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Los veranos pueden ser abrasadores en Phoenix

Arizona aun después de que el sol se ha puesto


detrás de los montes maricopa. Para los jóvenes del
lado oeste de la ciudad, donde las calles se juntan
con el desierto, no hay mucho que hacer, ni mejor
manera de refrescarse que conducir. Eso era
precisamente lo que hacían Marcos Barra y sus
amigos el 12 de Julio de 2002 a las 11de la noche.

Mientras esperaba la luz verde del semáforo,


marcos, muchacho juguetón de 17 años, de cabello
peinado hacia atrás y ojos color avellana, encendió
el aire acondicionado de su Nissan Altima modelo
97. Su primo Francisco puso un disco de rap en el
reproductor de CD mientras Rubén, amigo de
ambos, se repantigaba en el asiento trasero.
Cuando se puso la luz verde marcos pisó el
acelerador.

Entonces todo voló en pedazos.


Un automovilista ebrio que iba a 65 kilómetros por
hora no se detuvo ante la luz roja y se estrello
contra el costado del conductor del Nissan. El
impacto embutió las piernas de Rubén bajo el
asiento delantero, hirió de gravedad a francisco y
dejo a Marcos medio inconsciente.

Los socorristas que acudieron al lugar del


accidente solo podían hacer conjeturas sobre la
gravedad de las lesiones que había sufrido Marcos.
Ni siquiera sangraba, salvo de algunas heridas
leves, pero tenía totalmente desgarrados los
ligamentos que sostienen la cabeza en su lugar: el
cráneo se le había separado de las vértebras.

Los paramédicos le inmovilizaron la cabeza. Uno


de ellos, Dean Hudson, dijo mas tarde: el impacto
había sido tan grande que el chico estaba
decapitado por dentro”.
Únicamente los músculos del cuello le mantenían la
cabeza unida al cuerpo, y un solo movimiento en
falso podía causarle parálisis o una muerte
instantánea

Sin perder tiempo, los paramédicos optaron


por acudir al Hospital y centro medico Saint Joseph,
uno de los centros de traumatología que había
cerca. La elección habría de resultar decisiva. Esa
noche el medico de guardia era el neurocirujano de
43 años Curtis Dickman.

Poco después de la media noche sonó el teléfono


en casa de Dickman. Un residente de la sala de
urgencias le planteo el caso de marcos, cuyas
radiografías confirmaban una separación completa
entre las vértebras superiores y el cráneo. Dickman,
director de investigación de columna vertebral en el
mundialmente famoso instituto Neurológico Barrow,
de ese hospital, se lleno de curiosidad.

Dickman y el cirujano residente, Fernando


Gonzáles, llevaban dos años experimentando con
una operación para tratar lesiones como la que
había sufrido precisamente Marcos, y hacia solo tres
días habían dado los últimos toques a un articulo en
el que publicarían sus hallazgos.

El enfoque era sencillo, pero audaz. En vez


de recurrir a las operaciones vertebrales
tradicionales, basadas en el empleo de ganchos,
placas, varillas en forma de herradura y alambres,
Gonzáles propuso utilizar solamente dos tornillos de
titanio, cada uno de 2.5 centímetros de largo, para
volver a fijar el cráneo a la columna.
El objetivo era preservar la movilidad. La
parte más flexible de la columna vertebral esta
constituida por las dos primeras vértebras del
cuello. De ellas depende no solo el giro de la cabeza
hacia a los lados, sino los movimientos hacia arriba
y abajo. Las operaciones convencionales fusionan
estas vértebras al cráneo, lo que obliga a los
pacientes a girar el cuerpo para mirar hacia los
lados. La nueva técnica evitaba esta rigidez al
volver a unir el cráneo solo con la vértebra superior.
En teoría, el paciente no perdería más que del cinco
al 10 por ciento de la movilidad. Normal.

Sin embargo, había un riesgo. Las arterias


vertebrales, que van de la espina dorsal al interior
del cráneo, se encargan del suministro de sangre
oxigenada al cerebro. Un tornillo mal colocado, que
comprimiera una arteria podía desencadenar un
ataque de apoplejía, un estado de coma, parálisis e
incluso la muerte.

Otro inconveniente, era que Dickman y


González habían practicado esta operación tan solo
en cadáveres nunca en un paciente vivo.

“La mayoría de las victimas de esta clase de


lesiones mueren en el lugar del accidente”, afirma
Dickman. Los ligamentos que sostienen la cabeza
son los mas fuertes del cuerpo. Por eso un impacto
lo suficientemente violento para desgarrarlos casi
siempre resulta mortal.

De hecho hasta fines de los años 80, cuando


mejoraron los procedimientos paramédicos y se
agilizo el transporte de heridos, en todo el mundo
solo se sabia de unas 15 personas que habían
sobrevivido a una dislocación de cráneo. Ahora, de
dos a cuatro de estos pacientes llegan cada año a
Saint Joseph con vida, pero su pronóstico suele ser
sombrío. Algunos padecen parálisis; otros se
encuentran en coma. En el mejor de los casos, sus
complejas fracturas vertebrales impiden la solución
sencilla, pero radical que proponían Dickman y
Gonzáles.

A diferencia de casi todos ellos, Marcos Parra


se encontraba en condiciones excepcionalmente
buenas. El impacto le había fracturado la pelvis, el
coxis, una clavícula y cinco costillas, pro tenia
intactos la medula espinal, los nervios y las
vértebras. La única parte ósea que no estaba fija en
su lugar era el cráneo.

Mas sorprendente aun era que no se había


roto ningún vaso sanguíneo ni perdido la conciencia
ni las facultades sensoriales: podía hablar, oir, y
percibir sabores y olores. Era el caso más benigno
de dislocación de cabeza que Dickman había visto.

C omo candidato a la nueva operación, marcos


tenía otra ventaja. “es un muchacho fornido, de
huesos grandes y fuertes”, explica Dickman con una
sonrisa. Su gran volumen óseo se prestaba bien al
delicado trabajo de insertar tornillos en la columna
vertebral sin acercarse demasiado a los nervios y
arterias circundantes.
Pero no había tiempo que perder incluso el
movimiento mas insignificante podía hacer que la
cabeza de marcos se desplazara y le cortara la
respiración al instante.
Con toda serenidad. Dickman llego a la conclusión
de que después de reconocimiento detenido en el
quirófano Marcos seguía pareciendo el candidato
mas adecuado, se convertiría en el primer paciente
de la operación experimental.

A la mañana siguiente marcos yacía en una


cama de la unidad de terapia intensiva, con la
cabeza completamente inmovilizada. Los médicos le
habían insertado seis tornillos en el cráneo para
fijarle un soporte en forma de halo; es decir, un aro
de metal que sujeta la cabeza a la caja torácica por
medio de pernos y barras. Contra lo que cabía
esperar. Marcos no se quejó de dolor durante el
procedimiento de fijación ni perdió su sentido del
humor: le gasto algunas bromas a su madre, a Rose
Cuevas; converso con el pastor de su iglesia, el
reverendo Arthur Tafoya, y prometió ganarle al hijo
de este en un partido de baloncesto en cuanto
saliera del hospital.

“No parecía que estuviera tan lesionado”,


recuerda Tafoya, hombre bondadoso y paternal que
un año antes habia ayudado a Marcos a dejar una
vida de peleas en la escuela y consumo de drogas.

Sin embargo, cuando el joven alzo una mano, una


enfermera exclamo:
-esta en peligro de muerte. No debe moverse.

La gravedada de la lesion se hizo aun mas


evidente cuando el doctor Dickman emitio su
opinión, que sacudio a la familia; sin una
intervención quirurgica, el riesgo de que Marcos no
pudiera volver a caminar era mayor del 90 por
ciento.

El chico le pidio al pastor que rezara por el, el


otro dia, mientras lo llevaban al quirófano, su madre
y el religioso lo acompañaron corriendo al lado de la
camilla sin soltarle las manos.

En el quirófano, el equipo de medicos


anestecio a Marcos y ; sin quitarle el halo, lo puso
boca abajo. Dickman le hizo una incisión en la nuca
y separo los musculos hasta dejar al descubierto las
superficies oseas de la vertebra superior y el
craneo. El cirujano advirtio con satisfacción otra
circunstancia afortunada; la abertura entre los
huesos tenia el angulo mas adecuado para recibir
los dos tornillos en diagonal.

Dickman hizo dos perforaciones que atravesaron


la primera vertebra y entraron en la base del
craneo. A continuación inserto en cada una un
alambre guia y tiró de la dos superficies óseas hasta
cerrar la obertura por completo. Por último enroscó
los tornillos, que eran huecos, en las perforaciones,
y los apretó lenta y cuidadosamente una vez que
hubo retirado los alambres. El ajuste resultó
perfecto.

“Sentí cómo los tornillos se aferraban al hueso de


Marcos con una fuerza increíble”, cuenta el médico.

Finalmente Dickman extrajo un fragmento de


hueso pélvico de Marcos y lo fijó con un alambre en
el punto de contacto entre el cráneo y la columna.
“los tornillos no son más que un soporte interno”,
explica el cirujano. “el injerto es lo que realmente
hace que los huesos se fusionen y adquieran
firmeza a la larga”. Al cabo de las tres horas que
duró la operación, la alegría en el quirófano era
palpable. 2nos pusimos a chocar las palmas”,
recuerda Dickman. “Estábamos muy emocionados,
por que era la primera vez que se realizaba esa
intervención”. Después del procedimiento, una
tomografía confirmó lo que el cirujano había visto en
el visor guía de rayos x del quirófano: los tornillos
estaban perfectamente asentados en el hueso.

Fernando González, a quien le había tocado


descansar esa mañana, se puso feliz cuando supo la
noticia, dos días después. “la idea fue mía”,
comenta, “pero Dickman la hizo realidad. Se atrevió
a probar algo nuevo”.

Dickman, en cambio tenía una actitud


más reservada. No quería decir que la operación
había sido un éxito sino hasta haber vigilado
estrechamente la evolución de Marcos a lo largo de
varios meses.

El joven despertó mientras un grupo de


médicos le pellizcaba los pies.
-¿sientes esto? –decían -. A ver mueve este dedo.

No fue hasta entonces cuando se dio


cuente del largo camino que tenía por delante. Iban
a dejarle el soporte de halo en su lugar durante tres
meses, y hasta que se lo quitaran no sabría con
certeza si estaba a salvo. Aunque no había perdido
los ánimos ante la terrible experiencia estaba
ansioso por reanudar su vida normal.
Sin embargo, la recuperación no fue fácil. El
muchacho tuvo que permanecer tres meses en
cama o en silla de ruedas, en parte debido a la
fractura de la pelvis. Poco a poco empezó a caminar
con ayuda de una andadera, y luego, de un bastón,
pero le costaba trabajo dormir o ducharse, y a veces
se desanimaba.

Su momento de mayor angustia fue


cuando Dickman le quito el soporte de halo 2sentía
miedo de no tener fuerzas para sostener la cabeza o
para moverla”, cuenta. Por un instante aterrador, su
cabeza efectivamente cayó hacía adelante, pero
entonces Marcos alzó lentamente la barbilla y en su
rostro se dibujó su característica sonrisa de oreja a
oreja. Las radiografías mostraban que el injerto de
hueso había prendido perfectamente.

Después de operar a Marcos, el equipo del


doctor Dickman ha realizado la intervención con
éxito en otros dos pacientes.
Hasta la fecha le ha quedado a Marcos un
punto insensible en la nuca, y no puede girar
completamente la cabeza hacia un lado, pero esta
consciente de que es un precio muy bajo que pagar
por el regalo que recibió. Ahora puede hacer planes:
quiere ser pastor protestante.

“cuando ves que puedes perder en un


instante todo lo que tienes, empiezas a valorarlo
más”, comenta el joven en el sombrío cruce donde
estuvo a punto de perder la vid. “pones más
atención a las cosas, y te sientes más agradecido
por la vida y por las personas que son buenas
contigo”.
“debería estar muerto”, añade
escuetamente. “pero no lo estoy”.

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