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El Budismo Explicado a los Occidentales

Ringu Tulku Rimpoche


Fragmento: Cuarta parte, pp. 67-75
Editorial Helios
2012

[…]
El método y las instrucciones del amigo espiritual

Aunque reunamos las tres primeras condiciones, debemos constatar que


poseer la naturaleza de buda, un precioso cuerpo humano y un amigo espiritual no
bastan para convertirnos inmediatamente en seres despiertos, en budas. ¿Por qué?
Gampopa menciona cuatro obstáculos que nos impiden alcanzar el despertar.

Los tres primeros obstáculos son un apego excesivo a esta vida, a los
placeres del samsara y a la paz del nirvana.
El cuarto es el desconocimiento de la vía que lleva al estado de buda. Sin
embargo, las enseñanzas del amigo espiritual deben permitirnos superar estos
cuatro obstáculos.
A cada obstáculo le corresponde un antídoto específico. Meditar sobre la
impermanencia nos permite no apegarnos demasiado a las experiencias de esta
vida. Comprender y contemplar la naturaleza del samsara y el sufrimiento que le es
inherente, el karma y sus resultados, nos ayuda a disminuir nuestro apego a los
placeres sensuales de este mundo. Mediante el desarrollo del amor y de la
compasión podemos superar la obsesión egoísta de huir solos del samsara para
alcanzar la paz de la meditación y del nirvana. En efecto, debemos de tratar de
alcanzar el Despertar con el propósito de ayudar a todos los seres. Por último, el
desarrollo de la bodhicitta disipa nuestra ignorancia en cuanto a la manera de
convertirnos en budas.
Estos cuatro temas engloban todas las enseñanzas de Buda y de los
maestros. De estas cuatro recomendaciones, la última es la más importante. En
efecto, según el budismo mahayana, la bodhicitta reúne todos los métodos, todas
las técnicas de la vía budista. Los aspectos menos importantes de las diferentes
enseñanzas están en relación con la causa de la bodhicitta, con la manera de
alcanzarla, con sus resultados o con la misma bodhicitta. No hay enseñanza budista
que, de una u otra manera, no esté vinculada a la bodhicitta.
Buda dijo que todo lo que es compuesto es impermanente. Todo lo que no es una
sustancia única, sino que está constituido por elementos diferentes, debe, por su
naturaleza misma, descomponerse. Ahora bien, parece que se trata de una ley
natural: no existe ninguna sustancia que sea de naturaleza no compuesta. Por
consiguiente, todo en este mundo es impermanente. De ello puede concluirse que
todo lo que nace morirá, que lo que se ha acumulado se dispersará, que lo que se
ha construido acabará convertido en ruinas y que los que se encuentran tarde o
temprano se separarán. No hay nada que sea compuesto que no cambie. Por esa
razón debemos comprender que todo es impermanente. En efecto, analizar la
impermanencia se considera como la mejor de las meditaciones. Buda dijo a este
respecto:

De todas las huellas, las del elefante son las más grandes y profundas. De
igual modo, de todas las meditaciones, la de la impermanencia es la más intensa y
provechosa.

Si comprendemos la impermanencia en su nivel más profundo,


comprenderemos también la filosofía de la vacuidad (shunyata), pues se trata de lo
mismo. Si comprendemos la interdependencia, comprenderemos también lo que es
el karma, es decir, la ley de acción y reacción. Si tenemos una comprensión
profunda de la impermanencia y de la interdependencia, comprendemos también la
noción de renacimiento, de las vidas que se suceden.
Otro resultado de esta comprensión de la impermanencia será que nos
convertirá en personas menos apegadas a nuestra vida actual y, por lo tanto, menos
desdichadas, más dispuestas a vivir y más relajadas. En efecto, la mayor parte de
los problemas de este mundo provienen de la idea de permanencia. ¿Por qué
peleamos unos contra otros? ¿Por qué hay tantos conflictos entre las religiones, los
países, los seres humanos, etc.? Es porque creemos que las situaciones son
duraderas y nos percibimos a nosotros mismos como permanentes. Nos da la
impresión de que todo permanece tal como es durante mucho tiempo y de ahí nace
nuestra idea de que es necesario pelear para cambiar las situaciones por la fuerza y
ganar gente para nuestra casa. Si comprendiésemos verdaderamente la
impermanencia, no actuaríamos de esa manera. Durante una conferencia
interreligiosa sobre la paz en Delhi, un orador observó que si los líderes mundiales,
los políticos y los jefes religiosos pusiesen el acento en la impermanencia no habría
más conflictos y sin duda las guerras desaparecerían. Creo que tenía razón.
Existen diferentes métodos para meditar sobre la impermanencia.
El primero es considerar la impermanencia del mundo exterior yendo de lo
general a lo particular, de lo infinitamente grande a lo infinitamente pequeño.
Pensemos en el mundo, en la manera en que ha cambiado desde su origen, en su
formación, en su evolución, y en cómo terminará por desintegrarse: un día, esta
tierra, el sol, la luna, todo será completamente destruido. Hasta las galaxias, los
planetas y las estrellas siguen este proceso de nacimiento, evolución y muerte.
No sólo existen los grandes cambios; también hay una multitud de pequeños
cambios, como el de las estaciones, la sucesión de los días y las noches, del sol y
de la lluvia. El tiempo no se detiene nunca. Cada momento trae el siguiente. Nada
permanece inmóvil en el espacio, todo cambia en el tiempo. Analizar y comprender
este movimiento es meditar sobre la impermanencia del mundo exterior.
Consideremos ahora a los seres que pueblan el planeta: también ellos son
impermanentes. Nos vemos nacer, envejecer y morir, lo que debería recordarnos
nuestra propia impermanencia. La muerte es el ejemplo más impresionante de la
manera en que se nos revela la impermanencia. El análisis de la muerte nos ayuda
a comprender la impermanencia en toda su amplitud. Todo el mundo,
absolutamente todo el mundo, debe morir. Aunque no hay ninguna certeza en
cuanto al momento de la muerte, no existe duda alguna de que nada en el mundo
puede impedir este proceso. Nagarjuna señaló un día: <<si aspiro y dejo de inspirar,
es que estoy muerto. Es maravilloso pensar que incluso mientras duermo por la
noche no dejo de respirar y por la mañana sigo vivo y me levanto>>.
Y esto es verdad, la vida es tan precaria que, si esperamos y a continuación
no inspiramos, estamos muertos.
También podemos comprender la fragilidad de nuestra existencia recordando
que nuestro cuerpo es compuesto y muy inestable. Nuestra esperanza de vida
disminuye cada instante y nada viene a aumentarla. Como una flecha disparada por
un arquero, continúa su trayectoria hacia el objetivo sin detenerse. Del mismo modo,
cada segundo que pasa nos acercamos inexorablemente a nuestro fin.
Si las causas que pueden provocar la muerte son numerosas, en cambio muy
pocas favorecen el mantenimiento de la vida. Incluso los factores que prolongan en
general la duración de nuestra vida (como los medicamentos y la alimentación)
también a veces pueden causar nuestra muerte. La vida es precaria, puesto que
podemos morir en cualquier momento. La juventud, una buena salud, una posición
social envidiable, la suerte, numerosos amigos, la popularidad, no son garantías
contra la muerte. Nada de todo eso podrá defendernos de ella. Debemos
comprender y aceptar que cuando sobreviene, nada, ninguna fuerza física o
psíquica, puede detenerla. Por lo tanto, nuestras acciones nos deben perseguir
únicamente el bienestar del cuerpo en esta vida, si no tener un alcance a mucho
más largo plazo. No hay ninguna duda de que nuestra vida nos conduce a su fin y
de que vamos a morir. Sería una locura tratar de ignorarlo. Ésta es la realidad y hay
que enfrentarse a ella.
Con demasiada frecuencia la gente considera que pensar en la muerte es
siniestro y deprimente; es mejor no hablar de ella y ni siquiera pensar en el tema.
Algunos llegan a creer que hablar de la muerte trae mala suerte. La muerte de los
demás nos espanta y nos provoca inseguridad porque nos recuerda lo que todos
sabemos, aunque queramos olvidarlo. Sin embargo, interesarnos más por el tema
no nos hará desdichados, muy al contrario: tendremos una actitud más serena
porque es mejor hacerle frente y compartamos en consecuencia en la vida
cotidiana.
Permitidme contar una pequeña historia al respecto.
Durante la vida de Buda, una familia muy unida perdió de repente a un hijo ya
casado. Todos los vecinos fueron a presentarle sus condolencias, pensando
encontrar a la familia en pleno duelo. Los vecinos descubrieron con sorpresa que,
lejos de estar sumidos en un gran dolor, todos parecían perfectamente serenos. Los
padres se dedicaban a sus ocupaciones habituales y la esposa había ido a buscar
agua al río cantando, como de costumbre. Los vecinos se quedaron sorprendidos:
<<¡Pensábamos encontraros en el sufrimiento del duelo, pero parecéis aún más
felices que de costumbre!>> Cada uno respondió a su manera: <<Como sabemos
que todo es impermanente y que estamos reunidos en esta familia por un momento
breve, tratamos de tener excelentes relaciones entre nosotros, nos respetamos
mutuamente, somos benévolos unos con otros. Durante este tiempo que se nos ha
concedido para vivir juntos nos amamos profundamente unos a otros. Sabemos que
tarde o temprano vendrá la separación. Por eso somos tan comprensivos unos con
otros. Como nunca le hemos hecho nada malo al muerto mientras estaba vivo,
como nunca le hemos ofendido —y tampoco él a nosotros—, no tenemos nada que
lamentar. Sabemos que él sigue su camino, según su propio karma. Somos muy
felices por no haberle hecho daño nunca. No hay nada de lo que debamos
arrepentirnos. Por lo tanto, podemos separarnos con mucho amor. Por este motivo
estamos muy felices y nuestro duelo es sereno.
Esta simple historia muestra bien que la comprensión de la impermanencia y
de la muerte no hace desdichado a nadie, sino al contrario.
Muchas personas que han estado muy cercanas a la muerte y han logrado
superar el trance dicen que esta experiencia les ha permitido apreciar la vida,
porque les ha hecho comprender la impermanencia. Si no nos enfrentamos a la
muerte, no valoramos la vida. Damos tanta importancia a nuestros pequeños
problemas cotidianos que nos olvidamos del valor de la vida misma. Frente a la
muerte, esos problemas son tan insignificantes.
Si hemos comprendido verdaderamente que todo lo que es compuesto es
impermanente y transitorio, nuestro apego a esta vida irá disminuyendo y, en
cambio, nuestra fe en el dharma irá creciendo. Tendremos deseos de recorrer con
diligencia la vía que nos alejará de los sufrimientos del samsara. Por añadidura, nos
haremos más sabios, más amplios de mente y más abiertos. Dejaremos de hacer
montañas de un grano de arena. No nos entregaremos a disputas mezquinas que
revelen un espíritu estrecho y susceptible. Concederemos menos importancia a los
altibajos de la felicidad y de la desdicha. En síntesis, esta visión más clara y más
desapegada del mundo, del samsara, disminuira nuestros trastornos y nuestros
problemas.
Algunos preguntan si aquellos que han vivido una experiencia de proximidad
a la muerte han entrado o no en lo que en el budismo tibetano se denomina el
<<bardo la muerte>>. El <<bardo de la muerte>> es el periodo en el cual los
elementos fisicospsíquicos que constituyen al individuo se disuelven
progresivamente. No hay una respuesta unívoca a este respecto. Es importante
señalar que, desde un punto de vista budista, no hay casi nada a lo que pueda
responderse simplemente con un sí o un no. Solemos decir que una persona puede
llegar hasta lo que se denomina la muerte física, es decir, la disolución de los
elementos tierra, agua, fuego y aire. Desde ese estadio todavía es posible regresar.
A continuación viene lo que se llama la muerte interior, que corresponde a la
disolución de todos los pensamientos, de todos los componentes mentales. Una vez
finalizado este proceso, se dice que la persona ya no puede regresar.
Sin embargo, algunas historias de transferencia de conciencia de un cuerpo a
otro hacen que resulte aún más difícil determinar las cosas. En particular, se cuenta
la historia siguiente.
Había en el Tíbet un santo varón de nombre Do Khyentsé, un yogui que
había alcanzado un nivel muy elevado de realización espiritual. Su conducta muy
poco convencional dejaba bastante perpleja a la gente y algunos monjes escépticos
pensaban que sencillamente estaba loco. Dos de estos monjes decidieron ponerlo a
prueba. Para ello se interpusieron en el camino de Do Khyentsé. Uno se hizo pasar
por muerto y el otro se precipitó hacia el yogui suplicándole, con lágrimas, que
practicaste el powa (es decir, la transferencia de conciencia) a su desdichado
compañero que acababa de fallecer.
El yogui aceptó y, sin realizar el menor ritual ni rezar siquiera una plegaria, se
limitó a hacer chasquear los dedos antes de continuar su camino.
El monje se volvió riéndose hacia su amigo y le gritó de lejos que ya podía
levantarse, que Do Khyentsé no era más que un charlatán sin el menor poder, sin el
menor conocimiento. Pero su amigo no se levantó. El monje lo sacudió con fuerza,
pero su amigo estaba muerto. Muy asustado, corrió hacia el yogui hasta alcanzarlo,
se echó a sus pies confesando su ceguera, y suplicándole que devolviera la
conciencia al cuerpo de su amigo. Entonces el yogui volcó el contenido de la pipa
que estaba fumando sobre la frente del muerto, quien se incorporó de inmediato. Y
el monje reprochó amargamente a su amigo haberle devuelto a este mundo de
bajezas cuando se había trasladado a un lugar magnífico.
Por lo tanto, a pesar de todo, tal vez sea posible abandonar el cuerpo para
volver luego a él…

[…]

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