
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

consumo de masas nacional fordista (basado en el valor ideológico de una


creciente clase media integradora) como para relegitimar y encumbrar un
nuevo consumo ostentoso, en esta época mucho más tecnológico, dinámico
e integrado en la vida cotidiana que los típicos y tradicionales consumos
conspicuos o de lujo de las burguesías tradicionales» (Alonso, 2004:15).
Especialmente, la ola tecnológica a escala global ha inundado
el planeta de celulares, computadoras, televisores, equipos de
música, electrodomésticos de alta gama, automóviles y tam-
bién indumentaria (calzado deportivo, ropa, cosméticos) y
turismo, que se constituyen en una suerte de «artefactos» de
deseo globalizados, que se imponen a través de los medios ma-
sivos de comunicación y las redes sociales. Tales objetos icóni-
cos, además de exacerbar el fetichismo mercantil, operan como
homogeneizadores de las aspiraciones masivas y, a la vez,
como patrones diferenciadores de las jerarquías en función de
las posibilidades de acceso a su goce de cada grupo y clase
social. Como señala Piva, en las últimas dos décadas se produ-
jo una serie de transformaciones en los patrones de consumo,
especialmente de las «clases medias», que se caracteriza por
una creciente internacionalización y homogeneización (Piva,
2019: 203). Los imaginarios de sociedades y culturas naciona-
les se modificaron de modo significativo en los nuevos proce-
sos de desterritorialización productiva y en las nuevas formas
de representación del espacio y el tiempo. Se produjo en esta
etapa un crecimiento exponencial del consumo de mercancías
importadas, además de productos locales con fuerte interna-
cionalización del proceso de producción y de propiedad del
capital. Esto es muy significativo en el consumo tecnológico,
de compras a través de intenet y turismo. Como señala Piva,
«Esto no solo impacta sobre los imaginarios sociales ligados a pautas cul-
turales externas, sino sobre la balanza comercial, ya que para adquirir esos
productos se requieren divisas en creciente magnitud, lo que significa una
puja constante para acceder a ellas. El consumo como variable de diferen-
ciación al interior de las «clases medias» constituye el corazón de la inter-
nacionalización de la «norma de consumo». Los procesos mundiales y lo-
cales que dieron lugar a la internacionalización de la norma de consumo de
las «clases medias» se iniciaron con los primeros avances en el proceso de

68
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

reestructuración del capital durante la última dictadura militar, pero am-


bos se desarrollaron plenamente en los años noventa» (Piva, 2019: 204).
Resulta particularmente significativo que los consumos inter-
nacionalizados tienen la peculiaridad de ser «identitarios», es
decir, resultan clave para la reproducción de la diferencia so-
cial que los constituye como identidad sociopolítica. Esto im-
pacta en la dinámica de la acumulación y en la reproducción
de la dominación política (Piva, 2019: 207)
«Pero las consecuencias más relevantes se dan en el plano político. La in-
ternacionalización de la norma de consumo entre las clases medias y la
consiguiente dolarización del poder de compra, tienden a otorgar un rol
significativo al tipo de cambio bajo en la construcción de consenso entre
esos sectores. Inversamente, las devaluaciones y las restricciones comer-
ciales y cambiarias tienen un fuerte efecto deslegitimador en la medida que
afectan consumos identitarios» (Piva, 2019: 208).
Esto tiene una implicancia muy grande en términos de la cons-
trucción hegemónica y en la conformación de sentidos comu-
nes. Porque la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de
consumo ligadas a los procesos de internacionalización pro-
ductiva atan de manera definitoria las estrategias de política
económica que están en la base de la posibilidad -o no- de su
satisfacción. El acceso a bienes producidos en el exterior o con
patrones definidos externamente, según criterios internaciona-
lizdos que definen normas de consumo dominantes, se vuelve
un componente determinante de la formulación de políticas
económicas nacionales y un aspecto de subordinación clave
para las economías periféricas.
Si tal como ha planteado Tomás Moulián (1998), consumir es
una actividad cotidiana e imprescindible ligada a la reproduc-
ción material, pero también espiritual (cognitiva, sensorial y
emocional), la hipertrofia del consumo a través de múltiples dis-
positivos asentados en cadenas crediticias, de endeudamiento,
subsidios y flujos dinerarios, nos obliga a repensar de manera
más compleja el arraigo de la hegemonía burguesa -e incluso
la persistencia de un «neoliberalismo desde abajo»- en las pro-
pias subjetividades de las clases subalternas, en la medida en
que «el consumo es una mediación y un incentivo que, junto

69
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

al dispositivo de la deuda, impulsa a nuevas modalidades de


creación de valor», a partir de la penetración del sistema finan-
ciero en la economía de los propios sectores populares (Gago,
2014: 218). En este sentido, algunos autores han sugerido que
la dinámica de endeudamiento de los sectores populares en
este último ciclo ha constituido una verdadera «contrarrevo-
lución de la vida cotidiana», en la medida en que la lógica de
la deuda pasa a formar parte del metabolismo basal de la clase
trabajadora y «hace que la satisfacción de necesidades se trans-
forme en una parte esencial de la alienación del trabajador», ya
que a diferencia del endeudamiento de los capitalistas (para
quienes ella se efectúa, por lo general, con fines de lucro), en
el caso de las y los trabajadores las deudas se contraen con
fines de uso (Caffentzis, 2018: 24-26). A su vez, este proceso se
asienta en cuatro pilares clave en el contexto actual del capita-
lismo, que resultan fundamentales a los efectos de sostener en
el tiempo y consolidar la hegemonía neoliberal: «necesidad-
endeudamiento-placer-trabajo». Al decir de Caffentzis,
«en lugar de liberarnos del trabajo, vemos que en este sistema el trabajo
asalariado‹necesita› cada vez más saldar deudas previas antes de comenzar
un nuevo día pero, para afrontar esa necesidad, es imprescindible contraer
otra deuda, y así se crea una maligna serie infinita» (Caffentzis, 2018:
28).
De ahí deviene esta mayor complejidad en el análisis, en la
medida en que, si por un lado el acceso al consumo asegu-
ra dosis importantes de legitimidad política para afirmar el
dominio hegemónico, la insatisfacción, la frustración, el re-
sentimiento por la falta de acceso a tales bienes de consumo
conllevan problemas serios. Pero no solo para el orden domi-
nante, que puede encontrar formas de subalternización seg-
mentada, aplacamiento temporal del deseo o represión parcial
o general de las demandas, sino para las propias estrategias
contrahegemónicas que pretenden romper con las estructuras
dominantes. Porque la frustración por no acceder a las pau-
tas de consumo modelizado, o la indignación por la pérdida o
«robo» de lo adquirido, no lleva ni automática ni fácilmente a
la impugnación del orden existente, sino que pueden motivar

70
Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

reacciones de violencia o de apatía susceptibles de ser metabo-


lizadas por formatos políticos regresivos. De modo que tales
bienes de consumo internacionalizado como objeto de deseo
se convierten, además, en una fuerte barrera a sortear para las
opciones transformadoras que requieran un cuestionamiento
mayor a las formas productivas dominantes y que se planteen
críticas civilizatorias radicales.
En nuestras sociedades (centrales o periféricas) es indudable
que lo que aún persiste es la supremacía materialmente arrai-
gada del capitalismo, a secas, como sistema de organización
sociocultural, con sus pautas de consumo y de acceso a los bie-
nes socialmente producidos, que se convierten en hegemóni-
cas en un sentido laxo. Porque es en la forma de construir la
materialidad de la vida cotidiana donde arraiga la fuerza del
orden vigente. Trascenderlo supone desplegar una batalla in-
telectual y moral muy amplia y de largo aliento, en la medida
en que no solo se trata de cambiar las formas de propiedad de
los medios de producción, sino de reformular el sentido mis-
mo de un sistema de necesidades y un estilo de explotación de
los bienes naturales comunes que pone en riesgo al planeta.
Es por eso que los gobiernos de la región enmarcados en el CI-
NAL han hecho esfuerzos, en mayor o menor medida, por ex-
pandir las fronteras del consumo popular y en ello basaron su
fortaleza política. Sostener el acceso a servicios sociales básicos
y al consumo de bienes de producción masiva son claves para
desplegar hegemonía en las actuales condiciones de desarrollo
material y socio-cultural, al mismo tiempo que, como conquis-
tas de las luchas sociales, poseen una legitimidad material an-
clada en las condiciones de producción del presente difícil de
superar y plena de contradicciones para la disputa intelectual
y moral por el socialismo.
Esto se liga con un punto central, cual es la contradicción entre
la necesidad cortoplacista de obtener los recursos imprescindi-
bles para financiar la redistribución social de modo inmediato
(aprovechar la oportunidad que ofrece la coyuntura económi-
ca mundial) y la de planificar un tipo de desarrollo sustentable

71
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

e integral, que no solo proteja los bienes naturales y el medio


ambiente, sino que sea capaz de superar las visiones produc-
tivistas y consumistas que le dan sustento al capitalismo, sin
por ello renunciar a los niveles de complejidad productiva al-
canzados o a alcanzar por el capitalismo mundial a expensas
de pueblos y naciones vulnerables que no aprovecharon sus
beneficios. Las tensiones entre extractivismo y buen vivir, en-
tre neodesarrollismo y emancipación socialista, que atraviesan
los debates contemporáneos en la región, agregan nuevos ele-
mentos que interpelan las miradas sobre la dimensión estatal
en juego en cada uno de sus términos.6 Desde una perspectiva
crítica, Frei Betto (2017) advertía que estos gobiernos corrían
el riesgo «de sucumbir por la contradicción entre política de
izquierda y economía de derecha», agudizada por una ausen-
cia de un proyecto de formación política coherente e integral,
capaz de quebrantar la condición subalterna de las clases po-
pulares y de tornarlas protagonistas de su propio destino en
tanto sujetos políticos.
Asimismo, como señalaba Lander (2011), las que estuvieron
presentes en los procesos latinoamericanos de impronta popu-
lar fueron lógicas diversas, no siempre fáciles de armonizar.
Las lógicas nacional-popular y socialista ponen el eje en la so-
beranía nacional, la democratización y la distribución de la ri-
queza, lo que implica el fortalecimiento del estado para imple-
mentar políticas públicas favorables a los sectores populares.
La lógica de la decolonización, en cambio, pone el acento en
«la plurinacionalidad, los derechos a las diferencias, la sobera-
nía de los pueblos indígenas en sus territorios, la autonomía de
pueblos, comunidades y movimientos, el pluralismo jurídico,
el rechazo al desarrollismo/extractivismo y el reconocimiento

6 En esta perspectiva, resultan sugestivos algunos de los aportes de los enfoques


«decoloniales» (Lander, Dussel, Quijano, Mignolo, Escobar), que cuestionan las miradas
eurocéntricas e impugnan la idea misma de modernidad occidental. Tales perspectivas
se entrelazan con enfoques anti-extractivistas y que propician la noción de Vivir Bien o
Buen Vivir (Acosta, Prada, Gudynas). Bolívar Echeverría, con su noción del ethos barroco
y su perspectiva de «otra modernidad» posible, es muy relevante en esta discusión, en la
que también podemos incluir las relecturas de los debates sobre la dependencia, donde
Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini, Vania Bambirra y Agustín Cueva marcaron
hitos importantes para el análisis de la especificidad latinoamericana.

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Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

de los derechos de la Madre Tierra» (Lander, 2011: 127). Cada


una de ellas arraiga en diferentes retazos de sentido común y
contienen núcleos de buen sentido propicios para proyectar
estrategias emancipadoras.
Pero articular ambas lógicas es una empresa compleja, así
como temporalidades discordantes, ya que arraigan en histo-
rias, tradiciones, imaginarios y sujetos socio-políticos diversos.
Para lograr su convergencia en senderos comunes hace falta
pasar por arduas negociaciones e intercambios que impliquen
aprendizajes recíprocos y autocuestionamientos reflexivos.
Lander subraya que para avanzar en una confluencia es pre-
ciso hacer una crítica profunda de la experiencia histórica del
socialismo y de las luchas de las izquierdas latinoamericanas
del siglo pasado. Si bien coincidimos con este autor en que esto
es necesario, también lo es tener presente que los horizontes
de emancipación humana no pueden plantearse como meras
utopías deseadas por un pequeño núcleo consciente que alerta
sobre los peligros apocalípticos del capitalismo.
Para que estos horizontes emancipatorios puedan arraigar
en los sectores populares «realmente existentes» (múltiples y
diferenciados), tienen que partir de aquellas experiencias de
vida concreta, que definen materialmente deseos y posibilida-
des de alcanzarlos. La crítica al consumismo irracional, justa e
imprescindible en todo el planeta, necesita engarzarse con la
reivindicación de los bienes necesarios para el pleno desenvol-
vimiento humano en las actuales condiciones de existencia de
la humanidad. La cosmovisión decolonial, ambientalista y an-
ti-productivista puede ser un referente moral incontrastable,
pero la cuestión pasa por elucidar si resulta capaz de acumular
la fuerza necesaria como para encarnar en un proyecto político
de masas con potencialidad anti-sistémica, sin lo cual cualquier
cambio es impensable. Y no es lo mismo batallar contra el con-
sumismo en sociedades opulentas que en aquellas privadas de
los bienes más elementales para la subsistencia digna o en las
que la desigualdad y las injusticias sociales son flagrantes.

73
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

Las perspectivas en disputa, por otra parte, no giran mera-


mente en el plano del discurso político, sino que encarnan en
intereses contradictorios, con mayor o menor poder relativo
y capaces de imponer o bloquear iniciativas. En tal sentido,
cómo encarar procesos productivos que se escapen de la lógi-
ca capitalista, que promuevan condiciones de sustentabilidad
ambiental y social opuestos a los dominantes, que tengan pa-
rámetros de creación de bienes de uso acordes con la apropia-
ción y el disfrute colectivos, requiere mucho más que exponer
sus beneficios y justicia. Es necesario que sean sostenidos por
actores sociales con la capacidad efectiva de pelear por ellos
y de irradiar la hegemonía necesaria sobre el conjunto como
para empezar a materializarlos. Porque no solo se trata de
impugnar a los gobiernos que no quieren o no pueden rom-
per con la lógica de acumulación capitalista en los términos
existentes, sino de generar una batalla intelectual y moral lo
suficientemente amplia y consistente como para que amplios
sectores lleguen a romper con las formas de existencia material
que los arraigan a las condiciones del presente.
Incluso pensadores sumamente críticos del extractivismo,
como Eduardo Gudynas, han reconocido que una estrategia
de transición hacia sociedades posextractivistas, además de
asumir la existencia de ciertas actividades extractivas que son
«genuinamente necesarias», demandará tiempo y, «lejos de
poder hacerse en solitario, requiere ciertos niveles de coordi-
nación dentro de América Latina, o al menos con los países
vecinos» (Gudynas, 2011: 273). En igual sentido, proyectar
hacia el futuro formas de vida alternativa con capacidad de
plasmarse de modo exitoso no puede proceder meramente
de la apelación a la voluntad, sino que se requiere que estén
afincados en sustratos materiales concretos, desde los cuales
puedan desplegarse. La materialidad cotidiana de la inmensa
mayoría de los pueblos está atravesada, directa o indirecta-
mente, por la cultura de consumo internacionalizado, que im-
pacta sobre la conformación de sentidos comunes que tienden
a solidificar la reproducción sistémica de modo diverso. No es
lo mismo, por caso, comprender el sentido de y pelear por la

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Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
largo ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina

soberanía alimentaria en medios rurales y comunitarios que,


en grandes urbes, donde los formatos de producción y distri-
bución de los alimentos se basan en numerosas mediaciones
entre productores y consumidores difíciles de superar a gran
escala. La administración de la salud, la generación y distribu-
ción de energía y de agua, la recolección y disposición de los
residuos, la organización del transporte y las comunicaciones,
etc., son ejemplos palpables de la complejidad que atraviesa a
las sociedades modernas y que, además, conectan inexorable-
mente con la dimensión estatal7. La pluralidad de condiciones
de existencia, urbanas o rurales, poco o densamente pobladas,
prósperas o pauperizadas, con acumulación de infraestructura
o con carencias estructurales, con entramados sociales activos
o débiles, con memoria histórica de luchas o ausencia de ella,
con pluralidad étnica o monoculturalidad, marca incontables
desafíos para disputar la lógica del consumismo medioam-
bientalmente predador, y social y humanamente destructivo.
La disputa intelectual y moral por la hegemonía, la batalla por
desgarrar el sentido común, por desplegar los núcleos de buen
sentido y construir nuevos sentidos para la vida colectiva que
vayan más allá de los márgenes del capitalismo es una tarea
tan inacabada como urgente para los pueblos que vienen im-
pugnando el neoliberalismo con sus luchas, sus logros y sus
caídas desde hace dos décadas. La linterna poderosa que nos
provee la obra de Gramsci servirá para iluminar el rumbo.

Bibliografia
Aglietta, M. (1979), Regulación y crisis del capitalismo. La experiencia de Estados
Unidos, Madrid y México: Siglo XXI.

7 En uno de sus artículos juveniles, Gramsci sintetizó de manera descarnada y sumamente


actual este enorme desafío: «Para la revolución, son necesarios hombres de mente sobria,
hombres que no dejen sin pan las panaderías, que hagan marchar los trenes, que surtan las
fábricas con materias primas y consigan cambiar los productos industriales por productos
agrícolas, que aseguren la integridad y la libertad personal contra las agresiones de los
malhechores, que hagan funcionar el complejo de servicios sociales y no reduzcan al
pueblo a la desesperación y a la demencial matanza interna. El entusiasmo verbal y la
fraseología desenfrenada hace reír (o llorar) cuando uno sólo de esos problemas tiene que
ser resuelto, aunque sólo sea en una aldea de cien habitantes» (Gramsci, 1974: 84)

75
Mabel Thwaites Rey y Hernán Ouviña

Alonso, Luis Enrique (2004) «Las políticas del consumo: transformaciones en el


proceso de trabajo y fragmentación de los estilos de vida», en RES nº 4 pp.
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Notas sobre la disputa hegemónica y el sentido común en el
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78
El laberinto político de la oposición
subalterna. La hegemonía en Colombia,
2016-2019

Miguel Angel Herrera Zgaib

Para empezar: leyendo a Gramsci


¿Cómo se forman estas situaciones de contraste entre «los representados y
los representantes»… En cada país el proceso es distinto, pero el contenido
es el mismo. Y el contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente,
producida o bien porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran em-
presa política suya… o bien porque vastas masas (especialmente de cam-
pesinos y de pequeños burgueses intelectuales) han pasado súbitamente de
la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que
en su inorgánico conjunto constituyen una revolución. Se habla de crisis
de autoridad y en este caso consiste precisamente la crisis de la hegemonía,
o la crisis del Estado en su conjunto. Observaciones sobre algunos aspectos
de la estructura de los partidos políticos en los periodos de crisis orgánica.
(Gramsci, Antonio, Q 13, 23, noviembre de 1933).
El estudioso Giuseppe Cospito, siguiendo la senda investigativa
que trazó Giovanni Francioni en la Oficina Gramsciana (1984),
escribe en su libro El ritmo del pensamiento de Gramsci (2011),
una indagación cronológica sobre el recorrido de la hegemonía
como concepto y su aplicación en la obra histórica del genial
sardo.
Más aún, Cospito afirma que hegemonía es el hilo conductor
de los Quaderni, mientras que la teoría de la sociedad civil o
del Estado sólo son un capítulo de los Cuadernos de la cárcel. A
propósito del estudio de aquella trayectoria del concepto hace

79
Miguel Angel Herrera Zgaib

una primera mención al trabajo seminal Il concetto di egemonia


in Gramsci, cumplido y publicado por Luciano Gruppi en 1972.
Para avanzar con la exposición de Cospito, él dice que Gramsci
adopta «hegemonía» del lenguaje común de la izquierda de su
tiempo. El tema de la hegemonía aparece desde el Q1, cuando
él aboca la problemática del Risorgimento, esto es, la formación
histórico tardía del estado nación en Italia, una formación
capitalista periférica. (Ver parágrafos 43, 44).
De modo más preciso, es en el parágrafo 44, donde la hegemonía
aparece tratada por Gramsci en La dirección política de la clase
antes y después de la llegada al gobierno. (Cospito, 97).
Cospito, este filólogo investigador actual de la obra de
Gramsci, propone definir la carga semántica de la hegemonía,
en razón de sus usos en un amplio espectro de significados y
contextos. La primera mención corresponde a la «hegemonía
política» que alude («»), en verdad, a una acepción débil, en
tanto preeminencia o supremacía.
Bajo esta perspectiva, Cospito cita a otro investigador, Dario
Ragazzini, quien destaca también en la nota mencionada
del Q1 el uso entrecomillado de «dirigente» y «dominante».
Enseguida Cospito propone que en Gramsci hay un uso fuerte
y débil del concepto de hegemonía.
Para cerrar las citas del Q1, conviene destacar el parágrafo
48, donde según Cospito, Gramsci subraya en un régimen
parlamentario monárquico como el de la Italia, un ejercicio
«normal» de la hegemonía, cuando se combinan fuerza y
consenso, sin que la fuerza supere demasiado al consenso, sino
que aparezca apoyada por el consenso de la mayoría a través
de los órganos de la «opinión pública».
Este recuento filológico, siguiendo en parte a Cospito, lo cierro
con la última aparición del término hegemonía en el Q29, 3,
Notas para una Introducción al Estudio de la Gramática, que data
de abril de 1935, en el que es probablemente el último escrito
de Gramsci. Dice así:

80
El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

«…la necesidad de establecer relaciones más íntimas y seguras entre los


grupos dirigentes y la masa popular nacional, o sea de reorganizar la hege-
monía cultural». (Cospito, 98).
Es decir, que ya la citación directa de Gramsci no solamente
alude a la hegemonía política, sino también a la cultural, que
abre el espacio analítico para considerar el papel del sentido
común, la filosofía de los no filósofos, según su propio decir.

Diferencias y similitudes
La previa referencia al trabajo filológico cumplido por
Giuseppe Cospito tiene que ver, primero, con una toma de
posición interpretativa de los Quaderni, a los que denomino los
Borradores de Gramsci, puesto que guardan similitudes con
otros apuntes más célebres, los Grundrisse de Marx. Al respecto
comparto la guía analítica de seguir el ritmo del pensamiento
de Gramsci como él propuso hacerlo con Marx.
Reconozco también la centralidad de la categoría hegemonía,
para, en ella destacar, en cambio, su punto de ruptura, el
arranque de la originalidad del pensamiento gramsciano en
el análisis de la forma intelectual que singulariza el esfuerzo
categorial emprendido en la refundación de la ciencia política
contemporánea.
Ahora bien, sostengo como tesis, en el actual estudio
colaborativo sobre la obra de Gramsci, a partir de mis cursos
en la Universidad Nacional y el Seminario Internacional
Gramsci, que así como Marx descubrió y analizó la forma
mercancía, para explicar a la vez que desentrañar el misterio
del discurso fetichizado de la economía política en las páginas
de los Grundrisse. A su turno, Antonio Gramsci hizo lo propio
con el descubrimiento original y la correspondiente exposición
de otra forma, la forma intelectual, que, en su integralidad
compleja, da cuenta de las claves teórico prácticas del ser y el
funcionamiento de las superestructuras complejas, que no son
otras que la sociedad política y la sociedad civil.

81
Miguel Angel Herrera Zgaib

De este modo, Gramsci cumplió un trabajo filosófico y político


fundamental, ya que mostró en su aplicación concreta el estudio
materialista del quehacer intelectual, de la organización,
reforma y transformación de la cultura en la modernidad.
Pero, a diferencia de Marx, Gramsci no alcanzó a publicar un
volumen de la monumental obra contenida en los Borradores
carcelarios. Es lo que sí logró Marx, quien entregó el primer
volumen de El Capital, revisado estrictamente por él, para su
publicación en 1867.

Cómo leer la hegemonía


La filosofía de la praxis concibe la realidad de las relaciones humanas de
conocimiento como elemento de «hegemonía» política. (Antonio Gramsci,
Q 10, 7.IV).
Todos los hombres son intelectuales, podríamos decir, pero no todos
los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales. (Antonio
Gramsci. Los intelectuales y la organización de la cultura. Edicol, Buenos
Aires, 2018, p. 14).
La lectura que propongo se centra, dicho en forma comprimida,
en el núcleo del concepto Hegemonía, que la pienso como una
categoría heurística que se concreta en y por la forma intelectual.
Este enfoque conlleva una ruptura epistémica, mediante la
cual Antonio Gramsci hizo posible el estudio materialista de
las ideologías orgánicas.
Así definida, la hegemonía entraña el estudio materialista de
los intelectuales y su función en la sociedad. Con respecto a
los intelectuales, Gramsci afirmaba: «Cuando se distingue
entre intelectuales y no intelectuales, en realidad sólo se
hace referencia a la inmediata función social de la categoría
profesional de los intelectuales, es decir, se tiene en cuenta
la dirección en que gravita el mayor peso de la actividad
específica profesional, si en la elaboración intelectual o en el
esfuerzo nervioso-muscular» (Gramsci, 2018: 14).
En suma, todos somos intelectuales; pero de modo específico,
la función intelectual la cumplen sectores especializados,

82
El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

dedicados en forma profesional a la organización de la cultura,


al conocimiento en la sociedad de clases como elemento de
«hegemonía» política.
En la vena de lo ya dicho, el presente es un ejercicio de ciencia
política, en tanto y cuanto tiene que ver con la «hegemonía»,
cuya genealogía comienza con el saber de un moderno, Nicolás
de Maquiavelo. Después la ciencia política refundada es
concebida como Filosofía de la Praxis, que fue la fórmula original
empleada por Antonio Labriola, pedagogo y filósofo, que
definió de ese modo el materialismo práxico; un saber nuevo,
rigoroso hasta donde es posible, de la condición humana, cuyas
premisas Labriola encontró enunciadas por Carlos Marx, de
modo original, en las Tesis sobre Feuerbach (1845).
Del antecedente de Labriola partió Gramsci en su debate
teórico y político con Benedetto Croce. Más aún, las Tesis es
uno de los textos que Gramsci tradujo del alemán estando en
la cárcel fascista de Turi. Ahora, los tres cuadernos de la cárcel
que el sardo dedicó a las traducciones fueron publicados en
2007, Quaderni di traduzioni 1929-1932. Con ellos comenzó la
nueva edición de la obra completa de Gramsci.
Estos cuadernos son parte de la edición nacional de su obra, a
cargo del Istituto de la Enciclopedia Italiana, bajo el cuidado
editorial, filológico y cronológico de un grupo de especialistas
internacionales. Tales cuadernos estuvieron al cuidado de
Giuseppe Cospito y Gianni Francioni.
No es gratuito tampoco aleatorio que el estudio de la
hegemonía como un concreto real, constituido por múltiples
determinaciones, lo cumpliera Antonio Gramsci durante su
vida carcelaria. No lo pudo hacer V.I. Lenin, de quien reconoció
que el estudio y comprensión de la hegemonía estaba in nuce. Es
explicable también este evento, porque en Rusia el desarrollo y
devenir de la sociedad civil moderna era aún gelatinoso, muy
elemental, no existían las condiciones para su despliegue real.
La lectura materialista de la forma intelectual hace posible que
Gramsci fundamente una diferencia política entre Occidente
y Oriente, que él centra en el desarrollo y función propia de

83
Miguel Angel Herrera Zgaib

la sociedad civil moderna. De suyo, esta pareja geopolítica


era de recibo común, aunque de forma laxa en las discusiones
políticas de la Tercera Internacional en los comienzos del siglo
XX. León Trotsky empleaba tal relación en sus escritos en el
seno de la Tercera Internacional.
Ahora bien, la pareja Occidente y Oriente, en los escritos de
Gramsci acerca del Risorgimento, en sus notas de la cárcel, es
prueba también que Italia no clasifica en Oriente, y tampoco
puede rotulársele en Occidente. Italia es, en cambio, una
formación social y política en transición. De ello, Gramsci da
cuenta antes de la prisión, cuando escribió el ensayo inconcluso,
Algunos temas sobre la Cuestión Meridional (1926).
Tal característica advertida para Italia, sirve para pensar otras
formaciones sociales nacionales del capitalismo periférico,
donde la función de dirección, característica de la hegemonía
es descubierta en su compleja dinámica política.
Con estos antecedentes, y esta afinación teórico práctica
analizamos el presente político de Colombia desde una
perspectiva subalterna, en un tiempo de crisis de hegemonía.
Queremos descubrir el carácter renovador o no, de la dirección
política que se proyecta en el ámbito nacional como fruto de la
negociación de paz que concluyó en 2016.

Colombia, coyuntura estratégica y hegemonía política


En el análisis del tercer grado o momento del sistema de las relaciones de
fuerzas existentes en una situación determinada, se puede recurrir con uti-
lidad al concepto que, en la ciencia militar, se denomina «coyuntura estra-
tégica», o sea, con mayor precisión, el grado de preparación estratégica del
escenario de la lucha, uno de cuyos principales elementos está dado por las
condiciones cualitativas del personal dirigente y de las fuerzas activas que
se pueden llamar de primera línea (comprendidas también las de asalto).
(Gramsci, Antonio. Escritos políticos, 1917-1933, p. 367).
Empecemos nuestro recorrido analítico por el proceso político
de Colombia, definiendo la situación puntual que se expresa en
periodo 2016-2019, tratándola como una coyuntura estratégica.

84
El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

Este concepto hace posible aprehender, explicar de modo


tendencial el hacer de los protagonistas en la difícil transición
colombiana, cuando en los hechos dan el paso fundamental de
la guerra regional a la paz nacional.
Tal es el periplo singular que enfrenta a la insurgencia
subalterna y sus aliados con el bloque bipartidista dominante,
cuyo recorrido se extiende de la firma de los Acuerdos de paz
con las Farc-Ep, con el gobierno de Juan Manuel Santos, el 24
de noviembre de 2016 hasta el primer año del gobierno de Iván
Duque, 2018-2019, quien triunfó en la contienda presidencial
con Gustavo Petro, el líder de la Colombia Humana.1
Destacaremos enseguida ciertos aspectos relevantes al
explicar el curso conflictivo del incierto desenlace de la
crisis de hegemonía en Colombia, durante el periodo 2016-
2019. Empleamos el concepto de hegemonía política como
instrumento adecuado para el estudio del proceso de tránsito
a la paz.
Empecemos por diferenciar poder legítimo de dominio en el
sentido weberiano del término. Max Weber mismo estableció
en su sociología política comprensiva tres tipos ideales de la
dominación legítima.
Emplearé la categoría de hegemonía que no es solamente
política para con ella darle desarrollo a la forma intelectual que
es su concreto corazón teórico. Esta operación establece también
distancia con el uso de la legitimación en Jürgen Habermas
al estudiar el capitalismo de los años 60 y 70. Entonces él
disputaba en la sociología alemana con el positivismo funcional
de Niklas Luhmann. Esta confrontación entre la teoría crítica
de la escuela de Frankfurt, segunda época, y la Teoría de los
sistemas no concluyó por el fallecimiento de Luhmann.
Habermas escribió el ensayo Problemas de legitimación en el
capitalismo tardío, donde Weber es la figura principal para

1 Colombia Humana fue una coalición circunstancial de grupos subalternos, liderada


por el progresismo de Gustavo Petro, que incorporó grupos, movimientos sociales y
personalidades, que se probó en la elección presidencial de 2018.

85
Miguel Angel Herrera Zgaib

rectificar el rumbo marxiano. En ningún caso Antonio Gramsci


fue el autor consultado, al que nunca cita Habermas de modo
directo. Dicho lo cual, la legitimidad del dominio se funda en
una creencia determinada, mientras que la hegemonía es un
acto consciente de reconocimiento del interés propio y los de
otros, que es posible articularlos con miras a una acción política
determinada.
Luego del excurso teórico, volvemos a la realidad política
y social de Colombia. Para examinar la estrategia actual
desplegada por el partido de la reacción, liderado por el
expresidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), que confronta la
paz pactada con las Farc-ep, recurriendo otra vez, en la liza
política, al «estado de opinión».
Esta expresión performativa del lenguaje político de la reacción
colombiana complementa en apariencia pero en verdad obvia
las limitaciones constitucionales y legales al ejercicio del poder
ejecutivo, con la excepcionalidad «salida de madre». Sobre
todo, durante el último mandato de Uribe Vélez cuando se
frustró su segunda reelección con la cosecha venenosa de los
falsos positivos.
El estado de opinión, este plebiscito de hecho, le sirvió a la
imposición autoritaria con visos de legalidad: una suerte de
dominación legítima legal justificada popularmente, que
el gobierno medía con encuestas pagadas y controlando el
oligopolio mediático en poder de sus socios beneficiarios del
bloque en el poder real.
Era la contrapartida del bloque dominante que él presidía como
estrategia «adecuada» para enfrentar la actividad autónoma
creciente, desplegada tanto por los grupos subalternos sociales
como la insurgencia subalterna en Colombia.
Este hacer se puso en práctica, después de la primera y
frustrada negociación de paz con la insurgencia de las Farc-
Ep en San Vicente del Caguán, replicando en sentido inverso,
las comparecencias que ocurrieron allí, por la táctica de los
consejos comunitarios que Uribe presidía con regularidad
durante su mandato presidencial.

86
El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

A negociar la paz con política pública de guerra


Sin embargo, la negociación de la paz entre enemigos no
empezó con la presidencia de Álvaro Uribe (2002-2010), sino
con el conservador Andrés Pastrana (1998-2002), cuya promesa
sirvió para ganarle la elección al liberal, Horacio Serpa Uribe,
mediante un acuerdo previo con Manuel Marulanda, la cabeza
de las Farc-ep.
Esa negociación de paz se hizo trizas, después de tres años y
a punto de concretarse en una agenda común. En la crisis de
la negociación, el acuerdo de San Francisco de la Sombra, 5
de octubre de 2001, insistía en una solución política negociada
al conflicto social y armado. Fue un canto de cisne, cuando
experimentó un corte abrupto de parte del presidente Pastrana,
acompañado del casi inmediato uso de la fuerza para las
siguientes 72 horas.
Declarada la guerra, el gobierno contaba ya a su favor con la
firma del Plan Colombia con el gobierno presidido por Bill
Clinton, sumada a la centralización y acciones punitivas de las
Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, emprendidas contra
las poblaciones rurales y semirurales desde el año 1997.
Álvaro Uribe intensificó y generalizó la guerra con la estrategia
de liquidar militar y políticamente a las Farc-EP, que calificó
de narco-terrorista. Ahora contaba también con la cobertura
ideológica más el apoyo de inteligencia y monitoreo electrónico
renovados de la administración de George W. Bush, quien
había declarado la guerra contra el terrorismo a escala global,
después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Así se perfiló sin solución de continuidad el despliegue de la
política pública de guerra, clave de la estrategia contrainsurgente
asumida por el bloque dominante y la fracción reaccionaria
que presidió Uribe durante ocho años.
Esta política pública de acuerdo con Ariel Ávila, estudioso
de la guerra colombiana, se desenvolvió en cuatro líneas de
acción:

87
Miguel Angel Herrera Zgaib

1) De contención, que buscaba sacar a las Farc-Ep del centro


del país, donde venían «sitiando» a Bogotá, la capital;
2) Recuperación del Estado, el plan Consolidación para llevar
el estado a las regiones dominados por los GAI (Grupos
armados ilegales) y por la ilegalidad;
3) Golpes a los GAI de tipo acumulativo, una gestión de
cifras. Las unidades militares eran medidas conforme a sus
resultados operacionales,
4) Guerra mediática para quitarle legitimidad a las insurgen-
cias subalternas, Farc-Ep y Eln, principalmente. (Ver Ávila,
Ariel, 2019: 273,74).
La seguridad democrática partía del presupuesto de una
«guerra total», el calificativo empleado por el Gral. (r) Álvaro
Valencia Tovar; apoyada en la transformación y modernización
militar del ejército y la policía colombiana.
El documento oficial de la política de la Seguridad democrática
la resumía del siguiente modo:
«…el eje de esta política es precisamente lograr el completo
control del territorio por parte del Estado para asegurar el ple-
no imperio de la ley, la gobernabilidad y por ende el fortaleci-
miento del Estado de derecho (Mindefensa Nacional & Presi-
dencia, 2003: 9).

La resistencia de la insurgencia subalterna


La estrategia gubernamental, desplegada entre 2003-2008, pro-
dujo la pérdida de cuatro territorios estratégicos por parte de
la insurgencia subalterna. En 2004, las Farc-Ep ordenaron el re-
pliegue táctico, cuando las unidades guerrilleras ocuparon sus
retaguardias rurales. El caso de Cundinamarca, departamento
del que es capital Bogotá, lo ejemplifica bien, aquí la insurgen-
cia se retiró de corregimientos de 15 municipios. (Ávila, 2019:
323)
Entonces, el estado mayor de las Farc-Ep no pensaba que el
plan Consolidación pasará de 6 meses, pero la ofensiva de las

88
El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

fuerzas militares y de policía continuó. Así que hubo un error


táctico de parte de la guerrilla. (Ávila, 2019: 326).
Paralela con la «guerra total» hubo la acción de las AUC, con
el apoyo abierto o encubierto de las FF.AA. Éstas empezaron
perpetrando masacres contra la población civil. Luego vino el
copamiento del norte de Colombia, la altillanura y los centros
semirurales poblados entre 1997 y el 2007.
La insurgencia resistió la campaña de «liquidación», y pudo
conservar las zonas rurales en las fronteras y el sur del país, su
verdadera retaguardia estratégica, la de las Farc-Ep.
Esta disputa hegemónica en el marco de la sociedad políti-
ca, fue el trasunto político militar que buscó culminar el pro-
ceso de degeneración democrática, o de-democratización,
según caracterización de Paul Tillich, mediante el uso de la
excepcionalidad. Para legitimarla, el bloque dominante le dio
existencia al Régimen para-presidencial en Colombia, que no
Estado mafioso, o Para-estado como lo han propuesto otros
analistas que sostienen la cooptación del Estado a través de la
parapolítica.
Tal era la avanzada, sí, para aclimatar el proyecto reaccionario
gran burgués-terrateniente autodenominado Estado Comuni-
tario, que iba desmontando, a sangre y fuego, el proyecto in-
concluso de democracia representativa pactada entre el bloque
histórico bipartidista dominante, y la oposición entonces lide-
rada por el partido Alianza Democrática/M19, en la Constitu-
yente 1990/91.

El inicio de la para-república en la sociedad civil rural


En el plano regional y local hubo «destrucción de la oposición,
eliminación de la competencia política y creación de autori-
tarismos» (Ávila, 2019:349), o reforzamiento de los existentes.
Los nuevos gobiernos en los territorios son una mezcla de vie-
jo clientelismo y neo-clientelismo armado, donde se superpo-
nen legalidad e ilegalidad.

89
Miguel Angel Herrera Zgaib

El experimento de la autodenominada seguridad democrática


es espeluznante en cifras, no admite comparaciones: algo más
de 8 millones de desplazados, y una cifra superior a 350.000
desapariciones forzadas y asesinatos.
Pero en 2008, quedó igualmente claro que el aplastamiento
de la acción guerrillera no era posible. Y la violación
generalizada de los D.H., perpetrada por las fuerzas regulares
militares y policiales, despertó una campaña internacional de
desprestigio y censura de los demócratas en el poder legislativo
estadounidense. Se pusieron talanqueras y exigieron sanciones
contra la alta dirigencia militar colombiana.
Las altas cortes, bajo estas presiones internas y externas,
declararon inexequible el artículo que vía congreso quería
prolongar cuatro años más el mandato reaccionario de Uribe
Vélez que exigía veinte años para poner en orden la casa.
Sin embargo, hubo una «incubación» de dos años, en para-
lelo, para un intento más de negociar la paz. En el entretan-
to, primero el gobierno aclimató la «desmovilización» de las
AUC, que arrancó con el bloque Cacique Nutibara el 25 de
noviembre de 2003, y que se cerró el 15 de agosto de 2006,
aunque la última entrega de fuerzas paramilitares fue la del
bloque Élmer Cárdenas, sus frentes Pavarandó y Dabeiba, de
los departamentos de Antioquia y Córdoba surtida en abril
de 2006.
Se contabilizaron entonces 38 actos de desmovilización de
las autodefensas, que comprendían 31.689 miembros de los
grupos armados irregulares bajo el mando central de las AUC.2
Ese interregno sentó las bases de una permanencia del régimen
parapresidencial con miras a la cooptación progresiva de los
poderes públicos. Derrotada la segunda reelección de Uribe,
quedó solapado el proyecto de para-república que quiere
extender el Estado comunitario al conjunto de la sociedad
civil, expandiéndose desde las trincheras rurales, el principal

2 Es la información suministrada por la Misión de Apoyo al proceso de paz en Colombia de


la OEA, MAPP, 2007 b: 4.

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El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

campo de batalla de la guerra social que duró más de medio


siglo.
Eso sí, paralelo con esta incubación vino, registra Ariel Ávila,
un proceso de recomposición criminal entre los años 2006-
2008, que definió la agria y violenta disputa por el control de
las rentas locales y regionales. La recomposición parapolítica
abarcó 246 municipios ubicados en 27 departamentos de
Colombia. A los nuevos señores del régimen para-presidencial
los rebautizaron Bacrim (Bandas Criminales) emergentes, en
lugar de las AUC establecidas en 1997.

¿Cuál desmovilización paramilitar?


En suma, no hubo una real desmovilización paramilitar.
Tampoco la extradición de los principales «capos» de las Auc
acabó el paramilitarismo. La orden del presidente Álvaro
Uribe Vélez, trasladándolos de las cárceles colombianas a EUA
en forma expedita, silenció sus denuncias y revelaciones por
un tiempo.
De la metamorfosis de Auc a Bacrim es ejemplar el caso de
los «Rastrojos», en sus orígenes fueron paramilitares y contra-
insurgentes. Ahora siguen lucrándose de las rentas del
narcotráfico, y con un fuerte arraigo en el norte del Valle, donde
nacieron, y extendidos estratégicamente al departamento
fronterizo de Nariño, y el Cauca.
La insurgencia experimentó también un reacomodo, que
produjo la confrontación entre las insurgencias de Farc y el Eln.
El año 2005 fue el de más agudo conflicto en los departamentos
de Cauca, Nariño y Arauca. El inicio del conflicto fue Nariño
al terminar la negociación de paz en San Vicente del Caguán.
Las Farc solicitaron la devolución de los territorios que ocupó
el Eln durante aquella negociación.
En simultánea la Bacrim de los Rastrojos, atacó a las Farc en
el Cauca, al tiempo que lo hacían también la fuerza pública, y
el Eln. Cuando las Farc se desplazaron hacia la costa Pacífica,
el Eln hizo un pacto de no agresión con los Rastrojos, seguido

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Miguel Angel Herrera Zgaib

de otro que cesó la guerra entre ambas guerrillas en febrero de


2010.
En Arauca, el Eln derrotó a las Farc-Ep. Pero se afectaron sus
bases sociales, produciéndose los consabidos desplazamientos,
más severos que los producidos por las incursiones
paramilitares. La guerra la zanjaron con un reparto de rentas y
corredores de movilidad y abastecimiento.
Tal es la antesala de la siguiente etapa, con las Auc convertidas
en Bacrim, y las Farc y el Eln con un control reducido casi
a la mitad de los municipios de antes de la negociación del
Caguán. Ahora la política pública de guerra experimentó una
variación en las dos presidencias de Juan Manuel Santos, quien
se encargó de orquestar la segunda negociación de paz con la
dirigencia de las Farc-Ep.
Hubo negociaciones secretas que empezaron cuando él
se desempeñaba como ministro de defensa de la segunda
presidencia de Uribe. Al ser electo presidente anunció formal
que las llaves de la paz no estaban perdidas.

El resultado de la guerra social interna


La renovada iniciativa de paz se dirigía a finalizar la guerra
social en el país rural, en el país rural y semirural. Primero,
negociándola el bloque dominante bipartidista y la insurgencia
subalterna de las Farc-Ep, filomarxista y de base campesina.
Era el final de una confrontación armada de más el medio
siglo, que dejó, eso sí, disidencias primero, y reservas de parte
del estado mayor que firmó la paz.
El presidente Santos, electo en 2010 precipitó el resultado de
negociar la paz, luego del fracaso de la negociación de paz
con las Farc-Ep, y la rendición que no se produjo durante la
doble presidencia del neoconservador Álvaro Uribe Vélez. La
guerra de liquidación del enemigo interno bajo el membrete de
«Seguridad Democrática» contra la narco-guerrilla con apoyo
directo y el involucramiento del gobierno estadounidense, y tres
de sus presidentes, mediante el Plan Colombia, sí contribuyó

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El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

mucho a la estrategia contrainsurgente, pues dotó al gobierno


de poder de fuego aéreo, y monitoreo y espionaje electrónico,
y casi medio millón de militares y policías en armas.
Entre los años 2002-2010, esto hizo posible el control y la
defensa de las grandes capitales, centros de producción,
finanzas y comercio, que eran amenazadas por los movimientos
estratégicos de las guerrillas, y el despeje de las principales vías
de comunicación del país. Al fin de cuentas, las Farc tuvieron
que abandonar el centro, después de las operaciones Libertad
I, II, lanzadas contra ellas en Cundinamarca; se refugiaron en
el sur del Meta, y luego a la periferia.
A su turno, el Eln, con menos capacidad político militar, y
otra estrategia de relacionamiento con la población civil, había
vivido con crudeza el ataque del paramilitarismo, y ante la
expansión paramilitar resistió, y no pocos analistas afirman
que sufrió una derrota estratégica en el más intenso periodo
de la guerra social lanzada contra la insurgencia subalterna y
sus bases sociales.
El hecho es que, haciendo un balance del relacionamiento
que tenían las guerrillas con la sociedad civil rural a 2016 era
el siguiente. Las dos principales, Farc y Eln operaron en 281
municipios, distribuidos así, Farc-Ep en 242, mientras que el
Eln lo hacía en 99. La cifra total es ésta, porque se entrecruzan
en varios de ellos.
En la mayoría de estos municipios, 190, después de 2016,
siguen predominando economías de guerra, y la civilidad no se
avizora a corto plazo, por lo que la seguridad es el hueso duro
de roer, para el siguiente gobierno. Porque la reproducción
de la existencia social cotidiana de más de 10 millones de
colombianos, pobres, campesinos medios, y minorías étnicas,
está basada en la suerte marcial de las economías ilegales.
En estas municipalidades «recuperadas» se intentó el plan
Consolidación para sembrar la democracia, a partir del año 2007;
pero el Estado fracasó casi sin excepción. Entre otras razones
porque sus cuerpos armados no doblegaron a las Farc-ep, su
principal antagonista, como lo quería su principal estratega, el

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Miguel Angel Herrera Zgaib

general Mora Rangel, quien participó luego de los acuerdos de


La Habana.
La situación se aclaró en el interregno entre los años 2008 y
2009. Con esa experiencia a la vista, el mindefensa de entonces,
Juan Manuel Santos, columbró de nuevo la salida negociada
del conflicto armado con las Farc-ep, después de ocho cruentos
años de interrupción.
La paz se pactó con las Farc-Ep retraídas de sus áreas de in-
fluencia. El balance para el año 2015, antes del cese bilateral al
fuego era, según el estudio de Ariel Ávila, Detrás de la guerra
en Colombia, que seguían operando en 17 subregiones y en 241
municipios, mientras que para el año 2002, su presencia estaba
en 20 regiones y abarcaban 330 municipios. En suma, las Farc-
ep, luego de lanzada la «guerra total» habían perdido 89 muni-
cipios, pero no estaban derrotados. (Ávila, 2019: 450).

¿Una letanía por la clase media?


Bajo el cielo nublado de la nueva paz pactada entre las Farc-ep
y el segundo gobierno de Juan Manuel Santos, reelecto por la
ciudadanía con tal motivación en vilo, la nueva sociedad civil
de Colombia, con presencia ampliada de su clase media, casi
experimenta un vuelco democrático sin precedentes en mate-
ria de representación política institucional, el 17 de junio de
2018.
Este vuelco, con el clima del posconflicto, tuvo dos protagonis-
tas principales en el escenario democrático representativo: di-
ferentes sectores de la clase media ampliada por las bonanzas
del narcotráfico y el extractivismo, que, sin embargó se movi-
lizó y fracturó en lo electoral por diferentes preferencias, que
a la postre concurrieron en dos bloques electorales opuestos,
para votar el nuevo presidente.
El otro contingente electoral protagonista tuvo otra filiación, la
nutrida presencia de los de abajo, los pobladores de los territo-
rios martirizados, el campesinado empobrecido por la guerra
irregular que produjo desastres humanos y ecológicos a gra-

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El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

nel. Estos primero probaron su voluntad democrática, ganado


el plebiscito por la paz al partido de la guerra en la geografía
rural.
Después que se perdió el plebiscito convocado por el gobierno,
por algo más de 52.000 votos, que actuó con notable displicencia
y abandono de la propaganda necesaria para desenmascarar las
fake news y el desprestigio orquestado por los detractores, el
uribismo y las sectas religiosas cristianas, sus aliadas, este con-
tingente siguió contribuyendo al trámite de la paz de confusas
definiciones; pero ya desprovisto de las 16 curules para cámara
de representantes que habían sido pactadas con la insurgencia
de las Farc-Ep en los acuerdos originales de La Habana
En cualquier caso la paz prosperó vía Congreso; obtuvo el aval
de la Corte Suprema de Justicia, a pesar del fraude que espeta-
ba, alegaba la reacción política, y la derecha aliada, con parte
del centro proclive a las soluciones guerreristas. Este bloque
reclamó por todos los medios a su alcance que respetaran su
triunfo en el plebiscito del 2 de octubre de 2016.
Los nuevos episodios políticos, en la presente coyuntura estra-
tégica que se abre en 1999, está ahora signada, en el trayecto
2016-2019, por el fin de la guerra social contra los subalternos
insurrectos. Esta instancia que abre el tiempo del posconflicto
se expresa de modo contradictorio en la letanía de la clase me-
dia dividida. Tal y como apareció validado en los resultados
de la elección de congreso, que está separada de las elecciones
territoriales (1986), y las presidenciales.
El resultado de la elección de congresistas dejó el espectro po-
lítico en claroscuro sin mayorías claras para los dos frentes po-
líticos principales, los adversarios en la disputa por la sociedad
civil: el bloque de la reacción, dispuesto a la guerra, identifi-
cado con la paz reaccionaria; y el bloque progresista jugado
por la paz ya pactada, esto es, la paz neoliberal que prohibió
de modo expreso tocar el modelo neoliberal, extractivista y
agroexportador.
Como mediador apareció el centro político, nutrido en gran
parte de una amplia franja de sectores medios que habían re-

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Miguel Angel Herrera Zgaib

partido preferencias, entre Gustavo Petro, y la Colombia Hu-


mana, Sergio Fajardo, de Compromiso Colombia, e Iván Du-
que del Centro Democrático. Eran depositarios individuales
de la idea inconsulta de ser fiel de la balanza en el posconflicto.
El segundo momento vino con el ballotage presidencial en
2018. Reveló en definitiva, el alinderamiento de la clase media,
en materia de fuerzas políticas efectivas que se venía «cuajan-
do» desde la votación del plebiscito el 2 de octubre de 2016, la
elección para Congreso, y la primera vuelta presidencial.
Esta definición, de cara al proceso de paz, para defender o des-
calificar la inmediata participación política de la exguerrilla y
su dirigencia, la abstención cantada de Sergio Fajardo inclinó
la balanza en favor de la elección de Iván Duque, la joven fi-
gura de la reacción, apadrinada por el Centro Democrático, el
partido creado por el expresidente Álvaro Uribe, cuando fra-
casó su segunda reelección.
El ballotage determinó la existencia de dos claros bloques po-
lítico- electorales, de derecha e izquierda, en la disputa hege-
mónica que permite la sociedad política liberal colombiana en
proceso de aclimatar una real oposición.
De un lado se delinea y reconoce la recomposición del bloque
dominante con la reacción uribista al comando, con el gana-
dor, Iván Duque; la derecha conservadora, su principal asocia-
da que obtuvo la vicepresidente, Martha Lucía Ramírez, y el
centro neoliberal, con sectores provenientes del Liberalismo,
Compromiso Ciudadano y expresiones político-religiosas fun-
damentalistas.
Del otro lado, su adversario, el bloque de la oposición subalter-
na, la nueva ciudadanía pluralista, con el liderazgo de Gustavo
Petro y el progresismo de la Colombia humana, la izquierda
proveniente del PDA, la FARC y grupos regio-locales meno-
res; una tercera parte del centro liberal rebelde a la dirección
de César Gaviria; los independientes, y las minorías afro, indí-
genas, de género.

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El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

Estas nomenclaturas provisionales permitieron, igualmente,


en un escenario nacional, con el menor número de acciones
bélicas, probar las virtudes y defectos del binomio gobierno
oposición. Esta experiencia sólo vivió antes de la Constituyen-
te de 1991, una cortísima luna de miel durante la presidencia
de Virgilio Barco.

¿Es posible quebrarle el espinazo al bipartidismo?


Haciendo un poco de historia, antes de la disputa presidencial
de 2018, donde el repunte del candidato de la oposición, Gus-
tavo Petro cosechó más de 8 millones de votos, el bipartidismo
liberal conservador había experimentado dos momentos críti-
cos en materia de elección presidencial.
El primero ocurrió a los 12 años de existencia del Frente Na-
cional, cuando el candidato por turno fue Misael Pastrana Bo-
rrero, y su contendor, Gustavo Rojas Pinilla, que antes presidió
una dictadura militar consentida por el bipartidismo. Hasta
hoy se sostiene sin prueba documentada que él fue el ganador,
pero no lo fue en los escrutinios oficiales, interrumpidos du-
rante el mismo día del conteo electoral. Tal fue el origen de la
guerrilla urbana M 19, Movimiento 19 de abril, que fue la fecha
del «alegado» robo de la elección presidencial.
El segundo intento por disolver el Frente bipartidista liberal/
conservador coincidió con la más cruda embestida político
militar de Pablo Escobar, levantado en armas contra la extra-
dición de narcos,3y en uso discrecional del terror urbano. La
extradición fue la estrategia que implementó el gobierno de
Belisario Betancur para aplacar la acción de la narco-mafia,
luego del asesinato de su ministro de justicia, Rodrigo Lara
Bonilla, y otras figuras de la rama jurisdiccional víctimas del
narcotráfico.

3 El primer intento ocurrió en la elección presidencial del 19 de abril de 1970, con el general
Gustavo Rojas Pinilla por la ANAPO, absuelto por el senado y en rebeldía contra el
candidato oficial del Frente Nacional.

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Miguel Angel Herrera Zgaib

Entonces el desafío del acuerdo bipartidista por una tercería


emergente se tradujo en la eliminación física de tres reformistas
dispuestos a presidir el gobierno nacional: Luis Carlos Galán
Sarmiento, Nuevo Liberalismo, 18 de agosto de 1989; Carlos
Pizarro León Gómez, M19, 26 de abril de 1990, y Bernardo
Jaramillo Ossa de la Unión Patriótica, asesinado el 22 de marzo
de 1990.
El tercer intento de superar el bipartidismo aparecía teniendo
como laboratorio la paz con las Farc, firmada en 2016. La
prueba era el ciclo de elecciones con los ejercicios preliminares
para escoger sus candidatos a congreso y a presidencia.
La primera prueba estuvo marcada con los guarismos de la
elección separada para Congreso. Esta separación alivió la causa
del país político dominado aún por el bipartidismo; siempre que
su hegemonía sobre la sociedad política está en riesgo le sirve de
trinchera. La «clase política» estuvo ayudada por la presencia de
una clase media dividida entre la paz y la guerra.
Así la crisis política y la crisis social precipitándose por los
altísimos índices de desempleo, pobreza e inequidad le
respondió un enconado debate presidencial entre Iván Duque
y Gustavo Petro, quienes blandieron dos modelos de desarrollo
económico y social a escoger por los electores.
La defensa electoral del orden bipartidista degenerado, la
persistencia del régimen parapresidencial heredado de la
guerra tenía casamatas bien puestas en departamentos y
municipios, de donde salieron electos más de la tercera parte
de los congresistas, antes procesados y condenados por
parapolítica, la mayoría, y proporciones similares de alcaldes,
diputados y concejales que fueron procesados y sancionados
en menor medida.
El mapa de los resultados del plebiscito de 2016, anticipó en
parte, qué podía ocurrir en la segunda vuelta presidencial. El
mapa destacó de nuevo el peso de la región centro del país, la
más urbanizada, que le dio en su conjunto el triunfo al «No»
contra la paz, y al candidato Iván Duque de la reacción y la
derecha, el 17 de junio de 2018.

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El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

Esta separación institucional previene, en caso que haya un


repunte intempestivo anti establecimiento, que los votos
depositados por la candidatura opositora se traduzcan en una
relación proporcional al número de votos que ésta reciba, y,
de contera, un número de congresistas efectivamente electos
por el conjunto de votos depositados por la misma fuerza
opositora que le haga posible ganar, y gobernar luego sin
tantos sobresaltos.
Esta vez el ganador, Iván Duque, consiguió en segunda vuelta
10.373.080 (53,98%) de los votantes. En la primera vuelta
obtuvo 7.616.857 votos. Antes, su partido, el CD, compartió
el más alto porcentaje de senadores electos, 19, mientras que
su rival presidencial Gustavo Petro obtuvo 8.034.189 (41,81%),
y 4.859.069 en la primera vuelta. Con esa votación sólo logró
elegir antes a un senador, y perdió la disputa de un segundo
curul senatorial, por lo pronto.
En suma, el diseño electoral presente continúa estando al
servicio del en «apariencia» fenecido Frente nacional clasista.
Este nació para poner fin a la gran violencia de una guerra civil
bipartidista, liberal/conservadora en diciembre de 1957. Dicho
pacto no logró parar la siguiente guerra social, pero sí instauró
una dictadura civil, que siguió obrando con la excepcionalidad
del estado de sitio sin cortapisas, hasta su reglamentación en
la nueva Constitución de 1991. Mantuvo de manera larvada
la guerra en el campo durante la vigencia de aquel acuerdo
excluyente de terceras fuerzas políticas, que terminó con el
nuevo orden constitucional.
Los subalternos sociales eran orientados tanto por las
disidencias del bipartidismo, que votaron contra el Frente
nacional, como las renacientes fuerzas de la izquierda socialista
y comunistas que tuvieron importante presencia antes, en las
dos primeras décadas en la Colombia del siglo XX.
Mientras que en los campos de Colombia, en las zonas
periféricas, distintas al centro del país, y ciertas áreas
urbanizadas del norte y el sur y occidente, reinó un orden
marcial, hasta que en la primera mitad de los años 80 del siglo

99
Miguel Angel Herrera Zgaib

pasado, la guerra empezó a superar los lindes rurales y asediar


en las fronteras de las ciudades principales.

La segunda vuelta de la guerra y la paz


«El No al plebiscito no es un no a la paz ni se puede considerar así. Hay
que hacer una sumatoria que permita que la terminación del conflicto goce
de un mayor respaldo. Las FARC seguramente van a decir que ellos nego-
ciaron con el presidente y aspiran a que el acuerdo se cumpla; o sea que el
presidente deberá resolver los obstáculos. Se van a tener que auscultar las
posibilidades de renegociar». (Víctor G. Ricardo a BBC Mundo).
Como antesala al ballotage presidencial ocurrieron los
alinderamientos de las diferentes fuerzas, después de la
pérdida del plebiscito. Concluyeron ordenados para el
«combate de la representación» en dos campos: la guerra y la
paz. Uno con el doble liderazgo de Duque/Uribe, del partido
Centro Democrático, CD; y el otro con la conducción de Petro/
Robledo, un ensamblaje circunstancial entre la Colombia
Humana y el Polo Democrático Alternativo, PDA.
Entre los bloques de la guerra y la paz, se ubicaron, para pro-
bar suerte electoral el liberalismo de clase media que tuvo a
Humberto de la Calle como campeón, quien torció el brazo por
el voto en blanco; mientras que la mayoría congresional del
liberalismo, siguió a su jefe César Gaviria, quien votó por Iván
Duque.
La decisión del expresidente Gaviria (1990-1994), que fuera
presidente en reemplazo del asesinado Luis Carlos Galán,
dejó al partido de las reformas «boquiando» luego de haber
defendido los acuerdos de paz; y, de contera, a la clase media
que lo seguía sirviéndole de manera vergozante a este entierro
de segunda y a plazos para la paz pactada con la insurgencia
subalterna.
La Coalición Colombia, con dos de sus principales adalides,
Sergio Fajardo y Jorge Enrique Robledo, hicieron lo propio,
al hacer público su voto en blanco, a contravía de la mitad de
sus huestes, y Jorge E. Robledo, de lo dispuesto por la mayoría

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El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

del PDA. Ellos, con aspiraciones presidenciales aplazadas, no


acompañaron a Gustavo Petro, lo que decidieron los demás
líderes de la coalición, Antanas, Claudia y Antonio; preocupados
los tres por anticipado, eso sí, por la suerte de la alcaldía de la
capital, que a la postre disputa Claudia López en el año 2019.
Entre los años 2010 y 2018, en materia político procesual,
Colombia experimenta un tiempo definido, usando a Gramsci,
como una coyuntura estratégica, la principal del último medio
siglo, puesto que corresponde al desenlace de una crisis de
hegemonía de la dominación de signo bipartidista.
Pues bien, leída esta coyuntura en términos socio-políticos,
se viene produciendo una mutación en el sentido común
dominante sobre la pequeña burguesía, sujeta por casi dos
siglos a una tutela ideológica bipartidista.
En el último ciclo eleccionario del año 2018, esta clase media
se partió en dos: un contigente variopinto tomó el rumbo
marcado por la alianza estratégica de la reacción y la derecha;
y el otro, siguió el que le indicó el progresismo liberal y la
izquierda democrática.
Hechas las cuentas, tomando como referencia a la segunda
vuelta, se hizo evidente que las dos terceras partes de la pequeña
burguesía se inclinaron por favorecer la opción reaccionaria,
y fortalecieron sus prejuicios anti-igualitarios, lo que significa
bloquear el desarrollo progresista de la Constitución de 1991,
en particular los artículos 11, y 13. La pequeña burguesía en sus
diversos sectores sigue sin entender que puede ser la igualdad
social, puesto que rema y sobreagua en un mar de privilegios,
cuya parte de león conservan siempre la reacción y la derecha.
De otra parte, revisando el conjunto de los grupos y clases
subalternas de Colombia, presentan también una disonancia
histórica que es casi constante. Porque dos tercios de los pobres
del campo y la ciudad, alrededor del 40 % no votan, se abstienen,
son indiferentes a la suerte de la política entendida como cambio
o continuidad del gobierno periódico. Porque, el grueso de
los subalternos, poco o casi nada esperan de las élites políticas
gobernantes, el país político divorciado del resto del país

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Miguel Angel Herrera Zgaib

nacional4 en el sentido que sus decisiones y promesas quieran


en efecto modificar en lo sustancial a una nación que según
estadísticas confiables, es la tercera más desigual de la tierra.

La puja por la otra paz: Santos, el Eln y Duque


Desde diciembre de 2017 supo la nación que la negociación
previa de la paz entre el gobierno y el Eln no marchaba bien.
El síntoma fue el regreso del primer negociador oficial, Juan
Camilo Restrepo, quien pretextó asuntos personales, y su
reemplazo por el costeño Gustavo Bell, quien fuera presidente,
y tiene intereses académicos en la historia nacional.
Antes de terminar el plazo del cese al fuego bilateral, un día
antes, el presidente Santos dijo que había interés de parte del
gobierno de prorrogar el cese de las acciones hostiles. Pero ya
la comandancia del Eln había preparado acciones de respuesta
en diferentes puntos, donde es importante su presencia.
La última de sus operaciones comando ocurrió en Ricaurte
(Nariño), contra el oleoducto que moviliza el crudo desde los
campos de Putumayo. Fue un día después de la visita de Santos
a Tumaco, que tuvo que aplazarla a raíz del ataque anterior del
Eln, en que murió un soldado.
Este oleducto es clara muestra de la contradicción entre
modernización y atraso. Es el blanco recurrente, hasta el absurdo
de la acción no sólo de la guerrilla, sino de la delincuencia
común, y la que está vinculada con el narcotráfico.
Es una rutina conocida de los pobladores indígenas Awa,
colonos de diversas procedencias, y trabajadores itinerantes,
que pueblan nuestra versión del antiguo Oeste, en espera que
la civilización tantas veces anunciada los cobije de manera
incluyente. Llorente es la antesala al drama social, económico
y político de Tumaco, donde miles de subalternos de todas

4 País político y país nacional fueron las expresiones acuñadas por el líder liberal popular
Jorge Eliécer Gaitán, asesinado el 9 de abril de 1948, cuando se pronosticaba que sería
el ganador de la presidencia de Colombia que tendría que disputar, esta vez contra la
candidatura conservadora.

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El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

las etnias se reparten la miseria, y sirven a la acumulación del


capital, tanto la originaria como la que ocurre por desposesión
en los alrededores.
Pero, la negociación de la paz, primero sellada con las Farc-ep,
luego interrumpida con el Eln, la heredó el nuevo presidente,
a regañadientes ambas. Duque enfiló de una parte sus baterías
contra la JEP, con el apoyo a toda máquina de quien fuera
el fiscal de la nación, Humberto Martínez, y por otro lado a
levantar las objeciones a su reglamentación hasta más no
poder. En este respecto, el presidente ejerció las objeciones por
conveniencia y perdió la causa ante la Corte Constitucional.
En cuanto a la negociación de paz con los elenos, los dejó
plantados en La Habana, exigiéndoles condiciones imposibles
de cumplir por éstos, un cese unilateral de hostilidades en todo
el territorio nacional, y un fin a los secuestros, que la guerrilla,
de modo general llama retenciones cuando se trata de fuerzas
armadas, y la hace parte de la guerra que libra contra el Estado
desde su creación.
En el entretanto, el gobierno arreció los ataques en las zonas
de influencia guerrillera, y apretó sus acciones sobre la
retaguardia estratégica del Eln, que tiene asiento principal en
el departamento de Arauca, en zonas de frontera, después de
los ataques a cargo de la expansión paramilitar de 1997 hasta
la desmovilización de los frentes principales de las AUC, en la
zona del Magdalena Medio, y en los departamentos de Sucre,
Cesar, Córdoba y Antioquia; y la fragilidad táctica que se
derivaba de impedir los cultivos ilícitos y alejarse del negocio
del narcotráfico hasta el año 2012.
Ariel Ávila, en Detrás de la guerra en Colombia, sostenía, y no le
falta verdad, que la historia del Eln como grupo armado ilegal,
en nuestro término como insurgencia subalterna, se puede
periodizar. El cuarto periodo se extiende «Entre 2005-2008…el
periodo denominado de marginamiento y la resistencia pasiva.
Y el último (que) se dio luego de 2008, que se podría denominar
de estabilización y crecimiento marginal». (AVILA, 2019: 387).

103
Miguel Angel Herrera Zgaib

Antes, habíamos comentado que el mismo autor hablaba que


a raíz de la expansión paramilitar exitosa en buena parte de
las zonas de influencia, y cogobierno popular ensayado por el
Eln, estas fueron barridas y se produjo su derrota estratégica.
Sin embargo para el año 2016, el Eln mantenía presencia en 99
municipios.
Desde el IV Congreso el Eln, en 2006, se dedicó a resistir por
una parte, y de otra a reconstruir y recomponer su dirección y
fuerzas de combate. Para 2011, aclimató y consolidó una base
para la expansión en Arauca, con la presencia de 7 compañías
(Ávila, 2019: 486).
El siguiente paso fue resolver su relación conflictiva de
colaboración con Los Rastrojos, que estaba prácticamente
resuelta para el año 2013. Y de otra parte recuperar y fortalecer
el debilitado Frente de guerra urbano, cuya creación data
también del año 2006, que tiene presencia en Bogotá, Medellín,
Cali, Barranquilla, y menos en Cúcuta y Bucaramanga. (Ávila,
2019:503).
Al producirse la paz con las Farc-Ep, 19 municipios en los que
estaban fueron ocupados por el Eln, según lo presenta el mapa
de la Fundación Paz y Reconciliación, 2018, que incluye el
libro del investigador de ésta, Ariel Ávila. Y esta organización
continuó presionando al gobierno entrante para reanudar la
negociación de paz, reclamando la presencia de los nuevos
negociadores. Lo cual no ocurría, y se respondía con las
exigencias previas.
En este tire y afloje viene la operación de comando militar
contra la escuela de Policía José María Córdoba, con un
atentado el 17 de enero de 2019, con la explosión de un carro
bomba que produce un número considerable de muertes de
cadetes, 22, y el conductor del vehículo, y más de 100 heridos.
La reacción drástica del gobierno fue la respuesta a esta acción
de guerra, terrorista para el gobierno, que ahora sí, dio por
oficiosamente terminadas las negociaciones de paz, y ordenó
la captura de toda la dirigencia, incluidos los negociadores del
Eln, en La Habana.

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El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

El 21 de enero de este año, el Eln respondió y asumió la


responsabilidad del acto, reclamando que lo hizo en uso del
derecho de guerra, y en retaliación a las acciones ofensivas del
gobierno realizadas contra sus unidades durante el tiempo de
cese unilateral del fuego, hecho por esta guerrilla.
Los últimos episodios de esta guerra tienen que ver con las
solicitudes de extradición que le ha hecho el gobierno Duque
al nuevo presidente de Cuba, para con los negociadores del
Eln, lo cual no podrá prosperar, porque implicaría desconocer
los protocolos firmados para darle inicio a las negociaciones,
que establece que de no prosperar éstas, los estados garantes y
la ONU, han de garantizar el regreso de los negociadores a un
lugar seguro, con las debidas garantías.

La verdad efectiva de la cosa


El régimen para-presidencial continúa, pero para conseguirlo
tuvo el concurso voluntario de buena parte de la pequeña
burguesía, los sectores medios, que hizo causa común con la
oligarquía gran burgués terrateniente dizque para preservar
su propiedad privada, y sus libertades individuales en riesgo.
Amenazados por un embozado castro-chavista, Gustavo
Petro, el exguerrillero del M19, quien fue torturado durante
la presidencia de Julio César Turbay, de quien fue gobernador
de Antioquia, el progenitor del actual presidente Iván Duque.
La pequeña burguesía se disfrazó de centro y de blanco. El
resultado está a la vista. Sigue presa de la vulgata neoliberal.
Ella sigue sujeta a la hegemonía económica de la propiedad
privada, y del aparato burocrático que la emplea. Juzga
como sacrosanta e inviolable a la propiedad privada, y
siente escalofríos ante la función social de ésta, que insiste en
recuperar el progresismo del siglo XXI.
En el orden constitucional colombiano, el reformismo social
y económico tiene un sitio constitucional desde 1934, con
mínimos desarrollos, porque no es de buen recibo todavía, para
parte considerable de la vieja y nueva clase media colombiana;

105
Miguel Angel Herrera Zgaib

porque, sujeta al sentido común neoliberal dominante, supone


poner en entredicho el ascenso social de los diversos sectores
que la integran, y que aspiran molecularmente a ser burgueses
a plenitud en el tercer país más desigual del planeta.
Los cuatro años que arrancaron en 2018, con la elección
presidencial de Iván Duque, tienen por delante la disputa
hegemónica, y como primera gran tarea del bloque
reaccionario y de derecha quebrarle el espinazo a la oposición
de progresistas y demócratas, cuyo liderazgo reconoscible está
encabezado por Gustavo Petro.
A este liderazgo, por su parte, le corresponde conseguir
desbloquear en la guerra de posiciones democrática, el curso
debido de la revolución democrática, que, por lo pronto,
quedó estancada una vez más entre el Escila y el Caribdis de
una guerra en lo militar y político mal curada, que ha dado
pie al nacimiento de disidencias y «separación» de una parte
importante de la dirigencia de la Farc-ep, que suscribió los
acuerdos de paz en La Habana y Bogotá.
Es necesario, igualmente, que los pobres del campo subalternos,
y los campesinos pequeños y medianos construyan una suerte
de partido agrario, estableciendo una confluencia entre dos
experiencias aglutinantes que aparecieron en el crudo curso
de la guerra, Marcha Patriótica y Congreso de los Pueblos, que
han venido perdiendo protagonismo entre los años 2016-2019.
Para esta revitalización de la lucha democrática, por la conducción
de la sociedad civil y sus múltiples organizaciones, corresponde
a la oposición una tarea hercúlea; y a los subalternos sociales
mover una inmensa reforma intelectual y moral que tiene en
la lucha contra la corrupción y en la defensa y ampliación de la
educación y la universidad pública los catalizadores principales
que faciliten la emergencia de un frente plural.

La disputa por la hegemonía


Unos y otros parecen a la espera, en medio de «una calma
chicha». Con la expectativa de qué resultados arrojarán las

106
El laberinto político de la oposición subalterna. La hegemonía en Colombia, 2016-2019

elecciones territoriales el próximo 27 de octubre. No aparecen


grandes novedades, con la excepción de Bogotá, donde hay
una suerte de foto finish, entre el candidato que se autocalifica
de independiente, Carlos Fernando Galán, hijo del sacrificado
candidato presidencial, Luis Carlos Galán Sarmiento, cuya
muerte cumplió 30 años, con autoría intelectual desconocida;
y Claudia López, una política de centro, con el apoyo de la
izquierda del PDA, que ha develado los crímenes de la
parapolítica, y confrontado al expresidente Álvaro Uribe
Vélez, como responsable del régimen parapresidencial.
No pocos analistas piensan, que en estas elecciones de 2019
habrá un avance del Centro Democrático, CD, el partido del
presidente Iván Duque, pese a que el expresidente Álvaro Uribe
Vélez tiene una indagatoria a la espera de qué decida la Corte
Suprema de Justicia, en relación con la probable acusación por
fraude y soborno a testigos. Pero tendría que avanzar aquel, el
CD imponiéndose con sus aliados sobre las fuerzas Liberales,
de Cambio radical y el Partido de la U, que tienen sumadas
mayoría de congresistas.
En todo caso, queda claro que Sergio Fajardo, figura de centro
derecha, no renuncia a ser candidato presidencial, y cuenta
con el respaldo de Claudia López, quien encabezaba hasta
hace un mes la favorabilidad para ganar la alcaldía de Bogotá.
Tampoco lo hace Gustavo Petro, quien a la fecha es senador de
la república, y apoya en la alcaldía a Hollmann Morris, quien
no ceja en el intento de poner a prueba su aspiración.
Queda un buen trecho para que la oposición subalterna consolide
sus avances, y que los triunfos en alcaldías y gobernaciones
recuperen la importancia política del progresismo, las
juventudes, y la izquierda que defienden la paz, exigen el
cumplimiento de lo acordado con las instituciones públicas de
educación superior, y que reclaman la negociación con el Eln,
al tiempo que insiste en que se avance en el accionar de la JEP
y la Comisión de la Verdad.

107
Miguel Angel Herrera Zgaib

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108
¿Hemos superado el Duelo?
Democracia y Hegemonía en la obra de
Mauricio Schvartzman.

Alma Monges

Mauricio Schvartzman, hijo de Simón Schvartzman y Gesia


Lisnovezky de Schvartzman, familia judía originaria de Ru-
sia, nace en 1939 en la ciudad de Asunción. A los 19 años, con
apoyo de la familia abandona el país en los primeros años de
la dictadura del General Alfredo Stroessner (1954-1989) y se
traslada a la ciudad de Montevideo para iniciar su vida adulta
y formación académica. Comienza a cursar la carrera de Ar-
quitectura en la Universidad de la República (Udelar), pero
por inquietudes personales e intelectuales se marcha a vivir a
Argentina en 1961 (Quevedo, 2011: 97). A principio para seguir
cursando el curso de Arquitectura, sin embargo, en 1965 deci-
de abandonarlo e iniciar la licenciatura en Sociologia en la Fa-
cultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Viviendo los años sesenta en la capital porteña, Schvartzman
se forma durante un escenario político en la cual la Argentina
sufría un golpe militar en 1966 y el peronismo en cuanto fuerza
opositora ganaba espacio entre los intelectuales y la juventud,
en pleno auge de la Guerra Fría en el mundo. En la universi-
dad, forma parte de una de las primeras generaciones que pre-
sencia el desarrollo de la institucionalización de la sociología,
que había sido impulsado desde la UBA por Gino Germani;
como al mismo tiempo ve surgir el nacimiento de una nueva
generación de estudiantes y militantes que cuestionan su pa-
pel en la sociedad y la necesidad de comprender los nuevos
procesos sociales y políticos (Terán, 1991).

109
Alma Monges

En medio a ese clima intelectual, Schvartzman se acerca a un


autor marxista hasta ese entonces aún poco conocido en Nues-
tra América, el sardo Antonio Gramsci. Probablemente como
lo sugiere (Quevedo, 2011: 81), teniendo el primer contacto por
medio de la revista Pasado y Presente, dirigida por el intelectual
cordobés José Aricó y el entonces nuevo profesor de la facul-
tad de Ciencias Sociales de la UBA, Juan Carlos Portantiero
(Rubinich, 2017: 49).
Como lo escribe José Aricó en su libro «La cola del Diablo»,
Gramsci aparecía para esta nueva generación de intelectuales,
que buscaba romper con el tronco de la izquierda tradicional,
como: «el único político marxista cuya agudeza analítica evidencia-
ba ser el resultado también de una capacidad inédita de encontrar las
motivaciones culturales de las cuestiones, asumiéndolas como tales»
(Aricó, 1988: 24). Fue partiendo de esas inquietudes que el es-
tudiante paraguayo inicia un proceso de inmersión en el pen-
samiento del marxista italiano durante los años que vive en la
ciudad porteña1.
En 1971, tal como lo sugiere el mismo en declaración a la poli-
cía nacional2 regresa a Paraguay, a principio por invitación del
decano de la Facultad de Ingeniería para dictar un seminario
sobre metodología de la investigación social y meses después
definitivamente con la finalidad de crear un Instituto de ense-

1 En la bibliografía de Contribuciones al Estudio de la Sociedad Paraguaya (2011 [1988]:


243) aparecen las siguientes obras de Gramsci: «El materialismo histórico y la filosofía
de Benedetto Croce», Buenos Aires: Ed. Lautaro 1959. «La política y el Estado moderno».
Barcelona. Ed. Península,1971; «La formación de los intelectuales». México, Ed. Grijalbo,
1967; «Antología». México, Siglo XXI, 1970, «Cartas desde la cárcel». Buenos Aires, Ed.
Lautaro, 1950; «Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado Moderno».
Buenos Aires, Ed. Lautaro, 1962.; «Ordine Nuovo». Torino, Enaudi Ed., 1955; «Passato e
presente». Torino, Enaudi Ed., 1964; «Introducción a la filosofía de la praxis». Barcelona,
Ediciones Península, 1970. Esta lista sugiere que, por un lado, Schvartzman tuvo contacto
con Gramsci durante su estancia en Buenos Aires y por el otro, considerando que la
edición crítica de los Cuadernos sólo aparecería en Italia en 1975, el sociólogo tuvo acceso
a todo o casi todo que estaba disponible de Gramsci en Buenos Aires en ese periodo.
2 Cf. Declaración interrogatoria de Mauricio Schvartzman Lisnovezky el 18 de noviembre
de 1976, Centro de Documentación y Archivo para la Defensa de los Derechos Humanos
(00005F0582). A pesar de que las declaraciones policiales bajo régimen dictatoriales deben
ser puestas en duda por las condiciones bajo las cuales fueron sustraídas, estos hechos
biográficos son corroborados por otras fuentes de modo que las tomó como cierto o
altamente probables…

110
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

ñanza sociológica. De este modo, el recién graduado Schvartz-


man vuelve y crea el Instituto de documentación y práctica so-
ciológica (IDOPRAS), así como comienza a dictar aulas, tanto
en la Universidad Nacional de Asunción como en la Universi-
dad Católica de Asunción.
Es importante recordar que el sociólogo regresa en pleno régi-
men dictatorial del Gral. Alfredo Stroessner que para ese en-
tonces llevaba casi dos décadas manteniendo un férreo control
sobre la universidad, la prensa y todos los ámbitos de difusión
cultural, dejando escaso espacio para manifestaciones críticas
o disidentes. Sin embargo, en esos años, los inicios de la década
de 1970, debido al proyecto de modernización llevado a cabo
en los países latinoamericanos con el apoyo de Estados Unidos,
el Stronismo impulsó una modernización conservadora que
promovió un proceso de cambio social que permitió, gracias a
la reorganización e institucionalización de las ciencias sociales
en la región, la influencia jesuita en el mundo académico post
Documento de Medellín y la cooperación internacional3; un
espacio para la creación de la Facultad de Filosofía y Ciencias
Humanas en la Universidad Católica de la Asunción, así como
la formación de Centros de Investigaciones (Soler, 2014: 15)4.
No obstante, y tal como caracterizaba el mismo Stroessner a su
gobierno, en el Paraguay reinaría una «Democracia sin comunis-
mo»5, y por lo tanto esa «democracia», o más bien esa mínima

3 En el desarrollo de la actividad científica, y de las ciencias sociales en particular,


participaron un conjunto importante de programas de cooperación internacional
promovidos por agencias gubernamentales como las Estadounidenses International
Cooperation Administration (ICA), Fullbrigth Program y USAID; la canadiense
International Development Research Cooperation (IDRC); y las europeas Swedich
Agency for Research Cooperation (SAREC-Suecia), NOVIB-CEBEMO (Holanda) y CNRS-
CCFD (Francia). Por su parte, las fundaciones privadas tuvieron un peso singular, como
las norteamericanas Ford, Carnegie y Rockefeller y las alemanas Misereor, Adveniat y
Konrad Adenauer» (Soler, 2014: 3).
4 Aparte del curso de Sociología, también fueron creadas dentro de la Universidad
Católica de Asunción (UC), la Oficina de Planificación, el Centro de Estudios Sociales
de la Universidad Católica (CESUC) con la Revista Estudios Paraguayos (1973), luego
se incorpora el (CEADUC) Centro de Estudios Antropológicos (1950) que anteriormente
estaba vinculado al Instituto Ateneo Paraguayo. Fuera de la Universidad Católica (UC) un
importante referente era el Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos (CPES) de 1964.
5 Bajo la idea de que en el Paraguay existía un régimen democrático ocurrieron elecciones, la
primera entre 1954 y 1963 funcionó como un sistema monopartidista; el proceso electoral

111
Alma Monges

abertura que permitía la existencia de esos nuevos espacios


para los estudiantes y profesores que aún permanecían en el
país sólo se daría si estos permaneciesen fuera de cualquier
acción y organización más radical, «comunista», como las en-
tendía el régimen.
Este contexto es importante para comprender la trayectoria y
el pensamiento de nuestro autor ya que, en el año de 1975,
Schvartzman fue juntamente con otros militantes comunistas
víctima de detención y tortura por parte de la policía de in-
vestigaciones, en una de las principales oleadas de represión
al Partido Comunista Paraguayo (PCP), que resultó en su des-
articulación como organización política efectiva. Esto porque
cuando Mauricio Schvartzman regresa a Asunción comienza
a mantener una relación más estrecha con el PCP, una rela-
ción que había iniciado en Montevideo6 pero que sólo ganaría
fuerza a su vuelta a la capital paraguaya. Pero, la causa que
lo llevaría a prisión en 1975 sería su relación con el proyecto
Marandú.7
Este proyecto que era coordinado por el antropólogo Miguel
Chase-Sardi y organizado desde el Centro de Estudios Antro-
pológicos (CEADUC) de la Universidad Católica de Asunción,

se convirtió en un asunto exclusivo del Partido Colorado, el único que podía presentar
candidatos a la Presidencia, a la Cámara de Representantes o las Juntas Municipales. A
partir de 1963 y hasta 1989, se abrió un sistema de pluralismo restringido legalizándose
algunos partidos o escisiones de ellos, aunque manteniendo la proscripción sobre
MOPOCO y PCP (Wellbach, 2012: 12).
6 En la misma declaración arriba citada, relata el autor que sus primeros contactos con
militantes del Partido Comunista Paraguayo se dieron durante su estadia en Montevideo,
donde vivió de 1958 a 1961. Schvartzman relata que fue especialmente por medio de
Dario Queiroz, militante del partido. Al mismo tiempo que retoma contacto con Manuel
Mandelik, ex compañero de colegio y que en ese entonces militante en el PCP. Cuando
llega a Buenos Aires, el autor señala que mantuvo contacto hasta 1961 pero que desde
1962 lo habria perdido ya que el Partido sufrió una crisis por divisiones internas. Sólo
retoma el contacto en 1970, meses antes de regresar al país. Si bien declaraciones como
esta, extractadas muchas veces bajo tortura y coerción deben ser puestas en duda por
las condiciones bajo las cuales fueron sustraídas, no obstante dados los detalles y las
coincidencias de fechas sobre los acontecimientos del Partido, su contenido es por lo
menos plausible.
7 Este proyecto se proponía concienciar a la sociedad paraguaya sobre la situación de las
etnias nativas, así como elaborar un programa de asistencia a líderes indígenas en el que
se les presentase a los nativos las leyes paraguayas con el fin de que estos puedan usarlo
en la defensa de sus derechos.

112
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

tenía dentro de su equipo a Schvartzman. Aquí el sociólogo


estuvo a cargo de llevar adelante una encuesta a nivel nacional
sobre los prejuicios raciales en la sociedad paraguaya, ya que
detectar y combatir el racismo era uno de los objetivos princi-
pales del proyecto. Entre tanto este proyecto que era integrado
por lo menos de cuatro militantes del Partido Comunista Pa-
raguayo8 seria acusado de promover la subversión comunista
entre los indígenas, lo que llevó a las autoridades policiales a
arrestar a gran parte de su equipo de investigadores, incluyen-
do al mismo Chase-Sardi y al ya citado Schvarztman9.
Mauricio Schvartzman fue arrestado el 2 de diciembre de
1975 y liberado el 28 de abril de 1977 (INFORME FINAL CVJ,
2008: 312-313). Luego de haber pasado dos años en prisión
el sociólogo paraguayo vive un exilio en su propio país,
realizando trabajos de distintos tipos para sobrevivir, lo que
lleva a que su obra más conocida «Contribuciones al estudio de
la sociedad paraguaya» sea publicada sólo en 1988, un año antes
de la caída de Stroessner, obra que el autor sostiene, lo venía
desarrollando en medio a inmensos paréntesis desde 1971
(Schvartzman, 1983: 181).
Esta obra en la cual el autor parte del instrumental teórico
marxista para ofrecer una interpretación sobre la formación
social del Paraguay, se ubica dentro de una matriz interpretativa
sobre el país que se encuentra en total oposición a las otras
dos matrices que tienen mayor peso en el país, la nacionalista
y la liberal. Podemos situarlo, tal como lo propone Darío
Sarah (2011), en una tercera matriz interpretativa junto con
el dirigente e intelectual comunista Oscar Creydt10 autor de

8 Estos serían: Gloria Estragó (secretaria del proyecto), Victorio Suarez (asistente de
investigación), Miguel Chase-Sardi (Director del Proyecto) y Mauricio Schvartzman.
9 Para más informaciones sobre el Proyecto Marandú y estos acontecimientos Cf. (Monges,
2018).
10 Nacido en 1906, en San Miguel, en el Departamento de Misiones, Oscar Credyt era hijo de
un rico propietario alemán casado con una paraguaya. A los diez años su padre lo lleva a
Alemania a estudiar y vuelve en 1919, incorporándose al Colegio Nacional de Asunción.
En 1923 ingresa en la Facultad de Derecho e inspirado en los ideales de la reforma univer-
sitaria de córdoba e ideas anarquistas, participa activamente en la política estudiantil lide-
rando el movimiento llamado «Nuevo Ideario Nacional» (Castell, 2011: 1). Durante estos
meses experimenta una evolución ideológico-política que lo lleva a incorporarse en 1933

113
Alma Monges

la obra «Formación histórica de la nación paraguaya» de 1963, o


incluso como fundador de una cuarta matriz por su grado de
originalidad y por el hecho que introduce a partir del concepto
de formación social, que en su obra desempeña un papel clave,
un esquema interpretativo que permite no sólo la comprensión
de la historia de la formación social del país, su historia completa
incluyendo el momento en que escribe su obra, como también
al introducir el uso de la categoría de hegemonía de Antonio
Gramsci repensar los vínculos que históricamente existieron
entre sociedad civil y Sociedad Política en el Paraguay.
Partiendo de una revisión de la historia del Paraguay,
Schvartzman sostiene en Contribuciones…, que el gran
problema que atraviesa el país desde sus orígenes y que fue
determinante en la historia de sus luchas fue el vacío de una
dirección civil desde los tiempos de la colonia, donde severas
dificultades atrofiaron o mejor dicho impidieron que asumieran
la dirección, alegando que esa falta de dirección civil llevó al
Paraguay a tener un bajo nivel la integración de la estructura
social y una superlativa centralidad del poder, es decir, que
permitió que el Estado se concentrara en el poder y debilitase
a las clases sociales en sus capacidades de autoorganización
política.
El vacío de sociedad civil, posiblemente originado por las encomiendas que
obstaculizaron la formación de una clase de terratenientes y ganaderos que
pudieran construir un sistema de hegemonía, determinó que la indepen-
dencia nacional se resolviera en los cuarteles, y que posteriormente el Dr.
Francia concentrara en sus manos no solamente el aparato del Estado, sino
también la «dirección intelectual y moral» de la sociedad en su conjunto.
Esta situación se prolonga con los López y después de 1870, la debilidad de
una clase fundamental que ya no pudo llegar a constituirse como tal, ya que
el proceso de expoliación imperialista redujo la posibilidad de formación de
una burguesía nacional con cierto grado de desarrollo, creó el predominio
ininterrumpido de una sociedad política, en situación de crisis permanente
de autoridad. De acuerdo con la interpretación de Schvartzman, la dicta-
dura de Stroessner tal vez represente la consolidación del largo proceso de

al Partido Comunista Paraguayo (PCP), que se refundará ese año, y del cual se convertiría
en su principal dirigente por más de 32 años hasta su ruptura en 1963.

114
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

predominio absoluto del Estado, frente a la ausencia de una sociedad civil


consolidada, de una «dirección moral e intelectual» de toda la sociedad
(Quevedo, 2014: 108).
Este argumento es esencial para comprender su posterior
análisis político sobre la transición democrática en Paraguay,
ya que como lo sostienen Charles Quevedo (2011, 2014) Mito
y Duelo… representa una continuidad de su tesis sobre la
sociedad paraguaya, ya que el autor la retoma el año siguiente
para pensar las condiciones y características del proceso
político que se abrió el 3 de febrero de 1989 con la caída de
Stroessner y el inicio del establecimiento formal de un régimen
democrático liberal.
Este ensayo, Mito y Duelo: El discurso a la pretransición de la
democracia, que vino a público justamente en 1989, fue escrito
en el calor de los acontecimientos como una tentativa de
darle sentido en un cuadro más amplio de la historia social y
política del país11. El objeto del ensayo como sugiere su mismo
subtítulo era promover un análisis del discurso político, a lo
que Schvartzman denominaría «pretransición», involucrando
tanto el discurso de los actores políticos oficiales, como el
partido colorado y las Fuerzas Armadas, como aquel de los
actores de la oposición como los liberales y la izquierda,
basándose en análisis discursivos de crónicas y reportajes
publicados en los periódicos Hoy, Diario-noticias, ABC,
Ultima Hora y Patria, así como en «la espontaneidad del discurso
«no manifiestos inconscientemente» de las conductas políticas más
relevantes del proceso abierto el 3 de febrero» (Schavrtzman, (1989)
2015: 24).
Para dar un sentido de conjunto a estos discursos e insertarles
como parte de un mismo proceso político, el sociólogo

11 Esta hipótesis de que el libro fue escrito bajo el calor de los acontecimientos del 89› y al
contrario de lo que ocurría en Contribuciones… no correspondía a un plan muy anterior.
Esto se corrobora con algunas referencias bibliográficas importantes movilizadas. Por
ejemplo, la categoría de «Mito» fue utilizada a partir del texto publicado en 1986 en
Francia de Edgar Morin, pero traducida al español en 1988, siendo esta la edición citada
por el autor. Cabe añadir además que la sucesión de acontecimientos que llevó a la caída
de Stroessner, aunque de alguna manera anticipadas por tensiones previas, se dio de
manera rápida y relativamente inesperada entre el final de 1988 y el inicio de 1989.

115
Alma Monges

paraguayo apela no solamente a la fuente gramsciana, arriba


citada, como la complementa con un recurso heterodoxo,
el psicoanálisis12, partiendo en especial de los trabajos de
Sigmund Freud y del francés Edgar Morin. Este último ya
había aparecido en Contribuciones… a través de su noción
de Complejidad por medio de la cual Schvartzman buscaba
complementar el concepto marxista de formación económico-
social, ya en este ensayo sirve de inspiración para el concepto
en Mito por medio su libro «El conocimiento del conocimiento»
de 1986. Por otro lado, el de Duelo, como lo menciona al inicio
del ensayo seria a través de su psicoanalista la Dra. Aurora
Bachem, quien le habría sugerido utilizarlo para el análisis
político (Ibíd.; 25).
En el primer caso, en el Mito, Schvartzman se vale del concepto
para identificar aspectos subjetivos en el marco del discurso
político. Partiendo de la idea de que un «proyecto humano no
podría sustentarse sin el mito» (Ibíd.: 25), ya que lo real y lo
imaginario se sostendrían en el pensamiento, el mito sería
inseparable del lenguaje dirá el sociólogo basándose en la
obra arriba citada de Edgar Morin, quien rescata el significado
original del término en griego, justamente el de «palabra» o
«discurso». Por eso, destaca el autor, la palabra se construye
de dos aspectos, referencias objetivas de lo que se describe,
cómo de referencias subjetivas que implican valoraciones
y emociones, por lo tanto, la representación mitológica es
un cruce de lo comprobado por la experiencia, así como de
las creencias, ya que sintetiza y proyecta el mundo real y el
imaginado.
Así el mito no nos abandonaría, dirá Schvartzman, ya que
formaría parte de nuestra comprensión subjetiva de todos los

12 Este interés de Schvartzman por el psicoanálisis no es algo repentino, ya durante su


estadía en Buenos Aires había tomado clases de psicología, así como cursado un posgrado
en Psicología Social, con Enrique Pichón Rivière, en la Escuela Argentina de Psicología
Social (Quevedo, 2014: 78). Vale la pena rescatar también, que fue por medio de estos
cursos que el autor conoce el filósofo francés Edgar Morin, ya que de acuerdo con lo que
sugiere Darío Sarah, el interés por el trabajo de Morin estaría relacionado con el curso de
Introducción al Psicoanálisis que tomó en 1965 con el Dr. Nicolás Caparrós, quien es un
estudioso y traductor de las obras del francés (Quevedo, 2011: 106).

116
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

aspectos de la existencia humana, (Ibíd.: 26) al mismo tiempo,


que en su interacción con el conocimiento y pensamiento puede
contener una verdad oculta o varias, lo que permitiría utilizarlo
como una herramienta para el análisis en profundidad del
discurso, y explica:
En nuestro análisis, no obstante, hacemos un leve ajuste a la noción de
mito. No lo consideramos como relato, que tiene su propia estructura dis-
cursiva determinada por lo imaginario, sino como interpretación en el
marco de un discurso (el político, y construido por políticos profesionales)
que se supone racional y donde lo imaginario no es nunca asumido y, por
lo contrario, es siempre rechazado. (…) Nos valemos del concepto mito
para identificar aspectos de la comprensión subjetiva de la comunicación
política, objeto de este estudio, e intentar, por esta vía, discernir aspectos
que la racionalidad objetiva impide ver: el temor, la angustia, el deseo, la
culpa, la esperanza (Ibíd.: 26-27).
En la política el pensamiento mitológico, sostiene el
autor, obtendría una autonomía singular a los hechos,
independientemente de la historia que los explican ya que
«el mito es una explicación sui géneris de los hechos, y estos pueden
ser reinterpretados sin cesar» (Ibíd.: 26), ya que cobran vida
propia, se fetichizan. El ejemplo que utiliza en su análisis es la
muerte natural de Stroessner, elaborada como la finalización
de la dictadura y, por consiguiente, el inicio de la transición
a la democracia construida, en palabras el autor, por una débil
oposición que había ideado una fantasía compensatoria (Ibíd.: 25).
El discurso «antes» estaba organizado en torno a la muerte del dictador
que crearía un «vacío de poder». Muerte y vacío eran figuraciones míti-
cas elaboradas a partir del control de la comprensión de una realidad que
se presentaba como una «caja negra». El discurso «después» devela una
realidad distinta. No hubo muerte ni mucho menos vacío de poder. En
cuestión de horas, el Gral. Rodríguez asume formalmente la presidencia
sobre un consenso masivo y eufórico, posiblemente único en la historia po-
lítica del Paraguay. Consecuentemente, el discurso se rompe. En el mito, el
futuro es tan inexistente como los hechos y personajes de su relato. El mito
se derrumba cuando se verifica la inexistencia de la muerte y del vacío. El
salto a la realidad tuvo que haber sido necesariamente traumático, ya que
las figuraciones imaginarias cristalizadas, en este caso, en una concien-

117
Alma Monges

cia política elaborada sistemáticamente, no se pierden con tanta facilidad


(Ibíd.: 25).
Como sugiere en este apartado el sociólogo, la muerte del
dictador y posteriormente el vacío de poder que causaría su
muerte, era una construcción que la misma oposición fue
creando al punto de convertirlo en un mito, sin embargo, lo
que ocurre después dice Schvartzman, es que con el cambio
repentino del régimen, sin la muerte de Stroessner y con la
asunción abrupta del General Andrés Rodríguez como nuevo
presidente, es que tanto el nuevo presidente y los políticos
colorados que acompañaron y apoyaron el régimen casi hasta
el final, como la misma oposición que no pudo intervenir en
los hechos se viesen delante a un duelo que deberían sostener,
o más bien a un duelo paradójico, categoría que propone en su
ensayo:
La elaboración del duelo se dio en ambas posiciones. En una, como ajuste
doloroso a situaciones no previstas en el mito y que se vive en la secuen-
cia euforia-depresión-resignación, lo que permite finalmente acompañar
al proceso militarmente vigilado y burocráticamente monopolizado y con-
trolado por la «restauración» partidaria. Y en otra, como el esfuerzo su-
mamente difícil de reatar la continuidad de un esquema de poder en una
situación que, a pesar de todo, significó un cambio de gran magnitud en la
conciencia cívica en general y en las expectativas por la construcción de un
régimen democrático (Ibíd.: 69).
El duelo dice Schvartzman, basándose en su concepto original,
está determinado por la valoración consciente e inconsciente
que se le atribuye a la perdida, por lo tanto ocurre como
una respuesta frente a la muerte o a la pérdida de personas
queridas o de objetos significativos como la patria, la libertad,
y si bien prosigue el sociólogo, implica un enorme esfuerzo
de readaptación a la realidad frente a cambios de gran
trascendencia en la vida personal o social, estos cambios aun
tratándose de objetos valorados negativamente no significarían
necesariamente dolor, como comúnmente se piensa, sino la
euforia que sobrevive después de la depresión (Ibíd.: 29):
En cuanto al duelo entendido como desafío o lucha, la respuesta
comprendería al enorme esfuerzo de readaptación a la realidad

118
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

frente a cambios de gran trascendencia en la vida personal o social.


Estos cambios implican pérdida, aun tratándose de objetos valorados
negativamente, como el caso nuestro del derrocamiento de la dictadura. En
esta situación, duelo no significa necesariamente dolor, sino la euforia que
sobreviene después de la depresión. No sería, entonces, un estado «nor-
mal» de euforia en donde los vínculos con la realidad y la propia definición
de la identidad son estables, sino de una emergencia eufórica en el marco
de un deterioro de los vínculos con la realidad localizada ya en la etapa
anterior de depresión. En este sentido, en tanto el duelo no está asociado
explícitamente, directamente, a una pérdida dolorosa, sino a una fase
eufórica (maníaca, en la terminología psicológico-psiquiátrica), es que le
damos la denominación de duelo paradójico. Y como tal, es el concepto
que adoptamos para nuestro análisis del discurso político que se desarrolla
después de la renuncia de Stroessner (Ibíd.: 30 subrayado del autor).
Al referirse al estado de euforia, el autor aclara que es necesario
definirlo dentro del cuadro de lo maníaco-depresivo, pero
que lejos de tratarlo como la clínica psicológico-psiquiátrica
que lo hace en sus acepciones patológicas, él lo utilizaría
como un marco de referencia que incluye características y
tendencias que definen aun en la «normalidad» de las conductas
políticas, rasgos subjetivos presentes en la profundidad del discurso,
y que facilitan identificar significados no explícitos (Ibíd.: 31).
En ese sentido, se detiene a analizar los sentimientos que
acompañan ese estado de euforia que forma parte del duelo,
como por ejemplo el miedo y la culpa (Ibíd.: 32). En el caso del
miedo, específicamente, del miedo a la autoridad, noción que
rescata de Sigmund Freud, quien lo define como el origen del
sentimiento de la culpa. Schvartzman se vale de esta noción
freudiana para desarrollar su concepto de duelo paradójico, que
según sus propias palabras sería:
El duelo es un proceso de readaptación cuya finalidad es que la realidad
triunfe, finalmente. Cuando ello ocurre, sobreviene la resignación, de
una manera paulatina y con una carga de energía psíquica muy grande,
en tanto supone arduas transacciones con los mandatos irrecusables de la
realidad. En el duelo paradójico, la resignación está referida a la acep-
tación de las limitaciones que imponen los hechos concretos y que exigen
la renuncia a una buena parte de los proyectos que se idearon al amparo de
euforia maníaca. En el fondo, se plantean actos de reparación por los
objetos perdidos. Hasta aquí, la elaboración del duelo sería normal.

119
Alma Monges

(…) Pero la elaboración puede verse perturbada cuando la gratificación de


«vencer y humillar» al objeto, «de superarlo en planteo de competencia y
rivalidad», transforman a los objetos que desean ser restaurados, en per-
seguidores, reviviendo los temores paranoides (Ibíd.: 33 subrayado del
autor).
De esa forma, bajo el duelo paradójico, se desarrollaría acti-
tudes de desconfianza y persecución, ya que el objeto que se
pretende restaurar se convierte en un objeto perseguidor, por
eso en el plano político, explica el sociólogo, esto se podría ex-
presar desde el punto de vista de aquellos que sustentan el
poder en acciones represivas en nombre de la libertad de los
ciudadanos, como desde el punto de vista de la oposición que
puede no tolerar sus disensiones internas o su incapacidad de
enfrentarse al poder y llevar a cabo comportamientos extre-
mos como violencia armada, provocaciones (Ibíd.: 34).
Sin embargo, sostiene el marxista paraguayo, el duelo paradójico
se puede elaborar de dos maneras en el plano político. La
primera sería, que el pasado se presente como una amenaza
de restauración, por eso no se podría hablar de transición,
porque al no establecerse una ruptura con el pasado se estarían
produciendo situaciones persecutorias que conducirían a situaciones
políticas aparentemente nuevas, pero, en realidad, replanteadas sobre
las mismas bases cuya pérdida se intentó elaborar en el duelo (Ibíd.:
34). La otra, al contrario, se libraría de los objetos persecutorios
y sería capaz de diferenciar entre aquello que quedo atrás y
de llevar a cabo una ruptura política que establezca vínculos
profundos con la realidad, pero consciente del desafío que
traería en futuro, abriendo un proceso de transición, en este
caso, de la dictadura hacia la democracia. En síntesis, la
diferencia en las dos formas de enfrentar el duelo paradójico
radicaría en la «ruptura política», la cual buscaría promover
un quiebre fundamental con el pasado.
Sin embargo, dirá el autor que la superación del duelo
paradójico, así como la misma causa que habría llevado a la
renuncia de Stroessner dependería de cómo se enfrenta el
problema fundamental que vendría desde los orígenes de
formación de la sociedad paraguaya, la superlativa centralidad

120
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

del poder y la falta de dirección civil. Aquí volvemos a lo que


más arriba ya había adelantado, su traducción de la teoría
gramsciana de hegemonía a la realidad paraguaya, en este caso
específico para pensar la transición democrática en el país.
Ya en la primera parte de Mito y duelo…, Schvartzman realiza
un apartado bajo el título de Sistema Hegemónico en el cual se
detiene a presentar su interpretación sobre la teoría gramsciana
de la hegemonía. Es necesario resaltar que la categoría de
Sistema Hegemónico no aparece en la obra del marxista sardo,
por lo tanto, esta ya señalaría una creación propia del sociólogo
paraguayo:
Y el sistema hegemónico es la sociedad civil. Si la superestructura
es el formato de la dirección social, el contenido de esta dirección es la
sociedad civil. En otros términos, la sociedad civil es la práctica ideo-
lógica, social y cultural de la dirección de la sociedad, a la que le
corresponden, entonces, las funciones burocráticas gubernamenta-
les, la comunicación masiva, el proceso educativo formal, y toda
otra función orientadora y formativa que mantenga y desarrolle el
sistema hegemónico (Ibíd.: 38 subrayado del autor).
Es posible que esta interpretación remita a otras influencias en
su pensamiento, como por ejemplo la sociología funcionalista,
con la cual tuvo contacto en su formación en Argentina, o
entonces la obra de Nicos Poulantzas, cuyo trabajo sobre
estratificación social también es citado en Contribuciones. Sea
como fuera es importante recordar que el conocimiento del
autor sobre Gramsci se basaba en la edición temática de los
Cuadernos de la Cárcel y en las cartas, por lo tanto, no abarcaba
la totalidad de la misma.
En este párrafo en particular Schvartzman cita «Los intelectuales
y la organización de la cultura», que en la edición de Togliatti
parte corresponde al cuaderno especial número 12 de la
edición crítica, así como otros parráfos del mismo pueden ser
hallados en otros cuadernos. Los conceptos, de Sociedad política
y Sociedad civil conforman para Antonio Gramsci, en especial
en los cuadernos 13 y 12 de la cárcel, no un par de opuestos
pero si una unidad contradictoria que forma la base del Estado
ampliado, que incluye tanto el elemento de coerción propio al

121
Alma Monges

primer término, como el consenso, especifico al segundo. Así


esas categorías constituyen una de las claves privilegiadas
para comprender el concepto de hegemonía, esto es: la
combinación de coerción y consenso por medio de la cual una
clase fundamental, más allá de dominante se vuelve también
dirigente del conjunto de la sociedad, estableciendo lo que el
sardo llamaba una dirección intelectual y moral sobre los grupos
sociales subalternos. En ese sentido la Sociedad Civil conformada
por los aparatos privados de hegemonía, instituciones basadas
en la adhesión voluntaria, como escuela, iglesias, partidos,
sindicatos, prensa, etc., constituyen el ámbito propio en el cual
se forja el consenso, y por lo tanto a partir del cual se ejerce la
dirección intelectual y moral que singulariza la Hegemonía.
En su interpretación, el sociólogo paraguayo circunscribe el
concepto de Hegemonía justamente a la dirección intelectual y
moral de la clase dirigente y a la formación del consenso en la
sociedad civil: «En definitiva, la sociedad civil es la práctica de la
dirección «intelectual y moral» de la sociedad» (Ibíd.: 39). De esta
forma se percibe que mas que una aplicación de las categorías
de Gramsci, lo que Schvarztman se propone es hacer un uso
de ellas, para emplear la expresión propuesta por (Portantiero,
1977), mediado por otras referencias, de modo a sostener su
interpretación acerca del proceso político paraguayo.
Partiendo de esta concepción de Hegemonía, Schvartzman
retoma su tesis sobre la sociedad paraguaya, expuesta más
arriba, donde sostiene que debido al vacío de la dirección en
la sociedad civil la hegemonía acabó siendo ejercida por la
sociedad política, o sea las instituciones y sujetos que ejercen la
función de coerción y administración de los aparatos de poder:
la burocracia estatal, la justicia, las FF. AA, la policía. Por esta
razón sostiene el autor, el sistema hegemónico paraguayo estuvo
siempre en crisis, y por esa razón ni la misma burguesía ha
podido crear instituciones sólidas, así como los partidos
más tradicionales –Colorado y Liberal– no tuvieron una
organización independiente de los gobiernos de turno, sino
que fueron administradores del Estado:

122
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

Siempre hubo una identificación entre partido y Estado, a tal punto que
cuando del poder se pasaba al llano, el partido sufría un colapso hasta los
límites de su extinción. La alternabilidad del poder se resolvía en los alza-
mientos militares. Igualmente, la prensa nunca se constituyó en una ins-
titución fundamental de la dirección «intelectual y moral» de la burguesía
(Schvartzman, (1989) 2015: 9).
Siguiendo este raciocinio, el autor sostiene que el golpe de
febrero no simbolizo una ruptura, sino que la rendición de
Stroessner representó un cambio de orden, no de organización,
resultando en una crisis que no llegaría a afectar la disposición
del sistema hegemónico, desarrollada dentro de la sociedad
Política. Así la transición democrática sólo reordenaría
internamente el sistema hegemónico y buscaría calibrar de
alguna manera el retroceso que causaba la falta de dirección
civil. En síntesis, para Schvartzman, el golpe del 89› no se
trataría de una transición a la democracia en sentido amplio,
sino a un estado liberal, de derecho, de una organización capitalista
dependiente, con un severo predominio de la producción primaria
(Ibíd.: 12).
No obstante, reconoce el sociólogo, que ocurrieron cambios en
la estructura social del país, y estos fueron los que generaron
la principal causa de la renuncia de Stroessner, ya que en
los últimos años la burguesía nacional adquiere cierto grado
de poder económico y organización política, así como cierta
independencia del Estado, lo que la lleva a entrar en colisión
con la sociedad política y disputarle la dirección «intelectual
y moral» de la sociedad. Por eso, como el mismo lo describe:
El stronismo no pudo dar salida a esta disputa, no pudo absorber
la contradicción, porque fue concebido, diseñado y preparado para
la dirección política (burocrática y militar-policial) y no para la
dirección civil (consenso entre lo ideológico y el poder, vigencia del
Estado de derecho, y completa libertad de pensamiento, que apun-
ta fundamentalmente a consolidar y desarrollar el pensamiento
liberal, que es lo que corresponde a los niveles cualitativamente
superiores de acumulación capitalista). El golpe de febrero, que venía
incubándose desde la década del 70 y que fue congelado por el «boom» de
Itaipú para revivir con mayor fuerza en la crisis post- «boom», significa el
fracaso de la dirección social de la sociedad política. Rodríguez representa

123
Alma Monges

dicho fracaso, sigue siendo un representante de la sociedad política (Ibíd.:


40 subrayado del autor).
Con todo se quedaba en abierto el problema de hasta dónde
podría ir este proceso de pretransición, si se detendría en una
liberalización del régimen, con la sumisión de la burocracia y los
militares a la dirección civil, o si podría avanzar para un proceso
de democratización propiamente dicha, con la ampliación de
la participación y los derechos hacia los sectores subalternos.
Aunque deja esa cuestión en abierta, la misma manera de
formularla sugiere un cierto pesimismo de parte del autor:
Lo que está por verse, entonces, es hasta dónde puede avanzar esta sociedad
civil y convertir a la burocracia estatal y a las FF.AA. en lo que profesio-
nalmente deben ser: la prolongación coercitiva y burocrática de la direc-
ción «intelectual y moral» de la sociedad. Como esta organización social no
resuelve la democratización del acceso a la tierra, al trabajo, la distribución
del ingreso nacional, ni el acceso a los derechos sociales (educación, salud,
etc.), el tránsito a la democracia estará reservado a una minoría liberal que
sí tiene asegurados todos aquellos accesos (Ibíd.: 42).
Así el mismo punto de partida de la pretransición y las con-
diciones en las cuales se dio parecían enmarcar sus límites en
la formación de un Estado de derecho liberal bajo hegemonía
burguesa, y sostenido sobre la base de una economía depen-
diente y primaria exportadora, por lo tanto, todavía lejos de
una democratización más profunda del Estado y la sociedad.
Cabe destacar también la concepción sustantiva de democra-
cia, entendida en cuanto incorporación de los subalternos al
Estado y a la Sociedad civil, a la cual adhiere Schvartzman de
modo coherente con su formación marxista. En una época en
que la literatura predominante sobre las transiciones a la de-
mocracia en América Latina, enmarcada en los límites políticos
del liberalismo y teóricos del neoinstitucionalismo, abogando
por una concepción procedimental y formal de la democracia,
eso no es decir poco, ubicando a Schvartzman en una posición
singular y un tanto marginal en esa bibliografía.

124
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

Consideraciones finales
Las reflexiones de Schvartzman sobre las vicisitudes del
proceso político paraguayo pos stronista no se detuvieron
en Mito y Duelo, siguiendo en sus artículos periodísticos de
análisis coyuntural publicados en los Diarios Noticias y Hoy,
entre 1989 a 1997. Mas adelante, en su último artículo publicado
retorna de forma más sistemática al tema de la transición
paraguaya en un libro colectivo publicado en Argentina
sobre las transiciones democráticas en la región. Analizar este
conjunto textual, en qué medida repercute o cambia las tesis
de Mito y Duelo, excedería mucho los límites de este artículo,
demandando un trabajo aparte.
Lo que cabe resaltar es que aquel ensayo de 1989, escrito como
se dijo en el calor de los acontecimientos que dieron origen
al actual régimen político paraguayo, representa al lado de
Contribuciones…, uno de sus trabajos más importantes.
Además, Mito y Duelo simboliza una articulación de las tesis
sociológicas más generales del autor sobre el país, elaboradas
en su libro anterior, con su labor tardía como analista político,
siendo en ese sentido un eslabón clave en su pensamiento
político y trayectoria intelectual.
Lo que dice respecto a su base teórico conceptual llama la
atención la combinación creativa de categorías tomadas
de préstamo del psicoanálisis, las de mito y duelo, que dan
título a la obra, con el concepto gramsciano de Hegemonía. Si
algunos podrán ver en eso cierto eclecticismo metodológico,
preferiría resaltar la productividad de esta combinación para
el análisis del autor. Al final es justamente esta articulación
de conceptos psicoanalíticos y políticos que permiten a
Schvartzman entrelazar en una sola lectura el plan histórico
estructural y la producción del imaginario colectivo, cuyo
punto de encuentro seria la trama de los acontecimientos del
devenir de la política, cosa rara de obtener en cualquier análisis
de coyuntura. Sobre el concepto de Hegemonía, sí se puede
señalar como dicho arriba, ciertas inconsistencias en su empleo,
pero Schvartzman no sólo supo utilizar las obras de Gramsci

125
Alma Monges

a las cuales tuvo acceso, como su eventual combinación con


referencias poulanzianas, que no eran para nada poco común
entre intelectuales formados en los años 1960 y 1970, época en
la cual Gramsci y Poulantzas fueron lecturas movilizadas, en
un esfuerzo de renovación de la cultura marxista, en especial
aquella cercana a los partidos comunistas.
Además, su uso del concepto de hegemonía le permitió seña-
lar el principal límite a la democratización de la sociedad para-
guaya, más allá de su eventual realización formal: la debilidad
constitutiva de la sociedad civil y el peso del aparato coercitivo
del Estado en cuanto dirección del conjunto de una formación
social de precarias bases materiales.
Hoy, mirando treinta años después, no sólo al texto como a los
hechos históricos que le dieron origen cabría preguntar: ¿Al
final hemos superado en cuanto sociedad paraguaya el duelo?
Aunque sea muy difícil dar una respuesta lisa y llana a esta
pregunta, la breve experiencia del reformismo moderado del
gobierno de Fernando Lugo (2008-2012) y su derrota en el golpe
parlamentario de junio de 2012, con la siguiente restauración
del predominio colorado sugiere que si por un lado, en estos
treinta años se acumularon fuerzas democráticas que desde
abajo pudieron señalar la posibilidad de una superación del
duelo, estas todavía tienen un largo camino que recorrer de
modo a constituirse en actores y subjetividades colectivas
capaces de dejar para atrás el mito autoritario que sigue
pesando sobre el presente.

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126
¿Hemos superado el Duelo? Democracia y Hegemonía en la obra de Mauricio Schvartzman.

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Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

127
Revoluciones pasivas, cesarismo y
transformismo. El ciclo progresista
latinoamericano y las categorías de
Gramsci

Charles Quevedo

La irrupción de un ciclo progresista en el espacio político


latinoamericano durante las últimas décadas, bajo la figura
de los genéricamente llamados gobiernos progresistas, nacio-
nal-populares o populistas sin más, reavivó antiguas polémicas
del marxismo latinoamericano frente a las experiencias na-
cional-populares clásicas. Las posiciones adoptadas por las
izquierdas regionales frente al último ciclo progresista de la
política latinoamericana oscilaron entre la oposición frontal
y la alianza o acompañamiento (Vilas, 2005). Algunas de las
perspectivas críticas han recurrido a la noción gramsciana
de revolución pasiva, retomando con ello ciertos tópicos que
formaban parte de las interpretaciones marxistas canónicas
del fenómeno populista, y que contribuyeron a agrandar la
brecha entre el marxismo latinoamericano y la cuestión de
lo nacional-popular. Las perspectivas críticas ponen énfasis
principalmente en dos aspectos: en primer lugar, la tendencia
ordenancista de estos gobiernos y, por otra parte, su carácter
desmovilizador de las iniciativas populares autónomas (Piz-
zorno, 2017).
Este trabajo busca examinar aquellas lecturas que dan por
sentado que las experiencias recientes de los progresismos
pueden ser asimiladas al modelo de revolución pasiva, con
sus elementos de pasivización o desmovilización popular.
Para ello, retomará otras perspectivas latinoamericanas ins-

128
Revoluciones pasivas, cesarismo y transformismo.
El ciclo progresista latinoamericano y las categorías de Gramsci

piradas en Gramsci, elaboradas durante los años setenta en


un contexto de aproximación política desde el marxismo a
las experiencias nacional-populares. Estas últimas no recu-
rrieron a la categoría de revolución pasiva para caracterizar
las experiencias populistas clásicas; señalaron las diferencias
fundamentales que existían entre la trayectoria de constitu-
ción política de las clases subalternas latinoamericanas y el
modelo europeo canónico; y, por último, postularon existen-
cia de una continuidad entre las experiencias nacional-popu-
lares y la lucha por el socialismo.

Las palabras de Gramsci


El temprano encuentro del marxismo con la cuestión nacio-
nal-popular se dio en los debates que tuvieron como prota-
gonistas a Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui, por
un lado, y a Víctor Raúl Haya de la Torre, por el otro, en
la década de 1920. La preocupación marxista con relación a
lo nacional-popular se prolonga entre las décadas de 1960 y
1980 en la obra de José Aricó, Juan Carlos Portantiero, René
Zavaleta y Agustín Cueva, hasta llegar a los trabajos actuales
de Álvaro García Linera y Armando Bartra entre otros.
Como ha destacado Starcembaum (2018) delimitar los vín-
culos entre el marxismo latinoamericano y lo nacional-popu-
lar no constituye una tarea sencilla. Al carácter problemático
del vínculo se suma la indeterminación de cada uno de los
términos. El primero alude a la producción de un conjunto
de autores y corrientes que desarrollaron una interpretación
marxista de la realidad latinoamericana. El segundo térmi-
no hace referencia a una diversidad de sentidos otorgados
a fenómenos políticos dispares del mundo contemporáneo.
Como se sabe, la difusión del término nacional-popular como
categoría analítica en América Latina está vinculada a la re-
cepción de la obra de Antonio Gramsci. Por lo general, esta
categoría ha sido empleada para caracterizar a procesos po-
líticos impulsados por frentes policlasistas que, una vez en
el poder, propiciaron la participación política de los grupos

129
Charles Quevedo

subalternizados por los regímenes liberales y promovieron


medidas para mejorar el bienestar de éstos, y que buscaron
una posición autárquica en el capitalismo global.
Son conocidos los obstáculos que dificultan la aplicación or-
todoxa de las categorías marxistas para analizar la realidad
de América Latina. Algunos de los mejores esfuerzos para
dar cuenta de esa esquiva realidad desde una perspectiva
marxista han recurrido a nociones provenientes del aporte
gramsciano. La brecha existente entre las realidades latinoa-
mericanas y los paradigmas teóricos y políticos del marxismo
solamente podría ser salvada, según advertía en su obra José
Aricó, mediante la traducción en clave latinoamericana de es-
tos paradigmas. El cordobés recurría al concepto gramsciano
de traducibilidad que subraya la posibilidad que tienen algu-
nas experiencias históricas de encontrar una equivalencia en
otras realidades.
Uno de los conceptos más complejos de Gramsci aplicados
a la realidad latinoamericana es el de revolución pasiva.
Gramsci lo había empleado en su estudio sobre el Risorgimen-
to italiano, en la segunda mitad del siglo XIX, para dar cuenta
del proceso por el cual sectores moderados se impusieron a
los grupos subalternos en la dirección política de la lucha por
la unificación nacional, y, posteriormente, la conformación
del estado italiano moderno. En ese contexto, la revolución
pasiva o revolución-restauración designa un proceso de con-
formación desde arriba de un estado nacional, a la manera de
un reformismo moderado que neutraliza la presencia de los
elementos populares más radicales, diferenciándose así de
una revolución de tipo jacobina.
Los gramscianos argentinos, José Aricó y Juan Carlos Por-
tantiero, recurrieron al concepto de revolución pasiva para
dar cuenta de los procesos históricos de formación estatal en
América Latina. Estos procesos siguieron vías muy diferentes
a las de la experiencia europea: la construcción estatal se hizo
fundamentalmente desde arriba y fue protagonizada por éli-

130
Revoluciones pasivas, cesarismo y transformismo.
El ciclo progresista latinoamericano y las categorías de Gramsci

tes, rasgos característicos de una revolución pasiva tal como


era concebida por Gramsci.
El brasileño Carlos Nelson Coutinho (1990) caracteriza como
revoluciones pasivas varios períodos de la historia de su país,
principalmente dos golpes de Estado: el que inaugura el Es-
tado Novo varguista en 1937, y el que instala una dictadura
militar en 1964. Coutinho vincula su interpretación histórica
con el empleo que hizo Gramsci de la noción de revolución
pasiva para explicar el fascismo italiano, señalando como
diferencia que los casos brasileños se sustentaban exclusiva-
mente en el consenso pasivo y no tenían «bases organizadas»
como en el caso de la experiencia europea.
El ecuatoriano Agustín Cueva y el boliviano René Zavaleta
también recurrieron, aunque de manera dispersa y poco sis-
temática, al concepto de revolución pasiva. Para Cueva (2012)
el populismo se constituiría en una especie de sucedáneo de
la revolución democrático-burguesa y antiimperialista no
consumada en América Latina, una especie de «revolución
burguesa pasiva» por la cual se realiza de manera incompleta
el tránsito de la sociedad oligárquica a la sociedad burguesa
moderna. De acuerdo con Tapia (2002), la cuestión de la re-
volución pasiva sería un concepto clave para Zavaleta, parti-
cularmente para dar cuenta del régimen surgido de la revo-
lución nacionalista de 1952. Ésta se habría producido como
una revolución pasiva dirigida y practicada por el grupo pre-
dominante del MNR gobernante, en el contexto de la génesis
de un proceso de insurrección popular que tenía posibilidad
de desarrollar una mayor radicalización y autonomía del Es-
tado.

¿Revoluciones pasivas?
Una de las críticas recurrentes a la ola de gobiernos genéri-
camente llamados progresistas, de izquierda, nacional-popu-
lares y en muchos casos rotulados también como populistas
–inaugurada por la llegada de Hugo Chávez al gobierno de
Venezuela en 1999– apunta a la dimensión de bloqueo del

131
Charles Quevedo

desarrollo autónomo de las fuerzas sociales que está presente


en ellas. En este esquema, que ciertamente recobra las lectu-
ras clásicas de la izquierda sobre los regímenes nacional-po-
pulares, los populismos cumplen la función de contener la
acumulación política de los sectores subalternos1. De acuerdo
con esta lectura, la consolidación de los populismos se logró
a partir de la desactivación de los movimientos sociales que
habían protagonizado la resistencia al neoliberalismo (Modo-
nesi y Svampa, 2016).
Muchos de estos autores recurren a las nociones gramscianas
de revolución pasiva, transformismo y cesarismo como in-
sumo teórico para describir los procesos recientes. En Brasil,
Ruy Braga (2010) considera que el gobierno de Lula habría
estado apoyado en «una forma de hegemonía producida por una
revolución pasiva emprendida en la semiperiferia capitalista que
consiguió desmovilizar a los movimientos sociales al integrarlos a la
gestión burocrática del aparato de Estado» (p. 14). Esta forma de
integración habría sido cumplida en nombre de una aparente
realización de las banderas históricas de estos movimientos,
que pasaron a consentir activamente con la explotación diri-
gida por el régimen de acumulación financiera globalizado.
Con relación a la Argentina, Maristella Svampa (2013) plan-
tea como tesis que: «el transcurrir de la década kirchnerista nos
permite realizar una interpretación más global del kirchnerismo en
términos de lo que Gramsci denominaba como revolución pasiva»
(p. 14). La socióloga argentina considera que esa categoría se
adecua a la experiencia del kirchnerismo en tanto sirve para
leer la tensión entre transformación y restauración en épo-
cas de transición, que finalmente desemboca en la reconsti-
tución de las relaciones sociales en un orden de dominación

1 El uso de la figura gramsciana de cesarismo, vinculada a la noción marxista de


bonapartismo, fue característico de los primeros análisis desarrollados por la izquierda
para caracterizar a los populismos latinoamericanos. Milciades Peña (1971), intelectual
trotskista argentino, había elaborado una caracterización del peronismo como una forma
de canalizar las demandas obreras por la vía estatal, abortando el ascenso combativo del
proletariado argentino. El peronismo habría representado un bonapartismo que preservó
el orden burgués alejando a la clase obrera de la lucha autónoma (Pizzorno, 2017). La
descripción elaborada por Peña podría resumirse en términos gramscianos, como una
revolución pasiva con sus elementos de cesarismo, transformismo y pasivización.

132
Revoluciones pasivas, cesarismo y transformismo.
El ciclo progresista latinoamericano y las categorías de Gramsci

jerárquico. Por su parte, Francisco Muñoz (2013) hace uso del


concepto de pasivización, vinculado a la categoría de revolu-
ción pasiva, para describir los procesos sociales del Ecuador
gobernado por Rafael Correa.
En lo que sigue nos concentraremos en los trabajos de Mas-
simo Modonesi, autor que ha venido trabajando de manera
más sistemática y fundamentada en la perspectiva que nos
ocupa. Para Modonesi (2013) las transformaciones impulsa-
das por los gobiernos progresistas latinoamericanos pueden
ser denominadas revoluciones –en un sentido acotado y cen-
trado en los contenidos– por cuanto promovieron cambios
significativos en sentido anti-neoliberal y pos-neoliberal. Si
bien su detonante fue la activación antagonista de movili-
zaciones populares, estos procesos fueron conducidos y lle-
vados a cabo desde arriba y a contrapelo de dichas moviliza-
ciones. Aun cuando llegaron a incorporar ciertas demandas
formuladas desde abajo, los cambios y las reformas fueron
impulsados fundamentalmente por medio del Estado –del
gobierno y, en particular, del poder presidencial–, el cual
hizo uso de la institucionalidad y legalidad como instrumen-
to de las iniciativas políticas.
Una dimensión fundamental y profundamente problemática
–de acuerdo con la interpretación de Modonesi– constituye
la pasividad o, pasivización que acompañó y caracterizó a las
experiencias progresistas latinoamericanas. Estos gobiernos
habrían promovido, fomentado o aprovechado una desmo-
vilización o pasivización más o menos pronunciada de los
movimientos populares socavando su frágil e incipiente au-
tonomía y capacidad antagonista, dando con ello lugar a una
re-subalternización funcional a la estabilidad de los nuevos
equilibrios políticos. Modonesi considera que el elemento pa-
sivo se volvió característico y decisivo en los diversos proce-
sos latinoamericanos, así como el retroceso desde una politi-
zación antagonista a una despolitización subalterna.
Por otra parte, según el autor, estas revoluciones pasivas es-
tuvieron asociadas a fenómenos de transformismo y formas

133
Charles Quevedo

de cesarismo progresivo. Con relación a los fenómenos de


transformismo, Modonesi señala que elementos, grupos o
sectores enteros de los movimientos populares fueron coop-
tados y absorbidos por fuerzas, alianzas y proyectos conser-
vadores, y, de manera específica, se desplazaron al terreno de
la institucionalidad estatal en el marco de la implementación
de políticas públicas orientadas a la redistribución. Estos des-
plazamientos estuvieron asociados a procesos de desmovili-
zación y control social o, en algunos casos, de movilización
controlada. La instalación de gobiernos progresistas produjo
fenómenos de cooptación desde el aparato estatal que dre-
naron sectores y grupos importantes de los movimientos y
organizaciones populares. Modonesi considera que este fe-
nómeno es central para explicar la pasivización, subalterni-
zación, control social o movilización controlada que caracte-
rizaron a las experiencias progresistas latinoamericanas.
De acuerdo con Modonesi, la modalidad de revolución pa-
siva también retoma elementos de la tradición caudillista
latinoamericana y se presenta bajo la forma cesarismo pro-
gresivo. La situación de equilibrio catastrófico entre neoli-
beralismo y anti-neoliberalismo –que antecede a la eclosión
de los gobiernos progresistas– se resuelve por medio de una
síntesis progresiva en la que una figura carismática cumple
un papel central. Modonesi señala que la figura del caudi-
llo popular garantiza no solo la adecuada proporción entre
transformación y conservación sino que además asegura su
carácter fundamentalmente pasivo y delegativo. El cesarismo
progresivo cumple una función fundamental en la medida en
que no solamente equilibra y estabiliza el conflicto, sino que
establece la verticalidad, la delegación y la pasividad como
características centrales.

Lo nacional-popular y la lucha por el socialismo


La obra de Gramsci empieza a ser difundida en Argentina
–gracias a los esfuerzos de Héctor Agosti (1951/2011)– a ini-
cios de la década de 1950, en coincidencia con los años más

134
Revoluciones pasivas, cesarismo y transformismo.
El ciclo progresista latinoamericano y las categorías de Gramsci

intensos del primer peronismo2. Sin embargo, en ese período


Gramsci era reivindicado más bien por su carácter de «héroe
antifascista» que por la originalidad de su contribución teóri-
ca, y ocupaba un lugar marginal dentro de la estrategia del
Partido Comunista de Argentina (PCA). El peronismo era en-
tonces interpretado por el PCA como una forma de fascismo,
–conforme a la caracterización elaborada por la Internacio-
nal Comunista–, y, en consecuencia, debía ser combatido aun
cuando eso significaba aliarse a representantes de los inte-
reses norteamericanos. En ese contexto, la movilización de
masas impulsada por el peronismo era descalificada como el
producto de un fenómeno de manipulación por parte del lí-
der, Perón.
Un análisis más atento a las especificidades de la realidad
argentina e inspirado esencialmente en la lectura de Gramsci,
será inaugurado a principios de la década de 1960 por el nú-
cleo de jóvenes intelectuales que promueven la revista Pasado
y Presente, principalmente José Aricó y Juan Carlos Portan-
tiero. Estos discípulos de Agosti ensayan una aproximación
diferente al fenómeno peronista tomando distancia con rela-
ción a la tesis de la manipulación de masas.El recurso a un
Gramsci nacional-popular habilitó la posibilidad de pensar el
populismo fuera de los moldes heredados del PCA.
La nueva matriz teórica con la que trabajaban los gramscia-
nos argentinos, abrió a otra perspectiva para pensar la cultu-
ra nacional, y al socialismo como heredero y continuador de
sus batallas, no ya como como una teoría acabada que debía
ser introducida de manera forzada. La cuestión central era
entonces qué posición debería asumir la izquierda con rela-
ción al movimiento nacional-popular argentino, es decir, el
peronismo. Se hacía evidente a los gramscianos argentinos
que la incomprensión del peronismo había condenado a la
izquierda a permanecer aislada de las masas trabajadoras, y

2 Véase Burgos R. (2004). Los gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia


de Pasado y Presente. Buenos Aires: Siglo XXI; Cortés M. (2015). Un nuevo marxismo para
América Latina. José Aricó editor, traductor, intelectual. Buenos Aires: Siglo XXI.

135
Charles Quevedo

que una lectura de Gramsci podría contribuir a superar esa


situación (Cortés, 2019).
En un artículo publicado en la revista marxista italiana Pro-
blemi del socialismo, Aricó (1965) llega a señalar explícitamente
que el drama residía en el rechazo de la izquierda, fundamen-
talmente del PCA, a comprender que sin la estructuración or-
gánica de una corriente revolucionaria dentro del peronismo,
era difícil concebir una solución de izquierda al proceso po-
lítico. La radicalización era posible, según Aricó, solamente
dentro del movimiento nacional-popular, y no desde afuera.
En la misma dirección, Juan Carlos Portantiero señalaba la
advertencia de Gramsci sobre las precauciones necesarias
para analizar un movimiento de tipo cesarista, bonapartista
o boulangista. Con relación al análisis histórico, Gramsci for-
mulaba la exigencia de evitar las generalizaciones a priori en
beneficio de la reconstrucción minuciosa de cada experiencia.
Toda experiencia boulangista debería ser analizada, según
el sardo, respecto a la masa social que moviliza, sus reivin-
dicaciones concretas y su rol en la relación de fuerzas en la
que interviene. En la opinión de Portantiero, parecía como si
las observaciones de Gramsci hubieran sido dedicadas a los
análisis clasistas de los movimientos populistas en América
Latina.
El argentino había construido en los años setenta una inter-
pretación de Gramsci en sintonía con una aproximación po-
lítica desde la izquierda a las experiencias populistas. Aun
cuando posteriormente había abandonado esa perspectiva,
consideramos que el intento de Portantiero de conjugar la tra-
dición marxista y la populista, mediado por la influencia de
Gramsci, continúa siendo un aporte original y teóricamente
relevante (Pizzorno, 2017). La primacía de la política, elemen-
to central del pensamiento gramsciano, permitía abandonar
el determinismo economicista y el clasismo como estrategia
política por parte de la izquierda tradicional. La tarea organi-
zativa pasaba a orientarse entonces a la construcción de he-
gemonía, es decir, la capacidad para unificar políticamente la

136
Revoluciones pasivas, cesarismo y transformismo.
El ciclo progresista latinoamericano y las categorías de Gramsci

voluntad de las clases populares disgregada por el capitalis-


mo. En el contexto italiano eso era pensado por Gramsci bajo
la forma de una articulación obrero-campesina que también
sumara a los intelectuales: la construcción de una voluntad
colectiva nacional-popular por la acción hegemónica de las
clases subalternas.
Lo nacional-popular emerge entonces como momento de
constitución política de un sujeto colectivo articulador de las
clases subalternas. Este sujeto colectivo recoge la experiencia
histórica propia de los sectores populares, y disputa el senti-
do de lo nacional fetichizado en el estado por las clases domi-
nantes. «Para ello», escribe Portantiero, «es la propia categoría
de pueblo la que debe ser construida en tanto voluntad colectiva.
El pueblo no es un dato sino un sujeto que debe ser producido»
(1977/1987: 153).
En América Latina, según observaba Portantiero, la consti-
tución política de las clases populares había seguido una vía
diversa con relación al modelo europeo. Sin embargo, la iz-
quierda construyó una lectura del populismo como dique de
contención a la radicalización de las masas (Pizzorno, 2016), en
base a la hipótesis teleológica que presuponía el marxismo
para una trayectoria autónoma de la clase obrera. En ese mo-
delo, de la lucha social autónoma se pasaba a la lucha políti-
ca, es decir, según un itinerario que iba del sindicato al parti-
do de clase. En la historia latinoamericana, con frecuencia los
trabajadores se sumaron a partidos policlasistas que promo-
vían la incorporación social de grupos subalternos, y la con-
dición obrera no implicó necesariamente una identificación
política de clase. Sin embargo, esa incorporación que condujo
a la participación de la clase obrera en experiencias de go-
bierno, representó, según Portantiero, un momento inédito
de unidad política y constitución de una identidad popular
duradera. El argentino veía en la intervención populista un
momento decisivo de la constitución política de las clases
populares, antes que un bloqueo estatal a una radicalización
desde abajo.

137
Charles Quevedo

Un pasaje de su artículo «Los usos de Gramsci», escrito en 1975, e


incluido como capítulo del libro del mismo nombre publicado
en 1981, resume la manera en que el sociólogo argentino
comprendía la articulación entre lo nacional-popular y la lucha
por el socialismo:
Si es cierto que en la problemática de la hegemonía se anudan las exigen-
cias de carácter nacional; si es cierto que las fórmulas políticas tendientes
a agrupar a las clases populares bajo la dirección del proletariado indus-
trial requieren un reconocimiento particular para cada espacio histórico;
si es cierto que las clases populares, aún disgregadas, tienen su historia
autónoma; si es cierto, en fin, que el partido «educador» tiene a su vez
que ser «educado» por el pueblo, todo ello significa que la guerra de po-
siciones, la lucha por el socialismo, no puede ser concebida sino como
una empresa nacional y popular. Un bloque revolucionario se estructura
en una sociedad en función histórica (no especulativa), a partir de una
realidad que no está constituida sólo por un sistema económico sino que
se halla expresada en una articulación cultural compleja que arranca del
«buen sentido» de las masas y que tiene por terreno su historia como
pueblo-nación. El socialismo sólo puede negar al nacionalismo y al po-
pulismo desde su propia inserción en lo nacional y lo popular (p.150).
El exilio mexicano de los animadores de Pasado y Presente, du-
rante los años de la dictadura militar (1976-1983), suscitó un
giro notable en sus perspectivas teóricas, y su retorno en los
años ochenta fue un punto de inflexión en la trayectoria que
los condujo hacia una perspectiva liberal-democrática, alejada
de las cuestiones abiertas por la experiencia nacional-popular
y la lectura de Gramsci (Cortés, 2019). El desplazamiento del
punto de vista de los teóricos argentinos hacia una lectura de
Gramsci inspirada en la obra de Norberto Bobbio, los llevó a
centrar sus preocupaciones políticas en la sociedad civil y la
necesidad de operar sobre una cultura considerada «autorita-
ria».
El artículo «Lo nacional-popular y los populismos realmente exis-
tentes», escrito por De Ípola y Portantiero en 1981 - en el con-
texto de una crítica a la teoría del populismo que Ernesto La-
clau desarrolla a partir de 1977 -, resume los tópicos del nue-
vo programa teórico-político para la izquierda de los años
ochenta: el populismo es pensado ahora como incompatible

138
Revoluciones pasivas, cesarismo y transformismo.
El ciclo progresista latinoamericano y las categorías de Gramsci

con la democracia y el socialismo, ya que tiende a activar una


dimensión nacional-estatal contra la nacional-popular, y hay
una ruptura ideológica y política entre el populismo y el so-
cialismo.
Sin embargo, a pesar de que el cambio de perspectivas opera-
do dejaba a los argentinos en una posición contraria al pero-
nismo y al populismo en general, estos continuaban resistién-
dose a la tesis de la «manipulación» para explicar el vínculo
entre clases populares y peronismo (Cortés, 2019). Y, aunque
conocían bien la categoría de revolución pasiva tampoco la
utilizaron para interpretar el fenómeno peronista. Como se-
ñala Martín Cortés (2019) esto podría derivar del hecho de
que el punto de partida del análisis del peronismo no suponía
la existencia de una revolución «activa», –o «antítesis vigorosa»
en palabras de Gramsci– , que el populismo vendría a pasi-
vizar. Por el contrario, tuvo lugar una activación de sectores
subalternos a través de aquel proceso político. Por otra parte,
como señala Kaysel (2016), el texto de 1981de Portantiero y
De Ípola, sobre la discontinuidad entre populismo y socia-
lismo, da cuenta en sus primeros párrafos de dos «experien-
cias revolucionarias triunfantes»: el castrismo y el sandinismo,
fenómenos que no dejan de estar arraigadas en tradiciones
políticas locales que podrían ser calificadas como populistas.

Algunas conjeturas (a modo de conclusión)


Los gobiernos que formaron parte del reciente ciclo progre-
sista latinoamericano surgieron en un contexto de creciente
cuestionamiento y resistencia al neoliberalismo imperante
hasta fines del siglo XX, pero en ningún caso como respuesta
ante una revolución activa, o antítesis vigorosa, que estuviese
amenazando el orden. Incluso, en muchos casos, las fuerzas
que lideraron los procesos de impugnación del neoliberalis-
mo fueron las que impulsaron el cambio político-social des-
de el gobierno logrando disputar la hegemonía neoliberal
aunque sea parcialmente. La virulencia con la que las clases
dominantes latinoamericanas (y globales) hostilizaron a los

139
Charles Quevedo

gobiernos progresistas, tampoco parecen indicar que los pro-


cesos estaban orientados a reconstituir el orden. Entonces,
habría que estudiar cada caso en su especificidad, como pro-
ponía Gramsci, evitando generalizaciones apresuradas.
Las recientes victorias electorales de Andrés Manuel López
Obrador en México y Alberto Fernández en Argentina
–sumados a las imponentes movilizaciones populares contra
el proyecto neoliberal en Ecuador y Chile, y la resistencia po-
pular al golpe de estado que depuso a Evo Morales en Boli-
via, entre los meses de octubre y noviembre de 2019–, pare-
cen refutar la tesis del «fin del ciclo progresista». Urge entonces
repensar formas políticamente productivas de articulación
de lo nacional-popular y las izquierdas, tomando en cuen-
ta para ello los procesos históricos de identificación política
de las clases subalternas en América Latina. En el encuentro
aleatorio de estas dos tradiciones revolucionarias podrían to-
mar consistencia otros proyectos civilizatorios más allá del
dominio del capital.

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141
La teoría de la
Hegemonía en
TEMA 2 los espacios
conservadores
latinoamericanos
Desde finales de los años 80, la derecha política
norteamericana y latinoamericana han focalizado
los peligros de lo que denominaron el «marxismo
cultural», fundamentalmente aquel asociado al
pensamiento de Antonio Gramsci. Al mismo tiempo
que la crítica, parte del pensamiento social de derecha
ha buscado inspiración en el propio pensamiento
gramsciano. Recientemente, en el proceso que llevó al
poder a un grupo ultraliberal al gobierno de Brasil,
tengamos posiblemente el más impactante resultado
de este proceso de crítica y apropiación. Esta mesa
se propone discutir sobre esta relación de la derecha
con el pensamiento de Gramsci buscando, al mismo
tiempo, claves de interpretación dirigidas a la crítica
teórica y política de estas lecturas a contrapelo del
espíritu de las elaboraciones gramscianas.
La derecha y Gramsci: demonización
y disputa de la teoría de la hegemonía

Raúl Burgos

La verdad es revolucionaria.
L›Ordine Nuovo, 1921
En política se podrá hablar de reserva,
no de mentira en el sentido mezquino
que muchos piensan: en la política de masas
decir la verdad es, absolutamente,
una necesidad política.
Gramsci (1930)

1. Introducción
El trabajo que presentamos se propone abordar un tema polé-
mico y complejo: el impacto y la recepción de Gramsci por la de-
recha latinoamericana, un tema a cuyo tratamiento nos obliga la
propia situación política de esta región, en particular la forma
bizarra y trágica que asumió en Brasil la emergencia, ascenso
y consagración electoral de la ultra-derecha, con una campaña
ideológica feroz de destrucción del campo político de la izquier-
da, centrada en dos ejes centrales: (1) el clásico repertorio de la
lucha contra la «corrupción», el cual la derecha latinoamericana,
coordenada desde Estados Unidos, está procesando mediante
la llamada «guerra híbrida»1 y los mecanismos de «lawfare»,

1 Una exposición minuciosa discusión sobre la guerra híbrida se encuentra en el libro del
periodista ruso Andrew Korybko Guerras Híbridas. Das revoluções coloridas aos golpes
(2018), donde la define como «el nuevo modelo de los EUA para cambiar regímenes que
no le son favorables» (p. 15), en la cual «las tradicionales ocupaciones militares pueden
dar lugar a golpes y operaciones indirectas» (p. 12). Del otro lado del espectro político,

145
Raúl Burgos

es decir, la persecución a sus oponentes por medios judiciales


amañados; (2) el combate al fantasma construido como «marxis-
mo cultural» que, en el caso brasilero –diferentemente del caso
estadounidense, en que el establishment centró el combate en
la Escuela de Frankfurt–, focalizó, en primer lugar, la figura de
Antonio Gramsci. Lawfare y guerra cultural anti-gramsciana pues-
tos como punta de lanza para la ejecución de un programa a la
vez ultra-liberal en la economía y conservador en la política y la
cultura. Todo el proceso fue alimentado por una furiosa cam-
paña anti-petista, en parte exitosa, pero en lo fundamental fra-
casada, de destrucción del Partido de los Trabajadores liderado
por Luis Inácio Lula da Silva, prisionero político del régimen
surgido con el golpe de 2016 desde el día 7 de abril de 2018 y
liberado (al menos provisoriamente) el 8 de noviembre de 2019.
De todos modos, aunque el dramatismo de la situación ponga
de relieve el proyecto reaccionario radical que se apoderó de Bra-
sil –y a pesar de que en este país el fenómeno posea característi-
cas propias–2, el fenómeno no es local, sino global. Por caminos
históricos contingentes, un pueblerino de salud frágil de la atra-
sada Cerdeña, fue alzado al lugar de enemigo público nº 1, y al
mismo tiempo referente teórico, de la derecha mundial. Voy a

la revista Foreign Policy (versión digital), en un artículo firmado por Reid Standish
(2018) la define como «la combinación de diplomacia, política, medios de comunicación,
ciberespacio y fuerza militar para desestabilizar y socavar el gobierno de un oponente».
2 La ascensión a nivel global de discursos y experiencias de extrema derecha, no debería
hacer perder de vista que lo que sucedió en Brasil no fue una extensión natural de un
fenómeno global, sino una construcción política vernácula en el marco de un proceso en
el cual esta alternativa política no era un destino fatal. Fue una situación suscitada por
la quiebra por parte del Partido de la Socialdemocracia Brasileira-PSDB del «contrato
político» –conservador dígase de paso– de post-dictadura con el objetivo de recuperar el
poder político que había perdido en 2002 con el triunfo del Partido de los Trabajadores.
Este partido, desconoció el triunfo de la presidente Dilma Roussef en las elecciones de
2014 e inició una campaña intensa de desestabilización política que se articuló con la
campaña anti-política de la operación «lava-jato» –coordenada desde los Estados Unidos,
como queda cada vez más en evidencia– en el marco de su ofensiva para recuperar su
«patio trasero» latinoamericano, y que contó con la complicidad del poder judicial, el
ministerio público, la policía federal y, fundamentalmente, los medios de comunicación
monopolizados por la derecha política; y la mayoritaria derecha parlamentaria,
obviamente. En este terreno devastado emergió y creció como yerba mala tras un incendio,
un proyecto reaccionario que estaba –y podría seguir estando, si no fuera por la creación
de esta correlación de fuerzas favorable– en los márgenes de la vida política brasilera.

146
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

tratar de bosquejar, en el espacio que tengo, algunas caracterís-


ticas de este movimiento y esbozar algunas conclusiones.
Hay dos elementos que me parece necesario subrayar desde
el punto de vista de la teoría de la hegemonía. Por un lado,
indicar que el tema corresponde al «capítulo» de la teoría de la
hegemonía que debe dedicarse a discutir, considero, la «teoría
de la ideología y la cultura, y la teoría sobre los intelectuales y los
aparatos de producción y organización de la cultura». En esta área
temática, en respuesta a sus derrotas provisorias frente a fuer-
zas de centro-izquierda en América Latina, la derecha ha ac-
tuado exitosamente con una práctica de dos caras: por un lado,
lanzó la bomba de humo (una gigantesca fake) consistente en
la idea de que la izquierda política había llegado a dominar
totalmente el mundo cultural; por otro lado, movilizó su poder
real en los medios de comunicación –un poder inalterado en
la mayoría de los países de la región–, y organizó y financió
una colosal maquinaria de propaganda y ejércitos de militan-
tes virtuales. La práctica (que remite a la goebbelsiana mentira
sistemática y repetida mediante la propaganda) adquirió la de-
nominación de «firehosing», para designar la práctica de dis-
tribución en masa de informaciones falsas con el objetivo de des-
estabilizar la percepción de la realidad de las personas. En este
sentido, las nuevas tecnologías de la información recolocan de
forma dramática la cuestión de la producción de la cultura y
la opinión pública. Por otro lado, la generalización de diversos
usos de Gramsci por parte de la derecha intelectual y política
plantea la cuestión de si se puede hablar de un «gramscismo
de derecha» y de la existencia o no de una especie de teoría de
la hegemonía «de derecha». Discutiré brevemente el tema en
las consideraciones finales.

2. Antecedentes
Pienso que, en América Latina, posiblemente el primero que
haya tratado con cierta atención la cuestión de la apropiación
por la derecha del pensamiento de Gramsci haya sido José Ma-
ría Aricó en La cola del diablo (1988). Allí, Aricó estableció una

147
Raúl Burgos

comparación entre el modo en que la llamada Nueva Derecha


francesa había iniciado, en la década de 70, a partir de los tex-
tos de Alain de Benoist,3 una perspectiva de cultura política
aggiornata. Aricó ponía en contraste esta perspectiva con la cul-
tura política «cavernícola», autoritaria, de la derecha argentina
que, en los años inmediatamente posteriores a la superación
del régimen criminal de la dictadura, levantaba el peligro de
una conspiración gramsciana:
Frente a los insuperables obstáculos que, en las sociedades europeas mo-
dernas, imposibilitarían las estrategias golpistas o neofascistas de acceder
al poder del Estado, «se fue constituyendo y ocupando un espacio siempre
mayor, una derecha de nuevo tipo». [El italiano Marco] Revelli4 la define
como «hegemónica» porque «persigue, gramscianamente, la conquista de
la hegemonía en la sociedad civil» [...] Los ideólogos de la «nueva derecha»
europea prefieren denominarse «gramscianos de derecha» (Aricó, 1988:
169).5
En contraste con la derecha reaccionaria argentina, que encon-
traba una «conspiración gramsciana» en cualquier emprendi-
miento crítico, la nueva derecha europea, observa Aricó, «cree
poder encontrar en Gramsci motivaciones para pensar los nue-
vos caminos de acceso a esa Konservative Revolution irrealiza-
da» (Aricó, 1988, p. 173).
En ese sentido, Benoist llama a Gramsci «marxista indepen-
diente» y lo presenta como «el padre de la metapolítica», una

3 Benoist lanzó sus ideas en los primeros años de la década de 70. En el libro «Manifiesto:
La Nueva Derecha del año 2000», escrito por Alain de Benoist en conjunto con Charles
Champetier, los autores señalan: «La Nueva Derecha nació en 1968. No es un movimiento
político, sino una escuela de pensamiento» que «ha sabido beber en las más diversas
aportaciones teóricas que la han precedido» y, en este sentido, «no duda en recuperar
aquellas que le parecen acertadas en cualquier corriente de pensamiento» (p. 2).
4 Marco Revelli, «La cultura della destra», en Il pensiero político contemporáneo, vol I.
Milán: Franco Angeli, 1985
5 En América Latina, y en Brasil con particular intensidad, la derecha a partir de los
años 90 intentó evitar el rótulo «derecha», prefiriéndose llamar «centro». En el caso de
Brasil la derecha desapareció milagrosamente; nadie quería el nombre para sí; partidos
clásicos de la derecha cambiaron su nombre y se dirigieron discursivamente al «centro».
Esto hasta su reaparición virulenta en la senda del golpe de estado «blando» de 2016
el que permitió el resurgimiento de una derecha que asume sin traumas su condición:
conservadora, reaccionaria, retrógrada: ¡sí, con mucha honra! Una especie de parada del
orgullo conservador.

148
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

perspectiva teórica que definiría su propia posición, contraria


tanto al marxismo como a los valores liberales. En un artículo
del 2010 el autor menciona lo que sería la «lección esencial de
Gramsci» (desde su perspectiva, obviamente): «A saber: que
la mayoría ideológica es más importante que la mayoría par-
lamentaria y que la primera siempre anuncia la segunda, en
tanto la segunda, sin la primera, está llamada a derrumbarse».
Poniendo de relieve, obviamente, el papel central de la lucha
ideológica o, en términos más amplios, «cultural», cuestión
clave de la lucha política de nuestro tiempo.
El filósofo político conservador ruso, Alexander Dugin (2016),
un polémico adscripto de la neo-derecha euro-asiática, sostie-
ne al comentar la contribución de Benoist:
Alain de Benoist llegó a la conclusión de que el fenómeno llamado «hege-
monía» es un conjunto de estrategias, actitudes y valores, que consideró
en sí mismo un «mal absoluto». Esto condujo a la proclamación del princi-
pio del «gramscismo de derechas». El «gramscismo de derechas» significa
el reconocimiento de la autonomía de la «sociedad civil en el sentido de
Gramsci» con la identificación del fenómeno de la hegemonía en esta área
y la elección de su propia posición ideológica en el lado opuesto de la he-
gemonía.
Es decir, encontramos, en cierta forma, la postulación de una
teoría de la hegemonía de signo opuesto a la gramsciana (una
«anti-hegemonía», podríamos decir), pero reivindicando la fi-
gura de Gramsci para su propia posición, como su creador y
fundador; le guste o no al pensamiento gramsciano normal.
Antes de entrar en una descripción de la relación compleja (bi-
polar, podríamos ironizar), de las derechas argentina y brasi-
lera con el pensamiento de Gramsci veamos lo que creo perti-
nente calificar como «marco teórico» para el pensamiento de la
ultraderecha latinoamericana en esta cuestión.

3. Un «Marco teórico» para la ultraderecha


latinoamericana. El peligro Gramsciano
En este nivel de hechos, aunque puedan existir otros, se en-
cuentran dos mojones incuestionables: La XVIIa Conferencia
149
Raúl Burgos

de Ejércitos Americanos (CEA), Mar del Plata (1987) y el Docu-


mento de Santa Fe II (1989). Veamos algunos elementos crucia-
les de estos dos eventos para el tema de este trabajo.
1. La XVIIa Conferencia de Ejércitos Americanos (CEA), Mar del
Plata (1987)
En tiempos de una convulsionada transición de las dictaduras
militares para regímenes constitucionales, la XVIIa Conferencia
de los Ejércitos Americanos realizada en Mar del Plata,
Argentina en el año 1987, prevenía sobre los efectos de la
difusión de las ideas de Gramsci, presentándolas como el nuevo
peligro ideológico de la época. Los representantes militares de
los gobiernos democráticamente elegidos denunciaban, «La
penetración ideológica [...] de la acción subversiva inspirada
en Antonio Gramsci» que actuaría «sobre todo, en el campo de
la educación, los medios de comunicación, las artes, la moral
social, los centros de reflexión, el terreno religioso» (Apud
Gaudichaud, 2003).
La nueva estrategia conspirativa para América Latina que
detectaba la conferencia militar fue denominada «amero-
comunismo», en clara referencia al «eurocomunismo» de cuño
europeo que incluiría también la Teología de la Liberación.
Sobre el contenido de tal «estrategia» afirmaba el documento:
Para Gramsci, el método no consistía en la «conquista revolucionaria del
poder», sino en subvertir culturalmente a la sociedad como paso inmediato
para alcanzar el poder político de forma progresiva, pacífica y perenne [...].
Para este ideólogo, la idea principal se fundamenta en el uso del juego de-
mocrático para la instalación del socialismo en el poder. Una vez alcanzado
este primer objetivo, se busca finalmente imponer el comunismo revolucio-
nario. Su obra está dirigida especialmente a los intelectuales, profesionales
y aquellos que manejan los medios masivos de comunicación (Apud Rossi,
1987: A6).
El diario Folha de São Paulo, publicó en su edición del domingo
25 de setiembre de 1987, un extenso material escrito por el
enviado especial Clóvis Rossi, titulado «Los ejércitos planean
acciones anticomunismo en las Américas». Una de las secciones
especiales fue denominada «Gramsci y el ‹amerocomunismo›

150
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

son los nuevos enemigos a combatir». En otra sección importante


titulada «Los ejércitos hacen pacto secreto para intervenir en el
poder», el diario publicó elementos de los 15 acuerdos firmados
por las cúpulas militares como resultado de las deliberaciones.
Según Rossi, en el último de ellos, los representantes de los
15 ejércitos establecían «un acuerdo previendo la intervención
de los ejércitos en ‹los demás campos del poder›, además
del campo estrictamente militar». Es interesante (y debería
ser motivo de continua preocupación e investigación de los
sectores democráticos frente a la presente onda de golpes
de estado en América latina, –«blandos» o usando la fuerza
militar y policial, cuando a la derecha le queda espacio para
esa alternativa–, como fue el caso del golpe perpetrado en
Bolivia a partir del 10 de noviembre) mencionar el Acuerdo
n. 8, que establecía «una especie de central supranacional
de inteligencia, llamada en la jerga militar de ‹situación
de inteligencia combinada›. El objetivo del acuerdo es el de
‹proporcionar información e inteligencia actualizada sobre el
Movimiento Comunista Internacional a los países miembros
de la Conferencia de los Ejércitos Americanos›» (Ibíd.). Rossi
mencionaba además el acuerdo n. 14, de singular importancia
para el tema que nos ocupa, dedicado, según el periodista, a las
operaciones psicológicas y los medios de comunicación social
en la guerra contra el terrorismo. El propósito del acuerdo es
«establecer cursos de acción para garantizar que los ejércitos
americanos, dentro del sistema de seguridad que integran,
participen activamente para reducir o anular las ventajas que
la subversión obtiene de los medios de comunicación social»
(Ibíd).
Como sabemos, este diagnóstico efectuado por los militares se
generalizará como política del gobierno norteamericano para
la región, arrastrando, como de costumbre, a las élites locales
latinoamericanas y conducirá al recrudecimiento del papel re-
accionario de los medios de comunicación oligarquizados en
la región.

151
Raúl Burgos

2. Documento de Santa Fe II.


Esta política quedó registrada en otro texto político extrema-
mente revelador de ese desmedido temor de la derecha polí-
tica en torno del «peligro gramsciano» que sería publicado al
final de la década de 1980: el llamado Documento de Santa Fe
II, elaborado en 1989 por el grupo de asesores del presidente
George Bush denominado Comité de Santa Fe. En la sección
titulada «La ofensiva cultural marxista», afirman los autores:
El principal teórico marxista innovador que reconoció la relación entre
los valores que el pueblo tiene y la creación del régimen estatizante fue
Antonio Gramsci (1891-1937). Gramsci argumentó que la cultura o la
red de valores en la sociedad priman sobre la economía. Según Gramsci,
los trabajadores no conquistarían el régimen democrático, pero los inte-
lectuales sí. Para Gramsci, la mayoría de los hombres ostenta los valores
comunes de su sociedad, sin embargo no están conscientes del porqué de
sus opiniones ni de cómo las adquirieron. De este análisis se dedujo que
era posible controlar o formar el régimen mediante el proceso democrático
si los marxistas fuesen capaces de crear los valores comunes hegemónicos
de la nación. Los métodos marxistas y los intelectuales marxistas podían
conseguir esto dominando la cultura de la nación, proceso que requiere
una gran influencia en la religión, escuelas, medios de comunicación y
universidades. Para los teóricos marxistas, el método más eficaz para crear
un régimen estatista en un medio democrático era a través de la conquista
de la cultura de la nación. Siguiendo este padrón, todos los movimientos
marxistas en América Latina han sido dirigidos por intelectuales y estu-
diantes, y no por trabajadores (Comité de Santa Fe, 1989: 75).6
Estos dos documentos son extremamente importantes para el
tema, porque al enunciar de un modo crudo su objetivo, fun-
cionaron como directrices generales para las posturas de los
sectores más reaccionarios. Al observar las nuevas elaboracio-
nes anti-gramscianas en Brasil veremos que todos sus elemen-
tos principales ya estaban presentes en ellos, y fueron seguidos
como un verdadero guión por la extrema derecha.

6 El Comité de Santa Fe fue originalmente establecido por el presidente Ronald Reagan para
asesorarlo en cuestiones latinoamericanas, integrado por L. Francis Bouchey, Roger W.
Fontaine, David C. Jordan y el general Gordon Sumner–, y conocido por la producción,
mayo de 1980, del llamado Documento de Santa Fe, «Una nueva política Interamericana
para la década del ochenta», que debería orientar la política norteamericana para América
Latina en esa época.

152
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

4. La derecha argentina y Gramsci


En la segunda mitad de la década de 1980, se expresaron en
Argentina dos tipos de actitudes de la derecha frente al legado
gramsciano: 1) por un lado la actitud de la ultraderecha re-
accionaria que, siguiendo el «marco teórico» brevemente pre-
sentado, veía en Gramsci el enemigo a ser combatido en las
nuevas circunstancias posteriores a la dictadura genocida; 2)
por otro lado, una posición, que se ajustaba más a la perspec-
tiva de la nueva derecha europea, buscando explícitamente en
Gramsci, una fuente teórico-política para la implantación de
las políticas neoliberales en el período inicial del gobierno del
presidente Saúl Menem.
Los antecedentes argentinos son interesantes porque en ellos
se explicitaron los dos modos en que la derecha ha operado
con el legado gramsciano.

A) El demonio gramsciano argentino


Consideremos algunos marcos fundamentales de la demoni-
zación de Gramsci en Argentina:
a) En noviembre de 1985, en declaraciones a Radio Continen-
tal, el obispo de la Diócesis de San Juan, Monseñor Italo Di
Stéfano, figura emblemática del conservadorismo dominante
en la Iglesia Católica Argentina, se pronunció contra el uso
de elementos ideológicos marxistas en el curso de ingreso a la
Universidad, denunciando «la propagación de las ideas de ese
comunista llamado Antonio Gramsci» (en Aricó, 1988: 165).
Era un llamado a la reacción en una época de derrota proviso-
ria de la derecha.
b) El 16 de mayo de 1987, uno de los principales responsables
por las atrocidades ocurridas durante la dictadura 1976-1983,
el General genocida Ramón J. Camps declaraba en un artícu-
lo titulado «La república invadida» publicado por el diario La
Prensa que «el fantasma gramsciano es una realidad en la Ar-
gentina contemporánea», y acrecentaba la afirmación de que
el propio Poder Ejecutivo era ejercido por «un típico represen-

153
Raúl Burgos

tante del gramscismo nativo, aunque un tanto primitivo», re-


firiéndose al primer presidente argentino post-dictadura Raúl
Alfonsín.
c) El poder militar no se doblegó fácilmente en Argentina,
como se sabe. Hubieron levantamientos militares a lo largo de
1987 y, luego, leyes configurando la impunidad buscada (Pun-
to Final y Obediencia Debida). Sin embargo, las luchas poste-
riores de los organismos de derechos humanos y los gobiernos
progresistas de los presidentes Néstor y Cristina Kirchner, hi-
cieron que tuvieran continuidad y llegaran a una conclusión
los juicios a los responsables por las atrocidades cometidas du-
rante la dictadura. En estas nuevas circunstancias, el General
genocida Luciano Benjamín Menéndez decía en su alegato de
julio de 2008 durante uno de los juicios por crímenes contra la
humanidad, sin mostrar ningún tipo de arrepentimiento:
Derrotados, los guerrilleros abandonaron la lucha armada y se mimetiza-
ron en la sociedad como pacíficos civiles. Pero no abandonaron sus objeti-
vos. No cesaron la Guerra Revolucionaria, sino que la trasladaron a otros
campos, siguiendo la doctrina de Gramsci que aconsejaba: «La inteligencia
tiene que apoderarse de la educación, de la cultura, y de los medios de
comunicación social, para desde allí apoderarse del poder político y con el
poder político dominar a la sociedad civil».7
d) Por la misma época, en diciembre de 2010, durante el jui-
cio por el fusilamiento de 31 presos políticos de la Unidad Pe-
nitenciaria número 1 (UP1), el General genocida Jorge Rafael
Videla, primer jefe del grupo que usurpó el gobierno en 1976,
volvió a reivindicar sus crímenes y afirmó: «Los enemigos de
ayer están hoy en el poder y desde él intentan establecer un
régimen marxista, a la manera de Gramsci, que puede estar
satisfecho de sus alumnos» (CEBRERO, 2010). Hay que recor-
dar que quien estaba en el gobierno en aquel entonces era la
Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, transformada en el
discurso, en una discípula avanzada del comunista sardo.

7 El alegato completo puede leerse en: http://www.alfinal.com/politica/


guerrarevolucionaria.php. O, para aquellos que estudien la psicología de los genocidas,
puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=d2HZFYJTC-8.

154
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

Sin embargo, junto con este Gramsci demonizado, aparecía en


la Argentina de fines de los años 80, una tentativa de apro-
piación «virtuosa», podríamos decir, de su pensamiento: un
Gramsci teórico de una derecha más próxima a aquella nueva
derecha francesa.

B) Gramsci teórico de la derecha argentina


En el comienzo de la gestión de Carlos Menem, Jorge Castro,
miembro de la cúpula ideológica del menemismo naciente,
afirmaba en un artículo publicado en el diario El Cronista Co-
mercial, de octubre de 1989, desafiando a la herencia gramscia-
na de izquierda: «Antonio Gramsci, uno de los grandes pensa-
dores políticos del siglo, reúne todas las condiciones para con-
vertirse en un clásico; como tal no pertenece a nadie en particular,
sino que [es] patrimonio general de la cultura de nuestro tiempo»
(Castro, 1989a: 14. Itálicos: RB).
En esta dirección, en relación con el regreso al país de los res-
tos mortales de Juan Manuel de Rosas, personaje fundamental
y controvertido de la historia argentina, afirmaba Castro: «el
regreso de los restos de Rosas, y su aceptación por el consenso
general y político, es, en síntesis, una operación gramsciana de
gran categoría» (Ibíd.).
En términos más generales de proyecto político, este breve pasa-
je gramsciano de la política menemista –hoy una curiosidad–
partía de las siguientes premisas:
El progresismo pequeño burgués se ha apoderado del sentido común de la
Argentina [...] En esta lucha vital por el dominio cultural los argumentos
técnicos y pragmáticos no son relevantes, lo esencial son las posiciones
políticas históricas, geopolíticas y éticas que puedan sostenerse, porque no
se trata de demostrar una ecuación sino de construir una nueva hegemo-
nía. (Castro, 1989b: 17).
En la posición de Castro, esa nueva hegemonía era la del pro-
yecto neoliberal vendido en la época como «economía social
de mercado», el que fracasó brutalmente a finales de los años

155
Raúl Burgos

90, a pesar de los esfuerzos teóricos de Castro, dejando un ten-


dal de miseria para el pueblo argentino.8
Este caso de apropiación positiva explícita de Gramsci por el pen-
samiento de derecha, se colocaba justamente en la línea traza-
da por Alain Benoist, comentado anteriormente.
Como breve conclusión del caso argentino podemos señalar lo
siguiente: 1. Hubo un movimiento decreciente del peso de la de-
monización. En un país que «ajustó las cuentas» con la dicta-
dura militar y en un grado alto (diferentemente de Brasil, por
ejemplo) se libró de la tutela de las Fuerzas Armadas9, las últi-
mas expresiones de «demonización» pueden haber sido las an-
teriormente citadas de los genocidas condenados por crímenes
contra la humanidad, derrotados por la sociedad argentina.
Otras pueden venir, obviamente. 2. Con el triunfo del neolibe-
ral Mauricio Macri tenemos la primera expresión, en muchas
décadas, de una derecha liberal que llega al gobierno a través
de elecciones, sin recurrir al golpe de estado. A pesar de todo
su reaccionarismo social, el grupo macrista aceptó el desafío de
la lucha política en las instituciones republicanas liberal-de-
mocráticas, participando de la lucha ideológica y cultural.
En términos de la teoría de la hegemonía, haciendo uso de la
fundamental distinción gramsciana entre oriente/occidente, po-
dríamos decir que en el caso argentino encontramos una evi-
dente estabilización de las condiciones de «occidentalización»
de la sociedad. En Brasil, las cosas fueron diferentes. En este
país, visto desde la perspectiva gramsciana como una mezcla

8 Retomado por la gestión de Mauricio Macri en el año 2015, volvió a repetir las dosis
destructivas, siendo la 3º onda desoladora de neoliberalismo en Argentina. Al momento
de finalización de este texto, el nuevo presidente electo Alberto Fernández, anuncia el
anhelo de que la era neoliberal sea definitivamente superada en el país, a partir de su
gobierno. El tiempo dirá.
9 Aunque el caso argentino de depuración democrática de las Fuerzas Armadas haya sido
un hecho destacado en América Latina, los sectores democráticos no tendrían que bajar la
guardia en este aspecto, como lo advierte Horacio Verbitsky (2019) en un artículo reciente
(17 de noviembre) donde denuncia los nuevos coqueteos de la cúpula de las fuerzas
armadas argentinas con la jefatura del Comando Sur de los Estados Unidos y su incentivo
al retorno del papel de las fuerzas armadas como actores políticos frente a las «nuevas
amenazas», fundamentalmente China, Rusia, Venezuela y, hasta caer en la trama golpista,
obviamente, Bolivia.

156
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

compleja entre oriente y occidente, la reacción contra las polí-


ticas socialdemocratizantes de los gobiernos petistas «re-orienta-
lizó» la política, trayendo nuevamente el clima sofocante del
autoritarismo cívico-militar para la política.

5. La derecha brasilera y el llamado a «combatir/usar»


Gramsci
En Brasil –país que nunca rompió efectivamente los lazos, no
sólo simbólicos, con el esclavismo–10 las cosas suelen mezclar-
se con particularidades propias, y el modo en que se establece
la reflexión y actuación de la derecha sobre el legado gramscia-
no tiene una constitución compleja: en su cara más visible, se
combate a Gramsci como un demonio (veremos los ejemplos
más bizarros) pero al mismo tiempo, en su cara más íntima, se
absorben los elementos gramscianos para el combate político:
es decir, Gramsci, para la cultura de la derecha brasilera se ha
mostrado como demonio y maestro. Veamos el aspecto demoni-
zación.

A. El demonio gramsciano brasilero


En el ámbito de la cultura de la derecha brasilera contemporá-
nea, encontramos una verdadera avalancha de ataques al pen-
samiento gramsciano: es una guerra anti-gramsciana. Hay una
infinidad de ejemplos significativos, pero entre ellos considero
que hay dos figuras centrales, que se destacan en la elaboración

10 Véanse en este sentido, por ejemplo, los agudos escritos recientes del sociólogo Jessé Sousa,
en particular el libro «A elite do atraso. Da escravidão à lavajato» (2017). Sin embargo, en
este crucial punto de las marcas profundas del esclavismo en Brasil es siempre importante
tener en cuenta la intervención del antropólogo Darci Ribeiro. Después de describir
los horrores de la esclavitud brasilera, Ribeiro (1995, p. 120) señala en un texto célebre:
«Ningún pueblo que haya pasado por esto como su rutina de vida, a lo largo de los
siglos, saldría de ella sin quedar indeleblemente marcado (...) La más terrible de nuestras
herencias es esta de llevar siempre con nosotros la cicatriz del torturador impresa en el
alma y pronta para explotar en la brutalidad racista y clasista. Ella es que encandece,
aún hoy, en tanta autoridad brasileña predispuesta a torturar, hostigar y lastimar a los
pobres que caen en sus manos. Sin embargo, ella, provocando una creciente indignación,
nos dará fuerzas, mañana, para contener a los poseídos y crear una sociedad solidaria
aquí». No es de extrañar, entonces, que haya sido elegido como presidente del país a un
declarado admirador de la tortura.

157
Raúl Burgos

de una no trivial posición de combate al legado del comunista


sardo: el autodenominado «filósofo» Olavo de Carvalho, gurú
teórico de la recompuesta ultraderecha brasilera, (y en particu-
lar del actual presidente), con una escritura deliberadamente
soez, creador de una imagen de Gramsci representado como el
diablo (entero, no solo «la cola») y el General retirado Sergio
Augusto de Avellar Coutinho, autor de un trabajo más cuida-
doso que el de Carvalho, aunque del mismo tenor demonizante.
Veamos algunas referencias.
a) Olavo de Carvalho y el diablo sardo
En 1994 el escritor Olavo de Carvalho, que se tornaría el prin-
cipal ideólogo de la nueva extrema derecha brasilera, publicó
el libro A nova era e a revolução cultural: Fritjof Capra & Antonio
Gramsci, un panfleto dirigido contra Capra, pero fundamen-
talmente contra Gramsci, a quien describe como «el profeta de
la imbecilidad, el guía de hordas de imbéciles para quienes la
verdad es la mentira y la mentira la verdad» (Carvalho, 1994,
p. 55). El texto es caracterizado por un lenguaje degradante,
que fue pasado a su legión de seguidores, youtubers, y otras
especies de la fauna neo-mediática. Por ejemplo, como destaca
el historiador Lincoln Secco (2019), Carvalho «usó varias me-
táforas sexuales para describir los conceptos de Gramsci (...)
Para él, Gramsci estaría en relación a la seducción como Lenin
a la violación». El segundo capítulo de su libro lleva el título
de San Antonio Gramsci y la Salvación del Brasil, e inicia de una
manera extremamente significativa:
Quien desee reducir a un cuadro coherente el aglomerado caótico de ele-
mentos que se agitan en la escena brasileña, debe comenzar a dibujarlo
tomando como centro a un personaje que nunca estuvo aquí, del cual la
mayoría de los brasileños nunca ha oído hablar, y que, además, está muerto
hace más de medio siglo, pero que, desde el reino de las sombras, dirige
secretamente los acontecimientos en esta parte del mundo. Me refiero al
ideólogo italiano Antonio Gramsci (Carvalho, 1994: 46. Itálicos RB).
Las cenizas de Gramsci seguramente sufrieron algún cimbro-
nazo frente a semejantes declaraciones. En los años siguientes,
el autor radicalizó su entonces solitaria prédica, criminalizan-

158
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

do a la izquierda brasilera, adjudicándole un carácter mafioso,


en una extraña fusión cultural de Cerdeña y Sicilia. Es ejemplar
en este sentido el artículo «Mafia Gramsciana» (1999), donde
establece el vínculo entre el marxismo y las asociaciones delin-
cuenciales. En el final del artículo señala el autor:
En el campo intelectual, atacar a la «derecha» hoy sería más que cobardía:
sería legitimar la farsa de que en Brasil existe un debate cultural normal,
cuando lo que existe es solo el mafioso apoyo mutuo de gramscianos a
gramscianos, lo que priva a los brasileños del acceso a ideas esenciales y
todavía tiene el cinismo de hacerse pasar por democrático.
Nótese que eran aún tiempos del presidente Fernando Hen-
rique Cardoso, a esa altura de centro-derecha (consiguiendo
posteriormente llegar más lejos en la dirección diestra), no del
izquierdista Lula.
Esta posición se iría robusteciendo y agigantando hasta termi-
nar con su incorporación total por la derecha brasilera (y no
sólo la derecha, dígase de paso): la criminalización total del PT
que llevó a la prisión del más importante líder popular brasile-
ro como delincuente común, en abril de 2018, posiblemente el
mayor «caso Dreyfus» de la historia reciente de América Latina.
En julio de 2008, en un artículo denominado crucialmente «He-
gemonía», Carvalho reitera por enésima vez su tesis11 acerca
del triunfo la guerra cultural por parte de la izquierda, atribu-
yendo a los gobiernos de la dictadura militar que gobernó el
país de 1964 a 1985 la responsabilidad de la supuesta derrota:
El nuevo régimen que surgió en 1964 fortaleció [la influencia cultural de
la izquierda], al enfocar sus esfuerzos en combatir la subversión armada y
evadirse perezosamente del deber de la lucha cultural, permitiendo que la
izquierda se revitalice mediante el debate interno, la autocrítica y la reor-
ganización estratégica según las líneas defendidas por Antonio Gramsci,
cuyas obras, no por casualidad, estuvieron al alcance de la militancia inte-
lectual izquierdista local precisamente desde 1965 (CARVALHO, 2008).

11 En realidad, como vimos, era la tesis de la cúpula de los ejércitos y del Comité de Santa Fe,
es decir, del Pentágono y del Departamento de Estado norteamericano.

159
Raúl Burgos

Así, según la lectura de Carvalho, «a mediados de la década


de 1970, la hegemonía cultural de la izquierda era, más que un
hecho consumado, un derecho adquirido».
Carvalho señala un par de tentativas de reacción de la derecha
en los años 80, pero afirma que esas tentativas tenían dos auto-
limitaciones congénitas, que permanecían en 2008:
(1) Se limitaron al debate doctrinal, sin perspectivas de acción política, y
mucho menos una ofensiva anti-gramsciana organizada en la esfera cul-
tural.
(2) Tiende a enfocarse en asuntos económicos, ignorando los asuntos esen-
ciales de la guerra cultural y la estrategia revolucionaria (…). (Ibíd).
La importancia de este posicionamiento reside en que, de cier-
ta forma, fue un llamado a la derecha para lanzarse a la guerra
cultural en un momento en que la ofensiva general derechista
en América Latina, organizada desde el Departamento de Es-
tado norteamericano en el marco de la estrategia para recu-
perar para sí su patio trasero latinoamericano, bajo la nueva
forma de guerra híbrida, comenzaba a agudizarse en Brasil
por el miedo del éxito sucesivo de gobiernos del Partido de los
Trabajadores. Ofensiva anti-gramsciana en la guerra cultural,
y criminalización de la izquierda, principalmente el Partido de
los Trabajadores, fueron las consignas olavistas.
La influencia de Olavo de Carvalho creció exponencialmen-
te con el uso de las redes sociales, que supo aprovechar para
transformarse en una especie de pop-star de la derecha brasi-
lera.12
b) Gral. Sergio Augusto de Avellar Coutinho. Una filología de
derecha para los Cuadernos de la Cárcel.
A pesar de la enorme influencia mediática de Olavo de Car-
valho, posiblemente la más elaborada crítica desde la derecha
al pensamiento gramsciano haya sido el libro del Gral. Sergio

12 En el sitio web del autor, se encuentra una nutrida producción que alimenta las huestes
olavistas de ultraderecha: http://olavodecarvalho.org/

160
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

Augusto de Avellar Coutinho, A Revolução Gramscista13 no Oci-


dente: a Concepção Revolucionária de Antônio Gramsci em os Ca-
dernos do Cárcere (2002). Su lanzamiento editorial se produjo
poco antes del inicio de la «era de los gobiernos petistas» y se
transformó en una especie de libro revelador de los misterios de
la fuerza del pensamiento de Gramsci.
Obviamente no es posible en pocas líneas exponer el contenido
del texto de Coutinho. Sin embargo, es obligatorio decir que
no es una construcción trivial ni simplemente una seguidilla
de denostaciones, como las que se encuentran en los textos de
Carvalho. El autor, partiendo del reconocimiento de la sofisti-
cación y complejidad teórica del texto gramsciano – que expo-
ne a partir de una selección, también no trivial, de categorías
principales–, se dispone a ser el guía intelectual para develar
críticamente el contenido de los Cuadernos para el público de
derecha. Si no se hace este esfuerzo de exégesis filológica, indi-
ca el autor, «el conocimiento de la concepción revolucionaria
gramscista queda incompleto para las personas comunes» (Op.
Cit., p. 9).
En este sentido, Coutinho apela, a su modo, al crucial concepto
de traducibilidad del propio Gramsci, cuando define el objetivo
de su propio libro:
El objetivo de este libro es exactamente intentar «traducir» Gramsci, o
más bien decodificar Gramsci; hacer una «exégesis» del contenido revolu-
cionario del pensamiento político expuesto en los Cuadernos de la prisión.
Por lo tanto, no pretende ser un trabajo crítico, sino un libro didáctico.
(Op. Cit., p. 10).
«La pretensión es extremadamente ambiciosa –reconoce el ge-
neral Coutinho–, pero está bien definida»: «sistematizar y des-
cribir de la manera más clara posible la «estrategia gramscista
de transición al socialismo»; entender su «concepción revolu-
cionaria de toma del poder» (Ibíd).

13 En nota el autor advierte: «Al escribir este libro, hicimos una ligera diferencia en los ad-
jetivos ‹gramscista› y ‹gramsciano›, dándoles significados particulares: ‹gramscista›: rela-
tivo o propio del gramscismo (doctrina revolucionaria de Gramsci). Ejemplo: estrategia
gramscista; partido político gramscista; ‹gramsciano›: relativo o perteneciente a Antonio
Gramsci. Ejemplo: pensamiento gramsciano, trabajo gramsciano» (Coutinho, 2002: 10).

161
Raúl Burgos

La lectura de su texto requerirá un esfuerzo del lector al que


le pide paciencia y le promete, a quien se disponga a hacer ese
esfuerzo, una «revelación»: la demostración de que «la estrate-
gia gramscista de transición para el socialismo no es una teoría
idealista sino un proceso revolucionario objetivo y eficaz en
todas sus premisas y consecuencias» (Ibíd.). Es digno de nota
que, en el año 2016 –año del triunfo de la nueva estrategia de
derecha con la deposición inconstitucional de la presidenta
Dilma Rousseff– la editora de la Biblioteca del Ejército Brasile-
ro haya publicado una nueva edición del trabajo de Coutinho.
Es comprensible la atención que despertó el texto del general
retirado en el lector de derecha que se sentía amenazado por
la llegada de la izquierda al gobierno central en el año 2002.
El enlazamiento de ambas intervenciones –la rabiosa interven-
ción de Carvalho y la modulada filología de Coutinho– se con-
jugaron para articular un sinnúmero de intervenciones, de la
cuales puedo dar solamente algunas muestras, sucintas pero
significativas, a continuación.
c) Otros ejemplos de «la histeria colectiva» 14 de la derecha an-
ti-gramsciana
i) El Blog «El anti-Gramsci»
Habría una diversidad de modos de ingresar a una breve des-
cripción del universo de ejemplos de intervenciones «demo-
nizantes» del pensamiento gramsciano. Escojo una curiosa:
el Blog «El anti-Gramsci» (http://antigramsci.blogspot.com/)
que lleva como subtítulo «combatiendo la revolución silencio-
sa que embota la conciencia brasilera». El blog, firmado por
E. Santiago, estuvo activo durante algunos pocos meses en-
tre mayo y julio de 2006 pero, creo, posiblemente por el título
provocativo y por la batalla a que convocaba, fue un espacio
destacado de la guerra anti-gramsciana. El último artículo pos-
teado, que continúa en la tapa del blog tiene como título «¡He-
gemonía no es una invención de lunáticos de derecha!» y tiene

14 La expresión es del historiador Lincoln Secco (2019).

162
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

la ambición de revelar la «muy bien planeada» hegemonía de


la izquierda en el Brasil.
ii) La derecha clerical brasileira: los curas David Francisquini y
Paulo Ricardo de Azevedo
David Francisquini, sacerdote de la Iglesia del Inmaculado Co-
razón de María en la ciudad de Cardoso Moreira, interior del
estado de Río de Janeiro, publicó en su blog, el 22 de agosto
de 2010, el insidioso artículo «Gramsci, un comunista ladino».
15
El cura integrista, advirtiendo espantado lo que llama «la
inmensa transformación de las mentalidades [que] alteró los
modos de ser y de vivir y provocó el distanciamiento de las
almas en relación a Dios y a la religión católica», se pregunta:
«¿Hay una explicación para este fenómeno?». Veamos lo cu-
rioso de su respuesta:
Al leer y estudiar Gramsci, pude entender mucho de lo que está sucedien-
do. Ateo, materialista y anticatólico, Gramsci quería la destrucción de la
Iglesia al empeñarse en la lucha por el cambio social en Italia en las pri-
meras décadas del siglo XX rumbo a su objetivo comunista. Sagazmente,
se dio cuenta de que para ese objetivo solo un golpe de estado y la toma
del gobierno por las armas no serían suficientes. Y esto, debido a que ahí
existía la sede del papado y la sociedad italiana, en esa época, todavía se
nutría de la savia de siglos de religión católica. Sin embargo, Gramsci y
sus compinches anhelaban destruir los puntos de resistencia de las almas.
Gramsci enseñó a sus compañeros el camino para quebrar la
resistencia de las almas, y solo después de esta indispensable
acción demoledora, se podría implantar el régimen antinatural
que predicaba. Al teorizar sobre lo que llamó «sentido común»
en la sociedad organizada, es decir, el conjunto de valores, há-
bitos culturales, religiosos, sociales y mentales que dominan el
ambiente en el que uno nace y vive, él encontró diabólicamen-
te el talón de Aquiles de la opinión pública.
En la línea de Olavo de Carvalho, el cura Francisquini recu-
rría a las peores imágenes del anticomunismo de la guerra fría
para describir a su demonio gramsciano.

15 Em: «Página Católica. Pe. David Francisquini»: https://blogpedavid.blogspot.com/2010/


08/gramsci-um-comunista-finorio.html.

163
Raúl Burgos

Otra perla de la prédica eclesiástica de derecha es la del cura


Paulo Ricardo de Azevedo, de la Arquidiócesis de Cuiabá
(Mato Grosso – Brasil), expresión mediática de la derecha
clerical conservadora en Brasil (con más de 1,4 millones de
seguidores en el Facebook). Extremamente relevante para el
tema que nos ocupa es el video-aula sobre la «revolución cul-
tural» (https://www.youtube.com/watch?v=hAO3kbKJaEw,
171.967 visualizaciones al momento de registrar el link en este
texto). En uno de los comentarios al final de este video se lee
«Paulo Ricardo es el mejor expositor del Gramscismo. Hasta
mejor que Olavo de Carvalho». En un pasaje expresivo, dice
el cura:
Gramsci pensaba lo siguiente: que la cultura europea –esas tres colum-
nas, la ética judeocristiana, la filosofía griega y el derecho romano– debía
ser implosionada. ¿Pero implosionada cómo? Lentamente, anónimamente,
gradualmente (…) En la técnica Gramsciana nada puede ser ostensivo,
todo debe ser disfrazado. Debe suministrarse el veneno al paciente y él
debe tomarlo todos los días espontáneamente pensando que es remedio.
Es preciso destruir la cultura en nombre de la dignidad del hombre, en
nombre de la libertad.16
Estas dos expresiones del pensamiento clerical de derecha en
relación a Gramsci son ejemplares en el marco de la iglesia ca-
tólica; en el ámbito del pensamiento evangelista, una de las
bases principales de la emergencia y triunfo electoral de la ex-
trema derecha en el Brasil, debería ser investigado.
iii) El periodista Reinaldo Azevedo y la captura gramsciana del
estado
Reinaldo Azevedo, uno de los más influyentes comunicadores
de derecha en la campaña antipetista y a favor del golpe de
2016, escribía en su blog, el 8 de agosto de 2007, el artículo La
«revolución» gramsciana17 en el cual, a la pregunta «¿Cuál es la
táctica de esa gente?», respondía: «la de la infiltración en las

16 Otras expresiones de este tipo pensamiento se pueden encontrar en la página del cura
en: https://padrepauloricardo.org. Es particularmente rica, para el tema tratado en este
texto, la búsqueda en el sitio con la expresión «revolução cultural».
17 Accesible en: http://veja.abril.com.br/blog/reinaldo/geral/revolucao-gramsciana/

164
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

instancias del estado». Ese mantra de «infiltración», de «cap-


tura del estado» por el Partido de los Trabajadores, difundido
como «estrategia gramsciana», fue extremamente exitoso, im-
pactando fuertemente, mediante una campaña frenética de los
medios de comunicación, en la opinión pública. Esta influencia
incluyó a sectores amplios de la intelectualidad liberal-demo-
crática o republicana que posteriormente, en la misma senda,
se convirtieron en fervorosos «lavajatistas», es decir, seguido-
res confesos de los mandatos del Juez Sergio Moro –verdu-
go implacable del líder petista Luis Inácio Lula da Silva, hoy
Ministro de Justicia– y de la denominada «operação lavajato».
Ciertamente la ideología anti-petista fue el cemento que ayudó
a soldar en un frente golpista unificado tan dispares formas de
pensamiento, las cuales, a su vez, moldearon la opinión pú-
blica a través de los medios de comunicación oligarquizados,
curiosamente los mismos medios acusados por la derecha de
ser dominados por la izquierda gramsciana.18

18 Considero que el más grosero y al mismo tempo incomprensible error de los gobiernos
petistas como proyecto legítimo de la lucha política en Brasil, fue el de dejar intacto el
monopolio oligárquico de los medios de comunicación de masa en las manos de la elite
que detenta la casi totalidad de los instrumentos de formación de la opinión pública.
Contra toda la literatura crítica y contra un significativo movimiento social –expresado
de forma enfática, en el año 2009, en la Conferencia Nacional por la Democratización de
los Medios de Comunicación (CONFECOM)–, el PT, con su líder Lula a la cabeza, decidió
inmolarse en las manos de la Red Globo de Televisión, punta de lanza de la oligarquía
mediática. ¿Cuáles fueron las razones de esta estrategia suicida? La cúpula petista no ha
elaborado, hasta dónde conozco, ninguna explicación convincente. Extraoficialmente, se
dice que la cúpula petista creía haber cooptado para sí la Red Globo. «Para qué tocar en
ese avispero si ya tenemos la Globo», dice el mito que habría dicho el otrora poderoso
ministro José Dirceu. En algún momento conoceremos las respuestas efectivas. Mientras
tanto, el expresidente Lula desde la cárcel subrayó varias veces que éste fue su principal
error; pero ni él ni nadie han dicho una palabra de las razones, las fuentes del error. La
respuesta a esta cuestión es fundamental para no repetir la dosis en una oportunidad
futura de procesos de democratización en Brasil. Sea cual sea la respuesta, la lección que
queda para los movimientos progresistas en América Latina es que sin la democratización
radical de los instrumentos de producción de la opinión pública (y con ello de la propia
«realidad») será imposible avanzar hacia una democracia profunda en América Latina.
Este proceso de desmonopolización, contrariamente a lo que sugieren sus críticos, no debe
significar ninguna restricción de la libertad de prensa; significa, contrariamente, romper
con las trabas que los monopolios comunicacionales colocan a la más amplia libertad de
producir y recibir información calificada. Sobre la CONFECOM, puede consultarse el
libro de Itamar Aguiar (2014).

165
Raúl Burgos

iv) La «Revolución Gramsciana» de Jota Alcides


Esta fiebre anti-gramsciana en relación con la prensa, se expre-
só con particular vehemencia en un artículo del periodista Jota
Alcides (2015). Posicionándose al lado de Olavo de Carvalho,
a quien dice «observa críticamente», escribe:
Lenin fue el teórico del golpe de estado, Gramsci fue el estratega de la
revolución psicológica que debe preceder y allanar el camino para el gol-
pe de estado. Gramsci transformó la estrategia comunista, de una gruesa
amalgama de retórica y fuerza bruta en una delicada orquestación de in-
fluencias sutiles.
Aunque reconoce en Gramsci a «uno de los mayores filósofos
políticos del siglo XX, científico político, reformista, comunista
y antifascista italiano», es decir, no sólo a un demonio, como
en los casos citados, Alcides igualmente alerta en el mismo re-
gistro paranoico de Carvalho:
En sentido gramsciano, la Internet es el aparato tecnológico de un movi-
miento político-ideológico (revolución racional pacífica), para la promo-
ción de la gobernanza mundial, dirigida por líderes intelectuales (pensa-
dores y teóricos) y líderes políticos, sobre todo de la izquierda reformista y
del «centro-izquierda». Son tres las metas principales de los líderes de esta
revolución silenciosa: el fin de los diarios, el fin de las iglesias y el fin de las
familias. Consideran que estos tres segmentos sociales son los pilares y la
retroalimentación de lo que llaman imperialismo capitalista. Se puede ver
que los cimientos de las iglesias y las familias ya están abalados.
Nada podía ser más equivocado en Brasil (y en nivel global): la
Internet fue el medio privilegiado de proliferación del pensa-
miento de ultraderecha. La izquierda estuvo lejos de ubicarse
a la altura del conflicto. Sobre el supuesto ataque gramsciano
a la prensa escrita afirma el autor, ridículamente próximo a las
fábulas macarthistas:
En cuanto a la prensa, desafortunadamente, la Internet está realizando
uno de los sueños de los comunistas a lo largo de su historia: la destrucción
del poder de los periódicos porque, tal como lo entienden, crean, sostienen,
reproducen, promueven y fortalecen la hegemonía del capitalismo.
Más allá de la posible ignorancia de Alcides acerca del hecho
de que Gramsci surge a la vida política como un periodista

166
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

agudo, ejemplo de prosa crítica refinada, desconoce que fue


también creador de periódicos y diarios, tradición amplia en
el movimiento socialista. Si la prensa brasilera está en estado
de coma no es, como ha sido hartamente documentado por el
pensamiento crítico en esta área de estudios –véase por ejem-
plo el libro «O fim da noticia», de Jacques Mick e João Kamra-
dt (2017)–, por alguna maniobra gramsciana, sino porque el
periodismo brasilero «mainstream» decidió suicidarse para
dedicarse a la defensa de los intereses de la oligarquía mediá-
tica y, con ello, de la élite oligárquica sin más. Sin embargo,
insiste Alcides: «aunque sea una revolución sutil y silenciosa,
pero con los efectos drásticos de la transformación del mun-
do, Gramsci es tan maquiavélico que dejó un consuelo a los
atormentados y aturdidos propietarios de periódicos» (…): el
colapso de los periódicos es «lento y gradual». Y esa sería otra
de las «virtudes» del gramscismo: Los seguidores de Gramsci
son pacientes: «la paciencia es otra estrategia de la revolución
Gramsciana para lograr su objetivo final de gobernanza mun-
dial». En un instante, la pluma de Alcides pasó de Gramsci a
Confucio.
d) Dos textos críticos
Entre los textos dedicados a reflexionar sobre el tema en Bra-
sil, quisiera brevemente señalar dos. En primer lugar, el artí-
culo del historiador brasilero Lincoln Secco Gramscismo: uma
ideologia da extrema-direita. El autor cita varios de los textos ya
mencionados aquí, y otros, a la luz de los cuales extrae algunas
conclusiones que quisiera mencionar resumidamente, comen-
zando por la caracterización de la acción ideológica de la pro-
pia extrema derecha, la cual, según el historiador,
se reduce a una manipulación racional de la irracionalidad de sus segui-
dores. Esto impide cualquier sofisticación teórica. Sus ideólogos no pueden
ser profundos, sólo técnicos o creadores de consignas simplonas, rumores y
conspiraciones. De ahí la glorificación del «especialista» y el desprecio por
la filosofía, mientras que la historia se convierte en escenario de disputas
entre la «verdad sofocada» y la «manipulación» promovida por casi todos
los historiadores profesionales. «Memes», manipulación de imágenes y no-
ticias, eslóganes mentirosos repetidos ad nauseam y reducción de todo pen-

167
Raúl Burgos

samiento y comportamiento diverso a una caricatura ya existían. Goebbels


era un maestro de esta técnica. Pero un aspecto formal indispensable fue la
combinación de tres vertientes opuestas: referencias supuestamente erudi-
tas; lenguaje apelativo y vulgar; invitación a la acción.
Es imposible dejar de asociar esas tres características, o técni-
cas, a la figura del gurú de la extrema derecha Olavo de Car-
valho y, con él, al enjambre de sus comunicadores que pobla-
ron las redes sociales. Sobre este fenómeno, es siempre bueno
recordar las observaciones del semiólogo Umberto Eco en su
conferencia magistral al recibir un premio honoris causa por la
Universidad de Turín:
Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de imbéciles que
primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la
comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mis-
mo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles.
La televisión había promovido al tonto del pueblo, ante el cual el espectador
se sentía superior. El drama de la Internet es que ha promovido al tonto del
pueblo como el portador de la verdad (Eco, 2015).19
No por casualidad, la conferencia magistral de Eco –informa
el diario La Stampa–, fue dedicada al «síndrome del complot».
Sobre las técnicas de esa «invasión» observa Lincoln Secco:
Hay un recurso preponderante, una técnica y un método. El recurso es el
lenguaje envilecido, con abundancia de adjetivos, combinado con la «eru-
dición», constituyendo una mezcla deliberadamente confusa. La técnica
es la reducción de conceptos a simplificaciones y agresiones verbales. El
método es el argumento ad hominem y su corolario, la explicación del pen-
samiento opuesto por las cualidades que serían intrínsecas al adversario.
El adversario es un pseudo-intelectual, un hombre o mujer mediocre. La

19 Aunque uno tendría que abstenerse de hacer propaganda de este tipo de expresiones,
permítaseme indicar un youtuber de alta visibilidad que reúne estas características
que menciona Eco: Guilherme Marques do «Canal eGinorante» do YouTube (413 mil
inscritos); en particular para el tema de este texto el programa «Gramsci - o criador dos
esquerdistas atuais!» (accesible en: https://www.youtube.com/watch?v=lrdr86gdpb4,
con 24507 visualizaciones. Es importante mencionar en este punto, la creciente respuesta,
desde el lado izquierdo del espectro político, en las redes sociales. Singularmente exitoso
en este sentido es el canal «Tese Onze», de la socióloga brasilera Sabrina Fernandes, con
218.000 inscriptos al momento de escribir este texto. En torno al tema de este texto, vale
la pena ver –inclusive como «antídoto», del veneno inoculado por el video de Marques–
el programa «Gramsci, Marcuse e o marxismo cultural»: https://www.youtube.com/
watch?v=crv-p9Rjhbo, con 159.968 visualizaciones..

168
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

izquierda es incapaz, fracasada, de clase media, y los líderes de los trabaja-


dores son calificados como ignorantes, analfabetos funcionales, delirantes,
etc. (Ibíd).
En el caso de Brasil, el anti-gramscismo es programa de gobier-
no del actual presidente. En el ítem «Nuestra bandera es ver-
de-amarilla» del programa electoral, finalmente aprobado por
el voto, se expresaba: «en los últimos 30 años, el marxismo cul-
tural y sus derivaciones, como el gramscismo, se han unido a
las oligarquías corruptas para socavar los valores de la nación
y la familia brasileña. ¡Necesitamos liberarnos!». En el plano
de la educación, la saña conservadora se ha expresado de ma-
nera particularmente fuerte. El primer ministro de educación
del nuevo presidente, el colombiano Ricardo Vélez Rodríguez,
denunciaba en el año 2006 que «las derivaciones del gramscis-
mo en la vida política brasileña se acomodaron a la más vieja
tradición, patrimonialista, de nuestra sociedad» lo que condu-
jo a «la apropiación, por los cuadros de la inteligentsia petista
del proceso racionalizador del estado», en particular en el área
de la educación. En este sentido, debía ser realizada una ver-
dadera revolución en la enseñanza. En esta dirección, como in-
dica Lincoln Secco (2019), el general Oswaldo Ferreira, asesor
del presidente para la educación, expresó que el objetivo de
las reformas debía ser «el de reducir la influencia de Gramsci
y Paulo Freire en la formación docente». Freire, recuérdese,
fue declarado «patrono de la educación brasileña» por la ley
nº 12.612, del 13 de abril de 2012. El ataque contra el pensa-
miento gramsciano en el ámbito del proceso de la enseñanza
llevó a la International Gramsci Society - Brasil a lanzar una
nota de repudio, firmada por su entonces presidente Marcos
del Roio, denunciando «un movimiento conspirativo con fines
antidemocráticos», que promueve «una grave distorsión que
en nada corresponde al pensamiento original de A. Gramsci y
al rigor de las investigaciones que se desarrollan en Brasil y el
mundo».20

20 El detonador de la nota de repudio fue un editorial del diario O Estado de São Paulo, del
29 de abril de 2018, denominado «A Academia dominada», en la cual, haciendo eco de
una denuncia afirmaba que «hay un incansable adoctrinamiento dentro de las salas de
aula por parte de ‹muchos de los profesores marxistas-gramscianos›», finalizando con

169
Raúl Burgos

El segundo artículo que quisiera mencionar es Gramsci e os in-


telectuales de direita no Brasil contemporâneo, de Leonardo Sea-
bra Puglia. El autor expone el uso del mecanismo que podría-
mos denominar como de «desestabilización de la realidad» (o de
la «verdad») utilizado por la derecha y atribuido de manera
impúdica a Gramsci. Como ya lo vimos en las observaciones
de Secco, el argumento central repetido hasta el hastío como
denuncia por la derecha es el mecanismo de actuación de la
propia derecha, formulado y puesto en marcha a nivel mundial
por una densa red de multimillonarios y los llamados «think
tanks». Tal mecanismo es proyectado en la pantalla de la escena
pública, como si fuera de autoría del propio Gramsci (o de la
Escuela de Frankfurt, o de cualquier otro que sirva a sus fines)
y, a partir de la crítica de este enemigo fabricado, se legitima el
uso del sistema de «firehosing»; es decir, utilizar la más brutal
falsedad como si fuera «la verdad». El modo de desestabilizar
la realidad y, al mismo tiempo, producir una imagen falsa, es
una eficaz combinación de uso de los medios de comunicación
tradicionales, mayoritariamente de derecha (de varias espe-
cies) y las redes sociales. Al final, en la base de la estrategia,
está la convicción de que la mentira sólo se podría combatir
con una masa abrumadoramente mayor de mentiras opuestas.
En los tiempos que corren, esta máquina de lucha ideológica
fue combinada con la estrategia más amplia de combate políti-
co que ya mencionamos, la «guerra híbrida».
Pero ¿qué habría de «gramsciano» en eso? Absolutamente
nada. Una de las posiciones más vibrantes que caracterizaron
el pensamiento y la acción de Gramsci, distinguiendo su forma
de ver y actuar la lucha ideológica, fue su tesis del apego a la
verdad, doliera a quien doliera.
En este sentido, es indispensable la lectura del texto de Fran-
cisco Fernandez Buey Una reflexión sobre el dicho gramsciano «de-
cir la verdad es revolucionario» (2013). Se trata de una aguda re-

un llamado a rescatar la «dignidad» de la universidad. El absurdo ya no partía de algún


delirante solitario sino de la redacción de uno de los pilares de la oligarquía mediática
brasilera. La nota de repudio es accesible en: http://igsbrasil.org/noticias/nota-de-
repudio-contra-o-pensamento-autoritario/

170
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

flexión en la cual, el pensador español, muestra cómo, a pesar


de que, al menos en nuestro ámbito cultural, «el tópico sobre
las malas relaciones entre verdad y política viene de antiguo»
(Op. Cit., p. 43), y que la sospecha en ciertas formas de pensa-
miento de que «la verdad, o, por mejor decir, la veracidad, no
es una virtud política» (Op. Cit., p. 44), nos advierte, contraria-
mente al slogan de la derecha, que:
hay al menos un autor del siglo XX que sí incluyó la sinceridad y la vera-
cidad entre las virtudes políticas. Y no sólo negando (…) que en política
la verdad sea impotente, sino afirmando además el carácter revolucionario
del decir la verdad en política. Este autor se llamaba Antonio Gramsci
(Ibíd.).
Fernández Buey muestra cómo, desde sus primeros escritos de
juventud (a los escasos 22 años), Gramsci expuso su credo en
la verdad como fuerza de transformación y lo mantuvo hasta
sus últimos escritos de la cárcel. En efecto, en un artículo del
19 de febrero de 1916, el joven periodista de los subalternos21
expresa su radical compromiso con la verdad:
La verdad debe ser respetada siempre, con independencia de las consecuen-
cias que puedan seguirse de ella; y las convicciones propias, si son fe viva,
deben encontrar en sí mismas, en la propia lógica, la justificación de los
actos que se considera necesario llevar a cabo. Sobre la mentira, sobre la
falsificación facilona sólo se construyen castillos de viento que otras men-
tiras y otras falsificaciones pueden hacer desvanecerse22.
Y en 1921, estampó la frase «La verdad es revolucionaria» en la
portada del diario L›Ordine Nuovo, haciendo suya una senten-
cia atribuida a Ferdinand Lasalle. Sobre el origen de la expre-

21 Sobre el carácter de Gramsci como periodista, y en relación al tema que trato en este texto,
Fernández Buey (2013, p. 50) recupera un trecho de una carta de 1931 «en la que el propio
Gramsci subraya la continuidad del punto de vista que ha mantenido desde la época
en que escribía en L´Ordine Nuovo». Escribe Gramsci a su cuñada Tatiana: «Yo no he
sido nunca un periodista profesional de esos que venden su pluma al mejor postor y
se ven obligados a mentir continuamente porque la mentira es parte de su cualificación
profesional. He sido un periodista muy libre, siempre de una sola opinión, y nunca he
tenido que ocultar mis convicciones para agradar a los amos o echarles una mano. Antonio
Gramsci, «Carta del 12/10/1931 a Tatiana Schucht». En: Gramsci, 2005, p. 257.
22 Gramsci, Antonio. «La conferenza e la verità», en Avanti de Turín del 19/2/1916. En:
Sotto la Mole. Turín: Einaudi, 1960, p. 43. Apud, Buey, 2013, p. 45.

171
Raúl Burgos

sión dirá Gramsci en un artículo publicado en L›Ordine Nuovo


del 17 de marzo de 1922:
El dicho de Lassalle, que L´Ordine Nuovo ha publicado en la cabecera de
su primer número, significa precisamente que no hay que ocultar a la clase
obrera nada de lo que a ésta interesa, ni siquiera cuando tal cosa pueda
disgustarla, ni siquiera en el caso de que la verdad parezca hacer daño en
lo inmediato; significa que hay que tratar a la clase obrera como se trata
a un mayor de edad capaz de razonar y discernir, y no como a un menor
bajo tutela. L´Ordine Nuovo ha sido siempre fiel a este dicho. Puede haber
publicado inexactitudes de detalle, por error o defecto de sus informadores,
pero esas inexactitudes no pueden ser prueba de una contradicción con su
divisa.23
En los Cuadernos de la Cárcel, producto de un pensamiento
ya maduro, lejos de abdicar de este compromiso juvenil con
la verdad, lo radicalizó. En una nota del Cuaderno 6, escrita en
diciembre de 1930,24 titulada Sobre la verdad, o sea sobre el decir la
verdad en política, Gramsci observa que a pesar de que «es opi-
nión muy difundida en algunos ambientes (y esta difusión es
un indicio de la estatura política y cultural de estos ambientes)
que el mentir es algo esencial del arte político» para la fuerza
que pretende transformar el mundo a partir de las clases sub-
alternas, su conclusión sobre el tema es clara: «en política se
podrá hablar de reserva, no de mentira en el sentido mezquino
que muchos piensan: en la política de masas decir la verdad es,
absolutamente, una necesidad política». (Gramsci, CC 6, §19, t.
3, p. 25. Q. 699-700)25. En este sentido, para el pensador de la
cárcel no puede caber ninguna duda sobre el hecho de que el
movimiento social avanzado tiene un interés vital en la ver-
dad, hasta en las verdades más duras, como expresa en estos
fragmentos escritos entre junio y agosto del 1932.

23 Gramsci, Antonio., «Garrucio e la verità». En Socialismo e fascismo. L´Ordine Nuevo


1921-1922. Turín: Einaudi, 1971, pp. 475-277. Apud Buey, 2013, p. 47.
24 Para la datación de los escritos de Gramsci en los Cuadernos, utilizo las fechas establecidas
en los nuevos estudios filológicos en torno de la llamada Edizione Nazionale de las obras
de Gramsci. En particular, aquí, las dataciones establecidas por Giuseppe Cospito (2016).
25 En las referencias a los Cuadernos de la cárcel, remitiremos a la edición crítica publicada
por la editorial Era, indicada como CC seguido de los números de cuaderno, parágrafo y
páginas respectivos. Acompañaremos esta referencia con la indicación de la misma cita en
la edición crítica en lengua italiana, indicada como Q, seguida del nº de página.

172
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

La filosofía de la praxis (…) no tiende a resolver pacíficamente las con-


tradicciones existentes en la historia y en la sociedad, incluso es la misma
teoría de tales contradicciones; no es el instrumento de gobierno de grupos
dominantes para obtener el consenso y ejercer la hegemonía sobre clases
subalternas; es la expresión de estas clases subalternas que quieren edu-
carse a sí mismas en el arte de gobierno y que tienen interés en conocer
todas las verdades, incluso las desagradables, y en evitar los engaños (im-
posibles) de la clase superior y tanto más de sí mismas. (Gramsci, CC 10,
§ 41, t. 4, p. 201. Q. 1320).
Sin embargo, y retornando al texto de Puglia (2018, p. 48-49),
nada de lo dicho podría disuadir el discurso construido por la
derecha brasilera: «el ‹gramscismo› sería como un virus alta-
mente contagioso, capaz de propagarse invisible y silenciosa-
mente», siendo que esta «tesis de la epidemia roja» se tornará
«casi unánime entre los intelectuales de la nueva derecha». De
esa forma, «la gente se tornaría de izquierda sin darse cuenta»
(Puglia, 2018, p. 49, citando a Flávio Gordon, 2017, uno de los
teóricos recientes de la derecha antigramsciana); o, de manera
aún más enfática, usando un argumento del ya mencionado
Reynaldo Azevedo (2008): «es posible ser, digamos, ‹gramscia-
do› sin jamás haber leído Gramsci. Por cierto, el ‹gramscia-
do-modelo› no sabe que fue víctima de un gramsciano. Es un
idiota perfecto. Esto es parte de la teoría» (Puglia, 2018, p. 49).
Es evidente que, para la producción de su propio relato, la
derecha brasilera, para decirlo en referencia al modelo teóri-
co-práctico que podría referenciarse en la teoría del discurso de
Laclau-Mouffe, tuvo la necesidad de trazar una frontera radical
y crearse un oponente demoniaco. La presencia indiscutible
de Gramsci en la cultura política brasilera hizo que le tocase
a él (y no a la escuela de Frankfurt, otro potencial y real de-
monio para las huestes de derecha) ocupar el lugar del otro
radical, del enemigo total. Frente a este enemigo que, como los
virus tematizados por las ficciones de la industria cultural, nos
habría tornado a todos, fatal e irremediablemente, «zombis»,
«hackeados», si no hubiera surgido este grupo de sagaces hé-
roes que, habiéndose escapado de la virosis fatal, encontró «la
cura». Son ellos los salvadores del anticristo gramsciano, sien-
do el héroe nº 1, Olavo de Carvalho, el caballero solitario que

173
Raúl Burgos

alimenta la legión de 400 mil seguidores en el Facebook y 200


mil en el Twiter (Puglia, 2018, p. 53). Según la certera observa-
ción de Puglia: «esa autoimagen compartida por los intelectua-
les de la ‹nueva derecha› no podría ser entendida sin tener en
cuenta la omnipresencia fantasmal y fluida del gran enemigo
común: Antonio Gramsci».
Esta nueva derecha, diferentemente de aquella de Benoist –ya
que recurrió a la demonización, no a la cooptación transformista–,
tiene una relación ambivalente con las herramientas gramscia-
nas:
el uso de los instrumentos teóricos de Gramsci, sin embargo, no es asumi-
do abiertamente por ninguno de estos intelectuales, aunque algunos sean
más explícitos en ciertos momentos. En el programa Globo News [2013],
Bolívar Lamounier fue directo al grano: «ellos hicieron una guerra ideo-
lógica y ganaron. Nosotros tenemos que hacer la nuestra» (Puglia, 2018,
p. 53).
En ese sentido, si bien es enfático en mostrar el aspecto «de-
monización», Puglia no es taxativo en la afirmación sobre el
uso de las herramientas teóricas oriundas del pensamiento
gramsciano para la disputa de hegemonía por los intelectuales
de derecha, «por no ser asumido», dice, y lo deja como una
«hipótesis» para una nueva investigación. Si Puglia, en el tex-
to que estamos citando, hubiese trabajado el libro del General
Avellar Coutinho, seguramente no tendría ninguna duda en
relación a ese uso de las herramientas gramscianas por la de-
recha. 26

B) Una lectura moderada: el Gramsci de Olivero da Silva Ferrei-


ra y José Guilherme Merchior
Sin embargo, fuera del campo de la izquierda, hubieron lectu-
ras de Gramsci más empáticas con Gramsci que las hasta aquí
exploradas. Por ejemplo, las de los intelectuales liberales de

26 Otros autores de la nueva derecha citados por Puglia: CONSTANTINO, Rodrigo. Esquerda
caviar: a hipocrisia dos artistas e intelectuais progressistas no Brasil e no mundo. Río de
Janeiro: Record, 2013. PONDÉ, Luiz Felipe. A história do Brasil do PT, 2016. Disponível
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174
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

distinto signo José Guilherme Merchior y Oliveiros da Silva


Ferreira (el primero tenido como más propiamente liberal, el
segundo como más conservador, dependiendo de las interpre-
taciones). Al decir de Carlos Nelson Coutinho (2009, p. 42),
«pensadores liberales [en los que] presenciamos, inclusive, un
cariño particular con referencia a Gramsci», y que procuran,
contrariamente al tipo de pensamiento de derecha hasta aquí
tratado «siempre valorizar aquello que es la fuerza motriz da
su reflexión, o sea, su posición socialista y revolucionaria».
En el caso de Merchior –reconocido por su «gran erudición,
afiladísima retórica, gusto por la polémica pública y extensa
producción ensayística», como afirma el politólogo e historia-
dor Ricardo Rizzo (2019)–, dedica el capítulo «Gramsci e o his-
toricismo marxista» de su libro O marxismo Ocidental (1987, 1º
edición en inglés: 1986) al pensamiento gramsciano. Y, a pesar
de que termina su libro con una dura imagen del marxismo oc-
cidental como «una vieja patología del pensamiento occidental
cuyo nombre es [...] irracionalismo» (Merchior, 1987, p. 277),
sus referencias a Gramsci no sólo son extremamente cuidado-
sas, sino que expresan una cierta reverencia al sardo: «¡cuán
provechosa es su lectura si es comparada con la de los tratados
escolásticos del marxismo occidental!» (Op. Cit., p. 137).
Sin embargo, en este ámbito de la cultura política, el libro de
mayor interés es el minucioso estudio de Oliveiros da Silva
Ferreira, Os 45 cavaleiros húngaros. Uma leitura dos Cadernos de
Gramsci, escrito, como el mismo autor indica, entre 1967 y 1983;
en ese último año y con este trabajo, Ferreira – «un profundo
y respetado intelectual conservador», así lo denomina Lincoln
Secco (2019)– defendió su tesis de libre docencia en la Univer-
sidad de São Paulo. El texto fue publicado en forma de libro en
1986 – curiosamente el mismo año de publicación del libro de
Merchior en lengua inglesa. El libro de Ferreira merecería un
análisis atento, por un lado, a su propia biografía27 y, por otro,

27 En este sentido, es importante registrar que Ferreira fue repórter, editor de varias
secciones, secretario de redacción, redactor jefe y finalmente director del diario O Estado
de São Paulo, un diario de la derecha conservadora-liberal brasilera. Neoliberal militante,
este diario fue en tiempos recientes uno de los principales articuladores mediáticos del

175
Raúl Burgos

a las consecuencias sobre el pensamiento de la derecha brasile-


ra, lo cual, obviamente no podemos realizar aquí.
Ferreira, bajo la luz de Rousseau, busca entender «las relacio-
nes entre subordinados y dirigentes» de modo de poder com-
prender «cómo ese amplio sector de desposeídos, que llamé de
gran número en el libro Nossa América, Indoamérica, no sólo so-
porta la dominación de grupos restrictos, sino que, frecuente-
mente, objetivamente se mueve para sostener los valores y es-
tructuras sociales en que se torna evidente su subordinación»
(Ferreira, 1986, p. 5). En esa búsqueda, realiza una minuciosa
lectura de los Cuadernos en la versión crítica coordinada por
Valentino Gerratana. De esa lectura –aunque señalando una
serie de insuficiencias en la perspectiva de Ferreira (por ejem-
plo, la incomprensión de la radical y particular posición dialéc-
tica de Gramsci)– podrá decir el gramsciano brasilero Marco
Aurelio Nogueira (1999, p. 155):
El Gramsci que emerge de su lectura no es seguramente una figura inte-
lectual acomodada, congelada en el tiempo, aprisionada por rígidas tradi-
ciones. Por una vía confesadamente «heterodoxa», que no está exenta de
lagunas y puntos discutibles, la lectura de Oliveiros enriquece el universo
gramsciano, estimulando, contradiciendo y provocando a sus muchos y
diversos integrantes.
Evidentemente, una visión distante de la criminalización lle-
vada a cabo por la nueva extrema derecha brasilera.
Sobre esta intervención teórica de Ferreira, es necesario aun
mencionar el texto de la politóloga Raquel Kitsch De Gramsci
à Teoria das posses essenciais: política, cultura e hegemonia em «Os
45 cavaleiros húngaros» (2013) en el cual, a partir de una incisi-
va comparación con los Estudios Culturales ingleses, la autora
muestra el modo particular de apropiación por parte de Ferrei-
ra del instrumental gramsciano. Muy distante de la demoni-
zación, Ferreira elabora una conceptualización que le permite
establecer su noción de hegemonía como «la supremacía de

golpe de estado «blando» que derrocó a la presidenta Dilma Roussef, intentó destruir al
Partido de los Trabajadores y encarceló a su principal dirigente Luis Inácio Lula da Silva
creando las condiciones para la emergencia del gobierno de extrema derecha que gobierna
hoy el Brasil.

176
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

una concepción del mundo sobre otra (o la supremacía de una


conducta sobre otra)», haciendo del concepto de hegemonía
«un concepto privilegiado a través del cual las ciencias políti-
cas deben tratar de comprender cómo la mayoría ha decidido
servir a la minoría y cómo el gran número subordinado puede
romper las cadenas de dominación y ‹hacer historia›» (Kitsch,
2013, p. 81).
Finalmente sobre el punto, es importante hacer evidente que
el propio Ferreira continuó elaborando su visión mucho des-
pués de la publicación de su libro. Si en el libro mencionado
afirmó una perspectiva que colocaba el acento sobre el aspec-
to del «consenso» en la elaboración gramsciana del concepto
de hegemonía, en el año 1999 su perspectiva parece haberse
aproximado a la interpretación hoy consagrada en los estudios
gramscianos sobre la hegemonía como una particular y varia-
ble articulación entre fuerza y consentimiento; en la expresión
de Ferreira (1999, p. 7), hay en Gramsci un «punto de vista
extremadamente sugerente que concilia fuerza y persuasión».
Sea cual sea el punto al que haya arribado Oliveiros Ferreira –
el que merece más atención por parte de los estudios gramscia-
nos –, su perspectiva difiere, al menos en los textos (los ele-
mentos biográficos, como se sabe, pueden conspirar contra
los resultados de los textos) de la radical criminalización de
Gramsci por parte de la derecha brasilera de nuestro tiempo. 28

6. La derecha mundial y Gramsci


Como fue crecientemente puesto en evidencia, este fenómeno
de la utilización del pensamiento gramsciano por la derecha,
se manifiesta en otras realidades cuya caracterización mere-
cerá monografías específicas. Aquí quisiera solamente dejar
algunos breves registros.

28 Sobre la intelectualidad de la nueva derecha brasileña es importante señalar el trabajo de


Chaloub y Perlatto (2015), Intelectuais da «nova direita» brasileira: Ideias, retórica e prática
política. Sobre la «vieja derecha», desde una perspectiva gramsciana, es fundamental la
consulta al libro de Jefferson Rodrigues Barbosa, Chauvinismo e extrema direita. Crítica
aos herdeiros do sigma (2015).

177
Raúl Burgos

En un sugestivo texto denominado «La ultraderecha lee a


Gramsci» (14/2/2019), el cineasta europeo Claudio Zulian
(2019) expone la nueva coyuntura: «se sorprendería el lector
por la abundancia de las citas de Gramsci que se pueden ha-
llar en las páginas web de la ultraderecha actual», incluyendo
incitaciones a «apropiarse de Gramsci como la izquierda se ha
apropiado de Carl Schmitt», indica en él al analizar lo que le
parece ser «la razón de esta fiebre gramsciana en un ambiente
político que, en principio, parecería a las antípodas». Esta se
encontraría:
en los escritos de los teóricos estadounidenses de la «culture war» de los
años noventa. La teoría gramsciana de la «hegemonía cultural» (según la
cual la lucha política tiene que ir acompañada, e incluso precedida, por una
afirmación de los valores culturales del proletariado), habría sido, según
estos publicistas conservadores, la base de la victoria mundial de la cultura
«progresista» (un cajón de sastre ideológico donde se mezcla la tolerancia
con las drogas, el aborto, la emancipación de la mujer y de las minorías, el
desprecio a la autoridad y al sacrificio, la separación de la Iglesia y el esta-
do, etc.). Los ultras (y muchos conservadores) se consideran perdedores de
la guerra cultural y piensan que el camino del desquite empieza por la lec-
tura de los teóricos del «enemigo» (…) Se trata, en suma, de una llamada
a superar el supuesto desánimo por la derrota de los valores de Dios, Patria
y Familia y a volver a la lucha.
En el caso de España, el partido Podemos, expresó desde su na-
cimiento una relación especial con el pensamiento gramsciano.
No sólo dirigentes fundamentales, como Pablo Iglesia e Iñigo
Errejón (hoy alejado del partido), son intelectuales de recono-
cida perspectiva gramsciana, sino que este fenómeno parece
generalizado en ese partido y, con certeza, mucho más allá de
él en el ámbito de izquierda. Pero la novedad es que la derecha
española ha comenzado a leer y utilizar a Gramsci.
El diario digital «El confidencial» (2017), en un ilustrativo re-
portaje denominado «Okupa Gramsci: la derecha española
quiere adoptar al pensador de cabecera de Podemos», indica
que la revista FAES –de la fundación dirigida por el ex presi-
dente José María Aznar del Partido Popular, principal partido
de la derecha española–, y otros medios conservadores «elo-

178
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

gian al teórico marxista italiano y admiten su influencia», y


continúa con una serie de ejemplos sintomáticos de este uso
por derecha del comunista italiano.
En un artículo titulado «La derecha se puso gramsciana», pu-
blicado el 1/9/2019 por el diario argentino Página/12, el pe-
riodista Sergio Kiernan relata la visita del secretario general
del partido de ultraderecha español Vox, Javier Ortega Smith,
al Círculo Militar de la Argentina, por invitación del Centro
de Militares Retirados. La anfitriona fue Victoria Villarruel, la
abogada que preside el Centro de Estudios Legales sobre el
Terrorismo y sus Víctimas, CELTYV. La conferencia del diri-
gente de Vox, informa Kiernan, «buen orador, que aprendió
largamente a tensar y relajar a su audiencia, y que busca con-
vencer», usa un vocabulario con «mucha patria, bandera y
jerarquía», que Smith presenta «como un ideal asoleado, una
sociedad más tranquila, deseable», donde no se manifiestan
«ni visos de que ese vocabulario era el de la larga dictadura de
Franco y de nuestras verde-oliva. No hay rastros de la violen-
cia con que se sostuvo ese orden y esas jerarquías». El público
«escuchaba atentísimo»:
Lo que se estaba explicando era la idea de Antonio Gramsci de cambiar el
sentido común: combatir el lenguaje «políticamente correcto, que en reali-
dad es incorrecto», la normalización de «derechos falsos», la intrusión de
la educación sexual y la agenda de género en las escuelas. Este viraje a la
derecha fue hecho por Vox con votantes que antes se escondían en el voto
simplemente conservador del Partido Popular.
En las elecciones generales del 28 de abril de 2019, el parti-
do Vox, fundado en diciembre del 2013, había conquistado el
10,26% de los votos, consiguiendo 24 escaños en el congreso.
Menos de siete meses después, en las elecciones del 10 de no-
viembre, obtuvo el 15,1% de los votos y elevó su representa-
ción a 52 escaños. Mucha gente pasó de ser «simplemente con-
servadora» para girar a la derecha del Partido Popular, lo que,
poco tiempo atrás, parecía físicamente imposible.
Finalmente en esta sección, es necesario mencionar que esta po-
sición que pretende apropiarse de Gramsci por derecha, tiene

179
Raúl Burgos

una forma extrema en la lectura que intenta no ya «apropiarse


de Gramsci», sino hacer del pensador de la cárcel un liberal,
sin más. Es el caso de la saga escrita por el filólogo italiano
Franco Lo Piparo (2012, 2013), autor de una ficción, un verda-
dero thriller, con la hipótesis de que Gramsci habría escrito un
cuaderno más que los treinta y tres conocidos y publicados; en
el Cuaderno nº 34 habría expuesto su arrepentimiento y final-
mente el abandono de sus posiciones comunistas. Esta lectura
ficcional de Lo Piparo agrada al pensamiento de derecha (de
hecho, el autor italiano ha sido convertido en un pop-star por
el establishment comunicacional en Italia) porque facilita el ca-
mino de la absorción del pensamiento del comunista sardo por
la derecha contemporánea. Pero compite en el mismo campo
con la lectura demonizante. En culturas políticas en las cuales
las tentaciones dictatoriales fueron –aunque sea, en una hipó-
tesis pesimista, «provisoriamente»– forzadas a un lugar perifé-
rico de lo social, la derecha apela al Gramsci liberal; en ámbitos
de cultura política donde las tentaciones dictatoriales persisten
vivas y actuantes, como estamos vivenciando una vez más en
América latina, sirve el segundo. La lucha por Gramsci ha al-
canzado así, su máxima expansión.

7. A modo de epílogo. ¿Una teoría de la hegemonía


«de derecha»?
Una de las tantas cuestiones que se plantean frente a una des-
cripción como la que acabo de realizar versa sobre la pertinen-
cia de la «tesis» de un gramscismo y de una teoría de la hege-
monía «de derecha». Para comenzar a esbozar una respuesta,
quisiera hacer un pequeño rodeo comparativo entre las inter-
pretaciones de Gramsci y Maquiavelo, a quien Gramsci, como
se sabe, considera un antecedente de la «filosofía de la pra-
xis» y, en esta condición, uno de sus principales fundamen-
tos teóricos, junto a Marx, al cual Croce (1921, p. 112), resulta
apropiado recordar, había sugerido llamar el «Maquiavelo del
Proletariado».

180
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

Maquiavelo crea una teoría que, desde hace 500 años divide
opiniones. Por un lado, habría un Maquiavelo que es «ma-
quiavélico», un abominable secretario florentino del príncipe,
que le dice a los dominantes cómo ser dominantes y cómo,
quien quiera ser dominante, no tiene que privarse del uso de
ningún medio por razones éticas: el fin (cualquier fin) justi-
ficaría los medios, según la conclusión extrema de esta posi-
ción que nunca fue escrita por Maquiavelo. En esta lectura, la
virtud del actor político es hacer lo que hay que hacer para
conseguir un determinado propósito estratégico. Pero hay
otro Maquiavelo, uno que es un republicano, laico, que no es
un hombre del poder sino un hombre de pueblo, que no le habla
al príncipe por cuestiones palaciegas o por cuestiones de pre-
bendas: le habla al pueblo para que el pueblo sepa cómo se hace
la política. En esta lectura, el papel de Maquiavelo es un poco
como el papel de Prometeo, el héroe que le robó el fuego a los
dioses para dárselo a los humanos: Maquiavelo sintetiza la
técnica política de 1500 años y la pone a disposición del pue-
blo. La interpretación gramsciana de Maquiavelo, parte de
este presupuesto, escribiendo en 1932/33: «¿No habrá sido
Maquiavelo poco maquiavélico, uno de aquellos que ‹saben
el juego› y tontamente lo enseñan, mientras que el maquia-
velismo vulgar enseña a hacer lo contrario?» (GRAMSCI, CC
13, §20, t. 5, p. 49. Q., 1600).
En este sentido, parece haber en el legado del pensamiento
maquiaveliano una tensión que no es resoluble: un vector que
es maquiavélico, que justificaría la posición no-maquiaveliana,
de que cualquier fin justifica los medios de su consecución;
pero hay un vector republicano, de carácter nacional-popu-
lar, en el cual la necesidad de arribar al fin justo (en el caso
de Maquiavelo, unificar la nación italiana) exige del actor
político hacer lo que hay que hacer sin que el medio táctico
comprometa el fin estratégico y, sobre todo, sabiendo que del
otro lado hay un enemigo que va a hacer sin piedad ni arrepen-
timiento lo que tiene que hacer para impedir la realización
del fin justo. En este sentido, afirma Gramsci (CC, 13, §20, t.
5, p. 50. Q, p. 1601):

181
Raúl Burgos

El maquiavelismo ha servido para mejorar la técnica política tradicional de


los grupos dirigentes conservadores, así como la política de la filosofía de la
praxis; esto no debe enmascarar su carácter esencialmente revolucionario,
que se siente incluso hoy y explica todo el antimaquiavelismo.
Y en este sentido
Esta posición de la política de Maquiavelo se repite para la filosofía de la
praxis: se repite la necesidad de ser «antimaquiavélicos», desarrollando
una teoría y una técnica de la política que pueden servir a las dos partes
en lucha, por más que se piense que acabarán por servir especialmente a la
parte que «no sabía» (Ibíd).
Es decir, sobre Maquiavelo se dirigen lecturas, de derecha y
de izquierda y ambas al interior del «maquiavelismo»: una es
«maquiavélica» la otra «maquiaveliana».29 Esto no puede echar
sombras sobre el hecho de que Maquiavelo demuestra en sus
textos su posición republicana y popular. Es decir, no hay dos
Maquiavelos, ni un Maquiavelo «neutral», sino diversas lectu-
ras del legado maquiaveliano.
La razón de este rodeo, como puede imaginar el lector, es que
con Gramsci sucede una cosa similar: hay un conjunto de ca-
tegorías, prácticas políticas y teorías que surge en el marco de
la elaboración de la teoría de la hegemonía que puede ser utili-
zado para la fundamentación y construcción de un proyecto de
emancipación o reclamados por proyectos de subordinación. Eso es
evidente en algunos de los usos de derecha, tal y como vimos
en los textos expuestos anteriormente.
Lo que no es tan evidente, y debe ser subrayado, es que resulta
inaceptable la tentativa de hacer de eso un Gramsci «neutral»,
que permitiría decir «hay dos Gramscis». No hay dos Gramscis:
no hay un Gramsci «de derecha» que da indicaciones para
construir una hegemonía de la subordinación; Gramsci es un
teórico de la insubordinación: el teórico de la hegemonía como
activación de masas populares para la emancipación.

29 Una discusión amplia del legado maquiaveliano desde una perspectiva gramsciana se
encuentra en los trabajos de Kanoussi (2012) e Salatini-Del Roio (2014).

182
La derecha y Gramsci: demonización y disputa de la teoría de la hegemonía

Sin embargo, las teorías no tienen cercos, no tienen vallas de


protección que digan «aquí no entra la derecha», «aquí no en-
tra quien no tenga buenas ideas emancipadoras». Es decir, la
caja de herramientas de la teoría de la hegemonía puede ser
usada para uno u otro objetivo. Y, por lo tanto, una vez que se
desvenda la dinámica de la lucha hegemónica, se tornan «universa-
les», es decir, el destino del uso de esas herramientas no está en
nuestras manos, así como no estaba en las manos de Gramsci.
No tienen dueño. Así como no hay dueños de Gramsci por
izquierda, no los hay por derecha. Entre estos usos de Gramsci,
entonces están los usos posibles por la derecha política.
En Gramsci, el llamado a la insubordinación pone de relieve
el carácter democrático radical de su pensamiento: iconoclas-
ta, refractario a la pereza del dogmatismo y el determinismo
fatalista que apaga la voluntad de transformación. Y refracta-
rio también a la condena apriorística de los adversarios, a los
que hay que entender, penetrando en las razones de su lucha
aguerrida, de sus ideas, de la dedicación a su propia causa. El
objetivo de Gramsci se dirigía a la elevación cultural y moral
de las grandes masas subalternas y, en este sentido, señalaba
la diferencia entre el modo de actuar de las filosofías de la resig-
nación, como aquella de ideología católica, y la filosofía de la
praxis: en tanto la ideología de la iglesia se dirigía a mantener a
las clases subalternas en condiciones de subordinación, la filo-
sofía de la praxis se destina a la superación de las condiciones
de subalternidad.
En la teoría de la hegemonía de Gramsci, insubordinación y
autonomía de las masas subalternas son principios fundamen-
tales en el camino de la apropiación de los medios de produc-
ción y de gobierno. En este sentido, el socialismo –la sociedad
regulada en los términos del autor de los Cuadernos–, es ese
modo de organizar la vida social en la cual todos los miembros
de la asociación deben ser tendencialmente productores y go-
bernantes que rotan en la función de gobierno.
Toda la teorización sobre la construcción de las subjetivida-
des, individuales y colectivas, parte, justamente, de esta lucha

183
Raúl Burgos

contra la explotación económica y la subordinación política,


cultural y moral, para postular una radical autonomización de
las personas pensadas colectivamente, las cuales a partir de la
autocomprensión de su posición en el mundo y la trama de re-
laciones e ideologías que constituyen su personalidad («conó-
cete a ti mismo», sugería, siguiendo el viejo aforismo griego),
construyen una posición autónoma y consciente, críticas de los
vectores ideológicos que producen la aceptación pasiva de la
situación de subalternidad. Es decir, el presupuesto gramscia-
no es la liberación de las almas, de ningún modo cualquier acción
que lleve a algún tipo de «sujeción de las almas» como prego-
na la guerra ideológica de la derecha antigramsciana. A esos
espíritus insumisos Gramsci los instaba, desde la portada del
semanario L›Ordine Nuovo, nacido el 1° de mayo de 1919, a ser
protagonistas del cambio histórico:
«Instrúyanse, porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia;
Conmuévanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo;
Organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza».

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187
Revoluciones pasivas y hegemonía débil
en América Latina

Marcos Del Roio*1

1. Gramsci y las revoluciones pasivas


Recientemente los estudiosos de Gramsci en América han uti-
lizado la categoría teórica de revolución pasiva para explicar
procesos históricos recientes ocurridos en el continente. La
hipótesis de trabajo que aquí se presenta sigue otra dirección
y sugiere que las revoluciones pasivas sucedieron en el conti-
nente entre 1930 y 1980 aproximadamente, pero la fase que tal
vez pueda ser llamada como neoliberal, ya no admite esa ca-
lificación en ninguna parte. (Así como la categoría populismo
es muy poco útil para el esclarecimiento de la realidad latinoa-
mericana).
Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel (1929-1935) desarrolló la
categoría revolución pasiva teniendo como referencia inicial el
análisis hecho por Vincenzo Cuoco sobre la revolución napoli-
tana de 1799. En ese evento histórico, la revolución eclosionó a
causa de la invasión de las tropas de Napoleón, que tuvieron el
apoyo de los jacobinos napolitanos. No obstante, ellos no fue-
ron capaces de conducir a las masas populares contra las clases
dominantes del reino, de modo que ellas pudieran enfriar la
doble presión: la externa, que venía de la Francia revoluciona-
ria y la interna, espontánea y sin dirección, que se presentaba
en el campesinado.

* Ponencia traducida del portugués al castellano por María Eugenia Insaurralde

188
Revoluciones pasivas y hegemonía débil en América Latina

Ese proceso localizado en el espacio/tiempo posibilitó que


Gramsci encontrara una clave explicativa para todo el perio-
do del Risorgimento italiano, que fue de hecho el proceso de la
revolución burguesa en Italia. En cuanto se puede entender el
Risorgimento como un efecto reflejo de la revolución francesa,
eso si ella fuera vista como un proceso histórico de largo plazo,
un proceso de cambio orgánico, que se extiende por cerca de
80 años, desde 1789 a 1871, desde cuando la burguesía condu-
ce al pueblo contra la nobleza feudal hasta cuando el proleta-
riado se levanta contra la burguesía, la clase que establecía la
hegemonía del bloque histórico.
En Italia, los influjos de la revolución francesa, en sus diversas
fases, debilitaron a la Iglesia y reforzaron los ideales de unidad
nacional, pero también generaron una efervescencia popular.
En 1870, con la caída de Roma se completaba la unificación
de Italia al modo de una conquista victoriosa del Piemonte,
que extendió la monarquía liberal como forma de gobierno del
nuevo Estado. Los liberales moderados condujeron el proceso
y sometieron al partito d›azione a su proyecto. Se percibe, en-
tonces, que la presión externa venida de la revolución francesa
sumada a la insuficiente presión popular interna, obligó a las
clases dominantes de Italia a reorganizarse, extirpando secto-
res reaccionarios ligados a la Iglesia e incorporando demandas
de las masas populares por medio de sus intelectuales y diri-
gentes políticos, en un proceso llamado transformismo.
La revolución pasiva fue entonces la forma seguida por Italia
para ingresar al capitalismo, una revolución sin revolución, es
decir, sin momento jacobino, una revolución restauración, o
sea, una revolución que recompone el poder de la clase do-
minante exactamente en sentido anti jacobino, que realiza la
alianza entre la burguesía en asenso con fracciones de las vie-
jas oligarquías. La revolución pasiva no significa revolución
pacífica, significa revolución inducida por circunstancias inter-
nacionales que provocan alteraciones en las relaciones sociales
internas sin que haya una fuerza disruptiva jacobina capaz de
invertir las relaciones entre las clases, pero que apenas obli-
gan a los dominantes a adecuarse a las nuevas condiciones. La

189
Marcos Del Roio

revolución pasiva solo puede producir hegemonía burguesa


débil, con un gobierno representativo restringido o por la in-
vocación al cesarismo.
Alrededor de los años 60-70 del siglo XIX, Italia, Alemania y
Japón fueron ejemplos de revolución pasiva. La relativa debili-
dad de la hegemonía burguesa dificultó el ingreso de esos paí-
ses a una nueva fase del capitalismo conducida por el capital
financiero. La Guerra de 1914-1918 y principalmente la revo-
lución socialista en Rusia, crearon una situación internacional
que obligó a las clases dominantes de esos países a encaminar
hacia una nueva revolución pasiva, que reorganiza el capita-
lismo y la relación entre las clases. El impacto de la revolución
rusa estimuló la insurgencia del movimiento obrero, el cual,
sin embargo, no fue capaz de asumir el poder en sus países.
El análisis de Gramsci se limita al caso italiano, al fascismo,
pero reconoce la necesidad de aprender la particularidad del
régimen italiano frente a otros fascismos o a otras revoluciones
pasivas. Destaca también que, desde la derrota de la revolu-
ción socialista internacional y el aislamiento de la Rusia sovié-
tica, en 1921, tuvo inicio una «época de revoluciones pasivas».
Italia parece ser el primer caso, pero luego Gramsci analiza la
posibilidad de que el fordismo sea la base de una revolución
pasiva también en Estados Unidos, donde el movimiento obre-
ro había sufrido una grave derrota alrededor de 1920. La de-
rrota del movimiento obrero y popular precede a la revolución
pasiva, el intento de readecuación de la clase dominante con
vistas a fortalecer su hegemonía.
La comparación entre Italia y Estados Unidos, entre diferentes
revoluciones pasivas, era para que se viera la particularidad de
cada una de ellas. El fascismo era muy dependiente del Estado,
de las fuerzas represivas y de la persistencia de la tradición
feudal religiosa, lo que dificultaba la implantación de nuevos
procesos de trabajo y contribuía a preservar el parasitismo so-
cial. El americanismo, por su parte, desencadenó la revolución
pasiva a partir del proceso productivo con lo que fortaleció
mucho la hegemonía burguesa y su capacidad expansiva. Pre-

190
Revoluciones pasivas y hegemonía débil en América Latina

suponía, sin embargo, la existencia de un Estado liberal, que


prescindía de exceso represivo y de una masa de intelectuales
orgánicos considerando que el sentido común puritano ayu-
daba a disciplinar a los trabajadores (prohibición de alcohol y
control de la sexualidad).
La gran crisis capitalista de 1929-1933 impulsó una ola de re-
voluciones pasivas, pero también contribuyó a la instauración
de dictaduras oligárquicas reaccionarias en varias partes del
mundo. Una vez más aparece el desafío de examinar la par-
ticularidad de cada proceso a fin de evitar generalizaciones
simplistas. El nazismo en Alemania fue una revolución pasiva
que asumió el poder en la secuencia de la derrota de la clase
obrera e instauró una dictadura genocida, pero que garantizó
una amplia base social para el dominio del capital financiero.
El llamado estalinismo también se implantó en la secuencia de
la derrota de la clase obrera organizada en las fábricas y en los
soviets a fin de garantizar la implantación del socialismo de
Estado (una forma no capitalista de acumulación de capital).

2. Las revoluciones pasivas en América Latina


La pregunta que se puede hacer es si ocurrieron revoluciones
pasivas también en las regiones colonizadas por el imperialis-
mo. Parece razonable suponer que algunos procesos de «in-
dependencia» puedan ser vistos como revoluciones pasivas,
como en India (1947), donde el capitalismo se desarrolló con la
manutención de la estratificación social por castas, y Sudáfrica
(1949), donde el capitalismo se desarrolló con el régimen del
apartheid. Claro que ocurrieron también revoluciones popula-
res como en China, Corea del Norte y Vietnam.
Aún así, la unidad/diversidad de América Latina presenta un
problema específico en relación a esa cuestión de la revolución
pasiva en la época que se abre en 1921. ¿Cuáles países pasa-
ron por ese proceso? ¿Cuál es la particularidad del grupo de
países, considerando que no todos pasaron por el proceso de
revolución pasiva? Finalmente, ¿Gramsci es traducible para la
aprehensión de la realidad de América Latina?

191
Marcos Del Roio

El grupo de países que pasó por una revolución pasiva en el


siglo XX está constituido por México, Cuba, Chile, Argentina,
Uruguay y Brasil; todos tuvieron su revolución burguesa liga-
da a la crisis capitalista global de 1929-1933, el fortalecimiento
del imperialismo de los Estados Unidos en el continente y el
aumento de la presión de las camadas sociales subalternas so-
bre el Estado y las clases dominantes. Las revoluciones pasivas
en América Latina fueron entonces procesos de ingreso al ca-
pitalismo, de ascenso de la burguesía como clase dominante,
clase desdoblada de las oligarquías agrarias tradicionales. Así,
por analogía, fueron revoluciones pasivas como el Risorgimen-
to italiano del siglo XIX, aunque hayan incorporado elementos
de la segunda revolución pasiva italiana, como el corporativis-
mo.
De hecho, esas transformaciones fueron también contempo-
ráneas al fascismo, una revolución pasiva de reordenamiento
de las clases dominantes ya al interior de un bloque histórico
burgués, en dirección a la supremacía del capital financiero
imperialista, que también incidió sobre la forma de las revo-
luciones pasivas en América Latina. Aun así, no hubo fascis-
mo en América Latina dado que las revoluciones pasivas en
el continente reordenaron la dominación de clase y la depen-
dencia frente al imperialismo, algo muy diferente del fascis-
mo, que reordenó la dominación de clase dentro del campo
imperialista y condujo a la supremacía del capital financiero.
Una revolución pasiva puede conducir a una hegemonía débil
o puede llevar incluso, más raramente, a una revolución de-
mocrática. Nótese que la zona Indo americana no vivenció ese
proceso en los años 30, pero presentó un número grande de
dictaduras militares oligárquicas, que preservaron intactas la
situación colonial.
México es un caso de ocurrencia de una revolución democrá-
tica burguesa (1910-1917), que fue seguida por la contención
del avance democrático de las masas populares. En 1929, con
la organización del PRI – Partido Revolucionario Institucional,
hubo un arranque de revolución pasiva. Los sindicatos se jun-
taron al Estado, el cesarismo rotativo en la presidencia se hizo

192
Revoluciones pasivas y hegemonía débil en América Latina

norma, el capitalismo se desarrolló y fortaleció la burguesía


como clase dominante. La hegemonía de la clase dominante
mexicana – bien articulada en los años 30 y 40 – perdía aliento
desde 1968 y prácticamente se agotó a comienzo de los años
80, con la crisis de la deuda, cuando entonces México adoptó
el neoliberalismo como ideología de dominación de clase, con
muy bajo respaldo popular.
La revolución pasiva en Cuba convivió con el permanente ries-
go de transformarse en revolución democrática. El proceso re-
volucionario en andamiento entre 1929 y 1933, fue truncado y
en las siguientes décadas, Cuba vivió una situación democráti-
ca, en la cual las clases dominantes se apuntalaban en Estados
Unidos, potencia siempre amenazadora. El intento cesarista
implantado en 1952 cambió los términos del proceso político
en la revolución burguesa, que obligó a la oposición democrá-
tica a encaminarse hacia la lucha armada, hasta que la victoria
de la revolución democrática con perspectiva socialista venció
en 1959-61. Fue un caso de revolución burguesa, como revolu-
ción pasiva en que la hegemonía burguesa pareció muy frágil
frente a la presión popular permanente, que resistía mucho al
imperialismo de los Estados Unidos. Cuba fue un caso en el
cual la revolución pasiva se convirtió en una revolución demo-
crática anti burguesa.
El cono sur del continente fue territorio de revoluciones pa-
sivas que comenzaron con acciones políticas que buscaron la
restauración de las clases dominantes, aún con la oposición de
parte de ellas y donde las oligarquías agrarias jamás fueron
alejadas del poder económico político. La «revolución del 30»
en Argentina tuvo de inicio el objetivo de implantar un pro-
yecto corporativo inspirado en el fascismo, pero esa ruta fue
prontamente cercada y la preferencia recayó en la elección de
un gobierno militar que prefirió respaldarse en una ideología
católica conservadora. La reglamentación de la actividad agro-
pecuaria descontentó a la oligarquía, aunque fuera esa camada
social la mayor beneficiaria del régimen, que terminó por asis-
tir también a un proceso de industrialización lento y derivado
de la crisis capitalista global y de la demanda interna.

193
Marcos Del Roio

El debilitamiento de la coalición conservadora dio lugar a un


golpe militar. Un grupo de militares simpáticos a Alemania en
el escenario de la guerra que entonces se desarrollaba, imagi-
naba alejarse de la alianza anglo-americana y ganar mayor au-
tonomía. La derrota alemana implicó la caída del régimen por
presión americana y de los liberales. Sin embargo, el gobierno
militar se había aliado al sindicalismo obrero, habiendo con-
cedido derechos y servicio social. Era el origen del peronismo.
Perón fue electo presidente en 1946 y permaneció en el poder
hasta 1955. En esa fase es que se consolidó la sumisión del sin-
dicalismo al Estado y al partido justicialista. Fue la fase más
avanzada de revolución pasiva, con distribución de renta e in-
versiones en salud y educación. Sin embargo, el arranque in-
dustrialista dejó que desear y el poder económico e ideológico
de la oposición liberal y católica se mantuvo. La presión de la
Iglesia y del Ejército, conjugada con la presión de los Estados
Unidos derrumbaron a Perón en 1955.
Esa polarización ideológica entre peronismo y liberalismo con-
servador condujo la revolución pasiva en Argentina y permite
que se observe la debilidad de la hegemonía burguesa. De he-
cho, la burguesía no consiguió agregar otras fuerzas sociales a
un proyecto social y político, o creó una situación de equilibrio
de fuerzas en choque permanente. Entre 1969 y 1974 se gesta-
ba en Argentina una alternativa revolucionaria democrática,
que fue masacrada por la acción de las Fuerzas Armadas. Fue
implantada una feroz dictadura de clase de la burguesía, con
base en una ideología católica reaccionaria.
En Uruguay el efecto de la crisis de 1929-1933 llevó a la crisis
la forma de dominación que prevalecía de modo a llegar a la
dictadura en 1933 y a una nueva institucionalidad garantiza-
dora de la unidad oligárquica. El emprendimiento industrial
se aceleró en los años 50, pero las contradicciones sociales se
exasperaron enormemente entre las clases dominantes y au-
mentaron la presión de las clases subalternas. Incluso mante-
nido el sistema bipartidario desde el siglo XIX, en el transcurso
de la revolución pasiva prevaleció el cesarismo. La crisis que,

194
Revoluciones pasivas y hegemonía débil en América Latina

como en Chile y en Argentina, arriesgaba con convertir la re-


volución pasiva en revolución jacobina popular fue sofocada
por la dictadura militar en 1972.
La crisis de 1929-1933 repercutió también en Chile. La solu-
ción liberal conservadora se mostró incapaz de enfrentar la
crisis. En 1932 es proclamada la «república socialista», por ini-
ciativa de la Fuerza Aérea. Ese intento democrático jacobino
duró poco tiempo, pero las elecciones colocaron a un antiguo
líder popular en el gobierno de base liberal conservadora, pero
que inició el proceso de industrialización. El realineamiento
de fuerzas agrupó a comunistas, socialistas y radicales en un
Frente Popular, que ganó las elecciones de 1938 y se mantuvo
en el gobierno hasta 1947. El Partido radical era el represen-
tante político de las clases medias y garantizó que el Estado
estrechara sus vínculos con la economía, invirtiendo en la in-
dustrialización y también en la asistencia social. La revolución
pasiva en Chile ocurría por medio de un sistema de partidos,
con pequeña mayoría reformista. La crisis del sistema partida-
rio en los años 50 hizo que despuntara el liderazgo cesarista de
Ibáñez y que hubiera serias restricciones a las libertades políti-
cas. El cesarismo continuó siendo la apuesta, pero la burguesía
chilena no consiguió, ni intentó, desvincularse de las tradicio-
nales clases agrarias.
El surgimiento de la Democracia Cristiana cambió el sistema
partidario, que tendió a aislar a la derecha conservadora. El
reformismo democrático de la DC y el dislocamiento a la iz-
quierda de los radicales posibilitaron que la revolución pasiva
en Chile pudiera concluirse con una efectiva ruptura democrá-
tica y popular. El gobierno de la Unidad Popular presentó esa
posibilidad, pero la conversión jacobina de la revolución pasi-
va terminó en un baño de sangre promovido por el ejército en
septiembre de 1973, y la instauración de una dictadura militar
burguesa.
La mejor revolución burguesa ocurrida a modo de una revo-
lución pasiva en América Latina, sucedió en Brasil. Como en
otros lugares, el dominio de las oligarquías agrarias (y mine-

195
Marcos Del Roio

ras) pasó por una grave crisis en el pasaje de los años ‹20 a los
años ‹30 y desencadenó una revolución burguesa a modo de
revolución pasiva. El hecho de que la oligarquía esté aferrada
al liberalismo, así como la burguesía. La ausencia de un claro
proyecto de clase abrió el camino para la revolución pasiva. El
proyecto de revolución democrática quedó con el proletariado
y parte de las clases medias, derrotados ya en 1929.
La presión democrática de las masas contó con coyunturas es-
pecíficas de mayor fuerza, pero la disputa entre el liberalismo
de las clases dominantes y el proyecto corporativo dirigido por
la burocracia estatal, en particular por el Ejército, creó una for-
ma híbrida liberal corporativa (también presente, con medidas
diferentes, en otros países). El liberalismo valió para las clases
dominantes, principalmente las oligarquías agrarias, y el cor-
porativismo fue impuesto al proletariado industrial a fin de
neutralizar su autonomía de clase. El mercado de trabajo fue
politizado ya que el corporativismo lo colocó en la esfera públi-
ca institucional. Desde el punto de vista político, la revolución
pasiva alternó momentos liberales y momentos cesaristas. La
última etapa de la revolución pasiva en Brasil fue configurada
por la dictadura militar burguesa instaurada en 1964.
En síntesis, las revoluciones pasivas en América Latina fueron
formas de ingreso en el capitalismo, fueron producto de la pre-
sión imperialista y también de las clases subalternas, que obli-
garon a las clases dominantes a reordenarse de modo a hacer
de la burguesía la clase socialmente dominante. Las formas po-
líticas mezclaron u oscilaron entre el gobierno representativo
más o menos restricto y el cesarismo progresivo o regresivo.
Fue muy difundida la perspectiva de instalar un Estado corpo-
rativo, pero nunca hubo correlación de fuerzas suficientes para
la realización de ese proyecto.
En la región andina la revolución pasiva es tardía y muy frá-
gil. Hubo intentos en Perú y en Colombia en los años ‹60/ ‹70.
Bolivia pasó por una revolución popular en 1952, pero pronto
fue transformada en revolución pasiva (algo como lo ocurrido
en México). El empeño para retomar la revolución popular, en

196
Revoluciones pasivas y hegemonía débil en América Latina

1971, terminó con un golpe militar. La revolución popular en


Nicaragua, en 1979, pudo tal vez servir de marco cronológico
para el fin de una época.
De modo general, la era de las revoluciones burguesas como
revoluciones pasivas terminó a fines de los años ‹70, comienzo
de los años ‹80. La característica general estuvo marcada por el
agotamiento de las dictaduras militares y por la implantación
del proyecto socioeconómico e ideológico denominado neoli-
beralismo. Ese pasaje de época significó una nueva adecuación
de las clases dominantes del continente a las condiciones de
crisis capitalista y el esfuerzo del imperialismo de rescatar las
tasas de acumulación que comenzaban a descender de modo
irremediable.

3. La era neoliberal
De hecho, el proyecto neoliberal ya comenzaba a ser implan-
tado en el periodo de las dictaduras militares en Argentina y
Chile. Sin embargo, también para el neoliberalismo un simula-
cro de gobierno representativo era el más adecuado a su pro-
yecto hegemónico. La nueva era trajo nuevas marcas para la
vida social en los Países del continente que son: la incorpora-
ción de nuevas tecnologías producidas en los centros imperia-
listas, cuyo objetivo mayor es el estímulo al consumo; apertura
de los mercados para la penetración de mercancías producidas
en otro lugar; privatización de las empresas públicas; quita de
los derechos sociales y del trabajo; privatización del servicio
público (educación, salud, transporte); políticas focalizadas
en determinados sectores en detrimento de políticas universa-
listas; clara regresión cultural; ataque a los institutos propios
del movimiento obrero (partido y sindicato); aumento expo-
nencial del crimen organizado (tráfico de armas, de drogas,
de cuerpos); difusión de cultos religiosos de matriz evangélica
pentecostal; difusión del ultra individualismo.
En esa perspectiva la hegemonía burguesa no puede ser más
que débil y exige un alto grado de manipulación de las con-
ciencias y de violencia, no solo la legal, aquella estrictamente

197
Marcos Del Roio

estatal, sino también la violencia que afecta a las clases subal-


ternas al modo de una guerra civil, que incluye también fuerza
coercitiva del tráfico, de la milicia, de la policía privada. No es
posible olvidar que ese escenario de América Latina está colo-
cado dentro de un cuadro más amplio del capitalismo en fase
decadente. Se trata entonces de interrogarse si es posible una
revolución pasiva en ese escenario, recordando siempre que la
revolución pasiva como tal tiene un aspecto progresivo más o
menos fuerte.
Intérpretes que evaluaron la posibilidad de ser leídas como
revoluciones pasivas algunos procesos sociales y políticos, tu-
vieron demasiado en cuenta los efectos de la innovación tec-
nológica y del enorme avance científico de las últimas déca-
das, o incluso algunas pequeñas victorias en la lucha contra el
hambre y la ignorancia. En verdad, en particular en América
Latina, concluida la era de las revoluciones pasivas, los lazos
de subordinación al gran capital financiero y a los centros de
poder imperialista tenderán a agravarse.
Los primeros pasos de la nueva era, dicha neoliberal, fueron
dados en medio de dictaduras militares que concluían la fase
de la revolución pasiva (Argentina y Chile). Seguidamente,
fueron definidas reformas institucionales en diversos Países
para que patrones análogos a los de la democracia liberal se
implantaran y pudieran dar legitimidad a las reformas econó-
micas y sociales identificadas en el neoliberalismo. La desinte-
gración del socialismo de Estado en Europa oriental y la URSS
(1989-1993) y la reunión que selló el «consenso de Washing-
ton» (1989) dieron fuerte impulso ideológico a la ofensiva del
capital y de las clases dominantes en casi todo el mundo, tam-
bién en América Latina.
A finales de los años ‹80 el neoliberalismo de hecho ya era
consenso entre las clases dominantes del continente, con la ex-
cepción de Brasil. El fin de la dictadura militar en Brasil, en
1985, fue conducido por un grupo dirigente vinculado a la bur-
guesía industrial, pero que tuvo la participación de un signi-
ficativo movimiento obrero y popular. Mientras la burguesía

198
Revoluciones pasivas y hegemonía débil en América Latina

contaba con un diseño hegemónico muy claro, inspirado en el


americanismo, la clase obrera permanecía atada a la perspec-
tiva económico corporativa, esto es, por debajo del momento
de la hegemonía, pero también dentro de la perspectiva ame-
ricanista. Aquí sería indispensable que se regresara al análisis
de Gramsci sobre el americanismo y fordismo, hasta para que
se pueda comprender el origen y la naturaleza del Partido de
los Trabajadores.
Brasil se encaminaba, a finales de los años ‹80, hacia la defini-
ción de una democracia liberal burguesa con una cuota razo-
nable de derechos sociales. Sin embargo, el fracaso económico
y político de la burguesía industrial implicó su incapacidad
para dirigir el conjunto de las clases dominantes y el resulta-
do fue que el capital financiero retomó las riendas del proceso
habiéndose volcado hacia la implantación del neoliberalismo.
Tomándose el ejemplo de Brasil, se puede presentar la hipóte-
sis de que el neoliberalismo pasó por tres fases en los últimos
20 años. La fase de gran ofensiva ideológica y de construcción
de consenso en el interior de las clases dominantes y de am-
plios sectores de las camadas intermedias. La desmoralización
de la gestión de las empresas públicas, incluyéndose los ban-
cos y el servicio público en general sirvió para pasar la idea de
que la privatización sería la solución para muchas de las cosas
malas del Estado Brasilero.
La suspensión de las barreras aduaneras dio inicio a esa fase de
implantación. La alienación del patrimonio público y la refor-
ma de la administración pública avanzaron substancialmente,
junto con los primeros intentos de restringir los derechos so-
ciales. Algunas sacudidas políticas y la resistencia popular ge-
neraron problemas al proyecto del capital, pero nada más im-
peditivo. La deposición de Fernando Collor y la ascensión de
Itamar Franco, al final solo preparan el terreno propicio para
Fernando Henrique Cardoso, que gozó de amplio consenso
entre las fuerzas políticas del País.
La sucesión de FHC ya demarca otra fase del neoliberalismo,
tal vez de su apogeo. Había resistencia en Brasil, pero había

199
Marcos Del Roio

mayor evidencia en otras escalas. En 1994, en México, el EZLN


se levanta en revuelta contra la formación del NAFTA, tratado
que ata aún más la economía mexicana a los Estados Unidos.
La resistencia de los pueblos originarios, más allá de los ma-
yas mexicanos, se difundió hacia otros lugares como Bolivia y
Ecuador, que llevarían al gobierno a representantes contrarios
al neoliberalismo e incluso anticapitalistas. El ejemplo más ex-
presivo de la resistencia fue el proceso revolucionario popu-
lar desencadenado por el movimiento militar encabezado por
Hugo Chávez en Venezuela.
Se formó un eje de resistencia en América Latina que juntó a
Cuba, Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia. Nótese que
fueron países en los cuales no sucedieron revoluciones bur-
guesas (a excepción de Cuba), sino también faltaron ahora con-
diciones para que sucediera una radicalización revolucionaria
anticapitalista a causa de la correlación desfavorable de las
fuerzas nacionales, pero principalmente internacionales.
Pero algún límite al neoliberalismo fue impuesto y la mayor
expresión de un neoliberalismo mitigado por preocupaciones
sociales reivindicadas por la resistencia popular apareció en
los gobiernos de Kirchner en Argentina y de Lula en Brasil (y
en el Paraguay de Lugo). Esas experiencias fueron posibles
gracias a una oscilación positiva en la crisis capitalista global,
con un razonable crecimiento económico.
Esa fase de crecimiento hizo también posible el respaldo de
la burguesía a Lula y la formación de una amplia coalición de
gobierno. La burguesía brasilera vivió una fase de expansión
internacional sin precedentes con una política externa corres-
pondiente. Durante el periodo Lula observamos una burgue-
sía unificada y con respaldo en parte de la pequeña burguesía
y en la «aristocracia obrera». Durante esa fase el interés de los
Estados Unidos estuvo más volcado hacia el Oriente Medio
ampliado y hacia China.
Muy difícil afirmar que esa fase fuera correspondiente a una
revolución pasiva. Aunque limitada a Brasil no hubo claro
reordenamiento de las clases dominantes (a no ser el desvío

200
Revoluciones pasivas y hegemonía débil en América Latina

de la burguesía industrial y el fortalecimiento de la burguesía


agraria, de cualquier modo, con la prevalencia del capital fi-
nanciero instituido desde los años ‹60). La presión externa por
la apertura del mercado interno también ya venía de antes. La
única diferencia fue la base social momentáneamente amplia-
da y la difusión de las llamadas «políticas públicas», que, en la
práctica, reforzaron la hegemonía burguesa.
La crisis capitalista de 2008 –crisis coyuntural dentro de la cri-
sis orgánica– cambió mucho la situación. América Latina, de
modo general, consiguió retardar la crisis, incluso la ofensiva
imperialista contra los Países que resistían al dominio impe-
rial de los Estados Unidos. El intento de completar el trabajo
de desestabilización de Oriente Medio fue prioridad y tomó
el nombre de «primavera árabe». Las experiencias iniciales de
golpes institucionales en América Latina ocurrieron en Para-
guay y en Honduras. Esa fue la alternativa cuando no era po-
sible vencer en las urnas con el uso de mucho dinero y mani-
pulación mediática.
El caso más notorio fue el golpe de 2016 en Brasil, que depu-
so a la presidenta Dilma Rousseff. La pérdida de apoyo de
la burguesía al gobierno del PT venía desde 2013, pero una
nueva victoria electoral de Dilma sucedió en 2014, aunque en
condiciones muy adversas. En esas condiciones se realizaron
concesiones muy significativas a las demandas del proyecto
neoliberal «puro», aunque sin hacer retroceder el impulso gol-
pista. La gran movilización de la pequeña burguesía e incluso
de parte del proletariado encuadrado por las iglesias pentecos-
tales aisló completamente el gobierno, que quedó imposibilita-
do de cumplir sus funciones. A finales de 2015, después de la
victoria de Macri en Argentina, Michel Temer pasó a respaldar
el golpe, que se completó en agosto de 2016.
En ese momento quedaban Venezuela, Bolivia, Nicaragua y
Cuba en la perspectiva crítica al neoliberalismo y todos bajo
el cerco económico y diplomático de Estados Unidos. Se de-
finía la tercera fase del neoliberalismo en el continente, fase
en la cual predomina el estancamiento de la economía, una

201
Marcos Del Roio

fase más extrema de verdadera rapiña de los trabajadores, con


empeoramiento de condiciones de vida y trabajo. Aspectos de
un cesarismo regresivo salen a la luz, con aspectos coercitivos
acentuados en todas las dimensiones de la vida social.
La cuestión que permanece abierta es si esa fase será más o
menos duradera, si las fuerzas populares serán capaces de re-
sistir al punto de generar una alternativa democrática que se
aproxime a un nuevo orden socialista. Un nuevo gobierno de
izquierda moderada o reformista, que sea o no encabezado por
el PT difícilmente será capaz de sumar consensos capaces de
apoyo de sectores de las clases dominantes en medio del dra-
matismo de la crisis capitalista.

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203
¿Un Moderno Príncipe en las venas del
coloradismo?
Elementos de análisis sobre la construcción de una
voluntad colectiva nacional-popular en Paraguay

Marcello Lachi

Introducción
En 1998, al finalizar la primera década de la transición demo-
crática, José Nicolás Morínigo definía al sistema político-par-
tidario paraguayo como bipartidista y excluyente, donde un
partido controla el poder y el otro está en la «llanura», es de-
cir, ejerce oposición, pero desde una posición minoritaria, li-
mitada y permanente (Morínigo, 1998: 200). En el Paraguay
los dos partidos tradicionales, el Colorado (ANR1) y el Liberal
(PLRA2), se han alternado en estos roles, ocupando el Liberal la
posición de partido hegemónico en los primeros cuarenta años
del siglo XX, siendo luego sustituido por el Partido Colorado
desde los años 50 del siglo XX hasta nuestros días, abarcando
el periodo democrático iniciado en 19893.
Esta dominación bipartidista ha acompañado la historia po-
lítica del Paraguay desde 1887, año de fundación del Partido
Colorado y del Partido Liberal, y momento a partir del cual
ambos se convertirían en verdaderos referentes de identidad

1 Asociación Nacional Republicana


2 Partido Liberal Radical Auténtico
3 La pérdida de la presidencia de la República entre 2008 y 2013, aunque haya sido un
revés electoral importante para el Partido Colorado (ANR), no ha significado una pérdida
sustancial de hegemonía, como veremos más adelante en el texto y como las muchas
victorias electorales obtenidas por este partido en las elecciones posteriores demuestran.

204
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

social de una parte relevante de la población paraguaya. Tal


es así que en la actualidad el 75% de los electores paraguayos
están afiliados a uno de estos partidos, siendo la afiliación una
manera de afirmar esta identidad social. Ser colorado o liberal
entonces se ha convertido, para una gran parte de la sociedad,
en un elemento de autoafirmación identitaria, una «suerte de
tercer apellido, a presentar junto con el del padre y de la ma-
dre» (Lachi & Rojas Scheffer, 2018: 56).
Estos elementos de identidad social y de identificación parti-
daria han desarrollado en gran parte de la población paragua-
ya una cultura política basada principalmente sobre elementos
simbólicos y referenciales (música, colores, pañuelos, bande-
ras, etc.), que han acabado finalmente imponiendo una visión
ideal y afectiva de la política, en oposición a todo elemento
de racionalidad (Morínigo, 1998: 200-201). En la actualidad el
partido Colorado detenta la posición hegemónica con respecto
al Liberal, como lo demuestra tanto el ejercicio permanente del
Gobierno del país, como su cantidad de afiliados, que en 2015
ascendía al 56,5% de los electores4 (de los cuales, el 36,4% con-
taba con afiliación exclusiva5 a este partido). En tal sentido, el
mismo se erige dentro del espectro político paraguayo como la
organización paradigmática en cuanto a esta forma de enten-
der las finalidades socioculturales y políticas de los partidos
políticos en este país.
Lo descrito, sin embargo, no debe ser entendido como una
«particularidad» del sistema político paraguayo. Al contrario,
nos debería hacer reflexionar acerca de cómo estos elementos
específicos de la realidad política nacional pueden ser inter-
pretados a través de categorías de análisis quizás poco utili-

4 Fuente de los datos de afiliación: Justicia Electoral (www.tsje.gov.py)


5 En el periodo democrático iniciado en 1989 se ha registrado, de manera generalizada,
la afiliación de los electores a dos o más partidos. Eso se debió en parte al surgimiento
de nuevas agrupaciones políticas que necesitaban una cantidad mínima de adhesiones
para poder registrase en la Justicia Electoral (y que lograban los mínimos a través de
amistades, por apoyo coyuntural, o hasta comprándolas), y a la práctica de compra de
votos o falsificación de identidades que ha sido muy utilizada en las elecciones internas
hasta 2015, cuando las mismas, que antes se desarrollaban en diferentes fechas, han sido
concentradas en un solo día, volviendo de hecho inútil la doble o triple afiliación.

205
Marcello Lachi

zadas en nuestro país, pero que podrían revelarse útiles para


interpretar la realidad sociopolítica que vivimos.
En este sentido, para empezar a construir un nuevo marco de
análisis del contexto político paraguayo, pueden ser de no-
table utilidad los conceptos desarrollados hace casi noventa
años por el filósofo político italiano Antonio Gramsci, recono-
cido como uno de los máximos pensadores del siglo XX. En sus
estudios sobre Maquiavelo y su principal obra –«El Príncipe»–
Gramsci ha construido una serie de categorías analíticas reuni-
das dentro del concepto del «Moderno Príncipe», actualizando
los estudios de Maquiavelo, algo que puede ser de suma utili-
dad para analizar nuestro sistema político y el rol hegemónico
que en este ejerce la Asociaron Nacional Republicana - Partido
Colorado.
A continuación, analizo el concepto de «Moderno Príncipe»,
forjado por Gramsci a partir de sus estudios sobre Maquiavelo,
proponiendo cómo el mismo puede ser adaptado a la realidad
política nacional; de manera a brindar evidencias sobre lo se-
ñalado en el título de este trabajo, es decir, si efectivamente
hay un «Moderno Príncipe» en las venas del coloradismo.

Gramsci y el «Príncipe» de Maquiavelo


Gramsci, durante los años de cárcel que le impuso el gobierno
fascista,6 decidió volcarse al estudio y a la reflexión, elaborando
una serie de cuadernos (que finalmente serán 33) donde reunió
notas, apuntes y análisis sobre múltiples temas que abarcaban
la cultura, la política, la filosofía y la economía, entre otros. Este
proceso de estudios iniciado en 1929 y que continuará hasta su
muerte en 1937, produjo importantísimas reflexiones que han
dado un aporte determinante al estudio de la filosofía política
durante el siglo XX, y también en este siglo XXI.

6 Antonio Gramsci, parlamentario del Partido Comunista Italiano, fue arrestado (violando
su inmunidad parlamentaria) y posteriormente condenado a veinte años de reclusión
por «conspiración». Eso ocurría en los años en que el Partido Fascista italiano disolvía
e ilegalizaba todos los otros partidos políticos y se hacía dueño del Estado y del poder
público, que detendrá de manera ininterrumpida hasta 1943.

206
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

Entre los temas de estudio y análisis de Gramsci tuvieron un


rol importante sus reflexiones sobre la figura de Maquiavelo y
de su obra fundamental, «El Príncipe», tanto que ya los cita en
la nota 10 de su cuaderno 1 (Gramsci, 1999: T.1 76).
El interés de Gramsci hacia Maquiavelo surge inicialmente en
reacción a la práctica común de muchos estudiosos de utili-
zar la figura de Maquiavelo y su obra cómo un instrumento
interpretativo «bueno para todos los tiempos», cuando según
Gramsci, muy por el contrario, Maquiavelo era un autor ata-
do a la realidad de su época, y a partir de esa condición había
que evaluar su obra. En sus palabras: «Maquiavelo es hombre
totalmente de su época, y su arte política representa la filosofía del
tiempo» (Gramsci, 1999: T.1 76).
Según Gramsci, Maquiavelo no escribía ni manuales teóricos,
ni libros utópicos, sino que más bien escribía para la acción. En
este sentido, «El Príncipe» era un libro no de «teoría política»,
sino más bien una obra para la «acción política inmediata», que
apuntaba a incidir en la realidad de su tiempo y a transformar-
la (Gramsci, 1999: T.2 342).
Para Gramsci, Maquiavelo se parecía a Marx (como el mismo
señala en la nota 10 del cuaderno 4), definiendo a ambos como:
«teóricos de la política militante, de la acción» (Gramsci, 1999: T.2
144). Al respecto, Thomas (2017) señala: «Gramsci sostiene que
existe una significativa continuidad entre Maquiavelo y Marx, a pesar
de sus diferencias reales y aparentes, porque Marx también intervino
con un realismo que favorecía a ‹aquellos que no lo saben›, la ‹clase
revolucionaria› de su Período histórico»7 (Thomas, 2017: 529).
A partir de esta interpretación surgió inicialmente en Gramsci
la idea de armar una suerte de «Nuevo Príncipe», es decir, un
libro que «extrajese de las doctrinas marxistas, un sistema ordena-
do de política actual» (Gramsci, 1999: T.2 144). En esas mismas
reflexiones Gramsci subraya que el Príncipe de la edad mo-
derna es el partido, y que en este Nuevo Príncipe que anhela
elaborar, el protagonista «no debería ser el partido en abstracto
7 En este caso, como en todas las otras citas derivadas de una publicación en inglés, la
traducción al español es del autor.

207
Marcello Lachi

[…] sino un determinado partido histórico, que actúa en un ambiente


histórico preciso, con una determinada tradición» (Ibid: T.2 144).
Según Gramsci, entonces «se trataría no de recopilar un repertorio
orgánico de máximas políticas. Sino de escribir un libro ‹dramático›
en cierto sentido, un drama histórico en acción, en el que las máxi-
mas políticas fueran presentadas como necesidad individualizada y
no como principios científicos» (Ibid: T.2 144).
En síntesis, la idea de Gramsci era describir, como Maquiavelo
lo hizo con su «Príncipe», el Condotiero (que en su caso era el
partido) «necesario» para fundar el «Estado», no un partido en
abstracto, sino un partido histórico que actúa en un entorno
concreto.
Al respecto, Frosini (2013) opina que para Gramsci el «Nuevo
Príncipe» es el partido que ya ha conquistado el gobierno del
Estado, pero que todavía tiene que conquistar la sociedad ci-
vil en su conjunto (la ciudadanía en su globalidad). El partido
«Nuevo Príncipe» entonces necesita asumir en su función de
gobierno un rol hegemónico reequilibrador de los diferentes
intereses de la sociedad civil, de manera a cambiar las relacio-
nes preexistentes a su llegada al poder, obteniendo de esta ma-
nera el reconocimiento por parte de toda la colectividad de su
rol dominante en el interior del Estado (Frosini, 2013: 550-551).
El «Nuevo Príncipe» que Gramsci tenía planificado, sería en-
tonces un análisis de cómo el Partido Bolchevique, después de
haber conquistado el Estado (la Rusia ahora, y en futuro los
otros países) se trasformaría él mismo en el Estado, asumiendo
una posición hegemónica de gobierno en todo el espectro de
las relaciones sociales del país (Frosini, 2013: 551).

Del Nuevo Príncipe al Moderno Príncipe


Sin embargo, esta primera intención de Gramsci evolucionará
de manera importante en los meses siguientes, cuando después
de nuevos estudios y lecturas el concepto de «Nuevo Príncipe»
muda sustancialmente y, a partir de la nota 21 del cuaderno 8

208
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

(escrito entre enero-febrero de 1932) se transforma finalmente


en el «Moderno Príncipe».
La idea de fondo es siempre utilizar como base la estructura
del Príncipe de Maquiavelo, como señala el mismo Gramsci:
«Bajo este título podrán agruparse todas las ideas de ciencia política
que puedan ayudar a la formación de un trabajo de ciencia política
que sea concebido y organizado según el tipo del Príncipe de Ma-
quiavelo» (T.3 225). Pero ahora busca realizar un trabajo más
profundo, ya no limitándose a evaluar el Partido Bolchevique
que se vuelve Estado a partir de la experiencia rusa, sino más
bien teorizando cómo debe ser el partido que llevará a la con-
quista hegemónica del Estado y su trasformación en una nue-
va civilización. De esa manera Gramsci quiere ir más allá de
la experiencia del partido revolucionario desarrollada hasta
el momento, buscando analizar los elementos fundacionales
de una nueva forma de partido político, un partido atado a la
modernidad y a los cambios que ésta conlleva en la sociedad
en evolución; un partido que busca no solamente «hacerse»
con el Estado sino «construir» un Estado diferente con la plena
aprobación del pueblo-nación; en pocas palabras, un «Moder-
no Príncipe».
Con el concepto de «Moderno Príncipe» Gramsci busca supe-
rar la función limitada del partido que apunta a la gestión he-
gemónica de las relaciones sociales, impulsando en su lugar la
idea de un Partido-Príncipe que, yendo mucho más allá de eso,
se trasforme en instrumento de formación de una voluntad co-
lectiva hegemónica que apunte a la trasformación radical de la
sociedad y que, fusionando esfera pública y privada, politice la
misma cultura, transformándose de esa manera en instrumen-
to de construcción de una nueva civilización «moderna» (Fro-
sini, 2013: 551). El Partido-Príncipe entonces se trasforma en
instrumento moral y ético que busca trasformar integralmente
la sociedad a través de una nueva construcción, que no es ya
solamente política, sino también cultural.
Al respecto, Gramsci señala que en el «Moderno Príncipe» «la
ideología se convierte en ‹mito›, o sea en imagen fantástica y artística

209
Marcello Lachi

entre la utopía y el tratado escolástico, en el que el elemento doctrinal


y racional se personifica en un ‹Condotiero› [el partido] que presen-
ta plásticamente y ‹antropomórficamente› el símbolo de la ‹voluntad
colectiva›.» (Gramsci, 1999: T.3: 225-226).· Es decir que la mis-
ma idea de partido se transforma, pasando de ser una orga-
nización social que actúa para asumir el control del Estado a
convertirse en instrumento cultural de civilización que busca
volverse el propio Estado; sustituyéndolo y modificando sus-
tancialmente la realidad sociopolítica existente.
Para llegar a esta interpretación «Moderna» de la figura del
Principie de Maquiavelo, Gramsci - según Frosini - fue direc-
tamente influenciado por la lectura del libro de Luigi Russo
Prolegomeni a Machiavelli, publicado en 1931 (Frosini, 2013:
552). Esta obra de Russo se presentaba como una suerte de
«respuesta» al «prólogo» al Príncipe de Maquiavelo que Be-
nito Mussolini, líder del Partido Fascista y primer Ministro de
Italia en esos años, había publicado en la revista fascista «Ge-
rarchia»8 en abril de 1924, y en donde sostenía que el texto de
Maquiavelo demostraba «la necesidad de un liderazgo fuerte y una
antítesis ‹fatal› entre el Príncipe y el pueblo» (Thomas, 2017: 526).
Russo, que como Gramsci interpretaba a Maquiavelo no solo
como científico sino más bien como un «artista militante» que
escribe para persuadir al pueblo de actuar para transformar
los contenidos de su obra en hechos concretos, a diferencia
de Mussolini revindicaba decididamente el protagonismo del
pueblo-nación, que asume el destino en sus manos. Y al con-
trario de lo que pregonaba el fascismo, propone un pueblo
protagonista de la historia y no sometido a las autoridades y
a un líder (Frosini, 2013: 566-569). Russo, como intelectual de
ideología liberal, llega con este escrito a revisar completamen-
te el concepto mismo de democracia, agregando como elemen-
to fundamental de ésta la formación de una voluntad colecti-
va nacional-popular, donde el pueblo se vuelve protagonista
efectivo y no solo mero espectador de la vida política de la
nación.

8 Jerarquía, en italiano.

210
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

Como ya señalado, estas afirmaciones de Russo tienen un im-


pacto fundamental en Gramsci, que después de la lectura de
esta obra empieza una relectura del Príncipe de Maquiavelo
y una amplia reelaboración de lo que había afirmado hasta el
momento, introduciendo nuevas caracterizaciones a su idea
inicial y acuñando finalmente el concepto de «Moderno Prínci-
pe», que apareció a partir de la nota 21 del cuaderno 8 (Frosini,
2013: 569).
Es desde este momento que el estudio de Maquiavelo y de la
importancia del concepto del Príncipe en este autor empieza a
volverse central en la obra de Gramsci, tanto para determinar
el nacimiento del cuaderno 13, un cuaderno especial y temáti-
co dedicado específicamente al Maquiavelo y a su obra (Notas
breves sobre la política de Maquiavelo), donde recupera y amplia
en su nota 1 lo que ya había señalado en el cuaderno 8 (Frosini,
2014: 174).

Los elementos que caracterizan y definen el «Moderno


Príncipe»
Al establecer el desarrollo de la idea del «Moderno Príncipe»
como uno de los trabajos principales a desarrollar en sus cua-
dernos, Gramsci empieza un proceso de reflexiones y análisis
cuyo objetivo es definir cuáles deberían ser las características
que permitan la construcción de este concepto en la formación
de un nuevo modelo de partido político. Una agrupación po-
lítica «moderna» que, como señalamos, debe ser impulsora
de una nueva civilización, haciéndose Estado y teniendo una
aceptación generalizada por parte de la población; construyen-
do de esta manera una nueva sociedad que pueda liderar con
la aprobación de todos.
El primer elemento que Gramsci identifica en este proceso de
caracterización del partido «Moderno Príncipe» es la noción
del «Mito», según define Georges Sorel en la introducción de
su obra de 1909, Réflexions sur la violence. Al respecto, Frosini
(2014) señala que con el concepto de «Mito» Sorel se refiere
a las representaciones que los grandes movimientos sociales

211
Marcello Lachi

hacen de sí mismos «bajo la forma de imágenes de batallas que ase-


guran el triunfo de su causa»,9 siendo esta visión inatacable por
la crítica en cuanto «no son descripciones de cosas, sino expresio-
nes de voluntades».10 El «Mito», en este sentido, es conformado
por elementos puramente fantásticos, pero que por su misma
naturaleza llegan a ser constituyentes del movimiento social
que se reconoce en éstos, en cuanto trasfiere una imagen de sí
mismo que se trasforma en «voluntad colectiva» y finalmen-
te lo empuja a la acción como colectivo social organizado. El
«Mito», según Sorel, es irrefutable en cuanto se identifica con
las convicciones del grupo social y se vuelve expresión de esas
convicciones, impulsando su movimiento (Frosini 2014: 184).
Gramsci interpreta claramente al «Mito» como el elemento
aglutinador central de la voluntad colectiva de un grupo social,
dejando de lado la doctrina racional y trasformando la ideolo-
gía política en elemento fantástico unificador del accionar del
grupo, convirtiendo posiciones individuales en voluntad co-
lectiva. En sus palabras (nota 21 del cuaderno 8): «El Príncipe de
Maquiavelo podría ser estudiado como una ejemplificación histórica
del «mito» soreliano, o sea de la ideología política que se presenta no
como fría utopía ni como doctrinario raciocinio, sino como ‹fantasía›
concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para sus-
citar y organizar su voluntad colectiva» (Gramsci, 1999: T.3: 226).
Pero si en la interpretación de Gramsci el «Mito» es un ele-
mento absolutamente fundamental para la caracterización del
Partido «Moderno Príncipe», no menos valor tiene la manera
en que ese «Mito» es difundido entre los militantes del partido
y la población en general. En este sentido, Gramsci pone como
segundo elemento de caracterización del «Moderno Príncipe»
la necesidad que el «Mito» sea difundido a través de un len-
guaje especial, un lenguaje que, como señala Frosini, tenga «el
poder movilizador y sugestivo del lenguaje religioso» (Frosini, 2013:
572).

9 Sorel, 1978, p. 29, citado por Frosini, 2014, p. 184.


10 Sorel, 1978, p. 38, citado por Frosini, 2014, p. 184.

212
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

En efecto, Gramsci considera que el lenguaje religioso es el


más adecuado, en cuanto consigue difundir el «Mito» de ma-
nera masiva, evitando que los distintos estratos de la sociedad
lo interpreten de forma diferenciada. En ese sentido, en la nota
213 del cuaderno 8, Gramsci sostiene que: «la fuerza de las reli-
giones y especialmente del catolicismo consiste en que sienten enérgi-
camente la necesidad de la unidad de toda la masa religiosa y luchan
por no separar nunca los estratos superiores de los estratos inferiores.
La Iglesia romana es la más tenaz en la lucha por impedir que ‹ofi-
cialmente› se formen dos religiones, la de los intelectuales y la de los
‹simples›» (T.3: 326). Es decir que, según Gramsci, solamente a
través de un lenguaje religioso es posible hablarle de la misma
manera al cuerpo «intelectual-dirigente» de la sociedad y a la
población «simple» en general, algo que la iglesia consiguió
a lo largo de su historia, y que el Partido «Moderno Prínci-
pe» debe también dominar si quiere lograr el objetivo de ser
aceptado por la población como el instrumento efectivo para la
construcción de un nuevo Estado y de una nueva civilización.
Esta segunda caracterización abre inmediatamente el camino a
una tercera, que para Gramsci se vuelve esencial: la necesaria
sobreposición de lo «alto» con lo «bajo, es decir, de los intelec-
tuales con las masas populares. Solamente a través del lenguaje
religioso aplicado al «Mito», según Gramsci, es posible anular la
dicotomía existente entre «poder» y «subalternos», entre «inte-
ligencia» y «masa», entre «teoría» y «práctica». Se fusionan así
esos dos espacios, identificándose en uno solo: el Partido-Prínci-
pe. Solo de esa manera es posible conformar un movimiento de
masa realmente unitario y democrático donde no haya más un
«grupo dirigente» y un «grupo militante», sino que ambos sean
al mismo tiempo la misma cosa (Frosini, 2014: 176-178).
Entonces el «Mito», mediante el lenguaje religioso, debe unir a
«jefes» y «masa»; pero para que eso no se trasforme en un pro-
ceso «cesarista y autoritario» y haya realmente democracia, es
necesario que haya una identificación y sobreposición absoluta
entre esos dos grupos. Para Gramsci, esto es posible solamente
mediante un proceso de educación y emancipación del pueblo,
a cargo de los intelectuales y dirigentes (Frosini, 2014: 186). Se

213
Marcello Lachi

trata entonces de dar vida a una verdadera reforma intelectual y


moral de la nación, como paso fundamental para que, a través
del actuar del Partido-Príncipe, se instale una efectiva volun-
tad nacional y popular que impulse el desarrollo de una civi-
lización moderna y realmente democrática. Al respecto, en la
nota 1 del cuaderno 13 el mismo Gramsci escribe: «El moderno
Príncipe debe y no puede dejar de ser el pregonero y organizador
de una reforma intelectual y moral, lo que además significa crear el
terreno para un ulterior desarrollo de la voluntad colectiva nacional
popular hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civi-
lización moderna» (T.5: 16).
La «voluntad colectiva que se hace nacional-popular» es otro
elemento que caracteriza la idea del Partido «Moderno Prínci-
pe» que impulsa Gramsci en sus cuadernos. Solo al verificarse la
«unidad ideológica entre lo bajo y lo alto, entre los intelectuales y la
masa» (Frosini, 2014: 179), la emancipación del pueblo-nación
es posible, y la construcción de una «voluntad colectiva» se
vuelve un hecho real. La «voluntad colectiva» del pueblo, así
formada, siente entonces la necesidad de irrumpir en el espa-
cio de la política para reconstruir el Estado y abrir las puertas a
una nueva civilización. De esa manera la «voluntad colectiva»
se hace indefectiblemente «nacional-popular», porque aboga
para que el pueblo «conciente y emancipado» se trasforme en
el elemento central para la construcción de esta nueva nación
democrática y moderna.
Pero para que eso pueda ocurrir es necesario, según Gramsci,
tener en cuenta un elemento más que resulta indispensable
para que el Partido «Moderno Príncipe» pueda trasformarse
efectivamente en un instrumento de construcción del nuevo
Estado y de la nueva civilización, y que además sea universal-
mente aceptado: que asuma una posición «hegemónica» en el
tejido social y cultural.
El Partido-Príncipe, para lograr su objetivo emancipador, debe
asumir las características de un bloque social «múltiple» que
actúe como unificador de las diferentes reivindicaciones de
estratos sociales anteriormente dispersos y divididos, fusio-

214
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

nándolas en un única «voluntad colectiva nacional popular»


(Burgos, 2018: 86). Las diferentes clases y sus reivindicaciones
deben así poder confluir en un espacio organizativo que arti-
cule los diferentes niveles de conciencias de la población y que
pueda reorientarlos hacia un mismo fin común (Portantiero,
1977: 30); de esta manera el partido-príncipe se trasformaría
en un nuevo sujeto social que absorbe los anteriores y se tras-
forma en el representante único y genuino de la voluntad na-
cional-popular.

«Moderno Príncipe» como concepto universal


Hasta aquí hemos visto como Gramsci definió un «Moderno
Príncipe» que pudiera cumplir, en la sociedad actual, con la
misma finalidad que el Príncipe de Maquiavelo, es decir, re-
fundar el Estado e instalar una nueva civilización sobre las ce-
nizas de la anterior. Gramsci, además, no solamente recupera
el sentido profundo de la idea central de esa obra fundamen-
tal, sino que consigue llevarla a su nivel más alto de expresión,
identificando en el partido político el único Príncipe posible
en la actualidad, y definiendo sus características de manera a
que el Partido «Moderno Príncipe» se volviera el único partido
«posible» para la construcción de aquel nuevo mundo que su
generación anhelaba.
No hay duda alguna que en las reflexiones de Gramsci el «Mo-
derno Príncipe» tenía que ser el Partido Comunista, pero no
el Bolchevique que había conquistado el poder en Rusia me-
diante la revolución armada, sino más bien una nueva idea de
Partido Comunista «Moderno». Un partido que buscara elimi-
nar las diferencias entre dirigentes y masas, unificar las rei-
vindicaciones pulverizadas de los diferentes estratos sociales en
una única voluntad nacional-popular, y asumir una posición
hegemónica en las relaciones sociales y culturales haciéndose
de esta manera Estado y civilización, con la plena satisfacción
de toda la población.
Pero lo que finalmente nos ha impulsado a escribir estas líneas
es verificar si lo que Gramsci escribió pensando a ese Partido

215
Marcello Lachi

Comunista ideal que anhelaba construir podría tener validez


universal y aplicarse también a otros partidos de diferentes
orígenes y latitudes. Si las características que identifican al Par-
tido «Moderno Príncipe», y de las cuales hemos ampliamente
hablado en el capitulo anterior, puedan ser aplicadas también
a otras situaciones sociales y partidarias, hasta muy diferentes
y lejanas respecto a aquellas identificadas y analizadas por este
autor.
Al respeto, hay que subrayar cómo durante el siglo XX, estudio-
sos argentinos ya han intentado emprender este camino apli-
cando la interpretación del «Moderno Príncipe» de Gramsci
a la realidad del Movimiento Peronista. En este sentido como
señala González (1971) es sobretodo cuando se pone la aten-
ción sobre los elementos nacional-populares de la voluntad
colectiva que encarna el Partido-Príncipe, que se encuentran
puntos comunes y visiones adherentes con aquello que es el
proyecto hegemónico nacional y popular del Peronismo ar-
gentino (González, 1971: 20).
En cuanto más específicamente a este texto, por nuestra parte,
lo que buscamos verificar es si los conceptos y las categorías
de análisis que Gramsci teorizó y elaboró en la definición de su
Partido «Moderno Príncipe» pueden aplicarse a la realidad de
la ANR - Partido Colorado; y si el mismo puede identificarse
como instrumento político impulsor de un proyecto de cons-
trucción de una voluntad colectiva nacional-popular trasfor-
madora en el Paraguay. De esto nos ocuparemos en la última
parte de este trabajo.

¿Es la ANR un «Moderno Príncipe»?


Como habíamos señalado al analizar las características del
Partido «Moderno Príncipe» definidas por Gramsci, al centro
de su actuar se encuentra el «Mito» en la interpretación de So-
rel, es decir, elementos fantásticos que sustituyen la doctrina
racional y actúan como unificadores de la «voluntad colectiva»
del grupo social que se reconoce en estos, hasta empujarlo a la
acción como colectivo organizado.

216
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

¿Existe el «Mito» en la ANR? La respuesta no puede más


que ser positiva y, además, en relación con cuanto señalaba
Gramsci, el «Mito» colorado resulta ser un elemento aglutina-
dor mucho mas poderosos que el «ideario» de este partido;
siendo el primero conocido y asimilado por la casi totalidad
de sus afiliados (que, recordemos, son el 56% del electorado),
mientras que el segundo es internalizado solamente por un
puñado de intelectuales y dirigentes.
Para poder describir el «Mito» colorado resulta de gran ayuda
la obra de 1983 «Historias de las ideas políticas en el Paraguay»
del Dr. Luis María Argaña, jurista, intelectual y reconocido di-
rigente del Partido Colorado. Publicación ésta que, a pesar de
ser más hagiográfica que científica, tiene el indudable valor de
permitirnos identificar los elementos «fantásticos» y «simbóli-
cos» que sostienen el «Mito» en el Partido Colorado.
El principal elemento «fantástico» que sostiene el «Mito» colo-
rado es indudablemente su asunción de ser «el partido revolu-
cionario» (en un sentido absoluto) del Paraguay; aquel partido
que en sí mismo sintetiza lo que significa ser paraguayo, dejan-
do fuera todo lo que es extranjero, foráneo o importado. En pala-
bras de Argaña: «El Partido Colorado es un partido revolucionario
pero con características propias, que se enraíza en lo más intimo de
lo nuestro, de lo paraguayo […] es revolucionario sin seguir líneas
doctrinarias de importación» (Argaña, 1983: 147), y refuerza unas
páginas después: «…implica una revalorización del sentimiento
nacional y una exaltación de lo vernáculo frente a lo foráneo e impor-
tado» (ibid.: 161).
Indudablemente, el tema de la paraguayidad del Partido Co-
lorado es un elemento esencial y fundacional del «Mito», en
cuanto pone al centro de la revolución al hombre paraguayo,
asimilando el ser colorado al ser paraguayo, identificándose
plenamente los dos aspectos entre sí. Argaña señalaba al res-
pecto: «revolución colorada significa, también, reivindicación del
valor humano. Es reconocimiento de la valía del hombre paraguayo
(ibid.: 145).

217
Marcello Lachi

El Partido Colorado entonces no se presenta como una agru-


pación política igual a otras, sino más bien se vuelve, dentro
de su «Mito», el instrumento político único de la «voluntad co-
lectiva» del pueblo paraguayo (aquel pueblo-nación señalado
por Gramsci) que anhela construir un nuevo Estado e instalar
una nueva civilización en el país. En este sentido, el mismo
Argaña subraya como parte del «Mito» que el «Partido Colorado
ha hecho la redención de la Patria» (Ibid.: 145), y que a través de
su revolución ha determinado un resurgimiento de la patria
que permitió a la población paraguaya «sentirse protagonista de
vivir una época de resurgimiento nacional de reflorecimiento o recu-
peración de nuestro pasado de glorias» (ibid.: 161). Y no solo esto,
sino que a través de la ANR el Paraguay pudo lograr un ver-
dadero «Renacimiento» no solamente material sino sobretodo
espiritual. En palabras de Argaña: «Renacimiento que significó
en lo material una proyección del espiritual que trasformó cultural y
físicamente nuestra patria» (ibid.: 162).
Todos estos elementos no pueden más que llevar a Argaña a la
conclusión que: «El partido Colorado vivirá eternamente […] por-
que es a la Patria lo que el fuego es a las venas de la tierra, lo que da
calor esencia, fecundidad y vida» (ibid.: 149), reflejando a su ma-
nera la idea que el mismo Gramsci tenía del «Mito», es decir, el
elemento fundacional y aglutinador del Partido-Príncipe, que
se vuelve Estado y Sociedad en un sentido nacional-popular,
obteniendo con eso la adhesión generalizada del pueblo.
Esta afirmación del «Mito» que sustenta al Partido Colorado y
que le permite identificarse con la voluntad colectiva del pue-
blo-nación paraguayo, así como revelan las palabras de Argaña,
resulta coherente con la visión que Gramsci tiene del Partido
«Moderno Príncipe». Y no solo eso, sino que el lenguaje y las fi-
guras retóricas utilizadas por Argaña en su texto nos ponen fren-
te a la evidencia que para sostener el «Mito» colorado se utiliza
un lenguaje símil-religioso como el que pregonaba Gramsci. Un
lenguaje que además no se limita al «discurso colorado», sinte-
tizado en su obra por Argaña y constantemente replicado en los
mítines por parte de los líderes partidarios, sino que se expresa
también mediante elementos simbólicos como música, colores,

218
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

pañuelos, banderas, etc.; que permiten la difusión del «Mito»


colorado de manera aún más universal entre los afiliados y la
población en general. El hecho que los militantes de la ANR se
llamen entre sí «correligionarios» (es decir, pertenecientes a la
misma religión) evidencia que el «Mito» colorado es el elemento
unificador del Partido, y que el lenguaje y los simbolismos utili-
zados para su difusión trasforman la masa de su afiliados en un
pueblo-nación unido y estructurado.
Ahora bien, al avanzar en nuestro análisis de las característi-
cas del Partido «Moderno Príncipe» aplicables al Partido Co-
lorado, encontramos también situaciones donde esta coinci-
dencia ya no parece tan evidente. Eso ocurre en primer lugar
con respecto a la desaparición necesaria en el Partido-Príncipe
de la dicotomía existente entre «poder» y «subalternos», entre
«inteligencia» y «masa», entre lo «alto» y lo «bajo»; es decir,
la realización de aquella reforma intelectual y moral que lleva
a desaparecer las diferencias entre dirigentes y masa militan-
te, unificando el cuerpo de Partido «Moderno Príncipe» en un
único conjunto de iguales. Algo que, a primera vista, no parece
ocurrir al interior del Partido Colorado, donde no existe nin-
gún proceso visible que apunte al crecimiento intelectual de
las masas, de modo a que ésas puedan elevarse al nivel de la
clase dirigente del partido.
De todas maneras, lo que sí podemos detectar en este partido
es un proceso que actúa a favor de la obtención de un resulta-
do similar y que, aunque no se desarrolle desde un espacio in-
telectual como aspiraba Gramsci, igualmente consigue reducir
las distancias entre dirigentes y base de manera importante.
Estamos hablando del esquema clientelar-prebendario, sobre
el cual se sostienen los partidos tradicionales paraguayos (y
de manera especial, el Partido Colorado) y que no debe en-
tenderse como una simple relación comercial que se instala
entre electo y elector (voto a cambio de prebenda), sino más
bien como una relación ético-moral donde el elector-afiliado
pretende que el dirigente-afiliado cumpla con sus obligacio-
nes en cuanto «poder», es decir, que resuelva los problemas
«específicos y personales» del afiliado (Lachi & Rojas Scheffer,

219
Marcello Lachi

2018: 140-142). Esta relación, que se instala entre el elector-afi-


liado y su dirigente partidario de referencia a nivel individual
(generalmente a través de los llamados punteros), reduce toda
distancia entre lo «alto» y lo «bajo» del partido, y los pone en
un mismo plano de relacionamiento en el cual la condición de
dirigente se sustenta solamente al cumplir sus compromisos
con la base.
Esta condición de nivelación entre dirigentes y afiliados es tal
en el Partido Colorado que es común que en los procesos elec-
torales (internos o generales) la mayoría de los dirigentes no
consigan revalidar su cargo, siendo sustituidos por aquellos
partidarios que en el periodo electoral anterior estaban par-
ticipando solamente en carácter de elector-afiliado. La lógica
clientelar ético-moral interna al Partido Colorado determina
entonces finalmente la anulación de la diferencia existente en-
tre dirigencia y base dentro del partido, y garantiza un recam-
bio y una rotación permanente de la posición ocupada por el
dirigente-afiliado y el elector-afiliado, nivelando de hecho y de
manera sustancial las diferencias entre ambas posiciones. Esto
se observa también a través del hecho que en estos 30 años de
proceso democrático no pudo surgir un liderazgo partidario,
local o nacional, que pudiera asumir la dirigencia del parti-
do de forma permanente, siendo el cargo directivo ocupado
siempre de forma coyuntural por un máximo de dos periodos
electorales, y esto sólo en pocas ocasiones.11
Otra situación donde el modelo del Partido «Moderno Prínci-
pe» tampoco encuentra perfecta adhesión con la realidad de la
ANR-Partido Colorado es en cuanto a la unificación en sí, de
manera hegemónica, de las diferentes reivindicaciones de los
múltiples estratos sociales del país. Ahora bien, ya se ha afir-
mado que el Partido Colorado - por su estructura social, por
sus altos niveles de afiliación y por sus victorias electorales -
ha demostrado ser indudablemente el partido dominante en el

11 Existen, sin embargo, algunos contados casos de dirigentes colorados que pudieron
mantenerse en el poder por periodos más amplios de los señalados; pero siempre son
situaciones referidas a cargos en espacios plurinominales y en una cantidad irrelevante
con respecto a la totalidad de cargos directivos partidarios y públicos que la ANR ocupa.

220
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

espectro político paraguayo, permitiéndole mantener una he-


gemonía política y electoral en el debate público. Sin embargo,
a pesar de los elementos unificadores de su «Mito» - que han
permitido reforzar la identidad social y la identificación afec-
tiva de sus afiliados - no ha podido concretar la integración de
las reivindicaciones de los estratos sociales que lo conforman
en un única propuesta nacional-popular, si no de manera co-
yuntural, prebendaría y clientelar.
En este sentido, el problema de fondo del Partido Colorado es
la carencia de una visión ideológica interna clara y unificada,
que trasforme el «Mito» en hegemonía político-cultural den-
tro del conjunto de los grupos sociales que los componen. De
hecho, a pesar de que algunos analistas continúen indicando
al Partido Colorado como una agrupación política de derecha,
conservadora y reaccionaria, en realidad esta identificación
es absolutamente falaz e impropia. Al respecto, Lachi & Ro-
jas Scheffer (2018) han demostrado que los partidos tradicio-
nales paraguayos, siendo esencialmente una comunidad de
afiliados por motivos afectivos (sostenidos por el «Mito»), no
tienen una posición ideológica dominante en su interior, sino
más bien permiten la convivencia de todas las posiciones ideo-
lógicas contenidas en el abanico derecha-izquierda. Específica-
mente, el Partido Colorado presenta una notable variabilidad
ideológica tanto entre sus dirigentes como entre sus afiliados,
con posiciones progresistas, moderadas y conservadoras que
actúan dentro del partido paralelamente y al mismo tiempo,
la una al lado de la otra (Lachi & Rojas Scheffer, 2018: 178-180,
190-194).
El hecho que en la actualidad las posiciones más conservado-
ras parecen haberse apropiado del Partido Colorado se debe
solamente a la centralidad de la clientela-prebenda en la rela-
ción dirigente-afiliado que evidenciamos más arriba. Es decir,
al tener más recursos los sectores sociales más conservadores,
estos consiguen hacerse más fácilmente con el control parti-
dario inmediato. Sin embargo, se trata ésta de una condición
no hegemónica, sino puramente coyuntural, que se sustenta
en la baja formación política de la gran masa de los afiliados,

221
Marcello Lachi

y de una parte relevante del mismo grupo dirigente, así como


en la ausencia de un debate ideológico real dentro del partido.
Todo esto ha determinado que ninguno de los grupos sociales
internos al partido, a pesar de estar unificados por el «Mito»,
hayan podido imponer su visión ideológica dentro del conjun-
to partidario, haciendo imposible para el partido, más allá de
lo que propone su «Mito», convertirse en una voluntad colec-
tiva del pueblo-nación y poder construir realmente una nueva
civilización en el país. Situación ésta que, sin embargo, se en-
cuentra aún en desarrollo, dejando en la actualidad inconclusa
cualquier tentativa de construir una hegemonía ideológica de
cualquier tipo al interior del Partido Colorado.

Un «Moderno Príncipe» inconcluso


Al teorizar su visión de Partido «Moderno Príncipe», Antonio
Gramsci entendía que el mismo sería instrumento de emanci-
pación del pueblo y de democratización real de la vida política
y social de la comunidad. Sin duda alguna, para este autor el
«Moderno Príncipe» era el partido necesario para poner fin a
la explotación del hombre sobre el hombre, y para construir
una sociedad mejor, con más justicia e igualdad.
Ahora bien, seguramente el Partido Colorado no parece acer-
carse en la actualidad a los objetivos de Gramsci cuando ela-
boró hace 90 años la idea del «Moderno Príncipe». Sin embar-
go, al asumir que esa idea del «Moderno Príncipe» tiene en sí
elementos universales que permiten su aplicación a contextos
diferentes a aquel previsto originalmente por su autor, no po-
demos tampoco dejar de entrever en el Partido Colorado la
presencia de elementos que lo asemejan, aunque fuera solo en
parte, a la idea del Partido-Príncipe que impulsaba Antonio
Gramsci.
Así, por un lado, hemos visto que el «Mito» –el lenguaje símil
religioso– y la «voluntad colectiva nacional-popular» (por lo
menos en un sentido ideal) que presenta el Partido Colorado
son elementos fundacionales de la idea del Partido «Moderno
Príncipe». Pero, por otro lado, la ausencia de una reforma in-

222
¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo?

telectual y moral que permita anular las diferencias entre diri-


gentes y masa militante más allá de la lógica clientelar-preben-
daria, así como de un debate ideológico interno que permita
integrar las diferentes reivindicaciones sociales en un única
propuesta hegemónica nacional-popular, son evidentemen-
te elementos que impiden que la ANR - Partido Colorado se
vuelva definitivamente el «Moderno Príncipe» del Paraguay.
Pero, como hemos podido ver, estas dos últimas condiciones
descritas, por su propia naturaleza, representan algo proviso-
rio y coyuntural, no definitivo. La ausencia de una reforma in-
telectual y moral interna, así como la falta de instalación de una
clara hegemonía en la construcción de la «voluntad colectiva»
del partido no significan la inexistencia de un Partido «Moder-
no Príncipe», sino más bien un Partido «Moderno Príncipe»
inconcluso y en desarrollo. Un Partido Colorado que todavía
no ha cumplido hasta el final su proceso de trasformación en
Partido-Príncipe, impulsor de la voluntad colectiva del pue-
blo-nación y que por ende no está aún en condición de erigir-
se como propulsor de una nueva civilización en el Paraguay.
Pero esto no significa que ello no sea posible en el futuro.
El impulso de una cultura política difundida entre sus afilia-
dos y militantes, el desarrollo de un debate ideológico perma-
nente en su interior, permitiendo la fusión de los intereses dis-
persos en una voluntad colectiva, la definición interna de la
hegemonía de un estrato social sobre los otros, pero de manera
aceptada por todos y no como opresión; son todos elementos
que pueden desarrollarse dentro del Partido Colorado. Será
eventualmente responsabilidad de sus afiliados, por lo menos
de aquellos con una visión política y cultural más avanzada,
trabajar o no para que eso ocurra.
Así que la pregunta que utilizamos como título de este artícu-
lo ¿Un Moderno Príncipe en las venas del coloradismo? tie-
ne indudablemente una respuesta sustancialmente positiva.
Igualmente, como hemos señalado a lo largo de este trabajo,
solamente en el futuro se podrá ver si los pasos necesarios para

223
Marcello Lachi

que esa posibilidad se concrete serán dados, o si esta posibili-


dad quedará simplemente como tal.

Bibliografía
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En: Frosini F., Del Lucchese F. & Morfino V. The Radical Machiavelli: Politics,
Philosophy and Language. Leiden: Brill, (pp. 440-455),

224
La teoría de la
hegemonía y
TEMA 3 las experiencias
populistas en
América Latina
En los últimos años, principalmente debido al
impacto de la obra de Ernesto Laclau, adquirió
nuevos contornos la discusión sobre el llamado
«populismo latinoamericano» y su vínculo con la
teoría gramsciana de la hegemonía. Ciertamente el
impacto de esta discusión no es solo latinoamericano,
habiendo influenciado en el debate teórico y político
y en diversas experiencias europeas, sin embargo la
discusión tiene especial importancia para los procesos
políticos latinoamericanos. Sobre estos debates y las
relaciones entre la teoría del populismo y la teoría de
la hegemonía pretende lanzar luz esta mesa.
La teoría histórico crítica de la hegemonía
ante las experiencias de progresismo
populista en América Latina

Lucio Oliver

1. La peculiaridad de las políticas de los gobiernos


progresistas
En las primeras dos décadas del presente siglo gran parte de
los países de América Latina tuvieron gobiernos progresis-
tas que con distinta orientación, propuestas, matices y resul-
tados impugnaron las políticas ultraliberales centradas en el
libre mercado abierto impulsado por la globalización neolibe-
ral, sintetizadas en la forma de los «Estados de competencia»
(Thwaites y Ouviña, 2018; Hirsch, 2000; Oliver y Castro, 2005).
En América Latina las políticas neoliberales generaron durante
dos décadas estancamiento económico, situaciones de destruc-
ción social, profundización de las desigualdades y desinterés
por enfrentar los problemas estructurales. Sus políticas fueron
impulsadas por las oligarquías dirigentes y los gobiernos neo-
liberales. Los nuevos gobiernos surgidos de la resistencia po-
pular a esas políticas impulsaron una orientación interna dis-
tinta, basada en apoyar estatalmente el crecimiento, recuperar
el Estado, impulsar lo público y sostener y ampliar el mercado
interno por medio de políticas sociales de apoyo al consumo
de la población empobrecida.
Como resultado de las políticas de los gobiernos progresistas
en los primeros 15 años del siglo en los diversos países de la
región donde se produjo este cambio se lograron avances con-

227
Lucio Oliver

tradictorios que contenían en su interior elementos de retroce-


so: se recuperó soberanía, se produjo un acercamiento positivo
entre las expectativas de la sociedad civil y el programa nacio-
nal de los gobiernos, se profundizaron derechos ciudadanos
y sociales, todo bajo el dominio financiero mundial, el orden
capitalista y las instituciones políticas existentes (Carrillo Nie-
to et. al, 2016). Se aplicaron nuevas orientaciones nacionales
que llevaron a una disminución de la pobreza extrema, un in-
cremento del comercio y las inversiones intraregionales, y una
mayor regulación económica. Para ello fueron desplegadas las
políticas de inclusión social vía el consumo, conjugadas con el
apoyo a la producción exportadora de commodities y la revi-
talización del extractivismo (Arze et al, 2013).
Las nuevas orientaciones de los Estados bajo gobiernos pro-
gresistas generaron altas tasas de crecimiento económico in-
terno y una relativa estabilidad interna durante un poco más
de una década (1999-2015). Cuando se modificaron las condi-
ciones del mercado mundial y se distanciaron el Estado y la
sociedad civil a lo interno de los países, todo el experimento se
vino abajo abruptamente con crisis políticas explosivas.
Entretanto, en los países donde siguieron gobernando los
conservadores, hubo oposición a los cambios reclamados por
sectores activos críticos de las sociedades a los cuales se cri-
minalizaron y combatieron, buscando de esa forma acallar la
inconformidad de las sociedades latinoamericanas hacia las
políticas de privilegiar soluciones de mercado para priorizar
la acumulación de capital. Los gobiernos neoliberales se opu-
sieron drásticamente a todas las reivindicaciones y organiza-
ciones que enarbolaban una salida avanzada interna a la crisis
orgánica de los Estados (Gramsci, 2000, Cuaderno 13, parágra-
fo 17 y Cuaderno 15, parágrafo 5), destacando la dureza de
las respuestas conservadoras en Chile, Colombia, Perú, Gua-
temala y México, a los que se agregaron después Honduras y
Paraguay. Todos ellos sostuvieron políticas ultraliberales en
alianza con el capital transnacional (Stolowicz, 2016)

228
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

Por otro lado, con un abanico de diferencias en cuanto a con-


tenido, ritmo y alcance, mediante diversidad de alianzas e in-
corporación de variadas fuerzas sociales y políticas al bloque
de poder, los gobiernos progresistas buscaron canalizar la re-
sistencia social al neoliberalismo global, sin a mediano plazo,
empero, conseguir afirmar cambios profundos en lo interno
ni constituir una fuerza regional para un mundo multipolar.
Lograron, sin embargo, un reforzamiento de las formas insti-
tucionales ciudadanas en lo interno. Las políticas ampliaron
la libertad de expresión y promovieron la diversidad social y
cultural, con variadas experiencias institucionales en cuanto a
concepciones de poder.
En lo externo los gobiernos progresistas trabajaron por el acer-
camiento entre países de la región por medio de la creación de
nuevas instituciones económicas y políticas regionales, cons-
truyeron formas de institucionalidad democrática regionalis-
ta en lo internacional (UNASUR, MERCOSUR). No obstante,
dieron lugar a políticas diferenciadas frente al problema de la
dinamización regional y bregaron por grados distintos de so-
beranía bajo la globalización (Suzart y Sezeley, 2010, Cano et.
al, 2009). Destacan el ALBA, el Mercosur, la UNISUR, y el Con-
sejo de Defensa Sudamericano.
Con excepción de los matices de mayor profundidad de las po-
líticas llevadas a cabo por los gobiernos de Venezuela, Bolivia
y Ecuador, en general las políticas progresistas no alteraron la
naturaleza y formas de las instituciones del Estado ni la organi-
zación tradicional económica corporativa de la sociedad civil.
Un elemento común fue que junto a la dignificación del trabajo
y la elevación de los derechos ciudadanos de las clases trabaja-
doras, la mayoría de estos gobiernos privilegiaron la conduc-
ción burocrática de las medidas progresistas buscando acuerdos
en las alturas, establecieron políticas de beneficio a los grupos
económicamente dominantes y priorizaron las dinámicas de la
ampliación de políticas sociales de consumo (Elías, 2017).
No obstante la intensa lucha ideológica que se desencadenó
a lo interno de los países con gobiernos progresistas, en los

229
Lucio Oliver

que se habló de haber superado el neoliberalismo por medio


de un posneoliberalismo, hubo una sumisión general al orden
capitalista internacional e interno y al marco institucional do-
minante, con la excepción de Venezuela y los países que modi-
ficaron sus constituciones. En la mayoría de gobiernos progre-
sistas un rasgo común fue la ausencia de reformas profundas
y el despreciar la movilización social para sustentar las nuevas
políticas (Frei Betto, 2014).
La relación entre los gobiernos y los sectores populares fue
muy variada. Algunos gobiernos establecieron una relación
de diálogo con las clases trabajadoras y las grandes masas de
la sociedad para articularse con y recoger sus iniciativas y/o
estimular su organización, como en el caso de Venezuela; en
tanto otros funcionaron con base en políticas de cesarismo y
aislación creciente hacia la sociedad. Exceptuando las políticas
diseñadas para lograr leyes puntuales, en general se optó por
una conducción burocrática y conciliadora con el orden y con
las formas institucionales existentes (Bringel y Falero, 2016),
destacando en ese sentido los casos de reformismo burocrático
de Uruguay, Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay y,
en Centroamérica, Nicaragua y El Salvador.

2. ¿Populismo positivo o proyectos progresistas


burocrático políticos con apoyo de masas?
Hubo muchas diferencias entre los gobiernos progresistas en
los primeros 15 años del siglo, sin embargo se puede sostener
que la mayoría de esos gobiernos asumieron el realismo polí-
tico y el populismo positivo como política (Laclau, 2005, Achával
2005, Goulart, 2017). Las orientaciones de recuperación del
Estado y de estímulo al crecimiento se articularon con políti-
cas de aceptación del orden social establecido y se procuró un
pacto de manutención de las políticas económicas que benefi-
ciaban la acumulación del agronegocio extractivista y los bene-
ficios para el gran capital –financiero, rentista, extractivista y
empresarial corporativo.

230
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

Por otro lado, con la excepción de Venezuela, no se fortalecieron


ni desarrollaron con decisión las empresas públicas ni los fon-
dos públicos para construir una nueva economía estatal-social.
El apoyo a instituciones públicas de educación y salud fue para-
lelo a un favorecimiento por la vía de subsidios a instituciones
privadas de educación, la salud y la vivienda. Se buscó menor
dependencia y mayor soberanía pero en general se produjo un
redoblamiento de la dependencia vía la especialización exporta-
dora de commodities y la economía extractivista (Paulani, 2012),
y se aceptaron las condiciones impuestas por la globalización
dominante a través de los organismos mundiales como el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Así, las políticas de inclusión económica y de pacificación so-
cial se produjeron a partir de la legitimidad populista en la
conciliación de los gobiernos con las grandes políticas del or-
den mundial imperantes y con el gran capital internacional e
interno. Como consecuencia de lo anterior, los gobiernos pro-
gresistas tendieron a limitar su praxis al ámbito de la peque-
ña política, dejando de lado abordar cuestiones centrales de
la gran política relacionadas con los problemas estructurales
(Gramsci, 2000, Cuaderno 13, parágrafo 17) y minusvaloraron
el programa de cambios en un sentido emancipador (Frei Be-
tto 2014; Frei Betto, 2016). Lo anterior culminó en una crisis
electoral y política del progresismo para finales de la segunda
década del siglo y dio lugar al surgimiento de movimientos
aventureros de las corrientes de derechas, que empujaron ha-
cia el triunfo electoral o golpista de nuevos autoritarismos ul-
traliberales con apoyo de masas.
Aquí se presentan algunos problemas teórico políticos que di-
cen relación con las referencias analíticas de la teoría del popu-
lismo y se añaden los aportes sustantivos de la teoría de la he-
gemonía de Antonio Gramsci. Surgen de interrogantes como
las siguientes: ¿Ha sido el progresismo sociademócrata lati-
noamericano un error programático y político, o fue un acierto
tal como lo preveía el populismo y fueron fenómenos externos
al proyecto los que lo hicieron perder fuerza y adherentes?
¿El problema central fue la forma burocrático-conciliadora del

231
Lucio Oliver

proyecto, que llevó a sobreponerse como proyecto estatal bu-


rocrático a la educación política o la ausencia de políticas para
profundizar la organización y participación autónoma y cre-
ciente de los sectores populares de la sociedad? ¿Se trató de un
problema de la ausencia de una fuerza dirigente colectiva o de
la hiperactividad de los grandes líderes, cuya perspectiva estu-
vo «autolimitada» por la real politik, sin estrategia de impulsar
la constitución y el despliegue de un poder autónomo social?
Retornando al debate sobre el populismo, consideramos que
la noción de «populismo positivo progresista» acompañó en el
terreno ideológico el éxito inicial de las políticas de los gobier-
nos progresistas; y el propio Laclau apoyó tales políticas de tal
forma que fue considerado uno de los teóricos de tal proceso.
La razón populista (2005) es uno de los libros de teoría política
reciente más evocado en el debate público. El explícito apoyo
de Laclau a los populismos del siglo XXI en Venezuela, Argen-
tina, Bolivia y Ecuador, contribuyó a que se lo considerara uno
de los teóricos de estos procesos (Retamozo, 2017).
Así, lo que procede considerar es cuál fue el papel analítico
explicativo de la noción de populismo y qué tanto contribuyó
a dilucidar los intereses y proyectos político culturales de las
fuerzas en lucha, o por el contrario, en qué medida opacó las
dificultades de la construcción de una perspectiva de disputa
por la hegemonía.
Consideramos que a pesar de su virtud de plantear la legiti-
midad y oportunidad de una gran alianza de fuerzas nacio-
nales y populares, el populismo terminó siendo una vía que
dificultó caracterizar adecuadamente los proyectos, las fuerzas
y los intereses en disputa en los Estados latinoamericanos. No
propició el debate sobre estos aspectos en la sociedad civil o en
la sociedad política y dificultó ventilarlos, con lo cual dificultó
que se plantearan los problemas a enfrentar en términos de la
construcción de un poder popular con hegemonía en el proce-
so de los gobiernos progresistas. Cuando las fuerzas histórico
políticas que enarbolaban otros proyectos aparecieron y con-
quistaron a las clases medias y a sectores populares con apoyo

232
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

de las instituciones del Estado ya fue tarde para dilucidar el


carácter del Estado y sus ciclos.
¿Podemos preguntarnos, con referencia a la teoría política de la
hegemonía de Laclau (Laclau, 2005), si ésta aportó algo a la con-
ducción de los gobiernos progresistas en términos de plantear la
necesidad de conquistar la hegemonía política y civil popular y
si existió por parte de los gobiernos un estudio a fondo de cómo
las grandes mayorías percibían a través de diversos movimien-
tos sociales las necesidades y problemas «estructurales» ; si esos
conceptos en su momento, dilucidaran cuales eran las fuerzas
dirigentes y dominantes realmente existentes, que permitiera
formular políticas de gobierno de efectiva elevación ideológico po-
lítica concreta de las masas?
Nuestro parecer es que con la noción de populismo positivo se
dejaron fuera propuestas efectivas de creación de un nuevo blo-
que histórico nacional que por medio de la transformación de
la cultura, la política y la economía priorizasen el sostener la
alianza político cultural y moral entre las clases medias y los
sectores populares.
¿Es adecuado instrumentar políticas de impugnación al neo-
liberalismo sin crear una nueva dirección política nacional co-
lectiva y sin luchar por una nueva hegemonía político cultural
que posibilitara la crítica a la noción ultraliberal del Estado de
competencia? ¿Es posible impulsar la transformación democrá-
tica radical del Estado sin una política de hegemonía de Estado
nacional popular alternativa?
Otro debate es el que se relaciona con la afirmación de que
en la experiencia de los gobiernos progresistas se produjeron
revoluciones pasivas dado que las fuerzas conductoras de los
gobiernos no querían generar cambios profundos. Ante lo cual,
según estas perspectivas sólo en Venezuela hubo un real pro-
ceso de revolución activa y contrarevolución, pues fue el único
país en el que el gobierno de Chávez se propuso una transfor-
mación estructural apoyada por masas activas. Considero que
este tipo de apreciaciones también son erróneas pues no ponen

233
Lucio Oliver

el acento en las dificultades habidas para llevar adelante una


verdadera praxis guiada por una política de hegemonía.
Me parece adecuado considerar que fue un aporte la concep-
ción difundida en algunos espacios académicos de América del
Sur acerca de que la coyuntura de inicios de siglo se mostraba
propicia para un fenómeno como el populismo positivo (La-
clau, 1985, 2005, Mayrad, 2018). Fue en realidad un momento
adecuado para una política pluriclasista y de diversidad de
fuerzas que confluían en la política para producir procesos vir-
tuosos de recuperación democrática del Estado y de inclusión
social de las mayorías, que pusiera límites a las políticas neo-
liberales de destrucción social. Me parece que el problema con
esa concepción del populismo es que no fue más allá pues ava-
ló como virtuosa una concepción no estructurada y sin pers-
pectiva coherente de cual era en realidad la relación de fuerzas
y cómo se podía incidir en la transformación de dicha relación.
Dejaba de lado la necesidad de una política de pensamiento
crítico vinculado a la elevación de la dirección intelectual y po-
lítica de los trabajadores y de las mayorías populares sobre el
conjunto de la sociedad.
Es verdad que Laclau captó un aspecto central del momento
histórico político latinoamericano del siglo XXI: el cuestiona-
miento social amplio, de masas, al dominio vertical oligárqui-
co empresarial del Estado de competencia excluyente y bárba-
ro, devenido cada día en Estado de excepción. Este intelectual
académico apreció las posibilidades de conformar un pacto
populista positivo concreto conformado e impulsado por una
agrupación circunstancial de proyectos y fuerzas diversas
(políticos, grupos económico sociales y sectores políticos del
capital y del trabajo, agrupaciones de las múltiples clases in-
termedias intelectuales y sociales), con el objetivo común de
ampliar la democracia existente, parar y revertir el dominio
del capital financiero, del capital rentista y del extractivismo
transnacional.
También propuso que a través del populismo positivo se po-
dría darle un giro social progresista al Estado a partir de acu-

234
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

dir al pueblo como referencia y movilización, para revertir una


hegemonía ultraliberal molecular asentada por el Estado en
América Latina y reforzada por las políticas internacionales de
revolución pasiva científico tecnológica mundial de las gran-
des potencias capitalistas (Laclau, 2005).
Es decir, Laclau teorizó las reivindicaciones y los procesos so-
ciales de lucha que se estaban produciendo ya en la región y
proyectó teóricamente pero de forma abstracta los cambios
políticos por medio de los cuales se empoderaron los gobier-
nos progresistas y sus núcleos dirigentes. Pero justamente por
ello, porque su apreciación positiva del populismo consistía en
una referencia de hecho a algo que estaba produciéndose, esa
teorización no atendió a los límites del proceso y a los puntos
ciegos de un proyecto de poder de los trabajadores en sentido
amplio.
Como señala Frosini (Frosini, 2014), el pueblo es algo concreto:
no es un objeto, sino una relación dinámica imbuida de una
hegemonía larvada. No sólo las fuerzas políticas dirigentes del
progresismo, sino las perspectivas políticas e intelectuales na-
cionales y sociales, del propio pueblo sustentaron los proyec-
tos de los gobiernos del cambio político y la recuperación del
Estado y del desarrollo capitalista dependiente, y lo hicieron
con su sentido común heredado, con expectativas contradicto-
rias y se vieron de frente en la vida política de esos años ante
la confusión, la ambigüedad y vaguedad del pacto populista.
Y no hubo difundida en el Estado y en la sociedad civil una
teoría política de la hegemonía que contribuyera a esclarecer
lo que estaba en juego. En ese sentido la experiencia de los go-
biernos progresistas de inicios del siglo puede perfectamente
caracterizarse como populista, y su concepción teórica analíti-
ca como populismo «negativo» (y no positivo), aceptando sin
embargo que hay matices y que países como Venezuela y Bo-
livia registran acentos propios que quizá hagan más compleja
dicha caracterización.
El problema de concebir y apoyar los cambios sólo como po-
pulistas es evadir las dificultades político sociales que se pre-

235
Lucio Oliver

sentaron en el proceso de unificar y organizar un proyecto crí-


tico y teórico autónomo que fuera poniendo en el centro la di-
rección política ideológica crítica de los trabajadores globales y
locales, en especial por el peso y la influencia de la cultura po-
lítica clientelar económico corporativa de las masas, la influen-
cia desorganizadora y desencantada del reciente derrumbe del
socialismo de Estado y la fuerza de las políticas de hegemonía
de la globalización neoliberal a nivel mundial.
Hoy los proyectos progresistas atraviesan por un desconcierto
en Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Ecuador, Bolivia, El Sal-
vador, Honduras, dada la distancia que se produjo desde la so-
ciedad civil respecto a esos proyectos, misma que abarca varios
planos: la economía, la política y la cultura, así como debido a
la relativa disgregación de las anteriores clases políticas dirigen-
tes. Sin embargo, la situación regional hoy sigue siendo de crisis:
existe en curso una agudización de los conflictos interclasistas
que incide relativizando el impasse en las sociedades políticas
que cobijaron las políticas de cambio, en algunos casos empero
pesa mucho todavía la derrota relativa de la aceptación electo-
ral de las grandes mayorías y la fragmentación y debilitamiento
del bloque de poder que les dio vida. Los resultados habidos
en Argentina significan una retomada de la esperanza, sin que
tampoco signifique todavía un vuelco radical en las tendencias
regionales que se abrieron en el 2015, tal como lo muestran los
resultados electorales que dieron el triunfo a la derecha en Uru-
guay en noviembre de 2019. El golpe en Bolivia y la incertidum-
bre ante las elecciones venideras tampoco son datos alentadores.
Pero consideramos que la situación actual de la región está mar-
cada por contradicciones gritantes sin fácil solución que mantie-
nen la actualidad de políticas progresistas: recesión económica
y desorganización en la conducción de la globalización exclu-
yente y bárbara de las potencias capitalistas dominantes, por lo
que la crisis epocal del capitalismo, Estados de excepción en lo
interno sin políticas para elevar la calidad de vida y la inclu-
sión y participación de la sociedad. Ello continuará aportando
lo suyo a la crisis actual de la globalización neoliberal.

236
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

Por lo tanto no se perfila una estabilidad de las opciones políti-


cas nacionales sino una intensificación de la disputa social y na-
cional. De ahí la importancia de analizar esos procesos previos
con apoyo de la teoría histórico crítica para tratar de dilucidar
las posibilidades de nuevos progresismos con política de masas
y consolidación de poder popular.

3. Teoría de la política de hegemonía y la


problemática de la sociedad civil en la crisis estatal
de América Latina. Problemas y estudios diversos
Interesa considerar cómo puede contribuir una teorización acti-
va e influyente en las masas (una filosofía de la praxis) (Gramsci,
2000, Cuaderno 6), esto es, en las sociedades civiles latinoame-
ricanas, que abra espacio al pensamiento y revise críticamente
las orientaciones estratégicas y políticas de las políticas desple-
gadas en las últimas dos décadas por los gobiernos, las fuerzas
políticas y los movimientos sociales progresistas. El pensamien-
to crítico activo conduce a evaluar las problemáticas. Veamos
algunas de ellas relacionadas con lo que han sido las políticas
progresistas de los gobiernos latinoamericanos de este siglo:
1) Primero quiero destacar la ausencia de una definición políti-
ca y una comprensión de la situación periférica y dependiente
de nuestras sociedades y economías en la reproducción en ex-
tensión y profundidad del capitalismo mundial.
No hubo una valoración social y política colectiva en nuestros
países y procesos que partieran de considerar el peso y el ma-
nejo político de las potencias mundiales en la globalización
neoliberal, con sus políticas de dominio y hegemonía.
En los últimos 45 años las grandes potencias capitalistas de Es-
tados Unidos y Europa fueron artífices y conductores sociopo-
líticos y culturales de lo que podríamos caracterizar como una
revolución económico-científico-tecnica-informática mundial,
surgida del extraordinario avance en los distintos campos del
conocimiento científico social cuyo propósito fue aumentar la
capacidad de la maquinaria militar industrial, con repercusio-

237
Lucio Oliver

nes casi inmediatas en la producción, comercio, comunicacio-


nes e informática sociales.
Pero la orientación, la dirección, el sentido, las formas y los rit-
mos de esa gran transformación de las fuerzas de producción
y de inteligencia social aplicada se guiaron por criterios econó-
micos y sociopolíticos excluyentes y hegemonistas definidos
por el inmenso poder y capacidad de dominio y dirección de
las grandes oligarquías corporativas y financieras, impuestos
mundialmente a través de los organismos internacionales fi-
nancieros (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial,
Bancos centrales de los Estados nacionales) y los organismos y
centros educativos empresariales de alcance mundial.
Con lo que se llamó la ola de reformas de primera y segunda
generación se impuso la exclusión de los intereses y la parti-
cipación activa de las fuerzas económicas y políticas estatales
de los países dependientes; se concretó la «pasividad» de las
grandes mayorías, al excluir de la dirección de la revolución
económica y científica mundial a las fuerzas políticas, cultura-
les y sociales de los trabajadores y las grandes mayorías popu-
lares, sobre todo de los jóvenes dedicados a labores simbólicas
y a las clases medias cultas de los países subordinados. La in-
mensa transformación se convirtió en una revolución pasiva
para el mundo. A las mayorías se les excluyó de participar en
las transformaciones científico técnicas y de tomar parte de las
decisiones de carácter mundial.
Los grupos dirigentes de las potencias y sus intelectuales que
hicieron suyo el proyecto globalizador excluyente han someti-
do a los Estados nacionales periféricos y dominado las ideas y
las políticas de la globalización, con sus concepciones, políticas
técnicas y discursos ideológicos. La globalización neoliberal se
basó en la pérdida de derechos, desorganización de los trabaja-
dores, la exclusión política de las mayorías de todo el orbe y se
asentó en la naturalización de la superexplotación de fuerza de
trabajo, el despojo y destrucción social y ambiental de comu-
nidades, territorios y recursos naturales que ha alcanzado un
nivel de barbarie en términos de la reproducción social, cons-

238
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

tituyendo ello el centro de la noción teórico política conocida


como «Estados nacionales de competencia» (Hirsch, 2002), im-
puesta como única opción posible a nivel mundial y centrada
en la valorización del gran capital corporativo y financiero.
Los gobiernos progresistas se doblegaron a las políticas glo-
balizadoras impuestas, sin caracterizarlas y sin educar crítica-
mente a nuestras sociedades, haciendo abstracción de la rela-
ción de las políticas progresistas con las relaciones orgánicas
del capitalismo transnacional y la red mundial de poder que
sobredetermina las políticas nacionales latinoamericanas de
cambio. Sin comprender los procesos de la mundialización de
capital, el dominio financiero y los proyectos estratégicos de
poder y política de las grandes potencias, las grandes mayo-
rías latinoamericanas asumieron que las políticas progresistas
podían avanzar sin contradicciones y obstáculos.
Hoy estamos ante el fin de los impulsos transformadores mun-
diales; el dominio de las grandes potencias está en crisis y por
ello sus conductores han decidido pasar de la dirección inte-
lectual y moral del mundo a impulsar una afirmación «mili-
tar» de las políticas neoliberales: los Estados de competencia
neoliberales hoy son Estados de «excepción», que desconocen
los pactos sociopolíticos de los Estados y son apoyados por
medio de un intervencionismo abierto de las potencias en paí-
ses que consideran de riesgo. El propósito es condicionar o
incluso hasta eliminar de los gobiernos a las fuerzas políticas
progresistas, a la vez que se estimulan contrarreformas para
desconocer derechos y afianzar los Estados de seguridad na-
cional, de contrainsurgencia (Marini, 1979) y de excepción por
medio de la militarización de la seguridad pública y los juegos
cívico militares ultraderechistas.
2) En segundo los gobiernos progresistas que enarbolaron po-
líticas de recuperación del Estado para ejercer una regulación
y acelerar la economía capitalista, aplicar programas para dis-
minuir la pobreza e incrementar el consumo de los sectores
desfavorecidos y estimular el crecimiento económico general
del país por medio del extractivismo y el agronegocio, partie-

239
Lucio Oliver

ron de una ausencia teórico política o tuvieron una dificultad


teórica para caracterizar adecuadamente la situación interna
de fuerzas y del poder de cada país. No establecieron abierta-
mente la relación de sus programas de cambio y la dinámica
sociopolítica-económica con los problemas estructurales del
capitalismo dependiente y con la relación de fuerzas interna
(Gramsci, 2000, Cuaderno 13, parágrafos 2 y 17).
Los grupos dirigentes de los gobiernos progresistas carecieron
de un análisis crítico acerca del real alcance de la confrontación
de fuerzas de sus políticas institucionales que considerara la
resistencia de las fuerzas todavía dominantes e incluso persis-
tentemente hegemónicas en cada país y evaluara con realismo
sus acciones de recomposición de fuerzas para defender sus
intereses, sus proyectos, sus sustentos (económicos, sociales,
político-ideológicos y militar-policiacos), sus instituciones, sus
alianzas y alineamientos nacionales e internacionales (Gramsci,
2000, Cuaderno 13, parágrafo 19).
Tampoco se difundió socialmente una autoevaluación teóri-
ca de la propia fuerza en sus bases objetivas y en cuanto a su
grado de homogeneidad, conciencia, organización, ideología
y alianzas con el conjunto de fuerzas y actores sociopolíticos e
intelectuales de la nación.
Por lo dicho anteriormente, los gobiernos progresistas del
primer ciclo no se plantearon una disputa y transformación del
Estado que estableciera políticas orientadas a modificar la re-
lación de fuerzas en los distintos países latinoamericanos. La
orientación fue avanzar promoviendo nuevas orientaciones
nacionales contrarias al neoliberalismo por medio de una ad-
ministración progresista del Estado existente. Los conductores
del progresismo se abocaron por lo mismo a administrar los
Estados y sus instituciones, pero lo hicieron bajo la relación
de fuerzas que encontraron e imbuyeron una confianza en las
masas sobre la linealidad de los procesos sin aleccionar sobre
las contradicciones que se estaban abriendo.
3) Un tercer componente de las políticas de cambio progresistas
fueron las controvertidas estrategias con las que se desplegaron

240
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

las políticas de cambio: pocas reformas, para sustentar una con-


ciliación de clases sin elevar el debate ideológico político y por
lo mismo sin proponer un empoderamiento popular ni movili-
zación política de masas. Se suponía que poco a poco y por me-
dio de negociaciones de cúpulas, las nuevas políticas lograrían
cambiar a los países, por medio de políticas de inclusión social,
económica, étnico racial, de afianzar los derechos a la diversidad
identitaria y cultural, sin confrontación de fuerzas pero también
sin enfrentar y superar en lo inmediato los grandes problemas
nacionales estructurales.
La caracterización de gran parte de los gobiernos del primer ci-
clo progresista del siglo XXI de las contradicciones sociales y
políticas emergidas de la producción y la circulación capitalis-
ta actual, del perfil dependiente y subordinado del capitalismo
latinoamericano y acerca de las cuestiones de carácter político
profundo -el Estado en sentido amplio-, no estuvo acompañada
de una concepción de la política como proceso de conformación
de una nueva voluntad colectiva nacional popular (Gramsci,
2000, Cuaderno 13, parágrafo 1) que conllevara hacer de la so-
ciedad el sujeto amplio (unión de diversos sujetos político ideo-
lógicos) de las transformaciones (Marx, 1857).
También estuvo ausente en la mayoría de las experiencias de
cambio político la lucha por una reforma intelectual y ética que
diera lugar y acompañara diversas reformas políticas y econó-
micas. La estrategia de gobierno no estuvo articulada con una
estrategia de hegemonía alternativa, popular, democratizante
real de la sociedad y constituyente de una nueva dirección po-
lítica e ideológica para la sociedad y crecientemente de la socie-
dad.
4) Un cuarto aspecto dice relación con las políticas de agrupa-
ción de fuerzas de los dirigentes de los gobiernos progresis-
tas en la sociedad política y la sociedad civil. Partidos y mo-
vimientos sociales acompañaron las políticas de los gobiernos
progresistas; pero en buena parte de las experiencias naciona-
les, Argentina, Brasil, Uruguay, Ecuador, Bolivia y El Salva-
dor, se produjo un fenómeno singular: los partidos se consti-

241
Lucio Oliver

tuyeron en fuerzas cerradas, en un fin en sí mismos, con sus


propias y excluyentes definiciones ideológico políticas de las
políticas. Se constituyeron como fuerzas dirigentes aisladas de
las inquietudes y debates de la sociedad civil, especialmente
de su juventud, así como del resto de las fuerzas políticas in-
teresadas y partícipes del cambio político. A ese fenómeno lo
podríamos denominar «hegemonismo despótico», contrario y
distante de la lucha por la hegemonía política y civil y de las
políticas de educación y elevación ideológico política general
de la sociedad en la transformación.
Se dejó de lado la necesaria «catarsis» de las masas en la ac-
ción política social (Gramsci, 2000, Cuaderno 10; Oliver, 2017)
y sin las masas, sin articulación integradora Estado-sociedad
civil, se produce una dispersión de las fuerzas políticas y un
vacío ideológico político que inmediatamente es llenado por
las fuerzas contrarias vinculadas a los partidos del orden.
5) Otro aspecto dice relación con la necesidad aún no concreta-
da en las experiencias progresistas de una concepción de pro-
fundización de los cambios y de transición interna e interna-
cional.
Después de años de lucha y considerando la situación actual
no se han podido aun construir políticas de reforma profunda
orientadas a abrir paso a una transición en lo local, nacional,
regional y mundial hacia un orden social alternativo.
La elaboración de estrategias y políticas no consideraron abier-
tamente conducir un proceso de transición para elevar a nivel
regional y mundial la unidad de la dirección política, el reco-
nocimiento de las particularidades en perspectiva de conjunto,
de suma de intereses y fuerzas nacionales e internacionales,
las alianzas de clases necesarias, y la elevación político intelec-
tual de los grupos sociales de trabajadores globales (González
Casanova, 2015) en calidad de nuevas fuerzas dirigentes de la
sociedad.
A falta de una estrategia de transición y acumulación de fuer-
zas, la administración del Estado conducida por los gobiernos
progresistas en el período reciente terminó sin transformacio-

242
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

nes sustanciales en la relación de fuerzas, en un debilitamiento


de la dirección política e ideológica unificada, en derrotas elec-
torales o políticas y en situaciones de conflictividad aguda que
hoy dificultan la continuidad de las políticas que se iniciaron
en 1998 y tuvieron un punto de inflexión en 2015.
En términos teóricos, con excepción de Venezuela, los demás
procesos no llevaron a la sociedad a una política de disputa
hegemónica que hiciera de ésta la depositaria del proyecto de
poder y de cambio en términos de lo público, del Estado y de
la globalización.
Muchos aspectos relacionados con las problemáticas señala-
das y analizadas por Gramsci desde el siglo pasado son im-
prescindibles en los nuevos pasos de la conducción política
práctica de las fuerzas dirigentes de los gobiernos progresistas
en los nuevos ciclos que se abren en la crisis actual. Las contri-
buciones teóricas respecto de la política como hegemonía, de
la cultura como política y la política como cultura.
De la experiencia de los últimos quince años surge la necesidad
apremiante de elaborar y aplicar una concepción de la lucha de
posiciones que apueste a la elevación ideológica y política de
la sociedad civil y a la labor educativa y transformadora del
Estado para dar lugar a la conformación de una nueva política
universalista de las relaciones de fuerzas dirigida por una nue-
va fuerza social y política capaz de construir un nuevo bloque
histórico en las relaciones sociales. .

4. Otras problemáticas teóricas propuestas por la


teoría política de la hegemonía de Gramsci
La primera es que la política de hegemonía de cada grupo so-
cial nacional es específica y particular. en tanto construcción
histórico política se construye reproduciendo una relación so-
cial en que dominantes y dominados, dirigentes y dirigidos,
gobernantes y gobernados se articulan bajo la perspectiva uni-
versal de elevación política ideológica de la sociedad civil aso-
ciada a una dada construcción estatal, a una forma productiva,

243
Lucio Oliver

a una relación intelectual y a una historia social vinculada a las


relaciones de poder y agrupación. Por lo mismo la hegemonía
de las clases y grupos sociales que proyectan una emancipa-
ción no es igual a la que se procesa en las entrañas de la direc-
ción política intelectual propia de la relación capitalista y que
reproduce en las relaciones sociales en general el dominio del
capital y la subordinación de la sociedad a partir de acentuar
la separación Estado - Sociedad civil. En realidad me parece
que no es preciso considerar que se trata de una «contra» he-
gemonía (que dentro del marco de lo existente convoca a la re-
sistencia a la hegemonía dominante) sino de un proyecto otro
y un proceso alternativo de nueva hegemonía; en el caso de las
clases trabajadoras y de la mayoría popular de buscar el forja-
miento de una relación social en que se tienda a anular la dis-
tancia entre gobernantes y gobernados y en que se plantea un
otro universalismo encaminado a reorganizar la producción y
la socialización a partir de ampliar y profundizar la democra-
cia en conjunto con el trabajo social y las relaciones sociales de
cooperación voluntaria, solidaria y creativa (C. 6, C. 11, c. 25).
La teoría política de hegemonía no se sustenta sólo en la no-
ción de que el poder es dominio y consenso, sino que orga-
niza y unifica una dirección política de clase y desorganiza,
disgrega y supera a otra. La hegemonía de los grupos sociales
alineados con el capital buscan la aceptación pasiva de las ma-
sas a un determinado orden social capitalista y de Estado de
separación, en tanto la segunda implica intervenir educando
ese consenso (Gramsci, 2000, Cuaderno 13, parágrafo 7), crean-
do una conformidad social con capacidad crítica y autonomía
política al mismo.
Una propuesta de nuevo orden y de construcción de otra he-
gemonía significa organizar y unificar a un determinado agru-
pamiento social y por medio de él a la sociedad entera, implica
cuestionar y desarticular el poder y la hegemonía existentes y
proyectar un mando a toda la sociedad educándola con nuevos
referentes ideológicos vinculados a la gran política, superando
el nivel económico corporativo y la pequeña política, para dar
lugar a una compleja perspectiva de articulada con la política

244
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

de elevación de la sociedad a ese nuevo nivel de la crítica histó-


rica del capitalismo (Gramsci, 2000, Cuaderno 13, parágrafo 7).
De ahí que sea imprescindible para un grupo social que lucha
por la hegemonía procesar y dirigir una reforma intelectual y
moral en la sociedad, que posibilite una nueva visión del mun-
do, del orden social, de la relación de intereses en la sociedad y
conforme una propuesta de nuevo bloque histórico (Gramsci,
2000, Cuaderno 11) capaz de articular de nueva manera econo-
mía, política e ideología y cultura.
Si partimos de que cada propuesta hegemónica es construida
en lo particular por cada sociedad con su estructura social, su
relación de poder y su historia nacional y social dadas, no hay
por tanto dos proyectos hegemónicos iguales en todas las fuer-
zas proponentes de un cambio político social avanzado, pues
la lucha por otra hegemonía es propia en cada país y atiende
a la necesidad de reconstruir en diversos momentos constitu-
tivos de la historia nacional y la lucha social y política un pro-
yecto específico (Zavaleta, 2009).
Y para el despliegue de una política de hegemonía nacional no
es cuestión de aplicar unas consignas evidentes de tipo abs-
tracto general para conseguir disputar el Estado y prevalecer.
Eso queda demostrado en el propio rechazo de Gramsci a la
simplicidad abstracta involucrada en la importante fórmula
general de la necesaria «alianza obrera y campesina». En Italia,
plantea en su artículo «Algunos temas de la cuestión meridio-
nal» (Gramsci, 1926), la alianza se tiene que plantear a partir
de problematizar las cuestiones vaticanas, meridional y la su-
peración del Estado de compromiso.
La teoría de la hegemonía civil y política de Gramsci conlleva
comprender que la sociedad civil no es simple depositaria de
ideas y acciones políticas del poder existente, ni siquiera sólo
un campo de organización económica y política de la socie-
dad o de disputa de fuerzas. La sociedad civil es un ámbito
ideológico político en que en el terreno de las ideas y de las
concepciones políticas (Gramsci, 2000, Cuadernos 6 y 11) se
afirman como adecuadas o inadecuadas las relaciones sociales

245
Lucio Oliver

modernas basadas en las contradicciones entre el trabajo social


como producción clasista enajenada, fuerzas productivas y de
cooperación sociales que conforman un patrimonio común y
una riqueza universal (Hegel, 1821) y se enfrentan al egoísmo
individual del dominio del capital sobre toda la sociedad, a
la propiedad privada, a los propietarios de mercancías y a los
consumidores mercantiles cosificados.
La contradicción se produce en el mundo económico organi-
zativo, político e ideológico de la sociedad entre igualdad in-
dividual del vendedor de su mercancía y apropiación privada
capitalista de la ganancia capitalista, entre libertad de pensa-
miento, de agrupamiento, de organización y de voluntad co-
lectiva de lucha y condicionamiento económico ideológico de
la civilización del capital y la cosificación mercantil, entre pro-
ducción y circulación capitalista y entre individuos y clases.
La sociedad civil no es sólo una determinada forma social llena
de contradicciones, sino es su expresión político intelectual y
se expresa como aceptación e integración, o rechazo y crisis, de
la identificación de las grandes mayorías con una determinada
hegemonía.
En los cuadernos de la cárcel, desde que Gramsci inició su
escritura, tenía clara conciencia de que en la historia de Italia
había habido momentos en que la sociedad civil italiana, que
se había configurado en los procesos de la independencia y la
unificación del país, constituía una sociedad todavía «informe
y caótica» (Gramsci, 2000, Cuaderno 1, parágrafo 130), pero
en su amorfismo seguía y estaba dominada por el impulso al
resurgimento progresista del país enarbolado por el Estado.
No obstante, una gran parte de esa sociedad civil se encontra-
ba bajo la influencia de las concepciones ideológico políticas
oligárquico conservadoras de la intelectualidad defensora de
la alianza del vaticano, el clericalismo y sectores del capital.
Por ello Gramsci se propone la gran labor intelectual y política
de gestar una nueva dirección ideológico cultural e intelectual
y moral en torno al trabajo y los trabajadores del campo y la
sociedad, anclada en una sociedad civil formada en la relación
entre ciencia, industria y pensamiento crítico concreto. Esto es,
246
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

la sociedad civil replanteada por el grupo de Gramsci es conce-


bida como el contenido ético del Estado avanzado, cuando se
vive a sí misma a partir de la dirección hegemónica que logra
expresarla, organizarla, centralizarla y dirigirla.
La sociedad civil sigue siendo expresión de la sociedad capita-
lista, de hecho es la forma social del capitalismo, vivida como
posibilidad de crítica, de libertad y voluntad colectivas orien-
tadas hacia un nuevo fin político emancipador, como política
y cultura permeadas por el pensamiento crítico y la organiza-
ción autónoma de las mayorías. Por eso es que se convierte en
trinchera de la disputa del Estado y su transformación.
Y la constatación de la gran distancia en los años treinta del si-
glo anterior, entre la situación real de la sociedad civil influida
por las políticas e ideologías del fascismo, llevó a Gramsci a
pensar la cuestión de los intelectuales y la cultura como políti-
ca, así como la anclada en una sociedad civil de pensamiento
crítico democrático (Gramsci,2000, cuaderno 3 y cuaderno 6).
Los intelectuales para Gramsci no constituyen un sector social
separado y neutral ante las contradicciones y conflictos de los
grandes grupos sociales, capaz de administrar adecuadamente
«lo universal» por su trabajo con y por su pensar racional. Son
elementos social históricos de toda sociedad que resulta de la
división social del trabajo. La labor intelectual técnica de los
propios grupos sociales que tienen actividades de dirección,
gestión y administración, trabajan diariamente con la visión
organizada del mundo y son elementos de dirección ideoló-
gica política de la sociedad, se transforma en vehículo crítico
emancipador de las contradicciones económico sociales y polí-
ticas en su vida social cotidiana (Gramsci, 2000, Cuaderno 12).
Los intelectuales bajo el capitalismo contemporáneo son la
masa de dirigentes técnicos que contribuye a elaborar y cons-
truir la hegemonía y se articulan con grandes intelectuales de
los partidos y grupos sociales. Para establecer la articulación
con esa gran masa los propios partidos o fuerzas políticas de
los movimientos sociales tienen que asumirse como intelectua-
les colectivos.

247
Lucio Oliver

Gramsci propone una labor político intelectual de nuevo tipo,


crítica del sentido común abigarrado, potenciadora del buen
sentido surgido de la experiencia de las masas de trabajadores
del campo y la ciudad, dirigida a organizar y disputar la he-
gemonía en la sociedad civil, con capacidad de autodirección
histórico política. Es esa la noción de hegemonía civil propues-
ta en los cuadernos de la cárcel (Gramsci, 2000, cuadernos 12
y13). No hay hegemonía sin que los trabajadores generen su
propia perspectiva intelectual, sus intelectuales y sus organiza-
ciones intelectuales de masa y sin que integren a su movimien-
to a un sector avanzado de los intelectuales tradicionales. Pero
Gramsci no busca generar una vanguardia intelectual política
para dirigir al partido y a la sociedad sino que propone generar
una capacidad de dirección intelectual política colectiva crítica
de la amalgama de ideas que se expresa en el sentido común
-reminiscencia de viejas hegemonías- capaz también de elevar
ideológica y políticamente el movimiento espontáneo de lucha
de las masas trabajadoras de la ciudad y el campo para hacerlo
un movimiento político y social de alcance nacional, unificado
y crítico, por medio de la catarsis (Gramsci, 2000, cuaderno 3 y
cuaderno 10; Oliver, 2018, Tapia, 2010).

5. Estatismo, cesarismo y reformas: ¿de espaldas a la


lucha por la hegemonía civil?
Fue muy rápida la socialización populista que acompañó la
instauración de gobiernos progresistas. Sin proyecto de poder
basado en una teoría de la hegemonía los gobiernos se asu-
mieron como conductores decisivos de los cambios, quienes
definían el sentido, el alcance, la amplitud, la profundidad y el
ritmo de los mismos. Ello en menoscabo de la noción experi-
mentada por la propia sociedad en las luchas destituyentes de
los movimientos antineoliberaes, de que ella era la depositaria
de lo público y a ella competía definirlo y procesarlo en la nue-
va situación. Eso se tradujo en que los gobiernos progresistas
volvieron a hacer de las burocracias las sedes de lo público y
provocaron la pasividad de la sociedad en las grandes defi-

248
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

niciones del proyecto. El proceso se transformó en un pacto


populista de amorfa conciliación de clases y pasividad política
de las mayorías. Se desechó una concepción de la hegemonía
popular como politización crítica que significase una relación
distinta entre Estado y sociedad civil, en la cual esta última
tuviese capacidad de constituirse procesualmente en fuerza
dirigente.
En el marco del culto al Estado separado como operador de
los cambios y artífice y protagonista del cambio político so-
cial apareció de manera generalizada, incluso en los casos más
radicales, el fenómeno del cesarismo, ahora como cesarismo
progresista despolitizador de los movimientos y los grupos so-
ciales. Los presidentes de los gobiernos progresistas fueron en-
diosados como genios ideológico políticos y, lo que fue peor,
como «operadores burocráticos» de la política y sus formas.
Se les vio como los políticos privilegiados que definían en reu-
nión cerrada y particular con los dirigentes de los movimien-
tos y los grupos de interés, el ritmo y condiciones de la política.
El o la César de cada país (Lula, Evo, Mujica, Correa, Chávez,
Néstor y Cristina) se convirtió en administrador - operador del
Estado progresista y dejó de ser el conductor de una disputa
por transformar el Estado (sociedad política + sociedad civil).
En el caso de Chávez fue un tanto diferente pues ese lider cesa-
rista tenía clara una visión política más orientada a empoderar
a los consejos comunales, sin que atinara a definir realmente
un proyecto productivo no extractivista del socialismo del si-
glo XXI.
En el caso de Brasil, el proyecto lulista llevó al partido de los
trabajadores y a la central única de trabajadores a que ocupa-
sen un lugar como administradores de reformas tímidas que
tomarían todo el siglo XXI y que en lo inmediato no incluye-
ron la lucha por transformar el sistema institucional y mucho
menos la mentalidad y definición de la sociedad civil (Frei
Betto, 2016). El resultado en Brasil fue el beneficio del poder
al papel central del capital financiero, del agronegocio, de los
sectores extractivistas y de los burócratas administradores de
las empresas estatales, los burócratas de los partidos aliados.

249
Lucio Oliver

Ello provocó la despolitización profunda de la sociedad y la


separación de los sectores políticos y burocráticos articulados
al gobierno.
La sociedad civil brasileña pasó a constituirse en una masa
caótica e informe, cooptada para un movimiento económico
corporativo de pequeña política que en 2013 se dividió entre
los sectores privilegiados de la masa popular y la juventud po-
pular crítica que protestó y, sin dirección político ideológica,
fue a las calles por millones y terminó ganada por las organi-
zaciones aventureras del capital (Brasil Livre, Vamos para a
Rua, etc.).
Gramsci elabora la noción de hegemonía como forma innova-
dora no liberal de poder alternativo, fundamento de una pers-
pectiva intelectual crítica del mundo de la sociedad civil y del
Estado contemporáneos.
La comprensión de que el poder es orgánico en la sociedad
moderna y no se ubica principalmente en las instituciones,
donde la mayoría de los enfoques lo perciben, sino que es una
construcción de totalidad orgánica que la entiende como rela-
ción de y entre fuerzas en los distintos ámbitos de la sociedad,
le posibilitó a Gramsci una nueva concepción de la disputa por
el Estado. La disputa se presenta como políticas que atienden
la economía y la sociedad civil, hasta alcanzar a las organiza-
ciones políticas y las instituciones ideológicas y políticas del
Estado, en la tendencia a una universalización emancipadora.
La elaboración de Gramsci sobre la hegemonía es anterior a su
reclusión en la cárcel y es su constatación en la lucha política
de Italia de que la forma de la política es también forma social
y en cierta manera «forma intelectual».
En América Latina hay en curso un nuevo ciclo progresista
opuesto al Estado de excepción ultraderechista que prevalece
en América del Sur.
México en el momento actual: ¿es una recomposición populis-
ta positiva progresista?

250
La teoría histórico crítica de la hegemonía ante las experiencias
de progresismo populista en América Latina

El triunfo electoral de la fuerza progresista del partido More-


na y del candidato Andrés Manuel López Obrador dio lugar
a la posibilidad de constituir un proyecto de nueva sociedad
política: la cuarta transformación. Es parte de la fuerza política
histórica progresista antineoliberal mexicana. La insurrección
electoral que lo eligió mayoritariamente como presidente de-
rrumbó la partidocracia que dominaba el conjunto del funcio-
namiento y las políticas institucionales y era el eje institucional
del Estado neoliberal.
Accedió al gobierno el candidato de un importante movi-
miento social y político antineoliberal: sin embargo es amor-
fo, populista, de una orientación parcialmente antineoliberal
(que por el momento pretende llevar a cabo un proyecto de
gobierno sin afectar el poder del capitalismo financiero y de las
corporaciones transnacionales). Su proyecto es combatir radi-
calmente el robo de recursos públicos y la corrupción pública
y privada, ampliamente dominantes bajo el Estado neoliberal,
recuperar el capitalismo de Estado, recuperar la legitimidad
de las instituciones de justicia, seguridad y atención social,
determinado a combatir la inseguridad y la complicidad ins-
titucional con el narcotráfico, promover políticas sociales de
inclusión y políticas públicas de educación y salud con el fin
de disminuir la desigualdad. Su política expresa es volver a
establecer la separación entre política y economía y poner en
un lugar prioritario el Estado como depositario de la acción
política y recuperar su calidad de capitalista colectivo, aliado
con empresarios nativos y movimientos sociales de la ciudad
y del campo distintos a los zapatistas y a la organización inde-
pendiente de los pueblos indígenas aliados a éstos.
El proyecto que enarboló Morena y sobre todo la presidencia
de Lopez Obrador no difiere del populismo progresista, pero
su particularidad es cierto radicalismo democrático dado que
se ha conformado en la lucha por una participación popular y
se debe a una reivindicación de las políticas sociales progre-
sistas del Estado. Es populista en términos de poner al pueblo
abstracto como referencia de legitimidad, es procapitalista en
términos de adhesión a un patrón de producción y circulación

251
Lucio Oliver

basado en el capital, es nacional popular en lo que concierne


a una idea tradicional de generar políticas y apelar a la par-
ticipacion de la nación criollo mestiza, basada en la ciudada-
nía social y política, pero es ajeno por el momento a noción
de plurinacionalidad, y de autonomía de las comunidades y
comunalidades originarias indias. Polemiza sin atacarlos con
los sectores críticos de la izquierda.
Se trata de un proceso abierto y permeable a las luchas sociales.
No hay propuesta aún de renovación del sistema político, de
nueva asamblea constituyente ni de fortalecimiento o renova-
ción de las instituciones democráticas. Sin embargo la orienta-
ción actual apunta a gestar un régimen de Estado parlamenta-
rio abierto a las organizaciones políticas y sociales autónomas
basadas en el derecho y la constitución. ¿Podrá acompañar la
riqueza de la teoría política de Gramsci a la experiencia demo-
crática radical del populismo mexicano? El proceso apenas ini-
cia y la respuesta está abierta a la historia y a la acción política
de la sociedad actual.

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253
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y
su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

Javier Balsa

Introducción
Las experiencias de gobiernos populares o populistas en Ar-
gentina y en Brasil durante los tres primeros lustros del siglo
XXI nos invitan a reflexionar sobre las potencialidades y los lí-
mites de la estrategia política que procura construir la hegemo-
nía de modo populista, según la conceptualización que realizó
Ernesto Laclau diferenciando dos lógicas de la hegemonía. En
este trabajo realizaremos, primero, una precisión conceptual
sobre estas dos lógicas, para abordar luego una caracterización
de ambos procesos nacionales según la misma.

1. Las lógicas «administrativista» y «agonal» en la


construcción de la hegemonía
Considero que una de las contribuciones principales de Ernes-
to Laclau a una teoría de la hegemonía, de base gramsciana,
es la de distinguir dos lógicas básicas en su construcción, que
dan lugar a dos tipos de situaciones hegemónicas contrapues-
tas. Cabe aclarar que esta inclusión de un aporte laclausiano
en un esquema general gramsciano de la hegemonía, implica
dejar un tanto de lado ciertas apreciaciones postmarxistas y
cierta crítica de Laclau a un esencialismo que él sostenía (con-
sidero yo que sin demasiado fundamento) que poseía la pers-
pectiva de Gramsci. Según Fabio Frosini (2013: 69), también

254
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

en Gramsci es posible discernir dos tipos de hegemonía que,


aunque no coinciden exactamente con las de Laclau, tampoco
resultan tan diferentes. Según Frosini serían: una que se dirige
«hacia la composición ‹pasiva› de los conflictos» y otra «hacia
su despliegue ‹en permanencia›». Y la diferenciación entre am-
bas Frosini la ubica, justamente, en «la forma de la organiza-
ción política de los conflictos». Sin embargo, cabe aclarar que
Laclau no plantea que esté retomando a Gramsci al momento
de diferenciar entre dos lógicas de la hegemonía.
Pero, yendo directamente a las dos lógicas que distingue La-
clau, tenemos, por un lado, una lógica «institucional» de la he-
gemonía, que se basa en procurar deglutir todas las demandas
de forma diferencial, integrándolas en un esquema hegemoni-
zante y despolitizador. Y, por otro lado, tenemos la lógica que
denomina «populista» que estaría centrada en la construcción
de un campo opuesto a otro, y en la cual las demandas tienden
a considerarse equivalentes entre sí y a agruparse en polos an-
tagónicos, que dividen el campo discursivo.
Esta diferenciación entre dos lógicas ya se esboza en su pri-
mer libro, de 1977, Política e ideología en la teoría marxista. Aquí
plantea que, por un lado, se encontraría «la eliminación del
antagonismo y su transformación en simple diferencia»; y, por
otro lado, existiría una «interpelación popular-democrática, en
la cual el sujeto interpelado como pueblo se constituye en una
relación antagónica frente al bloque de poder» (Laclau, 1978:
120-121). Luego, en su presentación en el seminario de More-
lia de 1980, afirma aún más explícitamente que «la hegemonía
puede constituirse de dos formas: vía transformismo o vía rup-
tura popular», en la segunda, «los diversos antagonismos [...]
se articulan constituyendo un sujeto popular complejo que se
presenta como alternativa contradictoria al conjunto del anti-
guo régimen» (Laclau, 1985: 23-24).
Esta distinción entre dos lógicas se mantendrá a lo largo de
toda la obra de Laclau, denominándolas como «lógica de la
diferencia» y «lógica de la equivalencia». Sin embargo, las mis-
mas no siempre tuvieron la misma valoración. En los textos de

255
Javier Balsa

fines de los años setenta y principios de los ochenta, hay una


clara valoración positiva de las potencialidades de la aplica-
ción de la lógica de la equivalencia: el populismo es presentado
como el camino que abre mejores posibilidades para avanzar
hacia el socialismo.1 Por el contrario, la lógica de la diferencia,
elimina el antagonismo y facilita la dominación.
En Hegemonía y estrategia socialista (Laclau y Mouffe, 1987), en
cambio, se desvanece la valoración positiva que Laclau había
otorgado a la articulación populista. Y en el resto de sus elabo-
raciones de los años ochenta y noventa, tampoco vuelve a ha-
cer una defensa de la articulación populista. Por el contrario,
el término casi no es mencionado y, al mismo tiempo, se hace
hincapié en la importancia de «la expansión y multiplicación
de sujetos fragmentarios, parciales y limitados que entran en
el proceso colectivo de toma de decisiones», es decir, «una de-
mocracia radicalizada y plural», e incluso se defiende la im-
portancia del «Estado liberal» (Laclau, 1993).
Tendremos que esperar hasta ya entrados en el siglo XXI, en La
razón populista (Laclau, 2005), para encontrarnos con una clara
reivindicación de este tipo de proyectos basados en la lógica
populista. Allí, plantea incluso que la posibilidad misma de
la democracia dependa de la constitución de un «pueblo» de-
mocrático. Laclau reconoce que en su argumentación el popu-
lismo se ha ido convirtiendo en sinónimo de lo político; pero
reafirma este solapamiento, frente a la despolitización de la ar-
ticulación basada en la lógica de la diferencia, tan característica
de la Europa de las últimas décadas. Al mismo tiempo, en sus
contestaciones a las críticas de Zizek, sostiene que el populis-
mo no implica la posición subordinada de hacer demandas al
poder, sino luchar por el propio poder (Laclau, 2006). De todos
modos, este exceso semántico y de formalismo en la definición
del populismo, creemos que ha conducido a Laclau a una pér-

1 En este sentido, Laclau afirma que «un populismo socialista no es la forma más atrasada
de ideología obrera, sino su forma más avanzada: el momento en que la clase obrera
ha logrado condensar en su ideología el conjunto de la ideología democrática en una
formación social determinada. De ahí el carácter inequívocamente ‹populista› que
adoptan los movimientos socialistas victoriosos: piénsese en Mao, piénsese en Tito y
piénsese, incluso, en que el Partido Comunista Italiano...» (Laclau, 1978: 203).

256
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

dida de capacidad explicativa y política del concepto, derivan-


do en una posibilidad, que para algunos nos resulta errada, de
suponer la existencia de «populismos de derecha».2
Estas denominaciones, de «institucional» y «populista» han
generado muchos equívocos. Entre otros, el hecho de que la
lógica populista no pudiera darse una vez que una fuerza po-
pulista accediera al gobierno y procurara institucionalizarla;
o el problema de que toda lógica que no fuera «institucional»
debiera ser pensada como «populista», aunque no tuviera
muchos de los rasgos que caracterizan al populismo. Por lo
tanto, para tratar de evitar estos equívocos, he propuesto un
cambio terminológico, pero que, en realidad, encierra también
ciertas modificaciones conceptuales. En primer lugar, creo que
la lógica de deglutir todas las demandas de manera diferen-
cial, se comprendería mejor denominándola como una forma
«administrativista» o «universalizante» de construcción de la
hegemonía. «Administrativista» en el sentido de que desde el
Estado se procurarían resolver las demandas de forma técnica,
apolítica, con el ideal saintsimoniano, al que hace referencia el
propio Laclau, de que la política se reduzca a la mera admi-
nistración de las cosas. Y «universalizante» en la medida en
que es una propuesta que plantea que todas las demandas, en
la medida en que sean «razonables», podrán ser integradas y
satisfechas. Al tiempo que se integrarían en la idea de un «bien
común», y se dejarían de lado los «intereses particulares». En
este punto, se retoma la idea gramsciana de que la hegemonía
constituye «situando todas las cuestiones en torno a las cuales
hierve la lucha no en el plano corporativo sino en un plano
‹universal› y creando así la hegemonía de un grupo social fun-
damental sobre una serie de grupos subordinados» (Gramsci,
1999, Tomo 5: 37 [CC13, 17]).
Al mismo tiempo, a la forma opuesta de construir la hegemo-
nía, aquella centrada en agrupar las demandas en forma equi-
valente en un campo opuesto al que se encuentra en el poder,
considero que resulta más apropiado denominarla como lógica

2 Ver mis críticas en este sentido en Balsa (2010) y las de Jorge Alemán (2016).

257
Javier Balsa

«agonal» de la construcción de la hegemonía. Se reservaría el


término «populismo» para dar cuenta de un subtipo de lógica
agonal. Por otro lado, esta agonalidad tendría como una situa-
ción extrema al antagonismo abierto, en un gradiente que iría
desde una agonalidad muy atemperada (que puede terminar
en la asimilación por parte del otro) hasta el mencionado an-
tagonismo. Retomamos aquí, los planteos de Chantal Mouffe
(2003: 114-116) en el sentido de que existen dos formas en que
el antagonismo puede surgir: el antagonismo propiamente di-
cho (la lucha entre enemigos) y el agonismo (la lucha democrá-
tica entre adversarios, que respetan una arena democrática).

2. El populismo como subtipo de la lógica agonal y


sus problemas como estrategia emancipatoria
El considerar al populismo como un subtipo de la lógica ago-
nal, permite diferenciar los tres elementos que distinguirían
al populismo y que no estarían necesariamente presentes en
otras lógicas agonales, como, por ejemplo, las de las fuerzas de
tipo fascista o de la ultra-derecha.
En primer lugar, la operación populista funciona proponiendo
la resignificación del concepto de «soberanía popular» como
eje del principio democrático: sostiene que la plebs (el pueblo
en el sentido de los sectores populares) es el único populus le-
gítimo (el pueblo en el sentido del conjunto de la ciudadanía).
El significante «pueblo» cumple un papel casi ineludible en
esta operación, ya que el mismo presenta la ventaja de una
doble significación que articula con los significados de plebs y
de populus, presentándose como una sinécdoque básica en la
operación hegemónica, ya que un particular (el pueblo bajo) se
presenta como la encarnación del universal (el pueblo sobera-
no). Con mayor precisión aún, sería una «sinécdoque impura»,
pues sus límites no son definibles con precisión, sino que exis-
te un permanente deslizamiento de su significado restringido
hacia el ampliado y viceversa. Recordar que para Laclau las fi-
guras retóricas en la construcción de la hegemonía nunca ope-
rarían en forma pura, sino que se confundirían unas en otras

258
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

(Balsa, 2019). Tanto por su ambigüedad, como por el hecho


incontrovertible que los sectores populares son la mayoría de
la ciudadanía, esta operación puede tener una enorme eficacia
interpelativa, que se traduciría en ser electoralmente imbati-
ble. Pero todo dependerá de si todos (o casi todos) los sectores
sociales que no forman parte de la élite se sienten formando
parte de «el pueblo», y accionan políticamente de conjunto.
En segundo lugar, la construcción de este «pueblo-populista»
(a diferencia de un «pueblo-nacionalista xenófobo»), requeri-
rá de la instauración de una «frontera interior» que deja del
otro lado a «los enemigos del pueblo», definidos como al-
gunos sectores sociales, internos a la sociedad nacional, que
pretenden tener un poder que no les corresponde (llámense
«la oligarquía», «el establishment», o «la patria financiera»).
Esto modifica radicalmente la dinámica política tradicional, de
matriz administrativista, pues se rompe con la ilusión de la
idea del «bien común», de que se puede gobernar para todos.
Pero no solo eso, para mantener la «frontera» activa, el popu-
lismo necesita desplegar una intensa interpelación ideológica
de los sectores populares que reactualice permanentemente la
ruptura. Debe construir consensos activos, no pasivos. Y esto
requiere gritar, denunciar, maldecir a «la oligarquía» y a «los
vendepatria». Acciones todas que hoy parecen «políticamente
incorrectas», a los ojos del «consenso por diálogo» de la pos-
política. Lo cual permite entender mejor «la grieta», como un
elemento cuasi-estructural del despliegue de una lógica popu-
lista, pero que corre el riesgo de resultar contraproducente si
no se logra que las mayorías populares se ubiquen todas ellas
de un mismo lado de «la grieta».
Y, en tercer lugar, todas las interpelaciones requieren de po-
líticas que permitan «verificar» su pertinencia. En este caso,
un populismo consecuente despliega operaciones de inclusión
radical que implican un corrimiento de la frontera de lo so-
cialmente legitimado, una drástica ampliación y profundiza-
ción de la ciudadanía. Son «radicales» no solo por el carácter
cuantitativo de la inclusión de amplios sectores hasta entonces
marginados, sino que además las características cualitativas de

259
Javier Balsa

esta inclusión serían radicales, en tanto reconocimiento de de-


rechos, y de una inclusión en términos de colectivos socio-po-
líticos y no como inclusiones individuales-liberales. Por eso,
la inclusión populista significa una redefinición del campo de
lo social que opera desde arriba, pero también desde abajo, de
modo que resulta fuertemente disruptiva y altera las bases de
la construcción de la hegemonía.
El concepto de «populismo», incluso en el intento de forma-
lización desplegado por Laclau mantiene una serie de otros
elementos que no se derivan de esta lógica y que creo, merecen
ser considerados con detenimiento pues presentan tensiones
con una estrategia política emancipatoria, ya sea para incorpo-
rarlos o para diferenciarlos al concepto téorico de populismo.
Estas tres cuestiones son: cierto anti-intelectualismo que ha ca-
racterizado a los populismos, la excesiva centralidad del líder
o la líder en los procesos populistas y el problema del abando-
no de la lectura en términos de clases sociales que promueve el
uso del significante «pueblo».
En primer lugar, en los fenómenos populistas se destaca la
presencia de cierto anti-intelectalismo o, al menos, una esca-
sa valorización del papel de los intelectuales orgánicos en la
construcción de la hegemonía. Según Gramsci, el papel de la
elaboración de la síntesis entre «sentido común» y «filosofía
de la praxis», entre utopía y estrategia revolucionaria, debía
quedar en manos de los intelectuales orgánicos. Y aquí surge
otro problema con la línea de razonamiento de Laclau, ya que
no aborda una de las características propias de muchos movi-
mientos populistas: su anti-intelectualismo.3 La raíz ideológica
del mismo es el planteo de que no hay necesidad de intelectua-
les que guíen a la masa, pues «el pueblo nunca se equivoca».
Es cierto que podríamos plantear que este esquema no se des-
prende de las dos lógicas populistas que acabamos de analizar;
entonces podríamos alegar que es sólo una característica parti-

3 La cuestión del «recelo frente a los ‹sobre-educados›» ya estaba planteada en Worsley, lo


mismo que su negativa a todo grado de autonomía del poder legislativo (Worsley, 1970:
299).

260
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

cular de algunos casos históricos de populismo. Sin embargo,


este anti-intelectualismo es casi una constante pues es la pro-
fundización de la segunda lógica del populismo. En la medida
en que la plebs resulta la encarnación de la soberanía popular,
deviene la voluntad general y, por lo tanto, la fuente de la so-
lución a todo problema de legitimidad política. Nunca la popu-
lus puede buscar el interés individual4 y, al mismo tiempo, los
integrantes de la plebs, si han sido reconocidos como sujetos
políticos plenos, no pueden ser «engañados», y este es pre-
sentado como un argumento retórico liberal-paternalista. En
el punto extremo de este razonamiento, no hay toma de con-
ciencia posible, ya que las masas no requieren ser educadas en
ningún sentido.5 El problema de esta idea-fuerza es que toda
política queda legitimada para los populistas en la medida en
que es refrendada por las mayorías electorales. Aquí el popu-
lismo cae preso de su propia lógica (el pueblo como mayoría
se confunde con el pueblo como sectores populares, y no se
distinguen los votos según las clases sociales). Históricamente,
el mayor problema fue que los militantes de los partidos popu-
listas carecieron de herramientas ideológicas para impugnar
las políticas neoliberales si el pueblo (la mayoría electoral) las
acompañaba, debía existir una secreta razón para eso.6
Considero que sólo con una revalorización de la figura de los
intelectuales orgánicos como mediadores entre las tradiciones
populares y la teoría política, es posible evitar los problemas
del esquema de que «el pueblo nunca se equivoca».
En segundo lugar, el anti-intelectualismo se vincula con la cen-
tralidad de la figura del líder populista y la imposibilidad de
la existencia de segundos enunciadores, como acertadamente
indicaron Sigal y Verón (1986). Lo cual nos conduce al proble-

4 A diferencia del planteo roussoniano acerca de que «la voluntad de todos», como
sumatoria de búsquedas de intereses particulares, que puede diferir de «la voluntad
general», que solo persigue el interés común.
5 Decimos punto extremo pues los movimientos políticos populistas sí despliegan procesos
de formación política de sus cuadros y bases.
6 Los testimonios de Martucelli y Svampa (1997) acerca del desamparo ideológico de los
militantes peronistas ante las políticas de Menem ejemplifican el efecto de este esquema
populista.

261
Javier Balsa

ma de la capacidad de desplegar el auto-gobierno (como ideal


emancipatorio) en los casos en los que el movimiento político le
otorga tanta centralidad al líder. Esta es otra de las cuestiones
irresueltas en Laclau. Es cierto que aborda en La razón populista
la cuestión del líder populista y despliega una muy acertada
caracterización de la relación de representación, poniendo en
claro que no existe la constitución del sujeto previamente a la
representación (Laclau, 2005: 206).7 Sin embargo, luego realiza
un rápido deslizamiento, a partir de Freud, desde la nomina-
ción a la individualidad, y de ella al individuo y al líder. Laclau
se preocupa por demostrar que toda política requiere de un
líder y que, por lo tanto, el populismo en este punto tampoco
se diferencia de otras formas políticas. Pero creemos que, con
este movimiento abstracto, no resuelve las críticas a las trabas
que muchos populismos pusieron (especialmente una vez que
llegaron al poder) a la participación popular. Es que los líderes
populistas tendieron a limitar las capacidades autonómicas de
sus bases políticas y a expulsar a grupos intelectuales que pu-
dieran disputar su conducción política.
Este es un problema real que no debe ser ocultado, incluso
teniendo presente que las fuerzas de izquierda tampoco lo-
graron resolver la relación líder-autogobierno en ninguna de
sus experiencias revolucionarias exitosas.8 Considero que so-
bre este punto, es clave regresar a Gramsci y a su idea de que
está dada en todos la posibilidad concreta de convertirse en
auto-dirigentes, de ser sujetos políticos capaces de conducir en
forma conjunta la democracia (Semeraro, 2003). Para Gramsci,
«la comprensión crítica de sí mismos se produce a través de
una lucha de ‹hegemonías› políticas, de direcciones contras-
tantes, primero en el campo de la ética, luego de la política,

7 En este sentido, tal vez sería aconsejable reemplazar, en este esquema teórico, el término
«representación» (tan asociado a la tradición liberal representativa) por los de «articulación
política» y de «delegación», distinguiendo los dos significados contenibles en el primero.
8 Y el caso de Stalin, por ser el más alevoso, no se convierte en una mera excepción. Vale la
pena recordar aquí que en pleno ascenso del stalinismo, Gramsci no sólo escribió la famosa
carta reclamando unidad y respeto hacia «la minoría de oposición» (Gramsci, 1926), sino
que en los Cuadernos existe una clara preocupación por pensar formas de autogobierno,
de una democracia popular en la que los sujetos se volviesen auto-dirigentes.

262
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

para llegar a una elaboración superior de la propia concepción


de lo real». Pero para esto son imprescindibles los intelectua-
les, «un estrato de personas ‹especializadas› en la elaboración
conceptual y filosófica». Ahora bien; el proceso de desarrollo
de los intelectuales orgánicos «está ligado a una dialéctica in-
telectuales-masa»: «cada salto hacia una nueva ‹amplitud› y
complejidad del estrato de intelectuales está [debería estar, de-
cimos nosotros] ligado a un movimiento análogo de la masa
de simples, que se eleva hacia niveles superiores de cultura»
(Gramsci, 1999, tomo 4: 253-254 [CC11 (12)).
En fin, una estrategia emancipatoria tiene que abordar estas
dos cuestiones conexas que configuran este difícil triángulo:
sectores populares-líder-intelectuales orgánicos, que ni siquie-
ra se resolvería con la mera eliminación del líder populista.
Mantener el ideal del auto-gobierno como horizonte puede ser
una estrategia que permanentemente tensione los otros dos
polos (los intelectuales y el líder) a partir de un planteo crítico
de la representación, de tipo filo-rousseauniano, aunque debe-
ría preservarse la legitimidad de los otros dos polos.
En tercer lugar, más allá de la enorme eficacia del uso del signi-
ficante «pueblo» y su duplicidad semántica, el mismo dificulta
la comprensión de la realidad social en términos de clases y
proyectos de sociedad que encierran la concreción diferencial
de intereses de las diversas clases y fracciones de clase. Si «el
pueblo» es una construcción discursiva, podemos preguntar-
nos ¿cómo hacer uso de este significante, sin caer preso de una
creencia metafísica? Como ya analizó Marx, el uso del signifi-
cante «pueblo» oscurece la comprensión de la lucha de clase9.
El problema, tal como agudamente analizó Arthur Rosenberg
a fines de la década de 1930, es que el excesivo clasismo de la

9 Marx, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Marx, 1973 [1852]), critica el uso del
significante «pueblo» por parte de los políticos representantes de la pequeña-burguesía,
«los demócratas». Para quienes todo era simple lucha entre republicanos y monárquicos,
entre «reacción» y «eternos derechos humanos», sin ver el enfrentamiento entre las clases.
Y, por el contrario, caen presos del halo semántico del significante «pueblo»: son todos
los ciudadanos que deberían actuar como un solo hombre, porque son, justamente,
uno sólo: el pueblo, como entidad metafísica. Entonces Marx propone desarrollar toda
otra conceptualización, centrada en los conceptos de «clase», y que deje de lado este
significante «pueblo». Ver más detalles en Balsa (en prensa).

263
Javier Balsa

II Internacional, habría hecho que se perdiera «la fuerza» que


tenía «el antiguo movimiento democrático» en lograr la «mo-
vilización del ‹pueblo›». Un concepto que mantenía «unidos
bajo una sola bandera democrática a obreros y campesinos, ar-
tesanos y estudiantes» (Rosenberg, 1938: 164). Pero, al mismo
tiempo, si todo proyecto hegemónico, y en particular uno de
tipo populista, implica alianza y compromisos entre las clases
(Wright, 2000), para que las clases y fracciones sepan asumir
esos compromisos y defender los proyectos, tienen que com-
prender cómo funcionan. La clave, nuevamente, pareciera ser
la de combinar la interpelación «popular» con análisis clasistas
que logren que los y las integrantes de la alianza populista ten-
gan en claro el proyecto que deben construir y defender.

3. La problemática de mantener la agonalidad desde


la posición estatal
Luego de haber recorrido estos tres problemas que presenta el
populismo (cierto anti-intelectualismo, la cuestión de la exce-
siva centralidad del líder y cierta dificultad para articular una
interpelación en términos de «pueblo» y desarrollar un análi-
sis de clase) quisiera agregar un cuarto problema, ya no propio
de la lógica populista, sino inherente a la más amplia lógica
agonal, de la cual postulamos que el populismo constituye un
subtipo.
El problema nace de cierta tendencia que pareciera generar la
propia posición estatal hacia el predominio de la lógica «admi-
nistrativista». No tengo en claro si se debe a una asociación de
carácter más abstracto entre Estado e ideal del «bien común», o
si este «administrativismo» surge de una tendencia histórica o
funcionalmente generada por las características del cuadro ad-
ministrativo burocrático. Lo cierto es que no resulta «natural»
el mantenimiento de una lógica «agonal» desde el Estado. Una
lógica que reactualice el conflicto desde el propio Estado. Sin
embargo, considero que sin este mantenimiento de la lógica
agonal, o más específicamente populista, el progresivo predo-
minio de una lógica administrativista reduce rápidamente la

264
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

politización y, por lo tanto, la potencia emancipadora de una


fuerza que haya arribado al poder estatal.
Personalmente, considero que la clave para mantener esta
agonalidad sería articular toda política pública con el discurso
confrontativo-agonal. Por ejemplo, articulando toda política
redistributiva con un discurso que explique que la misma es
posible solo porque el gobierno tomó recursos de alguna frac-
ción de la gran burguesía. Y este discurso tiene que actualizar-
se en los procesos de entrega de cualquier bien o servicio. La
misma lógica agonal y explicativa de la politicidad social de
las medidas tienen que aplicarse, por dar solo otro ejemplo, al
implementarse políticas proteccionistas del desarrollo indus-
trial. Y habría que involucrar a la dirigencia empresarial en los
aspectos pedagógicos que acompañen la sanción e implemen-
tación de estas medidas.
Esto no significa que se aplique solo una lógica agonal. Toda
construcción real de hegemonía, en particular desde el Estado,
implica una combinación de las dos lógicas («administrativis-
ta» y «agonal»), sin embargo, el predominio de una de ellas es
la que da el tono del tipo de hegemonía resultante. Una dosis
de lógica administrativista resulta especialmente necesaria ya
que un gran porcentaje de la ciudadanía puede percibir como
«violento» que desde el Estado no se procure el «bien común».

4. Las experiencias de los gobiernos populares


recientes en Argentina y Brasil a la luz de estas dos
lógicas de la construcción de la hegemonía
En Argentina, el tono general de la presidencia de Néstor Kir-
chner (2003-2007) estuvo signado por una discursividad más
centrada en la «unidad nacional» que en impulsar la confron-
tación política (Dagatti, 2013). Su correlato fue la conformación
de un bloque social integrado por la mayor parte de las organi-
zaciones empresariales y la CGT, con una gran capacidad para
construir una hegemonía en torno a un discurso centrado en el
«desarrollo», pero con eje en el «crecimiento», siendo muy exi-

265
Javier Balsa

toso en este sentido (López, 2015). Al tiempo que predominaba


ese tono «universalista», Néstor Kirchner abrió una serie de
frentes en los que avanzó con clara audacia, dejando de lado
toda la timidez del «posibilismo» político que había caracteri-
zado a la dirigencia del Frepaso (la fuerza de centro-izquierda
que había formado parte de la alianza gobernante entre 1999
y 2001). Así, durante su gestión presidencial se anularon las
leyes de punto final y obediencia debida, lo que permitió la
reapertura de los juicios por las violaciones de los derechos
humanos durante la última dictadura; se desplegó una acti-
va política por la recuperación de la memoria histórica; se su-
bordinaron las fuerzas armadas a la lógica democrática (con
la emblemática orden de bajar el cuadro de Videla en Campo
de Mayo); se renovó la mayor parte de la Corte Suprema; se
apoyaron las iniciativas de los trabajadores/as de las empre-
sas recuperadas; se reinstalaron las negociaciones paritarias; se
instrumentaron protocolos de no represión a las protestas ca-
llejeras, y, tal vez las dos medidas más importantes, se enterró
la propuestas del ALCA (en una acción conjunta con Chávez y
Lula), y se negoció con dureza y con éxito una sustancial quita
en la deuda externa.
Podemos trazar la hipótesis de que durante la presidencia
de Néstor Kirchner la hegemonía procuró construirse en una
combinación de un discurso de la unidad nacional en torno a
lograr «un país normal» (frente al peligro de desintegración
que había supuesto la crisis del 2001), pero incluyendo en esa
«normalidad», una serie de elementos progresistas, anti-neoli-
berales e, incluso, radicales producto de un corrimiento hacia
la izquierda del sentido común durante esa crisis (cuestión que
no se había traducido en términos político-electorales en 2003).
El otro pilar de esta hegemonía fue una recomposición, e inclu-
so expansión, de los niveles de consumo de vastos sectores de
la población.
Este clima relativamente unitario cambiaría a poco de asumir
su primera presidencia Cristina Fernández de Kirchner. En
2008, procuró profundizar la captura de la renta extraordinaria
de la tierra a través de un sistema de retenciones móviles, y se

266
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

desató una durísima reacción de las patronales agropecuarias


que contó con la militante colaboración de los medios de co-
municación más concentrados, y que logró el apoyo de buena
parte de las capas medias urbanas. El proyecto finalmente fue
descartado por el Senado y, en las elecciones de 2009, la derro-
ta se trasladó al plano electoral.
El clima de fuerte confrontación resultó mutuo, tanto en las
movilizaciones de masas, como en una discursividad cada vez
más antagónica. Fue el momento en que el kirchnerismo logró
consolidar una épica militante y sumar a la misma a amplios
y diversos sectores sociales y políticos. Por lo tanto, a pesar de
la derrota del proyecto impositivo, el kirchnerismo, en vez de
girar hacia la derecha, como para muchos parecía su destino
inexorable, profundizó su perfil más transformador, a través
de una serie de medidas, entre las que podemos destacar la es-
tatización de AFJP y de Aerolíneas Argentinas (2008), la ley de
medios de comunicación audiovisual, la asignación universal
por hijo/a,10 el comienzo del despliegue de la televisión digi-
tal abierta y gratuita (2009), el matrimonio igualitario, el plan
Conectar Igualdad (2010), la fuerte regulación de la adquisi-
ción de divisas extranjeras (2011), la recuperación del control
estatal de YPF, la ley de Identidad de género, el PROCREAR
(2012), y el impulso estatal del sistema ferroviario (2013).
El gobierno se convirtió en un enunciador privilegiado en la po-
lítica nacional, dotándose de una fuerte identidad y agregando
al ideario desarrollista (con elementos schumpeterianos), una
mucho más potente reivindicación de la justicia social, en clave
nacional-popular (López, 2015). La progresiva concreción de
estas políticas fue construyendo un escenario que agregó vera-
cidad a la propuesta al alterar la cotidianidad. De modo que se
fue imponiendo un paradigma discursivo de los derechos que
logró suplantar a la idea de que solo el mercado debía regular
el acceso a los bienes y los servicios (Martínez, 2013). El sentido
común fue incorporando ideas más favorables a la interven-

10 Que, para poder comparar con Brasil, diremos que para 2015 consistía en un pago mensual
de alrededor de 85 dólares por niño/a, que con un promedio de 1,8 hijos/as por familia
sumaba 150 dólares por mes, alcanzando a una sexta parte de los hogares argentinos.

267
Javier Balsa

ción estatal en la economía y a políticas que persiguieran una


mayor equidad social.
La clave de construcción de una base política que apoyara el
conjunto de estas políticas fue el desarrollo de una lógica de
interpelación política de tipo populista, en el sentido que Er-
nesto Laclau le dio a este concepto. El kirchnerismo supo ar-
ticular en ese «pueblo» a un conjunto de fuerzas con lógicas y
tradiciones políticas distintas: una parte de los múltiples sec-
tores populares movilizados desde los años noventa o desde
el 2001 (aglutinados en fuerzas vinculadas, en algunos casos al
peronismo, y en otros a diversas tradiciones de izquierda), di-
rigentes políticos peronistas, e incluso radicales (algunos con
gran capacidad para obtener apoyos electorales a nivel local
o provincial; en muchos casos, solo atraídos y controlados a
través de los recursos financieros del gobierno nacional), sec-
tores del campo político «progresista» (provenientes del radi-
calismo, del Frepaso y de espacios de la izquierda) y también
figuras del ámbito de la cultura, del campo intelectual y de los
movimientos defensores de derechos humanos y sociales. En
este sentido, el kirchnerismo reconstruyó un «pueblo» con un
sentido mucho más plural que el que tradicionalmente había
interpelado el peronismo.
Ahora bien, si las elecciones presidenciales de 2007 y 2011 de-
mostraron la eficacia de esta interpelación populista, en cam-
bio, las de 2015 dieron cuenta de su contingencia. La lógica
cada vez más agonal, con ribetes antagonísticos, que permitió
fortalecer una mística militante y una base social plural pero
relativamente restringida, a la vez alejó a los sectores más mo-
derados que antes conformaban la alianza, que no compartie-
ron el tono de confrontación que la implementación de esta
lógica implica. Además, una parte de la ciudadanía, incluso
una porción de los que se consideran de «centro-izquierda» no
se sintieron a gusto con el despliegue de esta lógica agonal des-
de el propio Estado. Aquí hay un problema de mayor alcance
que la situación coyuntural. Por otro lado, este despliegue de
una lógica agonal es difícil de implementar desde el Estado, en
particular si no hay una ruptura de tipo revolucionaria, por lo

268
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

cual tampoco fue desplegada de un modo consecuente, sino


con cierta «tibieza» y combinada con una discursividad de «los
derechos» que se vincula más con la lógica administrativista
por su perfil universalizante. Por otro lado, pero vinculado con
esto, esta lógica de derechos se articuló con un fuerte perfil
estatalizante, era «el Estado» el que garantizaba derechos, y no
la lucha popular y sus organizaciones. Era «Cristina» la que los
daba y no un proceso de organización popular.
Al mismo tiempo, la construcción de ese «pueblo» no fue con-
vocante de todos los sectores beneficiados por las políticas kir-
chneristas. Una buena parte de las capas medias no se sintió
interpelada, y fue profundizando sus aspiraciones de distin-
ción frente a «lo popular». Las apelaciones a una lógica solida-
ria (sintetizada en la consigna de Cristina «la patria es el otro»)
alcanzó a los sectores cercanos al kirchnerismo, pero no a quie-
nes procuraron diferenciarse de aquellos que se beneficiaban
de forma más explícita del apoyo estatal (los «planeros»), a pe-
sar de que la mayoría de la población recibía subsidios a su uso
de servicios públicos o disfrutaba de las políticas de apoyo al
consumo. Sobre este deseo de distinción, operaron las fuerzas
de la derecha para ir minando las bases de sustentación popu-
lar del kirchnerismo. La fuerte regulación estatal de la adqui-
sición de dólares (el denominado «cepo») acrecentó la actitud
opositora de los sectores medios-altos (en Argentina, al menos
desde la década de 1970 la mayor parte de los ahorros y la tota-
lidad de las operaciones inmobiliarias se realizan en dólares).
Además, el feroz ataque de los medios concentrados golpeó
la credibilidad del gobierno en varios flancos (las constantes
denuncias de corrupción, la instalación de la sospecha de cul-
pabilidad del gobierno en la muerte del fiscal federal Nisman,
las críticas cotidianas a la «inseguridad», la objeción a que to-
das las voces fueran oficialistas en los medios de comunicación
estatales, el reproche al uso excesivo de la cadena oficial, etcé-
tera). Cuestiones que construyeron lo que Borón (2016) deno-
mina el «vulgorepublicanismo».
El conjunto de estas operaciones fue consolidando una identi-
dad anti-kirchnerista que, más que adherir firmemente a nue-

269
Javier Balsa

vas fuerzas políticas, pasó a estar en disponibilidad de apo-


yar cualquier candidato que pudiera derrotar al kirchnerismo.
Esta identidad opositora se afianzó como acto reflejo frente a
la politización creciente de la base kirchnerista. Es que la lógica
populista promueve, justamente, la politización y el antagonis-
mo, con la ventaja de generar la activación política de la propia
base de adherentes, pero también la desventaja de consolidar
reactivamente las pasiones de los contrarios (la «grieta»).
En este punto, una debilidad del gobierno y una fortaleza de
la oposición fue la cuestión de la unicidad o pluralidad de vo-
ces. El discurso kirchnerista, repitiendo los problemas de los
populismos clásicos, se caracterizó por una enunciación única,
centrada en la figura de Cristina, y una serie de enunciado-
res/as «repetidores/as» que procuraban no desviarse de esta
enunciación oficial. Incluso enunciadores con una discursivi-
dad propia y relativamente diferente de la kirchnerista, como,
por ejemplo, el intendente de Morón, Martín Sabbatella, que
tenían una notoria capacidad interpelativa hacia los sectores
de clase media progresista y no kirchnerista, terminó adecuán-
dose a la discursividad «cristinista», y perdiendo gran parte de
su convocatoria. En cambio, el anti-kirchnerismo se caracteri-
zó por poseer múltiples enunciadores, desde las más diversas
posiciones ideológicas (el republicanismo, el autoritarismo, el
progresismo y el odio a los pobres, entre otras perspectivas)
pero que, en el escenario del balotaje de 2015 (y luego también
durante el gobierno de Cambiemos) supieron indicar el apoyo
hacia esa figura con escasas capacidades discursivas como es
Mauricio Macri (tal vez sí, un significante vacío, casi natural-
mente vacío).
Por otro lado, el hecho relativamente novedoso de desple-
gar esta lógica antagonizante desde el propio aparato estatal,
generó extrañeza y rechazo en amplios sectores que estaban
acostumbrados a que, desde el Estado, emanara una discursi-
vidad de tipo más universalista y apolítica, que se presentase
como agente de un pretendido «bien común». Incluso, hasta es
probable que alguna porción de la población haya considera-
do que las políticas redistributivas del kirchnerismo se habían

270
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

vuelto inamovibles y, por lo tanto, haya pensado que, aunque


cambiara el gobierno, no podrían ser revertidas.
Por último, el estancamiento relativo en que entró la econo-
mía a partir del 2012, el ascenso de la inflación y el impacto
creciente del impuesto a los ingresos de los asalariados me-
jor remunerados, terminaron por sumar más adhesiones al
anti-kirchnerismo.
En fin, cada uno de estos procesos, operaciones y factores más
objetivos fue quitando pequeñas porciones de la base de sus-
tentación al proyecto kirchnerista, hasta que, en su conjunto,
tuvieron un efecto significativo en las preferencias electorales.
Por último, la propia candidatura de Scioli no logró entusias-
mar a la propia base militante, al tiempo que la presencia de
Massa capturó la parte del electorado (21%) que podría haber
preferido el perfil moderado de Scioli. El resultado de todos
estos factores redujo el total de votos hacia el kirchnerismo,
en la primera vuelta de la elección presidencial, del 54% en
2011 al 37% en 2015. Pero lo determinante fue la capacidad de
Macri, en tanto candidato anti-kirchnerista, de subir del 34%
al 51,4%, de la primera a la segunda vuelta electoral (frente al
48,6% que alcanzó Scioli).
En Brasil, en relación con las dos lógicas de articulación he-
gemónicas, lo primero que llama la atención es que, especial-
mente, a partir de la campaña electoral de 2002 y luego desde
la presidencia, Lula va a abandonar el discurso de separación
entre «el pueblo» y «la élite». Como analiza Gabriel Mendes
(2004: 10), en 1989 Lula construía discursivamente dos espa-
cios: de un lado, lo que él llamaba «el conjunto de la sociedad»,
formado por los campesinos, el pueblo oprimido, los sectores
medios, los intelectuales, los funcionarios públicos, el pequeño
y mediano agricultor, el pequeño y mediano comerciante, el
pequeño y mediano empresario y los descalzos y desposeídos,
y, del otro lado, estaba el poder económico –los terratenien-
tes, los grandes empresarios, los banqueros, los dueños de las
grandes cadenas de comunicación y de supermercados-. Po-
demos observar que, en esta construcción de dos espacios so-

271
Javier Balsa

ciales, uno al tiempo que recorta un sector particular, aunque


mayoritario, es presentado al mismo tiempo como «el conjun-
to» «de la sociedad».
Según Mendes (2004), este discurso que establecía una contra-
dicción entre a «elite e povo» se mantuvo hasta 1998, más allá
de que la propuesta global del PT ya no era tan radical como
diez años antes. En cambio, en la campaña de 2002, Lula pro-
pone un pacto social entre el capital y el trabajo, incluso mante-
niendo cierta retórica de cambio en relación con el status quo.
Coincidentemente ya no se presenta como el representante de
las luchas de los trabajadores, sino como un gran negociador
que llevaría adelante un gobierno de diálogo y de paz. Ya no es
alguien que representa el conflicto, sino alguien que lo resuel-
ve. Las contradicciones tienen que ser anuladas para lograr
que Brasil vuelva a crecer. En similar sentido, Diane Southier
(2017) argumenta que se procuró constituir a Lula como un
«significante vacío», que no confronta con nadie, y que puede
llegar a ocupar la representación del Brasil como un todo.
Este cambio discursivo era coherente con una estrategia de no
confrontación, de procurar cambios graduales dentro del or-
den, tal como sintetizó André Singer (2012: 123). Como analiza
Gómez Bruera (2015), paralelamente, hubo un abandono de la
idea de que existía un «modelo petista de gobernar», basado
en la participación popular, tal como se había desarrollado en
varias de las intendencias que había tenido durante los años
noventa el PT, o incluso intentado desplegar en algunos de los
estados. El balance que realizó la dirección nacional del PT era
que no habían sido exitosos los intentos de trasladar estas ex-
periencias participativas del nivel municipal al estadual, por lo
cual menos aún podría hacerse a nivel nacional. Por lo tanto,
y en especial luego de la crisis desatada por el descubrimiento
de pagos a legisladores de varios partidos a cambio de votos
en el Congreso Nacional, el PT adoptó el modelo de gober-
nabilidad basada en el acomodo elitista, tradicional en Brasil,
que tiende a aceptar la distribución de poder y los arreglos
institucionales existentes, y busca acomodar a los actores es-
tratégicos dominantes (Gómez Bruera, 2015: 39). La mayoría

272
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

de los delegados nacionales del PT pasó a apoyar esta política,


por ejemplo, en la votación favorable a un acuerdo para las
elecciones de 2007 con el PMDB (61%, cuando en 1997 solo un
15% lo había hecho).
Esta discursividad «universalista» fue acompañada por una
combinación de políticas económicas ortodoxas y keynesianas,
y el despliegue de un amplio plan asistencialista focalizado en
los sectores más marginales, destacándose el plan Bolsa Fami-
lia, que llegó a alcanzar a algo más de un quinto de las familias
brasileñas, otorgándoles una retribución económica de alrede-
dor de 60 dólares mensuales.
Los resultados de este cambio discursivo y de políticas en Bra-
sil no parecieron inicialmente negativos. Se evitó el peligro,
tan temido, de un rápido derrocamiento del gobierno del PT
(aunque, evidentemente, esto terminó ocurriendo, 14 años más
tarde). El país logró altas tasas de crecimiento hasta 2010, al
menos en comparación con lo ocurrido antes. El desempleo se
redujo del 13,5% en 2003, al 4,6% en 2014. El salario mínimo
real se elevó en un 70%, en estos mismos años. A través de una
gran cantidad de políticas inclusivas puntuales se fue logrando
un paulatino pero sostenido ascenso económico social de los
sectores populares (Burgos, 2016: 12). Consiguientemente, los
niveles de aprobación del gobierno de Lula terminaron siendo
altísimos. En este sentido, no solo logró su reelección, sino que
su delfina, Dilma Rousseff, se impusiera dando continuidad
al gobierno del PT y que, incluso, fuera ella también reelecta.
Sin embargo, Dilma fue derrocada por un golpe parlamen-
tario. La bancada de diputados del PT era mucho menor en
2014 que en 2002. En buena medida por la adaptación del PT
a la lógica acuerdista de la política brasileña, quedó preso de
acuerdos con un conglomerado de partidos de centro-derecha
o derecha, ya que la reforma política nunca fue encarada. Al
mismo tiempo, tampoco el PT creció como fuerza política en
las bases.
Una posible explicación de la viabilidad de este derrocamien-
to tendría como base la constatación de que la interpelación

273
Javier Balsa

«universalizante» del lulismo no tuvo la eficacia esperada. El


discurso universalizante y la propia imagen de Lula como sig-
nificante tendencialmente vacío que simbolizase la unidad del
Brasil y la superación de los conflictos sociales no funcionó.
Por el contrario, se puede observar que los odios y los discur-
sos antigualitaristas (y en muchos casos, directamente pro-
tofascistas) han logrado capturar una importante porción de
la población, y con gran capacidad para reproducir estas dis-
cursividades en diversos ámbitos, apelando, por cierto, a una
histórica hegemonía de este sentido común antipopular que
procura mantener en la marginalidad a los descendientes de
los esclavos.
Es que, más allá de su discursividad textual, la propia imagen
de Lula, nordestino y exobrero, y el reformismo moderado,
inclusive descripto como «flaco» (Fagnani, 2017: 123) y pode-
mos agregar «culposo», que fue abriendo el acceso a espacios
sociales antes vedados para los sectores más bajos (desde las
Universidades, hasta los centros comerciales o los aeropuer-
tos), resultaban sumamente disruptivos para el orden jerár-
quico y post-esclavista que continuaba imperando en Brasil
hasta comienzos del siglo XXI. El discurso de Lula procuraba
presentarse como por encima de toda diferencia social, pero
su imagen mostraba que el orden podía ser trastocado. La
subautovaloración que el orden jerárquico postesclavis-
ta había logrado introyectar en muchos de los marginados
(Souza , 2017), era claramente puesta en crisis por la llegada
de Lula a la presidencia. Y, por más tímidas que fueran sus
políticas, las mismas le daban verosimilitud a esta promesa de
integración de este tercio de la población brasileña que ha sido
históricamente mantenido en la marginalidad (por ejemplo, el
número de estudiantes en las universidades públicas pasó de 3
a 8 millones). Obviamente, aquí se combinó cierto interés eco-
nómico más directo en mantener una mano de obra barata dis-
ponible para auxiliar con bajos salarios y escasísimos derechos
laborales a amplios sectores de las capas medias, con un deseo
de que no desaparezca la «distinción» social de estos sectores
en relación con los pobres.

274
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

Entonces, si el PT procuró instalar una discursividad «univer-


salizante», la élite y las capas medias protofascistas y, final-
mente, también las liberales, desplegaron una discursividad
altamente agonal, incluso podríamos decir antagonizante.
Ante la falta de un sentimiento de «culpa» por el pacto «anti-
popular», esta discursividad pudo desplegarse con una base
casi de sentido común en amplios sectores de la sociedad bra-
sileña. Y fue frente a esa agonalidad, que el gobierno del PT
se encontró desarmado. Perdió la capacidad para disputar la
calle, tal como se corroboró en 2013 y luego con la debilidad
que tuvo frente al impeachment y al encarcelamiento de Lula.
Frente a esta medida, varios militantes hablaron de un «17 de
octubre» lulista, pero solo unos pocos millares de militantes se
congregaron para impedir su detención, y no hubo mayores
disturbios en el conjunto del país. Incluso tampoco los hubo
cuando a los millones de sus seguidores se les impidió votar
por su candidatura presidencial al ser ésta bloqueada judicial-
mente.
Podemos proponer la hipótesis de que una discursividad «uni-
versalizante» y «administrativista», que procuró todo el tiem-
po evitar la confrontación, la construcción de un «pueblo»/po-
pular y de un «enemigo del pueblo», el llamado a una «batalla
cultural» contra los pactos antipopulares (que hacen perdurar
en la marginalidad a la gran mayoría de los descendientes de
los esclavos) y el despliegue de una dinámica movilizadora,
terminaron reduciendo notoriamente la capacidad de inter-
pelación a la base petista. Como señala Maringoni, la utopía
de que podía desplegarse un modelo de desarrollo en el que
todos ganaban, resultó completamente desmovilizante (Ma-
ringoni, 2017: 41). Retomando a Burgos (2016: 8), si era cierto
que los gobiernos petistas mostraron las posibilidades de la
emergencia de una nueva hegemonía y de un nuevo bloque
histórico, como profundización de un proyecto democráti-
co-participativo, podemos agregar que también mostraron las
serias limitaciones de procurar fundar una hegemonía en un
proyecto que simplemente se presenta como democratizador
y participativo, sin construir una discursividad agontal y, en el

275
Javier Balsa

caso latinoamericano, fuertemente populista. Si la emergencia


de un nuevo tipo de sindicalismo, vinculado a la CUT, y de
una serie de movimientos populares, entre los que se destaca
el MST, puede considerarse como un proceso de autoidentifi-
cación de un «nuevo pueblo brasileño» (Burgos, 2016: 13), el
paso que no logró desarrollar el PT fue mantener la agonali-
dad que esta construcción tenía en los años noventa, una vez
que arribaron al control de buena parte del Estado. Es decir,
de construir un «pueblo» contra la «élite», no necesariamente
para acabar con la élite (los populismos nunca lo realizaron),
sino para negociar con una gran fuerza popular para imponer
un modelo socio-económico reparador de siglos de injusticias
y marginaciones, en términos de Burgos, un «nuevo bloque
histórico» (Burgos, 2016: 15).
La hipótesis contrafáctica, formulada mirando la experiencia
argentina, es que un discurso más agonal hubiera permitido
mantener o, incluso, acrecentar la fuerza militante del PT, y
también interpelar a sectores de las capas medias y, más cla-
ramente, de los trabajadores sindicalizados para consolidar un
campo popular que se sintiera parte de un proyecto que refor-
maba la sociedad brasileña. Para ello hubiera sido necesario
«denunciar» el «pacto antipopular» de la élite con las capas
medias, tal como lo describe Jessé Souza (2017). Combatir el
«apartheit» racial y social, y la creencia de que hay gente que
ha nacido para servir. Una creencia que, si bien, proviene de
la esclavitud, no desaparece con ella ni con el desarrollo capi-
talista, como muchos intelectuales sostenían. Por lo cual, para
desterrarla había que saber instalar la «culpa» de la no repara-
ción del daño generado por siglos de esclavitud y de la heren-
cia que ella dejó. Al menos, debería haberse tratado de sumar a
ese 20% de clase media «sensible» y al 15% «crítico», y tratado
de impedir que el 30% protofascista no «saliera del armario»,
como ocurrió luego del 2013.
Al no sumar a un proyecto popular a los sectores medios no
integrados al proyecto de la élite, porque no construyó ese sen-
tido de separación, se incrementó la capacidad de los sectores
medios integrados para funcionar como representantes aspira-

276
Sobre las dos lógicas de la hegemonía y su aporte para pensar las potencialidades
y los límites de las experiencias populistas

cionales de los sectores medios no integrados. Evidentemente,


para poder desplegar la «batalla cultural» que hubiera impli-
cado estas políticas agonales (que de hecho tenían ya una base
de sustentación en las medidas populares implementadas),
resultaba imprescindible contar con un sistema de medios es-
tatales, populares y comunitarios que, al menos, equilibrara el
poder comunicacional de los medios concentrados. Pero nada
de esto se hizo durante los gobiernos del PT (Barbosa y Ek-
man, 2017: 311-316). La diferencia con Argentina resulta, en
este punto, notoria.

5. Reflexiones finales
Evidentemente hubo muchas otras cuestiones que limitaron
las capacidades emancipatorias en estos procesos argentino y
brasileño. En particular, considero que hubo tres grandes limi-
taciones en ambas experiencias políticas: la falta de una fuerza
militante de masas y organizada (pre-existente en el caso bra-
sileño, pero fuertemente debilitada desde los años noventa, y
prometida pero nunca organizada en el caso argentino), el in-
tento de construir la hegemonía en base a la expansión del con-
sumo, y la carencia de un claro proyecto de coalición de clases.
Una fuerza política de masas, sólidamente organizada, pero
también con debate político en su interior y que procesara la
pluralidad de sectores que se sentían interpelados por el kir-
chnerismo y el lulismo, hubiera permitido dar la batalla frente
a los poderes concentrados con mucha mejor correlación de
fuerzas. Por otro lado, más allá de cierto trabajo ideológico-cul-
tural (más fuerte en el caso argentino, aunque más destinado
a fortalecer la base propia que a interpelar a los no kirchneris-
tas), pareciera que se hubiera esperado que los diversos me-
canismos expansores del consumo de los sectores populares y
de las capas medias alcanzaran para construir una hegemonía.
En este punto se ignoró que muchos actores, en especial de las
capas medias, prefieren pensar que la ampliación de la capaci-
dad de consumo se debe a su propio esfuerzo, y no a las polí-
ticas gubernamentales; que las ansias de consumo, por su pro-

277
Javier Balsa

pia lógica, nunca se satisfacen y que, incluso, la ampliación de


la capacidad de consumo para garantizar un sólido mercado
interno, como contracara impulsa las conductas consumistas,
base de un modo de vida mucho más acorde al individualismo
neoliberal.
Por último, no se explicitaron las coaliciones de clase que de-
bían sustentar los proyectos, no se articuló claramente con los
intelectuales orgánicos y/o representantes de tales clases, de
modo que no se consolidó una alianza de clases que garanti-
zara que estas clases y fracciones defendieran el modelo con
el «ardor combativo» que Gramsci plantea que deben tener,
sobre todo, en los momentos decisivos.
Sin embargo, más allá de estas tres limitaciones puntuales, y
relativamente comunes, de las estrategias políticas del kirch-
nerismo y del lulismo, considero que la clave para diferenciar
estos procesos fue el distinto peso que cada una de ellas dio a
las lógicas «administrativistas» o «agonales» en sus intentos
por disputar la hegemonía.

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280
Antonio Gramsci: continuidad del
materialismo científico en el contexto del
imperialismo*

José Carlos Lezcano1

Introducción
«Las ideas de la clase dominante son, en cada época, las ideas dominantes,
esto es, la clase que es la fuerza material dominante de la sociedad y, al
mismo tiempo, su fuerza espiritual dominante. La clase que tiene a su dis-
posición los medios de producción material dispone también de los medios
de producción espiritual, de modo que a ella están sometidos aproximada-
mente al mismo tiempo los pensamientos de quienes carecen de los medios
de producción espiritual. Las ideas dominantes no son otra cosa que la
expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, son las relaciones
materiales dominantes fijadas en ideas; por tanto, son la expresión de las
relaciones que hacen de una clase la clase dominante, son las ideas de su
dominación» (Marx & Engels, 2015).2
Gramsci no es el primero en su tradición teórico-práctica en
preocuparse por el problema de la hegemonía. Marx, Engels
y Lenin ya habían dedicado extensos análisis al respecto, por
lo que debemos considerar al italiano como un continuador y
profundizador del materialismo científico.
En La ideología alemana, texto escrito entre 1845 y 1846, Marx
y Engels abordan de una forma magistral el problema de la

* Este artículo forma parte de un trabajo más extenso (Lezcano, 2015), que está en proceso
de edición para su publicación a cargo del centro de investigaciones sociales Cultura y
Participación (CyP). Su elaboración es producto de un esfuerzo colectivo de compañeros
y compañeras que pertenecen al movimiento universitario, a organizaciones sociales y
políticas, campesinas, feministas, y a los círculos de lectura, a quienes va especialmente
dirigido el material, como una forma de devolución de las discusiones que hemos tenido
y seguimos teniendo en nuestros encuentros.
2 Traducción libre del portugués. Cursivas originales.

281
José Carlos Lezcano

hegemonía, aunque la palabra no se mencione más que un par


de veces y no en el mismo sentido que luego tendrá en la obra
de Gramsci.
La crítica de la concepción idealista de la historia que hacen
los fundadores del materialismo científico, en la forma de una
crítica de la filosofía post-hegeliana, entendiéndola como ex-
presión de los intereses de la burguesía de su país, en el marco
de las primeras revoluciones proletarias que agitaban además
de Alemania, gran parte de Europa, es un tratado sobre el pro-
blema de la hegemonía, en su relación más profunda, la que se
refiere a las concepciones de mundo o cosmovisiones.
Marx y Engels encontraron que no son las formas de conciencia
de las personas las que determinan el ser, sino por el contra-
rio, es la existencia social la que determina dicha consciencia
(Marx, 2011). Las formas de conciencia se reifican y se repro-
ducen, y a su vez también determinan las prácticas sociales,
aunque a la hora de encontrar las explicaciones de los fenóme-
nos siempre será la realidad material la que prime por sobre
las ideas (Engels, 2008)3.
Nos encontramos en pleno siglo XXI y para muchos podría
parecer innecesaria la exposición, aunque sea abreviada, de
estos principios gnoseológicos y epistemológicos, pues a la luz
de los avances científicos que ha logrado la humanidad hoy
ellos parecen muy evidentes. Sin embargo si uno observa con
detenimiento todo el ambiente académico nacional y mundial,
podrá percatarse de que aún persisten las tesis idealistas en
los diversos ámbitos de producción intelectual, y ellas, mucho
más que hace dos siglos, siguen constituyendo una traba más
al desarrollo de los pueblos.
Si se trasciende el ambiente «culto» y si se pone la mirada en
el mundo cotidiano de la familia, la televisión, la industria cul-

3 «... Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia deter-
mina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos
afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es
el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda», F.
Engels, en carta a Joseph Bloch, setiembre de 1890.

282
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

tural, la educación formal, los libros de divulgación, los pe-


riódicos, las redes sociales... se ve claramente que insistir en
estos principios, y sobre todo, desempolvarlos y desarrollarlos
consecuentemente constituye una tarea urgente.
Gramsci ha sido un continuador de estos principios. En los
Cuadernos de la Cárcel demuestra explícitamente su interés
por apegarse a ellos.
Es en este esfuerzo de apegarse a una concepción materialista
de la historia que Gramsci ha sido un riguroso seguidor del le-
gado teórico-práctico de Lenin, a quien describe de la siguien-
te manera:
«Marx inicia intelectualmente una era histórica que probablemente dura-
rá siglos [...] Hacer un paralelo entre Marx e Ilich [Lenin] para llegar a la
jerarquía es estúpido y ocioso: expresan dos fases: ciencia-acción, que son
homogéneas y heterogéneas al mismo tiempo. Así, históricamente, sería
absurdo un paralelo entre Cristo y San Pablo: Cristo-Weltanschauung,
San Pablo organización, acción, expansión de la Weltanschauung: ambos
son necesarios en la misma medida y ambos son de la misma estatura his-
tórica», (Gramsci, 1984).
Carlos Nelson Coutinho afirma que la gran pregunta que el
dirigente italiano busca responder, con un alcance histórico y
universal, es la de por qué a pesar de las profundas crisis económicas
del sistema capitalista y de las aparentes situaciones revolucionarias
producidas en gran parte de Europa occidental en el período de pos II
Guerra Mundial, no fue posible repetir la experiencia victoriosa de la
revolución rusa (Coutinho, 2012).
El gran objetivo de Gramsci fue la transformación de la socie-
dad en un sentido que logre emancipar a las masas de su situa-
ción de opresión, y esto justamente lo llevó a convertirse en un
peligroso enemigo del fascismo. Ésta es una de las resonancias
significativas de Gramsci para la actualidad, cuando estamos
viviendo en todas partes del mundo un proceso de reorgani-
zación de los movimientos y grupos de reaccionarios con sus
discursos de odio de diversa índole.

283
José Carlos Lezcano

Ignorar la centralidad que tiene en la obra del italiano la bús-


queda objetiva de una verdadera transformación de la socie-
dad, constituye una distorsión de su propuesta.
El autor brasileño advierte de evitar dos posiciones a la hora
de analizar el trabajo de Gramsci; por un lado, la que ubica sus
planteamientos teóricos como diferentes y hasta opuestos a los
de Lenin y, por otro, la que minimiza los aspectos innovadores
respecto a la obra teórico-práctica del dirigente ruso (Coutin-
ho, 2012).
En tal sentido, este artículo coincide con lo planteado por Cou-
tinho en términos de que existe una afirmación del núcleo
duro y de la relación continuación / superación. Sin embargo,
en otros aspectos Gramsci es innovador frente a Lenin, aunque
estos aspectos son principalmente de carácter táctico. En este
tema este artículo disiente con Coutinho, quien sostiene que
existe un planteamiento diferente en términos estratégicos en-
tre ambos.
La obra teórico-práctica de Antonio Gramsci cobra carácter
histórico y universal únicamente en el marco del materialismo
científico. Las demás interpretaciones terminan reduciendo el
alcance y el significado de la obra del dirigente italiano.
La obra de Antonio Gramsci es de un indudable peso univer-
sal y su incorporación a la realidad latinoamericana ha pro-
ducido una amplia producción teórica (Hesketh, 2019). En
Paraguay su recepción ha tenido al parecer varios momentos,
uno en la década del ‹ 80 (Arditi & Rodríguez, 1987), (Sch-
vartzman, 2011), otro a inicios de la década del 2000 (Lachi,
2003), y luego desde 2008 en adelante (Ferreira & Quevedo,
2013); (Estigarribia & Torrents, 2014), (Quevedo, 2014), (Lez-
cano, 2015) y (Monges, 2018). En absoluto esta consideración
bibliográfica pretende ser exhaustiva, sino más bien indicar
una posible dirección para futuras investigaciones sobre la
recepción de Gramsci en Paraguay. A pesar de las limitacio-
nes que pueda tener esta revisión, se puede sostener que la
recepción de Gramsci en el Paraguay es incipiente, tanto en

284
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

términos cuantitativos comparando con la producción exis-


tente en la región; así también, en cuanto a la profundidad
del debate en torno al materialismo en general y a la obra
gramsciana en particular, puesto que las obras de mayor di-
fusión, como las de Arditi y Rodríguez y la de Schwartzman
se alejan de Gramsci, dándole un «uso» diferente a las cate-
gorías por él planteadas4.
El contexto de producción de la obra gramsciana está marcado
por lo que Lenin llamó la bancarrota de la Segunda Interna-
cional. Entre varios textos, el conocido como Las tesis de Lyon,
cuyo título original es: La situación italiana y las tareas del PCI,
(Gramsci, 1981b), permite una clara comprensión de los prin-
cipales problemas con los que Gramsci y sus camaradas se en-
frentaron. Dicho texto es el penúltimo escrito por el italiano
fuera de la cárcel, lo que implica una perspectiva teórica y po-
lítica cargada con las experiencias de los Consejos de Fábrica,
tanto su emergencia como su derrota, es decir, es un texto de
transición entre su obra carcelaria y los escritos juveniles. Ade-
más es un escrito producido para el III Congreso del Partido
Comunista Italiano, del que él mismo había sido el fundador,
siguiendo la línea de la Tercera Internacional.

La ampliación gramsciana de la teoría del Estado


«Así, pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera
a la sociedad; tampoco es ‹la realidad de la idea moral›, ni ‹la imagen y la
realidad de la razón›, como afirma Hegel. Es más bien un producto de la
sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confe-
sión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción
consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es
impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas cla-
ses con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no
consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder
situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar
el choque, a mantenerlo en los límites del ‹orden›. Y ese poder, nacido de la
sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella cada vez

4 El desarrollo de esta crítica a las interpretaciones posmodernas y liberales, así como las
recepciones locales, queda para otra publicación por razones de espacio.

285
José Carlos Lezcano

más, es el Estado», Engels, F. 1884, El origen de la Familia, la Propiedad


Privada y el Estado, Editorial Cártago, Buenos Aires.
La concepción gramsciana de Estado integral, constituye una
ampliación dialéctica (Coutinho, 2012) de la teoría materialista
sobre el Estado.
El concepto de Estado integral o Estado ampliado5, no es una
categoría ideal, sino una abstracción concreta sobre un período
histórico, relacionado inseparablemente con una fase histórica
del capitalismo, el imperialismo, por ello también su impor-
tancia y relevancia para comprender nuestro proceso actual
(Thwaites, 2010).
Este Estado burgués se transforma a través del tiempo, pero
su esencia se mantiene: la de ser un organismo especial de re-
presión de una clase sobre el conjunto social. Al mismo tiempo
se desarrollan nuevas determinaciones que corresponden al
avance propio del sistema y de sus permanentes crisis, no se
trata de un camino lineal. Este Estado moderno es el producto
de la crisis del sistema feudal y la emergencia de la burguesía
como clase económicamente dominante primero y, con el co-
rrer de los siglos, como la clase que logra establecer su supre-
macía.
La formación del ejército permanente, la recaudación de los
impuestos, el sistema judicial y penitenciario de los siglos XVI
en adelante y la deuda pública, son a grandes rasgos los ele-
mentos constantes que persistieron en esencia hasta hoy, con
las modificaciones propias de cada época.
Si bien Marx y Engels han abordado en su momento el proble-
ma que Gramsci iría a desarrollar, las formas del Estado sobre
las que éste último teorizó, aún eran incipientes en el contexto
que tocó vivir a los fundadores del materialismo científico. Le-
nin profundizó el análisis para entender las transformaciones
del capitalismo en imperialismo y al observar el desarrollo de
los acontecimientos en Europa ya pudo percatarse de las difi-

5 Ambos conceptos refieren a lo mismo. El término Estado integral es usado por Gramsci,
mientras que Estado ampliado es un término utilizado por sus intérpretes.

286
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

cultades que enfrentaba el proceso revolucionario en los países


desarrollados (Lenin, 1976)6, colocando de esta manera la pre-
ocupación central que Gramsci luego intentará responder a lo
largo de su obra.
El aporte de Gramsci ha sido un desarrollo en el terreno de la
filosofía y de la teoría política, en cuyo marco la categoría hege-
monía emerge como necesidad para realizar una crítica de las
sociedades capitalistas avanzadas, a las que él se refería como
sociedades occidentales, y su aplicación de este análisis al proble-
ma de la estrategia revolucionaria (Buci-Glucksmann, 1978),
(Thwaites Rey, 1994), (Simões, 2010).
El italiano constata a partir de un análisis morfológico, que
existe una diferencia entre las sociedades económica y social-
mente atrasadas, a las que él denomina orientales7, y las socieda-
des occidentales.
«En Oriente el Estado [en sentido estricto]8 lo era todo, la so-
ciedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre el
Estado [coercitivo] y sociedad civil había una justa relación y

6 «La revolución no llegará tan pronto como esperábamos. La historia lo ha demostrado, y


debemos ser capaces de tomarlo como un hecho, de aceptar que la revolución socialista
no puede comenzar tan fácilmente en los países avanzados, como comenzó en la tierra
de Nicolás y Rasputín, la tierra donde para una enorme parte de la población era
completamente indiferente qué pueblos vivían en las regiones apartadas y qué ocurría
allí. En tal país fue muy fácil comenzar la revolución, tan fácil como levantar una pluma.
Pero comenzar la revolución sin preparación en un país donde el capitalismo está
desarrollado y ha dado cultura y organización democrática a todos, hacerlo así sería
erróneo, absurdo. Allí estamos apenas acercándonos al penoso período del comienzo
de revoluciones socialistas. Eso es un hecho. No sabemos, nadie sabe, quizá –es muy
posible– triunfe dentro de pocas semanas: hasta dentro de pocos días, pero no podemos
jugar todo a esa carta. Debemos estar preparados para dificultades extraordinarias, para
derrotas extraordinariamente graves, que son inevitables porque la revolución en Europa
aún no ha comenzado, aunque puede comenzar mañana; y cuando comience, entonces,
naturalmente, no estaremos atormentados por dudas, ya no se planteará el problema de
una guerra revolucionaria, sólo habrá una ininterrumpida marcha triunfal», Lenin, V. I.
1976, Obras completas Tomo 28, Akal, Madrid.
7 Haciendo especial referencia a la Rusia zarista y a la realidad italiana principalmente la
del sur de Italia.
8 Perry Anderson, en su texto Las antinomias de Gramsci, sostiene que hay una oposición
entre la noción de Estado de Gramsci y la noción de sociedad civil, apoyándose
principalmente en esta cita. Lo que aparece entre corchetes es un agregado al texto original
que en este artículo se plantea como una interpretación que busca ser más consecuente
con la obra del italiano.

287
José Carlos Lezcano

en el temblor del Estado se discernía de inmediato una robus-


ta estructura de la sociedad civil. El Estado [restringido] era
sólo una trinchera avanzada tras la cual se hallaba una robusta
cadena de fortalezas y de casamatas; en mayor o menor medi-
da de un Estado [nacional] a otro, se comprende, pero preci-
samente esto exigía un cuidadoso reconocimiento de carácter
nacional» (Gramsci, 1984).
Con esta distinción, está denotando un problema para el de-
sarrollo de las experiencias revolucionarias, ya que en socie-
dades occidentales, en las que existía una justa relación entre la
sociedad política y la sociedad civil, ante cualquier amenaza
de crisis, ante el temblor del Estado, se discernía de inmediato una
robusta estructura de organizaciones supuestamente privadas
que actuaban en un sentido de conservación del orden.
Con esta diferenciación, que parte siempre de la economía,
Gramsci está colocando la necesidad de estudiar y analizar
una realidad propia de las sociedades que él llama occidenta-
les, en las que además de los aparatos represivos del Estado, se
habían desarrollado también aparatos de hegemonía, los cuales
también forman parte del Estado y de la supremacía de la bur-
guesía sobre la sociedad.
Esta realidad histórica, de inicios del siglo XX, época del im-
perialismo maduro, colocaba ante las organizaciones revolu-
cionarias la necesidad de adecuar los métodos y las formas de
organización para cumplir sus objetivos históricos.
Será ligada a esta problemática, y a partir de la distinción en-
tre sociedades orientales y occidentales, que aparecerán las re-
flexiones gramscianas en torno a la organización de la cultura y el
rol de los intelectuales, el Estado y el partido político, la hegemonía y
la dominación, la guerra de posiciones y guerra de movimiento.
Gramsci planteó una amplia gama de problemas teóricos den-
tro de la tradición del materialismo histórico. Uno de los princi-
pales ha sido la ampliación del concepto de Estado (Coutinho,
2010); (Simões, 2010); (Thwaites Rey, 1994).

288
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

Gramsci observa que el Estado es parte de una formación


histórica determinada que se desarrolla a partir de las con-
tradicciones entre clases sociales. A su vez, el Estado desde
la segunda mitad del siglo XIX no se compone únicamente de
aparatos represivos, sino también de aparatos de hegemonía que
apuntan a organizar el consenso hacia el proyecto de la clase
dominante y a desorganizar la oposición al orden imperante.
A medida que la fase imperialista del capitalismo se desa-
rrolla, los aparatos de hegemonía cobran mayor importancia
relativa hasta llegar a establecerse en un justo equilibrio en
relación al aparato represivo del Estado. Este fenómeno se
produce debido a que el sistema económico social produce
cada vez más valor, que se concentra en una pequeña clase
desde la que se promueven y se fomentan estos organismos
de la sociedad civil.
El Estado, como expresión máxima de la sociedad capitalista
y terreno de unificación de las diversas fracciones de la clase
terrateniente y/o la burguesía constituidas como clases domi-
nantes, es una estructura que combina la dominación por medio
de la fuerza y la hegemonía por medio del consenso, para garan-
tizar la producción y reproducción del orden. En esto radica la
ampliación de Gramsci. El concepto de Estado integral emerge
del hallazgo gramsciano de que aquellas instituciones supues-
tamente privadas de la sociedad civil, formaban -y forman hasta
hoy- parte integral del Estado.
En uno de sus artículos juveniles, titulado La conquista del Esta-
do, escrito en julio de 1919, Gramsci sostiene que:
«El Estado ha sido siempre el protagonista de la historia, porque en sus
organismos se centra la potencialidad de las clases poseyentes, que en el
Estado se organizan y se ajustan a unidad, por encima de las discrepancias
y de las luchas engendradas por la competencia, al objeto de mantener in-
tacta su situación de privilegio en la fase suprema de aquella misma com-
petencia. Los enfrentamientos de las clases poseyentes se reducen, pues, a
una lucha de clase por el poder, por la preeminencia en la dirección y en la
organización de la sociedad» (Gramsci, 2007).

289
José Carlos Lezcano

En la nota sobre Estado gendarme-vigilante nocturno, de los Cua-


dernos de la Cárcel, el planteamiento se profundiza, llegando
a la siguiente formulación:
«[...] hay que observar que en la noción general de Estado entran elemen-
tos que deben reconducirse a la noción de sociedad civil (en el sentido,
podría decirse, de que Estado = sociedad política + sociedad civil, o sea
hegemonía acorazada de coerción)» (Gramsci, 1984).
Gramsci en ningún momento descarta el elemento de la repre-
sión. Se puede establecer como principio, que no existe, en el
marco del sistema capitalista internacional, una sociedad que
viva bajo la hegemonía burguesa, sin que se encuentre operante
el aspecto represivo de su dominación.
Gramsci deja bien clara su posición respecto a la estrategia, ex-
plicando que las condiciones del capitalismo avanzado hacen
solamente parcial el elemento de fuerza, pero no lo elimina.
«Sucede en el arte político lo que sucede en el arte militar: la guerra de mo-
vimientos se vuelve cada vez más guerra de posiciones y se puede decir que
un Estado gana una guerra en cuanto que la prepara minuciosa y técnica-
mente en época de paz. La estructura masiva de las democracias modernas,
tanto como organizaciones estatales cuanto como complejo de asociaciones
en la vida civil, constituyen para el arte político lo que las ‹trincheras› y
las fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posiciones: hacen
solamente ‹parcial› el elemento del movimiento que antes era ‹toda› la gue-
rra, etcétera» (Gramsci, 1999a).
Gramsci está indicando que la guerra de posición responde
a una etapa histórica más o menos larga de preparación para
el paso nuevamente a la guerra de maniobra o enfrentamien-
to abierto. Si se toma el período que va desde mediados del
Siglo XX9, hasta la actualidad, se puede observar que estas
previsiones hechas por Gramsci son sumamente acertadas.
Es decir, existe un período relativamente largo marcado en
general por la política de convivencia pacífica, de apagar los
focos revolucionarios, y de un pacto relativamente estable

9 En que entra en vigencia la política de convivencia pacífica entre las principales potencias
imperialistas: Rusia, convertida en capitalismo de estado dirigido por el revisionismo
ruso y los EEUU como principal potencia occidental.

290
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

para el reparto de zonas de influencia entre Estados Unidos,


Rusia y las demás potencias mundiales. Este período aparen-
temente pacífico está llegando a su fin, dado que las contra-
dicciones propias del sistema imperialista están emergiendo
inconteniblemente.
Hasta aquí se ha mostrado en muy apretada síntesis el desa-
rrollo histórico del Estado burgués, que requirió una amplia-
ción teórica. La ampliación es un desarrollo histórico concreto,
no se trata de un concepto abstracto.
El Estado integral10 y la estructura económica, forman una totali-
dad inseparable, es decir que cada uno de estos conceptos son
determinaciones de la realidad.
La sociedad económica es para Gramsci el ámbito de las rela-
ciones sociales de producción. En su análisis, como ya se ha
mencionado, supone las premisas fundamentales del materia-
lismo histórico y de la crítica de la economía política, aunque
su desarrollo teórico no fue completo debido a su prematura
muerte.
La sociedad política se corresponde con el Estado en sentido res-
tringido, la estructura especializada en la represión y la coer-
ción.
La sociedad civil se corresponde con el conjunto de organismos
y aparatos supuestamente privados, pero que cumplen una fun-
ción complementaria a los aparatos de represión, la cual con-
siste en la construcción y organización del consenso a favor de
la clase dominante.
El Estado, para Gramsci, es la expresión máxima de la socie-
dad capitalista y terreno de unificación de las diversas frac-
ciones de la o las clases dominantes, es una estructura que
combina la dominación por medio de la fuerza y la hegemo-
nía por medio del consenso, para garantizar la producción y
reproducción del orden. Es decir, que la sociedad política y
la sociedad civil son constitutivas del Estado en esta fase de

10 La categoría de Estado integral puede tomarse como equivalente a lo que Marx llama
superestructura de la sociedad.

291
José Carlos Lezcano

desarrollo. Las instituciones supuestamente privadas de la


sociedad civil, formaban -y forman hasta hoy- parte integral
del Estado.

Antecedente de la categoría gramsciana de hegemonía


«[…] liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores,
bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación capitalista, se habitua-
rán poco a poco a observar las reglas elementales de convivencia, conocidas
a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los
preceptos; a observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, sin
ese aparato especial de coacción que se llama Estado. [...]
Por lo tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada,
mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría.
La dictadura del proletariado, el período de transición al comunismo, apor-
tará por primera vez la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la par
con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. Sólo el comu-
nismo puede proporcionar una democracia verdaderamente completa; y
cuanto más completa sea antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por
sí misma», Lenin, V. I. 1961, El Estado y la Revolución: La teoría mar-
xista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución, Editorial
Progreso, Moscú.
Lenin utilizó el término hegemonía para referirse más especí-
ficamente a la cuestión de la dirección política y, en este sen-
tido, su obra teórico-práctica constituye el antecedente directo
e inmediato de la categoría gramsciana de hegemonía. Esto es
reconocido por el propio Gramsci en varios pasajes de sus Cua-
dernos.
La primera vez que Lenin utilizó el término hegemonía (Gruppi,
1978), fue en el texto de 1905, Democracia obrera y democracia
burguesa, el cual está incluido en la edición de Obras Escogidas
de Lenin, en 12 tomos, de la Editorial Progreso, de la cual se
tiene a mano la versión de 1973.
Lenin coloca la cuestión de la hegemonía en el marco del pro-
blema general de la contradicción entre democracia obrera y
democracia burguesa, planteando lo siguiente:

292
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

«La actitud de la socialdemocracia, o democracia obrera, ante la demo-


cracia burguesa es un problema viejo y, al mismo tiempo, eternamente
nuevo. Viejo porque está planteado desde el momento mismo en que sur-
gió la socialdemocracia11. Sus bases teóricas fueron esclarecidas ya en las
primeras obras marxistas, en el Manifiesto Comunista y en El Capital.
Eternamente nuevo porque cada paso en el desarrollo de cualquier país
capitalista brinda una combinación especial, original, de matices distintos
de la democracia burguesa y de tendencias diferentes en el movimiento
socialista» (Lenin, 1973).
Refiriéndose al problema de la conducción política del proce-
so revolucionario, en el marco de una revolución democráti-
co-burguesa en la Rusia de 1905, Lenin cuestiona profunda-
mente las posiciones oportunistas y se afirma en la posición
de que el proletariado, a través de su partido, debe apoyar el
proceso democrático y no abandonarlo en manos de la bur-
guesía. Siguiendo este camino bien claramente marcado, se
refiere a la cuestión de la hegemonía de la siguiente manera:
«La idea de la hegemonía se plasma precisamente en este apoyo [en la
revolución democrática a la burguesía liberal rusa] del único demócrata
consecuente hasta el fin, es decir, del proletariado, a todos los demócratas
inconsecuentes (o sea, burgueses). Sólo la concepción pequeñoburguesa,
mercantilista, de la hegemonía ve su esencia en el compromiso, en el reco-
nocimiento mutuo y en las condiciones verbales. Desde el punto de vista
del proletariado, la hegemonía pertenece en la guerra a quien lucha
con mayor energía que los demás, a quien aprovecha todas las oca-
siones para asestar golpes al enemigo, a aquel cuyas palabras no
difieren de los hechos y es, por ello, el guía ideológico de la demo-
cracia y critica toda ambigüedad» (Lenin, 1973), el resaltado y lo
que va entre corchetes son agregados..
Para Lenin, la hegemonía está, por tanto, relacionada al rol del
proletariado en la dirección del proceso revolucionario.
La categoría gramsciana de hegemonía emerge a partir de las
condiciones históricas de las sociedades capitalistas de fines de
siglo XIX e inicios del XX y se desarrolla a partir de una dife-
renciación entre sociedades occidentales y sociedades orientales.

11 Cuando Lenin escribió este texto, el término socialdemocracia hacía referencia a los
partidos revolucionarios y no como ahora que hace referencia al reformismo.

293
José Carlos Lezcano

En las sociedades occidentales existía una relación equilibra-


da entre los órganos represivos de la clase dominante, y los
órganos de la sociedad civil, cuya función es la de organizar
la hegemonía de dicha clase sobre el conjunto de la sociedad.
Asimismo, se había desarrollado un denso entramado de insti-
tuciones aparentemente privadas que actuaban positivamente
para la conservación del orden, ante cualquier amenaza de cri-
sis general.
Hegemonía se refiere así a las relaciones de consenso que son
organizadas en función a los intereses de las clases dominan-
tes, y que apuntan a mantener el orden capitalista y a desorga-
nizar a las clases antagónicas.
Al mismo tiempo, la hegemonía forma parte de la estrategia
del proletariado para llegar al poder, en cuanto debe lograr
desarrollar su capacidad hegemónica en alianza con el cam-
pesinado y otros grupos subalternos, superando así la fase
económica-corporativa y pasando a una fase ético-política o
conciencia de clase. Este desarrollo de la categoría hegemonía
es de cuño estrictamente leninista.

Hegemonía en los Cuadernos


Si bien la obra juvenil de Gramsci tiene importantísimos apor-
tes en torno a la cuestión de la hegemonía, aquí trataremos la
obra madura contenida en los Cuadernos de la Cárcel, en don-
de las nociones juveniles del dirigente italiano se encuentran
más consolidadas. Con el ánimo de evitar una interpretación
esquemática, se presenta la cuestión de la hegemonía en fun-
ción a sus principales determinaciones o relaciones con otros
fenómenos de la realidad12.

12 No son acepciones del término, sino que la categoría implica todas estas relaciones, y
cuando se analiza la realidad no se pueden separar una de otra, se debe contemplar la
totalidad.

294
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

Hegemonía y Estado
La cuestión de la hegemonía parte de la ampliación de la teoría
del Estado, la cual tiene su origen en la distinción entre socieda-
des orientales y occidentales, como se ha señalado antes.
En una de las primeras notas de los cuadernos, a partir de
una crítica a Hegel, Gramsci plantea la cuestión de la or-
ganización del consenso. Para él, este consenso existe, pero
este no es vago o genérico, ni tampoco está limitado al mo-
mento de las elecciones. «[...] el Estado tiene y pide el con-
senso, pero también ‹educa› este consenso con las asociacio-
nes políticas y sindicales, que sin embargo son organismos
privados, dejados a la iniciativa privada de la clase dirigen-
te (Gramsci, 1981).
El aparato estatal, desde esta perspectiva de un proyecto de
clase, tiene una función también determinada. «[...] es la de
elevar a la gran masa de población a un determinado nivel cul-
tural y moral, nivel (o tipo) que corresponde a las necesidades
de desarrollo de las fuerzas productivas y por lo tanto a los
intereses de las clases dominantes» (Gramsci, 1984).
Sin embargo, el Estado burgués no puede superar los límites
de su proyecto de clase, por lo que no puede llegar a ser un
Estado ético propiamente, sino que está circunscripto a ser el
Estado ético para la burguesía y sus clases aliadas, mientras
que será siempre una estructura para mantener la explotación
y la opresión de las masas.
La posibilidad concreta del Estado ético sólo está dada desde
la perspectiva de la revolución proletaria, ya que sólo aquella
clase social que postula históricamente el fin del Estado y de
sí misma como clase, puede crear un Estado ético (Gramsci,
1984).
Aquí ya tenemos los elementos principales. La oposición entre
Estado burgués y Estado proletario, y la necesidad de destrucción
del primero y extinción del segundo como proceso de transición a
una nueva organización social.

295
José Carlos Lezcano

Sin embargo, Gramsci amplía el problema, como producto


de su propia experiencia en el contexto histórico que le tocó
vivir. Para él, el Estado no sólo ejerce las funciones de re-
presión directa de la clase dominante y las fracciones aliadas
sobre el conjunto de las clases oprimidas, sino que además
organiza el consenso, para lo cual es necesario que el Estado
contemple no únicamente los intereses económicos de la cla-
se dominante, sino que busque una coordinación de intereses
con las demás clases y/o fracciones, siempre y cuando dicha
coordinación no afecte su posición de clase económicamente
dominante.
«[...] El Estado es concebido como organismo propio de un grupo, destina-
do a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del grupo
mismo, pero este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados
como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de
todas las energías ‹nacionales›, o sea que el grupo dominante es coordina-
do concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados
y la vida estatal es concebida como un continuo formarse y superarse de
equilibrios inestables (en el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo
fundamental y los intereses de los grupos subordinados, equilibrios en los
que los intereses del grupo dominante prevalecen pero hasta cierto punto,
o sea no hasta el burdo interés económico-corporativo» (Gramsci, 1999a).

Hegemonía y partido
Desde la perspectiva de la organización de la sociedad, que
luego llevará a la cuestión del partido, Gramsci observará que
en las sociedades nacionales nadie está desorganizado y sin
partido, siempre y cuando se entiendan los términos organiza-
ciones y partidos en sentido amplio y no formal. Todo el amplio
espectro de instituciones y sociedades particulares, constitu-
yen desde este punto de vista el aparato hegemónico de un gru-
po social sobre el resto de la población (o sociedad civil), la
cual, a su vez, es la base del Estado en sentido restringido, es
decir del aparato coercitivo.
Gramsci señala la distancia histórica que separa las concepcio-
nes de Hegel y del propio Marx, de las suyas.

296
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

«El concepto de Marx de la organización sigue estando [como en Hegel]


todavía atado a estos elementos: organizaciones de oficios, clubes jacobinos,
conspiraciones secretas de pequeños grupos, organización periodística. La
Revolución francesa ofrece dos tipos predominantes: los pueblos, que son
organizaciones no rígidas, tipo `comicio popular`, centralizadas por perso-
nalidades políticas aisladas, cada una de las cuales posee su periódico […]
Es difícil que Hegel pudiese conocer de cerca estas experiencias Históricas,
que a1 contrario eran más vivas en Marx […]» (Gramsci, 1981).
Sin embargo, Gramsci está observando cómo, a partir de 1830
y hasta 1848, el movimiento revolucionario se ha desarrollado
profundamente, llegando ya en el siglo XX a configurar forma-
ciones organizativas más complejas y vastas como los sindica-
tos y los partidos de masas.
Es en este proceso de desarrollo del sistema capitalista y su
advenimiento en imperialismo que emergen como fenóme-
nos determinados, claramente distinguibles, un conjunto de
instituciones de apariencia privada, encargados de la organi-
zación del consenso o de ejercer la hegemonía de la clase do-
minante, de entre los cuales el partido es el aparato de hege-
monía por excelencia, aunque existe un innumerable conjun-
to de otras organizaciones que cumplen funciones similares.
Al respecto se puede remitir a una clásica cita: «La escuela
como función educativa positiva y los tribunales como fun-
ción educativa represiva y negativa son actividades estata-
les más importantes en tal sentido: pero en realidad a ese fin
tienden una multiplicidad de otras iniciativas y actividades
supuestamente privadas que forman el aparato de la hege-
monía política y cultural de las clases dominantes» (Gramsci,
1984).
La función hegemónica es lo mismo que la función de direc-
ción política, es ejercida por los partidos, y debe ser valorada
por el desarrollo de la vida interna de los partidos. El Estado,
en sentido restringido, representa la fuerza coercitiva, mien-
tras los partidos, representando la adhesión espontánea de
una clase a determinada reglamentación, deben mostrar en
su vida particular interna que han asimilado como principios

297
José Carlos Lezcano

de conducta moral aquellas que en el Estado son obligaciones


legales.
Esta es una cuestión muy importante desde el punto de vista
de la hegemonía, ya que Gramsci establece un criterio respecto
a la capacidad de expansión de una organización política –aun-
que no el único–, el cual corresponde a su disciplina interna.
De aquí podemos deducir que la hegemonía tiene estrecha re-
lación con la capacidad organizativa de la clase, especialmente
de su dirección.
El partido político o nuevo príncipe -haciendo alusión al
Príncipe, de Maquiavelo-, para nuestro autor tiene relación
con aquellas organizaciones que se orientan a fundar un nue-
vo Estado, es decir, la forma organizativa de una clase fun-
damental.
Gramsci dirá que: «[...] en este sentido, ‹príncipe› podría tra-
ducirse en lenguaje moderno por ‹partido político›. En la rea-
lidad de algunos Estados el ‹jefe del Estado›, o sea el elemento
equilibrador de los diversos intereses en pugna contra el inte-
rés predominante, pero no exclusivista en sentido absoluto, es
precisamente el ‹partido político›» (Gramsci, 1999c).
Aquí nuevamente podemos observar el sentido que le da
Gramsci a la función hegemónica del partido. Para la cla-
se dominante o aquella que apunta a serlo, el partido debe
constituirse en elemento equilibrador, es decir, operar en el
terreno del consenso para administrar las tensiones y contra-
dicciones que apuntan en última instancia contra el interés de
dicha clase. La frase no exclusivista en sentido absoluto, reviste
una gran importancia, debido a que relaciona la cuestión del
partido con el paso de una fase económico-corporativa a una
fase ético-política. Para Gramsci, una clase no podrá ejercer su
hegemonía, y por lo tanto no será capaz mantener su domi-
nación sobre el conjunto social, si no deja de lado su estricto
interés económico de clase, y logra incorporar los intereses de
los grupos aliados.

298
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

Más adelante en los cuadernos, Gramsci insistirá en esta cues-


tión del partido como aparato de hegemonía por excelencia,
desde otra perspectiva:
«Si bien cada partido es expresión de un grupo social y de un solo grupo
social, sin embargo determinados partidos representan precisamente un
solo grupo social en ciertas condiciones dadas, en cuanto que ejercen una
función de equilibrio y arbitraje entre los intereses de su propio grupo y
los otros grupos, y procuran que el desarrollo del grupo representado se
produzca con el consenso y la ayuda de los grupos aliados, si no es que
también de los grupos decididamente adversarios» (Gramsci, 1999a).
Cuando Gramsci habla de partido, lo hace desde el punto de
vista histórico, distinguiendo el partido orgánico, entiéndase
aquel que está estrechamente ligado a la estructura económica
de una sociedad y que representa los intereses de una clase,
del partido en sentido formal, que serían las organizaciones,
de tipo electoral o no, que se constituyen bajo ese nombre pero
que representan intereses restringidos de fracciones.
Gramsci observará que actualmente se puede dar que la di-
rección intelectual del partido orgánico no pertenezca a nin-
guna de esas fracciones contingentes, y que aparente operar
como si fuese una fuerza directriz por sí sola, superior a los
partidos. Y coloca como ejemplo de esto el hecho de que, el
punto de vista de un periódico o conjunto de periódicos, o
de una revista o grupo de revistas, «son también ‹partidos› o
‹fracciones de partido› o ‹función de determinados partidos›.
Piénsese en la función del Times en Inglaterra [...]» (Gramsci,
1999a).
En este sentido es interesante la importancia que otorga
Gramsci a la prensa, o mejor dicho a lo que él llama la organi-
zación de la opinión pública.
«Entre los elementos que han turbado el normal gobierno de la opinión
pública por parte de los partidos organizados y definidos en torno a progra-
mas definidos, en primera línea está la prensa amarillista y la radio (donde
está muy difundida). Éstas dan la posibilidad de suscitar extemporánea-
mente estallidos de pánico o de entusiasmo ficticio, que permiten alcanzar
objetivos determinados en las elecciones, por ejemplo. Todo esto está ligado
al carácter de la soberanía popular que se ejerce cada 3-4-5 años: basta con

299
José Carlos Lezcano

tener el predominio ideológico (o mejor emotivo) en aquel día determinado


para tener una mayoría que dominará durante 3-4-5 años, aunque pasada
la emoción, la masa electoral se aparta de su expresión legal (país legal no
es igual a país real)» (Gramsci, 1984).
Finalmente, en el desarrollo del partido hacia su constitución
en Estado, Gramsci identifica cómo las instituciones del Es-
tado, hacen refluir sus propios elementos actuando sobre los
partidos y estos sobre las clases sociales que representan.
Si bien la estructura económica es el terreno donde se forman
las clases, que luego devienen partido y Estado, el propio Es-
tado también influye sobre las estructuras políticas y económi-
cas transformándolas.

Hegemonía como dirección intelectual


En estrecha relación con el punto anterior, debemos compren-
der la hegemonía en su relación con la dirección intelectual y
moral del conjunto social, la cual es ejercida por una clase social
constituida o devenida en Estado, es decir, aquella que ha lo-
grado establecer su supremacía en dicha sociedad.
«[...] la supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como
‹dominio› y como ‹dirección intelectual moral›. Un grupo social es domi-
nante de los grupos adversarios que tiende a ‹liquidar› o a someter incluso
con la fuerza armada y es dirigente de los grupos afines y aliados. Un
grupo social puede e incluso debe ser dirigente aún antes de conquistar
el poder gubernamental (ésta es una de las condiciones principales para
la misma conquista del poder); después, cuando ejerce el poder y aunque
lo tenga fuertemente en un puño, se vuelve dominante pero debe seguir
siendo también ‹dirigente›» (Gramsci, 1999a).
Es importante señalar, en primer lugar, la distinción concep-
tual entre supremacía, dominación y hegemonía. La suprema-
cía es el resultado del ejercicio de la dominación y la hegemo-
nía sobre el conjunto social por una clase determinada durante
un período histórico.
Podemos observar que Gramsci concibe el problema de la he-
gemonía y la dominación en términos de complementariedad

300
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

contradictoria, y no como oposición o como términos mutua-


mente excluyentes. Esto refuerza el argumento que hemos
planteado anteriormente, sobre que el autor no elimina en mo-
mento alguno el elemento violento o coercitivo del Estado.
Al referirse a la supremacía de una clase social sobre el con-
junto, Gramsci es muy tajante al establecer que dicho grupo
es dominante de los grupos antagónicos que tiende a liquidar o
someter incluso por la fuerza armada, y es dirigente de aquellos
grupos afines y aliados, sobre los que ejerce una dirección inte-
lectual y moral.
Por último, en la relación entre dominación y hegemonía, o
entre coerción y consenso, Gramsci destaca la necesidad del
elemento consensual, tanto como condición para la conquista
del poder gubernamental, así como para el mantenimiento de
dicho poder de dominio.

Carácter material de la hegemonía


La hegemonía es sin dudas la capacidad de dirección intelec-
tual y moral, es decir, se encuentra en el plano de la dirección
política. Sin embargo, no puede estar carente de un sustento
concreto.
En una de sus notas, en que critica directamente el economicis-
mo, Gramsci dirá que:
«la hegemonía presupone indudablemente que se tomen los intereses y las
tendencias de los grupos sobre los cuales la hegemonía será ejercida, que se
forme un cierto equilibrio de compromiso, esto es, que el grupo dirigente
haga sacrificios de orden económico-corporativo», sin embargo siguien-
do el párrafo afirma que «también es indudable que tales sacrificios y tal
compromiso no pueden afectar a lo esencial, porque si la hegemonía es
ético-política, no puede dejar de ser también económica, no puede dejar de
tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en
el núcleo decisivo de la actividad económica» (Gramsci, 1999a).
Desde otra perspectiva, haciendo alusión a las transformacio-
nes de un modo de producción a otro, Gramsci volverá a resal-
tar la cuestión de las bases materiales de la hegemonía:

301
José Carlos Lezcano

«Si es verdad que ningún tipo de Estado puede dejar de atravesar una fase
de primitivismo económico-corporativa, de ahí se deduce que el contenido
de la hegemonía política del nuevo grupo social que ha fundado el nuevo
tipo de Estado debe ser predominantemente de orden económico: se trata
de reorganizar la estructura y las relaciones reales entre los hombres y el
mundo económico o de la producción» (Gramsci, 1984).
De esta forma Gramsci se separa de cualquier desvío idealista
o culturalista, como muchos intérpretes de ideología liberal o
representantes de la corriente posmoderna buscan instalar.

Hegemonía y clases sociales


Cualquier intento de separar la hegemonía de la noción ma-
terialista de clases sociales, vacía a la primera de contenido.
Desde el punto de vista de las clases subalternas, es decir,
del proletariado y el campesinado, la construcción de su con-
tra-hegemonía13 tiene que ver con su organización y su lucha
hacia la fundación de un nuevo Estado, y con su proceso de
constitución en Estado. Mientras esto no ocurre, se encuentra
bajo la hegemonía de otra clase, de la burguesía, o como en el
caso de Paraguay, de la clase terrateniente y la burguesía, que
son las clases que mantienen su poder sobre la base del sistema
latifundista, la dominación extranjera y el Estado antinacional
(Creydt, 2004).
En su nota sobre la historia de las clases subalternas, Gramsci
afirma que: «Las clases subalternas, por definición, no están
unificadas y no pueden unificarse mientras no puedan con-
vertirse en ‹Estado›: su historia, por lo tanto, está entrelazada
con la de la sociedad civil, es una función ‹disgregada› y dis-
continua de la historia de la sociedad civil y, por este medio,
de la historia de los Estados o grupos de Estados» (Gramsci,
1999).
Desde esta perspectiva es que el autor sostendrá que la unidad
histórica de las clases dirigentes se da en el Estado, y que por

13 Gramsci no utiliza el término contra-hegemonía, sin embargo, es una forma simple


de diferenciar cuando se habla de la hegemonía de la clase dominante y de la «contra-
hegemonía» las clases oprimidas.

302
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

esta razón, la historia de las clases dirigentes, es siempre la


historia de los Estados y de los grupos de Estados. Ahora bien,
Gramsci hará una advertencia fundamental, y que es que tal
unidad no es puramente jurídica y política, sin restar importan-
cia a dicha forma de unidad: «[...] la unidad histórica funda-
mental, por su concreción, es el resultado de las relaciones or-
gánicas entre el Estado o sociedad política y la ‹sociedad civil›»
(Gramsci, 1999b).
Desde el punto de vista de las organizaciones de las clases
subalternas, que es un aspecto sumamente importante en el
desarrollo teórico del autor, veremos que su desarrollo histó-
rico tiene que ver con la construcción o el afianzamiento de
su hegemonía. En sus notas sobre los criterios metodológicos
para una historia de las clases subalternas, Gramsci estable-
cerá una serie de etapas, que lejos de constituir un esquema
cerrado, constituye el resultado de su observación, el cual de-
berá ser enriquecido por el análisis concreto de cada realidad
socio-histórica que se desea estudiar, como él mismo advierte
en el texto.
El hilo conductor del análisis, deberá ser en todo caso, la línea
de desarrollo hacia lo que Gramsci denominará autonomía inte-
gral, que aquí se interpreta como constitución en Estado.
«Hay que estudiar: 1) la formación objetiva para el desarrollo y las trans-
formaciones, ocurridas en el mundo económico, su difusión cuantitativa
y el origen de otras clases precedentes: 2) su adherencia a formaciones
políticas dominantes pasiva o activamente, o sea tratando de influir en
los programas de estas formaciones con reivindicaciones propias; 3) naci-
miento de partidos nuevos de la clase dominante para mantener el control
de las clases subalternas; 4) formaciones propias de las clases subalternas
de carácter restringido o parcial; 5) formaciones políticas que afirman la
autonomía de aquéllas pero en el cuadro antiguo 6) formaciones políticas
que afirman la autonomía integral, etcétera. La lista de estas fases puede
precisarse más aún con fases intermedias o con combinaciones de varias
fases» (Gramsci, 1999b).
Una cuestión relacionada al subtítulo anterior emerge tam-
bién en esta nota carcelaria y tiene que ver con las bases ma-

303
José Carlos Lezcano

teriales de la hegemonía. Gramsci vuelve a afirmarse en la re-


lación orgánica que existe entre las organizaciones de las cla-
ses subalternas -que como ya se mencionó, en el capitalismo
serían una función disgregada y discontinua de la sociedad
civil burguesa- y la estructura económica donde se forman
estas clases.
La línea que establece hacia la autonomía integral tiene que
ver con que las clases oprimidas se van desprendiendo de las
ideologías de las clases dominantes, a la vez que van constru-
yendo sus propias fuerzas organizativas y en su marco, sus
nuevas concepciones de mundo, es decir, construyendo su
contra-hegemonía.
En el análisis del desarrollo de los grupos subalternos se deben
considerar algunos elementos importantes: a) la cuestión de
la autonomía respecto de los enemigos, entendida como una
adhesión pasiva o activa a sus formas organizativas y sus ideo-
logías; b) la consideración de que dicho proceso de adhesión,
no constituye un elemento determinado por la voluntad, sino
necesario para el proceso de unificación de dicha clase en Esta-
do, lo que hace del proceso de unificación un proceso orgánico
y objetivo; c) la importancia de la adhesión pasiva o activa a
otros grupos como un criterio para calibrar y analizar mejor el
proceso de consolidación de una clase, y no hacer una historia
unilateral.
Lo mismo dirá Gramsci sobre la historia de los partidos de las
clases subalternas, cuyo análisis debe incluir, por un lado, «to-
das las repercusiones de las actividades de partido, pero toda
el área de los grupos subalternos en su conjunto y sobre las
actitudes de los grupos dominantes», al mismo tiempo que y
sobre todo, «debe incluir las repercusiones de las actividades
mucho más eficaces, por estar apoyadas por el Estado, de los
grupos dominantes sobre los subalternos y sobre sus partidos»
(Gramsci, 1999b).
Por último, señala que entre los grupos subalternos mismos,
«uno ejercerá o tenderá a ejercer una cierta hegemonía a través

304
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

de un partido, y esto hay que establecerlo estudiando incluso


los desarrollos de todos los demás partidos en cuanto que in-
cluyen elementos del grupo hegemónico o de los otros grupos
subalternos que sufren tal hegemonía», Criterios metodológicos
(Gramsci, 1999b).

Hegemonía y democracia
Gramsci entiende la democracia republicana como el elemen-
to político principal de la hegemonía burguesa. El planteo de
que la única democracia consecuente, es decir, la democracia
proletaria y campesina, puede implementarse en una sociedad
socialista, la crítica a la división de poderes y a la fetichización
de las instituciones y del poder, son los elementos más resal-
tantes.
Con respecto al significado mismo de la democracia, Gramsci
dirá que: «Entre tantos significados de democracia, el más re-
alista y concreto me parece que se puede expresar en cone-
xión con el concepto de hegemonía. En el sistema hegemónico,
existe democracia entre el grupo dirigente y los grupos dirigi-
dos, en la medida en que (el desarrollo de la economía y por
lo tanto) la legislación (que expresa tal desarrollo) favorece el
paso (molecular) de los grupos dirigidos al grupo dirigente»
(Gramsci, 1984).
Es decir, si la hegemonía se ejerce sobre los grupos o fraccio-
nes de clase aliados, no se tiende a la liquidación de los mis-
mos, sino que, por el contrario, existe la posibilidad de dicho
paso molecular de los dirigidos hacia el grupo dirigente. Este
es el tránsito que lleva a la extinción del Estado a partir de
la conquista del poder, ya que la dominación se ejerce sobre
la minoría explotadora, mientras que el sistema hegemónico
se constituye como una democracia de masas en la que se va
reduciendo progresivamente la separación entre dirigentes
y dirigidos como producto de la supresión de la propiedad
privada de los medios de producción y por ende de las clases
sociales.

305
José Carlos Lezcano

Con respecto a la división de poderes, Gramsci insistirá que


ésta constituye el eje ideológico del liberalismo político y eco-
nómico. A partir de esta aseveración dirá que la división de
poderes es a la vez la principal fuente de debilidad del libera-
lismo, debido a que «[...] la burocracia, o sea la cristalización
del personal dirigente que ejerce el poder coercitivo y que en
cierto punto se convierte en casta» (Gramsci, 1984).
Un último punto a resaltar en relación a la cuestión de la he-
gemonía y la democracia es el elemento de la participación
popular en el marco democrático burgués, siempre haciendo
referencia a la división de poderes y al tema de la burocracia
civil y militar, que deviene en casta. Para el italiano, es esta
burocratización la que engendra la reivindicación popular de
la elegibilidad de todos los cargos, «reivindicación que es libe-
ralismo extremo y al mismo tiempo su disolución (principio
de la Constituyente permanente, etcétera; en las Repúblicas la
elección del jefe de Estado da una satisfacción ilusoria a esta
reivindicación popular elemental)» (Gramsci, 1984).
En el Paraguay la sacralización del sistema democrático sirve
como un dispositivo ideológico y práctico para mantener la
hegemonía de la clase terrateniente y la burguesía. Es una de-
mocracia en función a los intereses de las clases dominantes,
mientras que es la forma de justificar legalmente la explota-
ción y la opresión de la gran mayoría de la población por parte
de unos pocos. A su vez, la democracia real, es un objetivo
político principal para las clases oprimidas del Paraguay, que
apuntan a establecer un nuevo orden con mayores las liberta-
des para las grandes mayorías tanto en el terreno económico,
social y político.
De aquí se desprende una de las determinaciones más pro-
fundas de la categoría gramsciana de hegemonía, la que
se refiere a las grandes concepciones de mundo (weltans-
chauungen).
Analiza la hegemonía desde la perspectiva de los grandes
cosmovisiones, colocando el materialismo científico como un

306
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

ejemplo histórico. Ubica a Marx como ejemplo de creación de


nuevas ideologías en la historia. En esta nota, sostendrá como
idea central que la hegemonía realizada significa la crítica real de
una filosofía, su dialéctica real y esto se da cuando una clase se
convierte en heredera concreta de una teoría, la niega dialéc-
ticamente convirtiéndose en Estado. En este sentido la nueva
concepción del mundo la desarrolla Marx, y Lenin concreta
esta teoría con una estrategia para la toma del poder.
«Marx es un creador de Weltanschauung ¿pero cuál es la posición de Ilich?
¿Es puramente subordinada y subalterna? La explicación se encuentra en
el mismo marxismo –ciencia y acción–. […] La expresión de que el pro-
letariado alemán es el heredero de la filosofía clásica alemana: ¿cómo debe
ser entendida -no quería indicar Marx la gestión histórica de su filosofía
convertida en teoría de una clase que se convertiría en Estado? Para Ilich
esto [la filosofía convertida en teoría de una clase que se convertiría en
Estado] ha ocurrido en un territorio determinado. En otro lugar mencioné
la importancia filosófica del concepto y del hecho de la hegemonía, debido
a Ilich. La hegemonía realizada significa la crítica real de una filosofía, su
dialéctica real. Cfr. lo que escribe Graziadei en la introducción a prezzo e
sovraprezzo: pone a Marx como unidad de una serie de grandes científicos.
Error fundamental: ninguno de los otros ha producido una concepción del
mundo original e integral.
Marx inicia intelectualmente una era histórica que probablemente durará
siglos, o sea hasta la desaparición de la sociedad política y el advenimiento
de la sociedad regulada. Sólo entonces su concepción del mundo será su-
perada (concepción de la necesidad, <superada> por la concepción de la
libertad).» (Gramsci, 1984).
El primer punto a ser señalado es que la hegemonía, entendida
como gran concepción del mundo, es una categoría de alcance
histórico, es decir que es a su vez una crítica a la antigua filo-
sofía, y que sólo desaparece cuando la formación social que le
dio el suelo para desarrollarse entra en proceso de disolución;
además que esta hegemonía sólo es operante cuando una cla-
se social fundamental la asume orgánicamente en su proceso
concreto traducido en su voluntad colectiva de convertirse en
Estado.

307
José Carlos Lezcano

En segundo lugar, es la relación que establece entre Marx y


Lenin, colocándolos en un mismo plano, en dos momentos
distintos, desde una perspectiva dialéctica de teoría y praxis,
como ya se mencionó al inicio del artículo.
El tercer elemento es nuevamente la crítica a todo idealismo y
a toda posición utópica, ratificando que la hegemonía sólo se
puede entender desde esta relación contradictoria entre teoría
y praxis y, por lo tanto, desde una perspectiva de clase, es de-
cir, la hegemonía es ejercida por una clase social fundamental.

Conclusiones
En el mundo se viven tiempos de crisis, las contradicciones del
sistema imperialista emergen sin que las fuerzas políticas que
defienden el orden establecido puedan contenerlas totalmente.
Las masas pasan progresivamente a un estado de moviliza-
ción, debido principalmente a los efectos de la crisis económi-
ca mundial, cuya manifestación inició en 2008 y se sigue desa-
rrollando hasta la actualidad.
Actualmente en Paraguay y en América Latina existe una cri-
sis de hegemonía que se da por el fracaso de las ideas y los pro-
yectos reformistas en la resolución de los grandes problemas
nacionales. En el marco de esta crisis, emergen nuevamente las
ideas y prácticas reaccionarias que constituyen una muestra
de la descomposición de la sociedad. Estas ideas representan
los intereses de la clase dominante que antes estaban ocultas
bajo el manto hegemónico del discurso de la democracia bur-
guesa. Asimismo, en medio de la crisis, también se desarrolla
una línea de transformación de la sociedad, basada en el ma-
terialismo, y ella apunta al avance de la sociedad hacia niveles
superiores de organización y de bienestar.
En este marco, la obra de Antonio Gramsci es sumamente ac-
tual para comprender mejor cómo operan las clases dominan-
tes para mantener su poder, y así poder y evitar que la crisis
se convierta en proceso revolucionario. Al mismo tiempo los
planteamientos de Gramsci ofrecen claves sumamente útiles

308
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

para que las clases oprimidas puedan conducir con éxito la cri-
sis hacia un horizonte de transformación. El legado teórico del
dirigente italiano sin embargo no puede tomarse en forma ais-
lada o separada del marco del materialismo científico, ya que
es imposible interpretarlo en forma consecuente sin tener en
cuenta rigurosamente los aportes teórico-prácticos de Lenin,
así como los de Marx y Engels.

El Estado integral
El concepto de Estado integral o Estado ampliado no es una
categoría ideal, sino una abstracción concreta sobre un período
histórico, relacionado inseparablemente con una fase histórica
del capitalismo, el imperialismo.
Sobre la base de su diferenciación estructural entre sociedades
occidentales y orientales, su desarrollo teórico del Estado in-
tegral y de la hegemonía, con las consecuentes determinacio-
nes históricas, y sus planteamientos sobre la estrategia y del
partido revolucionario, Gramsci propone también su propia
reflexión sobre el problema de la transición al comunismo, que
él tratará con el término de sociedad regulada, y el de la extin-
ción del Estado.
Ambas cuestiones forman parte fundamental de la teoría mar-
xista sobre el estado y la revolución, cuya síntesis puede en-
contrarse en el libro de Lenin, titulado El Estado y la revolución:
la teoría marxista del estado y las tareas del proletariado en la revo-
lución, escrito en 1917 antes de la Revolución y publicado por
primera vez en ruso, en el año 1918
Gramsci supone el materialismo histórico y la teoría política
marxista, para desarrollar su crítica ampliada del Estado y su
análisis sobre la hegemonía, su teoría sobre el partido revolu-
cionario, la organización de la cultura y el sentido común, y
sobre la estrategia necesaria para el proletariado.
El Estado, para Gramsci es a la vez la expresión superior de la
organización capitalista y de la desorganización o desarticu-
lación del proletariado y el conjunto de clases subalternas; es

309
José Carlos Lezcano

decir, es una estructura clasista, que se asienta en la contradic-


ción principal del modo de producción capitalista: la contra-
dicción entre trabajo y capital.
El Estado no se compone únicamente de aparatos represivos,
sino también de aparatos de hegemonía que apuntan a orga-
nizar el consenso hacia el proyecto de la clase dominante y a
desorganizar la oposición al orden imperante.
A medida que la fase imperialista del capitalismo se desarrolla,
los aparatos de hegemonía cobran mayor importancia relativa
hasta llegar a establecerse en un justo equilibrio en relación
al aparato represivo del Estado, consolidándose así el Estado
integral.
El Estado, como expresión máxima de la sociedad capitalista
y terreno de unificación de las diversas fracciones de la clase
dominante, es una estructura que combina la dominación por
medio de la fuerza y la hegemonía por medio del consenso,
para garantizar la producción y reproducción del orden.
Gramsci en ningún momento descarta el elemento de la re-
presión. No existe, en el marco del capitalismo, una sociedad
que viva bajo la influencia de la hegemonía de clase, sin que
se encuentre operante el aspecto represivo de su dominación.
El Estado integral o, lo que es lo mismo, la superestructura de
la sociedad, y la estructura económica, forman una totalidad
inseparable, es decir que cada uno de estos conceptos son de-
terminaciones de la realidad, y la realidad es una sola, en cons-
tante movimiento y producto de múltiples determinaciones y
contradicciones.
La sociedad económica es para Gramsci el ámbito de las rela-
ciones sociales de producción. La sociedad política se corres-
ponde con el Estado en sentido restringido. La sociedad civil
se corresponde con el conjunto de organismos y aparatos su-
puestamente privados, pero que cumplen una función com-
plementaria a los aparatos de represión, en la construcción y
organización del consenso a favor de la clase dominante.

310
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

Esta es la concepción general de Estado que plantea Antonio


Gramsci y en este sentido su teoría es una ampliación respecto
a la teoría clásica de Marx, Engels y Lenin. El Estado es resul-
tado de la relación entre sociedad económica, sociedad civil
y sociedad política, es una unidad articulada de explotación,
dominación y hegemonía.

Hegemonía
La teoría de la hegemonía es una concreción mayor de la lu-
cha de clases en el marco del imperialismo. De aquí debemos
partir si pretendemos colocar la discusión en el lugar que le
corresponde en la teoría marxista.
Para Gramsci la hegemonía se refiere a las relaciones de con-
senso que son organizadas en función a los intereses de las cla-
ses dominantes, y que apuntan a mantener el orden capitalista
y a desorganizar a las clases antagónicas.
Sin descartar la perspectiva leninista de que la hegemonía
tiene que ver con estrategia del proletariado para llegar al
poder, en cuanto debe lograr desarrollar su hegemonía sobre
otros grupos y fracciones de clase, superando así su propia
fase económica-corporativa y pasando a una fase ético-polí-
tica o conciencia de clase, proceso al cual Gramsci denomina
catarsis.
En sus escritos juveniles, sostendrá que el Estado socialista no
puede encarnarse en las instituciones del Estado capitalista,
sino que es una creación totalmente nueva respecto a dicho
Estado capitalista, aunque no totalmente nueva respecto a la
historia del proletariado.

Cuadernos de la Cárcel
En los cuadernos, Gramsci profundizará la categoría de hege-
monía, algunas de cuyas principales relaciones se analizaron
en este artículo y se sintetizan a continuación.

311
José Carlos Lezcano

Hegemonía y Estado. El Estado no sólo ejerce las funciones de


represión directa de la clase dominante y las fracciones alia-
das sobre el conjunto de las clases oprimidas, sino que además
organiza el consenso, para lo cual es necesario que el Estado
contemple no únicamente los intereses económicos de la cla-
se dominante, sino que busque una coordinación de intereses
con las demás clases, siempre y cuando dicha coordinación no
afecte su posición de clase económicamente dominante.
Hegemonía y partido. Gramsci observará que en las socieda-
des nacionales nadie está desorganizado y sin partido, siem-
pre y cuando se entiendan los términos organizaciones y par-
tidos en sentido amplio y no formal, es decir, una concepción
histórica de partido.
La función hegemónica es lo mismo que la función de direc-
ción política, la cual ejercida por los partidos. El Estado en sen-
tido restringido, representa la fuerza coercitiva, mientras los
partidos, representando la adhesión espontánea de una élite a
determinada reglamentación, representa el elemento de con-
senso.
Cuando Gramsci habla de partido, lo hace desde el punto de
vista histórico, distinguiendo el partido orgánico, entiéndase,
aquel que está estrechamente ligado a la estructura económica
de una sociedad y que representa los intereses de una clase,
del partido en sentido restringido o formal, organizaciones de
tipo electoral o no, que se constituyen bajo ese nombre.
Hegemonía y dirección intelectual y moral. La supremacía de
una clase social sobre el conjunto significa que dicho grupo es
dominante de los grupos antagónicos que tiende a liquidar o
someter incluso por la fuerza armada, y es dirigente de aque-
llos grupos afines y aliados, sobre los que ejerce su dirección
intelectual y moral.
Hegemonía y contenido material. Si bien la hegemonía es di-
rección y disputa ideológica, nunca deja de ser económica, ba-
sada en los intereses económicos de la clase que la ejerce.

312
Antonio Gramsci: continuidad del materialismo científico en el contexto del imperialismo

Hegemonía y clases sociales. Cualquier intento de separar la


hegemonía de la noción marxista de clases sociales, vacía a
la primera de contenido. Desde el punto de vista de las cla-
ses subalternas, es decir, del proletariado y el campesinado,
la construcción de su contra-hegemonía tiene que ver con su
organización y su lucha hacia la fundación de un nuevo Esta-
do, y con su proceso de constitución en Estado. Mientras esto
ocurre, está bajo la hegemonía de otra clase, de la burguesía,
o como en el caso de Paraguay, de la clase terrateniente y sus
aliados.
Hegemonía y democracia. Gramsci entiende la democracia re-
publicana como el elemento político principal de la hegemonía
burguesa, al igual que lo hacen Marx y Lenin. Plantea que la
única democracia consecuente puede implementarse sólo en
una sociedad socialista.
Hegemonía como concepción del mundo. Gramsci analiza la
hegemonía desde la perspectiva de los grandes paradigmas o
cosmovisiones (weltanschauungen), colocando el marxismo
como un ejemplo histórico. Sostendrá como idea central que
la hegemonía realizada significa la crítica real de una filosofía,
su dialéctica real y esto se da cuando una clase se convierte en
heredera concreta de una teoría, la niega dialécticamente con-
virtiéndose en Estado. En este sentido la nueva concepción del
mundo la desarrolla Marx, y Lenin concreta esta teoría con una
estrategia para la toma del poder.

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315
Hegemonía y
alternativas
TEMA 4 políticas en
tiempos de
neoliberalismo
Como afirma la politóloga belga Chantal Mouffe,
vivimos una coyuntura política internacional
marcada por la crisis del proyecto neoliberal que
lanza su desafío hegemónico desde inicio de los
años 80, con Thatcher e Reagan y torna efectiva su
hegemonía mundial en inicios de los años 90, después
del derrumbe del «mundo socialista». En América
Latina, las consecuencias de la aplicación de las
recetas neoliberales fueron devastadoras. Nuevos
proyectos de corte progresistas surgieron y colocaron
en crisis la aplicación de las fórmulas neoliberales
hasta los días de hoy. Por otro lado, a partir de fin
de los años 70, la teoría gramsciana de la hegemonía
se torna crecientemente inspiración teórica para el
pensamiento de una buena parte de los movimientos
políticos y sociales progresistas. Esta mesa final
del simposio pretende movilizar las categorías de la
teoría de la hegemonía para discutir las alternativas
políticas tendientes a impulsar los procesos de
transformaciones democrático-participativos en el
subcontinente.
Hegemonía gramsciana y feminismo: un
diálogo necesario

Lea Durante*1

El encuentro entre el pensamiento de Antonio Gramsci y la


perspectiva feminista, en sus diversas articulaciones históricas
y geográficas, no ha sido ni obvio ni simple. Y no lo es incluso
hoy, a pesar de la difusión planetaria del gramscismo en la rea-
lidad de la lucha y la permeabilidad y centralidad del discurso
feminista en las mismas realidades dinámicas de contraposi-
ción al dominio capitalista, liberal y patriarcal.
Estos terrenos de lucha, de hecho, sobre todo a causa de una
tradición que funda sus raíces en el posestructuralismo, en el
deconstruccionismo, en Foucault, en Derrida, y que hoy a tra-
vés de profundos cambios se ha radicalizado en formas de po-
pulismo diversamente orientadas, no son coincidentes, y solo
parcialmente encuentran espacios de interacción e intercam-
bio.
Sin embargo, sería importante que en la reflexión teórica y en
la práctica política los puntos en común fueran valorados.
Desde un punto de vista histórico, la experiencia de Gramsci
con las manifestaciones del pensamiento feminista de princi-
pios del siglo XX ha estado caracterizada por su leninismo de
fondo: las batallas por los derechos de las mujeres tienen legi-
timidad en cuanto elemento interno a la lucha de clases, fun-
cionales a ella. Durante su estadía en Moscú, en 1922, Gramsci
entra en contacto con una protagonista de la lucha por el

* Ponencia traducida del italiano al castellano por María Eugenia Insaurralde.

319
Lea Durante

voto de las mujeres: se trata de Clara Zetkin1, la compañera


de luchas de Rosa Luxemburgo, una dirigente que trabaja en
contacto directo con Lenin sobre el tema de la organización
femenina de la Tercera Internacional. Para Zetkin existe una
distancia entre las mujeres burguesas y las mujeres socialistas
y comunistas que pelean por el sufragio femenino: mientras
las primeras lo invocan para las mujeres en cuanto mujeres, en
su diferencia biológica las segundas lo reclaman como sujetos
constructores de la historia, como trabajadoras, como produc-
toras del progreso a la par que los hombres. Tal distancia, sin
embargo, era acentuada exageradamente por los aparatos de
los partidos socialistas europeos, que eran incapaces de tra-
tar como un potencial elemento hegemónico la convergencia
que la lucha sufragista determinaba entre todas las mujeres,
incluso de diversa orientación, y, de hecho, se asustaban con la
posibilidad que un terreno común de lucha entre las compañe-
ras y las burguesas hubiera podido tener como consecuencia el
debilitamiento de la primacía de la lucha de clases. Al mismo
tiempo, aquellos mismos partidos socialistas no abrazaban la
propuesta del sufragio femenino como propia para no pare-
cerles extremistas a los partidos burgueses con los cuales no
querían romper del todo.
Por un breve periodo Zetkin y Gramsci incluso comparten una
estadía en Serebiani Bor2, el sanatorio en el bosque de Moscú
donde Gramsci conoce, entre otros, a las hermanas Schucht.
Cuando Zetkin le propone a Lenin basar la organización inter-
nacional de las mujeres comunistas en la construcción de luga-
res abiertos también a mujeres no inscritas al partido3, Gramsci

1 Antonio Gramsci jr., La storia di una famiglia rivoluzionaria. Antonio Gramsci e gli
Schucht tra la Russia e l›Italia. Editori Riuniti University press, Roma, 2014.
2 Las relaciones de Gramsci con Clara Zetkin estuvieron ligadas sobre todo a la Comisión
por la Cuestión italiana, de la cual ambos formaron parte, instituida para intentar una
reunión de comunistas y socialistas en Italia en vistas a la batalla política antifascista. Cfr.
Apartado critico del volumen Antonio Gramsci, Epistolario 1, gennaio 1906 - dicembre
1922, a cargo de David Bidussa, Francesco Giasi, Gadi Luzzatto Voghera, Maria Luisa
Righi, Edizione nazionale degli scritti di Antonio Gramsci, Roma, Istituto dell›Enciclopedia
italiana, 2009, pp.206n e 28n.
3 Cfr, Clara Zetkin, Direttive per il movimento comunista femminile (1920), in Ead.
La questione femminile e la lotta al riformismo (antologia), con introduzione di Luisa

320
Hegemonía gramsciana y feminismo: un diálogo necesario

fue uno de los pocos dirigentes del Occidente en aceptar la


indicación, y a intentar el experimento, con la ayuda también
de compañeras históricas como Camilla Ravera4, mezclando
mujeres politizadas con trabajadoras alejadas de la política, se-
gún el método de los Soviet, usado además por los Consejos de
fábrica. Solo a través de la contaminación de las experiencias y
la disponibilidad del partido a hacerse escuela, a hacerse lugar
de encuentro e intercambio era posible para Gramsci operar
realmente hegemonía. Tanto para Zetkin como para Gramsci
se trata de un reto en el cual inicialmente no es importante si
los comunistas están en menor número y menos fuertes. La
hegemonía es un desafío, un proceso que implica progresivas
modificaciones y, sobre todo, que no está garantizado por nada
si no es por la fuerza real y práctica de las ideas.
A pesar de la considerable atención de Gramsci a las demandas
femeninas, testimoniadas por las compañeras de <<L› Ordine
Nuovo>>, no se puede negar que el pensador sardo no haya
podido hacer saltos históricos y teóricos respecto a su horizonte
político cultural de proveniencia. Ya sea las Cartas como los Cua-
dernos, nos entregan pasos en los cuales la concepción de la mu-
jer aparece sustancialmente estereotipada, en particular aparece
claramente el par negativo mujer/naturaleza, vista como ajena
y antecedente respecto a la relación positiva hombre/historia.
En el Cuaderno 8, las mujeres se definen una «parte inorgani-
zable de la opinión pública» a causa de la imprevisibilidad y de
la superficialidad cultural que las caracteriza; en el Cuaderno
14 «uno de los sujetos de freno del proceso histórico»5, por su
tendencia a la beatería. Y aquí Gramsci no nota que la religión
supersticiosa ha sido uno de los medios del dominio masculino.
Naturalmente es en el Cuaderno 22, con la temática de la forma-
ción de una nueva personalidad femenina, conforme al modelo
de desarrollo, que Gramsci elabora más precisamente su pensa-

Passerini, Gabriele Mazzotta editore, Milano 1977, pág. 113 y siguientes.


4 Cfr, di Camilla Ravera, Diario di trent›anni, Editori Riuniti, Roma, 1973 e Il nostro
femminismo, <<L›Ordine nuovo>>, 10 marzo 1920, de clara inspiración gramsciana.
5 Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, edición critica a cargo de Valentino Gerratana,
Einaudi, Torino, 1975, p. 929 e p. 1714.

321
Lea Durante

miento, padeciendo de un lado de la masculinidad integral del


marxismo, y del otro lado, de una cultura antropológicamente
absorbida como la sarda, muy arcaica.
En los años setenta era casi inevitable que Gramsci fuera mar-
ginalizado del feminismo, como todo el Panteón marxista, en
todas las latitudes. La revolución del ›68 había sacado a la luz
de una vez por todas un límite histórico insuperable del mar-
xismo: el pensamiento que había nacido para romper cada
falso universalismo, revelando el engaño que ocultaba la di-
visión de clases, no había sido capaz de romper el universa-
lismo masculino, y por esto había perpetuado el patriarcado
haciéndolo pasar indemne entre capitalismo y socialismo. Un
error imperdonable para las mujeres que ataron su destino de
lucha a la ruptura de todos los esquemas culturales preceden-
tes, y que hicieron del separatismo una forma de protesta y
de demostración política fuertísima, basada antes que todo en
la evidencia del cuerpo femenino como elemento de impacto,
de agitación. A Gramsci y a los pensadores de la tradición co-
munista fueron preferidos aquellos autores que habían pasado
por el psicoanálisis, y que habían abierto el camino al concep-
to de diferencia, cruzando la naciente y hegemónica temática
de los derechos. Lacan, Foucault, Derrida. Aquella generación
de mujeres, que con Simone de Beauvoir había descubierto el
segundo sexo, rompiendo definitivamente la mistificante sin-
gularidad del neutro masculino, iba hacia una forma de auto
representación y de subjetivación política destinada a cambiar
para siempre también la representación y la subjetivación de
los hombres y de la sociedad entera, y debía hacerlo con algu-
nas decapitaciones rituales, entre las cuales estaba ciertamente
aquella del marxismo.
Una expresión gramsciana como «autoconciencia», usada por
el pensador sardo para indicar el proceso de autoeducación
de las masas que se hacen clase, y después estado, y entonces
salen de la propia condición para realizarse en una diferente,
se desliza en el dictado del feminismo hacia una connotación
mucho más dirigida al sujeto mismo, mucho más introspectiva
y auto analítica que relacional y pedagógica. También a nivel

322
Hegemonía gramsciana y feminismo: un diálogo necesario

expresivo y terminológico, por tanto, un pasaje, una reelabo-


ración.
Pero la separación del marxismo presenta también problemas:
el feminismo se separa progresivamente, en algunas de sus ar-
ticulaciones, del horizonte de la transformación de la sociedad
y de las relaciones de producción. Se orienta, sobre todo en el
área anglosajona, hacia aquella horizontalización de las dife-
rencias típica de los estudios culturales, con puntos académicos
y culturales muy acentuados. Se forman incluso verdaderos
y propios lobbies, que apuntan todo sobre la identidad para
obtener espacios de poder dentro del orden tradicional, sin
modificarlo.
Sin embargo, precisamente a través de los estudios culturales, en
la declinación del género y de los estudios subalternos, un nue-
vo encuentro con Gramsci se vuelve posible. Es la época de
los estudios post coloniales, en la cual las cuestiones del reco-
nocimiento y de la narración llevan a integrar algunos pilares
fundamentales del marxismo metropolitano con ideas y pen-
samientos de la periferia del mundo, por usar las categorías
de Edward Said. Asoman lecturas gramscianas de Asia y de
Sudamérica, destinadas a transformar la recepción del pensa-
dor italiano en todo el mundo, además en los lugares de su
actividad y de los primeros estudios sobre su pensamiento.
No es casual que una personalidad como Gayatri Chakravorty
Spivak haga de Gramsci una referencia importante en el cru-
ce entre feminismo y estudios sobre los subalternos, gracias al
surgimiento del Cuaderno 25 en la escena del debate, por parte
de un grupo de estudiosos indios6.
En los años noventa Spivak es la intérprete más representativa
de esta nueva orientación, capaz de colocar al centro, a partir
de la condición de las mujeres, una noción de subalternidad
más compleja, y de identidad como expresión de diversos po-
sibles lenguajes. Las nociones de dominio y de poder, leídas a

6 Sobre este tema cfr. Guido Liguori, Tre accezioni di «subalterno» in Gramsci, in <<Critica
marxista>>, n. 6, 2011, pp. 33-41 e Michele Filippini, Gramsci globale, Odoya edizioni,
Città di Castello, 2011.

323
Lea Durante

contraluz con las gramscianas hegemonía y subalternidad en-


cuentran nuevos instrumentos de conocimiento y de decons-
trucción.
La globalización del neoliberalismo activa una nueva fase,
destinada a prolongarse y a evolucionar en el neo populismo
actual. El impacto del pensamiento de Foucault y del poses-
tructuralismo es todavía fuerte – no obstante, las disoluciones
de cada posible definición de diferencia – en las más importan-
tes posiciones feministas, de la deconstrucción del antropocen-
trismo de Rosi Braidotti, a la afirmación de la identidad como
acto performante de Judith Butler.
El feminismo se vuelve una galaxia de pensamientos y reivin-
dicaciones del continuum fluido de sexos y géneros, encuentra
un espacio principal, se hace interseccional (Angela Davis).
En Europa y en los Estados Unidos, el riesgo es el de un fe-
minismo despolitizado, aplanado por posiciones totalmente
compatibles con el proyecto neoliberal, o disuelto dentro de las
camisas de un populismo genéricamente rebelde, pero de he-
cho conservador. Reconocimiento formal de derechos civiles e
individuales y marginalización económica y social de masa en
el mejor de los casos, restricción de derechos civiles y sociales
más a menudo y con un consenso siempre más generalizado.
Desde este punto de vista, el feminismo ha sufrido una des-
viación, arrasado por una hegemonía que se ha apropiado de
algunos de sus puntos fundamentales transformando la ins-
tancia de liberación en proceso de emancipación y absorción
en el sistema productivo del capitalismo tardío. La feminiza-
ción del trabajo, la biopolítica, la contratación de las mujeres
en funciones de poder masculinas han ayudado al liberalismo
capitalista a modernizarse, han ampliado el área de consenso.
Es un problema que va leído precisamente con los lentes de la
reflexión gramsciana sobre la hegemonía.
La alarma con respecto a una merma de la práctica y del pen-
samiento feminista está hace tiempo entre las páginas de au-
toras como Nina Power, Nancy Fraser y de la última, a partir
de una perspectiva declaradamente marxista y fuertemente

324
Hegemonía gramsciana y feminismo: un diálogo necesario

pragmática, con algún punto de exceso paradójico, de Andrea


Iris D›Atri, que advierten cómo la superación del patriarcado,
eje principal de todo el sistema feminista, no coincida con la
superación del modelo de desarrollo capitalista. Y ponen en
relación estrecha al feminismo con una lectura completa de la
realidad.
Es justo aquí, en el cruce de estas consideraciones, que la con-
tribución del pensamiento gramsciano podría resultar muy
útil. Si la práctica de la separación era necesaria medio siglo
atrás, de lo que tiene necesidad el feminismo hoy para lograr
su revolución histórica, es justamente estar dentro de los he-
chos de la historia, aliarse con todo ser viviente por una opción
radicalmente antagonista e integralmente política, leer la com-
plejidad del mundo con mirada analítica e inteligencia colecti-
va, elaborando plenamente aquello que Gramsci llamaba una
visión de mundo, esto es, un proyecto hegemónico articulado en
todos los campos, no solo atento a la definición y a la protec-
ción de las identidades individuales, siempre más parceladas
y auto promocionadas.
Las experiencias más significativas en esta dirección provienen
de América Latina, y son probablemente las únicas reconoci-
das a nivel planetario, por su capacidad de unir la reflexión
con la práctica, poniendo siempre al centro de la escena pú-
blica el cuerpo. De las madres y las abuelas de Plaza de Mayo,
hasta las intelectuales del movimiento Sin Tierra, de las muje-
res protagonistas de las manifestaciones contra Bolsonaro en
campaña electoral hasta las indígenas que han tomado la pala-
bra sobre la destrucción del medio ambiente. La característica
de estas acciones, al menos vistas por mí, desde afuera, es la
de poner en marcha una práctica de movimiento y de acción
totalmente distinta de la estrategia hegemónica discursiva del
populismo actual, incluso aquel de izquierda, propuesto por
Chantal Mouffe. Y de hacerlo justamente en el campo electivo
del populismo. La primacía del cuerpo, en este sentido, no es
entendida como exaltación hiperindividualista, sino como su-
jeto objetivado, materialmente y concretamente contrapuesto a
la desmaterialización de los sujetos típica tanto del neolibera-

325
Lea Durante

lismo como del populismo. Un nexo teoría-praxis inseparable,


gramscianamente.
Si esta modalidad toda feminista del actuar político tiene cier-
tamente dificultad en volverse hegemónica en sentido general,
resulta en cambio muy eficaz en el plano hegemónico parcial,
es decir, del feminismo en el mundo, como demuestra la difu-
sión del movimiento Ni Una Menos, o, en el difícil plano de la
formación del lenguaje, la difusión de la palabra feminicidio,
para señalar el asesinato de una mujer en cuanto mujer, una
palabra que en el debate italiano todavía se combate por su po-
tencia simbólica, pero que ya no puede ser más reemplazada.
He leído recientemente entre las noticias relativas al Paraguay,
que no siempre pasan en la información principal interna-
cional, sobre un debate relativo al reconocimiento del salario
igual para las mujeres y los hombres. El problema de las mu-
jeres dedicadas al trabajo de cuidado es uno de los temas más
importantes del feminismo interseccional, y enlaza el dominio
de clase y de género al de «raza». En Italia se habla inclusive
de Síndrome Italia, en referencia a las mujeres de países del
Este europeo que dejan a sus propias familias para cuidar a
otras, en otro lugar. La cadena genealógica de las abuelas en la
asistencia y en el cuidado familiar, compensa las necesidades
económicas que requieren éxodos, migraciones femeninas. Se
trata de un caso de subalternidad muy particular, una subal-
ternidad múltiple, y por eso más difícil de superar.
En el Cuaderno 25 Gramsci no está seguro que se pueda ha-
blar de condición efectiva de subalternidad para las mujeres
en la época romana, pero en otra parte, en una carta a Giulia de
1933, él pone en una relación indisoluble la condición femeni-
na y la subalternidad, ofreciendo de esta última una definición
bien precisa:
«Me parece que tú te metes (y no solo en este asunto) en la
posición del subalterno, y no del dirigente, es decir, de quien
no está en grado de criticar históricamente las ideologías, do-
minándolas, explicándolas como una necesidad histórica del
pasado».

326
Hegemonía gramsciana y feminismo: un diálogo necesario

La subalternidad, en definitiva, consiste en la incapacidad de


interpretar las ideologías y de proponer nuevas. Es una condi-
ción, entonces, política y cultural. Solo en el terreno político7
y cultural es posible construir hegemonía, no en el plano que
Gramsci define «sentimental». Y esta, creo, es una mayor dis-
tancia entre Gramsci y el populismo, a pesar de la apropiación
que la razón populista hace de Gramsci.
Salir de la subalternidad significa salir al espacio público, ha-
cerse «clase dirigente», o «clase fundamental», a través de la
superación del nivel corporativo, es decir, parcial. La clase
fundamental es para Gramsci la clase obrera, pero las suges-
tiones sobre este punto, sobre la construcción de la hegemonía
a partir de un grupo, de una clase específica, pueden ser una
contribución importante para el feminismo, que de hecho es
la única subjetividad política, cultural y material transnacio-
nal que ha alcanzado una autoconsciencia tal de poder nutrir
el necesario proceso de transición a un modelo de desarrollo
distinto, como el planeta pide con urgencia. Es importante te-
ner muy en cuenta las indicaciones de Gramsci, volver a una
forma de feminismo político, como sugieren las autoras que he
nombrado arriba, para no hacer de la más importante y dura-
dera revolución en curso una dolorosa revolución pasiva.

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328
Anotaciones feministas a propósito
de Gramsci. Genealogías, política y
pedagogía

Alejandra Ciriza

Este trabajo se ubica en el nudo que une dos densas tradiciones


teóricas y políticas: marxismo(s) y feminismo(s). Nudo tenso,
pues se trata de tradiciones polifónicas, habitadas por múlti-
ples debates y posiciones.
Del carácter de esa relación, cruzada por antagonismos y direc-
ciones encontradas, por dilemas irresueltos, por controversias
(Fraisse, 2007) y atolladeros (Ciriza, 2007) dan cuenta múltiples
metáforas, entre ellas la del matrimonio infeliz (Hartmann,
1987) o la de las relaciones peligrosas (Arruzza 2010), por men-
cionar sólo algunas. No sólo se trata del encarnizamiento con
el cual algunxs marxistas defienden la tradición de posibles
apropiaciones feministas, o del empeño (o la desidia) con los
cuales se fueron borrando las huellas de las feministas marxis-
tas, devenidas en muchos casos restos arcaicos e innecesarios
en los debates políticos; sino del rechazo abierto hacia la tra-
dición marxista por parte de muchas feministas, desde Kate
Millet hasta las críticas basadas en la virulenta misoginia de
más de un dirigente de izquierdas, o de las izquierdas sin más
(Rivera Cusicanqui, 2019).
A contrapelo de esas posiciones parto del supuesto de la exis-
tencia de un delgado hilo, discontinuo y tenso, que conecta
ambas tradiciones, desde Engels a las contemporáneas de
Gramsci: Kollontai (1911), Zetkin (1925) y Ravera, sólo por
mencionar algunas; desde Saffioti (1969) hasta Larguía (s/f)
y Henault (s/f), incluyendo a la afroamericana Angela Davis

329
Alejandra Ciriza

(2005), quienes desde los años 70 vienen aportando al debate


sobre la situación de las mujeres bajo el capitalismo y contri-
buyendo a la visibilidad de la consubstancialidad de las opre-
siones. Ellas han colaborado en la construcción de la textura
de ese frágil tejido de nudos inciertos y muchas veces olvida-
dos. Sus contribuciones, que han trazado relaciones y puesto
en tensión los conceptos, son parte irrenunciable de nuestras
herramientas teóricas y políticas.
Es desde esa perspectiva, que me incita a tentar anudamien-
tos, que me aproximo a algunas nociones gramscianas. Desde
la perspectiva que sostengo es preciso recuperar ese delgado
hilo rojo, esa trama frágil en parte perforada, discontinua y
dispersa, cepillando la historia a contrapelo. Y es que el tejido
tenso y sutil entre feminismos y marxismos se halla sujeto a la
iniciativa de los sectores dominantes y sus alianzas no sólo de
clase sino de género sexual, (Gramsci, 1970 (1932-35): 491 s).
Lo que sucede con él es un ejemplo de lo que acontece con las
tradiciones subalternas.
La tentativa de este trabajo es establecer tramas, caminos con-
ceptuales en común, propuestas políticas para pensar los de-
safíos del presente tomando como inspiración a Gramsci y a
Benjamin a la vez que recurriendo a las valiosas indicaciones
metodológicas de Raymond Williams: no sólo es preciso regis-
trar cómo se fue construyendo una tradición, no sólo es nece-
sario saber que la tradición es siempre selectiva, pues se trata
de una versión determinada de lo acontecido que opera pode-
rosamente sobre el presente, sino también indagar sobre las
presiones y límites que ejercen las condiciones actuales sobre
las posibilidades de entrelazar de algún modo herramientas
conceptuales y lecturas políticas. Procurar por el seguimiento
de ese hilo, intentar anudarlo a nuestro presente, implica con-
siderar también que la tradición es poderosa y vulnerable a la
vez a las presiones y límites de las condiciones actuales, que se
hallan en disputa. Incluso, desde luego dicho esto a grandes
líneas, una serie de elementos en ambas tradiciones, supuesto
que tanto marxismos como feminismos son múltiples, consti-

330
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

tuyen impedimentos e incluso instancias de ruptura, pues no


sólo refieren a malos entendidos sino a abiertos desacuerdos.

1. Del matrimonio infeliz


Todo el lenguaje es un continuo proceso de metáforas, y la historia de la
semántica es un aspecto de la historia de la cultura: el lenguaje es al mismo
tiempo una cosa viviente y un museo de fósiles de la vida y las civilizacio-
nes pasadas. (Gramsci, 1930).
Múltiples versiones sostienen que nada aproxima a feministas
y marxistas, ubicadxs en posiciones no sólo disímiles sino casi
inconciliables en la interpretación del conflicto social y en las
prácticas políticas orientadas a la modificación del estado de
cosas vigente. No sólo se trata de las agudas observaciones de
Lenin sobre la persistencia de prácticas patriarcales en el movi-
miento socialista, ni de los escritos de Kollontai advirtiendo los
efectos de la crisis sexual sobre todas las clases, y sus certeros
reproches ante la indiferencia de los propios camaradas ante el
agudo asunto de la moral sexual (Kollontai, 1911), sino de la
llamada stalinista al orden y su persistencia en las tradiciones
organizativas y partidarias de las izquierdas.
Como lúcidamente supo verlo Lenin en el proceso de incor-
poración de las mujeres a la construcción del socialismo, du-
rante la revolución rusa, no sólo se trataba de las dificultades
propias de un país que había sido gobernado por un régimen
autocrático, de una sociedad mayoritariamente campesina que
Lenin, como sus coetáneos, apuntaban a industrializar y mo-
dernizar, sino de la ceguera de los propios comunistas para
admitir la relevancia de la participación de las mujeres en los
procesos de transformación social. En sus Recuerdos sobre Lenin
dice Clara Zetkin:
¿Qué hay en el fondo de esta manera… de plantearse el problema (…)? No
hay, en última instancia, más que un desdén hacia la mujer y hacia la obra
que ésta puede realizar. Sí, señor. Desgraciadamente, también de muchos

331
Alejandra Ciriza

de nuestros camaradas se puede decir aquello de «escarbad en el comunista


y aparecerá el filisteo» (Zetkin, 2009 [1925])1.
En un interesante estudio Lea Durante realiza un seguimiento
del tratamiento que el propio Gramsci ofrece sobre el asunto
de las mujeres. En él la autora señala las dificultades del co-
munista sardo para percibir la especificidad de la dominación
masculina en el terreno político, pues lo que en su enfoque pre-
valece es la relevancia de la pertenencia de clase. A semejanza
de los grupos subalternos, las mujeres son un obstáculo que
pone en riesgo la posibilidad de la reforma intelectual y moral
(Durante, s/f).
Si las dificultades de Gramsci, y de muchos integrantes del
grupo de revolucionarios y revolucionarias que protagoniza-
ron las intentonas y asaltos al orden ocurridos durante el ciclo
europeo 1905-1922, se pueden explicar por el terreno social en
el que crecieron y se educaron, lo cierto es que una larga invo-
lución se produjo durante el período estalinista, que irradió
sobre todos los partidos que integraron la Tercera Internacio-
nal, incluso en estas lejanas tierras. Arruzza señala las directi-
vas que pesaron sobre las españolas durante el proceso de la
guerra civil. No sólo fueron disueltas las milicias integradas
por mujeres y fue puesta en cuestión la posibilidad de una or-
ganización específicamente feminista, considerada como ele-
mento de disgregación de la lucha obrera, sino que un coro de
voces en favor de la familia y de la maternidad comunista se
expandió en los partidos europeos. El control de la natalidad
fue declarado una desviación pequeño burguesa, se condenó
la homosexualidad y las mujeres fueron valoradas exclusiva-
mente en su rol de madres (Arruzza, 2010: 56-60).
Tampoco las relaciones fueron muy felices en los 60 y 70, suje-
tas como estaban a múltiples contradicciones: si por una parte
las izquierdas afrontaban nuevos desafíos, entre ellos la rup-

1 Zetkin se refiere al escaso interés que suscitaba en la dirigencia socialdemócrata la cuestión


de las mujeres. Si se las responsabilizaba de su propio atraso y de su ineptitud para
incorporarse a las tareas políticas, al mismo tiempo los varones del partido procuraban
dejarlas a buen seguro en casa, ocupadas de las tareas domésticas, de las infinitas naderías
que, como señalaba Lenin, consumían sus vidas y energías creadoras (Zetkin, 2009 (1925)).

332
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

tura del orden colonial y el florecimiento de múltiples levan-


tamientos e insurrecciones al sur del planeta, entre ellos la re-
volución cubana; por la otra el combate por la paz, la negativa
a asumir las guerras coloniales como destino para los jóvenes
varones en países como Estados Unidos, generaron espacios
mixtos que fueron propicios para debatir no sólo la cuestión
del racismo, sino el tema de las mujeres. El conocido escrito
de Casey Hayden y Mary King sobre el «Sexo como casta», un
breve documento producido a partir de sus experiencias en el
Student Non-Violent Coordinating Committee Volunteers si-
tuaban una serie de asuntos como nodales para el movimiento
por la libertad y la paz del cual formaban parte. Las entonces
jóvenes estudiantes señalaban la similitud entre el tratamien-
to dado a las personas negras y a las mujeres, la naturalidad
con la cual se asumía su subalternidad y su exclusión de los
lugares de decisión y vocería. Las jóvenes blancas indicaban,
además, una diferencia de sensibilidad: mientras ante el racis-
mo muchas personas reaccionaban con presteza, la cuestión de
las mujeres pasaba a menudo desapercibida (Hayden y King,
1965)2.
Hacia los años 80 Heidi Hartmann acuñaba la metáfora del
matrimonio infeliz.
En la perspectiva de la economista estadounidense lxs mar-
xistas han intentado incluir la subordinación de las mujeres
sin lograrlo de manera acabada, pues así como el capital es
ciego al sexo, el marxismo centra sus análisis en la explotación
laboral, por lo cual es, como se ha dicho de manera recurren-
te, profundamente indiferente a las identidades de los sujetos
que explota (Hartmann, 1987). Si, en términos de Hartmann,
el marxismo es inadecuado y el feminismo radical insuficien-
te, no sólo es preciso repensar las categorías analíticas, sino
desplegar tácticas políticas que permitan desmontar los me-
canismos de explotación del trabajo, pero también los proce-
dimientos de control del cuerpo y la sexualidad, destrabar las

2 Señala Arruzza la respuesta que el documento recibió de parte de Stockley Carmichael:


«¿Cuál es la posición de las mujeres en el SNCC)… es boca abajo (prone)» (Arruzza,
2010: 62).

333
Alejandra Ciriza

complicidades masculinas y sus efectos, generar espacios que


permitan atender a lo que Hartmann entiende como un siste-
ma dual que a la vez que reproduce la explotación capitalista
sujeta a las mujeres a la dominación masculina. De allí la ne-
cesidad de reflexión y prácticas capaces de atender a los re-
querimientos de la lucha por el socialismo, pero también a las
diferencias de intereses entre varones y mujeres, supuesto que
con esa denominación no se hace referencia a una identidad,
sino a un grupo humano ubicado en el terreno de la división
sexual del trabajo, con sus secuelas de pobreza, pues las mu-
jeres realizan una enorme cantidad de trabajo impago ligado
al encargo de cuidar de otrxs, un mandato con consecuencias
en la forma precaria de inserción en el mercado de trabajo, a
lo que se suman las consecuencias políticas de la sexuación
en sus múltiples dimensiones experienciales: la maternidad,
la heterosexualidad obligatoria, la violencia misógina con sus
efectos extremos: el feminicidio y las violaciones.
Más reciente que el texto de Hartmann, el libro de Cinzia Arruz-
za procura dar cuenta de las relaciones entre el movimiento de
mujeres y los movimientos sociales, a la vez que busca anali-
zar la relación entre capitalismo y patriarcado. Arruzza parte
del supuesto de que el capitalismo ha modificado profunda-
mente la lógica patriarcal, a la vez que esas transformaciones
varían en función del lugar de las mujeres en razón de la clase,
la racialización, la disidencia respecto de la heterosexualidad
normativa, asuntos que tiene en cuenta retomando los aportes
de Kimberlé Crenshaw. Arruzza lleva a cabo un recorrido a
través de distintos hitos históricos y de diferentes debates teó-
ricos para finalmente concluir que el modo como la ideología
patriarcal se entrelaza con la dinámica de acumulación capita-
lista no ha sido plenamente integrado en la teoría marxista, a
la vez que continúa siendo un desafío establecer cómo se en-
trelazan género y clase en un proyecto complejo de liberación
(Arruzza, 2010).
A lo largo de estos años me he empeñado en escudriñar la tra-
dición. Desde un lugar complejo, marcado por la controversia,
por las tensiones irresolubles que plantean las divergencias,

334
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

mutuas cegueras, malos entendidos y desacuerdos. A ello se


suma la ubicación corporal y territorial: soy una mujer mestiza
y feminista que habito al sur, en un espacio de borde, periferia
de la periferia de un país centralista y racista. Formada en una
tradición política eurocéntrica y patriarcal cuyxs integrantes
hallan dificultades para reconocerse en estas geografías y en
otras corporalidades que no sean blancas y varoniles; inscripta
en una tradición feminista que se despiensa nuestroamerica-
na, que se ubica fácilmente en las tradiciones dominantes del
feminismo radical y halla dificultades para pensar sus raíces
territoriales, sus diálogos con las izquierdas, sus filiaciones po-
sibles con y en esa tradición política (Trebisacce, 2013)3. Desde
esa ubicación descentrada, por así decir, he explorado el modo
de tramado de las relaciones entre feminismos y marxismos,
entre feministas e izquierdas a sabiendas de la tensión que
atraviesa y anuda ambas tradiciones, ligadas en sus afinida-
des, distanciadas por conflictos de orden diverso: teóricos y
políticos, desde luego, pero también personales, lo cual no es
menor porque es bien sabido que las feministas sostenemos
que lo personal es político.
Al mismo tiempo las feministas nos hallamos dispersas, perte-
necemos a diversas tradiciones. Las hay anarquistas, liberales,
socialistas, marxistas, a lo que se suman las marcas corporales.
Ya en los años 70 las negras proletarias y lesbianas que escri-
bieron la Declaración de la Colectiva del Río Cambahee seña-
laban que las organizaciones contestatarias procedían como si
todos los hombres fuesen negros y todas las mujeres blancas.
Ellas, sin embargo, lesbianas, negras y proletarias, insistían en

3 Catalina Trebisacce, por ejemplo, mantiene que los feminismos son producto del interés
en la propia emancipación de mujeres burguesas de clase media y se liga al proceso
de modernización. Las feministas, por así decir, verdaderas, habrían sido aquellas que
transitaron las experiencias del Movimiento de Liberación Femenina, fundado en los 70
por Oddone y la Unión de Feministas Argentinas, entre cuyas integrantes se hallaban
personas notables, como la cineasta María Luisa Bemberg y Gabriella Christeller
(Trebisacce, 2013). Desde su perspectiva es preciso restituir una historia de los feminismos
de los 70 que los desligue de su proximidad con las experiencias revolucionarias. Muy
diferente es la posición de Marta Vassallo, quien sostiene que, sin reconocerse como
feministas, las militantes de izquierda trazaron una huella profunda y produjeron
transformaciones en las formas de dominación patriarcal que revirtieron tras el golpe
cívico-militar-eclesiástico de 1976 (Vassallo; 2009).

335
Alejandra Ciriza

construir una alternativa que las contemplase en sus múltiples


determinaciones (Moraga & Castillo: 1988).
Smith y sus compañeras de colectiva realizaron un valioso
aporte a la comprensión de las tensiones entre feministas, en-
tre las proletarias y las educadas de clase media, entre las blan-
cas y las racializadas, entre las del norte, la mayor parte de las
veces eurocentradas e incluso racistas, y las mujeres del sur,
muchas veces esquivas ante la sola idea de que se las denomi-
ne feministas.
La racialización es un asunto de importancia decisiva para
nuestras conversaciones y debates, del mismo modo que la
heterosexualidad obligatoria y las transformaciones de la cor-
poralidad, que han abierto un nuevo campo de discusiones
entre quienes miran esperanzadas la posibilidad de romper
las formas previas de pensar las consecuencias políticas de la
sexualidad montando un nuevo escenario sostenido en la po-
sibilidad de uso de biotecnologías, tal como lo propone Beatriz
Preciado a partir y contra las reflexiones de Butler, y quienes,
como Mies o Shiva, observan en las biotecnologías una lógica
misógina, patriarcal y capitalista que es preciso poner en cues-
tión no sólo por sus métodos, sino por su profundo entronque
con la cosificación y tortura de la naturaleza ligado al origen
de la ciencia moderna.

2. De las conversaciones y controversias que las


marxistas nuestroamericanas sostenemos con la
propia tradición en/desde Argentina
No obstante las tensiones que hemos señalado, el diálogo con
la tradición puede aportar herramientas fructíferas.
Bajo las actuales condiciones recurre la idea de una honda cri-
sis del patriarcado. El patriarcado, se dice, se halla sujeto a una
crisis profunda de hegemonía.
Supuesto que coincidimos con esta manera de ver las cosas y
que algunos acontecimientos, como la llamada «revolución de

336
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

las hijas» y la presencia feminista en las barricadas durante la


última ola de acontecimientos que sacuden Nuestra América,
la emergencia del movimiento Ni una Menos en Argentina,
cuya marcha inaugural el 3 de junio de 2015 marcaría el punto
de partida para una enorme ampliación del movimiento, y la
transformación en el sentido común provocado por la deno-
minada marea verde que sacudió a todo el país durante las
jornadas de 2018.
Sin hacer un estado del arte que resultaría excesivo, y segura-
mente inabarcable, diría que he optado por una suerte de reco-
rrido que arraiga en una idea hondamente gramsciana: subal-
ternas y subalternos tienen que hacer denodados esfuerzos para
recuperar sus pasos en la historia, sistemáticamente borrados
por los sectores dominantes en razón de la clase, de la domina-
ción colonial y la racialización, del género sexual. Tal como lo
indicara el intelectual sardo la historia de los sectores subalter-
nos es fragmentaria y disgregada, doble y triplemente si se trata
de mujeres, colonizadas, racializadas (Gramsci, 1931).
Qué diálogo entablar con Gramsci bajo las actuales condiciones,
unas condiciones en las cuales las feministas hemos adquirido
máxima visibilidad en el terreno de la lucha política. ¿Es esa vi-
sibilidad, sin embargo, una visibilidad que nos permita entablar
un diálogo con nuestro pasado? ¿Cuál es el pasado que retorna?
¿Cómo se juegan las relaciones de hegemonía en el terreno de
las políticas feministas, habida cuenta del lugar a su vez subal-
ternizado que las feministas de tradición marxista ocupamos?

3. De la utilidad de la categoría de hegemonía y de las


interrupciones de las tradiciones subalternizadas
Existe un cierto consenso, al menos en los últimos años, res-
pecto de que algo se ha roto en la hegemonía patriarcal.
No obstante las cifras de la desigualdad son (siguen siendo)
escalofriantes: no sólo se trata de la desigual distribución de la
riqueza, sino del desconocimiento de la contribución económi-
ca que implican las tareas denominadas de cuidado, a la vez

337
Alejandra Ciriza

que de la notable sobrecarga laboral que las mujeres asumen.


Según un informe de Oxfam «Los hombres poseen un 50%
más de la riqueza mundial que las mujeres y controlan el 86%
de las empresas. El trabajo de cuidados ejercido por mujeres
equivale a 10 billones de dólares anuales en la economía mun-
dial… La prosperidad de nuestras economías depende de la
enorme contribución (no reconocida) que realizan las mujeres
a través del trabajo de cuidados no remunerado que asumen
(Oxfam, 2019).
Además las mujeres trabajan el doble de horas diarias que los
varones, pues ellas no sólo suelen tener trabajos asalariados,
desde luego los más precarizados, sino que son las encarga-
das fundamentales de llevar a cabo las tareas domésticas y de
cuidado de las personas dependientes en las familias: niñxs,
adolescentes, ancianxs, personas discapacitadas.
Según datos relevados a través de la Encuesta Anual de Hoga-
res Urbanos (EAHU), que se aplica en centros urbanos desde
los 2000 habitantes en Argentina, el predominio femenino en
las actividades domésticas es considerable. Mientras la tasa de
participación de varones es de 59,9 en Buenos Aires, la de mu-
jeres es de 88.9; mientras ellas trabajan aproximadamente 6,4
horas ellos dedican 3,4 El informe incluye datos desagregados
para todas las provincias argentinas que indican que las mu-
jeres no sólo participan más en las tareas de cuidado y repro-
ducción de la vida, sino que dedican a ellas el doble del tiempo
que los varones. Según el propio informe esta distribución por
sexo evidencia la persistencia de modelos culturales y estereo-
tipos de género que asignan a las mujeres un rol predominante
en el trabajo doméstico, a la vez que incide sobre su inserción
en el mercado de trabajo (INDEC, 2014).
Si es verdad que en algunos puntos la hegemonía patriarcal
se ha resquebrajado, tales rupturas, visibles en ciertos dere-
chos alcanzados: participación política, derecho a la propiedad
y a la educación; regulaciones relativas a derechos sexuales y
reproductivos, e incluso leyes que protegen a las mujeres de
la violencia, habilitan el derecho a portar la identidad sexo

338
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

genérica auto-percibida y establecen la posibilidad de matri-


monio igualitario para las personas del mismo sexo, sólo por
indicar algunos avances legales, también lo es que esos logros
se hallan marcados por las relaciones fuerza existentes en la
sociedad, por las articulaciones entre capitalismo, racismo y
patriarcado heterosexista. De allí que la división sexual del tra-
bajo permanezca relativamente estable, y que, como ha sucedi-
do en otros momentos históricos, la violencia de la crisis haya
desatado consecuencias letales sobre las personas feminizadas
y las mujeres. Ello es visible en el incremento de feminicidios
y travesticidios, la feminización de la pobreza, la educación
sexista, el odio heterosexista acompañado de un proceso de
expansión de organizaciones fundamentalistas marcadas por
el signo de la misoginia4.
Un estudio realizado por AWID (Association for Women›s Ri-
ghts in Development) señala los fundamentalismos religiosos
como un fenómeno global cuya fuerza se ha incrementado en
los últimos años. Según la investigación realizada.
Los fundamentalismos religiosos están adquiriendo el poder suficiente para
determinar las normas y la arquitectura social, influir sobre las instituciones
internacionales y sobre quienes diseñan las políticas nacionales, y definir
leyes y políticas sobre todo en el área del derecho de familia, las leyes sobre el
estatus personal y los derechos reproductivos y civiles (AWID, 2007).
En pocas palabras: si es posible percibir una cierta transfor-
mación en las relaciones de fuerza, nos hallamos lejos de «El
final del patriarcado», por parafrasear el título del escrito de la
Librería de las Mujeres de Milán (1996). Más bien lo que suce-
de puede ser leído en términos gramscianos como una crisis
orgánica en la cual lo nuevo no termina de nacer mientras lo
viejo no acaba de morir.
4 He sostenido en otros trabajos que las recurrentes crisis capitalistas acentúan no sólo los
procesos de privatización, cercamiento, mercantilización, sino el racismo y el sexismo.
Algo así como la repetición de los procesos que se llevaron a cabo durante la acumulación
originaria de capital, entrelazados con las transformaciones que se produjeron durante
aquella fase entre colonización y sexocidio (Federici, 2010). Lxs colonizadxs devinieron
«razas» inferiores condenadas a la servidumbre y las mujeres fueron expropiadas de sus
cuerpos y saberes. Y ello no sólo en Europa, perseguidas por brujería, sino en las Américas,
también transformadas en brujas, pero además violadas y convertidas en siervas, nanas y
amamantadoras de las castas superiores (Ciriza, 2015).

339
Alejandra Ciriza

Se ha producido una cierta desnaturalización del dominio ejer-


cido sobre las mujeres, una crisis del binarismo y el heterose-
xismo que se habían consolidado hasta el punto de pasar des-
apercibidos como formas de explotación socio-sexual, como
relaciones basadas en el dominio y el control. Sin embargo es-
tas transformaciones, traducidas la mayor parte de las veces en
derechos individuales y en apertura a la diversidad, son per-
fectamente compatibles con el más brutal racismo y el aumen-
to exponencial del odio de clase, hasta el punto que la filósofa
española Adela Cortina (2017) la ha denominado aporofobia.
En su fase actual, concentradora de capital y desigualdades,
se perpetra día a día la persecución hacia las personas raciali-
zadas, se condena a miles de seres humanos a la desposesión
material y de derechos merced el aumento de las desigualda-
des de clase y el avance sobre los cuerpos de las mujeres y la
naturaleza como formas de compensación ante el descenso de
la tasa de valorización del capital5.
La crisis abre una disputa que, en términos gramscianos se po-
dría considerar como una contienda por la dirección que ten-
drán las transformaciones, un combate por lo que el italiano
hubiese denominado la dirección intelectual y moral (Gramsci,
1932).

3.1. Hegemonía patriarcal y lucha feminista. Pasado y


presente
La noción de hegemonía refiere, en Gramsci, a la doble dimen-
sión de lo que él denominaba sociedad civil y sociedad polí-
tica, a la vez que a las funciones de construcción de consenso

5 La expansión territorial de las relaciones capitalistas y la extorsión desenfrenada de la


naturaleza avanza sobre los territorios ancestrales: wichíes, qom,mapuches, kollas, en el
caso argentino, han pasado a ser objeto de codicia, y por ello visibles para los capitalistas,
e incluso para un Estado que siempre negó el componente nativo y afro de un país que
se quiere «descendiente de los barcos». Desde luego no los que procedían de Africa
con cargamentos de seres humanos esclavizables, sino los que procedían de Europa, a
su vez debidamente expurgados de las determinaciones de clase. Como si no hubiesen
sido proletarios o campesinos desechables en sus tierras natales, lxs migrantes europexs
devinieron por mor del racismo personas cosmopolitas (e incluso bienpensantes)
dispuestas a habitar el suelo argentino.

340
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

y dominación (Gramsci, 1932). En la perspectiva de Margaret


Ledwith, además, Gramsci avanza sobre el concepto tradicio-
nal de hegemonía elaborado por Lenin incluyendo la relación
entre lo público y lo privado y reflexionando sobre el sentido
común como una forma de percepción del mundo que permea
los aspectos más íntimos de nuestro existir en la escuela, la
familia, la vida cotidiana (Ledwith, 2019).
De allí su interés para las políticas feministas en su doble di-
mensión: por una parte de cara a la disputa por el sentido co-
mún patriarcal que campea en las sociedades, por la otra ante
otras vertientes de los feminismos, impregnadas por elemen-
tos individualistas y liberales, pero también racistas y eurocén-
tricos.
Gramsci señala que el sentido común se halla organizado de
manera irregular, es decir, que contiene en sí elementos dis-
persos e incoherentes, heteróclitos y abigarrados, procedentes
de diversos estratos, como capas geológicas de distintas eda-
des: «hay elementos de la época de las cavernas y elementos
de la ciencia más moderna; prejuicios de las etapas históricas
pasadas, groseramente localistas e intuiciones de una filosofía
del porvenir que será propia del género humano mundialmen-
te unificado» (Gramsci, Nota 1, 1932-33).
Esa densidad y persistencia del sentido común constituye una
advertencia precisa para pensar cómo construir hegemonía en
una situación de aguda disputa, retomando algunos señala-
mientos formulados por Gerratana respecto de lo que Gramsci
entendía por hegemonía proletaria. Para el italiano la disputa
por la dirección y el consenso deben construirse no sólo in-
dagando por el pasado y procurando tender puentes desde
el presente, sino apuntando a construir relaciones basadas en
una pedagogía activa de vínculos recíprocos, en los cuales todx
maestrx sea escolar y todx escolar maestrx (Gerratana, 2013).
Pedagogía y política se entrelazan en la perspectiva gramscia-
na estableciendo así un terreno de afinidad con las feministas
vinculadas a tradiciones críticas.

341
Alejandra Ciriza

Momentos de crisis como 2015 constituyen, precisamente, ins-


tantes de peligro, por decirlo en términos benjaminianos, mo-
mentos de apertura hacia el pasado a la vez que espacios de
disputa por la dirección política.
2015 marcó para Argentina un momento denso en el tiempo,
una suerte de kairós en el cual precipitaron una serie de co-
nexiones que se habían mantenido dispersas. El territorio de
Nuestra América se venía constituyendo en un espacio de fe-
minicidios sistemáticos6. El 3 de junio de 2015 el asesinato de
una joven de 14 años, Chiara Páez, que estaba embarazada y
fue asesinada por su novio en Rufino, provincia de Santa Fe,
Argentina, provocó la movilización del movimiento de muje-
res, que venía de realizar varias marchas para pedir justicia
por diferentes feminicidios. De la primera marcha participa-
ron miles de personas a lo largo y lo ancho del país. Irrumpie-
ron allí miles de jóvenes.
Ese estallido, que precipitó la presencia de las jóvenes mar-
có una inflexión para el movimiento de mujeres y feministas
que habilitó el establecimiento de conexiones: hacia atrás con
los delitos de desaparición forzada cometidos por la dictadura
genocida, por la otra hacia un presente de agudización de la
violencia patriarcal. El nexo entre el Ni una menos y el Nunca
más y la promoción de instancias de manifestación y reflexión
colectiva permitieron la visualización de los nexos entre polí-
ticas feministas y economía capitalista. La violencia patriarcal,
leída en términos de delito individual pudo ser desmontada
a partir de la posibilidad de anudar en la práctica política las
relaciones entre esta fase del capitalismo y el feminicidio.

6 Marcela Lagarde (2008) señala que el feminicidio es el genocidio contra mujeres y sucede
cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados
violentos contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de niñas y mujeres. Desde
la perspectiva de esta autora lo que los feminicidios tienen en común es el odio misógino,
la idea de que las mujeres son usables, prescindibles, maltratables y desechables. La
mexicana ha trabajado largamente sobre el asunto en un país que inició en 1994 una
historia trágica que parece no tener límites. Dos factores confluyeron: sobre una estructura
patriarcal y misógina se produjeron el Tratado de libre Comercio entre México y EEUU y la
instalación de maquiladoras en Ciudad Juárez. Mujeres jóvenes, migrantes, trabajadoras,
racializadas fueron y son aún las principales víctimas.

342
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

El 19 de octubre de 2016 se produjo, una vez más impulsado


por la resistencia a la violencia patriarcal, el primer paro inter-
nacional de mujeres.
En octubre de 2016 el gobierno neoliberal de Mauricio Macri y
su ministra de seguridad, Patricia Bullrich, desató una repre-
sión feroz sobre la marcha final del 31 Encuentro Nacional de
Mujeres, que tuviera lugar en Rosario. El brutal feminicidio de
Lucía Pérez, ocurrido en Mar del Plata, además de una serie
de acontecimientos que la convocatoria describe, impulsaron
al paro:
Paro de mujeres dijimos desde #NiUnaMenos con la rabia por el femicidio
de Lucía en Mar del Plata. Y en el mismo día, el odio de una madre mata a
su hija lesbiana, y al día siguiente, dos adolescentes son acuchilladas en La
Boca. Con los cuerpos todavía movilizados por el Encuentro Nacional de
Mujeres en Rosario y con la bronca de la represión que sufrimos latente,
la idea empezó a salir de las redes para convertirse en una asamblea que
alojó la sede de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular
(CTEP). Fuimos cientos de mujeres organizadas -casi 50 organizaciones y
sindicatos representados- …. Y juntas decidimos parar» (Nosotras para-
mos, 19 de octubre de 2016).
La asociación entre la violencia privada contra las mujeres
y la violencia de las relaciones capitalistas se hizo visible de
manera flagrante. La violencia contra las mujeres no es sólo
un asunto de feminicidios, aunque ellos sean su manifesta-
ción más extrema, sino que atañe a la organización misma del
mundo social, atravesado por relaciones de dominación y ex-
plotación que los hacen posibles. Las vidas de las mujeres y
las personas feminizadas no vale nada, pues transcurren fre-
cuentemente en espacios devaluados. La negativa a privatizar
la violencia, la posibilidad de ubicarla en el espacio social y de
ligarla a las múltiples formas desiguales de distribución de los
bienes económicos, sociales y simbólicos fue permitiendo hilar
los nexos entre capitalismo, racismo, patriarcado y violencia,
asociaciones que hasta no hace demasiado tiempo eran escasa-
mente visibles, o por lo menos mucho más difíciles de anudar.
En palabras de Marta Dillon y Verónica Gago:

343
Alejandra Ciriza

… empezó a vincular la violencia de género con las múltiples formas de


violencia que la hacen posible. De este modo nos salimos del «corset» de
puras víctimas con que se nos quiere encasillar para inaugurar una pa-
labra política que no sólo denuncia la violencia contra el cuerpo de las
mujeres, sino que abre la discusión sobre otros cuerpos feminizados y, más
aún, se desplaza de una única definición de violencia (siempre doméstica
e íntima, por tanto recluida), para entenderla en relación a una trama de
violencias económicas, institucionales, laborales, coloniales, etc. (Dillon y
Gago, 2018).
Del mismo modo que Gramsci leía a Maquiavelo en 1927 en
procura de iluminaciones y sugerencias para el combate polí-
tico, acuciado por las urgencias de aquellos días, la violencia
feminicida trajo a escena el proceso de acumulación originaria
de capital. La traducción del texto de Federici, de la misma ma-
nera que los múltiples espacios de debate feminista actuaron
como precipitadores de la posibilidad de establecer relaciones
entre capitalismo, patriarcado y racismo.
Nuevas conexiones fueron estableciéndose a la luz de nuevas
prácticas, de la irrupción de otras voces que permitieron res-
quebrajar el sentido común del arrebato pasional y el crimen
individual. La seguidilla de asesinatos cometidos contra de-
fensoras de la naturaleza permitieron visualizar las conexiones
entre las tentativas de mercantilizar los bienes naturales, inhe-
rente a la lógica del capitalismo, y la capacidad de las mujeres
para erigirse en sus defensoras. No sólo en territorios nuestro-
americanos, como es el caso de Berta Cáceres, indígena lenca
de Honduras, de Macarena Valdés, mapuche, habitante de la
región chilena de Panguipulli, ambas defensoras de las aguas;
sino de integrantes del movimiento chipko en la India, de las
africanas reunidas en torno a la propuesta de la keniata Wan-
gari Maathai.
La ampliación de la participación de las mujeres y lxs disi-
dentes sexuales en las luchas vinculadas a la politización de
la corporalidad y las relaciones socio-sexuales han generado
la posibilidad de condensación de los nexos dispersos de la
propia historia, a la vez que ha convertido el terreno de los
feminismos en un territorio de disputa política.

344
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

Si, como señalaba Gramsci, las clases dominantes tratan de


romper las posibilidades de construir sentido histórico dis-
persando y cortando los lazos entre pasado y presente despo-
jándonos de nuestro pasado, mostrando cada lucha como si
hubiese comenzado ayer, es comprensible por qué se insiste
en despojar de lazos genealógicos las luchas por el derecho al
aborto, o las reivindicaciones de las jóvenes estudiantes chi-
lenas, como si Chile no hubiese tenido un pasado de luchas
feministas, de resistencia a la dictadura, de demanda, como
dijese Julieta Kirkwood, de democracia en las plazas, en las
casas y en las camas7.
La sospecha ante la percepción de que ni nuestrxs muertxs es-
tarán en pie si el enemigo vence, y ese enemigo no ha dejado
de vencer, abre un espacio de tensiones, de confrontaciones
y controversias. No sólo para restituir la posibilidad de recu-
peración /persistencia de nuestras genealogías, sino también
para disputar la idea de una genealogía única, interpretada en
términos de luchas por derechos individuales. La idea de una
genealogía única campea en las pretensiones eurocéntricas de
establecer qué es y qué no es feminismo, del mismo modo que
en la idea de que no es relevante distinguir entre liberales y
socialistas, entre marxistas y radicals, entre socialistas y anar-
quistas.
En esa suerte de indiferenciación son las genealogías blancas,
europeas, liberales las que priman, desde Stuart Mill a Olympe
de Gouges, desde Cady Stanton a Betty Friedan. De lo que se
trata es de recuperar las disidencias, los bordes, las genealogías
vinculadas a las transformaciones revolucionarias, a la necesi-
dad de pensar la especificidad de la situación de las mujeres
en nuestra América, la disonancia de nuestras voces, nacidas
en otros contextos, producto de otras prácticas, portadoras de
desacuerdos respecto de los proyectos de los feminismos he-
gemónicos.

7 La feminista chilena Julieta Kirkwood (1936-1985) organizó en plena dictadura pinochetista


una red alrededor de esta consigna.

345
Alejandra Ciriza

3.2. Lazos pedagógicos e imaginación política


La preocupación de Gramsci por la construcción de hegemo-
nía, y su convicción de que la transformación sostenida del
sentido común sólo se puede producir a partir de una relación
pedagógica que establezca una conexión activa, un vínculo he-
cho de relaciones recíprocas, constituye indudablemente una
inspiración para las feministas (Gramsci, 1971: 30-32)8.
Gramsci insiste tanto en la persistencia del sentido común do-
minante como sobre la relevancia de condensar la multiplici-
dad de voluntades disgregadas en «una unidad «cultural-so-
cial» cuya base se sustente tanto en la vía emocional como
intelectual, de modo que «est(é) tan arraigada, asimilada y
vivida, que puede convertirse en pasión» (Gramsci, 1971: 32).
La profunda articulación que el italiano propone entre hege-
monía y pedagogía no sólo abarca las relaciones escolares, sino
el terreno de la sociedad civil y, en el horizonte, la sociedad
política. Dice Gramsci:
Cada relación de «hegemonía» es necesariamente una relación pedagógica,
y se verifica, no sólo en el interior de una nación, entre las diversas fuerzas
que la componen, sino en todo el campo internacional, entre complejos de
civilizaciones nacionales y continentales (Gramsci, 1971: 32).
Es en este punto inevitable traer a colación la figura de Freire,
la comunidad de las preocupaciones del italiano y el brasileño,
a la vez que la relevancia que, en Nuestramérica tiene la edu-
cación popular de inspiración freiriana para las prácticas y las
construcciones colectivas intentadas no sólo en el campo de la
lucha popular, sino en el de las batallas feministas.
A su retorno desde el exilio en 1979, Freire «comenzó a «re-
aprender» Brasil a partir de sus lecturas de Gramsci y de la
escucha del Gramsci popular que se discutía en las favelas bra-
sileñas (Torres, 1993: 135, en Ledwith, 2005). Freire y Gramsci

8 Desde luego el asunto ha sido largamente trabajado por una importante cantidad de
autores, desde Gerratana (2013) hasta Laso Prieto (1991). Conviene subrayar el libro de
Manacorda (1969) que contiene un apartado dedicado a «La pedagogía marxista en Italia»
que incluye a Labriola y consideraciones sobre el marxismo y las preocupaciones político-
pedagógicas de Gramsci.

346
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

ofrecen una fértil combinación que Paula Allman catalogó


como una perfecta complementación entre «la exaltación de
la naturaleza política de la educación que defendía Freire, y
la consideración educativa de la política, que propugnaba
Gramsci» (Allman, 1988: 92). Esta combinación se inscribe en
la insistente necesidad que las feministas tenemos de una pe-
dagogía activa que desmonte la hondura de los supuestos pa-
triarcales, clasistas y racistas anclados en nuestros cuerpos y
nuestras vidas, y en el terreno de la sociedad civil donde plan-
teamos nuestras batallas cotidianas.
Las tradiciones feministas de educación popular, que han tran-
sitado de la pedagogía de los oprimidos a la pedagogía femi-
nista apuntan a subrayar tanto la rebeldía como la necesidad
de una posición crítica que nos afirme en actitudes, sentires y
pensares descolonizadores, anticapitalistas y anti-imperialis-
tas, que habilite la asunción del conflicto entre las diferentes
versiones de los feminismos y afinque en el terreno de la vida
cotidiana (Korol, 2012).
La noción de pedagogía acuñada por el italiano ubica en el
centro dos asuntos fundamentales para las feministas: por una
parte la cuestión de la transmisión, y por ende la relevancia de
la continuidad genealógica, y por la otra la habilitación de la
crítica, crítica del sentido común, de las tradiciones dominan-
tes, del conflicto y de las luchas por la hegemonía.
En ese sentido la apuesta por la controversia política al interior
del movimiento feminista apunta a desmontar el peso de la
ilusión consensualista permitiendo percibir hasta qué punto
los modos como se presentan los derechos ganados, los espa-
cios conquistados, tienden a borrar las luchas del pasado y a
desdibujar lo colectivo. Es preciso mantener atención no sólo
a la rememoración de la singularidad de nuestras ancestras, a
las determinaciones del terreno histórico y político en el que
les tocó combatir, sino también a los procesos colectivos que
hicieron posible las tomas de palabra, la emergencia de esas
singularidades a fin de poner en cuestión la tendencia a cons-

347
Alejandra Ciriza

truir relatos en términos no sólo individuales, sino individua-


listas.
La controversialidad de los feminismos se manifiesta en los
reconocimientos genealógicos, en las tramas contenciosas de
nuestras genealogías, desde luego, pero también en las formas
como se presentan nuestras batallas. La idea, cada vez más
consensuada, hasta el punto de pasar desapercibida como una
idea parcial, de que el foco de las batallas feministas es cultural
tiende, por una parte, a borrar las asimetrías de clase y las re-
laciones de explotación y dominio basadas en la racialización,
y por la otra a identificar las luchas feministas como luchas
identitarias. No porque ello no sea en parte verdad, sino pre-
cisamente por la dificultad para percibir la parcialidad de esa
verdad.
En su interesante y cuidadosa lectura de Gramsci con propó-
sitos feministas, Lea Durante lleva a cabo una meticulosa ope-
ración que le permite, a la vez, reconocer las limitaciones de
la mirada Gramsciana respecto de las mujeres, el peso de la
tradición sarda, las estrecheces de su lectura sobre el patriar-
cado, marcada por el primado de una perspectiva clasista que
desdibujaba otras formas de dominación cuyo peso relativo le
resultaba difícil de percibir y dar cuenta de las posibilidades
que ofrece su perspectiva en orden a producir una crítica de
las posiciones que se nutren del pensamiento diferencialista
(Durante, 2019).
La identificación entre feminismo y sexualidad genera lo que
algunas denominan «sororidad», una versión que desdibuja
los conflictos y controversias, naturaliza determinadas «agen-
das» como prioritarias, impone un cierto lenguaje a la vez que
excluye otro. Sin controversia, porque esos procesos de impo-
sición aparecen investidos del halo del consenso, tras el borra-
miento de las memorias de los conflictos, del desdibujamiento
de lo que nos une y nos separa a través de líneas divisorias de
clase, raza, ubicación. En la perspectiva de Durante se trataría
de aquellas versiones que hallan cabida en los organismos in-
ternacionales, compatibles con las democracias restrictivas, sin

348
Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

expectativa alguna de transformar las relaciones económico–


sociales propias del capitalismo tardío, que han admitido a al-
gunas mujeres en el mundo del trabajo asalariado a la manera
de los varones, e incluso les ha proporcionado a unas pocas lu-
gares de poder y privilegio. También las herederas del poses-
tructuralismo, cuyo feminismo ha devenido una «galaxia de
pensamientos y reivindicaciones del continuo fluido de sexos
y géneros» (Durante, 2019).
De allí la importancia de una pedagogía feminista, una peda-
gogía política del conflicto y la esperanza, de la transmisión
de nuestras genealogías e historias, de incitación a la transgre-
sión y la resistencia. De un feminismo que ponga en cuestión la
ficción de feminismos sin controversias ni pasado, de jóvenes
nacidas inesperadamente de la efímera espuma de una marea
que descenderá apenas se conquiste el derecho al aborto.
Más bien en este momento de peligro es preciso fortalecer ese
delgado hilo rojo que nos liga a la tradición, esa herencia de
articulación fuerte entre teoría y praxis que nos impulsa hacia
lo colectivo, que inscribe nuestros cuerpos en los territorios en
empecinada lucha anticapitalista, anticolonialista, antipatriar-
cal, que nos ubica en una línea de transmisión que nos liga a
nuestras ancestras a la vez que a las nuevas generaciones de
feministas en un proceso que por cierto implica lucha por la
dirección intelectual y moral.

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349
Alejandra Ciriza

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Notas gramscianas sobre las políticas feministas. Genealogías, política y pedagogía

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351
Hegemonía y bloques históricos en
América Latina

Luis Tapia

La hegemonía, cuando existe, es el resultado de una larga


construcción social y política. La hegemonía es resultado de
una articulación política o de conjunto de prácticas políticas que
articulan un determinado tipo de estructuras de producción o
económicas con un modo de reproducción social, y articulan
estado y la sociedad civil. Según Gramsci la hegemonía es
resultado de una organización de la cultura, que es una noción
que corresponde a este tipo de articulación de una calidad
social en base a principios de correspondencia. Esto significa
que los principios con los cuales se organiza la producción
son compatibles o similares a los principios con los cuales se
organiza la forma de gobierno, ya que forman parte de una
concepción del mundo, que incluye una dirección política y
cultural.
Gramsci también pensó que la hegemonías es resultado de una
articulación entre dominación y dirección, esto es, una forma
de dominación que tiene consenso en una parte significativa
de un país o sociedad. Este conjunto de articulaciones es algo
hecho por sujetos y la forma de intersubjetividad que articula
y a la vez es resultado de la hegemonía, es lo que llamó un
bloque histórico, que consiste en una articulación que varios
sujetos diferenciados por su ubicación en la estructura
económica y social pero que es el resultado de la acción política
y de la interacción que tienden a converger y a producir una
concepción del mundo común y un proyecto de sociedad, es
decir, de economía, de gobierno y de organización de la cultura

352
Hegemonía y bloques históricos en América Latina

compartido, sobre todo compartido como resultado de trabajo


y prácticas comunes.
En la vida social hay constitución de sujetos y fuerzas que
responden a necesidades de defensa, resistencia o promoción
de intereses, incluso prácticas de monopolio y exclusión, por
otro lado, y hay sujetos que se constituyen también en torno
a la disputa política por la gestión y dirección del estado. Un
bloque histórico no es cualquier tipo de sujeto colectivo. Lo que
permite distinguir el proceso de configuración de un bloque
histórico en los términos de Gramsci es paso de lo corporativo a
lo ético-político. Esto implica un paso de la dimensión gremial
corporativa e incluso de la dimensión de clase en sentido
más exclusivo, a la articulación de un bloque, de un bloque
que para ser histórico no es una articulación de alianzas de
intereses sectoriales que se mantienen diferenciados aunque
converjan en acciones comunes o que aunque converjan en
acciones comunes tienen proyectos colectivos diferenciados.
Según Gramsci la hegemonía burguesa es algo que tomó siglos
constituir tal cual se despliega en las sociedades más modernas
y capitalistas. En las sociedades de la periferia capitalista
hay países en los que nunca se configuró una construcción
hegemónica que hay otros en los que sí hay historias de
articulación de bloques históricos de una composición más
nacional popular en América Latina, que corresponde a los
ciclos de construcción del estado-nación en el continente, que
avanzaron más en México, en Brasil y Argentina. Estos bloques
han sido atacados y desarticulados por las dictaduras militares
en principio y por la política neoliberal después.
Revisó tres experiencias de articulación de bloques políticos
y sociales que adquirieron en algún momento características
de bloque histórico en las historias de América Latina de las
últimas décadas. Ya no comento los procesos de constitución
de bloques históricos en el período nacional nacionalista
durante el siglo XX. A partir del análisis de estas experiencias
históricas, señaló algunas dificultades, tareas y en procesos
para pensar en el desarrollo de alternativas en América Latina,

353
Luis Tapia

que tengan visos de reconstrucción hegemónica en nuestros


países.
Primero, comento la experiencia brasilera. Hacia fines del siglo
XX se articularon dos importantes tipos de fuerzas en el país.
Por un lado, hay un eje que se articula en torno al sindicalismo
obrero, en particular metalúrgico, que ha de organizar su
propio partido, el PT, que empieza a disputar el gubernamental
por la vía electoral. El PT tiene algo parecido con la trayectoria
de la socialdemocracia europea en sus primeras fases. Se trata
de un partido creado por los sindicatos para representar a la
clase en el parlamento y para disputar el poder político a nivel
nacional también tiene que articular un proyecto político para
el país.
Desde el polo obrero, entonces, se articula un partido político
poderoso, en crecimiento, capaz de disputar de las elecciones
nacionales y que empieza ganando en algunos municipios.
Desde el polo campesino se articula el movimiento sin tierra
que articula la crítica a la estructura de monopolio de la tierra
o gran latifundio, es decir, articula la crítica a la estructura
agraria en el país y al tipo de dirección de la economía agraria
orientada a la agroindustria. Se vuelve un movimiento social
que se plantea ante las limitaciones que implica el cierre a
reformas negociadas, la toma de las tierras y una reorganización
de la producción introduciendo posesión colectiva de la tierra,
trabajo colectivo, que se acompaña de la organización de sus
propias escuelas, lo que implica que a la vez que se alfabetiza
forman también políticamente a los militantes del movimiento.
El MST es un tipo de organización que tiende también a
articularse a lo largo del país. En el Brasil hay también otros
partidos de izquierda y otras formas de organización popular
pero estas dos, MST y PT son las que adquieren una escala
más grande, mayor fuerza y se convierten en fuerzas políticas
capaces de producir reformas. El MST de facto, en aquellos
territorios donde se ocupa la tierra, introduce otra forma de
producción y reproducción social y de educación, es decir,
experimenta otra concepción del mundo, de la producción

354
Hegemonía y bloques históricos en América Latina

y del autogobierno. Según Gramsci éste es un rasgo clave


en la construcción de proyectos alternativos y de bloques
históricos que los sustentan, es decir, la experimentación de
otras concepciones del mundo. Por lo tanto, en el plano de la
organización de la producción, la reproducción cotidiana de la
vida social como también en las formas de dirección política.
Se trata de una experimentación que penetra en territorios del
latifundio desde concepciones campesinas.
Por el lado obrero la apuesta fuerte en la disputa por la
vía electoral. En ambos casos se pasa por un periodo de
acumulación histórica. Se puede decir que la lucha del MST
alimentó la victoria electoral del PT, obviamente no de manera
exclusiva. De facto son dos organizaciones que no se fusionan
pero establecen fuertes vínculos de identidad y de cooperación
en algunos ámbitos durante algún periodo, en el sentido de que,
por ejemplo, el MST promovía que militantes del movimiento
puedan ser candidatos por el PT u otras fuerzas de izquierda
para ocupar cargos de autoridad a nivel municipal y regional
o también nacional, lo cual veían como una condición de
posibilidad de procesar varias de sus propuestas de reforma.
Estas fuerzas se construyeron de manera autónoma.
Prefiguraban una gran posibilidad de articulación de un
bloque histórico que pueda reformar sustantivamente la
estructura agraria, la organización y dirección en el país, pero
no llegaron a trabajar en la articulación de un proyecto común
de país. Hubo colaboraciones, identificaciones puntuales de
colectividades campesinas con la alternativa electoral del PT,
pero esto nos llevó a madurar en la configuración de un bloque
histórico. Yo pienso que las historias de estas fuerzas llegaron
a configurar una gran posibilidad de constitución de un nuevo
bloque histórico, que implique la articulación de lo obrero y
campesino, procesada en parte por las instituciones de una
democracia representativa moderna.
Creo que uno de los principales motivos por lo que esto no
prosperó, es porque la dirección política del PT no trabajo en
la articulación de otra concepción del mundo, que implicaba

355
Luis Tapia

concebir otro tipo de estado, forma de gobierno y de economía,


y se orientó a un conjunto de reformas que estaban dirigidas
a lograr una mayor integración económica, social y política en
las estructuras sociales y estatales existentes, con varios efectos
positivos las poblaciones más afectadas, como reducción de
la pobreza, mejora en índices de salud, es decir, sobre todo
en las condiciones de reproducción social. Con el tiempo el
PT cada vez más se orientó a ser un gestor de la estructura
económica y de las estructuras del poder social y económico
y de las estructuras estatales existentes, y a ser subsumido
por la lógica de la reproducción de las mismas, que llevó a la
experiencia de la corrupción, por un lado, y a la experiencia de
los límites de sus reformas, incluso de la continuidad política
en el gobierno; ya que esas limitaciones se fueron traduciendo
en desarticulación política. Durante ese tiempo también hubo
un distanciamiento entre PT y MST, que se ha visto afectado
también por algunos procesos de institucionalización.
Otro tipo de experiencia de articulación de bloque histórico
es lo que ha sucedido en territorio andino, en particular en
Ecuador y en Bolivia. Cuando Gramsci pensó en la noción de
bloque histórico y hegemonía estaba pensando en principio
que hegemonía es una categoría para pensar sociedades
atravesadas por la división en clases sociales y la articulación de
una hegemonía del sujeto dominante en la sociedad capitalista,
por un lado, es decir, hegemonía burguesa, y como alternativa
una hegemonía articulada en torno a un bloque histórico en
el que habría centralidad proletaria, obrera. Lo peculiar de la
experiencia andina de las últimas décadas en la articulación
de algo que yo creo que se puede pensar bajo la noción de
bloque histórico pero cuyo componente o eje articulador no ha
sido la clase obrera sino un proceso de unificación de pueblos
de matriz comunitaria o pueblos indígenas, como se suele
llamarlos.
Este proceso de articulación de bloque tiene varias fases
y facetas. Una de ellas tiene que ver con la unificación en
términos de organización. En el caso del Ecuador hubo un
proceso de unificación de pueblos de la amazonía, en la zona

356
Hegemonía y bloques históricos en América Latina

andina y en los valles, en torno a la CONAIE, la Confederación


Nacional indígena del Ecuador, que luego también generó su
propio partido, experiencia que no prosperó. En todo caso no
potenció la configuración de ese bloque.
En el caso de Bolivia hay tres ejes de unificación. Uno de
ellos se da en torno al sindicalismo campesino, que desde
la década de los 70 se independiza del estado y combina un
discurso de clase como trabajadores agrarios con un discurso
de naciones, en particular de nación aymara al inicio, ya que
estos, los kataristas, son los responsables de este proceso de
separación político- ideológica. En territorios andinos también
se configura el CONAMAQ o Consejo Nacional de ayllus y
marqas del Qullasuyu, que tiene por objetivo reconstituir
territorios y estructuras originarias de autoridad originaria. Es
algo que ocurre en territorios de cultura aymara y quechua.
Hay otro proceso de unificación de pueblos de tierras bajas,
donde está la gran diversidad cultural del país, más de 30
diferentes pueblos y culturas. Primero se unifican en torno
a centrales regionales, que en muchos casos incluye 3, 4 o 5
diferentes pueblos y culturas, luego esas asambleas configuran
la Central indígena de pueblos del oriente de Bolivia, CIDOB.
Estos procesos ocurren de manera autónoma pero producto de
las luchas contra el neoliberalismo convergen en algo que se
llamó el Pacto de Unidad, que es una articulación de estas tres
fuerzas, que tuvo como tarea principal, además de la resistencia,
la articulación del proyecto de un estado plurinacional a
través de una asamblea constituyente, que demandaron y
promovieron en su proceso de luchas. Los pueblos de tierras
bajas son de una cultura heterogénea respecto de los pueblos
de tierras altas; sin embargo en la configuración del Pacto
de Unidad pensaron la necesidad de construir un estado
plurinacional, que fue el modo en que se nombró la tarea
de democratizar las relaciones entre los diferentes pueblos y
culturas del país, tanto en el Ecuador como en Bolivia.
Estas fuerzas de origen indígena no eran fuerzas que sólo
tenía una faceta reivindicativa o de defensa, cosas que también

357
Luis Tapia

hicieron, sino que cada vez más se convirtieron en una


fuerza que articulación de proyecto político, por lo tanto, de
proposición. Es un rasgo de la configuración de un bloque
histórico, es decir, la articulación de un proyecto político, un
tipo de sociedad, de vida política y de civilización. Lo peculiar
de la historia de estas fuerzas es que a diferencia de como
por ejemplo Gramsci pensaba en su época la hegemonía, que
implicaba por ejemplo al pensar en el partido comunista en
la articulación de un bloque histórico, en procesos donde es
el partido el que tiene que articular propuestas que se están
haciendo desde el campo de las ciencias, las artes, la actividad
productiva, la tecnología, en fin. En el caso de estos países
se plantea la necesidad de una asamblea constituyente. Esto
responde a la idea de que siendo uno de los rasgos centrales
de estos países el hecho de que hay una diversidad cultural,
que históricamente ha sido oprimida por el dominio colonial
y luego por el moderno, incluso nacionalista, la clave o la
tarea central era pensar juntos un modo de reorganizar la
convivencia entre esa diversidad cultural, ya que ninguna de
estas diferencias contendría el modelo general para sustituir
la forma estatal y económico social dominante, aunque hay
sectores que desplegaron también esa pretensión.
En todo caso, lo peculiar de este tipo de experiencia, que es
lo que quiero comentar aquí, tiene que ver con un proceso de
configuración de un bloque histórico intercultural, a través de
un proceso de unificación de asambleas indígenas, que a la vez
que atacan y critican el colonialismo reproducido a lo largo del
periodo colonial y la historia moderna, se proponen avanzar
en un proyecto político, en un proyecto político no sólo para
ellos sino para el país. En estos casos, se trata de experiencia
de articulación de bloques históricos, que además llegan a
articular en unos casos de manera más desarrollada que en
algunos temas más la manera más desarrollada en un lugar
que en otro, propuestas sobre cómo articular producción,
reproducción social y forma de gobierno; aunque todavía con
algunas limitaciones.

358
Hegemonía y bloques históricos en América Latina

En el plano de la producción la propuesta central tiene que ver


con la recreación y potenciamiento de las formas comunitarias
de producción agraria en particular. En el plano político
una de las principales limitaciones aparece, por ejemplo,
en el documento del Pacto de Unidad en Bolivia donde su
propuesta reproduce en gran parte la propuesta de las fuerzas
que reconstruyen el viejo estado, con la gran diferencia que es
la introducción de la demanda de autonomías indígenas, que
implica el reconocimiento de sus formas de autogobierno.
La tercera experiencia de constitución de un bloque histórico
que comento es la que han articulado los zapatistas en sus
territorios. La emergencia política del zapatismo estuvo
precedida por largos años de rearticulación de estructuras
comunitarias, un proceso de formación de cuadros y la
articulación de su propio ejército. La experiencia zapatista,
en lo que es relevante para los temas comentados, incluye un
proceso de recreación y desarrollo de un gobierno o de formas
de autogobierno a la escala de las comunidades locales, que
se articulan en torno a municipios indígenas, que se rigen por
procesos de rotación en los cargos de autoridad, a los que se ha
incluido de manera decisiva la presencia de mujeres.
A lo largo de los años los zapatistas han articulado lo que llaman
las juntas de un gobierno, que son niveles de autogobierno
de escala intermedia, que articulan varios municipios y que
asumen tareas de mayor complejidad, sobre todo en lo relativo
a educación, salud y el montar sistemas de salud y educación
más complejos, en además tener sus sistemas bancarios de su
propio sistema de bancos. Se trata de un proceso de construcción
de autogobierno desde lo local de manera ascendente hacia
escalas intermedias, y que se proyectaría más allá en la medida
en que prospere como un modelo de reforma del país. En ese
sentido es que se han articulado las escuelitas zapatistas para
irradiar su experiencia en otros lugares del país.
Uno de los rasgos por los que pienso que esto también es una
constitución de bloque histórico, tiene que ver con el hecho de
los sujetos que están en este proceso de reconstrucción social

359
Luis Tapia

y territorial zapatista pertenecen a diferentes culturas, ya que


muchos de ellos no son originarios de ese espacio sino que
ha sido desplazados de otros territorios comunitarios por la
expansión ,capitalista y del latifundio. La diversidad étnico-
lingüística no es suficiente para pensar en la configuración de
un bloque histórico. Lo que hace que adquieran este rasgo tiene
que ver con algunos criterios centrales de Gramsci. Uno de ellos
es la experimentación de concepciones del mundo alternativas
y que disputan la dirección y la hegemonía existente. El
zapatismo está poniendo en práctica y experimentando
otra concepción del mundo que está compuesta de algunas
prácticas y estructuras antiguas o de larga data, a las que se
articulan algunos elementos inventados o introducidos por los
zapatistas en su proceso de lucha.
Aquí cabe hacer una distinción. Gramsci, en principio utilizó
la noción de hegemonía y bloque histórico para pensar
sociedades divididas en clases y el cómo a pesar de eso se
lograba en algunos territorios y épocas articular con grados
de correspondencia la estructura económica, la forma de
gobierno, esto es, organizar la cultura con estos rasgos de
correspondencia entre estructuras sociales y económicas y
políticas.
El proyecto zapatista tiene como base central estructuras
comunitarias, es decir, estructuras en las que no existe división
en clases. En este sentido, podría parecer no pertinente la
noción del bloque histórico y de hegemonía; pero es un tipo
de experiencia de lucha en el territorio de un país que sí
está atravesado por estructuras de clases, de desigualdad,
de monopolio de la propiedad así como del poder político,
relaciones de explotación y dominación, respecto del cual las
fuerzas zapatistas son una fuerza de crítica, de desmontaje de la
hegemonía político-cultural, es decir, son una fuerza colectiva
que está poniendo resistencia a la reproducción ampliada
desde estas relaciones y formas de explotación y dominación
en parte del territorio mexicano. A partir de experimentar otra
forma de organización y vida política. En este sentido, creo
que se trata de un bloque histórico, que articula producción,

360
Hegemonía y bloques históricos en América Latina

reproducción social, vida política, una organización de la


cultura en torno a una concepción del mundo, que se presenta
como una alternativa de dirección político cultural en el
contexto del país.
II.
Paso a hacer algunas consideraciones en términos de
aprendizaje de las cosas que no llevan a la disputa hegemónica
y el despliegue de alternativas en sentido fuerte, para
bosquejar algunas líneas de trabajo político hacia adelante.
La primera cosa que cabe analizar es el vínculo entre partidos
y movimientos sociales y organizaciones indígenas y otras
formas de organización social. Teniendo en cuenta sobre todo
la trayectoria brasileña y boliviana, lo que uno puede ver es
que por la vía exclusiva de la disputa electoral no se llega a una
disputa hegemónica en sentido serio o ésta no avanza mucho.
La tendencia más fuerte es que la cultura política dominante
y las estructuras estatales y económicas acaben asimilando a
los partidos de izquierda que logran ganar elecciones y en un
tiempo no muy largo empiecen a trabajar de la reproducción
ampliada del capital transnacional y nacional, y también se
acoplen al viejo bloque económico-social dominante.
Partidos como el MAS, y el PT, con el tiempo tienden a
convertirse en máquinas electorales en el caso del MAS como
rasgo exclusivo. El PT tiene una historia un poco más densa
y compleja. En la medida en que se vuelven básicamente
máquinas electorales dejan de trabajar en proyecto político.
Este cambio es mucho más fuerte en el caso brasileño ya que el
PT tenía lo que se llama una masa crítica de profesionales, de
investigadores y de militantes con experiencia organizativa,
que era un gran potencial para articular un proyecto político
que implique una reforma más seria y antimonopólica en su
país. Había un potencial mayor para desmontar la hegemonía
capitalista en el Brasil.
Otra tendencia que se asocia a esta faceta es la creciente
personalización en el liderazgo del partido, que va ligada a
la conversión de máquina electoral. En la medida en que se

361
Luis Tapia

personaliza el liderazgo también desaparece el carácter de


ser partidos que son una fuerza colectiva que trabajen en
articulación de proyecto político y es una fuerza que lucha
por su implementación. Esto ocurre de manera más fuerte y
hasta ridícula en el caso boliviano, pero también ha marcado
la trayectoria del PT.
Esto implica que sólo por la vía de partidos que se centran
en la disputa electoral no hay cambio o una disputa seria
de la hegemonía y la tendencia es a que estos partidos sean
absorbidos por la dinámica de reproducción de las viejas
estructuras dominantes. La construcción de bloques históricos,
que es algo que yo creo que es una condición necesaria para
hacer reformas más sustantivas en nuestros países, implica un
trabajo del proyecto de largo aliento y un trabajo de proyecto
político que tiene que transcurrir en lo sustantivo por afuera
de los espacios estatales. Ocurre y tiene que ocurrir en espacios
públicos articulados fuerzas alternativas que, por lo general,
tienen que combinar luchas de resistencia con un trabajo de
proyecto político.
En este sentido, me parece que es importante recuperar la
experiencia de los zapatistas, la del Pacto de Unidad en Bolivia,
también experiencia del MST en particular. La constitución
de un bloque histórico no implica monolitismo. Un bloque
histórico más bien es resultado del despliegue del pluralismo,
no sólo diversidad de sujetos que se articulan en luchas y
procesos de construcción sino inclusive pluralidad de ideas,
alternativas entre sí, pero que están orientadas a la sustitución
de las formas de explotación y dominación por otras; incluso el
proyecto alternativo no tiene que ser una homogeneización de
la vida social bajo otras formas supuestamente de emancipación
común, sino la articulación de varios principios de organización
alternativo que responden a proceso de acumulación política
local como también de imaginación colectiva diferenciada.
La constitución de un bloque, siguiendo esta pauta clave de
Gramsci, implica la experimentación de concepciones del
mundo, que se empieza en la lucha y que se proyecta de manera

362
Hegemonía y bloques históricos en América Latina

ampliada como reforma más global de los territorios de uno


o varios países. Esto es algo que, por lo general, está ausente
de los partidos políticos. En este sentido, a veces me inclino
a pensar la necesidad de partidos de izquierda que no estén
orientados a la lucha electoral sino a la articulación de fuerza
social en torno a la articulación de un proyecto político, que
no implica abandonar la lucha electoral, para lo cual se puede
armar brazos paralelos, ya que en la medida en que se abandona
la lucha electoral también esto favorece el monopolio del poder
político y la reducción de algunos grados de democratización
que son resultado de históricas luchas populares.
La historia reciente de América Latina nos muestra que las
principales experiencias de disputa en relación a las formas
de dominio económico y político capitalistas han venido
de procesos de unificación y proyectos políticos de matriz
comunitaria, sostenidos por bloques indígenas básicamente.
En lo que se refiere a producción, sobre todo, tienen como
núcleo de proyecto político las formas comunitarias de trabajo
agrario y de distribución de los bienes. Con esto lo que quiero
decir o recordar es que las principales fuerzas de resistencia
y alternativas vienen del mundo agrario y, por lo tanto, su
fuerte es el tipo de saber productivo y de organización social
que responde a una cultura agraria. Esto ocurre tanto con
zapatistas como con las asambleas indígenas de la zona andina
y el MST, con sus respectivas y significativas diferencias.
Esto nos plantea que donde hay que desplegar más trabajo de
imaginación y luego de experimentación política en los procesos
de articulación de fuerzas políticas es en el ámbito moderno y
urbano, en lo que tal vez una de las ponencias más avanzadas
ha sido lo que conocemos como planificación participativa a
nivel de municipios. En algunas luchas hay experiencias de
toma de fábricas y su reconversión en empresas colectivas,
cosas que han tenido que desplegarse frente a un cerco y un
boicot constante que buscaba que fracasen.
En todo caso lo que vemos es que hay una desproporción,
en tiempos de modernidad tardía, como dirían algunos, las

363
Luis Tapia

principales fuerzas alternativas son bloques agrarios. Es


necesario trabajar en la articulación de fuerzas urbanas. La
capacidad de proyecto político, de articulación de concepciones
del mundo, de modelos, de experiencias de producción y de
autogobierno para producir un acoplamiento con aquellos
bloques agrarios que hoy son el principal límite a las formas
de depredación capitalista actualmente desplegadas.
La forma de hegemonía burguesa predominante se articuló en
torno al industrialismo y, por lo tanto, una cultura moderna de
predominio urbano, monocultural, etnocéntrica. Desarticular
esa hegemonía implica trabajar en bloques históricos que tomen
en cuenta las pautas históricas ya desplegadas. La importancia
de los bloques agrarios, tanto comunitarios como campesinos,
el desmontaje del etnocentrismo que implica la articulación
de concepciones del mundo y alternativas de organización de
países multiculturales igualitarias, y la recreación de formas de
autogobierno o procesos de reorganización del autogobierno
desde lo local y micro de manera ascendente y no al revés.

Bibliografía
Gramsci, Antonio (1980). Cuadernos de la cárcel, Juan Pablos, México.
Marx, Carlos (1971). El Capital, Editorial Claridad, Buenos Aires.
EZLN (2014). Rebelión zapatista. La palabra del EZLN, México.
Stedile, Pedro (1996). Brava gente, A trajetoria do MST e a luta pela terra no Brasil,
Perseu Abramo.
Zavaleta, René (1982), «Problemas de la determinación dependiente y la forma
primordial», en América Latina: desarrollo y perspectivas democráticas,
FLACSO, Costa Rica.

364
En el espejo de Gramsci

José Carlos Rodríguez

«…se podría decir que Estado = sociedad política + sociedad civil,


en otras palabras, hegemonía protegida por la armadura de la coerción»
(Selections from the Prison Notebooks of Antonio Gramsci. London:
Lawrence & Wishart.1971: 263).

En este artículo hace un ejercicio que consiste usar a Antonio


Gramsci como espejo para mirar al Paraguay. Para ello define
lo que se entiende por ello, o sea, su enfoque (I); luego se
centra en grandes temas: (II) la economía; (III) el poder y (IV) la
conciencia. Una realidad totalmente distinta a la estudiada por
Gramsci, aunque bajo su punto de la hegemonía. No se hace
una estrategia ni nada semejante. Eso requeriría un análisis
de las praxis emancipadoras, otro estudio. Se refiere de todos
modos al (V) proyecto emancipatorio del pensador italiano.

1. El llamado enfoque cultural


Suele pensarse que Antonio Gramsci (AG) es un teórico de la
cultura, en contra del economicismo y el materialismo vulgar
de su tiempo. Gramsci sigue, sin embargo, una tradición con-
sistente. Marx, por ejemplo, era un hegeliano de izquierda. He-
gel definía a la conciencia, o al espíritu, en una acepción que
hoy llamaríamos cultura. Por eso llamó a la economía la ‹astu-
cia de la razón›, una materialización de la cultura, del espíritu.
Al invertir los términos hegelianos, el escritor de El Capital,
adoptó esas instancias, que también modificaba. Por ejemplo,
al decir que «No es la conciencia del hombre la que determina
su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina
su conciencia» (Marx 1859), sería un error entender que Marx

365
José Carlos Rodríguez

consideró a lo económico como el mundo de las cosas, como si


pretende el proyecto de hacer una ‹física social› de la propues-
ta positivista.
La ‹Crítica de la Economía Política, El Capital› (1967) se inició
negando que la realidad económica contemporánea sea un ‹al-
macén de mercancías›, aunque así lo parezca, a primera vista.
De lo que se trata es de una relación social entre productores
aislados, que colaboran, en forma impersonal, y sin saberlo:
eso es el mercado1, cuya apariencia es el almacén. Lo mismo
podría decirse del capital, que aparece como un valor que se
autoincrementa, un tesoro que se atesora. Esa es su apariencia.
Pero, en realidad, y al mismo tiempo, se trata de un vínculo
desigual entre propietarios y no propietarios. Un intercambio
donde los primeros toman de los segundos un excedente por
encima de lo que pagan. Donde, los trabajadores dan a los pri-
meros más de lo que cobran, que es su salario; el costo de la
subsistencia de los trabajadores, incluyendo a sus familias.
¿De qué tipo de simbolismo se habla? Porque, si el análisis re-
quiere una heurística, una actividad de descifrado, es porque se
trata de algo que está cifrado, encubierto, y, al mismo tiempo,
que se ejecuta en forma imaginaria, poco consciente. Las cosas
físicas no se interpretan, se enumeran, lo que sí se interpreta es
el sentido que tiene un simbolismo. Las cosas no tienen sentido,
no son significantes, son opacas. El simbolismo del que habla
Marx es el de un libreto, con aspectos que hoy llamaríamos de
constatación (constatativo), y otros de ejecución, o performativos.
Los cuales en su articulación pueden conformar lo que puede
denominarse un macro juego de lenguaje2. Una coreografía donde
lo material y lo simbólico funciona como padrón de la sociedad.

1 Relación material entre personas y relación social entre cosas, ese oxímoron, es el
fetichismo de la mercancía, que El capital buscó descifrar. Adam Smith habla del mismo
oxímoron (contradicción): la búsqueda del puro interés particular de cada uno, su mano
visible, genera, como resultado, el logro del interés general. Eso lo hace la mano invisible
del mercado. Tampoco para Adam Smith, el mercado es una acumulación de cosas, ni las
fuerzas del mercado son una pura física social, sino que conforman una institución.
2 Performativos y constatativos, en el sentido de John L. Austin; y, juegos de lenguaje en el
sentido de Ludwig Wittgenstein.

366
En el espejo de Gramsci

Si la teoría marginalista (de la contabilidad macroeconómica)


pudo cuantificar las relaciones de los precios, en cambio, no
pudo dar cuenta del sentido del vínculo económico. La teoría
del valor trabajo de David Ricardo, seguida por Marx, que no
tiene algoritmos suficientes para calcular los valores en plata,
‹al transformar los valores en precios›, pero en cambio busca
la comprensión de los hechos. Antonio Gramsci AG es tan cul-
turalista como la tradición que asume y desarrolla, a diferencia
de algunos economicismos que estaban y están en boga.
Acá se buscará resaltar esa síntesis y enfoque. En particular
para el coloquio de Asunción3 que enfatizó el análisis de la he-
gemonía. En AG esto es,
«el aspecto ético-político de la política o la teoría de la hegemonía y del
consenso, además del aspecto de la fuerza y de la economía» (T4 p198
(26), énfasis agregado).
Lo que supone, además, «la ‹valorización› del hecho cultural,
de la actividad cultural, de un frente cultural como necesario
junto a aquellos meramente económicos y meramente políti-
cos». (Cuadernos T4, p126 (46)). Y, también, la actitud crítica,
«una concepción de lo real que ha superado el sentido común y se ha
convertido, aunque dentro de límites todavía restringidos, en crítica» (T4
p 253 (16b), énfasis agregado).
Hoy diríamos, la superación de la naturalización (= sentido co-
mún) de las relaciones en las cuales se vive, la desconstrucción
de las evidencias pre-reflexivas. La búsqueda del secreto de los
fetichismos, no solo de la economía, sino también de la cultura
y de la política. La hegemonía es aquello que la historia efectuó
y que la sociedad reproduce a través de los litigios. Los que
mantienen a la sociedad unificada y subordinada. Los que per-
miten pensar al sistema como una articulación de equilibrios
y de relaciones de fuerzas. Sentido, poder y materialidad, son
una realidad histórica, resultado de la praxis, que también es
des-construible y re-construible a través de la praxis.

3 Simposio: Gramsci, La teoría de la ideología y las transformaciones recientes en América


Latina. Organizado por Germinal, con financiamiento de Conacyt. Agosto 27, 2019,
Biblioteca del Congreso, Asunción Paraguay.

367
José Carlos Rodríguez

El litigio más tematizado fue el de la lucha de clases, desde Marx,


por lo siguiente: Esta se materializa en el Estado, que es el poder.
Y este sostiene a la opresión y a la explotación. Estas no son sim-
ples palabras peyorativas o ‹ideológicas›, en sentido vulgar. Son
las asimetrías de mando no elegidas ni removibles (opresión) así
como el inevitable intercambio desigual de valor (explotación).
En el poder asimétrico y en los intercambios desiguales, algunos
están obligadas a producir la riqueza que no consumirán (ni de-
cidir en qué se la usará) y otros gozan del privilegio a consumir
más riqueza de la que pagaron (o decidir en qué se usará la que
no se consumen). Y, además estos últimos gozan el privilegio de
mandar sobre los demás, sin haber sido electos, ni en los proce-
sos de producción ni fuera de ellos.
La hegemonía es litigiosa. Así se inicia, así se sostiene, inclu-
so en sus formas latentes, no manifiestas. Todo el sistema de
discriminación social, fue instalado en la ruptura del igualita-
rismo paleolítico, un tiempo en el cual la sociedad comunitaria
más antigua que no tenía Estado; así como ulteriormente, en
las guerras de conquista, en donde el vencedor devino clase
dominante4.
Las instancias de la economía, de los litigios, del poder, tienen
como argamasa la ideología, que AG entiende y asimila a la cul-
tura.
«El problema más importante a discutir en este parágrafo es éste: si la
filosofía de la praxis excluye la historia ético-política, o sea, si no reconoce
la realidad de un momento de la hegemonía, no da importancia a la direc-
ción cultural y moral y juzga realmente como «apariencias» los hechos de
superestructura» (Cuadernos T4, p126 (46)).
La ideología no es solo un pretexto o coartada, que otorga le-
gitimidad a la dominación y al intercambio desigual. Es una
forma de vida, la dominación usa ciertas ventajas en relación

4 En Paraguay el pasado está presente, cercano o latente. Aún hay micro-comunidades en


libertad. Hay antropología de la negativa de los indígenas a conformar un estado, antes,
durante y ahora. Y hay antropología sobre la brutal división social que se introdujo entre
los españoles y los indios, para hacerlos vasallos o/y exterminarlos. Las contradicciones
de género y etnia preexisten al estado y al capitalismo, aunque después se funsionen con
las diferencias sociales y se apoyen en el estado.

368
En el espejo de Gramsci

a la sociedad preexistente y/o en relación a las subordinadas,


en un momento dado5. La gran diferencia entre los sistemas
pre-capitalistas y el sistema capitalista está en que, en el ca-
pitalismo, la dominación y la explotación estén enmascarados
por su propia forma mercantil, que en parte recubre, pero en
parte también requiere cierto igualitarismo y cierto liberalis-
mo. Algo ficticio, pero también necesario para que las cosas
ocurran con una apariencia de igualdad y libertad, incluso de
justicia y que el dominio sea voluntariamente aceptado.
Nadie ve a simple vista porque una levita vale tantas varas
de lienzo, ni la diferencia entre cuánto cuesta una jornada de
trabajo y cuánto valor genera. El intercambio desigual apa-
rece como un justo contrato de trabajo entre personas libres.
Aunque solo se pueda elegir entre un patrón u otro patrón. La
opresión se gestiona a través de una libertad de opciones, des-
pués de lo cual no se instaura una libertad de oportunidades,
ni se materializan los valores y anhelos proclamados.
Si la ideología es cultura, incluso es civilización, una forma de
vida social y de identidad, ella gerencia la vida material econó-
mica y el consenso político. (Katz 2010). También genera asi-
metrías no directamente atribuibles al capital, sino en el propio
poder, como las de género, las de raza y las étnicas, que tienen
materialidad en la cultura y en la violencia colonial como el ra-
cismo, o en arcaísmo patriarcal dentro y fuera de la familia.
La contaminación o mestizaje de las desigualdades constituye
la norma; su exceso, en su origen su recíproco, que rige en los
países dominados, es el colonialismo. Esto ocurrió cuando el
dominado –sobre-oprimido, era negro o indígena, y el explo-
tador, sobre-explotador, era europeo o europeo– descendiente.
El capital entonces, en la vida colonial, no funcionó como puro
valor que se auto-valoriza. Adoptó un sexo y un color de piel.
5 Por ejemplo, las armas o la peste. Contra la mortandad del contagio no había defensa en
tiempos de la conquista –ni después, cuando ocurren los primeros contactos. Otra ventaja
era la forma y el sentido de la guerra. Los europeos la habían secularizado y transformaron
en matanza, los indígenas la mantenían ritualizada. Pero, sobre todo, estaba la capacidad
de mando; la tecnología de la coacción, la tortura y la astucia. Los europeos no se batieron
casi contra los indígenas. Subordinaron a unos, en contra los otros; se batían con los
primeros contra los últimos.

369
José Carlos Rodríguez

De donde resulta que, a veces, la misma ideología esté en con-


tra de su base económica y el mismo estado también puede es-
tar contra de cierta economía. El capital se apropia de muchas
formas de desigualad.
Para extraer más ganancia puede no ser necesaria mayor cultura
económica o mayor capacidad de producción; ni el desarrollo
de la productividad, ni las instituciones de una república. De
la ideología o del puro dominio vienen la desigualdad cultural
que se instaura como racismo; o, la opresión del patriarcado o
ideología de género6 que defiende la subalternidad de las mu-
jeres. En estos niveles brutales del litigio, hay menos diferencia
entre la fuerza y hegemonía para AG. El poder mismo es el que
genera consenso de los vencidos.
AG aceptaría que la historia sea la historia de la lucha de clases,
pero no solo de las clases. Lo que sí debe ser es lucha, porque lo
requiere el consentimiento y la sujeción de relaciones no coo-
perativas, asimétricas y unilaterales. Eso se instaura y sostiene
con litigio, en el largo plazo. En un momento dado la cultura
griega dominó a la romana, que la había sometido. La ilustra-
ción y el renacimiento preceden y presiden al capitalismo en
Italia, antes de la conformación de un sentido político nacio-
nal-popular italiano.
En el capitalismo occidental, o mejor, en las metrópolis domi-
nantes, el fetichismo de la mercancía y el fetichismo del Estado
tomaron la igualdad y la democracia como bandera, como su
ideología ‹natural›. La igualdad existía como la libertad de con-
tratación7. Las luchas sociales impulsaron el desarrollo de las
fuerzas productivas, esto es, el paso de la plusvalía absoluta,
dependiente de la duración de la jornada laboral, a la relativa,
dependiente de la productividad. Y es difícil pensar que, sin
democracia, pueda proseguir el desarrollo de las fuerzas pro-

6 La ideología de género, bien entendida, consiste en tomar como biológicos (naturales) a


los roles, identidades y asimetrías entre hombres y mujeres. Es la negación de la teoría
de género. Se trata de un tema insuficientemente tematizado en forma autónoma en el
tiempo de AG, y en su obra.
7 Que no existe en los regímenes de trabajo forzado, vasallaje, esclavitud, reducción o tava
colonial.

370
En el espejo de Gramsci

ductivas en determinados niveles de la historia cuando no hay


más coacción económica. La democracia empujó al capitalismo
en Europa; pero, es el capitalismo el que empuja la democracia
del Asia. La democracia fue adoptada por y para el desarrollo
del capitalismo, así como el desarrollo de las fuerzas producti-
vas. Pero eso no siempre ocurre, ni en todos lados.
La esclavitud, por ejemplo, fue revivida por el comercio mun-
dial dentro del capitalismo. No era una forma capitalista de
trabajo dependiente, sino una forma anti-diluviana de explo-
tación y de opresión. Lo mismo ocurrió con el trabajo servil
(yanacona, encomienda y reducción) en la colonia española.
Hoy, en AL, bajo el neocolonialismo neoliberal, los más ricos
obtienen las ganancias suficientes que hace innecesario el pro-
greso o desarrollo (el desarrollo de fuerzas productivas). La
abundancia de los pobres hace posible que los trabajadores
acepten ser subalternos sin exigir democracia ni prosperidad.
Hay concesiones y hay progresos, pero lo predominante en el
capitalismo es la acumulación del capital. Cuánto progreso im-
pulsa, cuánta democracia acepta, es un suplemento a su pura
lógica. Exige luchas de los interesados. Los gestores del capital
ganaron, por años, el litigio para conseguir una sobre opresión
y sobre explotación sin libertad ni desarrollo.

2. La acumulación sin desarrollo (la economía)


La traducción del proceso neocolonial de la acumulación de ca-
pital en el dominio de la periferia en los términos de las cate-
gorías de la economía clásica o neoclásica seria la siguiente: La
oligarquía de los oligopolios predominantes en la economía, la
política y la cultura; ella genera permanentes fallas del estado
(estado de derecho democrático no rige) y fallas del mercado
(rentismo y extractivismo). El resultado es la convivencia de
enclaves prósperos con una recesión crónica y una fragmenta-
ción excluyente que no tiende a disminuir. No hay depresión
general ni auge general.

371
José Carlos Rodríguez

Todos estos fenómenos también existen en las economías de


las metrópolis dominantes, pero en menor escala. En las eco-
nomías periféricas predomina el rentismo sobre todo urbano,
de contratistas, contrabandistas y empresas financieras; y pre-
domina el extractivismo, sobre todo rural y latifundista. Se com-
bina esta forma directa de dominio del capital con otras indi-
rectas. La pequeña producción familiar (y el comercio de cuenta
propia) sujeta al capital mercantil intermediario, en las ciudades;
y también acorralada por el latifundio en el campo.
Estas fracturas conforman el mundo post-colonial y local ac-
tual. La acumulación simple sirve para la provisión de subsis-
tencia de una enorme parte de la población. La acumulación
ampliada sirve para crecer y es obra de una pequeña minoría,
con el impulso que procede desde el exterior, son los enclaves,
cuyos gestores locales fetichizan la dependencia a la cual se su-
bordinan y a la cual veneran. La fragmentación predomina: la-
tifundio / minifundio; autoempleo / empresa; gran finanza /
usura; mercados de ricos / mercado de pobres. La sociedad
paraguaya por ejemplo, no se basó históricamente en el traba-
jo asalariado, no es materialmente capitalista sino en pequeña
escala; pero está subordinada al capital y al capitalismo inter-
nacional, internalizados, aunque no generalizados. Son simul-
táneas las diversas formas históricas de acumulación, que en
el capitalismo dominante se han sucedido unas después que
otras. Hay saqueo, empobrecimiento del trabajo ajeno, devas-
tación de las tierras, destierre de los pobladores, exilio y un mí-
nimo desarrollo de las fuerzas productivas (plusvalía relativa,
o sea ganancias por aumento de la productividad del trabajo).
Eso aparece como una ‹transición› al desarrollo crónica, conge-
lada, entre el pre-capitalismo que no termina y el capitalismo
que no llega. O como una formación social sincrética, pre-capi-
talista y capitalista, sin un ‹modo de producción› dominante.
Hasta la misma personalidad del ‹paraguayo8› (Saro Vera,
1996), sus afectos, son el resultado de ese vecindario de pa-

8 Concepto ambiguo, y poco reflexivo, pero empíricamente valioso. El ‹paraguayo› no


visibiliza a la mujer, ni al no pobre, ni como al punto de vista (pa›i de campaña) que no se
incluye entre los estudiados, pero que entiende al ‹paraguayo›.

372
En el espejo de Gramsci

rientes, sometido al sargento de compañía, al intermediario


mercantil, al terrateniente, al cura y al militar, casi sin estado,
casi sin demanda de mano de obra pero, internacionalmente
subordinado al mundo capitalista, occidental y cristiano. La
changa (empleo temporal) es vista como un favor que recibe
el pobre, dado que, lo que produce no ‹vale› lo suficiente para
vivir de ello. El campesino, el auto-empleado, aprecia poco al
empresario capitalista; al cual le sobran modos de depreciar
al trabajo y despreciar al trabajador: no pagarle lo necesario,
sustituirlo por maquinarias, o por otros semi cuentapropistas
y semi changadores.
La forma de quedarse con el trabajo ajeno es pagar poco y a pocos
y beneficiarse con el mar de pobreza que entorna al trabajador,
un ejército de reserva inmenso, porque se auto-emplea, vive
pobre, o emigra9. Los que quedan en el país son suficientes
para que los empresarios puedan hacer ‹dumping laboral›. A
los pobres sobrantes se los exporta o, ellos mismos se destie-
rran.
La manera de acumular el capital, propia de nuestro capitalis-
mo dependiente, es la recesión. El estancamiento y no el creci-
miento, el atraso y no el progreso. Es hegemónico el odio al es-
tado y al impuesto, lo que tiene como consecuencia, o función,
evitar la inversión que rompa el círculo vicioso: baja producti-
vidad – baja inversión – bajo tributo – inclusión social. Eso es
lo que define a un país en vías de desarrollo o, en vías de sub-de-
sarrollo, su trampa o circulo vicioso. Un conflicto, donde los
más ricos tienen capturado al estado, de la mano de la cultura
de las potencias neo-imperiales, y del poder multinacional10
para que no ocurra el desarrollo.

9 La oposición informal a la aprobación de Teko Porá (transferencias condicionadas), usó


como argumento que esa transferencia (unos 40 dólares mensuales) hacía que muchas
mujeres prefieran no emplearse más por los salarios locales. El salario mínimo legal es
354 dólares. Y la cultura de la clase media, y alta, es que los pobres tienen la culpa de su
pobreza.
10 Estados Unidos ha invadido 50 veces América Latina. Sin contar con los golpes apoyados,
como ocurrido contra Salvador Allende, ni el bloqueo a Cuba.

373
José Carlos Rodríguez

Lo que caracterizó al estancamiento del Paraguay, no merece


mucho comentario. De los últimos cuarenta años, 20 de ellos
fueron años ‹perdidos›, el capital se concentró, sobre todo tierra,
no se incrementó la productividad rural ni se fertilizó la tierra.
Lo que caracteriza el crecimiento económico del Paraguay si
merece comentario. En los últimos 15 años, el Paraguay creció
más que América Latina. También disminuyó la pobreza, más
que en América Latina11. Pero, si se es más preciso: en 1990 el
Paraguay generaba el 10% del promedio del OCDE. Hoy gene-
ra el 10% del OCDE, en términos relativos el país no avanzó.
En relación a ALC el país generaba un PIB que era el 41% de la
región. Hoy genera un poco más, el 42% del PIB de la ALC. Eso
no hace converger al Paraguay con los vecinos. La desigualdad
internacional (entre países) entonces, no disminuyó. ¿Y la inter-
na? ¿Entre las personas?
La acumulación de la riqueza, se caracterizó, por el atraso para
la inmensa mayoría. El 1% más rico mejoró sus ingresos en
4.022 dólares PPT por persona y mensual, desde 1997 a 2017.
El 9% de los siguientes percentiles, (las personas que están en-
tre el 2 y al 10% más rico) los acomodados, mejoraron en 284
dólares PPT. La clase media, o sea, el 40% siguiente, entre el
10% y el 50%, mejoró en 166 dólares PPP. Y, el 50%, la pobla-
ción debajo de la media, la popular, tuvo 87 dólares más por
mes por cápita, ¡en 20 años!
Buena parte del pequeño enriquecimiento de los más pobres se
debió a que tienen menos hijos que antes. La mitad de niños,
y, entonces, hay menos comensales en la mesa. Y, sobre todo,
en dólares corrientes internacionales, no hubo crecimiento de los
ingresos, salvo para el 1% (se trabajó en PPT, valor local del
dólar). La lógica de acumulación del capital recuerda la lógica
del sofisma de Ulises y la Tortuga, pero sin ningún consuelo12.

11 Es el discurso oficial, sostenido con estadísticas, las cuales que pueden ser releídas, y de
hecho se desmienten a veces en letra chica, en relación a los titulares.
12 Zenón de Elea, 430 AC, hizo un sofisma muy famoso. En una carrera, si la Tortuga
estuviera adelante, y no se detuviera, Ulises nunca la alcanzaría. Sólo disminuiría la
brecha entre ambos, en forma indefinida. Hoy y acá no hay posibilidad ni de sofisma.
Porque el Ulises del PIB (los más adelantados) está adelante del PIB del Paraguay, que
viene a ser la tortuga. La que debería converger, esto es alcanzarles.

374
En el espejo de Gramsci

El desarrollo supone inversión. Por eso es decisivo evaluar


cuánto se invierte, en relación a la riqueza generada (PIB). El au-
mento del crecimiento económico no lo fue de la mano con el
crecimiento de la inversión, ni con la capitalización, sino con la
destrucción de las riquezas naturales. Eso es lo se llama extrac-
tivismo, la forma neocolonial y depredadora del capital mate-
rial (constante) y una forma absoluta de extraer ganancia de la
mano de la obra (capital variable o capital humano). Eso mues-
tra en persona el fetichismo de la acumulación del capital local
y su secreto. Paraguay, incluso cuando creció, invirtió cada vez
menos. Lo constante es la desinversión creciente, en la época de
estancamiento, hasta el 2004, y en los años de crecimiento.
En 1995, el país invertía el 12.7% del PIB. En el 2016 invertía el
7,7% del PIB. La tendencia, entre 1995 y 2016 es oscilante, pero
definida. Cada vez se invierte menos, incluso cuando hubo
auge del PIB (BM, Banco de Datos).
Una parte importante de los ingresos del país, se debe a la destruc-
ción del capital natural no renovable, al que no se le computa un
valor en las cuentas nacionales. Lo que se exporta en soja y en
carne no es tanto una producción neta, sino la destrucción de las
selvas, que se exporta en la forma de soja y carne. La carne tiene
la iniciativa en destrucción del medio ambiente que ha sido en
promedio de 300 mil hectáreas por año. Eso puede costar, si se
lo valoriza, entre el 2% y el 4% del PIB. O sea que neutraliza las
tasas de crecimiento (BM 2018, p113).

3. El poder sin nación (la política)


Cuando pensamos en la instancia Política, el Estado y los Par-
tidos, y vemos a la ideología como un pensamiento afín a esta
economía y un reclamo de hegemonía para estas relaciones de
fuerza. No hay que pensar en los mercados y en la moneda, o
en la producción simplemente. Eso existe, pero, para entender
desde el punto de vista histórico y dinámico hay que saber
que hay más cosas. Pensar en las relaciones sociales que están
debajo: en el espacio - tiempo de la relación sub-colonial casi

375
José Carlos Rodríguez

sin otra historia que la guerrera, sin individualización, poca


ciudadanía y lento proceso de formación ciudadana.
La pieza institucional clave es el partido y el estado oligárqui-
co familiar, comunitario y clientelista de los correligionarios,
de la legalidad chicanera, de la neo confesionalidad, y de la
inexistencia de una lengua única (o múltiple, pero integrada,
letrada y gramatizada). Los españoles desde el XVI hablaban
guaraní, muchos indígenas también, pero no lo hacía el Esta-
do, ni la ley, ni la educación, ni los contratos, ni las misas, ni las
bibliotecas. Solo las familias y las guerras se hacían en guaraní,
así como el folklore. No las novelas, la historia o la ciencia.
¿Por qué estos partidos de las familias son clientelistas? El
partido tradicional es la polea de transmisión del neocolonia-
lismo, y el correlato del empresario rentista y extractivista.
Ese empresario que no quiere gastar dinero en hacer más es-
tado que un estado represivo. No quiere más inversión que la
del capital extranjero. No quiere cultura ni técnica. No quiere
progreso ni desarrollo, sino ganar dinero sin pagar todo eso.
No quiere más seguridad social, que hoy excluye al 80% de
la población.
La economía empresarial solo explota a una parte del traba-
jador, al resto, lo derrocha. La fórmula del consenso, o de la
hegemonía es hacer que ese partido político sea medio iglesia
(de correligionarios), medio asistente social (de ayuda), medio
club deportivo (lucha por el botín del estado), partido de los
pobres arrimados a sus padrinos ricos, en donde todos deben
estar –y que se las vea el que no tiene partido13–, pero, solo
para mendigar, hacer pequeños reclamos y operar los lideraz-
gos locales. La hegemonía interna es subalterna.
Los empresarios no necesitan gente educada, ni más sana, ni
justicia, ni caminos, ni seguridad, ni agua, ni electricidad pú-
blica. Sus estancias están más seguras cuando están aisladas,
auto protegidas. El empresario de este capital no necesita de-
mocracia. El dictador no les cobraba impuestos (8% de presión

13 Tojehechá la partidoýva (que se las vea el que no tiene partido).

376
En el espejo de Gramsci

tributaria), ni había sanciones legales, apenas les obligaba a que


no conspiren. Hoy la presión tributaria es de 10%, siguen sin
pagar impuestos, y la diferencia entre el Gini antes y después
de impuestos, o sea las transferencias de ingresos no existe.
En este laberinto institucional, la justicia es la gran cenicienta y
también la gran meretriz. La administración de justicia no pue-
de hacer justicia a los poderosos, no puede impedir un golpe
de estado, ni sancionar a la gran corrupción. No predomina so-
bre el poder del dinero y de los funcionarios. Hay cambios del
clientelismo a la plutocracia, el tiempo de los presidentes em-
presarios, y aumenta la influencia de las sociedades de afuera,
de los países limítrofes, donde otros pueblos han conquistado
más derechos. Entonces, ese primitivismo económico no puede
ser la única matriz de la política. También importan los estados
más grandes y el imperio USA, el mayor que todos.
Esta hegemonía y base económica estrecha que fundamente
la política local, es también, sucursal del capital financiero y
comprador del mundo, no alcanza a ser coherente. Es un apa-
rato de estado, pero no del propio. El derecho no se cumple,
la democracia se compra, el poder judicial es chicanero, los
gremios patronales quieren entregarse y entregar los intereses
nacionales a un Bolsonaro14, o encubrir la investigación del ex
mandatario Carter, acusado de lavado de dinero, o mantener
servicios públicos ineficientes, lo que muestra cuan poco se va-
lora a la ciudadanía común15. No hay mucha comedia, pocos
piensan en un Estado espacio público, que defienda el bien co-
mún. No hay confianza en la democracia ni en una economía
donde con trabajo se puede progresar. Hay poco fetichismo.
Las cosas están a la vista, menos una de ellas: que este sistema
puede ser cambiado.

14 Se denunció y fue evitada la puesta en vigencia de un acuerdo desfavorable a la soberanía


en Itaipú, con acuerdo de los dirigentes empresariales. Esto amenazó con la destitución
del actual Presidente de la República, Mario Abdo Benítez.
15 El dicho: Son de cobre, las moneditas de los pobres.

377
José Carlos Rodríguez

4. La conciencia sin discurso (cultura)


No faltan litigios. Pero, estos no se concretan en presiones su-
ficientes sobre temas cruciales que generen cambios necesarios
para modificar la sociedad. Simulan a las competencias depor-
tivas. Gane quien gane, el juego permanece, solo los jugado-
res terminan diferentes, vencedores o vencidos. Se acumulan
pequeños beneficios locales para los reclamos. Hay conflictos
campesinos, sindicales, estudiantiles, de mujeres, indígenas,
anticorrupción, hay una prensa que litiga, aunque en forma
muy parcial, una iglesia se auto-limita a temas de sexualidad.
Ajena a los problemas del tiempo. No es más la iglesia del es-
tado, pero, tampoco es una iglesia libertaria como funcionó en
vísperas de la democratización.
Ilustrativo de la baja receptividad del país hacia la democracia
resulta el trabajo Hetherington (2015) hecho por un cooperante
canadiense, como tesis doctoral. Él habla de unos transicionis-
tas que, para el antropólogo y muchos de sus campesinos ami-
gos, eran absolutamente ajenos al mundo de la gente común.
Unos profesionales raros defiendían la transición a la democra-
cia, como si ella tuviera algún sentido. Para el mundo popular,
según el autor, no había otro régimen que el de la dictadura, y
esta no tenía por qué haber terminado. Su término –ocurrido
con el 2-3 de febrero de 1989– fue el fin de muchas reglas de
juego establecidas.
Según Hetherington, fue una pérdida de coordenadas sociales,
políticas y existenciales, para una inmensa mayoría. La pérdi-
da del referente colorado, el militar y del caudillo, a quien re-
currir. La idea de elegir, no estaba en la cultura. A la autoridad
se la honra, no se la elige. Los jefes son aquellos que se auto
eligen a sí mismos por ser los más fuertes, los más ricos, más
inteligentes y más afortunados.
Desde entonces, la democracia hace su trabajo, el ejército se de-
safilió al partido colorado, y en parte la administración públi-
ca; se rompió la colectividad político familiar de los múltiples
ore (no inclusivos), que se desconocían, salvo en la obediencia al

378
En el espejo de Gramsci

único ñandé (inclusivo)16, que conformaba un país del noso-


tros miliciano y masculino. Otros nosotros laterales el cristiano
incluye a las mujeres, a los niños y niñas que apoyan a la cultu-
ra colonial, occidental y cristiana, excluyendo a los indígenas,
a los comunistas y demás infieles17.
Eso explica por qué, después de 30 años, el partido colorado18
líder en tiempos de la dictadura sea también líder en tiempos
de la democracia, y gane casi todas las elecciones. El liberalis-
mo, su principal oposición, tiene cerca de la mitad de afiliados
que el coloradismo y casi la mitad de ellos son ex colorados
con doble afiliación. Los demás partidos son mayoritariamen-
te de colorados con una segunda afiliación. La matriz cultural
predominante la verdadera hegemonía local subalterna al jue-
go externo es colorada, familiar, cultural y política-militar. La
ciudadanía copada por el partido del poder, subordinado al
ejército y al dictador, y polea de transmisión del sistema inter-
nacional de la guerra fría, hegemonizado por los EEUU.
La hegemonía moderna requiere politización y generaliza-
ción, desconcentración de la sociedad tradicional, superar el
sincretismo donde los vincules son personales, familiares y
tradicionales. Esta desconcentración en Paraguay está retra-
sada por arcaísmos culturales, por el padrino y su clientela; dada
que la igualdad mercantil e impersonal es escasa. El pobre, si
no es indio, es campesino, o sospechoso, y, la mujer es servihá

16 El guaraní emplea dos formas gramaticales de primera persona del plural, el ore y el ñande.
Desde Branca Susnik, al ore se lo considera más restrictivo, local y excluyente, porque
excluye al destinatario. El ñande, es más inclusivo, ya que lo incluye. Gramaticalmente,
el ‹ore› (yo + él) incluye a la primera persona (enunciador y sus pares) más a la tercera
persona (el no interlocutor), sin la segunda persona (destinatario). El ñandé (yo + tú)
incluye a la primera persona más la segunda persona, sin la tercera (el no interlocutor). En
los dos casos, se excluye a una de las personas, sea al destinatario sea al no interlocutor.
17 El país aparece en las encuestas como el más católico del hemisferio.
18 El partido colorado, Asociación Nacional Republicana, es un partido formado en el siglo
XIX. Está en el gobierno desde 1947 en que ganó una guerra civil. Una breve interrupción
en el 2008, fue hecha por el Gobierno de Fernando Lugo, con apoyo liberal. Lugo fue
derrocado en el 2011. El coloradismo volvió al gobierno en 2012. El liberalismo, Partido
Liberal Radical Auténtico, es su rival principal. El coloradismo tenía afiliados en el 2018
al 52% de los ciudadanos (34% sólo colorados), el doble que las afiliaciones liberales. Las
filiaciones dobles y triples –que no son legales– incluyen al 38% de las afiliaciones, no de
los ciudadanos. Distinguir la identidad principal de la ciudadanía es problemática.

379
José Carlos Rodríguez

(sirvienta), limitada en el uso de la palabra. La libertad de la


ciudadanía no ha tenido una vigencia prolongada. La práctica
política popular ha sido el hacerle hurra al caudillo. La argama-
sa gelatinosa de la gente corriente es todavía la fidelidad ingenua
clerical (eclesial), la sujeción irreflexiva castrense y la sumisión al
patrón (del cliente arrimado). La experiencia de la ciudadanía
no ha cambiado a la práctica colectiva, el quehacer social que
estaba bajo la tutela del vasallaje clientelar de los patriarcas y
padrinos o ante el ‹sea› (amén) del fiel católico ante la bendi-
ción del cura o de las personas mayores.
La sumisión es sumisión al infortunio, única alternativa visi-
ble. El 89% de la gente –lo registra Latino barómetro, hace 19
años– sigue respondiendo que el Gobierno gestiona para los
poderosos. Los niveles de concentración de la propiedad están
entre los peores de la humanidad. Y, aunque se engañen poco
en el diagnóstico, las mayorías siguen votando a los mismos
opresores y explotadores, porque no se auto-consideran con
derechos, ni con capacidad de cambio, ni crean en la posibi-
lidad de otro futuro. Eso indica adónde apuntaría una políti-
ca transformadora; el reclamo de mayor democracia con mayor
igualdad.
El desprestigio actual de la democracia, además de su antece-
dente dictatorial, depende de su nacimiento neoliberal. La liber-
tad vino con el aumento de la injusticia, esa era la propuesta
de los años ‹80s. La carnada fue la libertad, el anzuelo era la
desprotección. Hoy, 30 años más tarde, en muchas cosas, se está
mejor en libertad. La tortura ya no es permanente, el opositor
goza de libertades, no se clausuran más los diarios, no se cie-
rran más las emisoras, no se prohíben las organizaciones, no se
encarcela a los portadores de ideas ‹subversivas›. Ya no es más
delito pensar diferente, ser comunista no es un motivo de cárcel.
Pero, la democracia va de la mano del neoliberalismo que vino
junto a la expansión de la pobreza, la cual, en pocos años, llegó
al 50% de la población; después hubo reacción, pero sigue en el
25%, y entre la población pobres y no pobres hay una amplia
cantidad de gente semi-pobre. La libertad fue recibida al mismo
tiempo que la mayor expropiación económica. Lo que explica

380
En el espejo de Gramsci

por qué la vieja dictadura sea recordada como un tiempo de ma-


yor justicia social19. ‹Con Stroessner estábamos mejor›, ‹Éramos
felices y no lo sabíamos›. La opresión aceptada había sido más
cómoda que la libertad sin tierra, pan, trabajo, educación, salud,
ni vivienda...
Durante la dictadura, ciertas medidas de justicia social (IPS,
reforma agraria), iban de la mano con el despotismo. Se daba
tierra pero con mayor opresión, la contestación era sancionada
con la tortura y la persecución sistemática del contestatario20.
El disidente o contestatario eran enemigos del gobierno y de
la nación. No tenía ni los derechos del delincuente. Y el delin-
cuente, era considerarlo como menos que humano, el delin-
cuente pobre. Porque el sistema penal vigente inquisitorio –el
juez acusa, investiga y también sentencia–, asumía de entrada
la culpa del acusado, buscaba luego las evidencias, muchas de
ellas en la cámara de tortura o las recibía de ahí. Nada más
irritante para los policías tradicionales que la presunción legal
de la inocencia del prisionero.
Hay trampas o círculos viciosos de la conformación demo-
crática que empujan al país hacia una democracia fallida, por
ejemplo, entre la cultura, el estado y la economía. No se trata su-
pera al vasallaje cultural de la cultura clientelista, vasalla y del
control de las confesiones o de los partidos. El espacio público
cultural acepta estas servidumbres. De ahí el rechazo a la edu-
cación, aunque aumente la cobertura desciende en calidad. Se
evita hacer público lo público como la conciencia crítica o la
destreza.
Los partidos tradicionales usan un discurso del camaleón. De
ninguna manera se identifican con la derecha. Porque eso se-
ría reconocer a un otro, como la izquierda. Ellos son el todo.
Justifican de cualquier manera lo que existe. Pueden hacer
concesiones de palabra, siempre evitando implantar cambios.

19 Tampoco era un estado benefactor, pero lo poco que era, fue disminuido.
20 Las concesiones fueron en parte reactivas. Se destruyó a los reclamadores, insurgencia y
el gremialismo campesino, se benefició a aquellos a quienes hubiera convenido el logro de
los reclamos.

381
José Carlos Rodríguez

La inconsistencia política y la chicanería jurídica remite a una


trampa del eje política y cultura. Lo contrario sería la profundi-
zación de la democracia, más democracia, con la mayor igualdad
socio-económica, y transformación de las fuerzas productivas.
Lo que supondría una lucha contra la sobre explotación rentis-
ta y extractivista y la sobre dominación clientelar patrimonial
donde la mayor opresión política de los poderosos se ve como
la única alternativa de los oprimidos que deben regalarle la
sociedad y el alma a sus opresores.
Un pilar de la hegemonía es el clientelismo. Cierta distribu-
ción de ingresos entre las jefaturas populares, para que estas
traicionen a sus representados. Comprar al elector para que
el electo defienda a los intereses de la minoría no de los elec-
tores. Los actores tradicionales, los jefes políticos hacen una
riña doméstica donde son portadores de críticas que usan para
desprestigiar a sus rivales, pero que ellos mismos no piensan
adoptar21. Los partidos tradicionales levantan (casi) todos los
temas del cambio, para que este no ocurra.
Una fuerza del cambio debería ser y hacer lo que propone, no
copiar estos usos opresivos para prometer una cosa y hacer lo
contrario, sino mantener una coherencia en el corto y largo pla-
zo. Debería tener en cuenta quién está enfrente, contra quien se
lidia. Los partidos tradicionales financiados por el rentismo y
el extractivismo levantan todos los temas reformistas, incluso
el de la ‹corrupción›, aunque ajena, y los demás de la cual está
llena la Constitución nacional. Los programas de los partidos
y de las candidaturas no se leen ni se exigen.
La ANR por ejemplo es una ‹asociación de hombres libres›
(ahora incluye a las mujeres) que vivió generaciones de gene-
raciones apoyando la dictadura. Vale un dicho que se usa en
Francia: ‹quien no es de izquierda ni de derecha, es de extrema
derecha›. Es lo que hacen los partidos tradicionales. Lo con-
trario sería impulsar litigios para que la democracia (política)
sea comadrona de la igualdad (en lo económico). Priorizar las

21 Los mismos que se dan la mano en los salones son los que se baten en las campiñas, se
decía en el siglo XX.

382
En el espejo de Gramsci

luchas contra el fraude, el rentismo y los oligopolios. Asociar


la democracia representativa y la participativa.
Esta conciencia sin discurso es la de las instituciones que no
pueden convencer ni engañar, en general. De una élite que no
ofrece suficientes ventajas, pero seduce personalmente. Y tie-
ne dificultad para la articulación de un discurso general sobre
la nación, sobre todo después del abandono del nacionalismo
decimonónico y con la enorme distancia entre los hechos que
comenten y los dichos que profieren. Eso desafía a la unifica-
ción de los reclamos y la universalización de los mismos. Los
discursos hegemónicos son los discursos de quienes detentan
la preponderancia, pero estos no ocurren de manera unificada
en el país. La llamada falta de estado, no es la falta de fuerza,
sino de hegemonía, vencen, pero no convencen.

5. Los discursos sin hegemonía


En el pensamiento gramsciano, el quehacer político se esque-
matiza en macro tareas. En primer lugar, ante la hegemonía
proponía la formación de una contra-hegemonía. Para el mar-
xismo ortodoxo, una rebelión (o lucha) que no cambie el modo
de producción no generará (grandes) cambios, y muchas veces
no se sostendrá. Con AG sabemos que la contra hegemonía es
una propuesta cultural y civilizatoria, no la simple expropiación
del expropiador. Un cambio es un cambio cultural y civilizato-
rio o, no tendrá lugar la superación de lo previo. La referencia
negativa más común, el mal ejemplo clásico de la historia, ha
sido la jaquerie. Esas rebeliones campesinas sin propuestas, que
terminaban en represiones sin transformar la situación que la
habían provocado.
Otra gran tarea, es la articulación de los grupos subalternos. El
trabajador es central, pero, no es suficiente. Sin condensación
de intereses, del suyo con los demás, varias confrontaciones
dispersas no generan un cambio general, no son una alterna-
tiva. La condensación o articulación no debe ser pensada sim-
plemente en términos de predominio, sino de capacidad de
convocar, convencer, compartir y suscitar modos de vida. Los

383
José Carlos Rodríguez

vanguardismos que se reducen a liderar, atentan contra sus


propios propósitos al pretender sustituir o excluir a aquellos
que se propone representar, presentar y expresar para hacerlos
confluir.
Y, finalmente, la transformación del (los) objeto (s) subalterno (s)
en sujeto (s) hegemónico (s). La superación del régimen político
opresivo y expropiador del trabajo, requiere la puesta en valor
de competencias de autogobierno de niveles y de instancias
horizontales. No es la sustitución del empresario privado por
el funcionario de estado. La socialización no es la estatización
de la economía, sino a la apropiación hecha por el trabajador
directo de los procesos de trabajo y del resultado del mismo,
en articulación con los demás trabajadores; cuyo paradigma
o germen, AG veía en los Concejos de Fábricas que eran au-
to-gestionados. Sin estas bases, la política se vacía, y el estado
usurpa la soberanía que invoca22.
Y, ¿cuáles son los diagnósticos, las memorias y los futuros que
tienen vigencia discursiva en el país?
Un discurso sobre el Paraguay que si existe, es el de los Or-
ganismos Multilaterales (OM). Elogia a la economía local y la
sociedad de los últimos años, y no explica las fuerzas que la
impulsan. Paraguay es considerado por los OM como un país
no populista, porque sigue al pie de la letra el consenso de
Washington. Para la mirada de los OM la informalidad moles-
ta. Su punto de vista es señalar todo lo que ya hay en los países
desarrollados y que todavía no hay en el país. Los países indus-
trializados son la medida de todas las cosas.
Cada institución multilateral hace un diagnóstico anual global
y varios sectoriales, con recomendaciones generales y particu-
lares. Algo así que no lo hacen ni critican, la universidad, los
intelectuales locales, el gobierno, ni los partidos políticos. Ni

22 Las empresas alemanas grandes tienen representantes obreros (cogestión laboral), en la


gerencia, junto a los accionistas en sus consejos. Eso es un avance. No está de más pensar
en los proveedores, los consumidores y de la comunidad, los interesados. (Bermúdez
Abreu1 y Prades Espot); El tema de la articulación de los oprimidos fue propuesta de
Laclau, Ernesto y Mouffe (2013), así como Poulantzas (1979).

384
En el espejo de Gramsci

se apoyan ni polemizan con los textos de la OM sobre el Para-


guay. Se los dan como hechos, sin diálogo ni polémica intelec-
tual.
Hubo distancia entre las OM en el apogeo del neoliberalismo
más duro. La CEPAL, con un enfoque de derechos, y los Ban-
cos multilaterales (Bancos Mundial e Interamericano) que apo-
yaban cualquier crecimiento económico, sin cuestionarlo. Hay
diferencias de énfasis. La tensión tiene lugar entre el neolibera-
lismo radical y el más compensado. Este último está impulsado
por los compromisos del Desarrollo Sostenible de las NNUU
y, en general, por los textos de sus organizaciones. A veces, la
crítica de FMI es más aguda que muchas voces locales, porque
el FMI ataca a las limitaciones del capitalismo local. Pero este
discurso está fracturado y no logra lo que se propone. No toma
en cuenta las fuerzas ni el sentido que organiza la estructura
hegemónica del atraso y la impulsa. Y muchas veces toman
al problema como la solución, por ejemplo, al empresariado
rentista y extractivista.
El otro lado del polo hegemónico es el discurso corporativo preva-
leciente en la élite social. Sobre todo, del empresariado, de los jefes
partidarios y de sus instituciones afines. Empresariado, pren-
sa, partidos y confesiones que ejecutan una sola melodía con el
rentismo y extractivismo. Son críticos del Estado y apologetas
de este empresariado. Sus argumentos sin coherencia, son neo-
liberales, la ideología económica del mundo desde hace 40 años.
Pero, de esta manera, lo son del ala radicalmente neoliberal, o del
confesionalismo conservador (teologías de confesionario, como la
del viático Girolamo Furio 23.24).

23 En USA quieren disminuir los impuestos que están sobre el 30% del PIB. En Paraguay
quieren disminuir a los impuestos que no pasan el 10%. Allá se habla achicar un estado
que gasta el dinero suficiente para intimidar al mundo con armas atómicas y miles de
bases militares. Acá se quiere achicar un estado microscópico.
24 «La teoría del género es una idea que sostiene la no existencia de una diferencia biológica
entre hombres y mujeres determinada por factores inherentes al cuerpo, sino que los
hombres y las mujeres son iguales desde todos los puntos de vista; que existe esa diferencia
morfológica, pero no cuenta. Así, la diferencia masculina / femenina es una diferencia
exclusivamente cultural, es decir, los hombres son hombres porque son educados como
hombres, las mujeres son mujeres porque son educadas como mujeres».

385
José Carlos Rodríguez

En general, se alinean en la defensa del mercado, contra el es-


tado, y en no pagar impuestos25. No hace un diagnóstico siste-
mático del país. Latifundista, confesional, nacionalista, neocolonial
y clasista, el discurso local prende, comanda, cohesiona, tiene
primacía local y articulación corporativa. Su debilidad es la de-
bilidad de su potencial persuasivo, productivo y civilizatorio.
No tiene intereses generales, no quiere un país, ni un sistema
liberal e industrializado. No quiere lo que dice que quiere. Sino,
esta economía de millonarios rodeada de mendigos cuyo pro-
yecto de crecimiento es que inviertan los capitales que vengan
desde afuera del país, para no pagar tampoco impuestos. En
términos de AG este discurso no puede ser hegemónico. Con
relación a los discursos, AG distingue,
«El primero y más elemental es el económico corporativo: un comercian-
te siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con
otro fabricante, etcétera, pero el comerciante no se siente todavía solidario
con el fabricante; o sea que se siente la unidad homogénea, y el deber de
organizarla, del grupo profesional, pero todavía no del grupo social más
vasto. Un segundo momento es aquél en el que se alcanza la conciencia de
la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero
todavía sólo en el campo meramente económico…
Un tercer momento es aquél en que se alcanza la conciencia de que los
propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro. Superan
el círculo corporativo, de grupo meramente económico, y pueden y deben
convertirse en intereses de otros grupos subordinados». (T5 (9) pg. 36).
Solo el último sería un discurso hegemónico, que se sobrepone
al corporativo y hace una articulación política, crea un lugar
para los subalternos, y exige para ello un esfuerzo a los que
lideran. Este es el discurso que la élite local no puede hacer.
No tiene un proyecto propio, sino ser la sucursal de intere-
ses mundiales, que tampoco aceptan del todo, sino a medias;
porque el capitalismo en serio, de vigencia mundial, le piden
códigos estables. La élite local, que no tenía discurso propio en

25 Como el estado es corrupto, la élite dice que no hay que pagar impuestos. Pero ella es
la que financia a los partidos y sus lobbies definen qué debe hacer ese estado, al cual no
quieren contribuir. Y ella es la contrapartida de toda la corrupción: licitaciones, compra de
votos, tráficos ilegales, prevaricato judicial, sobornos y demás negocios.

386
En el espejo de Gramsci

el tiempo de la dictadura, no lo tiene en la época de la demo-


cracia.
No hay un tercer discurso, pero hay voces críticas: En general la de
los sindicatos urbanos y campesinos, de la izquierda política local.
Es un discurso reivindicatorio de intereses populares, con o
sin pensamiento crítico. Por ejemplo, el de la cooperación in-
ternacional progresista, como Oxfam y la de académicos pro
Paraguay. Este discurso explicita los Intereses locales en jue-
go (Captura de la Democracia, poder Oligárquico); El de los
académicos cercanos al gobierno que usan proposiciones keyne-
sianas, contra el neoliberalismo, que tampoco conforman una
narrativa; El de algunos funcionarios de estado, cuando elevan
la voz, y hacen una mezcla entre la cooperación internacional
y un discurso keynesiano que los distancia de su vida institu-
cional.
La debilidad de las voces anti-hegemónicas tiene que ver con
el estatuto subalterno, populista y fracturado de los sujetos a
quienes ellas apelan e interpelan. Y también a la ubicuidad de
la hegemonía que enfrentan. Los tres discursos (o dos y me-
dio) afirman o suponen diagnósticos, pronósticos, y prácticas
correctas. Puede decirse, ¿será como el liberal, el socialista, y el
nacionalista? Estos discursos teóricos más globales no son uni-
dades de análisis local. Su implante tiene un exceso de impos-
tura. El liberalismo no practicó la democracia; el nacionalismo
subalterno no defendió los intereses locales; el socialismo no
logró vigencia en el mundo del trabajo.
El Paraguay no permitió un desarrollo ideológico como discur-
so autónomo. Lo que compite en las calles, en las elecciones, en
los medios, en las instituciones, en las redes, no son relatos
universalistas, son las opiniones, las identidades y las familias.
Ellas están saturadas del primer discurso, o del segundo. La
cultura se niega a desarrollarse en forma original, se la importa.
Se anhela que la innovación sea lo externo y lo reservado a las
clases dirigentes. Se mantiene a la población en el particula-
rismo, sujeta a los operadores culturales. El particularismo y
la fragmentación hacen vivir al país en un apartheid. Sin haber

387
José Carlos Rodríguez

innovación, cultura propia, ni singularidad efectiva. Para de-


finir identidad debería reconocerse la propia singularidad en
relación a los demás, en la relación, no en el aislamiento.
El tradicionalismo se expresa como conformismo chauvinista.
Se afirma que todo está bien y que, si no, nada puede cambiar-
se o que es mejor no cambiar. Ello va unido a la auto suficien-
cia endógena compensatoria. Una apología de lo propio y la
negación del valor de la realidad ajena. Así funcionan el parti-
do oligárquico familiar, comunitario y clientelista de los corre-
ligionarios. Es la legalidad chicanera, la neo confesionalidad,
sin la existencia de una lengua única (o varias desarrolladas)
y ni de una sociedad única, sino fragmentada. El dominador
del dominador es el que hace las reglas del juego que rigen
localmente. No lo hacen ni los trabajadores ni sus empresarios
que tienen una cultura de suburbio, que mantiene al país en un
sistema capitalista de periferia, neocolonial y satélite.

Colofón
Se buscó hacer un uso de Antonio Gramsci. Proponer una mira-
da y una práctica de la misma historia usando aportes, supues-
tos, compromisos y proyectos del pensador y militante (Chun
2016). No se busca superar la historia, sino la prehistoria, y
tampoco del todo. La historia es también pasado y nostalgia,
identidad y comunidad, mito, cultura y valores compartidos,
deseo de convivencia. Puede ser posible una mirada que no
deje de lado, sino que impulse el inmenso progreso de las fuer-
zas productivas como la informática, la robótica, la telemática,
la genética, que se agregan a las revoluciones industriales pre-
vias y ya realizadas en otras geografías; tomando en cuenta la
sostenibilidad, para que el cambio tenga como motor y como
fin la gente, y no al capital. Y sea un legado a las generaciones
futuras. No la debacle ecológica, esa distopía del futuro que
acongoja a un presente, sin horizonte y sin mejor futuro. Ello
supone reconocer en la vida social las fuerzas que se oponen a
la hegemonía predominante, para impulsar su poder creativo.

388
En el espejo de Gramsci

Referencias
Austin J. L. (1962). How to do Things With Words. The William James Lectures
delivered at Harvard University in 1955. Oxford: Oxford University Press,
1962
Banco Mundial (2018) Paraguay, Diagnóstico Sistemático del País.
Banco Mundial. Banco de datos: ans18-country-tool-final-oct18rev_0-Excel.
Bermúdez Abreu1, Yoselyn y Prades Espot, César, Algunas consideraciones sobre
la cogestión laboral en Alemania, España y Venezuela, http://ve.scielo.org/
scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1315-85972006000300001)
Chun, Christian W. (2016) Using Gramsci: A New Approach, by Michele Filippini.
London: Pluto, 2016 © 2018 Association for Economic and Social Analysis.
Furio, Girolamo «L›ideologia del «gender»: se la conosci la eviti» Foglio notizie del
diaconato dalla diocesi di Roma. https://es.wikipedia.org/wiki/Estudios_
de_g%C3%A9nero.
Gramsci, Antonio (1919) El Estado y el socialismo[1] 1919, L´Ordine Nuovo, 28 de
junio a 5 de julio de 1919.
Gramsci, Antonio (1924) Los intelectuales y la organización de la cultura CME
Archivo Chile.
Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel Edición crítica del Instituto Gramsci.
A cargo de Valentino Gerantana, Biblioteca Era, Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla.; Tomo 1 https://kmarx.files.wordpress.com/2012/06/
gramsci-antonio-cuadernos-de-la-cc3a1rcel-vol-1.pdf; Tomo 2 https://
kmarx.files.wordpress.com/2012/06/gramsci-antonio-cuadernos-de-
la-cc3a1rcel-vol-2.pdf; Tomo3 https:// ses.unam.mx/ docencia/2018I /
Gramsci1975_Cuadernos DeLaCarcel.pdf; Tomo 4 http:// pdfhumanidades.
com/sites/ default/files/apuntes/ 42%20-%20Gramsci-Antonio-Cuadernos-
de-la-carcel- vol-4-1975-%20pag%20113-137-%20% 20pag % 20177- 191%
20pag % 20200-203-% 20pag245-265-%2 0pag %20291-310-% 20pag%
20353-382.pdf; Tomo 5 http://ceiphistorica.com/wp-content/ uploads/2015/
12/ Gramsci- Antonio- Cuadernos- de-la- Carcel-5.pdf; Tomo 6 http://
ceiphistorica.com/ wp-content/uploads/ 2015/12/ Gramsci-Antonio-
Cuadernos-de-la-Carcel-6.pdf
Katz, H. (2010). Civil Society Theory: Gramsci. In Anheier H.K and Toepler S.
(Eds.), International Encyclopedia of Civil Society. Springer.
Hetherington, Kregg (2015) Auditores Campesinos: Transparencia, democracia y
tierra en el Paraguay Neoliberal, Asunción, Paraguay.
Laclau, Ernesto and Mouffe, Chantal (2013) Hegemony and Socialist Strategy
Towards a Radical Democratic Politics.
Marx, Carlos (1867) El Capital. Critica de la Economía Política. Tomo I, p82.
http://www.ataun.net/bibliotecagratuita/Cl%C3%A1sicos%20en%20
Espa%C3%B1ol/Karl%20Marx/El%20capital%20I.pdf
Marx, Karl; Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, 1859.

389
José Carlos Rodríguez

Poulantzas, Nicos (1979) Estado, Poder y Socialismo. Siglo XXI. Bs. As.
Wittgenstein, Ludwig (2017), Investigaciones Filosóficas. Editorial Trotta, Madrid.

390
Los autores
y las autoras
Javier Balsa
Investigador Independiente del CONICET, Profesor Titular en el
área de Sociología y Director del Centro de Instituto de Economía
y Sociedad en la Argentina Contemporánea (IESAC) de la Universi-
dad Nacional de Quilmes (Argentina). Publicaciones más recientes:
Discurso, política y acumulación en el kirchnerismo, «Formaciones y es-
trategias discursivas, y su dinámica en la construcción de la hege-
monía» (Papeles de trabajo), «The Concept of Hegemony in Discourse
Analysis» (en Cultural Hegemony in Scientific World: Gramscian Con-
cepts for the History of Science), y «Pensar la estrategia política a partir
de los aportes de las nuevas lecturas sobre la obra de Gramsci» (Ba-
talla de Ideas).

Mabel Thwaites Rey


Doctora en Derecho Político por la Universidad de Buenos Aires y
Magister en Administración Pública (UBA). Profesora Titular Re-
gular de la UBA, Directora del Instituto de Estudios sobre América
Latina y el Caribe (IEALC) de la Facultad de Ciencias Sociales de
la UBA, y Coordinadora del Grupo de Trabajo de CLACSO «Alter-
nativas contrahegemónicas desde el Sur Global». Dirige el Proyecto de
Investigación UBACyT «Las disputas hegemónicas en América Lati-
na del siglo XXI: miradas desde la actividad estatal». Editora de los
libros: *Estados en disputa. Auge y fractura del Ciclo de Impugnación al
Neoliberalismo en América Latina (2018); *El Estado en América Latina:
continuidades y rupturas (2012); *Estado y marxismo: un siglo y medio de
debates (2008).

393
Hernán Ouviña
Politólogo, Doctor en Ciencias Sociales y educador popular. Profesor
Titular del Seminario «Teoría y praxis política en Antonio Gramsci»,
dictado en la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Bue-
nos Aires. Investigador del Instituto de Estudios de América Latina
y el Caribe (IEALC/FSOC/UBA). Coordinador del Grupo de Tra-
bajo de CLACSO «Estados en disputa». Ha participado de diversas
iniciativas de educación popular y coordinado talleres de formación
junto a movimientos sociales y sindicatos de base de Argentina y
América Latina. Es autor y compilador de libros y materiales cen-
trados en el pensamiento crítico y la realidad latinoamericana, entre
ellos *Rosa Luxemburgo y la reinvención de la política. Una lectura desde
América Latina (2019) y *Estados en disputa. Auge y fractura del Ciclo de
Impugnación al Neoliberalismo en América Latina (2018), *Zapatismo para
principiantes (2007).

Miguel Angel Herrera Zgaib


Profesor Asociado de Ciencia Política. Universidad Nacional de
Colombia. Bogotá. Catedrático: Maestría de Estudios Políticos. Uni-
versidad Javeriana. Bogotá. Presidente IGS-Colombia, Director Se-
minario Internacional A. Gramsci. Director Revista Pensamiento de
Ruptura. Sociedad GlobAL Gramsci.
Autor de varios libros cuales. Participación y Representación Política
en Occidente. Editorial Javeriana, 2000.Seguridad y Gobernabilidad
Democrática. Neopresidencialismo y participación en Colombia,
1991-2003. DIEB/Unal. Bogotá, 2005. Coautor. Educación Pública
Superior, Hegemonía Cultural y crisis de representación política en
Colombia, 1842-1984.Colección Gerardo Molina. Unal. Bogotá, 2007.
Antonio Gramsci y el pensamiento de ruptura. Unijus. Facultad de
Derecho y Ciencia Política.Unal. Bogotá,2016.

Alma Monges
Graduada en Ciencia Política y Sociología - Sociedad, Estado y Po-
lítica por la Universidad Federal de la Integración Latinoamericana
(2018). Actualmente maestranda en el programa de Ciencia Política
de la Universidad Estadual de Campinas, y miembro del Laborato-
rio de Pensamiento Político (PEPOL) vinculado al Centro de Estu-
dios Marxistas (CEMARX) de la Unicamp.

394
Charles Quevedo
Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción
(UNA). Cursó estudios de Especialización y Maestría en Ciencias So-
ciales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
Docente de Epistemología de las Ciencias Sociales en la Facultad de
Ciencias Sociales (FACSO) de la Universidad Nacional de Asunción.
Profesor visitante en la Universidad Nacional de Misiones (UNAM).
Coordinó el Grupo de Trabajo «Intelectuales y política» del Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) (2016-2019).

Raúl Burgos
Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Rosario –
UNR, Argentina, 1988 y Doctor en Ciencias Sociales por la Universi-
dade Estadual de Campinas – UNICAMP, Brasil, 1999. Se desempeña
actualmente como profesor Títular en el Departamento de Sociología
e Ciencias Políticas y en el Programa de Pos graduación en Socio-
logía Política de la Universidad Federal de Santa Catarina – UFSC,
Brasil. Participa del Núcleo de investigación sobre Movimientos So-
ciales y del Grupo de Estudios e investigaciones Antonio Gramsci de
la UFSC. Desarrolla su trabajo en el área de Teoría Política, con énfa-
sis en la relación entre cultura y política, actuando principalmente en
los siguientes temas: Movimientos Sociales, Participación Socio-po-
lítica y democracia; Izquierda Política; Teoría Política Contemporá-
nea, Pensamiento gramsciano, Teorías de la Hegemonía.

Marcos Del Roio


Graduado en Historia y Ciencias Sociales por la FFLCH-USP. Tiene
una Maestría en Ciencias Políticas en IFCH-UNICAMP y un docto-
rado en Ciencias Políticas en FFLCH-USP. Tiene un curso de espe-
cialización en Política Internacional en la Facoltà di Scienze Politiche
de la Università Statale di Milano. Es Profesor Titular de Ciencias
Políticas en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la UNESP (campus
de Marilia). Tiene varias publicaciones en forma de libros, capítulos
de libros, artículos y otros en Brasil y en el extranjero. También es
editor de la revista Novos Rumos, presidente del Instituto Astrojildo
Pereira, presidente de la International Gramsci Society - Brasil (2017-
2019) y miembro de la junta directiva de la International Gramsci
World Society (2017-2021).

395
Marcello Lachi
Cientista político con maestría en Historia política. Director del Cen-
tro de Estudios y Educación Popular Germinal. Fundador y actual
director de la revista paraguaya de estudios políticos contemporá-
neos Novapolis. Docente investigador por la Universidad Nacional
de Pilar. Investigador categorizado nivel 1 por el PRONII-Paraguay.
Ha trabajado en temas políticos, sindicales, educativos y de juven-
tud. Ha publicado como compilador «Insurgentes» (2004) y «Pers-
pectivas Constitucionales» (2006), este último en colaboración con
Daniel Mendonca. Como autor, en colaboración con Raquel Rojas
Scheffer, ha publicado «Diálogo social, contratación colectiva y tri-
partismo en Paraguay» (2017) y «Correligionarios, actitudes y prác-
ticas políticas del elector paraguayo».
Autor de varios capítulos de libros y artículos en revistas indexadas.
Italiano, reside en Paraguay desde 1997.

Lucio Oliver
Doctor en Sociología, Universidad Nacional Autónoma do México
(1982-1992) (maestría y doctorado) y Pos doctorado en Sociología
Política, Universidad Federal del Ceará, Brasil (1996-1998).
Profesor universitario de dedicación exclusiva, titular C, en la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México (antigüedad: agosto de
1974). Profesor de Disciplinas de Posgrado en Estudios Latinoame-
ricanos de la UNAM, en México; y de Licenciatura en Sociología en
la UNAM, México. Investigador III del Sistema Nacional de Inves-
tigadores (SIN) del CONACYT, México (Vigente) Responsable del
proyecto UNAM IN307719, Las sociedades civiles en la crisis estatal
de América Latina (2019-2021).
Libros publicados recientes: La Ecuación Estado-Sociedad Civil en Amé-
rica Latina. México, Eds. UNAM, FCPyS-La biblioteca, 2016 (Publica-
do en 2017). Estado y democracia en América Latina.Bolivia, ed. Auto-
determinación, 2013.

José Carlos Lezcano


Docente. Actúa en el campo de la formación política con organiza-
ciones sociales y políticas. Integra el centro de investigaciones socia-
les Cultura y Participación. Obtuvo la beca CLACSO-ASDI de ini-
ciación a la investigación en el 2010. Ha desarrollado un estudio de
la obra de Antonio Gramsci, cuyo producto teórico principal ha sido
presentado en el año 2015 como tesis de grado. Cursó la maestría en
Ciencias Sociales de FLACSO Paraguay en cuyo marco investiga el
tema de la deuda pública. Fue docente de la Universidad Católica y

396
recientemente se incorporó como auxiliar de cátedra a la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad Nacional.

Lea Durante
Posee una Licenciatura y una Maestría en Letras Modernas, ambas
por la Universidad de Bari «Aldo Moro». En esa misma universidad
trabaja como investigadora y docente desde 1997.
En la actualidad ejerce la docencia en las cátedras de Literatura Ita-
liana y Crítica Teatral, en diferentes cursos de Licenciatura y Maes-
trías. Sus líneas de investigación se desarrollan de manera prioritaria
en estos temas: Antonio Gramsci; Estudios de Género; Teoría de la
Crítica; Historiografía Literaria de los Ochocientos-Novecientos: la
Novela en los años novecientos.
Sobre la línea de investigación referente a Antonio Gramsci, ha sido
parte de varios comités científicos nacionales e internacionales, par-
ticipando en muchos Congresos, Simposios, Seminarios, Encuentros,
donde estuvo presentando diferentes ponencias acerca de la figura y
las obras de este autor.

Alejandra Ciriza
Es Profesora, Licenciada y Doctora en Filosofía por la UNCuyo. Se
desempeña como Investigadora Principal del CONICET y profesora
en Introducción a la Filosofía y el Pensamiento Feministas en la Uni-
versidad Nacional de Cuyo. Sus temas de investigación se ubican en
el cruce entre filosofía política feminista e historia del pensamiento
de mujeres y feministas desde una perspectiva atenta a la clase, la
raza y la corporalidad. Ha publicado numerosos artículos en revistas
indexadas nacionales y extranjeras, capítulos de libros en compila-
ciones de amplia circulación continental y coordinado libros sobre
su especialidad. Ha formado investigadores en el campo de los es-
tudios feministas y ejercido la docencia en el nivel de postgrado en
universidades nacionales y extranjeras. Es activista feminista y por
los DDHH.

Luis Tapia Mealla


Filósofo y politólogo. Docente-investigador y coordinador de la
maestría en Teoría Crítica el Postgrado en Ciencias del Desarrollo de
la Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia. Trabaja temas
de epistemología, teoría política e historia intelectual.

397
Jose Carlos Rodríguez
Licenciado en Psicología por la Universidad Católica de Asunción;
Lic. en Sociología por la Facultad Latinoamericana de Ciencias So-
ciales (FLACSO) - Buenos Aires, DEA en Sociología y Doctorado en
Ciencias del Lenguaje por la Escuela Superior de Altos Estudios en
Ciencias Sociales (ESHECS) de Paris.
Profesor de la Universidad Nacional del Este, Universidad Católica
de Asunción y la Universidad Nacional de Pilar. Integra la Comisión
Directiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLAC-
SO). Miembro de la Comisión Honoraria del PRONII, CONACYT
(Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología). Miembro del Órgano
selector del Mecanismo de Prevención a la Tortura.

398
Se terminó de imprimir en diciembre 2019.
Arandurã Editorial
Tte. Fariña 1028
Asunción - Paraguay
Teléfono: (595 21) 214 295
e-mail: arandura@hotmail.com
www.arandura.com
AA.VV.
LOS AUTORES: COLECCIÓN
GERMINAL-PROCIENCIA

Edición a cargo de: Una colección de


El Simposio Internacional Gramsci, la teoría de la hegemonía investigaciones, ensayos y
Marcello Lachi y las transformaciones políticas recientes en América Latina actas de eventos realizados
Raúl Burgos ha permitido debatir sobre la vigencia y la fuerza heurística en el marco del programa
de la teoría gramsciana aplicada a diferentes contextos PROCIENCIA de CONACYT.

teoría de la hegemonía y las transformaciones


sociopolíticos latinoamericanos, tanto a nivel nacional como
regional. El debate ha movilizado las categorías de la teoría
Han colaborado: de la hegemonía para pensar tanto cuestiones referentes
Javier Balsa a la propia teoría, como los procesos de transformaciones

recientes en América Latina


políticas desencadenados en la región en las primeras
Mabel Thwaites Rey décadas del siglo XXI.
Hernán Ouviña Este abordaje ofreció un telón de fondo extremamente Títulos publicados
en esta colección:
Miguel Angel Herrera Zgaib productivo para los debates. Al respecto, describiendo
a Antonio Gramsci y su obra, el historiador inglés Eric AA.VV.
Alma Monges, 100 AÑOS DE GOLPES
Hobsbawn ha afirmado: “su estatura como pensador Y REVOLUCIONES
Charles Quevedo marxista original – en mi opinión, el pensamiento más Actas del Simposio Internacional
Raúl Burgos original surgido en occidente desde 1917– es reconocida, se Asunción, 12-13/12/2017.
puede decir, por consenso”. En efecto, el pensamiento de
Marcos Del Roio

GRAMSCI Lapolíticas
Gramsci ha influenciado prácticamente todas las esferas de Marcello Lachi
Marcello Lachi la teoría social, produciéndose sin pausa una bibliografía Raquel Rojas Scheffer
monumental. En particular, la teoría de la hegemonía se CORRELIGIONARIOS

germinal prociencia
Lucio Oliver Actitudes y prácticas políticas
presenta en el ámbito general del pensamiento político del electorado paraguayo
José Carlos Lezcano contemporáneo como un abordaje capaz de promover la
Lea Durante elaboración de una teoría de la democracia y la transformación Marcello Lachi
Alejandra Ciriza social sensible a las características complejas de nuestras Raquel Rojas Scheffer
sociedades, lo que se hizo vibrantemente evidente durante LUCHAS DE ESTUDIANTES
Luis Tapia Mealla estas jornadas. El renacer del movimiento
estudiantil secundario y el nuevo
Jose Carlos Rodriguez
GRAMSCI liderazgo femenino (2013-2017)

AA.VV.
La teoría de la hegemonía y las transformaciones GRAMSCI
La teoría de la hegemonía
políticas recientes en América Latina y las transformaciones políticas
recientes en América Latina
Actas del Simposio Internacional Actas del Simposio Internacional
Asunción, 27 y 28 de Agosto de 2019 Asunción, 27-28/8/2019.

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