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En primer lugar, puede decirse que el contrato tiene carácter oneroso (artículo 2.

1 de la Ley
9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos del Sector Público), siendo el intercambio patrimonial
entre las partes, el do ut des, la causa o fin del mismo. Mediante el contrato celebrado entre la
Administración y un empresario, ésta obtiene, por ejemplo, la realización de una obra o la
prestación de un servicio, que repercute sobre el interés público, mientras que el contratista de
la Administración lo que obtiene es el pago de un precio, que persigue con un legítimo ánimo de
lucro. No es esta la finalidad u objeto del convenio, en el que lo que se busca es, en todo caso,
el logro de un fin público perseguido por la Administración, al que coadyuva la colaboración de
un particular, que no pretende obtener ninguna ventaja de tal colaboración o, si la pretendiera,
ésta no es la determinante de la relación.

En segundo lugar, el convenio se celebra intuitu personae, esto es, en atención a las
características de una determinada persona, que es insustituible como parte del convenio, de tal
forma que la finalidad del convenio no se alcanzaría si la Administración no lo celebrara con dicha
persona. Esta nota característica del convenio es contraria a uno de los principios definitorios de
la contratación pública, la libre concurrencia, que permite, en principio y en mayor o menor
medida, a cualquier persona colaborar con la Administración. Y ello sin perjuicio de los beneficios
de la publicidad y de la transparencia, principios generales que se deben aplicar igualmente a
los convenios aunque para su celebración no se exija licitación. No obstante, no siempre el
convenio se suscribe intuitu personae, en cuyo caso entendemos que tanto la concurrencia como
la publicidad, que la posibilita, deberán ser preceptivas.

En tercer lugar, en un convenio las partes se encuentran en posición de igualdad, es decir,


cuando la Administración pacta con un particular, ésta no ejerce imperio sobre el mismo. De esta
forma, más allá de que pueda existir o no cierta presión ambiental en sumarse a un convenio
propuesto por una Administración Pública, lo cierto es que en la relación que sigue a la
celebración del mismo el particular no está sujeto al ejercicio de prerrogativas administrativas.
Aunque no todos los contratos del sector público permiten el ejercicio de potestades
administrativas, y tratándose de contratos privados también puede hablarse de relación de
igualdad entre las partes, no ocurre así en el caso de los contratos administrativos, en los que la
Administración goza de importantes prerrogativas frente al contratista, lo que constituye
precisamente su razón de ser y su específico régimen jurídico (artículos 190 y 191 de la Ley
9/2017).

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