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Moonassi
“La psicología, ciencia de la subjetividad, comienza pues como psicofísica por dos razones.
Primero, porque ella no puede ser menos que una física para ser tomada en serio por los
físicos. Segundo, porque debe buscar en una naturaleza, es decir en la estructura del cuerpo
humano, la razón de existencia de los residuos irreales de la experiencia humana”.1
–Georges Canguilhem
Podríamos preguntarnos cuándo fue que la psicología advino a ser una profesión, pues su
historia como campo de reflexión sobre la psyché, se remonta a la Antigüedad, a la Grecia
Antigua. El trayecto es largo y marcado de pensadores cuya envergadura sobre la historia de
la psicología habría que conocer, reconocer, respetar. Son siglos de pensar sobre lo que nos
hace humanos, sobre lo que nos distinguiría de los otros seres vivos, sobre lo que es la
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intelección, la memoria, el pensamiento, el tiempo, el deseo y los afectos. Siglos de reflexionar
sobre el alcance y potencial desmesura de la acción humana, atravesados por rupturas
epistemológicas sobre los énfasis desde los cuales el campo de la psicología se iría
configurando: racionalismo, idealismo, positivismo, empirismo, experimentalismo,
existencialismo, conductismo, fenomenología, psicoanálisis. El Siglo XIX y los inicios del Siglo
XX fueron cruciales para la consolidación de las vertientes mas importantes de la psicología.
La segunda mitad del siglo XX, marcó un giro inédito para ese campo del estudio de las
vicisitudes de la psyché humana.Con el inicio de la profesionalización de los saberes que
dicho campo había abierto, ocurrió un pasaje del énfasis en los referentes teóricos y los
ejercicios de laboratorio con ratas y palomas que acompañaron las primeras décadas de la
naciente disciplina, al despliegue de una praxis que llevó a los psicólogos al encuentro con el
sufrimiento humano en múltiples escenarios sociales e institucionales tales como los
hospitalarios, en clínicas, dispensarios, escuelas, hogares y en la intimidad de las oficinas
privadas.
El reto era enorme, pues requería de los psicólogos no solamente conseguir una sólida
formación teórica sino también la capacidad de poner a prueba dicho bagaje formativo en la
práctica. Pero entonces hacía falta establecer en que consistiría la formación psicológica, a
partir de las siguientes preguntas: ¿Cuáles serían los actos propios de la profesión
psicológica? ¿Cómo distinguir los actos psicológicos de los del médico, de los del educador o
pedagogo, de los del trabajador social? ¿Cuál o cuáles serían sus objetos de estudio? ¿Cómo
arropar dichos actos bajo una sola sombrilla? ¿Cuáles son las funciones y el alcance de sus
acciones?
Brindar una formación académica implicaba una gran responsabilidad por lo que las
universidades han tenido que enfrentar múltiples retos a través de estas tres décadas:
construir currículos que recogieran los fundamentos teóricos de la disciplina, que permitieran
adquirir las destrezas clínicas necesarias para enfrentar diversos y complejos escenarios, que
sentaran las bases metodológicas para llevar a cabo proyectos de investigación y que
brindaran el soporte ético para orientar el quehacer psicológico. Dichos currículos se
atemperarían, sin duda, al lugar que la disciplina tendría en los espacios universitarios y en los
modos en que se perfilaría su objeto de estudio: como ciencia de la conducta, como ciencia
de lo social, como ciencia de la salud, como ciencia humana, entre otras. Los campos y
énfasis de especialización se irían entonces estableciendo en cada programa de acuerdo
también a los intereses de la facultad, del programa, y a la misión y visión de cada universidad
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En Puerto Rico, los psicólogos empezaron prontamente a organizarse en una primera
asociación de cuyos esfuerzos surgió, en el año 1983, la primera medida legislativa de la
profesión. Se iniciaba así formalmente la reglamentación de la profesión psicológica con la
implantación de la ley 96 que sigue rigiendo aunque con enmiendas, los modos de actuar de
los psicólogos. Un año más tarde, en 1984 se creó la Junta Examinadora de Psicólogos que
sería el ente encargado de otorgar las licencias y velar por el cumplimiento del buen proceder
de los profesionales de la psicología.
Las tensiones se han ido exacerbando contraponiendo posturas entre programas acreditados
y no acreditados por la APA; contraponiendo posiciones que defienden las mal llamadas
prácticas basadas en la evidencia,y aquellas que consideran que hay más de una manera de
poner en perspectiva el valor e impacto de un tratamiento psicoterapéutico; contraponiendo
aquellas posiciones que piensan lo humano desde el paradigma neuro-cognitivo-conductual, y
aquellas que lo consideran desde otros paradigmas que consideran la historia, la complejidad,
la afectividad, la subjetividad y el deseo. De esta manera, el campo de la psicología se ha ido
deslindando entre lasposturas que apuestan por la pluralidad y la apertura, y aquellas que
critican ese rasgo como algo que limita eldesarrollo de la psicología como ciencia. También
podría decirse que las posturas contrapuestas pueden deslindarseentre aquellas posiciones
que consideran que el modelo de formación propuesto por la APA es el que debe dirigir la
formación de todos los psicólogos en Puerto Rico y aquellas que entienden que la psicología
que se debería seguir enseñando en la isla debe contemplar y respetar horizontes y saberes
diversos, incluyendo pero no reduciéndose a la mirada de la APA.
Y sin embargo, el saldo ha sido contundente: ninguno de los egresados de los programas
graduados que ha tomado dicho examen (E-SPPP) lo ha pasado. La respuesta de la Junta ha
sido la de remitir la responsabilidad del fracaso a las instituciones educativas y la
recomendación de una mejor preparación por parte de los candidatos, con la compra-venta de
repasos a nivel individual pero también institucional, lo cual tampoco ha garantizado el pase
de dicho examen hasta el momento. Según la JEP, son los currículos los que deberían
atemperarse al examen y no la inversa, por lo que tanto, el examen ha quedado incólume ante
los cuestionamientos, y quienes lo sostienen también. Pero hablando en los términos de la
psicometría, cuando ninguna persona pasa un examen, ¿no es acaso lógico repensar la
confiabilidad y validez de dicho instrumento? ¿Cuál sería el psicólogo para quien se habría
construido esta prueba si hasta ahora ninguno la ha pasado? La cuestión implica sin duda el
asunto de validez cultural pero la desborda, pues nos remite a un asunto de adaptación y de
asimilación a una ideología particular. Este examen de reválida pretende ser un referente de
legitimación de lo que es la psicología y de lo de que deberían saber y ser los psicólogos en
Puerto Rico. Se trata entonces de la exigencia de adaptación profesional a un modelo
restrictivo de pensar la psicología, que a su vez remite a un modelo restrictivo de pensar lo
humano, y que no da espacio para la reflexión, el pensamiento crítico, la diversidad de
perspectivas y el cuestionamiento de los distintos paradigmas que constituyen los
fundamentos del quehacer psicológico.
Además del cuestionamiento sobre las implicaciones económicas que estas medidas tienen,
sorprende la poca o nula apertura a la reflexión y al diálogo por parte de la Junta a considerar
el impacto que supone mantener un escenario precario de trabajo. En efecto: se ha puesto en
vilo a un grupo cada vez mayor de doctores en psicología inhabilitados para ejercer su
profesión. Tampoco se pone en justa perspectiva la parte de responsabilidad de la Junta en la
creación y sostén de este escenario sin precedentes: una especie de limbo en el que se
encuentran atrapados –sin inscripción profesional, ni aval simbólico del Estado– graduados
de todos los programas de psicología de la isla desde hace mas de dos años. Sin duda las
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instancias universitarias tendrían que alzar su voz para defender la autonomía de la academia
frente al embate de medidas que están cuestionando la legitimidad y rigurosidad de las
formaciones psicológicas brindadas por ellas desde hace mas de medio siglo. Pero también
tendrían algo que decir las autoridades que suponen velar por el bienestar de los ciudadanos.
Bajo el supuesto de velar por los intereses de la población atendida o por atenderse, la Junta
ha impuesto estas arbitrarias medidas creando desasosiego, confusión y, sobre todo, una gran
indignación por parte de múltiples generaciones de psicólogos que han rechazado la amenaza
que esta certificación implica para con sus derechos adquiridos. Con dicha certificación, se
intenta imponer un criterio legalista que pierde de perspectiva, o más bien parece desconocer,
años y años de un ejercicio ético del quehacer psicológico en la isla.
Es importante distinguir la reglamentación que la ley 96 vehicula, y que todos los psicólogos
en Puerto Rico suscriben y acatan, de los intentos de uniformizar la profesión, lo cual se
cristaliza en el reglamento que entró en vigor en el 2013. Recordemos que el proceso de
uniformar tiene como objetivo obtener un nivel de ordenamiento que se corresponda con los
intereses ideológicos, sociales, económicos y políticos de un momento dado, a partir de tres
objetivos evidentes: la simplificación, que busca reducir los modelos para quedarse
únicamente con los más serviles a determinados intereses; la homología, que se monta sobre
la supuesta conveniencia del intercambio a nivel internacional; y la univocidad que persigue
reducir la riqueza de la profesión a una modalidad de sus manifestaciones.
Podríamos entonces plantear, que en su afán de homología (con los Estados Unidos), la Junta
Examinadora pretende establecer una perspectiva unívoca para abordar la psyché,
estableciendo reglas y prescripciones para eliminar los referentes paradigmáticos que perfilan
la complejidad, las paradojas y lo inconmensurable de la condición humana. Esta tendencia
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normativa de la psicología en la isla, se inserta en un sombrío y creciente escenario, en donde
el trenzado de la ciencia de la mente, la tecnología y el organicismo biológico y genético
parecen imponerse en todos los campos del saber. De tal manera que ha emergido “una
nueva ilusión cientificista según la cual la intervención cada vez más activa de la ciencia en el
cerebro humano permitiría conducir al hombre hacia la inmortalidad, es decir, hacia la cura de
la condición humana”.3
Pero ni el sufrimiento humano ni los modos de estudiarlo, entenderlo y atenderlo pueden estar
sometidos a criterios uniformes de lo que podría llamarse un afán patológico de
normalización.4Los intentos de uniformar implican una violencia que resulta del
desconocimiento de la historia y de las experiencias de lo vivido a nivel singular y colectivo.
También implican el rechazo de la diversidad y de las diferencias de los saberes y de los
modos de trabajo posibles en el campo de la psicología.
Las alternativas saltan a la vista: permitir que esto siga ocurriendo o tomar una postura de
denuncia y de oposición-acción a estas medidas de los miembros de una Junta que ha
perdido credibilidad y confianza.
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