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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

SEMINARIO VIOLENCIA EN LA FAMILIA

TRABAJO FINAL

Profesora: Mariela González Oddera

Alumnas: Álvarez, Noelia Legajo nº 00434/3

Cuello, Melisa Legajo nº 88188/2

Dirazar, Agustina Legajo nº 87124/9

Año 2013
En el presente trabajo nos proponemos analizar el relato de una joven brasilera
llamado “Cómo se siente una mujer” publicado el 22 de mayo de 2013 en una
revista virtual de hombres. Para ello, retomaremos algunos de los temas
trabajados en el seminario.

Esta joven mujer describe en el presente artículo cómo es y ha sido ser mujer en
el mundo actual y occidental en el que vive. Relata distintas situaciones cotidianas
que la gran mayoría de las mujeres (incluso, nosotras) vivimos y padecemos
diariamente en distintos ámbitos: cuando camina por la calle, en su trabajo, en el
ámbito familiar, en los medios de comunicación, entre otros. Y también en
diferentes etapas de su vida: en su niñez, adolescencia y actualmente.

Nos parece importante retomar los aportes de Ana María Fernández (2009) en
relación a las diferencias de los géneros sexuales. En cada momento histórico, se
instituyen imaginarios y prácticas sociales sobre qué es ser mujer y ser hombre.
Estas diferencias son pensadas a través de categorías lógicas que se reproducen
y permanecen estables a pesar de que los argumentos sociales varíen. Esta lógica
realiza varias operaciones simultáneamente: por un lado, a partir de la condición
sexuada, establece diferencias entre hombres y mujeres; por otro lado, esas
diferencias son remitidas a esencias inmodificables, y se opera a través de una
lógica binaria (ya que altera sólo dos valores de verdad, uno verdadero y otro
falso) y jerárquico (transforma uno de los dos términos en inferior) donde lo
masculino es tomado como criterio de medida y es erigido en patrón universal de
lo humano, mientras que los atributos femeninos son defecto, falta, complemento,
suplemento, copia deficitaria etc., legitimando la desigualdad social de las mujeres
(el otro, lo diferente).

La imagen de la mujer es pensada en el Iluminismo, como frágil, emotiva,


dependiente, sexualmente pasiva, necesitada de protección masculina,
predestinada a la maternidad. Estas características son vistas como esenciales,
universales y biológicas. A pesar del paso del tiempo, esta lógica sigue teniendo
eficacia actualmente tal como se puede observar en el relato:

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“En uno de los primeros empleos escuché que las mujeres no trabajan tan
bien porque son muy emocionales y sufren de síndrome premenstrual
(SPM)”.

Se puede ver en este ejemplo como una característica biológica propia de la mujer
(no así del hombre), sirve para justificar y naturalizar un desempeño inferior en el
trabajo respecto al del hombre. También se toma la emotividad como universal y
esencial de las mujeres. Algo similar sucede respecto a la pasividad sexual
femenina:

Desde siempre tuve mi sexualidad reprimida por mi familia, por la sociedad


y por los medios. (…) Mientras usted, hombre, comparaba su pene con el
de sus amiguitos, a mí, mujer, me enseñaban que masturbarse era muy feo
(…) ¿Cuánto tiempo me demoré para librarme de la represión sexual y
convertirme en una mujer que le gusta tirar? ¿Cuánto tiempo me demoré
para soltarme en la cama y conseguir venirme, mientras varias de mis
compañeras continúan preocupándose por si su pareja está viendo la
celulitis o el gordito de la cintura y por eso no consiguen llegar al orgasmo?

Aquí también opera la lógica binaria que posiciona al hombre como sexualmente
activo y a la mujer como sexualmente pasiva. Bordieu señala:

(…) el acto sexual mismo está pensado en función del principio de la


primacía de la sexualidad masculina (…) La posición considera normal es
lógicamente aquella en la cual el hombre “toma la iniciativa”, “está arriba””.
(2000: 31)

Son claros los efectos en la subjetividad que tuvieron estas significaciones


respecto de cómo debe comportarse una mujer en relación a su sexualidad, ya
que la joven cuenta que tuvo que desprenderse de esos prejuicios para poder
soltarse y vivir una sexualidad más plena. Podemos decir que la violencia
simbólica proviene de representaciones colectivas, mandatos y/o construcciones
imaginarias sociales establecidas históricamente que marcan y dejan sus huellas
en el psiquismo, produciendo modos establecidos de actuar, es decir modos

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específicos de ser mujer y de ser varón. Es así que en la actualidad los Estudios
de Género consideran a las mujeres y los varones como colectivos sociales
construidos sobre la base de elaboraciones culturales que han tomado a las
diferencias sexuales biológicas como emblemas para la construcción de
jerarquías.

Nos parece relevante retomar lo que Bordieu (2000) plantea respecto a la mujer
como un ser percibido:

Soy mirada por todos. Medida. Analizada. Mi cuerpo, mis nalgas, mis
senos, mi cabello, mis zapatos, mi barriga. Todos están mirando.

La dominación masculina coloca a la mujer como objeto cuyo ser es un ser


percibido que existe fundamentalmente por y para la mirada de los demás, es
decir, como objeto acogedor, atractivo, disponible. A su vez, los dominados aplican
a las relaciones de dominación unas categorías desde el punto de vista de los
dominadores, haciéndolas aparecer como naturales:

Sé que para los hombres es difícil entender como eso puede ser violencia.
Nosotras mismas, mujeres, nos acostumbramos y dejamos eso así.
Nosotras nos acostumbramos para poder vivir el día a día (...) Ella me dijo:
“Sí, pero estamos tan acostumbradas ¿Cierto? Ignoramos esas cosas
automáticamente”.

Para pensar esta naturalización de la violencia ejercida hacia la mujer, que es


posicionada y se posiciona ella misma como objeto para ser percibido, adorado,
elogiado podemos retomar dos conceptos importantes de dos autores diferentes
pero que están íntimamente relacionados: violencia simbólica para Bordieu y
violencia invisible para Ana María Fernández.

Por un lado, para Bordieu:

La dominación masculina es consecuencia de la violencia simbólica:


violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas que
se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de

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la comunicación y del conocimiento, o más exactamente del
desconocimiento. La lógica de la dominación ejercida en nombre de un
principio simbólico conocido y admitido tanto por el dominador como por el
dominado (2000: 11)

Para Ana María Fernández:

Los procesos de inferiorización, discriminación y fragilización operan como


naturalizaciones; conforman en tal sentido, invisibles sociales. En rigor, no
son invisibles sino que están invisibilizados; a estos procesos se los ha
denominado violencia invisible: un invisible social no es algo oculto o
escondido sino que se conforma de hechos, acontecimientos, procesos y
dispositivos reproducidos en toda la extensión de la superficie social y
subjetiva. (2009: 33)

Estas dos categorías teóricas nos permiten pensar que esta esencialización se
produce y reproduce cotidianamente no sólo por los hombres sino también por las
mujeres a través de la formación de consenso en las diferentes instituciones y a
partir de diferentes discursos, mitos sociales y explicaciones religiosas y
científicas. Éstas hacen que la arbitrariedad cultural sea legítima otorgando, a su
vez, legitimidad al grupo dominador.

En el preámbulo de su libro, La dominación masculina, Bordieu plantea su


asombro ante lo que denomina paradoja de la doxa entendida como:

el orden establecido, con sus relaciones de dominación, sus derechos y sus


atropellos, sus privilegios y sus injusticias, se perpetúe, en definitiva, con
tanta facilidad, dejando a un lado algunos incidentes históricos, y las
condiciones de existencia más intolerables puedan aparecer tan a menudo
como aceptables por no decir naturales. (2000: 11)

Es decir, se pregunta por qué el orden arbitrario del mundo no genera más
subversiones. Esto se explica porque la violencia simbólica no puede vencerse
exclusivamente con la conciencia y la voluntad ya que los efectos y condiciones de

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su eficacia están inscritos duraderamente en lo más íntimo de los cuerpos.
Pensando a qué se debe esta situación de subordinación de la mujer que
permanece hasta nuestros días, nos parece relevante retomar dos dimensiones: la
económica, vinculada al capitalismo, y la simbólica, relacionada al patriarcado.

Brevemente, la dimensión económica hace referencia a la reclusión de la mujer al


ámbito doméstico con una función de la reproducción de la fuerza de trabajo del
asalariado; la patrilinealidad relacionada con el control de la sexualidad femenina
como capacidad reproductiva y la instalación de la familia nuclear organizando los
lugares de cada miembro dentro de la misma; la aparición de la propiedad privada.

Esta dimensión está íntimamente vinculada a la dimensión simbólica, es decir, al


patriarcado. Fontela define a éste como:

Como un sistema de relaciones sociales sexo-políticas basadas en


diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e
intragénero, instaurado por los varones quienes, como grupo social y en
forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma
individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva,
de sus cuerpos y sus productos ya sea con medios pacíficos o mediante el
uso de la violencia. (2008: 4)

Es un ordenador social por excelencia, que varía en las sociedades pre estatal,
moderna y capitalista pero siempre está operando. A su vez, excede las relaciones
familiares e invade el orden social en su totalidad abarcando diferentes
estructuras:

- Las relaciones sociales de parentesco


- La heterosexualidad obligatoria
- El contrato sexual

En un apartado, la autora del relato interpela a los hombres a que apelen a la


empatía para entender la opresión que hemos sufrido las mujeres a lo largo de la
historia:

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El privilegio es invisible. Para el hombre sólo es posible ver el privilegio si
hay empatía. Intente imaginar un mundo donde, por cinco mil años, todos
los hombres fueran subyugados, violentados, asesinados, limitados,
controlados. Intente imaginar un mundo donde por cinco mil años, sólo
mujeres fueran científicas, físicas, jefes de policía, matemáticas,
astronautas, médicas, abogadas, actrices, generales. Intente imaginar un
mundo donde por cinco mil años ningún representante de su género haya
sido destacado, en la televisión, en el teatro, en el cinema, en el arte. En la
escuela, usted aprende historia hecha por mujeres, la ciencia hecha por
mujeres, el mundo hecho por las mujeres”.

Creemos que en esta situación que ella describe donde serían los hombres
quienes son sometidos, violentados, controlados por las mujeres se sigue
operando desde la Episteme de lo Uno, donde se invierten los géneros del
dominador-dominado, es decir, se sigue pensando desde una lógica binaria,
jerárquica y atributiva tal como plantea Ana María Fernández (1993). Por eso nos
parece importante rescatar la crítica que realiza Gayle Rubin al concepto de
patriarcado. La autora, militante del feminismo lesbiano, plantea la importancia de
distinguir entre la capacidad y la necesidad humana de crear un mundo sexual y
los modos empíricamente opresivos en que se han organizado los mundos
sexuales. Señala:

El término patriarcado subsume ambos sentidos en el mismo término.


Sistema de sexo/género, por otra parte, es un término neutro que se refiere
a ese campo e indica que en él la opresión no es inevitable, sino que es
producto de las relaciones sociales específicas que lo organizan. (1986:
105)

Este dispositivo, que señala Rubin, de regulación social establece el intercambio


de mujeres por parte de grupos de varones, por lo que estipula cuales son las
uniones sexuales permitidas y cuales prohibidas.

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Aunque consideramos que la posición de la autora es un tanto utópica, este
aporte que realiza nos parece pertinente para pensar que puede existir una
organización sexual que no implique desigualaciones y sometimiento, no sólo la
eliminación de la opresión de las mujeres sino también de la sexualidades y los
papeles sexuales obligatorios dando lugar a una lógica de lo múltiple, donde lo
distinto no sea juzgado como inferior.

La situación actual de la mujer debe entenderse como producto de un proceso


sociohistórico, no debe ni naturalizarse ni esencializarse sino historizarlo e
inscribirlo en el juego de las relaciones de poder. Tal como afirma Ana María
Fernández:

Interesa una vez más aquí señalar que las relaciones de poder que regulan
los vínculos, modos de subjetivación, y prácticas eróticas de hombres y
mujeres, al mismo tiempo que construyen sus mundos íntimos, son parte
de dispositivos políticos, filosóficos y científicos de desigualaciones,
apropiaciones y violentamientos diversos. (2010: 174).

En el chiste fácil, en las conversaciones cotidianas, en el “sentido común” esta eso


de que a las mujeres mismas les gusta esa posición de subrogada, que de ella
sacarían ventajas, que dentro del colectivo nosotras mismas hacemos
discriminación y realizamos subordinaciones ¿Es que acaso nos volvimos
cómplices del sistema de desigualación? Es verdad que nosotras mismas
juzgamos a veces a otra mujer por no encajar en el estereotipo de mujer actual,
no estamos del todo abiertas a dar lugar a nuevas formas de ser mujer; es que el
prejuicio se interpone. Socialmente nos encontramos cada vez más predispuestos
a la novedad, al cambio. Creemos que estamos cada vez más capacitados para
que nos dejemos sorprender en el juego del azar que nos presenta la realidad. El
propósito sería la co-construcción de una cultura que deslegitime la violencia.

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Bibliografía

- Berenstein, I. (2000). Notas sobre la violencia. Psicoanálisis. Revista de la


Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, 22 (2), 257-272

- Fernández, A.M. (2010). “Violencias, desigualaciones y géneros” En Las lógicas


sexuales: amor, política y violencias (pp. 33-50). Buenos Aires: Nueva Visión.

- Meler, I. (2012) “Violencia contra las mujeres. El contexto cultural y los trastornos
psicopatológicos”. Actualidad Psicológica, 407: 7-10

- Rubyn, G. (1986). "El tráfico de mujeres: notas sobre la 'economía política' del
sexo”. Revista Nueva Antropología (VIII), 30: 95-146

- Publicado en Mujeres en red. El periódico feminista.


http://www.mujeresebred.net/spip.php?article1396 “¿Qué es el patriarcado?
claves de feminismo”.

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Anexo

Pasó ayer. Salgo de aeropuerto. En una caminada de diez metros, solo veo
hombres. Taxistas afuera de los carros conversando. Funcionarios con camisetas
“¿Puedo ayudar?”. Un hombre con corbata, su maletica y el celular en la mano.
Hombres diversos, regados en esos 10 metros de camino. Al andar esos diez
metros, me siento como una gacela paseando entre leones. Soy mirada por todos.
Medida. Analizada. Mi cuerpo, mis nalgas, mis senos, mi cabello, mis zapatos, mi
barriga. Todos están mirando.

Pasó cuando yo tenía 13 años. Practicaba un deporte todos los días. Salía del
centro de entrenamiento y caminaba alrededor de 2 cuadras hasta la parada del
bus a las seis de la tarde. Caminaba por el corredor casi vacío al lado de una gran
vía. De esas caminadas me acuerdo dos momentos memorables de esta violencia
urbana. Carros que pasaban más lento a mi lado, y adentro se oía una voz
masculina: “¡Estás buena!”. Hombres solos que cruzaban el corredor, miraban
para atrás y decían: “Que delicia”. Yo tenía 13 años. Usaba pantalones largos,
tenis y camiseta.

Ahora multiplique eso por todos los días de mi vida.


Sé que para los hombres es difícil entender como eso puede ser violencia. (a.m
fernandez) Nosotras mismas, mujeres, nos acostumbramos y dejamos eso así.
Nosotras nos acostumbramos para poder vivir el día a día.

Estos días, estaba sentada en la playa viendo el mar, y de él salió una joven. Pasó
por el lado de un tipo que le dijo algo. Ella se alejó y caminó en dirección a mí. Le
dije “Buenas noches”, ella dijo que el agua estaba deliciosa y hablamos un poco.
Le pregunté si el tipo le había dicho alguna estupidez. Ella me dijo: “Sí, pero
estamos tan acostumbradas ¿Cierto? Ignoramos esas cosas automáticamente”

El privilegio es invisible. Para el hombre sólo es posible ver el privilegio si hay


empatía. Intente imaginar un mundo donde, por cinco mil años, todos los hombres

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fueran subyugados, violentados, asesinados, limitados, controlados. Intente
imaginar un mundo donde por cinco mil años, sólo mujeres fueran científicas,
físicas, jefes de policía, matemáticas, astronautas, médicas, abogadas, actrices,
generales. Intente imaginar un mundo donde por cinco mil años ningún
representante de su género haya sido destacado, en la televisión, en el teatro, en
el cinema, en el arte. En la escuela, usted aprende historia hecha por mujeres, la
ciencia hecha por mujeres, el mundo hecho por las mujeres.

En su texto “Una habitación propia”, Virginia Woolf describe por qué sería
imposible para una hipotética hermana de Shakespeare escribir de forma genial
como él. Woolf dice:

"Cuando leemos sobre una bruja siendo quemada, una mujer poseída por
demonios, una sabia mujer vendiendo hierbas [...] creo, que estamos viendo a una
escritora perdida, una poetisa anulada" [1]
Desde el inicio del patriarcado, hace 5 mil años, las mujeres no tuvieron libertad
suficiente para ser científicas o artistas. Woolf explica:

"La libertad intelectual depende de cosas materiales. [...] Y las mujeres siempre
han sido pobres, no sólo durante doscientos años, sino desde el principio de los
tiempos." [2]

Aunque el mundo esté en proceso de cambio, todavía existen menos


oportunidades y reconocimiento para que las mujeres y las minorías ejerzan
cualquier ocupación intelectual. Lectores de una página en Facebook sobre
ciencia todavía suponen que su autor es hombre y comentaristas de televisión no
consideran las manifestaciones culturales que vienen de la favela como cultura de
verdad.

Es cierto: Hoy la vida es mucho mejor, principalmente para la mujer occidental

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como yo. Pero, aunque soy una mujer libre y exitosa, viviendo en una metrópolis
cultural, todavía siento en la piel las consecuencias de estos cinco mil años de
opresión. Y si usted quiere ver esa opresión, no necesita ir a los libros de historia.
Sólo tiene que prender la televisión.

Rio de Janeiro, 2013. Una pareja es secuestrada en una van. Las secuestradoras
se colocaron un strap-on sucio, oliendo a mierda y moho, y violaron al muchacho.
Todas ellas, una a una, metían aquella picha enorme en el culo del joven, sin
condón, ni lubricante. La novia, pobrecita, intentó hacer algo, pero la ataron y le
dieron patadas y golpes.

Al ver la noticia, ¿Usted se coloca en el lugar de la víctima (que sufrió de las


peores violencias físicas y psicológicas existentes) o en el lugar del que vio?
Naturalmente cambie los géneros, la violencia real pasó con una mujer.

¿Cuántas violencias sufro sólo por ser mujer?

En la infancia no me dejaron ser scout por que eso no era cosa de niñas. Fui
violada a los ocho años (Yo y por lo menos dos tercios de las mujeres que
conozco y que usted conoce sufrieron una violación y probablemente no le
contaron a nadie). Sufrí la adolescencia entera por no comportarme de manera
femenina. Por no tener senos. Por no tener cabellos largos y lisos. Desde siempre
tuve mi sexualidad reprimida por mi familia, por la sociedad y por los medios.
Cualquier cosa que hiciera mal sería motivo para ser llamada de ociosa.

En uno de los primeros empleos escuché que las mujeres no trabajan tan bien
porque son muy emocionales y sufren de síndrome premenstrual (SPM). En otro
empleo mi jefe me dijo que mi cabello estaba feo y me pagó un salón de belleza
para ir hacerme el blower y estar más presentada para los clientes. Decidí que no
quiero ser esclava de la depilación y soy mirada diariamente con asco cuando me
pongo shorts o blusitas sin mangas. He usado muchos maquillajes sólo porque la
televisión y la publicidad muestran mujeres maquilladas, y por lo tanto es muy

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común sentirnos feas de cara limpia. Usted, hombre ¿Sabe lo que es el
maquillaje? Hay un producto para dejar la piel homogénea, uno para esconder
ojeras, otro para esconder manchas, otro para dejar los cachetes colorados, otro
para destacar las cejas, otro para destacar las pestañas, otro para colorear los
párpados, otro para colorear los labios. ¿Cuántas veces pasó usted tantos
productos en la cara sólo porque su jefe o su ‘primer encuentro’ lo van a ver feo
con la cara limpia?

Cuando estoy en el metro procuro un lugar seguro para evitar que alguien me
roce. ¿Usted hace eso? Cuando voy a reuniones de familia, me preguntan porque
estoy tan flaca, y lo que hice con el cabello y si tengo novio. A mi primo, le
preguntan qué está estudiando y en qué está trabajando. En la televisión el 90%
de las propagandas me denigran. Casi ninguna película me representa o pasa
el Test de Bechdel. Todas las mujeres son mostradas con ropa sexy, igual que las
heroínas que se supone que deberían estar usando ropa cómoda para las
batallas. Las revistas me enseñan que el objetivo en la cama es agradar al
hombre.

Mientras usted, hombre, comparaba su pene con el de sus amiguitos, a mí, mujer,
me enseñaban que masturbarse era muy feo y que si usaba faldas cortas no me
estaba dando a respetar. ¿Cuánto tiempo me demoré para librarme de la
represión sexual y convertirme en una mujer que le gusta tirar? ¿Cuánto tiempo
me demoré para para soltarme en la cama y conseguir venirme, mientras varias
de mis compañeras continúan preocupándose por si su pareja está viendo la
celulitis o el gordito de la cintura y por eso no consiguen llegar al orgasmo?
¿Cuánto tiempo demoré para conseguir mirar una verga y tirar con la luz
prendida? ¿Cuántas veces escuché mientras manejaba un “tenía que ser mujer”?
¿Cuántas veces usted cerró a alguien y escuchó "tenía que se hombre"? Todo eso
para, al final del día, ir a cenar a un restaurante y no recibir la cuenta cuando yo la
pido, pues desde hace 5 mil años soy considerada incapaz. Y todo eso ¡Coño!,
para escuchar que estoy exagerando, que ya no existe el machismo.

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Eso es un resumen de lo que sufro o corro el riesgo de sufrir todo el día. Yo, mujer
blanca, hétero, clase media. La negra sufre más que yo. La pobre sufre más que
yo. La oriental sufre más que yo. Pero todas nosotras sufrimos del mismo
mal: Ningún país del mundo trata a sus mujeres tan bien como a sus
hombres. Ninguno. Ni Suecia, ni Holanda, ¡ni Islandia! En todo el mundo civilizado
sufrimos de violencia, tenemos menos acceso a la educación, al trabajo o a la
política.

En todo el mundo somos todavía hermanas de Shakespeare.

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