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Hay personas capaces de hablar sin decir nada. Por ejemplo, a los
jóvenes que apuntan maneras en este tipo de discursos, se les suele
hacer un comentario muy revelador: «tú vas para político». Así se les
reconoce la capacidad de estar hablando durante un periodo
considerable de tiempo sin que se pueda extraer de sus palabras una
conclusión clara.
Cuando estas personas ostentan un cargo de responsabilidad, en
el ciudadano crean una mezcla de rabia y tristeza e
impotencia. Rabia porque el representante público tiene el deber de
darle sentido a la comunicación que hace de sus acciones y
propuestas. Tristeza porque se siente parte de la sociedad que le ha
puesto en el cargo. E impotencia porque, a pesar de hacer esfuerzos,
no consigue engancharse al canal de comunicación.
«Las palabras son como monedas, que una vale por muchas como
muchas no valen por una.»
–Francisco de Quevedo–