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FACULTAD DE HUMANIDADES.

UNIVERSIDAD NACIONAL DE FORMOSA


PROBLEMAS DE HISTORIA DE AMERICA LATINA

PROFESOR: DR. ALEJANDRO SCHNEIDER


TEMA: EL PAPEL DEL MOVIMIENTO OBRERO Y LA APERTURA
DEMOCRATICA EN LA ARGENTINA Y PAISES DEL ENTORNO.
ALUMNA: GABRIELA YOLANDA ALUCIN

INTRODUCCION
Mauricio Archila (2007) en el ensayo historiográfico “Cultura y conciencia en la
formación de la clase obrera latinoamericana” tomando conceptos de Marx, Engels,
Gramsci y la historiografía marxista inglesa de Hobsbawm y Thompson entre otros
expresa que, existen nuevas perspectivas de abordaje de la historia del movimiento obrero
latinoamericano que toma la consigna de la Primera Internacional “la emancipación de la
clase obrera es obra de la clase misma”. Antropólogos e historiadores latinoamericanos
coinciden en que la conciencia de clase es un producto de la clase misma, de la adaptación
de formas tradicionales culturales ante los nuevos contextos económico-políticos
presenciados por esta. La reciente historiografía sobre la clase obrera en Latinoamérica,
alude a la redefinición del problema de la conciencia de clase, puesto que la problemática
ya no gira en torno a las condiciones de trabajo y la presencia de las ideologías que vienen
de afuera, sino que se consideran también las tradiciones culturales, las formas
organizativas producidas por la clase, la familia y aun el mundo sobrenatural, como
algunos elementos en la formación de la conciencia.
El mismo concepto de conciencia ha sufrido una ampliación incorporando el
componente étnico, como el africano o indígena andino, o el componente del sexo o
generacional que influyen en la formación de la conciencia contra las formas de opresión.
La clase en la mayoría de los países latinoamericanos es una clase subordinada, por ello
la acción de las fuerzas económicas como la de las clases dominantes y el Estado
interceden en este hacerse de la clase. El aporte de la nueva historia social radica en su
visión optimista sobre las posibilidades de lucha y resistencia de las clases subordinadas
en un subcontinente donde estas siempre se han manifestado.
En los años 80 en varios países de la región que han vuelto a gobiernos democráticos
tras cruentas dictaduras militares, hubo criticas situaciones económicas y políticas, que
debían reestructurarse. Quedaba la herencia de cuantiosas deudas externas, recesión
económica, inflación, desvalorización de la moneda, desarticulación de instituciones
republicanas en definitiva varias áreas para reconstruir y recomponer y ensayar nuevas
formas de relacionamiento, como en el caso del movimiento obrero. Que no tuvo todas
las respuestas necesarias en el corto plazo, sino más bien un duro trajinar en la transición,
no solo en cuestiones laborales sino en recuperación de derechos civiles, políticos
mientras se reinstalaba la cultura democrática abriéndose paso progresivamente en el
retiro del autoritarismo y las contrainsurgencias.

DESARROLLO:
Tomando como eje de análisis el papel del movimiento obrero y la apertura
democrática en la Argentina y países del entorno, habiendo señalado algunas
consideraciones iniciales Julian Zacari y Bruno Fordillo (2018) dicen sobre la transición
democrática en Bolivia y Argentina que el retorno democrático no encontró a los dos
países con las mismas sociedades con las que había ingresado a las etapas del
autoritarismo militar. Había cambiado el juego político, el campesinado como las masas
obreras estarían interpeladas por un discurso de “ciudadanización” en el que los partidos
políticos y los votos y no más el poder factico de irrupción fueran los que definieran los
rumbos sociales.
Las clases subalternas no contarían más con las alianzas y formas de acción
cooperativas, los distintos grupos estarían disgregados en sus propias crisis internas y
bajo una lógica del “sálvese quien pueda”, que fragmentaria su capacidad de presión. Los
programas políticos no serían reivindicativos sino defensivos y sujetos a no perder
potestades ni participación del ingreso en la puja distributiva, dado que en los años
ochenta uno de los principales desafíos fue no caer dentro de la franja de sectores sociales
desempleados y empobrecidos que ambas sociedades no dejaron de crear.
En la Argentina estas dinámicas se expresaron políticamente en las primeras
elecciones democráticas donde se impuso Raúl Alfonsín de la UCR quien por primera
vez gana al peronismo en elecciones sin proscripción, señalando que los tiempos
cambiaban y que se modificarían las lógicas de actuación. En Bolivia se había impuesto
la Unión Democrática y Popular con Siles Suazo, dando paso también a una nueva fuerza
política, aunque a estos cambios de funcionamiento sociopolítico hay que agregar los
operados hacia el interior de los Estados y las economías locales. Los países
latinoamericanos atravesaban procesos de crisis por el sobreendeudamiento de la década
previa, el aumento de las tasas de interés que se produjo en los países centrales y la caída
de precios de los bienes primarios que exportaba la región. Esto provoco en el
subcontinente la crisis de la deuda, los defaults estatales, los déficits fiscales, la
desindustrialización, reducción de los mercados internos, caídas salariales, inflación. En
suma, con Estados fuertemente atrofiados y endeudados los jóvenes gobiernos
democráticos se encontraron con problemas de nuevo tipo y no previstos. Los programas
de rápida reactivación, protección del mercado interno y recuperación salarial, no serían
posible ante lógicas económicas y sociales diferentes.
En esta vuelta a los gobiernos democráticos, o la llamada transición de los años 80,se
observa un proceso de reforma del Estado como cuestión política como bien lo dice
Carlos Vilas (1997), acorde con los cambios que se estaban gestando a nivel regional y
mundial, para desembocar en los procesos de globalización económica y financiera ya
insinuados en la década de 1970 y advertibles en los procesos de producción, en los
recursos de poder de los distintos actores, en sus relaciones reciprocas y en su eficacia
para alcanzar sus objetivos y promover y defender sus intereses.
Según Vilas se asiste a profundas transformaciones en las bases sociales de los estados
y una reestructuración de las relaciones entre estados, mercados y sociedades. Las
transformaciones en las relaciones de poder significan cambios en los grupos que se
expresan en el estado y sus políticas con medios privilegiados para promover sus intereses
y objetivos. Al cambiar los actores estratégicos en el funcionamiento y orientación de las
agencias y recursos del estado, cambian también los intereses y objetivos promovidos,
legitimados y deslegitimados a través del estado de sus instituciones y recursos.
El estado es adaptado al nuevo escenario y actúa para institucionalizar la
configuración de ese escenario. Los cambios en las relaciones de poder entre actores
clases, grupos, fracciones, corporaciones de alcance nacional acarrean una reforma del
estado en la medida en que la especificidad de este consiste en expresar institucionalmente
una matriz de relaciones de poder. En esta etapa se advierten más que la reforma del sector
público o reforma administrativa cambios en el ámbito de la economía, el comercio y las
finanzas. Esto no implica minimizar la importancia de las instituciones y los
procedimientos sino ubicarlos en su debido contexto. La capacidad de institucionalizar
determinadas pautas de conducta y de inhibir o castigar otras, implica una posición de
poder en ciertos actores y capacidad para movilizar recursos. Al cambiar la constitución
real de la sociedad cambia necesariamente su constitución formal, aunque este cambio no
es automático.
El movimiento de una matriz de relaciones de poder a otra, el paso de un tipo de
relación sociedad /estado a otra y su institucionalización en otro tipo de estado, resultan
de la capacidad de acción política y cultural de los actores en un marco socioeconómico
nacional y trasnacional determinado. Generalmente se presenta la reforma estatal como
consecuencia del agotamiento o debacle del estado populista cuyos corporativismo,
proteccionismo y enfoque autocentrado serían responsables de la crisis. A esta
caracterización se agrega la demagogia, apuntando a las políticas públicas con el fin de
ilusionar al electorado de menores ingresos y ganarse su buena voluntad. El populismo
latinoamericano habría sido así la versión criolla del estatismo socialista europeo.
Esta caricaturización soslaya que el populismo fue un estado capitalista que funciono
exitosamente durante varias décadas con las funciones básicas de todo estado capitalista
respecto del capital, acumulación, integración, seguridad, legitimación. Fue un estado
que promovió la acumulación de capital de una fracción de la burguesía latinoamericana
a través de inversiones directas, promoción financiera, protección de mercados y
subsidios y que pudo integrar a segmentos importantes de las capas medias y de los
trabajadores como ciudadanos, aunque en un estilo de ciudadanía con movilización y
manipulación clientelar. Este estado que creo condiciones de estabilidad para la
acumulación actuó como filtro y defensa del mercado interno respecto del internacional
y a través de una compleja red de mecanismos corporativos alcanzo una manifiesta
legitimidad. La economía creció, se redujo la pobreza, se ampliaron las coberturas en
educación y salud, se extendió la esperanza de vida de la población. Las limitaciones,
vulnerabilidades y agotamiento final de este estado capitalista criollo tuvieron que ver
con las características de sus bases sociales y su entorno externo, es decir con la cambiante
configuración de las relaciones de poder internas y externas y con el impacto del propio
funcionamiento macroeconómico y macropolítico sobre el ambiente político y económico
nacional e internacional.
Cuando la dinámica de la acumulación se enfrentó a las demandas de participación y
distribución, el espacio de las movilizaciones se acoto y progresivamente se deslegitimo.
Los logros del pasado no pudieron sostenerse y la subordinación política de los actores
sociales impidió la gestación de respuestas autónomas o de alternativas efectivas. La
ideología estatal de las armonías orgánicas dio paso a teorías de seguridad nacional y de
contrainsurgencia cuando la activación social amenazo con superar los límites de un
equilibrio que ya estaba en crisis.
En los países donde el estado populista alcanzo mayor desarrollo Argentina, México
y Brasil hubo intentos de reorientación económica y política para responder a los desafíos
de la nueva situación, integración vertical a los sistemas productivos hegemonizado por
las corporaciones trasnacionales, modernización tecnológica, promoción exportadora,
evolución hacia un estilo intensivo de desarrollo. El esfuerzo implico reformular alianzas
entre fracciones del capital, entre estas y los trabajadores y entre estos y la población
trabajadora no asalariada que en la etapa anterior había podido articular sus demandas a
las del movimiento sindical. La magnitud del viraje, las resistencias de los actores
involucrados, la falta de representatividad política institucional de muchos de los nuevos
actores empresariales, la fragmentación de los mercados de capital y de fuerzas de trabajo
generaron inestabilidad económica y gran tensionamiento social con impactos en los
sistemas políticos.
En varios países el autoritarismo fue la respuesta para hacer frente a la conjugación
de una crisis económica de acumulación, una crisis social de legitimación y una crisis
política de representación en el marco global de la doble confrontación Este Oeste/Norte
Sur. Los desajustes fiscal financieros que justificaron el viraje neoliberal y su reforma del
estado, pertenecen a este momento del capitalismo y la política de América Latina de
abierta manifestación de los conflictos entre capital y trabajo, entre autonomía global y
mercados nacionales, entre fracciones del capital y dentro del campo laboral y popular.
Retomando la vuelta a la democracia en la región y específicamente haciendo foco en
la Argentina post dictadura, el gobierno radical tuvo que enfrentar una grave situación
económica sin que esto impida el trazado de un objetivo de construcción de hegemonía
política (Molinaro 2018) basada en discursos y prácticas “democratizantes”, que se
sustentaban en la derrota de los movimientos sociales de los años sesenta y setenta y el
resurgimiento de reivindicaciones democráticas. En este sentido el alfonsinismo planteo
una concepción en la cual el sujeto central era la ciudadanía, respaldada por un Estado de
Derecho que desde un renovado marco moral y jurídico desterraría las lógicas autoritarias
y corporativas del pasado reciente.
En cuanto a los trabajadores así como las fuerzas armadas, la dirigencia sindical
principalmente los nucleamientos peronistas, léase las 62 Organizaciones, la Comisión
Nacional de los 25, la Comisión de Gestión y Trabajo y la Comisión de los 20 que dirigían
la Confederación General del Trabajo (CGT) era caracterizada como una corporación
ajena al orden democrático, por lo que el alfonsinismo planteaba que el movimiento
sindical debía ser refundado por el Estado para que se adaptase al nuevo tiempo político.
Siguiendo esta línea el gobierno intento una ofensiva contra la dirigencia gremial a
través del proyecto de ley de “reordenamiento y democratización sindical” impulsado por
el ministro de Trabajo Antonio Mucci, que pretendía que el Estado regulase las elecciones
sindicales, para que tengan representación las minorías (aquellos que obtuviesen mas del
25% de los votos), el sufragio de los afiliados sea secreto y obligatorio, se facilite la
presentación de listas, los mandatos sean con una duración de tres años y haya una sola
posibilidad de reelección consecutiva. El proceso eleccionario seria controlado por el
Ministerio de Trabajo y por el Poder Judicial los cuales fijarían funcionarios para la Junta
Electoral y actuarían de veedores para evitar la injerencia de dirigentes y agrupaciones
sindicales en los comicios.
Este intento de democratización del movimiento obrero se enmarcaba dentro del
proceso de normalización de los sindicatos iniciado por la misma dictadura que había
intervenido varias asociaciones gremiales en los años previos y sancionado una nueva ley
de Asociaciones Profesionales Ley N° 221065 de 1979, que sería mantenida por la
administración radical. La iniciativa gubernamental genero la férrea oposición de la
dirigencia sindical, que conservaba en gran parte el control de los sindicatos por haberse
mantenido en la cúpula por mandato prorrogado de los jerarcas del Proceso o a través de
las comisiones transitorias creadas en los últimos años de la dictadura.
La ley Mucci no fue aprobada por el Senado, no solo tuvo el rechazo de las principales
agrupaciones obreras de tinte peronista, sino también de las izquierdas como el Partido
Comunista, el MAS y el Partido Obrero (Molinaro 2018) que se oponían principalmente
a la intervención estatal en las elecciones de los delegados sindicales, y por otra parte
acusaban al gobierno de impulsar una ley pro burocrática que sostenía la base en que se
nutría la dirigencia tradicional, el reconocimiento del Estado al sindicato oficial y el
descuento compulsivo por la patronal de la cuota de los afiliados. Para el MAS y el PO el
radicalismo solo quería cambiar a algunos dirigentes, pero mantener a la casta burocrática
dependiente del Estado y la patronal.
Los trabajadores principalmente los de tendencia de izquierda, entre los que surgió
cierto entusiasmo respecto de las posibilidades que ofrecía la Ley Mucci considerando el
acceso de las minorías, ante la experiencia de su desaprobación comprobaron que, no
había sustituto y menos estatal que la propia acción de los trabajadores, para lo que se
planteaba constituir un frente antiburocrático para luchar por una verdadera
democratización del movimiento obrero independiente del Estado. (Molinaro, 2018).
En este punto los trabajadores tanto comunistas como peronistas opuestos al gobierno
postulaban que, eran los propios trabajadores quienes debían decidir acerca de sus
organizaciones sindicales rechazando toda intromisión patronal y estatal que siempre
privilegiaban sus intereses. Si bien esta ley podría beneficiar a los sectores minoritarios
de izquierda para el acceso a cargos directivos en los sindicatos, estos se opusieron
poniendo a resguardo la autonomía obrera.
En paralelo con el debate por la Ley Mucci hubo numerosas medidas de fuerzas
hechas por los trabajadores principalmente del sector industrial y privado en la primera
década democrática, en búsqueda de mejoras salariales, laborales y sobretodo
reivindicativas en cuanto a la recuperación de conquistas logradas antes del golpe de
1976. Estas manifestaciones comenzaron a notarse desde los últimos meses del Proceso
hasta septiembre de 1987 cuando triunfo el PJ sobre la UCR en la contienda electoral.
Tuvieron modestos avances respecto de la organización, recuperación sindical, mejoras
salariales y movilización de los trabajadores quienes pedían aumento de salario,
reincorporación de delegados y trabajadores despedidos por medidas de fuerza o cierre
de establecimientos. Fueron propuestas hechas desde las bases y no desde la dirigencia
gremial lo que demuestra la importante conciencia de clase, el recobro de conquistas
logradas anteriormente y el planteo de nuevas demandas en el escenario postdictadura,
que no se agotan en la recuperación de derechos políticos.
En este sentido no hay coincidencia con los objetivos políticos de ciudadanización del
gobierno, que más allá de su relevancia desde lo institucional, no resultaba suficiente para
la subsistencia de los trabajadores, ajetreados desde antes del golpe del 76 por los ajustes
neoliberales, reforzados durante el Proceso a lo que se añade el disciplinamiento laboral
y en tiempos de la transición en continuidad no solo por la ineficacia de la
democratización de la clase obrera, que prácticamente no toco a las cúpulas, sino y sobre
todo por las dificultades de un reparto equitativo ante un panorama de crisis económica,
deuda, desmantelamiento del aparato productivo, no solo de la Argentina sino en la
región.
La reactivación económica y la reestructuración democrática no se lograría en el corto
plazo en los países que atravesaron las dictaduras militares, y los trabajadores una vez
más enfrentarían obstáculos puestos por los nuevos embates del capitalismo neoliberal
con prácticas destinadas a limitar, minimizar y restringir al máximo al “trabajo vivo” en
el proceso de las mercancías. (Cuevas y Hughes, 2009) para dar paso al aumento o
productividad del “trabajo muerto” o corporizado en la moderna maquinaria tecnológica.
Ya desde los años 80 en la región se asiste progresivamente a la aparición del
“trabajo atípico” (Cuevas y Hughes, 2009) autónomo, tercerizado, precarizado,
subcontratado y a una etapa histórica y global de informalización del trabajo, con
flexibilidad e inseguridad laboral y exposición de un capital viviente en el mercado
laboral, sujeto a explotación y a condiciones de trabajo fragmentadas en el tiempo y en el
espacio social.
Aun así, con un panorama de mercantilización del trabajo (Cuevas y Hughes,2009)
y de profundización de la contradicción entre capital y trabajadores, estos no pierden su
dimensión de resistencia y de lucha, mantienen un potencial político tendiente a la
reinvención de los sujetos en lucha en función de sus necesidades y a la oferta laboral,
transformando sus demandas y medios para manifestarse, despejados de las
corporaciones sindicales y de los Estados nacionales, más proclives al capital que al
bienestar de los obreros.
La resistencia novedosa y comprometida de los trabajadores de distinto rubro y en los
distintos países de la región, ha demostrado que todavía existen logros y conquistas
posibles de lograr, aun con los distintos embates del capitalismo y más el de los últimos
tiempos con signo neoliberal de acumulación flexible. En la trastienda siempre surgen
movimientos insurgentes y serian de mayor efectividad si se superaran las
reivindicaciones sectoriales y corporativistas, para dar paso a la fuerza transformadora
que significaría articular las luchas desde el trabajo con las resistencias de las
comunidades de pobladores, de las cuales los mismos asalariados son, mancomunando
trabajo-territorio, sindicalismo-movimientos, jóvenes-asalariados desde la independencia
de clase y el respeto de la autonomía de cada actor. (Gaudichaud, 2017).
Haciendo foco en los trabajadores durante la transición, como ya se dijo no fue un
camino de logros urgentes y reinvindaciones expresas y visibles, sino más bien una
continuidad de prácticas sectoriales desde el sindicalismo como desde el Estado con
algunas sutiles reformas descentradas de los obreros y tendientes a preservar los intereses
partidarios, como sectoriales.
En el caso de Chile por ejemplo esta continuidad se manifestó en la “democracia de
los acuerdos” y en la transición pactada entre elites, iniciada en 1990 desconociendo a los
trabajadores y a las comunidades en general, con profundos retrocesos en los derechos
laborales y civiles, concentración de actividades primo exportadores, mineras y
agropecuarias, sin valor agregado o industrialización, con depredación de los recursos y
riquezas naturales hechas por empresas nacionales y multinacionales (Gaudichaud, 2017)
en contextos de capitalismo periférico, que en parte se replica en la Argentina con la
llegada a la presidencia de Carlos Menen al poder, quien mejor aplica las recetas de la
flexibilidad laboral con las privatizaciones y la llamada “revolución productiva” que más
que beneficios produjo retrocesos en las conquistas y derechos de los trabajadores y de la
población en general obligados a hacer uso de toda la creatividad y estrategias posible
como el “club del trueque” para poder subsistir.
En el caso de Bolivia desde 1985 asistió a un drástico programa de medidas económicas
de corte neoliberal impuesto por Víctor Paz Estensoro tendiente al desmantelamiento de
las empresas mineras estatales (Schneider, 2016) con los consiguientes despidos,
desocupación y subempleo de numerosos obreros, que comprendió además la caída de la
Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) con el crecimiento del sector informal a
través del comercio del menudeo y de los servicios y más tarde se dio la debacle de la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros Bolivianos (FSTMB). Este fenómeno no
solo produjo el aumento del desempleo sino la relocalización de los trabajadores mineros
por todo el territorio. Si bien la presencia militante disminuyo las rebeliones continuaron
principalmente a partir de las guerras del agua en el año 2000 y del gas en el 2003 que
coincidió con la llegada al gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS). Con Evo
Morales Ayma en la presidencia desde enero de 2006 hubo un momento de esperanza
para importantes sectores de la población en su identificación de líder sindical e indígena.
Si bien este gobernante logro una cierta redistribución de la riqueza, la situación
económica y social de la mayoría de la ciudadanía boliviana no se modificó en sus
aspectos sustanciales, y aunque surgieron mejoras en determinados indicadores sociales,
no se rebatió el desempleo, los bajos salarios, y la calidad del empleo, sino que en aras
de construir un capitalismo desarrollado se continúo privilegiando el interés del capital y
los equilibrios macroeconómicos en desmedro de las condiciones de vida de los
trabajadores, quienes gracias a su fuerza de movilización y capacidad de presión lograron
concretar sus objetivos negociando con el presidente que cedió ante algunas demandas, a
cambio del cese de las medidas de fuerza. (Schneider, 2016)

CONCLUSION:
En definitiva, integrando las consideraciones precedentes sobre el papel del movimiento
obrero en la apertura democrática se cree que la preocupación central de los trabajadores
se concentró en preservar sus intereses no solo de clase sino primordialmente por la
subsistencia en un contexto de crisis económica y escases para los repartos, donde más
que la ciudadanización o interés por la civilidad que no deja de tener relevancia, el énfasis
estaba puesto en las conquistas laborales y la calidad del empleo. Habiéndose cambiado
el gobierno es decir reemplazado los gobierno de facto por los gobierno de derecho, los
trabajadores tenían demandas insatisfechas que en algunos casos continuaban en niveles
de retroceso.
El capitalismo neoliberal iniciado a fines de los 70 en algunos países del entorno, con
las consecuencias negativas de la acumulación flexible, paulatinamente fue puesto en
práctica la Argentina de la transición y específicamente después en los años 90, que dan
cuenta de un difícil proceso para los trabajadores donde una vez más fueron puesto a
prueba en su resistencia y capacidad de negociación. Si bien estos obtuvieron algunos
logros importantes en estos años de la apertura democrática, otros continuaron en sus
dinámicas de negociación acotada, con intenciones de identificación partidaria e
intervención del Estado que no permitieron avances positivos al conjunto del movimiento
obrero que continuo en sus demandas vitales.
Así como se dijo al principio siempre que las demandas parten de las bases y no de las
dirigencias gremiales, hay esperanzas porque “la emancipación de la clase obrera es obra
de la clase misma” y este es un norte todavía aplicable y certero, que no deja de ser
alentador y de altas expectativas, sin llegar a constituir un ingenuo optimismo, pero que
alcanza para contrarrestar un desmoralizante pesimismo, porque han habido muestras de
resistencias y creatividad de los trabajadores en toda Latinoamérica aun contra toda
dificultad y ánimos de silenciamiento que sostuvieron y sostienen las luchas obreras y no
dejan de tener sentido no solo por derecho, sino por una cuestión de promoción humana.
Bibliografía consultada:
Mauricio Archila Neira. Cultura y conciencia en la formación de la clase obrera
latinoamericana en Historia Critica, Universidad de los Andes Bogotá, N°1 enero 1989.
Carlos M. Vilas. La Reforma del Estado como cuestión política. En Taller. Asociación de
Estudios de Cultura y Sociedad, N°4, Buenos Aires, 1997. pp 87 a 129.
Daniel Cueva y María Fernanda Hughes. Trabajo tercerizado y resistencias, Formas de
lucha en el centro productivo nacional: la protesta de los mineros del cobre en Chile.
Conflicto social, Año 2, N° 2, diciembre 2009.
Franck Gaudichaud. Pensando las fisuras del neoliberalismo maduro, Trabajo,
sindicalismo y nuevos conflictos de clases en el Chile actual”. Theomai, N°36, Tercer
trimestre 2017.
Alejandro Schneider. “dificultades políticas y tensiones sociales durante la segunda
presidencia de Evo Morales”. Alejandro Schneider (Comp). América Latina hoy.
Integración, procesos políticos y conflictividad en su historia reciente. Buenos Aires.
Ediciones Imago Mundi, 2014, pp 169 a 187.
Roberto González Arana y Alejandro Schneider (comps). Sociedades en conflicto.
Movimientos sociales y movimientos armados en América Latina. CLACSO. Imago
Mundi.1ª ed. Buenos Aires: 2016
Alejandro Schneider (compilador. Trabajadores en la historia argentina reciente.
Reestructuración, transformación y lucha. Imago Mundi. Buenos Aires.2018.
Leandro Molinaro. “No es solo una cuestión de elecciones”. Bases y direcciones
sindicales en Capital Federal y Gran Buenos Aires durante los primeros meses del
gobierno de Raúl Alfonsín (diciembre 1983-marzo1984) en Trabajadores en la historia
argentina reciente. Reestructuración, transformación y lucha. Imago Mundi. Buenos
Aires.2018, pp 53 a 74

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