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El jardín que cultiva Duberlí Rodríguez en Palacio de Justicia

El verano del presidente del Poder Judicial transcurre entre el segundo y cuarto piso de Palacio
de Justicia. En este último, Duberlí Rodríguez cultiva su propio jardín. Además, está empeñado
en convertir el techo de ese enorme edificio en una apacible terraza ‘verde’

Duberlí Rodríguez

Nadie imagina que dentro del Poder Judicial existe un pasadizo de helechos, suculentas y
cactáceas, además de un protector San Pedro y hasta flores de amancaes. El doctor Rodríguez
lo hizo posible. (Foto: Víctor Idrogo)

Teresina Muñoz-Najar

27.01.2018 / 07:05 pm

Como los niños de los cuentos, Duberlí Rodríguez tiene su lugar secreto. Está en el cuarto piso
de Palacio de Justicia y se accede a él por un pasadizo de helechos, suculentas, cactáceas y
orejas de elefante. No hay un perro guardián cuidando la entrada; sí un San Pedro de siete
lomos de poderes infinitos e infalibles. Para un hombre como el magistrado, capaz de
conversar con los apus y homenajear a los árboles, ese San Pedro es mucho más eficaz que
cualquier mastín. “Me cuida y mantiene alejado de las malas vibras”, dice. En su particular
jardín también crecen felices dos plantas peruanas que afuera, en sus hábitats, están en serios
problemas: la flor de Amancaes y el pallar mochica.

Duberlí Rodríguez

Cada dos días el presidente del Poder Judicial sube del segundo piso (su despacho) al cuarto
para mirar, regar y podar sus plantas. (Foto: Víctor Idrogo)

Cada dos días, que es más o menos el tiempo que necesita para recargarse de energía y
sortear el estrés propio de su importante cargo, el doctor Duberlí Rodríguez sale de su
elegante despacho ubicado en el segundo piso de Palacio –a horas que nadie lo requiere (muy
temprano o entrada la noche)–, se pierde entre pasillos y juzgados, toma el ascensor y se
dirige a su refugio, al lugar donde ha trasladado gran parte de su mundo personal. Allí, además
de darle una mirada a sus plantas, podarlas o regarlas, escucha música de su tierra y acaricia
sus recuerdos. Dos pañuelos en los que su mamá, Margarita, bordó sus iniciales –“ella murió
cuando yo tenía 16 años”–, las fotos de ella y de su papá, Victorino, de sus hermanos (es el
mayor de siete), de los chicos de su colegio, de tíos y primos, de la profesora que lo alentó a
que siguiera estudiando, su árbol genealógico.

A Duberlí Rodríguez, toda la onda ecológica le viene desde la infancia. No por nada impulsa los
juzgados ambientales y enciende las luces de su oficina con la energía que brindan los cuatro
paneles solares que ha instalado en el techo de Palacio. “Nací en la jalca piurana, en el caserío
de Rodeopampa, distrito de Huarmaca, provincia de Huancambamba y desde que abrí los ojos
estuve vinculado a la agricultura”. Cuenta que cuando tendría siete u ocho años salía detrás de
su papá para ayudarlo con la siembra. Entonces, con su bolsico (pequeña alforja) al hombro
provisto de maíz unas veces y de alverjas otras, iba caminando por el surco ya preparado
arrojando tres o cuatro granos cada metro. Pero ahí no terminaba todo. A diferencia de su
padre o de los peones que lo asistían, que esperaban tranquilos a que las semillas dieran sus
frutos, él regresaba a los surcos a cada rato; hasta que por fin veía aparecer las primeras
hojitas. Semanas más adelante, participaba del deshierbe de la maleza que crecía alrededor de
las plantas y también ayudaba a aporcarlas. Era el primero, además, en ver cómo floreaban y
cómo salían los choclos verdes o las vainas de la alverja. Luego esperaba pacientemente a que
se secaran para almacenarlos en la era: “No me perdía ni un segundo del proceso”. Como
ahora, que anda chequeando cuántas vainas le salen a su pallar mochica. “El año pasado
coseché 25 con unas semillas grandotas, ¡mire!”.

Duberlí Rodríguez

El doctor Duberlí Rodríguez está convencido de que la subsistencia de la Tierra está en serio
peligro y que hay que cuidarla. (Foto: Víctor Idrogo)

Mientras tanto, el futuro magistrado iba a la escuela unidocente más cercana, donde solo
había de transición a segundo de primaria. “Caminaba media hora de ida y otro tanto de
vuelta. Recuerdo que salía de casa con el fiambre que mi mamá me preparaba, cuando recién
el sol aparecía entre los cerros”. Afortunadamente, su profesora Rosa Ojeda convenció a su
padre de enviarlo a Chiclayo a terminar la primaria. “Ella fue mi invitada especial cuando asumí
el cargo de presidente del Poder Judicial”, cuenta el doctor Rodríguez. La secundaria la
comenzó en Piura y la concluyó también en Chiclayo, lugar de su residencia oficial. Acá, en
Lima, él y su esposa viven en un departamento pequeño en Surco, donde no faltan las
orquídeas ni tampoco las dalias, sus flores predilectas. Y aunque Duberlí Rodríguez estudió
lejos de Rodeopampa, siempre regresó al hogar paterno tanto para la siembra como para la
cosecha. “Actualmente unos parientes arriendan nuestras tierras, pero mi sueño dorado es
volver”. Hoy en día Rodeopampa, gracias a las gestiones de su ilustre hijo, presume de un
colegio que ha costado seis millones de soles y mira con esperanza cómo se construye su
primera gran biblioteca.

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