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82 Revista Dialogos Derecho A La Informacion y Democratica - 000 PDF
82 Revista Dialogos Derecho A La Informacion y Democratica - 000 PDF
acercamientos
Marco Navas Alvear
Freie Universitaet Berlín
mnalvear@yahoo.es
Resumen
Este artículo parte de algunas reflexiones acerca de cómo se concibe al derecho a la información desde la
teoría democrática contemporánea. Al efecto, se examinan críticamente las posturas de dos autores
relevantes en este ámbito, Guillermo O‟Donnell y Jürgen Habermas. Luego, se establecen ciertos cruces y
diferencias de apreciación entre una valoración del derecho a informar desde la teoría de la democracia y la
formulada desde una perspectiva jurídica. Con esto se busca abrir un diálogo productivo entre ambas
perspectivas. Por último, se procura relacionar los puntos centrales de la discusión con el actual debate en
torno al derecho a la información en América Latina.
Si uno rastrea la retórica de los políticos, de los gremios o de las organizaciones sociales, o bien, examina el
discurso académico latinoamericano en ciencias sociales, puede darse cuenta fácilmente que existe una
valoración alta del derecho a la información como elemento necesario para la democracia. Escasos son sin
embargo, los esfuerzos de mayor aliento por desarrollar una reflexión teórica más sistemática acerca de las
relaciones entre este derecho humano fundamental y los sistemas democráticos. Tales esfuerzos reflexivos
provienen de varios campos disciplinarios de las ciencias sociales: comunicación social, ciencias políticas,
derecho, entre los principales. Aun más limitados son los intentos de vincular las distintas reflexiones
desarrolladas en las diversas disciplinas.
Sin mayores pretensiones y más bien, con la conciencia de la urgencia de esta discusión, este artículo
presenta de forma más bien libre, algunas reflexiones sobre las formas en que la teoría democrática
contemporánea concibe y valora al derecho a la información. Al efecto, se examinan críticamente las posturas
de dos autores relevantes en este ámbito teórico, Guillermo O‟Donnell y Jürgen Habermas. Seguidamente, se
establecen ciertos cruces y diferencias de apreciación que pueden presentarse cuando se valora el derecho a
informar desde la teoría de la democracia, por un lado; y desde una perspectiva jurídica, por otro. El artículo
busca así, estimular un diálogo entre ambas perspectivas. Por último, se procura relacionar los puntos
centrales de la discusión con el actual debate en torno al derecho a la información en América Latina.
Guillermo O„Donnell es quizá uno de los pensadores latinoamericanos que más ha reflexionado sobre la
democracia en esta región. Uno de sus temas recurrentes ha sido el análisis de los procesos de
democratización y sus problemas (1993, 1994, 2004, 2007). De esas reflexiones, una que toca
específicamente al tema que nos ocupa, es el ensayo “teoría democrática y política comparada” que
recientemente se ha vuelto a publicar (2007). En este texto, el autor argentino se ocupa precisamente de las
relaciones entre democracia y el derecho a la información, por lo que vamos a servirnos de los elementos que
allí se presentan para desarrollar nuestra argumentación.
En relación a la denominación, hay un primer punto en que el derecho entra a discutir y tiene que ver con
aclarar si se trata de libertad de información o de derecho a y de la información. Este aspecto lo dejamos
anotado y lo retomaremos más tarde.
De acuerdo a lo señalado por O‟Donnell, existiría una relación de causalidad entre libertades y elecciones.
Las libertades son concomitantes a las elecciones, aunque al contrario de las ellas, se requiera su vigencia
permanente a manera de condiciones necesarias (aunque no suficientes por si solas) que puedan conducir a
procesos electorales limpios (O‟Donnell, 2007, p.37). Libertades y elecciones deben ser así, partes de un
régimen permanente que permite la institucionalización de las condiciones de la democracia. Ambos
elementos forman parte así, de lo que llama el una “apuesta institucionalizada” (2007, pp.44-48).
Con estos elementos perfila el autor una definición de democracia política, que enfatiza no solamente en los
dos elementos mencionados, sino sobre todo, como se dijo, en su articulación en el régimen. La existencia
del régimen supone la presencia de un ordenamiento o sistema legal desarrollado en función de garantizar la
vigencia de los derechos y libertades. Así mismo, articulados al sistema, se necesita contar con mecanismos
que controlen de manera efectiva el ejercicio del poder, de manera que ninguno de los poderes actúe de
“legibus solutus”, es decir que “pueda declararse por encima del sistema legal o exento de las obligaciones
que este determina” (2007, pp.72-73).
Por su parte, Jürgen Habermas aporta al tema que nos ocupa desde otra óptica, relacionando también al
derecho a la información como condición de la democracia, pero asignándole a este una función más precisa
y de mayor relevancia cualitativa. De su vasta obra en diversos campos de las ciencias sociales, nos
serviremos del desarrollo referido a la democracia deliberativa (1996, 1999, 2006) para contrastar con los
argumentos ya expuestos.
Como parte de lo que llama “derechos de participación y comunicación” (1999, p.234; 2006, p.412),
Habermas se refiere indirectamente al derecho a la información. Puesto que el modelo de democracia que
Habermas propone, se basa en procesos de comunicación y más concretamente en deliberaciones, estos
derechos de comunicación y participación son condiciones no sólo necesarias para los procesos electorales,
sino para la existencia de un proceso político democrático permanente, basado en una comunicación fluida
entre la sociedad civil y el estado, mediante distintas expresiones que tienen lugar en el espacio público, así
como distintos mecanismos de participación institucionalizados. Es esta permanente comunicación la que le
otorga legitimidad democrática al estado, en la medida de que este salvaguarda “un proceso inclusivo de la
formación de la voluntad común” (1999, p.234). Habermas en este sentido, como O‟Donnell se refiere
también a la necesidad de un diseño institucional (o régimen) que garantice en el tiempo la democracia. Este
diseño lo divide en tres dimensiones: primera, la de la autonomía privada de los ciudadanos; segunda, la de
ciudadanía democrática, es decir, la inclusión de ciudadanos libres e iguales en la comunidad política; y,
tercera, la de una esfera pública independiente, que funciona como un sistema de intermediación entre el
estado y la sociedad (2006, p.412).
Van a ser la segunda y tercera de estas dimensiones aquellas en las cuales el derecho a la información
alcanza un papel central y específico al alimentar los distintos y mutuamente implicantes procesos que se dan
en ellas.
Se ha revisado de manera muy general, lo que tiene relación al rol del derecho a la información en el
funcionamiento de la democracia. Para continuar se abordarán algunos aspectos que tienen que ver con
cómo este derecho es establecido y funciona en el contexto democrático.
Las dudas (razonables) del politólogo argentino podrían sonar sencillas desde la visión del jurista. Sobre todo
influenciada por el reinado del positivismo, la teoría del derecho, considera que el sistema normativo, de
alguna u otra forma, cubre todos los presupuestos o situaciones posibles que se producen en el seno de una
sociedad determinada. Teóricamente, no hay espacio sin cubrir, ni contenido sin definir. Bajo este
presupuesto el derecho se ha ocupado de ir perfilando los límites externos e internos de las libertades
políticas y del derecho a la información, en este caso. De manera que, donde llegan los límites conceptuales
de la teoría política, el derecho encuentra un provechoso lugar para desarrollar sus aportes.
Podemos citar en el plano supranacional, todo el debate generado en los años setenta en torno al Nuevo
Orden Internacional de la Información (NOMIC) o bien el más reciente debate sobre el derecho a comunicar
en el seno de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información entre 2003 y 2005 (Navas, 2005; Jurado,
2009).
El esfuerzo por precisar los contornos de este derecho ha sido igualmente notable en el marco de los
sistemas internacionales de protección de los derechos humanos. En el ámbito regional latinoamericano, esto
se ha reflejado entre otros aspectos, en la creación de la Relatoría sobre Libertad de Expresión de la OEA, en
la Declaración de principios sobre Libertad de Expresión que precisamente desarrolla los conceptos de
libertad de información contenidos en el Art. 13 de la Convención Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH) y en la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que ha permitido justamente
la adaptación de los preceptos normativos a casos específicos.
En el marco de los estados, las constituciones nacionales han desarrollado también el derecho a la
información. Cabe mencionar, por ejemplo, las constituciones de algunos países sudamericanos
(particularmente Brasil 1988, Colombia 1991, Venezuela 1999, Ecuador 2008, Bolivia 2009) que se refieren
con bastante especificidad al asunto y que incorporan algunos puntos que han sido objeto de debate como el
tema de asignarle criterios de calidad a la información, como por ejemplo, la veracidad (Navas, 2005). A partir
de los textos constitucionales se ha sancionado leyes y trazado políticas al respecto. Cabe citar en el sentido
del ejemplo antes mencionado, la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión en Venezuela.
Muchas de estas iniciativas no han estado exentas de polémicas al dar al derecho a la información ciertos
alcances que podrían potencialmente entrar en tensión con otros derechos fundamentales.
Más allá de esto, el reconocimiento del derecho a la información en diversos instrumentos jurídicos, se ha
convertido en un fundamento que ha legitimado la lucha social por la ampliación de estos derechos por parte
de diversos movimientos, organizaciones y colectivos sociales. Cabe entonces hablar de que estas luchas
sociales son también fuentes materiales que permiten trazar los límites del derecho a la información.
En todo caso, queda claro que existen formas de establecer los límites del derecho a la información. Los
límites no resultan entonces “indecibles”. A la vez, tales límites, sobre todo los internos, no pueden
considerarse esenciales sino móviles, pues el derecho es un producto social, pero la tarea de ir perfilándolos
tiene que hacerse en base a unos criterios interpretativos que no pueden ser arbitrarios. Estos criterios deben
guardar coherencia con el concepto global de estado de derecho y con los principios del régimen
democrático, de forma que no desdibuje, lo que podríamos llamar, el sentido democrático del estado de
derecho.
Debemos recordar que la libertad de información es una primera forma de denominar a lo que surge como
una libertad civil, de inspiración liberal y que luego se consolida en un concepto mayor, que es el de derecho
a la información, con connotaciones sociales (Navas, 2005). La razón del surgimiento de la libertad de
información, descansa precisamente en las luchas sociales contra los regímenes feudales y absolutistas
europeos y en el iluminismo como esfuerzo político intelectual por potencializar la individualidad humana.
Luego, cuando la sociedad de masas se desarrolla y aparecen las industrias mediáticas de la comunicación y
de la información, surge en paralelo la necesidad de regular esta actividad. La información se ubica como uno
de los puntales del proceso social. La noción de espacio público es clave para entender este proceso. Sea en
el sentido de Arendt de lugar común (1993, pp.59-60); o bien, en el más preciso de Habermas, como esa
dimensión comunicativa intermedia donde tiene lugar un “salvaje complejo” de interacciones entre diversos
actores que ponen en juego sus “mundos de la vida” con otros, a distintos niveles y en proyección al estado a
través del sistema político (1996, p.307; 2007, pp.415-416).
Uno de los elementos que estos actores necesitan para presentarse e interactuar es la información, a la vez
que ellos mismo despliegan informaciones. Los medios de comunicación y quienes laboran profesionalmente
en desarrollar la información, juegan un papel clave al encontrarse en una posición privilegiada dentro del
espacio público. Desde esta posición ellos pueden intervenir esos flujos informativos. El poder de los medios
es uno de tipo “performativo” (Navas, 2002, p.60) aunque está cruzado por otros poderes como el económico
y el político. La estructura de poder de la esfera pública, ha insistido Habermas, “puede distorsionar la
dinámica de comunicación masiva e interferir con el presupuesto normativo de que las cuestiones relevantes,
la información necesaria y las contribuciones adecuadas [entiéndase debates] sean movilizadas” (2006,
p.418).
Esta estructura comunicativa que se visibiliza en lo público, debe entonces estar sujeta a regulaciones que
permitan preservar ciertas condiciones de equidad en los flujos comunicativos y proteger, por último, el
proceso deliberativo, como base de la democracia. Es en este contexto que surge el concepto de derecho a
la información, como noción más global que integra a la libertad de información pero que va más allá, al
regular las relaciones (o flujos) informativos en el espacio comunicativo. Entonces, como hemos señalado
antes, el derecho a la información, que es un derecho, por decirlo así de orientación más social o socializante,
protege los procesos informativos (Navas, 2005, p.189).
Por otro lado, es interesante discutir la visión de O‟Donnell respecto de la libertad de información. A diferencia
de las libertades de asociación y expresión que serían de naturaleza subjetiva, para el autor argentino, la de
información no es un derecho ni negativo ni positivo, sino que es “un dato social, una característica del
contexto social, independiente de la voluntad de cada individuo […] es “un bien público […] indivisible y no
excluible” (2007, p.74). Con esto, desde otra óptica nos parece que el autor busca enfatizar, en este carácter
objetivo de la información como proceso que hay que considerar más allá de lo subjetivo como bien público o
más precisamente, como un bien de la sociedad. Así, la vigencia efectiva del derecho a informar la plantea en
dos dimensiones. Por un lado, la del régimen mediante un sistema legal adecuado, y por otro, la de un
contexto social “que sea razonablemente pluralista y tolerante” (2007, p.74).
Para sintetizar: El derecho a la información nace como libertad civil y se convierte en un derecho fundamental
de carácter social. Es un concepto que incorpora a la libertad de información. Tiene una dimensión objetiva y
una subjetiva, enfocándose tanto hacia los procesos informativos, como a sus actores.
Luego de esta breve revisión de algunas de las consideraciones que desde la teoría democrática se hacen
acerca del derecho a la información, terminamos la exposición compartiendo a continuación algunas
reflexiones, que esperamos permitan acercar estas discusiones a la problemática latinoamericana.
Resulta claro que el debate entre la ciencia política y el derecho acerca de la capacidad de establecer
claramente o no los límites (y alcances) del derecho a la información, es un debate productivo y abierto. Es
necesario seguir profundizando en él.
El estado juega un papel fundamental. Se requiere no sólo implementar diseños legales adecuados, sino
mantener una efectiva separación de poderes o funciones para que quien aplique el derecho en último
término sea independiente de quien eventualmente puede haberlo violado. En cuanto a la sociedad, se
requiere de una esfera pública autónoma tanto de los poderes políticos, como de los grandes intereses
particulares, para poder generar en ella publicidades que permitan el escrutinio y la participación política. Allí
esta el sentido de la democracia como un proyecto compartido y aprehendido por todos. Por eso es tan
importante el derecho a la información para construir democracias reales en América Latina.
Hemos sintetizado lo que podríamos llamar, unas condiciones generales mínimas para la vigencia efectiva del
derecho a la información en el contexto democrático. En el ámbito latinoamericano, factores como la cultura
política, la debilidad de estructuras, la exclusión en múltiples dimensiones, tornan muy precario el respeto a
esos mínimos. Muchas veces, a pretexto de la necesaria transformación de estos factores negativos, estos
mínimos terminan siendo deformados.
El proceso democrático en la región es una construcción colectiva que tiene al derecho a la información (y en
general a los derechos a comunicar) como grandes preceptos aliados. Es cuestión de los gobiernos, en el
sentido democrático ya anotado, de trabajar de acuerdo a esos mínimos, pero igualmente es una tarea de la
sociedad ejercer intensamente estos derechos, el activarlos permanentemente para construir de una forma
proactiva un proyecto social equitativo e incluyente.
Referencias bibliográficas