Está en la página 1de 57

TUPAC AMARU Y SU TIEMPO

Por: Juan José Vega

En la segunda mitad del siglo XVIII el Perú continuaba siendo una sociedad
dependiente; con doble dependencia, pues no sólo vivía sujeto a la dominación de
España sino a la vez se hallaba, indirectamente, debajo de otras naciones europeas.
La causa era simple: el mundo hispánico sobrevivía bajo una relativa sujeción
económica a las nuevas potencias mundiales.

En ese Perú, la realidad social era muy adversa para las grandes mayorías, puesto
que sufrían un múltiple yugo: económico, político, racial y cultural. Asiento de tres
razas, aborigen, europea y africana, más sus castas, el Perú colonial devino en una
sociedad extremadamente injusta, especialmente para los indios y los mestizos
oscuros. La mita, el tributo, el pongaje, los obrajes, el racismo y la opresión,
aplastaban a estas mayorías; la esclavitud pesaba sobre gran parte de la población
negra. Los mestizos claros, zambos, mulatos y triginios sufrían diversas
discriminaciones y sólo gozaban de pequeña compensación al oprimir a los indios.
En cuanto a los criollos, sufrían una preterición cada día mayor de parte de los
españoles. Era el Perú un complejo panorama de clases, castas, estamentos,
estratos y culturas.

La población peruana sólo sumaba algo más de un millón de habitantes, como


consecuencia de enormes amputaciones geográficas y también a causa de la
extremada morbilidad de la enorme mayoría de la población. La tasa de la
mortalidad era muy elevada debido a formas muy acentuadas de explotación
enmarcadas en un alto uso de coca y alcohol y bajísimo con sumo de productos
alimenticios. El censo de 1792 levantado por el Virrey Gil de Taboada y Lemus, dio
la cifra de 1’076,122 pobladores, pero a éstos cabría agregar mucha gente de la
selva, difícil siempre de ubicar administrativamente. De todos modos, sobre la
cantidad señalada resulta imprescindible anotar que se componía de unos ciento
treintaseis mil españoles y criollos (sin que se pueda registrar un límite certero de
estos dos grupos); casi dos cientos cuarentacinco mil cholos (más de indios que
criollos) y mestizos (más criollos que indios, la minoría); cerca de seiscientos diez
mil indios (preferentemente quechuas, armaras, yungas y puquinas, en este
orden); unos cuarenta mil esclavos negros; más de cuarenta mil zambos, mulatos y
triginios. El Perú resultaba un mosaico de colectividades. En tan diversificada
sociedad, aprecian algunos polos marcados: Lima era una de las ciudades más
grandes y opulentas del mundo occidental y albergaba más negros que casi todas
las del África; entre tanto, en la Amazonía, decenas de miles de selvícolas vivían
casi en total autonomía, dentro de una remota prehistoria supérstite hasta esos
años del siglo XVIII. Esa abigarrada sociedad se expresaba en seis idiomas
diferentes, sin contar los de las junglas. En cuanto a instituciones y vida económica,
predominaba un paleocapitalismo, sobre una sociedad medio feudal que, para
colmo, contenía fuertes incrustaciones de esclavismo.

Por otro lado, el territorio del Perú había sufrido graves mermas que dañaban la
economía interna y hasta su prestancia virreinal e incaica. Merced a la creación de
los Virreinatos de Nueva Granada y del Río de la Plata, el Perú había perdido casi
toda Sudamérica Española. Lejanos estaban los tiempos en que se afirmaba “lo que

1
no es Méjico, es el Perú”; y para medir la gravedad de estos recortes, bastará
indicar que hasta las, comarcas que actualmente constituyen el Departamento de
Puno habían sido arrebatadas a la soberanía virreinal peruana.

Factores de crisis que afectaban a todos los peruanos aparte de la fragmentación


del antiguo virreinato, eran la decadencia general de todas las actividades
económicas (minería de plata, obrajes textiles, comercio); una nueva política
tributaria que afectaba el conjunto de las clases sociales, como con secuencia de las
reformas borbónicas que empezaron a ejecutarse, en 1779; Y la generalización e
intensificación de la explotación y de la dependencia.

Otros hechos afectaban a tal o cual sector del país y a la par la estabilidad del
Estado Virreinal: a) la segregación de los criollos del poder interno promediando el
siglo XVIII, disminuyó lo que Jorge Basadre ha llamado el “semigobierno de la
aristocracia criolla”; b) la decadencia del poder caciquil dentro de las estructuras
coloniales, a las cuales había servido como control interno y como intermediario
con las poblaciones aborígenes; c) el reemplazo de los caciques quechuas y
armaras por mestizos y, eventualmente, hasta por criollos; d) el desarrollo del
poderío de los Corregidores en los Andes y la aparición de una ávida burocracia
menor ligada a ellos.

En suma, era el Perú un país agobiado por grave crisis económica, social y política;
asimismo y es oportuno remarcarlo alcanzaría a buena parte de los dirigentes de la
sociedad virreinal, extendiendo su influencia nefasta sobre todo a sectores medios
españoles y criollos. Victorino Montero, uno de los más sagaces observadores
criollos del siglo XVIII, hubo de opinar: “El Perú es un país donde todo respira
esclavitud y se hace tiranía de la Leyes” y el título del libro que escribió no puede
ser más expresivo: “Estado político del Reino del Perú, gobierno sin leyes, ministros
relajados, tesoros con pobreza, fertilidad sin cultivo, sabiduría desestimada, milicia
sin honor, ciudades sin amor patricio, la justicia sin templo, hurtos por comercio,
integridad tenida por locura”.

Fue contra este Perú virreinal decadente que se alzó Túpac Amaru; contra ese Perú
“reino libertino y vicioso”, como lo calificaron sus contemporáneos más cultos.

Tiempo hacía que un ilustre fraile limeño, Buenaventura de Salinas y Córdoba,


había escrito que a pesar de los dispositivos legales, los indios la enorme mayoría
de los peruanos eran “los pacíficos a quienes de continuo se da guerra, los desnudos
que visten a los vestidos, los pobres que enriquecen a los ricos, los hambrientos que
sustentan y no hartan a todos sus enemigos; [...] a los facinerosos que asuelan a estas
gentes los veo honra dos y premiados [...] cada cual quiere ser rico y el rico lo quiere
ser más”.

La situación general del virreinato era crítica. El panorama, en su con junto no


presentaba ningún signo positivo de estabilidad. Todos los síntomas eran de
postración y decadencia.

Otros factores propicios para un alzamiento fueron la presencia de nuevas ideas


iluministas entre algunos círculos; la revalidación del Incario en el seno de grupos
de la clase caciquil, merced a la lectura de Garcilaso; el renacimiento de varias
tradiciones incaístas; el apogeo virreinal en las artes y letras; el aumento de la

2
delincuencia; el libertinaje y la frivolidad en los grupos limeños; alguna vida de
salón con proclividad intelectual.

A nivel de la población, ese Perú del XVIII veía el aumento de la densidad


demográfica; la multiplicación de la esfera mestiza, dotada ya de una surgente
conciencia nacional; el crecimiento de la inmigración española, cuyos integrantes
venían siempre a posiciones dominantes; la desintegración de la sociedad de
castas, enfrentándose cada vez más todos los del Perú contra los españoles; el
vigoroso desarrollo de la proporción de “indios forasteros”, o “indios libres”,
individuos desarraigados de sus ayllus que al huir de mitas y tributos con
frecuencia se convertían en elementos de perturbación en ciudades, minas y
haciendas.

En el plano económico, el Perú de mediados del siglo XVIII presentaba una mezcla
confusa de sistemas; los sectores más avanzados vivían en un protocapitalismo,
amparados en un todavía riquísimo comercio, y en una minería de exportación,
pero con un trasfondo feudal andino a la par, la inmensa mayoría peruana vivía
dentro de instituciones comunitarias en los ayllus; existía exclavismo negro y a la
vez grupos colectivistas en las selvas, situación toda que volvía extremadamente
difícil hallar fórmulas virreinales de mejora nacional integral, puesto que cada
sector buscaba su propia solución. La acentuación de los aborrecidos Repartos
Mercantiles agudizaba buena parte de este cuadro al perjudicar simultáneamente a
varios grupos, más explotados que antes porque la disminución reciente del paso
de ejercicios del cargo de Corregidor hacía que se intensificara; males todos que
recaían esencialmente sobre la población autóctona, bastante dañada ya con mitas
y otras cargas tributarias.

Asimismo, el mercado peruano se hallaba atiborrado de productos europeos,


marcadamente españoles. Peor todavía, ciertas regiones surandinas presentaban
un cuadro aún más agudo. La provincia de Kanas, tierra de Túpac Amaru, se
hallaba entre las más hambrientas: los indios de Kanas eran los que más sufrían
con la mita de Potosí por ser quienes más distancia tenían que cubrir para alcanzar
esos yacimientos.

Acercándose 1780 había sido nombrado Corregidor en Kanas el español Antonio


de Arriaga, quien quintuplicó sus propios ingresos mediante una inusual
explotación de los repartos mercantiles.

JOSÉ GABRIEL TÚPAC AMARU, INCA -REY DEL PERÚ

El pronunciamiento que elevó a José Gabriel Condorcanqui, llamado Túpac Amaru,


a la jerarquía de virtual monarca del Perú y de buena parte del resto de América,
ocurrió en la tarde del 4 de noviembre de 1780. El alzamiento se inició con la
captura del Corregidor de Tinta, Coronel Antonio de Arriaga, en el camino de
Yanaoca.

Al frente de un grupo de mestizos emboscados, Túpac Amaru salió “al paso del
Corregidor; éste, al reparar en el ataque, esgrimió su pistola, pero un arriero le
echó lazo y lo derribó de la cabalgadura antes de que pudiese disparar. Al mismo
tiempo se capturó también al secretario del Corregidor y algunos esclavos negros
que le hacían escolta. Luego “fueron conducidos a un sitio apartado del camino y

3
allí Condorcanqui los dejó amarrados, con apercibimiento de matarlos al primer
grito”. Al día siguiente llevó al importante cautivo a Tungasuca donde quedó
encerrado en el sótano de la casa del jefe rebelde, mientras chasquis de a pie y de a
caballo eran despachados anunciando a los conjurados el estallido del movimiento.

Gran sigilo rodeó a todos estos actos lo cual le permitió a Túpác Amaro mediante
cartas fraguadas, reunir a varios de los administradores del Corregimiento y a
otras personas, treta con la que pudo adueñarse del arsenal de Tinta, consistente
en más de setenta fusiles y otras armas, así como de más de treinta mil pesos.
Entretanto, intercambiaba algunos mensajes, al parecer con personajes
confabulados en el Cuzco, entre los cuales quizá estuvo el Obispo don Manuel de
Moscoso, criollo muy rico y noble, quien había destacado como enconado anti
español y también como enemigo del Corregidor Arriaga, a quien llegó a
excomulgar.

El 10 el Corregidor fue ahorcado en la plaza de Tungasuca. Ese día el cacique,


convertido ya en Inca, pasó revista a sus tropas, arengándolas en quechua también
habló a la multitud un sacerdote, Ildefonso Bejarano. Se veían bastantes criollos y
mestizos entusiastas en la plaza. Ante muchos del lugar, la drástica medida fue
justificada a través de la treta de que se poseía una orden del Rey de España para
matar a los Corregidores y suprimir abusos.

A partir de este momento, surgió un nuevo jefe de Estado que empezó a gobernar
como Inca y como Rey sobre gran parte de los Andes.

Este nuevo Rey Inca tuvo linaje de los emperadores cusqueños. Su abolengo se
remontaba directamente al último de los reyes de Vilcabamba. Llevaba con altivez
el ancestro de Túpac Amaro I, que adoptó e hizo reconocer, nombre que era el
símbolo de una casta real casi extinta. Fue gracias a esta alcurnia que pudo dar los
pasos iniciales para una rebelión de tan vastas proporciones como la que acaudilló,
pasando gracias a su arrojo y habilidad de modesto curaca a crear una monarquía
en señoríos extendidos sobre territorios pertenecientes entonces a tres virreinatos
y ahora a seis repúblicas.

Para alcanzar este objetivo, Condorcanqui había efectuado un gran trabajo previo;
principalmente dar a conocer a nivel colectivo la vigencia de sus títulos nobiliarios
y obtener el reconocimiento de sus derechos al cacicazgo familiar sobre Surimana,
Tungasuca y Pampamarca. Posteriormente, bregó por el reconocimiento de sus
títulos incaicos imperiales, lo cual ya constituyó parte del vasto proyecto político
sedicioso que traía entre manos.

Analizando el problema del énfasis genealógico de Túpac Amaru el historiador


John Rowe ha remarcado que “para que un movimiento tenga mucha extensión
territorial y número de adherentes es preciso que existan dirigentes de autoridad
reconocida”. Por ello agrega “punto interesante es la influencia del pleito sobre
genealogía puesto por José Gabriel Túpac Amaru contra los Betancour, en la
preparación de la rebelión de 1780. José Gabriel heredó el cacicazgo de Surimana,
Pampamarca y Tungasuca y con tal cacicazgo una posición social respetable, pero no
sobresaliente entre los demás caciques. Hubo mucho de orgullo y egoísmo entre los
curacas, lo que les dificultó para aliarse contra los españoles; y si alguno de ellos iba
a presentarse como el caudillo de todos, tendría que mostrar mejor título que el de un

4
cacicazgo provincial. José Gabriel Túpac Amaru poseyó el mejor título posible para
tales pretensiones”,

Ese mejor título el de Inca fue el que le dio in discutida primacía sobre los demás
aristócratas nativos; y también enorme respetabilidad ante las colectividades. Su
empeño en que se lo reconociese como descendiente de los Incas constituía por así
decirlo un verdadero deber revolucionario, dentro de las circunstancias concretas
de la época.

LA IDEOLOGIA DE TÚPAC AMARU

La ideología de Túpac Amaru puede ser estudiada desde los ángulos político y
económico; en suma, buscaba la independencia del Perú y la justicia social. Entre
los sustentos ideológicos de Túpac Amaru en el área política se pueden señalar los
siguientes: Separatismo, Monarquismo, Integrismo. Justicia Social y Cristianismo.
El separatismo significaba el rompimiento con España, la liberación del Perú de la
tutela hispánica, concepto permanente en todos los hechos de la sublevación, a
pesar de que el Inca en algunos documentos aludió directa o indirectamente a
Carlos III, por razones tácticas variables. Al respecto, es sustancial establecer que
los partidarios y los enemigos de Túpac Amaru en tendieron la rebelión como
ruptura con España.

El monarquismo significaba la restauración del poder Inca en el Perú pero bajo


nuevas formas; expresando el dualismo básico de la sociedad pe ruana era el Inca
Rey y como tal todos lo trataban en los campamentos rebeldes. Dentro de moldes
verticalmente aristocráticos también se respetaba a sus familiares.

El integrismo significaba la fusión en un “cuerpo” de Estado de todas las razas y


castas que conformaban el Perú de entonces; a nadie excluyó por razón de color,
pese a los prejuicios racistas que tanto dañaban a la sociedad colonial.

La justicia social significaba la realización de profundas reformas y aun de cambios


que pueden ser calificados de revolucionarios; el Inca era un hombre empeñado en
el “bien común”, frase que usa constantemente y en tal forma actuaba como
“huacchacuyac”, amante de los necesitados, en la mejor tradición garcilasiana. Se
registró cierto “populismo”, en original versión andina de algunos aspectos del
despotismo ilustrado europeo.

El cristianismo significaba la vigencia de principios evangélicos para la realización


de los cambios proyectados.

En suma, el Inca anhelaba una utopía, una sociedad justa mediante la conciliación
de intereses extremadamente contrapuestos; esto al menos es lo que se deduce de
la documentación existente, pero resulta imprescindible insistir en que los hechos
insurreccionales no indican necesariamente una absoluta consecuencia con la línea
ideológica.

Del desarrollo de los acontecimientos podría deducirse que Túpac Amaru tenía un
“plan mínimo”, aplicable de inmediato, y un “plan máximo; para ejecutarse una vez
que triunfase el alzamiento.

5
Las diferencias entre los objetivos inmediatos y mediatos del Inca afloran aún con
más claridad tratándose de problemas económicos. Varios de los proyectos
aparecen inicialmente atenuados a causa de la necesidad de sostener el “frente
único” ante España, frente único que obligaba a determinadas conciliaciones con
sectores criollos poderosos.

En cualquier forma, desde un inicio el Inca aplicó una política de cambios radicales
en lo tocante a las castas, los repartos, los obrajes, los tributos, la mita y la
esclavitud de los negros. Diversas posiciones fueron adoptadas por la dirigencia
rebelde en lo relacionado con las tierras, las minas y el comercio. La posición
ideológica queda a menudo borrosa a causa de que, por el violento
desencadenamiento de los hechos, a veces el Inca no tuvo más que aceptar
acciones promovidas por las multitudes sublevadas; fueron así frecuentes las
ocupaciones de tierras, la inundación de minas. En cuanto al comercio, el Inca
sostuvo una línea de protección a los pequeños y media nos comerciantes, sector
con el cual estuvo siempre bastante vinculado.

De todos modos, existen hoy varias limitaciones para conocer a fondo la ideología
del Inca, porque fue mucho más oral que escrita; esto es, los elementos ideológicos
vertebrales constaron más en arengas, proclamas y diálogos que en cartas y textos.
Otra limitación emana del hecho que esa ideología era expresada substancialmente
en quechua, aimara y puquina, y sólo de modo ocasional fue vertida por escrito al
castellano (con las deficiencias que una traducción puede revestir en el ajetreo
insurreccional, no siempre, además, con la versación necesaria). Asimismo, es
conveniente diferenciar lo que el Inca pensaba y reservaba para sí y lo que podía
realmente ejecutar y aun expresar. Actuaba él en medio de una sociedad convulsa
cuya característica esencial era la explotación, pero dentro de una red extremada
mente compleja de razas, clases, culturas, estamentos y sistemas económicos
diferentes. Tenía que ser discreto y hasta reservado. Dirigía un alzamiento dentro
de una sociedad que teniendo numerosos grupos diferenciados en sus
aspiraciones, no resultaba sencillo lograr una ideología coherente que fuese
aceptada unánimente por todos.

A causa de la heterogeneidad social andina, hubo diferenciaciones en la acción: que


llegaron a alcanzar niveles contrapuestos, especialmente si tomamos en
consideración a los líderes radicales, a veces dominantes en ciertas áreas
geográficas. Estos “radicales” fueron de diverso tipo: racistas (querían eliminar
físicamente a todos los que no fuesen indios y de hecho así lo practicaban);
anarquistas (destructores de los medios de producción como venganza colectiva
elemental); y finalmente los comunitaristas, quienes anhelaban una justicia social
inmediata a través del reparto de los bienes, sin con templar la necesidad de las
alianzas sociales que el Inca veía imprescindibles para conducir el proceso de
liberación.

Asimismo, debemos reparar en que cabe diferenciar un tanto la ideología del


propio José Gabriel Túpac Amaru, el Inca, de las ideas reinantes a lo largo de la
revolución y también a lo largo de los territorios que cubrió; no hubo jamás
homogeneidad total y en todo caso percibimos una radicalización social con el
decurso del tiempo entre el 4 de noviembre de 1780 Y junio de 1782, en que los
ejércitos virreinales aplastaron los últimos brotes de la insurrrección.

6
Asimismo, se necesita diferenciar la ideología de Túpac Amaru, la de los grupos
dirigentes y la ideología que en forma rudimentaria esgrimían las masas rebeldes,
campesinos casi en su totalidad.

CAMPAÑAS MILITARES DE TÚPAC AMARU

A fin de ejecutar los proyectos insurrecciónales, el Inca dirigió varias campañas


militares, las que se analizarán sucesivamente en su desenvolvimiento y
proyecciones.

a) La Expedición a Quispicanchis. La captura del Corregidor Arriaga se produjo el


día 4 de noviembre; su ejecución se realizó ello. Durante esos seis días, el Inca
aguardó en vano hechos subversivos o al menos los anuncia dos mensajes de
apoyo que debían serle remitidos desde el Cuzco. Por razones no fácilmente
precisables, ningún documento decisorio llegó a Tungasuca; los confabulados del
Cuzco especialmente los criollos no actuaron en esta oportunidad, a diferencia de
indios, criollos y mestizos de otras áreas geográficas que sí respaldaron el
pronunciamiento.

Como el Inca no podía mantener inmovilizadas sus huestes, en tanto aguardaba el


apoyo de la ciudad del Cuzco dispuso un avance sobre la vecina provincia de
Quispicanchis, rica en tierras y obrajes. Fue una campaña de contenido social más
que militar, dado el multitudinario apoyo que recibió en su marcha, dedicándose a
proclamar la sublevación, así como a ejecutar diversos actos que todos sentían de
justicia social, tales como demoler obrajes y repartir determinados bienes a los
pobladores de esa circunscripción, así como a sus propios soldados y capitanes.

El Inca tomó Pomacanchis; ocupó luego Quiquijana y Parapuquio. Entre tanto, el


Corregidor de la provincia huía al Cuzco y daba la noticia del alzamiento. En torno
a la sublevación nada se había sabido en las esferas virreinales de la ciudad a causa
del sigilo absoluto con que había procedido el jefe rebelde.

El Inca retornó a Tungasuca una vez ocupada militarmente casi toda la provincia
quispicanchina. En su aldea -capital procedió a decretar la libertad de los esclavos
negros que fuesen de propiedad de españoles, siempre y cuando se incorporasen al
ejército insurreccional l. Por esos días, según cálculos de testigos que pueden
juzgarse bastante seguros, el ejército del Inca sumaba unos cuatro mil indios y
unos mil mestizos 2.

El 15 remitió un mensaje amistoso a todos los del Cuzco; no tuvo respuesta. A


pesar de los éxitos seguía la falta de informaciones concretas en torno a la marcha
de la conjura en esa ciudad y vino así la segunda espera de Tungasuca, calma breve
que se rompió al recibirse noticias del veloz avance de una expedición virreinal
cuzqueña. En realidad, la Junta de Guerra había procedido con celeridad a
organizar la resistencia. Hubo que actuar de inmediato en la corte del Inca porque
el enemigo se hallaba ya a medio camino, por la vía de Sangarara.

El Inca decidió adelantarse a fin de cortar la ofensiva que casi tocaba a las puertas
de sus cacicazgos. Para esta finalidad llevó consigo toda la gen te armada que logró
acopiar y según algunas versiones (las de la Junta de Guerra del Cuzco,
particularmente), esas mesnadas llegaron a sumar unas veinte mil personas. En

7
verdad, fueron mucho menos, pero eso sí el pode río nuevo del Inca se habría de
notar con la presencia de “algunos mestizos que manejaban fusiles y escopetas” 3.

Retrocedamos unos días con el objeto de analizar la partida de la expedición


virreinal organizada por la Junta de Guerra del Cuzco.

BATALLA DE SANGARARA

Al recibirse en el Cuzco la noticia del alzamiento de Túpac Amaru cundieron varias


versiones, algunas de las cuales no eximían al Obispo Juan Manuel de Moscoso de
ser animador o cómplice de lo sucedido con el Corregidor Arriaga. En cualquier
forma que hubiese sido, los virreinales más recalcitrantes no juzgaron el
movimiento del Inca tan fuerte como para no aplastarlo con rapidez. Para tal fin, la
Junta de Guerra de la ciudad dispuso la formación de un cuerpo de más de
ochocientos soldados, entre españoles, criollos, mestizos e indios, dirigidos estos
últimos por el cacique Sahuaraura.

Equipadas las huestes virreinales con fusiles, sables y lanzas, el ejército salió del
Cuzco llevando por jefe a Fernando Cabrera, el Corregidor de Quispicanchis; entre
otros oficiales iba el español Tiburcio Landa, de nombradía en la región. En un
principio, no se creyó prudente tan precipitada expedición, temiéndose que la
fuerza de los rebeldes fuese mayor de lo que algunos sostenían, criterio que incluso
prevalecía en algunos de la Junta de Guerra. Predominó el parecer de “la mayor
parte de los oficiales de aquel batallón que llevados de la ardentía de sus genios, o del
deseo de gloria, o lo que es más persuasible, de la justa indignación que causaba la
altivez nunca vista de aquel Indio, apresuraron su marcha y se apostaron en el
pueblo de Sangarara, que está cinco leguas distante del de Tungasuca y distante del
Cuzco como veinte” 4.

Al atardecer del día 17, mientras los virreinales se adueñaban del lugar, Túpac
Amaru con hábil estratagema fingía alejarse de la comarca. Hubo quienes recelaron
de la maniobra y así Tiburcio Landa propuso que la fuerza militar principal se
aposentase en un morro cercano, que dominaba el sitio, pero primó el concepto del
Corregidor Cabrera quien encontró plausible guarecerse en la iglesia y su
cementerio, cuyos muros pensaba podrían ser utilizados como valla ante cualquier
ataque sorpresivo 5.

En las primeras horas del día 18 de noviembre de ese año de 1780, las fuerzas del
Inca, que no se habían distanciado mucho, retornaron al lugar, guiadas bajo buena
luna.

El inicio de la batalla ha quedado descrito por un testigo que llegó el día anterior,
como chasqui, a las alturas de Sangarara, donde “se vio detenido por unos indios
guardas que había en aquel lugar y se quedó en compañía de ellos hasta las cuatro
de la mañana poco más o menos y al rayar el día fueron bajando al dicho pueblo de
Sangarara en compañía de los citados indios que le impidieron el paso aquella
noche y vio que Túpac Amaro se le apareció en un caballo blanco acompañado de
gente y que pegó fuego a la casa de un cacique de aquel lugar y que dio unos gritos
a los que se juntaron en breve rato una multitud de indios que cercaron la tropa
española”6.

8
Los rebeldes rodearon el cementerio, cuyo muro en efecto, podría haber servido de
trinchera a los virreinales, de haber sido más cautos. Pero sucedió que al descubrir
éstos el avance, cundió el pánico, refugiándose todos en la iglesia, con tanta prisa
que algunos murieron pisoteados. Desde allí, desconcertados, enviaron un
emisario donde el Inca, quien a todas sus propuestas sólo respondió que saliesen
del lugar los criollos y los mestizos, a quienes no se proponía causar ningún daño.
La petición provocó encendidos debates, pues muchos de los mestizos presentes
pretendieron acogerse al perdón; en uso del rigor militar, algunos de ellos fueron
victimados de inmediato por los jefes virreinales, apoyados en su actitud tanto por
los demás oficia les españoles como por los oficiales criollos cuzqueños. Cometidos
algunos excesos de violencia dentro de la iglesia, el propio cura de Sangarara,
según se afirma, envió un mensaje secreto al caudillo quechua demandándole que
castigara esos sacrílegos desacatos. Como contestación, Túpac Amaro le pidió que
consumiera las hostias y salvase los ornamentos sagrados, dando a en tender que
atacaría el templo porque los virreinales lo habían convertido en fortín.

El combate empezó con una pedrea de los atacantes, mientras los fu sileros
mestizos iniciaban un graneado fuego. De bala o de piedra murieron entonces
Landa, Cabrera y otros jefes, tras combatir hasta el final, aún heridos. Mientras
tanto, otros más caían acribillados sin conseguir el uso del cañón que tenían en la
iglesia, porque resultó difícil de manejar en el breve espacio del templo. Luego
hubo de producirse el incendio que dio inicio a la debacle virreinal.

El Inca siempre rechazó que hubiese mandado quemar el templo y por ello habría
de escribir, dando su versión del combate: “[...] los caballeros que vinieron andaron
hechos unos bárbaros, porque habiéndose introducido estos en la iglesia, iniciaron la
guerra de allí y tiraron un cañonazo del cual mataron seis indios en el cementerio. Yo
llevaba ánimo de que nadie pereciese, por lo que escribí una carta dirigida a los
criollos que alli estaban y oyendo esto los chapetones [españoles] quitando la vida a
varios, estando el Santísimo Sacramento descubierto fue la causa de que el cura de
esa doctrina cogió a nuestro Amo y se salió fuera con él; Y quiso Dios que la misma
pólvora que introdujeron adentro prendió fuego a la iglesia y la consumó”7.

Propagado el fuego, la resistencia se fue haciendo imposible: “se vieron todos con el
estrecho de perecer al fuego, al humo, a los golpes de viga y fragmentos de la
techumbre y retablos que las llamas iban consumiendo o salir a experimentar una
inevitable muerte a manos de los que los obligaban a pasar por golpes contusiones,
heridas con cuchillos, palos, piedras, mazas y clavas”. Fue tal el estrago dice otro
documento que “con excepción de algunos indios y mestizos que se pasaron a los
contrarios y un Español que revestido de sacerdote escapó la vida mediante este
arbitrio, todos los demás quedaron sacrificados”. Especialmente violentas fueron las
refriegas junto al atrio de la iglesia.

Terminó sangrientamente aquel encuentro, pues como expresaría el Obispo


Moscoso se “redujo a cenizas a cuantos no perdonó la espada o la piedra” en las diez
horas que duró el combate 8. Tal acabó la expedición que el mismo prelado
calificara de “imprudente, precipitada, temeraria”.

La alta cantidad de bajas virreinales también se explica por el hecho que,


concentrada la defensa en un solo punto, el atrio, allí disparaban balas y piedras
todos los atacantes. Asimismo, no debió influir poco el hecho que ese pequeño

9
ejército había sido traído a marchas forzadas por las punas y el día anterior la
tropa nada había comido.

De la expedición virreinal, pues, casi todos perecieron: más de setecientos según el


Obispo del Cusco 9. Quizá los caídos fueron menos, porque algunos indios
virreinales lograrían huir en medio del desorden; otros, heridos, tal vez salvarían.
Una investigación antropológica dirigida por la Universidad del Cuzco contó
quinientos sesentisiete esqueletos en un lugar vecino a Sangarara; cadáveres
cubiertos con enormes piedras y cuyo fin había permanecido ignorado hasta esa
fecha 10. Entre esos cuerpos estaría el del cacique virreinal Sahuaraura, quien
murió combatiendo.

Las bajas tupacamaristas no llegaron ni a veinte; el botín de guerra consistió en


dos cañoncillos y cierto número de fusiles y de sables.

Pero Sangarara, con ser victoria tan rotunda, tuvo un marco decepcionante para el
Inca, puesto que sólo dieciséis de los que habían allí combatido eran españoles; el
resto de esa fuerza se había constituido con criollos, con mestizos y con indios 11;
todo lo cual significaba el fracaso de los con jurados del Cuzco y también el hecho
que su mensaje integrista unir a todos los peruanos bajo las banderas de la
revolución mucho distaba de haber encontrado un gran eco 12.

Quizá por esa razón, una semana después, el 26 de noviembre, el Inca expidió el
edicto para Lampa, donde tras referirse a los españoles que habían pagado en
Sangarara “su audacia y atrevimiento”) decía lo que sigue: “[...] sintiendo se les siga
ningún perjuicio, sino que vivamos como herma nos y congregados en un cuerpo
destruyendo a los europeos”.

Pero ese anhelado “cuerpo” social jamás se logró formar, pues no obstante el
énfasis pan peruano del Inca, los criollos y los españoles del Cuzco se unieron aún
más entre sí al conocerse el desastre de Sangarara.

Entre tanto, en las filas rebeldes muchos opinaban por la conveniencia de marchar
de inmediato sobre el Cuzco; el Inca, con prudencia, no lo hizo. El asunto ha
merecido innumerables comentarios posteriores, que la historio grafía recoge a
menudo con cierta ligereza. Por constituir tema estrictamente militar, conviene un
análisis situacional de esos mediados de noviembre de 1780.

CAUSAS POR LAS CUALES EL INCA NO MARCHÓ SOBRE EL CUZCO

Las causas por las cuales José Gabriel Túpac Amaru no marchó sobre el Cuzco en
noviembre de 1780, ha sido asunto bastante desdeñado, habiéndo se repetido, sin
estudios mayores, que se trató de un error militar. En efecto se ha dicho
incesantemente que fue una equivocación del gran jefe Inca. En realidad, el tema es
extremadamente complejo, como que tiene que ver con los objetivos
programáticos de la sublevación, con la ideología del Inca y con la conformación
social heterogénea del Perú del siglo XVIII.

Por eso, antes que nada surge una pregunta, ¿Qué quiso ser Túpac Amaru? ¿El
libertador del Cuzco o su conquistador? La respuesta brota clara. Obviamente él
aspiraba a ser el libertador de la antigua capital de los incas, sus antepasados, la
urbe colonial de mayor fama después de Lima. Por esa razón -querer libertar y no

10
conquistar- fue que, retractándose la enorme mayoría de sus aliados criollos y
mestizos de la ciudad, no se lanzó, a sangre y fuego sobre tan gran reducto andino.
Era empresa que veía sumamente riesgosa dentro de las imprevistas condiciones
de un probable rompimiento del frente insurreccional anti español.

Si militarmente atacar el Cuzco constituía una acción en extremo difícil la juzgar


por los recursos con los cuales contaba, ideológicamente la empresa resultaba
inaceptable: habría significado la ruptura de su teoría del “cuerpo” de Estado, de
unión de todos los peruanos, Sin odios ni divisiones raciales. Por último quemar el
Cuzco como algunos le proponían, era la negación misma de su lucha libertadora.
Más aún: en el difícil caso que ganase la batalla, ganaba un Cuzco destruido y en
consecuencia perdía al resto del Perú, perdía América. Al respecto debemos
recordar que cautelas y razones parecidas guiaron : medio siglo después a San
Martín para no intentar la toma de Lima a cañonazos, tras sus desembarcos en
Paracas y Huaura, y tuvo que apelar a toda su autoridad para contener a fogosos
lugartenientes como Lord Cochrane, que demandaban cada día el ataque patriota a
la capital.

San Martín, con sagacidad, prefirió que madurasen los intentos conspirativos en el
interior de Lima, y fue así como a la postre ingresó triunfante en una ciudad a la
cual una lucha entre los dos ejércitos habría reducido a cenizas. La escasa y dudosa
simpatía o indiferencia de buena parte de los criollos limeños hacia San Martín se
habría tomado en rencor de haber procedido el Libertador con violencia.

Habría peligrado así el objetivo de San Martín: la libertad del Pero. El caso de
Túpac Amaru frente al Cuzco en noviembre de 1780 no es - valga un ejemplo - el de
Aníbal frente a Roma, cuando el cartaginés, por exceso de prudencia, vaciló ante
una ciudad que le era definitiva y decidida mente enemiga, irreconciliablemente
adversa y a la cual, por tanto, no cabía sino destruir. El caso de Túpac Amaru es
más bien el de San Martín ante Lima entre setiembre de 1820 y julio de 1821; mes
éste en que recién pudo ingresar a la capital del Virreinato, como pacífico
vencedor.

Pero una “quinta columna” patriota, como la que ayudó a San Martín en el interior
de Lima en 1821 no existió en el Cuzco de 1780; mejor dicho, a mediados de
noviembre se había desintegrado. Los conjurados criollos, casi todos, desertaron a
causa de la radicalización de las tendencias autonomistas de la sublevación, de las
indudables aspiraciones personales del Inca (a quien seguramente habían pensado
manejar), y de la rápida acentuación de las medidas sociales rebeldes respecto a
tierras, obrajes, minas y esclavos. Además, numerosos confabulados habían caído
presos; otros vacilaban; muchos fueron los que traicionaron abiertamente al
movimiento. Por otro lado, la Junta de Guerra procedió en esos días a ejecutar sin
dilación al des tacado cacique Bernardo Tambohuacso de Písac, quien estaba preso
a causa de una anterior revuelta y también murió Quispe Tito, el sedicioso. Por
último cabe indicar que los indios nobles de la ciudad habían sido
precautoriamente “acuartelados”.

La oposición al Inca fue mayor entre los criollos más pudientes del ;Cuzco también
a causa del vigor tumultuario y reivindicativo que iba cobrando el alzamiento, al
sumársele multitudes de quechuas que le otorgaron un respaldo incitante y
vertiginoso que tal vez nadie pensó en un inicio, ni el propio caudillo.

11
En suma, los conjurados no cumplieron con lo pactado y menos con abrirle las
puertas del Cuzco mediante motines internos que curacas adictos iban a promover;
estos últimos, incluso, habían sido apresados en forma discrecional, como vimos.

Por último, el propio combate de Sangarara, por haberse librado en un templo,


contribuyó a dispersar a ciertos núcleos de partidarios de Túpac Amaru, por
razones de índole religiosa.

Tal la verdadera situación del Cuzco a mediados de noviembre, a las dos semanas
del estallido de la sublevación. Evidentemente, dentro de tales condiciones, en caso
de decidir la toma de la ciudad, el Inca no habría tenido otro camino de movilizar
grandes masas de la región y asaltarla sangrienta mente, destrozarla. Los saqueos,
además, habrían venido inevitables; también las matanzas de criollos, de mestizos
y hasta de indios realistas sin, que esto garantizara un éxito militar, la captura de la
plaza.

Toda esa violencia habría estado muy lejos de los planes pan peruanos y
continentales de Túpac Amaru y su grupo, creyentes de un Perú integrado en un
frente multinacional y policlasista. La destrucción del Cuzco en caso que venciera
abría un mal principio para una revolución dirigida por un cuzqueño que aspiraba
a gobernar un nuevo Perú, parte de una América nueva.

Sabiendo que era imposible o inconveniente tomar la ciudad en condiciones tan


adversas, TúpacAmaru orientó su ofensiva hacia la región que en el Incario se
denominó el Contisuyo. Hubo de alcanzar los más óptimos resulta dos, llevando
después la guerra al propio virreinato de Río de la Plata, al Collasuyu.

Podemos entonces clasificar en dos grandes grupos las razones que .llevaron a
Túpac Amaru a no intentar un ataque al Cuzco tras la victoria que alcanzó en
Sangarara. Por un lado, están las causas inherentes a la ciudad misma, a los
conjurados que ya debían haberse pronunciado en esos mediados de noviembre.
Por otra parte, se hallan las razones externas, tanto militares como de otro orden.

Entre las causas que emanaron desde la ciudad del Cuzco para frenar al Inca,
estuvieron: a) la ejecución del gran cacique rebelde Tambohuacso y la misteriosa
muerte de Quispe Tito; b) el apresamiento de lnquill Tupa y otros caciques
conjurados; c) la vacilación de importantes confabulados como los Ugarte y los
Palacios, al igual que otros criollos encumbrados; q) las ofertas de reformas
virreinales que extinguirían deudas, mitas, obrajes, pongajes y otras cargas que
pesaban sobre los indios; e) la notable acción bélica y organizativa de la Junta de
Guerra del Cuzco preparando la defensa de la ciudad; f) la indiferencia de la mayor
parte de los mestizos; g) la concentración de todos los esclavos de las haciendas en
la ciudad; h)la traición delatoria del cacique Sahuaraura; e i) la orientación general
de los sectores dominantes y medios del Cuzco que en variados aspectos tenían
una vigorosa herencia española. Cuzco era además la urbe con mayor número de
criollos en el Perú, después de Lima.

En cuanto a las razones generales, ajenas al Cuzco mismo, preponderantemente


podemos citar las motivaciones sureñas. Entre las más positivas debemos señalar
el apoyo casi unánime dado por los caciques del Sur y por vastos sectores
populares, así como el conocimiento profundo que el Inca tenía de: esas comarcas.

12
Por encima de las “razones sureñas” existían otras. En primer lugar tendríamos
que señalar las de orden militar porque Sangarara no fue el fruto de una ofensiva
planeada con anticipación sino la rápida y brillante reacción de Túpac Amaru ante
el súbito avance del enemigo.

Sangarara, como batalla, ha sido un tanto exagerada en la historiografía, puesto


que los vencidos fueron menos de mil soldados virreinales, indios en su mayor
parte. Otro factor que se debe sopesar es la pequeñez del ejército tupacamarista en
aquel momento y su insuficiencia en potencia de fuego.

De otro lado, Túpac Amaru no confiaba demasiado en la disciplina de buena


proporción de la gente que lo seguía, la cual no se hallaba encuadrada dentro de un
sistema militar propiamente dicho.

y un factor social nada desdeñable fue el escaso respaldo con el cual Túpac Amaru
contaba en esos días iniciales: apenas un puñado de aldeas de Puno y dos villas
sobre el río Vilcanota; difícil era, por tanto, abrir guerra contra el Cuzco con tan
precarias reservas humanas y materiales,

Por último, habría que considerar un factor trascendental, cual fue el de la vigorosa
oposición de la mayoría de los caciques de los alrededores del Cuzco, entre los
cuales se hallaban algunos muy ligados al régimen español como los opulentos
Pumacahua, de Chincheros, y Rosas de Anta. Otros, como los de Paruro, integraban
el frente virreinal muy cohesionados. Precisa mente el Corregidor de Paruro
acababa de organizar a miles de “indios leales”; con ellos pensó reforzar el Cuzco,
pero al final prefirieron defender su provincia de cualquier intento rebelde. y ese
Paruro tendría que ser flanco y retaguardia de Túpac Amaru llegado el caso de una
ofensiva sobre el Cuzco.

La guerra entonces se llevaría hacia el Sur; habría de empezar por las comarcas
que habían constituido el Cuntisuyo incaico.

LA CAMPANA DEL CUNTISUYO

Las proclamas del Inca desencadenaron la sublevación en ese mismo noviembre,


primero hacia el Oeste o sea la antigua Cuntisuyo del Cuzco: Chumbivilcas, Cailloma,
alturas de Chuquibamba, altos de Moquegua y luego se extendería por las alturas
de Arica y Tarapacá. En Velille el Corregidor de Chumbivilcas salvó la vida con la
fuga; luego se pronunciaron Santo Tomás; también Quiñota y luego otros pueblos
de esa extensa provincia. En Pisquicocha el Corregidor alcanzó a juntar algunas
tropas y ahorcó a los mensajeros de Túpac Amaru 13 pero tuvo que huir. El 21 de
noviembre de 1780 prosiguió la incursión de las hucstas revolucionarias, pasando
el Inca “con sus tropas, a los pueblos de Pichigua, Yauri y Copo raque, que aún no
estaban enteramente subordinados” 14. Una vez en Livitaca vencida la resistencia
virreinal pudo escribir a Tungasuca: “ahora ya me va bien “. De allí pasó a Velille
donde el 27 confiscó los tributos reales para la causa rebeldes.

Desde Cailloma circunscripción arequipeña, el Corregidor de Chumbivilcas


intentaba resistir, razón por la cual Túpac Amaru decidió invadirla. Entretanto el
Inca procedía a hacer justicia en los obrajes de Ocaruma y en los chorrillos de
Sahuasahua y de Puquicocha. A los pocos días Cailloma fue tomada por las
vanguardias rebeldes 16 Y se avanzó entonces en esa dirección abriendo guerra

13
con rumbo a la ciudad de Arequipa, pero sin dar combate casi, gracias al amplio
respaldo colectivo.

Estando en marcha esta ofensiva sobre zonas arequipeñas) el Inca escribió a un


cacique de las vecindades de la ciudad del Misti “exponiéndole la empresa que había
comenzado y pidiéndole que uniese sus armas” 17.

Desde un principio el Inca había tenido en mente subvertir tierras arequipeñas y


en ellas encendió la insurrección a través de un grupo de muleros: “pasando unos
arrieros de Chuquibamba les dio carteles y cartas para aquella provincia,
noticiándoles de sus sucesos e intenciones y que prendieran al Corregidor o lo
matasen” 18.

El proyecto arequipeño cuadraba con una estrategia trazada de antemano. Fray


Juan de Dios Pacheco, que estuvo en Tinta en los días iniciales del alzamiento,
declararía que en aquel lugar “oyó también allí de los que se llamaban confidentes
del Cacique Tupa Amaru, y de su mujer que la gente de esta ciudad de Arequipa, era
la que menos cuidado le daba, respecto de que habiendo padecido cierto movimiento,
está esperando el golpe, de que para escapar precisamente se habían de acoger a la
protección de Tupa Amaru, y así siempre contaba con Arequipa” 19.

La confianza del Inca en Arequipa era notoria y por eso envió a los arequipeños
una fraternal proclama. Quizá en ese momento al igual de lo sucedido en el Cuzco),
flaquearon algunos criollos confabulados. Estos eran al pie del Misti mucho menos
que los que se agruparon en la antigua capital incaica, pero aún no podemos
determinar la causa por la cual el ejército revolucionario suspendió la ofensiva,
especialmente si se considera que la ciudad se hallaba: “sin cañones ni pedreros” 20.
Ahora bien; el silencio total de los documentos rebeldes en torno a un sobrino
arequipeño del Inca, el enigmático Casimiro Túpac Amaru, puede hacemos
sospechar de alna situación conflictiva en los más altos mandos de la insurrección.

Respecto al avance del Inca sobre Arequipa no se debe dejar de lado que un
Regidor de esta ciudad, Francisco Rivero, pariente del Obispo del Cuzco, Juan
Manuel de Moscoso, fue acusado después de ser cómplice de la sublevación 21.

Quizá la causa decisiva de la suspensión del avance sobre Arequipa fue la


belicosidad española en el Collao, porque en Velille, el 27 de noviembre, el Inca se
informó que avanzaban contra él fuerzas virreinales de Lampa y Azángaro. Se hizo
necesario un cambio en las operaciones y ordenó entonces a Micaela Bastidas que
“mande poner toda la gente en el cerro de Chullocani hasta que yo regrese, porque
siempre pasaré a Laya a poner atajo en el tránsito” 22; le pedía también, para
enfrentar esta nueva emergencia, 25 fusileros mestizos y criollos que debían
marchar a la misma región.

Regresando el Inca del camino de Cailloma, el 29 de noviembre decidió la, ofensiva


sobre Lampa y otras tierras más allá del nudo de Vilcanota 23. Lo haría con apenas
mil quinientos hombres escogidos 24.

Entre tanto, la rebelión se propagaba siendo las cumbres de la cordillera occidental


y hasta en la distante Tarapacá un cacique, Julián Ayles, le dio apoyo tras recibir
cartas del Inca contra los tributos y la esclavitud y aun en Atacama hubo pueblo
tomado por rebeldes 25.

14
Las razones del Inca para optar por una ofensiva sobre el Titicaca fueron sensatas.
En síntesis, se podría expresar que las condiciones del Collao eran harto más
favorables para una ampliación del alzamiento. Diego Verdejo, Comandante
General del Ejército en la región, era collavino, natural de Macarí, lugar próximo,
donde se había organizado minuciosamente la subversión. Por otro lado, el Inca
conocía a fondo la región altiplánica a causa de sus múltiples travesías de arrieraje,
llevando lanas de Lampa y Ayaviri a los obrajes cuzqueños de Quispicanchis;
asimismo en Carabaya contaba con mucha influencia como dueño que era de
cocales en Ayapata de Sangabán; y allí no sólo estaba actuando Damián Apaza 26,
sino que aun indios ricos se habían plegado al movimiento, apoyando “al Inca”.
Emisarios de tierras carabaínas estaban ya en viaje a Tungasuca para demandar
participación 27; chasquis secretos llegaban de Azángaro a Chumbivilcas
informando sobre los preparativos sediciosos que se habían iniciado con el edicto
Túpac Amaro a Lampa el 15 de noviembre. Misivas similares venían de Juliaca y
otros lugares collavinos donde el Inca poseía numerosas relaciones y enlaces. Por
último, Julián Apaza futuro Túpac Catari le habría asegurado que tomaría La Paz y
Sorata, allende el Titicaca; y los hermanos Catari seguían la brega en la distante
Chayanta.

Toda esta situación contrastaba con el silencio del Cuzco; se carecía totalmente de
informaciones sobre esta ciudad, donde el frente indio criollo se había quebrado;
donde muchos de los conjurados criollos defeccionaban al contemplar el giro social
que adoptaba el movimiento y donde los caciques confabulados se hallaban presos.
Igualmente, de Arequipa y de Chuquibamba nada concreto se conocía. La mejor
opción estratégica era la del Titicaca.

Naturalmente, no faltaban circunstancias negativas, pero ellas también


estimulaban al Inca a marchar al altiplano. Eran ellas las rivalidades entre
quechuas y aymaras; las pugnas sordas con Tomás Catari, quien aspiraba también
a ser Rey; el racismo de varios de los caciques conjurados, especial mente de los
armaras; y la tenaz oposición de varios caciques ricos de la comarca, tal como
sucedía con los Choquehuanca y los Guarachi.

LA CAMPANA DEL ALTIPLANO: AZANGARO, LAMPA y AYAVIRI

La campaña de Túpac Amaro en Puno debe denominarse Invasión del Virreinato


del Río de la Plata, dado que por esos años el límite de aquella gran circunscripción
con el Virreinato del Perú pasaba por La Raya.

El primer anuncio del ataque lo efectuó el Inca en Checa, aldea próxima al lago de
Langui, desde donde dispuso la concentración de sus tropas en los Altos de
Pongoña y ordenó que con urgencia se le remitiera un cañón desde Tungasuca 28.
La decisión fue definitivamente adoptada el 29 de noviembre, citando a la gente de
guerra desde Coporaque, villa cuzqueña de jalcas no distantes del lugar por donde
iba a irrumpir sobre el enemigo del Collao.

En esta oportunidad, el llamamiento del Inca a la guerra insurreccional enfatizaba


aún más la lucha contra las autoridades, especialmente de Azángaro y de
Carabaya,con miras a “destruir a los chapetones”, esto es a los españoles 29.

15
Al momento de iniciar la ofensiva como bien anotó el enemigo Túpac Amaro no
contaba con gran número de fuerzas; eran máximo unos “tres mil indios y mestizos
en tres divisiones” 30; pero era gente de toda su confianza, con una organización
militar aceptable y con cierta proporción de criollos en los altos mandos; además,
los combatientes fueron dotados de: algunas armas de fuego. : El ataque se produjo
el día 4 31. El primer punto ocupado fue Macarí desde donde las tres divisiones de
Túpac Amaro pasaron a tomar distintos objetivos para converger luego en la
estancia de Chuquibamba. La exitosa irrupción desmoronó la defensa virreinal,
provocando consternación en las autoridades, las cuales replegaron sus
dispositivos. Ese mismo día se había ejecutado en Lampa a Simón Noguera por
conspirador, pero este hecho lejos de amedrentar a los conjurados parecía
haberlos animado más. Los in formes son unánimes en el sentido que todos los
indios y gran parte de los mestizos mostraban proclividad al alzamiento.

Al deshacerse la resistencia virreinal, todavía el cura de Ayaviri trató de resistir y


hasta hizo cavar “una trinchera en la plaza” 32, pero tuvo que retirarse con sus
pocos seguidores ante la arremetida del Inca, quien como toda respuesta a sus
arrestos bélicos le había advertido que “lo esperase a la puerta de la Iglesia, con
palio, capa de coro, incensario y agua bendita como correspondía a su persona” 33,
ante lo cual aquel sacerdote virreinal “ sólo atinó a huir. El día 6 el Inca ocupaba
tan importante ciudad ganadera 34. Una vez en Ayaviri, Túpac Amaro revistó sus
fuerzas; “inmediatamente puso fuego a la cárcel, y “varias estancias de los vecinos”
fueron ocupadas, procediéndose seguramente a dar la tierra a labriegos y pastores.
Luego “dirigió su marcha a Pucará [donde] ejecutó las mismas exacciones”, según
versión virreinal 35.

Frente al Inca se emplazó entonces el Corregidor de Lampa con sus milicias. Las
versiones sobre la actitud del Corregidor de Lampa resultan contradictorias; según
unos alcanzó a formar un ejército de mil ochocientos criollos y mestizos con
cientos de armas de fuego 36, lo cual es muy improbable. Según otros, la gente
reclutada quechua y armara casi toda saboteaba las armas y se dispersaba al
menor descuido. Lo seguro es que el Corregidor huyó al poco tiempo, dejando
desguarnecida su provincia, la que recibió a Túpac Amaro entre aclamaciones.

Luego marchó “a la otra provincia (Lampa) con un sinnúmero de gente” y pudo


informar a los suyos que “todo será como Chumbivilcas”, vale decir, un paseo
triunfal 37. En ese avance tomó varios pueblos más 38, como el de Cabanillas. “El
día 9 entró a Lampa, Capital de la Provincia de este nombre, don de había bastante
gente de lustre y caudal. Asoló la Cárcel, y casas de Cabildos: saqueó todas las demás
y despachó sus gentes a las Haciendas y Minera les de los Europeos a saber Barrios,
Cosio, Goyeneche, Alvizuri, y a los del criollo Tobar, las que arruinaron destruyendo
sus trapiches y almacenes, llevando cuanta pella y efectos encontraron.

“Los vecinos de Lampa habían custodiado en la Iglesia, y otros entierros muchos


caudales en moneda, plata labrada y alhajas; pero de todo se apoderó porque le
daban avisos ciertos, y derechamente iba a los lugares del depósito a sacarlo, con lo
cual dejó asolado este pueblo. Nombró por su Justicia mayor al cacique Pacoricona, y
le dio orden de quitar la vida a todo chapetón que encontrase: y que los criollos que
habían huido, procurase arrestarlos, y enviarlos a su presencia en cualquiera paraje
en que se hallase.

16
“Desde Lampa siguió el traidor para la Provincia de Azángaro, entrán dose como por
su Casa, y recibiéndole los Pueblos como a su Soberano. Llegó a la Capital de esta
Provincia, y executó los mismos destrozos que en Lampa, arrasando el día 13 todos
los ganados de las Estancias; pero con más particularidad las que pertenecían al
Cacique Dn Diego Chuquiguanca, y a su hijo D. Joséf Y sus hermanos que eran las más
considerables de la Provincia, en venganza de .haber manifestado a su Corregidor la
cana que le escribió para que le prendiese, cuya fidelidad se la cobró bien el traidor,
pues no hubo descendiente suyo alguno que no pélsase a cuchillo. En todas estas
doctrinas y pueblos practicó el rebelde lo mismo en orden al incendio de las Cárceles,
y al nombramiento de Justicia Mayor, y Caciques, aparentando su conducta con el
especioso pretexto de que su ánimo sólo era extinguir Repaitimientos, Mitas de
minerales y Aduanas, para engaflar con este velo de su ambición a los Indios
incautos, que también por su genio propeno al robo han dado lugar a la seducción,
viéndose a tiro de saquear: Estancias y Haciendas, como lo han hecho, en muchas de
las que han arruinado en el Colla o, donde hubo día en que no bastaron cuatro mil
cabezas del ganado ovejuno para saciar las tropas rebeldes” 39.

Tal como se aprecia, aun dentro del reaccionario lenguaje de los documentos
oficiales, la campaña de Túpac Amaro en el Collao resultó un éxito fulgurante. No
sólo se deshizo a los contingentes del ejército virreinal, sino que se desarticuló la
organización social hispánica basada en la explotación de quechuas y armaras en
haciendas, minas y obrajes. La situación de los virreinales no pudo ser salvada esa
vez con los alertas dados por Leandro Sahuaraura (hermano del cacique y del
presbítero) ni con el apoyo incondicional brindado por algunos opulentos caciques
collavinos como los Choquehuanca.

Fue una “guerra relámpago”; por eso el Inca adoptó la decisión que su joven hijo
Hipólito lo representase en La Paz, ciudad donde se preparaba un levantamiento
de magnitud 40.

Hasta ese momento, el plan bélico se ejecutaba satisfactoriamente y con la


ocupación de Azángaro el Inca había asegurado su retaguardia: el camino a Cuzco
ya no podría serle interrumpido. No obstante, .cuando vacilaba entre avanzar
sobre Huancané o sobre Juliaca, dispuso un viraje político militar que fue el error
decisivo de la sublevación. En efecto, dice una relación colonial que “estando en
Azángaro recibió unos pliegos de su Corte de Tungasuca, para donde regresó
aceleradamente, dejando en aquel pueblo por Justicia Mayor al cacique de Juliaca
nombrado Juan Cabuapasa” 41 .

Enorme yerro estratégico fue dar la vuelta sobre el Cuzco. Cediendo ante la opinión
de diversos consejeros epistolares, el Inca se inclinó, quizá contra su fuero íntimo,
a volver riendas con la finalidad de iniciar un ataque sobre la metrópoli andina. Era
maniobra del todo inconveniente, pero resulta necesario aclarar que se veía
asediado por constantes llamamientos instándole a ejecutar ese plan. Los
formulaban personas que en la Corte de Tungasuca creían ver en el Cuzco el
objetivo inmediato de la revolución; y lo peor para el Inca era que en Tungasuca ya
habían tomado medidas, precipitadamente. Los de esta Corte no podían entender
que las condiciones subjetivas no se habían dado para un ataque de los rebeldes
en una ciudad que, en el fondo, era el gran bastión hispánico andino.

17
El Inca cedió entonces ante los argumentos de los más apasionados de sus
colaboradores, que dejaban de lado anteriores razonamientos estratégicos;
también debió pesar en el ánimo de Túpac Amaru el fulgor del Cuzco y el
entusiasmo derivado de las recientes victorias altiplánicas, pero quizá lo que más
impulsó el viraje fue el giro adoptado en la Corte de Tungasuca, donde en su
ausencia se había dispuesto levas de tropas, nombramientos militares y hasta
avances de huestes. Urgido por tan preocupantes hechos, tomó el camino del
Norte, con destino a las “provincias altas”.

Es probable que entonces los caciques quechuas y armaras del Collao le pidieran
que continuase al frente de las operaciones sobre e Lago Titicaca, pero más
pesaron quienes lo atraían con el señuelo del Cuzco, quien sabe si con informes
veraces. No se excluye que considerase fácil tarea culminar la guerra del altiplano a
través de sus valerosos lugartenientes.

Sea como fuere, la decisión constituyó un error: el Inca no debió dar la orden de
marchar sobre el Cuzco porque aún no había recibido la aprobación de los
conjurados en el interior de la ciudad y marcadamente la de los partidarios criollos
que se mantenían fieles. Puesto que eran éstos quienes ejercían allí la mayor valía a
romper la doctrina del cuerpo de Estado que lo venía guiando.

Peor todavía, la apertura de la campaña sobre el Cuzco significaba abrir un


segundo frente; profundo yerro estratégico.

Es un enemigo del Inca, J. R. Sahuaraura, quien más se solaza con este error
irreparable. Actor y testigo de los hechos de la rebelión, en su crónica habría de
comparar malignamente aquella decisión con lo ocurrido en el mito griego con
Semele ante Júpiter: “presentóse el insurgente a la más hermosa Semele, el Cusco, y
con el cetro en la mano de su vanidad pretendió asemejarse a Júpiter, mas le sucedió
lo contrario, porque su propia acción de presentarse fue acción propia de su ruina”
42. Sahuaraura, que vivió lo que escribía, conoció todos esos sucesos muchísimo
más que modernos analistas que pretenden que el Inca debió tomar el Cuzco desde
un primer momento. Al contrario, la perdición de Túpac Amaro estuvo en haber
accedido a las demandas de quienes, desconociendo la realidad, instigaban en pro
de un avance inmediato, valiéndose del natural ardor de muchos caciques y
coroneles, quienes imaginaban, un fácil triunfo. No se recordaba que ya Manco II,
en 536, había fracasado en asaltar la ciudad y que la causa de ese fracaso, que se
repetía en aquellos días de 780, no había sido otra que el apoyo recibido por los
españoles de parte de miles de indios.

Entre tanto, en la Corte de Tungasuca Micaela Bastidas y otros jefes J rebeldes,


entre ellos Diego Cristóbal Túpac Amaro, aceleraban en demasía los preparativos
para la campaña sobre Cuzco y se dieron tanta prisa que descuidaron una
adecuada selección en los cuadros directivos, error que en breve habría de ser fatal
para el movimiento. Fue así como en el avance a lo largo del río Vilcanota se vio
jefes inspirados por odiosidad racista.

En Azángaro, al momento de adoptar la decisión de retornar a tierras cuzqueñas, el


Inca no debió dejar de percibir que su ausencia empezaba a resultar grave vistas
las muchas iniciativas que se tomaban en Tungasuca, sin los aprestos
indispensables; así podía verse que muchos eran los sectores que se

18
descontrolaban, especialmente entre campesinos y pastores quechuas, que tendían
a arrasar con cuanto había adelante. Así estaba ocurriendo con gente de las zonas
de Catca, Ocongate y varias de Paucartambo en las que, a juzgar por los jefes que
tenían, autonominados, éstos proseguirían arrasando cuanto estuviese a su
alcance, en una equivocada lucha contra criollos y mestizos 43. Asimismo, es de
presumirse que en el torrente insurreccional de aquellos días se sumasen no pocos
delincuentes, dado que las cárceles habían sido demolidas por los rebeldes al igual
que los obrajes (que en parte funcionaban con penados) y no todos los que allí
habían estado presos era gente de buena ley; igualmente debe contemplarse que
en esos años eran numerosas las partidas de bandoleros que venían asolando
tierras surandinas desde tiempo atrás, a causa del recrudecimiento de la miseria.
Algunas de esas bandas alcanzaron resonancia regional y, a no dudarlo, sus
integrantes se fueron unos con los rebeldes y otros con los virreinales, cada grupo
bus cando su mejor beneficio en el desorden que toda conmoción social provoca.
En suma, los hechos se precipitaban y no había más que tratar de encauzarlos,
dado que no era posible contenerlos. En Tungasuca, ante la con junción de
problemas, la propia Micaela Bastidas le había escrito al Inca: tú puedes disponer
estas cosas mejor, viniéndote presto 44.

Las órdenes de concentración para avanzar sobre el Cuzco habían empezado a


repartirse desde el 5 cuando menos y no nos consta que Túpac Amaru aprobase
esas fechas. En cualquier forma, confirmado el retorno del Inca se acordó un
masivo acuartelamiento en Tungasuca y alrededores, operativo que terminó el 9
de diciembre 45.

Para el 20 el comando había dispuesto el corte de los puentes de Quiquijana, Urcos


Caicai, Písac, Lamay, Calca, Urubamba 46 y otros más, pero la orden quedó limitada
temporalmente al control de esos pasos fluviales, vital medida para el avance hacia
el Norte.

Entre tanto, arreciarían las guerras en el altiplano puneño. Divididas las fuerzas
rebeldes, el Corregidor de Puno, el criollo Joaquín de Orellana, improvisó una
desesperada defensa, atrincherando la ciudad. Luego pasó a la ofensiva sobre los
insurgentes, librándose varios combates, el más sangriento de los cuales fue el de
Mananchili, victoria virreinal sobre los caudillos Ingaricona y Sanca, a mediados de
diciembre de aquel año de 780.

Revisemos ahora la campaña del Inca sobre la ciudad del Cuzco y su estrategia
ofensiva.

LOS SUCESOS DE CALCA Y PISAC

Mientras Túpac Amaru adoptaba los dispositivos convenientes para el avance del
ejército, llegaron las primeras noticias sobre los excesos cometidos en Calca y
otros pueblos de la cuenca del Urubamba. Espantosas escenas habían tenido por
escenario ciudades ubicadas a corta distancia del Cuzco. Indios quechuas
especialmente de Catca, Ocongate y Caicai que se habían autoproclamado
coroneles y capitanes dispusieron matanzas de criollos, de españoles, de mestizos,
de negros, de zambos, de mulatos y hasta de indios e indias que tuviesen alguna
relación con españoles y criollos. Ancianos y niños de ambos sexos fueron
masacrados sin piedad; con las mujeres españolas, criollas, mestizas y mulatas se

19
llegó a excesos inenarrables. Por último, los ornamentos del culto religioso fueron
profanados, se bebió sangre humana en los cálices y muchos fueron los cadáveres
vejados en los propios altares. Esos grupos fueron luego repelidos en acción bélica
conjunta por los coroneles Pumacahua y Lobatón.

Sin los horrores de Calca, Urubamba, Písac y otros pueblos vecinos al Cuzco, no se
habría producido la cohesión de esta ciudad contra Túpac Amaru; sin los desmanes
racistas de varios lugartenientes del Inca, tal vez habría triunfado la sublevación. El
primer acto racista ocurrió poco después de Sangarara, en la persona del cacique
de Rondocán, Félix Olarte, mestizo claro que, no obstante haber peleado a favor de
la causa rebelde, acabó masacrado. Los temores en el Cuzco eran muchos y un
sacerdote, el indio cronista R.J. Sahuaraura, hubo de escribir que si los
tupacamaristas “llegan a ganar el Cuzco, no queda blanco con vida”. El Cuzco no lo
olvidemos era la ciudad con más criollos en todos los Andes del continente. Sobre
las matanzas y violaciones de Calca se puede consultar, entre otras referencias
documentales de la época, Melchor de Paz, I, 278-280 y 328; Sahuaraura, 342,370;
Informe del Cabildo del Cuzco, 116; Combreta, I, 433; CDIP, 2do, 382; documento
de Cornejo, 201 etc. Las matanzas no diferenciaron edades, ni sexo, ni raza. Las
violaciones a veces no exceptuaron ni a las indias unidas a criollos o mestizos.
Cuando urgentemente despachó el Inca a Diego Cristóbal para frenar los desmanes,
era ya demasiado tarde. No se excluye que entre los autores de excesos estuviesen
delincuentes antes con finados en las cárceles y en los obrajes que se había
demolido.

A fin de contener el avance de Pumachua y de proclamar la auténtica doctrina de la


insurrección, habría de ser enviado después Diego Cristóbal Túpac Amaro, desde
Urcos.

LA ACCIÓN DE LA JUNTA VIRREINAL EN EL CUZCO

La Junta de Guerra del Cuzco mostró una notable capacidad de organización y de


disuasión. Trazó varios frentes de acción: político, religioso, económico y,
naturalmente, militar. En lo político, los virreinales acordaron una serie de
reformas sociales que a la postre resultarían ficticias, pero en aquella coyuntura
bastaron para neutralizar y aun atraer a quechuas vacilantes; entre esas
disposiciones estuvieron la entrega de tierras a los indios pobres, la exoneración
de tributos en zonas afectadas por la rebelión y la suspensión de los odiados
repartos 47. Paralelamente, la Junta dispuso medidas represivas diversas, desde el
ajusticiamiento de líderes como el cacique Tambohuasco hasta la prisión de
dirigentes como Inquiltupa y de cien tos de sospechosos. Cárceles improvisadas se
repletaron con gente del Cuzco y de otros lugares 48.

Igualmente, la Junta procedió al amedrentamiento de posibles conjurados criollos,


como José Palacios. En el mismo marco de acciones políticas debe contemplarse la
campaña psicológica, desenvuelta durante la última quincena de 1780, destinada a
difundir y exagerar los excesos cometidos por varios capitanes de Túpac Amaro en
la cercana Calca, donde como vimos se masacró españoles y criollos, sin distinción
de sexo y no se perdonó a mestizos ni negros y ni siquiera a indios virreinales. Tal
obró la Junta con el objetivo de conseguir la formación de lo que podríamos llamar
un “frente único de clases y razas” bajo el control de los partidarios del orden
virreinal, tarea en la que justo es reconocerlo se alcanzó éxito absoluto.

20
A nivel económico se dispusieron medidas urgentes como el impuesto del 50% a
las utilidades, con el objeto de aplicarlo a la defensa de la urbe. Asimismo, se
organizó una red de transportes de mulas y llamas destinadas a permitir el normal
abastecimiento de la ciudad ante la inminencia del cerco. La tarea resultó cumplida
a pesar de las miles de personas que habían bus cado refugio en la ciudad; veinte
mil según algunos cálculos tal vez exagerados 49.

A nivel religioso se adoptaron otras medidas contra los rebeldes. La excomunión


de Túpac Amaru y de todos quienes le dieran apoyo o sustento fue la más
importante decisión, la cual -conviene remarcarlo -fue dictada por el Obispo
Moscoso con una demora que los españoles criticaron I acerbamente. Quizá para
compensar el mal efecto de esta demora, el Obispo -verdadero jefe de la ciudad-
donó una fuerte suma para la defensa y organizó militarmente a los curas que tenía
bajo su control. Asimismo, dispuso procesiones y un ayuno de tres días a fines de
diciembre cuando ya estaban desplegándose las huestas de Túpac Amaro en el
camino a los altos de Ocororo 50.

A nivel militar, la Junta de Guerra procedió en tres campos: organización de


milicias, fabricación de armas y erección de baluartes. Utilizando los pocos
militares de carrera que vivían en la ciudad, los que se refugiaron desde lugares
vecinos, los que vinieron en refuerzo de Abancay y los doscientos cincuenta
criollos y mestizos de Andahuaylas traídos por Manuel de Villalta 51, se consiguió
formar unidades combativas por castas y gremios, des tacando las de los
comerciantes, la de los indios nobles, la de los 200 religiosos que encabezaba el
propio Obispo y que comandaba el Deán de la Catedral, la de los jóvenes nobles
criollos cuzqueños, las de lugares como Anta, con su fidelísimo cacique Rosas y los
bravos Chincheros al mando del cacique Pumacahua.

La fabricación y recolección de armas fue otro objetivo de la Junta. Se fundieron


cañones pedreros, se hicieron rejones, se fabricó pólvora; asimismo se hizo balas y
hasta granadas, hechos todos que el Cabildo habría de recordar con orgullo en 784,
en un famoso informe 52. Unos doscientos fusiles de diverso tipo esgrimían los
defensores de la ciudad a fines de diciembre, así como varios cañones
rudimentarios. En total sumaban varios miles de soldados con algunos cuerpos
bien disciplinados.

La tarea de preparar defensas no fue descuidada y así se cavaron trincheras con


sus fosos; asimismo, se colocó traviesas en las calles que dan entrada a la plaza. La
Junta hasta pensó en convertir a la ciudad en virtual fortaleza, a fin de librar una
lucha calle por calle, puesto que dio órdenes para que todos los vecinos “recogiesen
a sus casas muchas piedras y las tuviesen en sus balcones y ventanas” 5 3.

Desde un ángulo estrictamente militar, lo más notable en aquellas semanas fue la


acción de Chita. A unas dos leguas de la ciudad, en la pampa de ese nombre,
empezaron a congregarse muchos indios el 2 de diciembre. Se trataba de gente de
parroquias populares cuzqueñas, de hombres venidos de Taray y esto resultaba lo
más peligroso de algunos indios conectados con Túpac Amaru que habían logrado
cruzar las crecidas aguas del río Urubamba. No eran sino unos seiscientos, pero a
juzgar por lo ocurrido, se trataba de individuos dispuestos a todo. El propio
Moscoso, al informar sobre el suceso diría que” ya hemos visto que muchos indios de
las parroquias subalternas levantaron armas para debelamos y perpetrar los

21
latrocinios. Se juntaron en multitud confusa en la Pampa de Chita, legua y media
distante de esta ciudad 54.

Al lugar se envió a un jefe criollo, el comandante Francisco de Laysequilla, quien


aplastó crudamente el intento subversivo 55 el día 22, esto es al día siguiente de
iniciado. En verdad, nos parece que éste fue un movimiento de algunos de los
caciques de la ciudad del Cuzco el cual abortó porque los hechos se precipitaron
sin mayor concierto. Tras la matanza de los rebeldes por soldados de la Compañía
de Comercio y del Regimiento de Andahuay las, tomaron las cabezas de algunos
líderes y emprendieron regreso al Cuzco mientras muchos de los vencidos se
remontaban fugitivos a los cerros. Varios de los presos serían ahorcados al día
siguiente en el Cuzco y exhibidos sus cuerpos, mientras las cabezas de otros
rebeldes eran clavadas en lanzas; muestra de la decisión virreinal de mantener el
orden a cualquier precio.

La Junta dispuso otras medidas complementarias como vigilar el estratégico


puente del río Apurímac y la realización de colectas 56.

Por esos días, la Junta de Guerra, el Cabildo, el Obispo y diversos vecinos también
enviaron cartas hacia la costa urgiendo a José de Areche y luego a su vanguardia
encabezada por el Coronel Gabriel de Avilés que acelera sen las marchas porque se
percibía inminente un avance de los tupacamaristas. Luego, acercándose la
Navidad, el Obispado dispuso precautoriamente la suspensión de las ceremonias
religiosas que conforme la tradición se realizaban de noche en todas las iglesias; se
acordó también la formación de cuadros de serenos y vigilantes a fin de evitar
sorpresas internas 57.

La situación en el Cuzco se fue tornando extremadamente difícil el mes de


diciembre, sobre todo en la segunda quincena, merced a la lentitud con que
avanzaban las tropas de refuerzo procedentes de Lima, a la anunciada ofensiva de
Túpac Amaro, a las rivalidades entre criollos y españoles y al aislamiento casi total
de la ciudad. Informaciones precisas indicaban, además que la sedición se
propagaba hacia el Sur, por el altiplano. Todos los días se recibían noticias sobre
nuevos alzamientos en pueblos, comunidades y estancias de las vecindades
sureñas, pero se desplegaban notorios esfuerzos y la situación que dejaba mucho
que desear al estallar el levantamiento, había mejorado. La -Junta muy criticada
entonces -cumplió no obstante con su deber.

La defensa del Cuzco recibió un sostén incomparable el 1º de enero de 1782 con el


arribo de la vanguardia de las columnas de Lima, que venían a marchas forzadas
por Guamanga. Eran doscientos negros y mulatos libres voluntarios, bajo el mando
del Coronel español Gabriel de Avilés. Traían doce mil cartuchos, cuatrocientos
fusiles y quinientas espadas. Los acompañaban un cortejo de gente recogida en el
camino.

Como resultaba natural con este socorro cobró aliento este vecindario; así lo
expresaría el Vecino del Cuzco en famoso escrito.

Los refuerzos de los negros y mulatos limeños, sumados a los núcleos organizados
en el Cuzco dieron un total de tres mil soldados defensores de la plaza en esos días

22
decisivos, tal como lo especificó el propio Cabildo 58 sumándose también diversas
unidades indígenas con muchas tropas más.

A la llegada de Avilés, le cedió el mando militar el Mayor Manuel de Villalta,


Corregidor de Andahuaylas, quien había venido ejerciendo la jefatura militar de la
plaza; el control político de la ciudad se mantuvo en manos del Corregidor
Fernando Inclán, en medio de no pocas desavenencias. De Comandante del Cuartel
de la ciudad siguió el Mayor Joaquín Valcárcel.

No obstante la llegada del español Avilés, el verdadero líder de la ciudad era un


criollo, el Obispo Moscoso, quien fue aclamado más de una vez en las calles
cusqueñas y pasó a comandar directamente sus brigadas de curas armados.” Me
metí de soldado sin dejar de ser Obispo” 59 habría de expresar más tarde este
controvertido personaje, jamás exento de sospechas sobre ocultas tendencias
subversivas.

Tal era la situación en el Cuzco cuando las avanzadas virreinales informaban que
las enormes huestas de Túpac Amaro, quizá setenta mil entre sol dados, auxiliares
y mujeres, acampaban en las punas de Ocororo el 3 de enero de 1781.
Retrocedamos ahora unos días a fin de estudiar el avance del Inca.

LA CAMPAÑA DEL CUZCO

Desde Azángaro, el Inca retornó al punto de partida de Tungasuca siguiendo la


misma vía por la cual inició su campaña al Collao, siempre en la ruta de las punas.
Meditaría en el camino en torno a lo irreversible de hechos consumados, pensando
además que -como suele ocurrir en política -existe distancia entre lo ideado y las
realidades. Fue recién en Pomacanchis donde se juntó con Micaela Bastidas. Iban
seguidos ambos de sus respectivos contingentes, aunque los del propio Inca venían
bastante mermados por haber tenido que dejar gran parte de sus mejores huestes
en tierras puneñas, a fin de proseguir las campañas contra el Corregidor Joaquín de
Orellana, que seguía atrincherado en la ciudad de Puno. Allá en el altiplano
quedaban muchos de sus mejores hombres, como Diego Verdejo, Pedro Vilcapaza,
Andrés Ingaricona y Nicolás Sanca.

El nuevo ejército tupacamarista marchó luego a Sangarará donde Túpac Amaru


pasó “revista general de sus tropas”. Era el día de Navidad de 1780; en sus
proclamas debió informar que dos días atrás había remitido un Bando a la ciudad
de Arequipa, arengándola para que iniciase acciones revolucionarias 60, mensaje
que hizo creer a algunos que en realidad pensaba reiniciar la campaña del
Cuntisuyu, por la vía de Chumbivilcas, Cailloma y Chuquibamba.

Aprobando una directiva anteriormente concertada, el Inca dispuso una


concentración en Quiquijana 61, sitio en donde se congregarían también los
indisciplinados grupos que bajaban de la cordillera de la otra banda del río
Vilcanota, todo lo cual se efectuó sin mayores tropiezos el día 26. Para entonces,
por su cuenta, sin concierto, otra vez se habían adelantado, con meta en Calca y
Urubamba, grandes contingentes venidos desordenada mente de Catca, Ocongate y
otros parajes.

En Quiquijana revistó Túpac Amaru a sus huestes y no debió dejar de notar que al
lado de sus escasas unidades militarmente conformadas sólo contaba con

23
muchedumbres de hombres y mujeres que iban a la guerra en pos de vindicación y
no pocos de botín, forma rudimentaria de la justicia social. Como sabemos, él
anhelaba justicia por otras vías, pero confiando en que los jefes que tenía
nombrados contuviesen cualquier desborde, impartió la orden de avanzar. Aguas
abajo, en Urcos, dispuso que un brazo del ejército avanzase siguiendo la cuenca del
Urubamba, bajo el comando de Diego Cristóbal, su primo hermano y principal
lugarteniente. El proyecto de sitiar el Cuzco requería tener el control de aquel río y
de sus poblaciones aledañas y desde esa región debía Diego Cristóbal “entrar al
Cuzco por la Caja de Agua, por la Fortaleza” 62. Y mientras llegaban nuevas
versiones sobre tropelías cometidas por anárquicas vanguardias rebeldes en Calca
y otros pueblos, Túpac Amaru, con el grueso del ejército avanzó por Andahuaylas a
Yanacocha de Ocororo, a sólo tres leguas del Cuzco. Entre tanto, a fin de compensar
su ausencia del altiplano, envió un cálido mensaje a la distante Chichas, enorme
provincia quechua altoperuana lindante con Tucumán, lista a levantarse contra
España; mensaje similar envió a la fiel Azángaro.

LA BATALLA POR EL CUZCO

Los sucesos de Calca ocurridos dos semanas antes vinieron a confirmar que a
muchos de los seguidores de la sublevación los impulsaba sólo un afán de
venganza y actuaban cegados por la ira acumulada durante más de dos siglos de
explotación y desprecio.

Por esta razón, desde un ángulo militar, toda la gente insurgente que marchaba con
el Inca no era confiable por falta de disciplina; peor aún, sus acciones resultaban
contraproducentes. Por sus chasquis secretos, el Inca, sabía que como
consecuencia de la masacre de Calca y por temor a que se produjera una matanza
semejante en el propio Cuzco, la gente de esta ciudad se unió como un puño. Ante
los horrores exagerados por las autoridades en calles y plazas poco significó para
prestigiar la revolución, el restablecimiento del orden en varias zonas calqueñas a
fines de diciembre por las disciplinadas huestes de Diego Cristóbal Túpac Amaru y
de Felipe Bermúdez.

Túpac Amaru, el Inca, debió comprender, frente a la ciudad más importante de los
Andes, la enorme responsabilidad que tenía entre manos. Mucho maldeciría al
traidor cacique Sahuaraura que al delatar en noviembre a los curacas cuzqueños
complicados en la conjura, frustró la toma incruenta de la ciudad 63.

En esa marcha de acercamiento al Cuzco el Inca se informó de que los refugiados


de Calca, Urubamba, Písac y otros lados, se hallaban entre los más activos
defensores de la ciudad; todos, sin distinción de clases ni de colores, se hablan
coaligado contra la rebelión y los esfuerzos de unos pocos que permanecían leales
nada pudieron hacer para cambiar la situación. Muchos indios de los arrabales
cuzqueños pudieron haber actuado, pero habían perdido a sus jefes nativos; de
éstos, unos estaban presos, otros habían sido i ejecutados, y muchos defeccionaron
y finalmente hubo traición de varios de ellos, tras la matanza de Chita El 2 de enero
del nuevo año de 1781 la situación se agravó cuando una vanguardia
tupacamarista fue destrozada por sorpresa en Saylla por tropas virreinales de
caballería comandadas por Joaquín Valcárcel, pereciendo allí casi todos los
integrantes de aquel contingente rebelde.

24
Dada la belicosidad mostrada por el Cuzco virreinal, el Inca siguió bregando por
una solución pacífica. Sin duda era guiado por la convicción de salvar el Cuzco, de
evitarla efusión de, sangre peruana en una guerra fratricida, de consolidar el
principio doctrinario de “cuerpo de Estado”. Impulsado por estas motivaciones, el
3 envió un ultimátum desde los Altos de Ocororo, apenas a tres leguas de la ciudad.

Las exigencias del Inca en aquel día fueron cinco 1 ) Supresión total de
Corregimientos; 2) Abolición total de los Repartos Mercantiles (facultad de los
Corregidores); 3) Que en cada provincia baya un Alcalde Mayor de la nación indiana
y otras personas de buena conciencia, con sueldo; 4) Creación de una Real
Audiencia en el Cuzco; 5) Que esta Audiencia fuese presidida por un Virrey,

Este era un “plan mínimo”, el conjunto momentáneo de exigencias. Un plan por


ahora, como el propio Inca lo señaló en el documento remitido. Asimismo, el oficio
dirigido al Cabildo contenía en su párrafo último un discreto reconocimiento al Rey
de España, juego político segura mente encuadrado dentro de la línea estratégica
de volver a contar con cierto sector criollo reformista.

Los párrafos conciliatorios, no obstante, no deben hacemos olvidar el carácter


conminatorio del oficio: envío mis embajadores para que en mucha quietud me
entreguen esa ciudad y no me den lugar a tomarla por las fuerza, porque entonces
entraré a sangre y fuego 64; pero en verdad tal como se deduce de otros
documentos del Inca, era una maniobra psicológico pues jamás pensó en ejecutar
acción de tal naturaleza.

El mismo día el Inca remitió al Obispo del Cuzco un oficio que puede ser calificado
de cordial. Conociendo la influencia de que gozaba el prelado en esferas criollas, se
propuso seguramente consolidar relaciones, pero Moscoso rechazó de plano el
contenido de la misiva; ni siquiera la contestó.

Fue entonces que el Inca se decidió a avanzar, pero dejando en Ocororo la mitad de
la gente que tenía como retaguardia. Con ella se quedó Micaela. Bastidas;
probablemente esta multitud era la más radicalizada, la que menos confianza
ofrecía por su indisciplina o por su radicalismo racial. La marcha fue por la ruta de
Cayra a tambor batiente y banderas desplegadas. Así, por los cerros, se asomó a la
vista de la ciudad. Entre tanto, el Inca recibía noticias de las dificultades de Diego
Cristóbal, quien no conseguía cruzar el río Urubamba por la resistencia indo-
española y lo crecido de las aguas.

En el cerro Puquín habría de producirse un choque armado. El día 6 el jefe


virreinal Manuel Campero dio orden de avanzar a veinticinco mulatos limeños
para enfrentar a las avanzadas tupacamaristas. Pronto descendió de los cerros una
multitud de rebeldes y a garrotazos y pedradas mataron a diecisiete de ellos; los
demás huyeron hacia el Cuzco 65. El propio jefe de la t unidad virreinal pereció en
el encuentro, todo lo cual fue ruidosamente festejado por los insurrectos; no
faltaron luego algunos excesos con los cadáveres de los negros, explicable el hecho
por la marcada rivalidad que separaba a estas dos razas peruanas.

En el Cuzco muchos fueron los que responsabilizaron al coronel Manuel Campero


por la derrota virreinal en Puquín y a Gabriel de Avilés por no haber cuidado mejor
a sus soldados negros.

25
Sólo el arroyo del Chunchullmay separa el cerro Puquín del cerro, Piccho,
importante posición estratégica que contra diversos accesos el camino a la rica
pampa de Anta. Los esfuerzos de Tupac Amaru se encaminarían a conquistarlo,
pero antes decidió efectuar una demostración de fuerza con la finalidad de obtener
una rendición de la ciudad. Así, el 7 realizó un gran desfile por los cerros
circundantes del Cuzco, desde donde desplegó su poderosa artillería disparando al
aire muchas andanadas, con ánimo intimidatorio.

Pero la ciudad no se rindió; ni Túpac Amaru atacó. Todo indica que el Inca seguía
esperando la rendición o un viraje del sector criollo que se le había apartado;
consta que algunos mensajes secretos se intercambiaron entre él y varios
personajes cuzqueños; pero lo grave era que la mayoría de las tropas rebeldes
pedía no sólo el ataque, también el incendio y ,el saqueo. Los escasos cuadros
tupacamaristas militarmente disciplinados eran cada hora menos capaces de
controlar la turbulencia.

De todos modos, las acciones en el cerro Piccho fueron las de mayor importancia
en el ataque al Cuzco. Empezaron cuando vista la firme actitud de la ciudad, Túpac
Amaru decidió un ablandamiento artillero de la mayor magnitud. Al respecto
conviene recordar que aun cuando débil en número de fusiles, el ejército rebelde
contaba con una buena cantidad de cañones y no menos de doce piezas estaban
ubicadas en los alrededores del Cuzco.

I iniciado el cañoneo, los de la ciudad respondieron con muy pocas piezas,


notándose al decir de los virreinales que en el tiempo “que se tiraba uno de los
nuestros correspondia la artillería del enemigo con doce” 66, lo cual también resulta
explicable por la propia posición de la ciudad, que hallándose abajo en el Huatanay
resultaba sitio poco propicio para tiros de elevación sobre los altos cerros
circundantes. Para colmo de los defensores, uno de los cañones mejor ubicados de
los pocos que se tenían salió de su cureña y acabó inutilizado por el resto del día, 0
cual pareció riesgoso porque en esos momentos “empezó el indio a hacer fuego con
el vigor que se pudiera practicar entre la gente más culta de Europa” 67.

Pero no resultó lesivo este cañoneo para los sitiados, por la razón que el jefe de la
artillería, Juan Antonio de Figueroa, desviaba adrede los tiros, apuntando alto a fin
de no causar daño al Cuzco 68. Sin conocer esta traición Túpac Amaru disponía el
avance de una fracción de su numerosa infantería, colocando fusileros mestizos
por delante; era algo más de las diez de la mañana de ese 8 de enero.

Pero las cargas de esta infantería escogida tampoco resultaron eficaces, dado que
los fusiles se encontraban saboteados; el mismo Figueroa que actuaba también
como armero había torcido las llaves de las armas 69. Frustrado este avance
militar, de haber querido el Inca arrasar a ciudad habría lanzado a sus masas al
asalto; una sangrienta batalla, de dudosos resultados, se hubiera producido
entonces. No lo hizo.

Por eso en las laderas y altos del cerro Piccho habrían de actuar so lamente las
disciplinadas vanguardias de Túpac Amaru, chocando con los efectivos de
Francisco Laysequilla, el vencedor de Chita, quien amparado en sus cuarenta
fusileros contaba también con el respaldo de los mil indios quechuas del cacique

26
Rosas de Anta y las brigadas igualmente quechuas de Pumacahua, el cacique de
Chincheros.

Dice un documento colonial contemporáneo que “a las once presentó el rebelde la


batalla con todo el rigor de su fuerza y de primera instancia tuvo desalojado al dicho
Laysequilla, pero este oficial volviendo por su honor, animó a su gente con un
vigoroso fuego hasta la una del día en que el rebelde volvió con más empeño y lo puso
en estado de volverlo a desalojar, pero no lo consiguió” 70.

La suerte del combate parecía indecisa, cuando ocurrieron hechos extraños. Al


solicitar Laysequilla refuerzos no se los remitieron, no obstan te hallarse herido. Al
respecto, denunció un jefe virreinal que “retardaron nuestros jefes el auxilio con
repetición pedido por los oficiales encargados de la custodia del puesto y
especialmente por don Francisco Laysequilla” 71. Aún más, en medio del combate,
entre las balas, el Obispo subió hasta cerca de Piccho, según se dijo con ánimo de
tratar con Túpac Amaru; entre tanto, cundía la desorganización en el cuartel
general virreinal con órdenes y contra órdenes.

Tal vez los jefes máximos de los dos bandos, el Inca y el Obispo, buscaban alguna
fórmula secreta de negociación; ganar tiempo quizá. Al menos, Túpac Amaru no
quiso emplearse a fondo ese día y por eso la batalla “no fue decisiva ni sangrienta,
por haber combatido ambos batallones en alguna distancia y altura, quebrada de
por medio, a que ninguno de los partidos quiso bajar por no dejar a los enemigos sitio
superior” 72.

Por estas razones, las pérdidas de los contendientes no resultaron elevadas.


Escribió el Obispo Moscoso que “concluyóse esta acción al anoche cercon once
muertos enemigos y cuarenta de los nuestros, quedando heridos más de cien de que
pereció la mayor parte” 73.

Y aun cuando las cifras pudieran variar un tanto (sobre todo si se tiene en cuenta
que los tupacamaristas recogieron casi todos sus muertos, que debieron ser
muchos más) no se altera la idea esencial: no hubo batalla a fon do por el Cuzco.

Un refuerzo virreinal dado por Pumacahua con su tropa quechua (exactamente por
el lugar donde el Inca esperaba que llegaría Diego Cristóbal con sus hombres) fue
un factor decepcionante para los rebeldes; peor resultó ese día la aproximación de
varios miles de indios virreinales procedentes de Paruro, que al colocarse a
retaguardia de los atacantes estuvieron a punto de cercarlos convirtiéndolos de
sitiador en sitiados.

Da la impresión que algunos mandos militares del Cuzco guardaban todavía cierta
ligazón secreta con Túpac Amaru; de otra suerte no se explica que hiciesen entrar a
la ciudad a los parureños, oportunidad que aprovechó el Inca para replegarse
aquella noche tras debatir la situación con sus coman dos.

Conocida la orden de retirada el 9 al amanecer, muchos miles de rebeldes


desertaron. Entre tanto, el Inca hacía llegar otro mensaje al Cabildo del Cuzco,
pidiendo nuevamente la rendición de la plaza. Reproducimos este texto porque es
muy revelador de los agudos conflictos que soportaba Túpac Amaru al frente de
sus huestes:

27
“Muy Ilte. Cabildo. Sin embargo de que con fecha de 3 del que corre expuse a V.S.S.
mi deseo propenso siempre a evitar las muertes, destrozos, e incendios de Casas, que
no se pueden evitar, si la Guerra defensiva sigue por mi parte. Ayer 8 del mismo ha
viéndose adelantado esta tropa con el ardor que acostumbra, fueron ganando
terreno sin hacer ofensa, hasta que la tropa de esa Ciudad declaró la invasión
ofensiva. Las funestas consecuencias que es preciso se sigan, me obligan a
representar a V.S.S. me veo precisado, a ponerle a la vista me instan mis Indios a
que les conceda permiso para entrar en esa Ciudad a saco. Si así sucede, quedará
arruinada y convertida en cenizas, y sus Habitantes en pabeza, que es la intención
que les he penetrado, pues me ofrecen entregarla a mi disposición, y que por
compensativo solo esperan a poblarla ellos mismos sin permitir otro vecindario.

Persuadiéranse V.S.S. que esta expresión la dicta el temor, pero no es así, porque
tengo a mis órdenes innumerable gente que sólo esperan la que les diese para
cumplir lo que promete. Prevéngalo así a V.S.S. para que estén en inteligencia de
que mi ánimo deliberado es que no se cause hostilidad a ninguno, y que esos
Naturales y Vecindario están impuestos en lo contrario por personas que debían
informarlos de la verdad, mayormente cuan do nunca me he acomodado a las
resoluciones atentadas de esta gente, la que anhela a la consumación de su idea; y
recelo pasen a su execución por aquellos términos que suele dictar la irreflexión.
Para que ante Dios, ni el Rey se me pueda inferior cargo, lo pongo en noticia de
V.S.S. para que por medio del conductor Dn. Francisco Bernales me comuniquen su
deliberación para ajustar las mías a lo que sea más conveniente.

Bien penetrado tengo se habrán hecho críticas reflexiones sobre adelantar el Real
Patrimonio, cesando los Repartimientos por el señalamiento y Alcabala de su
tarifa; pero también estoy impuesto en que los Mestizos y Españoles gustosos
contribuirán a correspondencia de sus fondos aún más cantidad que el rédito de la
tarifa. Es bastante prueba de esta verdad hallarse a mis órdenes sin violencia,
crecido número de ellos, como o tengo representado a los Tribunales que
corresponde. Nuestro Señor guarde a V.S.S. muchos años Altos de Piccho y Enero 9
de 78. B.L.M. de V.S.S. su seguro servidor. Josef Gabriel Túpac Amaru Inca. A los
Señores del Ilte. Cabildo y Ayuntamiento de la gran Ciudad del Cuzco” 74.

El día 10 Túpac Amaru quiso buscar un acuerdo pacífico a la situación señalando


que no había destruido el Cuzco y que, dentro de las nuevas condiciones creadas,
aliviados los criollos cuzqueños, se podría llegar a un arreglo, pero en verdad los
acontecimientos se precipitaron en contra. No sólo en Ocororo la reserva
tupacamarista había sufrido derrota y parcial dispersión ante los contingentes
parureños, sino que nuevas deserciones vinieron a mermar aún más sus propias
filas; se le marchaban todos aquellos que lo habían seguido en pos de las riquezas
de la antigua capital de los Incas.

Ese mismo día Pumacahua y otros jefes virreinales, salidos de la ciudad a


inspeccionar el campo, trabaron combate con desorganizadas retaguardias
rebeldes.

Poco después, desechando ya toda opción de acometer a la gran ciudad, el Inca,


encargó a Diego Cristóbal acentuar el asedio de Paucartambo.

LA REORGANIZACIÓN INSURRECIONAL EN TINTA

28
Buen jinete, Túpac Amaru estuvo en Tinta el día 3; se dedicó a reorganizar sus
huestes adoptando entre otras las siguientes medidas: leva de hombres, tanto de
indios como de mestizos y criollos, con un mensaje especial para estos últimos a
los cuales llamó “compatriotas”, una vez más; aplastamiento de la contra
revolución en Sicuani apresamiento de algunos conspiradores y decreto de pena de
muerte con pérdida de bienes para los desertores; también amuralló Combapata y
atrincheró Tinta.

Contra lo que podía suponerse, el Inca no se quedó en medidas defensivas. A fin de


castigar a los parureños virreinales (vistos como culpables por su ayuda al Cuzco el
8 de enero) envió allí tropas dirigidas por Ramón Pon ce, las que se batirían en
Capi y Collabamba, donde hicieron muchas muertes y estragos, campaña en la: cual
murió peleando el destacado jefe Juan de Dios Valencia; luego el Inca dispuso que
Tomás Parvina pasase al Urubamba, donde alcanzó una resonante victoria sobre
los hermanos Gutiérrez en Písac, apenas equilibrada por los virreinales con la
victoria de Pumacahua en Chahuaitire, donde logró rescatar a los sobrevivientes de
Písac, refugiados en un cerro. No obstante la acción de Parvina no se consiguió
restablecer el contacto con Diego Cristóbal Túpac Amaru, quien seguía amagan do
Paucartambo, al noreste.

De Tinta pasó el Inca al Collao a fin de proseguir la gran campaña que nunca debió
haber abandonado. Pero en esos mediados de enero de 1781 ya no era el hombre
todopoderoso de diciembre del año anterior. Había perdido en el Cuzco mucho de
lo mejor de su gente y había perdido tiempo. En este lapso de menos de dos meses
se habían fortalecido nuevas figuras altiplánicas, particularmente un líder plebeyo,
Julian Apaza, quien mostrando fuertes tendencias autárquicas se aprestaba a sitiar
La Paz; igual mente surgían muchos curacas autonomistas a las orillas del Titicaca.
Por otro lado, Tomás Catari acababa de ser asesinado, pero sus hermanos Dámaso
y Nicolás seguían la guerra en Chayanta, más allá de La Paz. En suma, la
sublevación crecía, pero el poderío del Inca, su conductor, se debilitaba. Y si Oruro
se aprestaba a la rebelión, Puno continuaba resistiendo los ataques
tupacamaristas. Con buen criterio, sin romper el precario equilibrio político de la
región que en conjunto lo favorecía, ecidió abrir una nueva campaña punitiva
sobre Paruro.

CAMPAÑA DE PARURO, COTABAMBAS, ANTABAMBAS Y AYMARAES

Por la vía de Acos -acicazgo de Tomasa Tito Condemayta-el Inca avanzó hacia la
provincia de Paruro, lo hizo con ánimo punitivo 75, dado que - como dijimos fue a
causa de los gruesos contingentes parureños remitidos al Cuzco que esta ciudad
pudo verse libre del asedio.

Cruzando el río Apurímac, el Inca tomó Pillpinto, luego Accha (don de ejecutó a
varios españoles), y más tarde, Omacha. Por el camino de Capacmarca cruzó el río
Santo Tomás y avanzó a regiones pertenecientes al actual Departamento de
Apurímac, pasando por Piti y Maras.

Entre tanto, el Corregidor de Paruro disponía el avance de nuevas fuerzas locales,


ocupando algunas poblaciones al Sur. La incursión virreinal llegó hasta Acopia, a la
cual incendió, pero luego hubo de replegarse ante la reacción de los insurgentes.

29
Como Túpac Amaru había penetrado por el Oeste hasta Chuquibambilla, tuvo que
retroceder con la finalidad de cubrir su retirada, impidiendo que le cortasen el
camino; en aquellos días, la rebelión cundía también en Aymaraes y parece que el
Inca se proponía tomar el puente sobre el río Apurímac, punto básico en la
estrategia de aquel tiempo, paso único por donde habría de cruzar el Mariscal del
Valle con las tropas limeñas de refuerzo.

La campaña resultó un triunfo, a pesar del retroceso final, puesto que las áreas
invadidas quedaron levantadas contra el poder español. Refiriéndose a
Cotabambas, el Obispo del Cuzco escribió el 2 de febrero de 1781 que el Inca
asomó con trescientos y ha juntado tres mil. El éxito se explica también por la
circunstancia que el movimiento rebelde había tomado la forma de pasquines en
Abancay y otros pueblos 76 desde el pasado mes de noviembre; pasquines quizá
recrudecidos en intensidad al levarse hombres para tropas virreinales en Abancay
y Andahuaylas a fin de integrar los contingentes remitidos con urgencia al Cuzco;
resistencia sorda acrecentada luego al paso de las tropas de Gabriel de Avilés, con
la vanguardia negra limeña. Es posible también que a la agitación en estas áreas
contribuyese el rumor sobre el origen abanquino de Micaela Bastidas 77.
Estos días de campaña en Paruro, Cotabambas y la actual Grau, no obstante los
éxitos alcanzados, fueron lapso de meditación. Aun más, fue un momento de graves
desengaños para el Inca. Muchos de sus capitanes especialmente en el altiplano,
contra todas las órdenes recibidas, acentuaron una guerra de razas. Sin duda
empezaba a ser más desbordado que antes por muchedumbres y jefes locales
quechuas, que veían en el racismo (contra blancos, negros, mestizos) una forma
primaria de justicia social, de venganza colectiva. No es del caso narrar aquí las
atrocidades cometidas en pueblos como Chucuito, Yunguyo, Ayaviri, Juli, Pomata,
Tiquina y Tapacari: bastará decir que, como en Calca, el asesinato en masa no
perdonó a las mujeres ni a los niños de la más corta edad. Los altares de las iglesias
quedaron profanados y fue común la violación de todas las mujeres españolas,
criollas y mestizas antes de matarlas; nuevamente se llegó a beber sangre humana
en los cálices sagrados, dentro de los templos. Innumerables niños fueron
arrojados de las torres de las iglesias. Lo que más debió preocupar a Túpac Amaru
sería el hecho que ni aun la ciudad de Oruro controlada al principio por criollos
tupacamaristas había podido evitar lamentables excesos.

El anhelo del Inca de un Perú integrado por todos los nacidos en su suelo viviendo
como en un solo cuerpo, parecía perderse definitivamente. En sus propias
espaldas, no lejos del cuartel general, se produjo una nueva y horrorosa masacre
en Accha, el 20 de febrero 78.

De otro lado, desde el Cuzco había avanzado el Coronel Isidro Guisa sola, el 3, sobre
Yanacocha y Sullomayo, donde se habían reunido contingentes quechuas rebeldes
79.

Pero en esos mediados de febrero el Inca descuidó una mejor concentración de sus
huestes en tierras cuzqueñas. Pese al avance de las fuerzas de Lima bajo el mando
del Mariscal del Valle, siguió preparando un masivo ata que a la gran ciudad de
Sorata, en la actual Bolivia, más allá del Titicaca; asimismo, continuó favoreciendo
la trama del ataque a La Paz con Julián Apaza (futuro Túpac Catari) y mantuvo la
aprobación del levantamiento de Oruro, el que se había producido ello de ese mes.

30
En vez de enviar a Andrés Túpac Amaru, Pedro Vilcapaza y Miguel Bastidas al Alto
Perú, debió con centrarlos en las vecindades de Tinta, a fin de preparar una guerra
defensiva o, en todo caso, iniciar un nuevo ataque. No obstante, para esta actitud
del Inca dispersión de sus tropas pudieron existir razones aún no perceptibles para
el actual estado de las investigaciones históricas. Es probable, por ejemplo, que las
tendencias autonomistas armaras fuesen ya muy considerables en gran parte de
las comarcas altoperuanas, lo cual exigía un control directo; o quizá aún seguía
confiando en una insurgencia indocriolla en el interior de la ciudad del Cuzco.

Igualmente, el Inca tenía huestes combatiendo en el frente de Arequipa (Verdejo


en Cailloma) y en Urubamba (Diego Cristóbal de Písac arriba); existen razones
para creer que una fracción por lo menos de esas tropas pudieron ser
concentradas bajo su mando directo.

En plena campaña de Paruro y Cotabambas llegaron informaciones a los


campamentos tupacamaristas sobre que el grueso de las columnas limeñas de
refuerzo con mucha tropa negra se aproximaban al Cuzco bajo el mando del
Mariscal Joseph del Valle y del Visitador Antonio de Areche (ciudad a la cual
llegarían el 23 de febrero). Como resultado previsible de una ofensiva general
virreinal, el Inca decidió retornar a Tungasuca, la aldea capital, a fin de organizar
la defensa contra las huestes virreinales.

LA CAMPANA DEL VILCANOTA

El Mariscal del Valle y el Visitador Areche llegaron al Cuzco el 24 de marzo y de


inmediato prepararon la gran expedición que debía marchar al Sur contra los
rebeldes. Dice Carlos Daniel Valcárcel que “primero fue aprobado un plan de ataque
a base de cinco columnas. Después se rectificó el acuerdo aprobándose otro de seis,
un cuerpo de reserva y dos destacamentos que en total conformaban unos veintitrés
mil hombres con las tropas dejadas para res guardo del Cuzco”80.

Con la llegada de los refuerzos de Lima, el ejército virreinal del Cuzco sumaba una
cifra descomunal para la América de aquel tiempo. La ofensiva se inició el día 4 de
marzo de ese año, al partir una columna al mando del Coronel Domingo Mamara.
La tropa que quedó de guarnición en el Cuzco se componía de 1,000 hombres a
saber: el regimiento de infantería de milicias de aquella ciudad: una compañía de
pardos de Lima de 100 hombres y otra de los voluntarios de Huamanga de otros
100 hombres.

La conformación étnica era bastante variada, pero siempre con una abrumadora
mayoría quechua en orden de importancia numérica seguían los mestizos, luego
los criollos y por último los españoles, que eran apenas una pequeña minoría; estos
últimos controlaban los tres más altos cargos, siendo criollos casi todos los demás
jefes. Los negros de Lima se hallaban concentrados principalmente en la reserva
que marchaba con el Mariscal del Valle; igual los del Callao. Los caciques, coroneles
Mateo Pumacahua y Nicolás Rosas dirigían las mejores unidades quechuas.

Un meticuloso documento colonial nos da detalles sobre la evolución de estas


columnas virreinales y de la reserva, que era la unidad más importante Dice que
marchó “la primera por Paucartambo, Quispicanchis y Tinta; la segunda por la
quebrada de Quispicanchis; la tercera por los Altos de Ocororo, Quispicanchis, hasta

31
Tungasuca y Tinta; la cuarta por Paruro a Livitaca, Chumbivilcas, Yauri y Coporaque
a Tinta; la quinta por Cotabam bas, Chumbivilcas hasta Livitaca; la sexta por
Paucartambo, alto de Ocongate y puestos de ¿Azorayaste? y el Cuerpo de Reserva por
los Altos de Ocororo” 81 .

Como se aprecia, todos los cuerpos de ejército debían converger sobre Tinta o
zonas aledañas, pero Túpac Amaru no reforzó sus posiciones, no concentró sus
huestes, mantuvo acciones en varios frentes.

Pronto el Inca y el Mariscal del Valle habrían de verse uno contra el otro en las
alturas de Pucacasa. En realidad, las hostilidades se habían iniciado el 19 de marzo
en Yanquepampa, donde Túpac Amaru se había atrincherado en dos cerros Desde
allí, el ejército virreinal fue “atacado con mucho fuego de una y otra parte; logrando
desalojarle se retiró a otro cerro inmediato, lleno de peñasquería y de subida
inaccesible por lo escarpado”; luego de varias escaramuzas por Guatrapa y
Sullomayo, se terminó en las alturas de Pucacasa 82.

PRIMER COMBATE DE PAUCASA

El 20 de marzo se produjo un primer choque entre las fuerzas del Inca 1 y las del
Mariscal,en las frígidas alturas de Pucacasa.

Los rebeldes atacaron por tres lados a toda carrera dando una furiosa gritería”,
conforme lo narró el propio jefe español al describir el encuentro Cuarenta
fusileros negros restablecieron el orden en uno de los flancos virreinales; entre
tanto, nutrido fuego de cañón empezó a diezmar a los tupacamaristas, “que
hubieron de huir precipitados dejando el terreno que pisaron sembrado de
cadáveres”.

Varios jefes trataron de avanzar sobre los rebeldes, pero el Mariscal vio riesgoso el
contrataque y prefirió sostener sus posiciones; no reparó en que los
abastecimientos habían llegado casi a cero; el clima, además, tendía a empeorar.

LA RETIRADA DE PAUCAS

Al amanecer del 22 de marzo, Túpac Amaru pudo haber alcanzado una resonante
victoria sobre la principal columna de las huestes virreinales.

Lo mejor del ejército del Rey, “con toda la pardería” 83, se hallaba acampado en
aquel sitio, donde la altura y el frío habían dejado sentir sus efectos 84.

El Inca planeó un ataque sorpresivo, pero un prisionero que fugó alertó al Mariscal
y así, cuando “a las cuatro de la mañana fueron atacados los “¡, nuestros con fiereza
en medio de la nieve que cubría aquellas serranías [… ] como se hallaban sobre las
armas, recibieron los enemigos una fuerte descarga” 85

Los virreinales conservaron el campo con leves pérdidas, pero no por mucho
tiempo. Al amanecer, el Mariscal tocó retirada “y en este movimiento aún
hubiéramos sido derrotados, a no haber asomado por un lado la columna de don Juan
Manuel Campero, cuya vista contuvo en su acometida al enemigo” 86.

“Hubiéramos llorado el suceso de Sangarara repetido” se lamentaban los jefes


virreinales, retrocediendo 87. Túpac Amaru “estampó en las piedras la cobardía del

32
enemigo” en Pucacasa, escribiría un español tan apasionado como el autor de “La
Verdad Desnuda” 88. Terminado el aprieto, “bajóse nuestro ejército a la quebrada
[del río] de Quiquijana” relata un informe militar 89. Algunos recordarían cómo las
avanzadas de Túpac Amaru lograron apuñalar a cuatro de los cinco centinelas, sin
ser sentidos; el último salvó a todos, disparando su arma 90.

OTROS COMBATES

La retirada de del Valle fue hostilizada desde las alturas, con escaramuzas de
escasa importancia En principio, Túpac Amaru había vencido; consiguió esa
victoria estratégica gracias al uso de las punas, del frío, del medio ambiente rudo,
que no fue soportado por los virreinales, marcadamente por los criollos y mestizos
y menos por los negros de Lima, grueso de las columnas actuantes en Pucacasa.

El 22 los virreinales llegaron a Sullomayo, donde en masa desertaron los


contingentes de Anta, seguramente por continuar la aguda escasez de vituallas
Decidida una nueva retirada se acordó pasar a Urcos, a donde llegaron recién el 25
91.

Por varios días, cinco por lo menos, la tropa estuvo cruzando el mal puente
colgante de Urcos; el 31 hubo una revista general al otro lado del río, y al día
siguiente fue posible tomar Quiquijana, que había sido abandonada por los
tupacamaristas. En vano Campero se había movilizado por las partes altas de esta
villa, porque no hubo defensa digna de consideración 92 en las alturas En cambio,
por el sendero de junto al río sí hubo escaramuzas: “se sufrió en todo el camino
algún fuego de la artillería y fusilería “, aun cuando sin mayores consecuencias por
la ineficacia de quienes manejaban las armas de fuego, poco duchos.

Entre tanto, más atrás, el Visitador Areche avanzaba con lentitud; informado de los
sucesos de Pucacasa había acelerado la marcha, sufriendo un embate en
Pampachulla; allí fue recibido con algunos cañonazos, pero los fusileros de esa
reserva acabaron con la resistencia rebelde 93.

La retirada del Marsical de las alturas de Pucacasa fue acompañada de una masiva
deserción de una elevada fracción de las columnas quechuas que lo apoyaban; se
fueron en masa muchísimos de los indios de Anta, de Paruro y hasta gente tan
disciplinada como la de Pumacahua abandonó parcialmente la campaña, en
desorden.

Esos grupos se dispersaron saqueando cuanto hallaban a su paso; decían a todos


que la campaña virreinal quedaba suspendida; que el Mariscal retornaba al Cuzco
para rehacerse; que el avance se reiniciaría tres meses más tarde.

Túpac Amaru dio crédito a esas versiones, aparentemente ratificadas con la gran
deserción; ante esas consideraciones nuevas, dispuso que el grueso del ejército a
su mando fuese a respaldar a los capitanes que venían combatiendo en los frentes
de Chumbivilcas (Bermúdez y Parvina), Cailloma (Verdejo) y Urubamba (Diego
Cristóbal Túpac Amaru)

Los sucesos de la guerra habrían pronto de desengañarlo El Mariscal del Valle,


rápidamente repuesto de la retirada, decidió reiniciar la ofensiva, esta vez por el
mismo valle del río Vilcanota

33
PROSECUCIONDE LA CAMPAÑA

Si bien todas las columnas virreinales prosiguieron sus operaciones en los


distintos frentes que les habían sido asignados, la principal con la reserva el
Mariscal del Valle con Avilés ejercieron la presión mayor Como vimos, Quiquijana
fue abandonada, limitándose los rebeldes a cortar el puente 94.

Hubo varias refriegas: Llocllora, Motorcancha, Colca, entre otras; en toda la


campaña sobre Tinta se lució el coronel virreinal Pumacahua, quien sólo en
Mitamita perdió a dieciséis de sus deudos en la lucha. Una gravísima escasez de
alimentos y forraje era en esta etapa el principal problema del Inca; una vez más
las multitudes que lo seguían le ocasionaban nuevamente dificultades y no apoyo
real.

BATALLA DE SALCA

La batalla definitiva se libró casi a las orillas del río Salca, afluente de la margen
derecha del Vilcanota, cerca de Cambapata, al Norte.

Según la más autorizada versión virreinal, había unos diez mil rebeldes con una
batería “en la falda de una montaña”. El comando virreinal dispuso una marcha por
el llano que tuvo que superar una altura, bordeándola y un avance de
envolvimiento, por atrás del enemigo, con “una columna reforzada”.

Como casi siempre sucedía, el propio Pumacahua tomó la iniciativa, atacando a


Túpac Amaru, pero “luego que avistaron los rebeldes unas cargas de los indios
[virreinales] de Anta y de Chincheros, que se habían adelantado sin orden, las
atacaron con la mayor intrepidez y osadía”.

Fue entonces cuando “unos caballeros aventureros y los Dragones de Lima y


Carabayllo que llevaban la vanguardia del Ejército [virreinal] salieron a la defensa y
este motivo fue empeñando sucesivamente las demás tropas con el grueso de los
sediciosos y se trabó la acción en que fueron derrotados completamente, dejando en
el campo de batalla un crecido número de cadáveres, sin contar infinitos heridos que
retiraron o se hicieron prisioneros” 95.

La victoria virreinal la decidió un cuerpo de cerca de cuatrocientos hombres tropa


negra probablemente que “acometió con tanto ardor que le deshizo enteramente
haciendo una carnicería que horrorizó a Túpac Amaru, cuyo asombro creció viendo
que le tomaron sus cañones, pertrechos, municipios, equipages […]” 96.

Al Inca lo salvó su coraje y su destreza de arriero en la montura, pues “aun el


mismo José Gabriel Túpac Amaru hubiera quedado [preso] a no I haberse libertado
por la ligereza de uno de sus caballos” En esa bestia “se arrojó a nado por lo más
profundo del río [ Vilcanota ], donde estuvo muy cerca de ser sumergido en las aguas
y de acabar en ellas su vida” 97. Desde allí tomó camino para las punas de Laya y
Langui, sabiendo imposible toda resistencia en el río Vilcanota. En Combapata
apenas que daba sustento para dos días Pero algunos grupos de rebeldes
decidieron efectuar un último esfuerzo, contraviniendo órdenes superiores.

ENCUENTRO DE COMBAPATA

34
A menos de una legua al norte de Tinta los tupacamaristas habían erigido una
muralla en Combapata, artillándola precariamente, a fin de contener el avance
virreinal. Lo débil de la estructura (adobe, piedra, cactus) hizo que aquel 23 de
marzo la lucha fuera fácil para los virreinales.

Al principio no pareció tal, porque de lejos resultaba imposible observar la


deleznable conformación del muro; menos aún con cañoneo. Pero al responder la
eficaz artillería virreinal, la defensa se deshizo, desapareciendo así las ventajas que
daba “no sólo la naturaleza del terreno sino [el] atrincheramiento irregular que
había mandado a construir el indio” En suma, “el fuego perfectamente dirigido
produjo que lo abandonasen en menos de una hora” “Al segundo cañonazo quedó el
fortín destrozado” habría de indicar otra versión española.

EL FINAL DE TÚPAC AMARU

Poco después de la toma de Combapata, las huestes virreinales ingresaron a Tinta;


en este lugar recibieron la información de la captura del Inca en Langui a traición,
cuando se dirigía a Ayaviri, a revientacaballo.

El jefe de la insurrección fue enviado al Cuzco, donde se le juzgó, condenándoselo a


muerte al lado de varios de sus deudos más cercanos y partidarios; Micaela
Bastidas, su esposa y uno de los hijos de ambos también allí murieron.

Mientras lo juzgaban, el Inca dos veces quiso escapar, en su afán de reintegrarse a


la lucha. La guerra proseguía en efecto, en varias regiones y de modo particular en
el altiplano, bajo el comando de Diego Cristóbal Túpac Amaru, su primo- hermano,
quien se había visto forzado a asumir el rol de “nuevo Inca” La lucha aún habría de
seguir por un año más.

CAMPAÑAS DE LUGARTENIENTES DEL INCA EN OTRAS ÁREAS

De noviembre de 1780 a abril de 1781, varios de los lugartenientes del Inca


libraron campañas y hechos bélicos en frentes separados. Los sucesos más
trascendentales de ese período cronológico, fueron los siguientes: primer ataque a
Puno por Nicolás Sanca y Andrés Ingaricona y batallas de Mananchili y Catacora;
los ataques a Paucartambo por Diego Cristóbal Túpac Amaru y los combates del
Cerro Amaro por los Coroneles rebeldes Huamanrimachi y Cutimanco; la guerra de
Diego Verdejo, en las sierras arequipeñas y las batallas de Huancarama y
Orcopampa; la resistencia de Felipe Bermúdez y Tomás Parvina en Cotabambas y
Chumbivilcas, con los combates de Colca, Río Yahuina, Layo, Quibioviri en los Altos
de Santo Tomás y la batalla final de Itani; las luchas de Parvina en Urubamba; el
encuentro de Pillara entre Juan Mamani y los ejércitos de Arequipa, por El Confital;
el combate de Cochirihuay y de Accha en Paruro; la gran batalla de Acos contra
Marcos Túpac Amaru; la nueva rebelión de Calca; las cruentas luchas en Carabaya;
levantamiento de los hermanos Tomás, Dámaso y Nicolás Catari en el Alto Perú:
,nuevos sucesos de Chayanta, asedio de Chuquisaca; el alzamiento de Sebastián
Pagador y los hermanos Rodríguez con la toma de Oruro; el ataque y el prolongado
primer asedio a La Paz que inicia Túpac Catari el 14 de marzo de 1781, la
insurgencia de Tupiza; la rebelión de José Quiroga en Jujuy (actual Argentina);
sublevaciones de caciques en las alturas de Arica y Tarapacá, etc.

LAS GUERRAS DE PUNO ENTRE 1781 Y 1782

35
Puno, y en general todas las tierras colindantes con el Lago Titicaca, fue la región
donde más se combatió a lo largo del alzamiento. El ciclo bélico que cubre allí
desde los principios de diciembre de 1780 hasta abril de 1782 sé, inició con la
triunfal campaña del propio Inca, tal como vimos anteriormente Toca ahora ver lo
que sucedió en esas tierras tras la derrota y captura del más, alto jefe de la
sublevación.

El primer hecho mencionable es que por decisión general, Diego Cristóbal Túpac
Amaru, primo hermano d José Gabriel, se convirtió en el nuevo líder de la
revolución. En un principio trató de recuperar provincias cusqueñas perdidas y
por eso se batió en Langui La Raya marcaría una separación de las tierras liberadas
de la influencia de los virreinales. La nueva capital de esos territorios fue Azángaro,
ocupada ya Tungasuca. A lo largo de casi diez meses esta ciudad sería la sede de un
gobierno independiente peruano, el cual sólo habría de cesar con “la paz de
Sicuani”.

Ante el gran respaldo que continuaban prestando a la causa virreinal caciques


como Pumacahua, Rosas y Choquehuanca, entre cientos más del Norte, el nuevo
gobernante Diego Cristóbal orientó el esfuerzo de su ofensiva sobre el Lago
Titicaca, dando mayor respaldo al plan del asedio de la ciudad de la Paz que
constituía un objetivo militar con mejores posibilidades de triunfo; en general, se
acentuó la ofensiva en todo el altiplano, aun cuando no sin algunos problemas
surgidos de un naciente autonomismo de los jefes aymaras. Sin duda, Túpac Catari
vio acrecentarse sus posibilidades de convertirse en jefe supremo de la revolución
al ser capturado y luego muerto el Inca José Gabriel Túpac Amaru y de hecho actuó
con independencia durante algún tiempo, hasta que los “incas” Diego Cristóbal y
Andrés lo llamaron al orden, no sin peligro- como veremos luego- de una guerra
civil entre los mismos alzados.

Igualmente, es de suponerse que en zonas del Norte, Diego Cristóbal I tendría que
soportar diversos problemas y algunas disidencias, dado que hubo jefes quechuas
que insistían en una reanudación de las acciones sobre el Cuzco, como lo
atestiguan varios reagrupamientos en torno al río Vilcanota y en las proximidades
de Calca y Paucartambo.

En aplicación de esa estrategia, se fijo también como objetivo la toma de Sorata


(gran ciudad de la actual Bolivia) para cuyo fin partieron columnas cuzqueñas y
azangarinas, bajo el mando de tres de los más calificados jefes militares veteranos
de la campaña anterior; el “inca mozo” Andrés Túpac Amaru, Pedro Vilcapaza y
Miguel Bastidas, quienes habrían de conseguir su objetivo.

La región puneña se convirtió así en sede del gobierno y fuente de contingentes y


recursos para la gran rebelión andina, con excepción de la propia ciudad de Puno.
En relación a este punto vamos a describir la Campaña del Mariscal del Valle en el
Collao.

Vencedor en Tinta y “pacificadas” las zonas que habían sido cuna del movimiento,
el Mariscal del Valle decidió proseguir su avance con el objeto de auxiliar la ciudad
de Puno y La Paz.

Después de partir al Cuzco la comitiva que llevaba cautivo a Túpac Amaru, el

36
Mariscal del Valle inició campaña sobre el Collao, con la finalidad de auxiliar las
ciudades asediadas, liberar a las ocupadas y capturar a los jefes del alzamiento,
particularmente a Diego Cristóbal seis mil soldados partieron, llevando nutridas
columnas quechuas y de negros en su seno. Entre los que secundaban al Mariscal
destacaban el coronel y cacique Mateo Pumacahua ya varias veces premiado por
sus esfuerzos en pro del Rey de España y el coronel Gabriel de Avilés, futuro virrey
del Perú.

No muchos después el Mariscal dividió sus huestes en dos partes iguales; una iría a
la “pacificación de Carabaya” y a capturar a Diego Cristóbal a quien se suponía en
aquella provincia La otra se encaminaría por las punas, llevando la misión
principal de las operaciones 98. Pronto sin embargo, la continua hostilidad de los
rebeldes y el intenso frío, redujeron esas fuerzas a sólo mil trescientos hombres.

El primer encuentro se libró en un cerro llamado Gacsili, por Condorsenca y


Orurillo, antes de Asillo. Esa vez contra las mesnadas rebeldes se lanzó “veinte
fusileros, ochenta milicianos y seiscientos indios de Chincheros”, los de Pumacahua
99. Todos ellos debido a sus armas de fuego alcanza ron “al poco tiempo la victoria,
derrotando a los rebeldes que dejaron en el campo de batalla más de cien muertos y
de nuestra parte sólo lo fueron un sargento de caballería y dos indios de Chincheros,
quedando heridos el capitán y el teniente de la compañía de Andahuaylas” 100. Esa
vez fue vencido el valiente capitán quechua Guaman Tapara, quien combatió con
“porfiada v resistencia con sus tropas numerosas” 101. Y quien seguramente pereció
en la batalla.

Prosiguiendo su avance, las columnas del Mariscal sostuvieron otro encuentro,


cerca de Santa Rosa”, tras el cual se tomó abundante botín y cantidad de mulas;
más tarde tomaron Nuñoa y Las Salinas, hecho tras los, cuales recibieron noticia de
que una nueva concentración de fuerzas rebeldes los aguardaban, esta vez en el
cerro Condorcuyo, sobre el camino que conducía a Azángaro 102.

BATALLA DE CONDORCUYO

Vilcapaza y Tito Atauchi, alias “Terciopelo”, fueron encargados de cerrar el paso a


las columnas virreinales, para cuyo fin escogerían el cerro Condorcuyo. Fue esta
batalla de lo más reñida, porque los rebeldes rechazaron altivamente cualquier
indulto y Vilcapaza anunció que iría sobre el Cuzco para liberar a Túpac Amaru.
Crónicas de la época refieren como aquel 7 de mayo de 1781 “la mortalidad de los
traidores fue tan grande que por más de dos leguas no se encontraba sino cadáveres
de éstos” Cómo ocurría siempre, el fuego graneado de los fusileros, negros, chalacos
y limeños especial mente, se impuso, secundados ellos por disciplinadas tropas
quechuas que seguían a Pumacahua.

Veamos cómo narró este cacique esa cruenta batalla: Todas las tropas virreinales
unidas marcharon juntas hasta el cerro Condorcuyo “que los insurgentes bajo el
mando de su capitán Pedro Vilcapaza, y el indio Terciopelo, habían fortificado de
tiempos atrás, como sitio de la primera importancia. Aquí encontramos pasados a
cuchillo trece dragones de Carabayllo, que iban de batidores de entrada Sentaron el
campo y se tomaron en un Consejo de Guerra que se formó todas las medidas

37
conducentes al ataque de Condorcuyo; y quedó resuelto se hiciese éste por tres partes,
señalándose el del medio al General Avilés, con quien subió el exponente, desalojando
a los indios de diversas trincheras que tenían en medio del cerro, desde las cuales
precipitaban piedras de enorme corpulencia que abrían claros en las tropas de V.M.,
conforme abandonaban los puestos inferiores se retiraban a la eminencia de un muro
bien alto. Aquí el General Avilés con espada en mano y lleno de ardor, exhortaba con
su ejemplo a la firmeza de ánimo y constancia queriendo ser el primero en la
escalada del muro: Mas viendo el exponente cuanto se aventuraba con esta
precipitada deliberación, le representó el peligro, y lo que se perdía con su muerte tal
vez inevitable en el asalto; tomando a su cargo la escalada, que la logró, rompiendo
después el muro, para que entrasen las tropas formadas. En este punto se reunieron
las otras dos columnas que atacaban por diversas partes” 103.

No obstante la derrota, Vilcapaza, logró reorganizar sus huestes a fin de volver a


trabar combate con el enemigo, tratando de precaverse con más cuidado de la
barrera de fuego de la fusilería con que éste contaba Entre tanto los Coroneles
Nicolás Sanca e Ignacio Ingaricona proseguían el sitio de Puno, tratando de tomarlo
antes que del Valle se aproximase más al Lago Titicaca .Por su lado el Mariscal, con
Pumacahua, y Avilés, prosiguió su avance tomando Azángaro, mientras Diego
Cristóbal Túpac Amaru, pasaba a Carabaya a traer más gente y Vilcapaza, trataba
de trazar una nueva línea defensiva, lo cual hizo en Puquinacancari.

BATALLA DE PUQUINACANCARI

La batalla de Puquinacancari enfrentó nuevamente a las huestes de Vil capaza con


el Mariscal del Valle y Pumacahua. El choque que se libró el 11 de mayo fue muy
violento y, otra vez, muchos prefirieron el suicidio a la rendición.

El propio Mariscal del Valle resumió así este encuentro espartano en su


documentación militar: “Al pasar por el cerro de Puquinacancari, que es muy alto y
todo peñas, sito en medio de una pampa en el que vimos algunos indios que por su
corto número se despreciaron; pero al pasar las columnas de Cotabambas que ventan
a la retaguardia, avisó de que le habían apedreado desde él, por lo que su
comandante pidió permiso de atacarlos, lo que se ejecutó con un pequeño
destacamento y, sin embargo, de no llegar a cien los enemigos hicieron una obstinada
y bárbara defensa y, viéndose ya sin recurso, algunos se despeñaron
voluntariamente”; muchos pidieron ser balanceados en el sitio 104 .

Escenas parecidas hubo, al igual que en otras zonas andinas, donde se combatió
hasta los extremos de la desesperación

Tras su triunfo, el ejército virreinal del Mariscal Joseph del Valle continuó su
progresión sobre la ciudad de Puno, cercada por los tupacamaristas desde
mediados de diciembre de 1780. Entre tanto Andrés Túpac Amaru reiniciaba el
cerco de Sorata, con Vilcapaza y Miguel Bastidas.

Mientras se libraban estas batallas contra las fuerzas virreinales, una grave crisis
política se había acentuado Por un lado estaban los llamados “incas” del Cuzco,
Diego Cristóbal y Andrés esencialmente, que reclamaban para sí la dirección total
del movimiento; por el otro lado se hallaba Túpac Catari, que había insurgido a la
acción directa a través de un buen número de caudillos de aldea a orillas del

38
Titicaca Quechuas y aymaras tu vieron así una confrontación interna, pugna en la
cual no estaban ausentes algunos factores, en especial divergencias entre la alta
aristocracia incaica y los dirigentes plebeyos.

Tras Puquinacancari, las huestes virreinales continuaron su progresión


dificultosamente. Pocos pensaban ya en los planes iniciales de socorrer La Paz; la
mayoría de los jefes apenas anhelaba guarecerse en Puno.

Puno, la ciudad a la cual se aproximaban las tropas del Mariscal del Valle, había
venido soportando sangriento asedio desde ello de marzo, frente a las tropas del
mestizo Ramón Ponce y de varios jefes indios Resultó una guerra muy
encarnizada; pueblos y aun ciudades de los alrededores desaparecieron casi del
todo (como Juli, Pomata, Ilave, Chucuito). Fue el defensor de Puno un criollo,
Joaquín de Orellana, quien armó y equipó casi exclusivamente a criollos y mestizos,
con acierto de ordenar la construcción de un fortín en los extramuros. Disponía de
cuatro cañones y de ciento ochenta fusiles y escopetas, pero sus tropas, a fines de
junio, se encontraban exhaustas, tras cuatro meses y medio de cerco y de
combates, puesto que había construido “una pequeña isla de fidelidad en medio de
un mar de rebelión”, tal como tan descriptivamente se definió la situación militar,
mucho alivio hubo allí cuando llegaron versiones contusas en torno a la
aproximación de la tropa virreinal y la parcial ruptura del asedio.

TOMA DE PUNO POR LOS TÚPAC AMARU

El Mariscal ingresó a una ciudad destrozada por larga lucha, de casi cinco meses
Una vez allí felicitó a los defensores por tan tenaz resistencia, pero al pedir
informales en torno a la situación, él y otros jefes constataron la precariedad en
que se hallaban.

No fueron tranquilizadores los informes recibidos en la ciudad. Allí supieron cómo


se habían visto acosados desde ello de marzo, fecha en que se inició el segundo
cerco; supieron cómo el “leal” cacique virreinal Anselmo Bustinza, había sido
escudo de la ciudad, con sus indios de Mañazo y otros lugares, pese a las
acometidas de sucesivos capitanes como el mestizo Ramón Ponce y los coroneles
Pedro Vargas, Andrés Ingaricona, Nicolás Sanca, Pascual Alaparita y otros que,
juntos o sucesivamente, habían atacado la ciudad, llegando a combatirse en los
arrabales; y supieron también cómo actuando por encargo de Túpac Catari -Andrés
Guara había también amagado la ciudad por el Este. Y tan sangriento asedio de
quechuas y aymaras proseguía a los lejos; sólo se había perforado en un punto la
marea humana que rodeaba la ciudad. En definitiva, lo que predominaba en Puno
era hambre, enfermedades, carencia de armas y de municiones suficientes,
deserciones; frío intenso, etc. Al frente avanzaban multitudes quechuas y aymaras
rodeando nuevamente la plaza. La situación condujo a la celebración urgente de un
Consejo de Guerra, inspirado por el propio Mariscal del Valle, el cual arribaría al
siguiente acuerdo:

“El ejército que llegó hasta Puno con el piadoso fin de libertar a sus vecinos que ya no
tenían modo de subsistir, ni de retirarse por estar sitiados de enemigos, sin esperanza
de otro socorro que el nuestro, conseguido el intento, se vé en la precisión de tomar
Cuarteles de Invierno, llevando con sigo a su honrado vecindario por las razones
siguientes:

39
El ejército, sólo consta de ochocientos hombres, del cual casi el todo consiste en las
tropas de Lima. Estas, acostumbradas al clima dulce de aquella capital, no son
capaces de sufrir por más tiempo la aspereza de los hielos que cada día son mayores,
cuya incomodidad se hace más insoportable por estar descalzos y hechos pedazos sus
vestidos: faltos de pan a que por estar acostumbrados les es de mucha molestia su
falta, y con las tiendas hechas pedazos.

Siendo pues indispensable tomar cuarteles, no queda mas arbitrio que ejecutarlo en
Arequipa, La Paz o el Cusco para que reforzado allí el ejército, pasada la rigidez de la
estación, se puedan continuar las operaciones”.

Es justo reconocer que al momento de tan grave decisión, Del Valle contaba- en
efecto- con sólo mil cincuenta soldados de los cuales doscientos eran de nombre;
dos mil de sus integrantes habían sido aniquilados o desertaron durante el penoso
avance hacia Puno. Aún más, al llegar a Puno; acababa de defeccionar la Compañía
de Cotabambas con su teniente José Cornejo, guiada por el absurdo empeño de
alcanzar salvación; la aniquilaron por Ayaviri y nadie sobrevivió para contarlo 105.
Seguramente jefes y tropas virreinales se amedrentaron al oír que el Consejo de
Guerra iba a discutir un avance a La Paz, como en efecto sucedió ese 25 de mayo de
1781 En todo caso, la decisión de la retirada se justifica por el quebrantamiento de
la disciplina en esas soledades Rumores corrían sobre que el resto de la tropa (con
muchos mulatos de Lima y Callao) exigía el retorno al Cuzco, so riesgo de una
deserción masiva 106.

No fue fácil convencer al tenaz Orellana y su valerosa tropa Al fin, narraría un jefe
militar ese mismo 26 de mayo todos “emprendimos la marcha, con grande lentitud,
para seguir el paso de las mujeres y los niños de Puno” 107.

Así se llegó a Yanarico; en esa retirada ciertos grupos sin darlo a conocer al
Mariscal, optaron por un retroceso buscando el camino de Arequipa Fueron
exterminados 108

El día 13, siempre hostigados por partidas de rebeldes, se produjeron choques


serios en Pocochuma, no lejos de Umachiri Luego se realizaron escaramuzas más
serias en Hulloma o Hullulloma, el 15, al incursionar partidas de caballería
Asimismo, el 17 en Santa Rosa se realizaron encuentros que obligaron a emplazar
la artillería y a pedir refuerzos de la infantería 109.

Entre penurias sin fin, los restos del ejército virreinal cruzaron dificultosamente La
Raya, alcanzando Sicuani el 23, donde se reintegró la columna de Cuéllar que, un
mes atrás, había partido hacia Carabaya Los jefes de este ejército virreinal se
vanagloriaban de tres victorias, pero la verdad es que apenas desfilaron
trescientos de los tres mil soldados que partieron y dejaban Puno en manos de
Diego Cristóbal Túpac Amaru.

Los sufrimientos de ese ejército acabaron solamente el 4 de julio; por lo menos


para la vanguardia que aquel día hizo su ingreso al Cuzco comandado por el propio
Mariscall 110.

No aguardaban buenas noticias; nuevas tropas quechuas rondaban las comarcas de


los alrededorcs del valle del Cuzco y festejaban la debacle del gran ejército que,
aunque vencedor del Inca José Gabriel, retornaba vencido por el nuevo Inca Diego

40
Cristóbal Sus fuerzas ocuparon Puno apenas los virreinales evacuaron la ciudad,
pero la capital de la revolución continuó en Azángaro. Durante aquellas semanas,
Diego Cristóbal prosiguió la ofensiva en todos los frentes; Sorata sería conquistada
y en las sierras de Tarapacá respaldaron también la insurrección.

LA SUBLEVACIÓN DE COMARCAS AREQUIPEÑAS

El teatro de operaciones de la rebelión fue muy amplio y Arequipa no fue ajena al


proceso insurreccional. Muy poco se ha estudiado el período anterior al estallido
de la sublevación tupacamarista; seguramente un análisis detenido dará algunas
luces en torno a los contactos que el Inca debió poseer en Arequipa, donde criollos,
mestizos e indios habían actuado de consuno a principios de 1780. Dentro de este
esquema habría que empezar señalando que más de un arequipeño fue acusado de
complicidad con el Inca 111. Al respecto existe un edicto sobre el que reiteramos la
atención 112. Y es el que dirigió a los moradores de Arequipa. En este documento
el Inca proclama -como en ningún otro llamamiento su apego a los criollos y su
decisión separatista. Llega al extremo de denominar a los arequipeños “vasallos
míos” ofreciéndoles que se verán “libres de todo”, aludiendo a “las perversas
imposiciones y amenazas hechas por el reino de Europa” 113. El documento está
fechado el 23 de diciembre y contiene un llama miento a la lucha insurreccional.

No obstante, resulta procedente incidir en que el avance alas comarcas


arequipeñas se había producido un mes antes, desde la tercera semana de la
rebelión Como vimos, el Inca anduvo por tierras de Cailloma a fines de noviembre
de 1870, antes de cruzar La Raya e invadir el Virreinato de Río de La Plata 114.

En todo caso, en vez de avanzar hacia Arequipa, el Inca adoptó en las tierras de
Cailloma una trascendental decisión: invadir el Virreinato de Buenos Aires, al cual
pertenecía en aquellos años Puno y todo el Alto Perú Sabemos que “cuando el
rebelde fue a Cailloma, escribió a su mujer noticiándole venían soldados de Lampa,
que mandase juntar todos los indios y los pusiera en los Altos de Susuromayo” 115.

El avance sobre Cailloma que había sido ejecutado aprovechando la retaguardia de


la gente de Chumbivilcas, a fines de noviembre, se volvió así hacia Puno, La Paz y
Sorata 116.

En el mes de marzo se fortalecieron las actividades tupacamaristas en f las tierras


altas de Arequipa. En un lugar todavía famoso, El Confital, un coronel rebelde, el
temido Juan Mamani, tenía bloqueado el acceso con un cartel que rezaba “Manda el
Rey Inca que ninguno de sus traidores y enemigos pasen por estos caminos, so pena
de la vida 117; y las cabezas cortadas con que adornaba su comandancia no
dejaban dudas sobre la verosimilitud de sus afirmaciones.

Testimonio sobre la nueva incursión en regiones arequipeñas es una carta de


Micaela Bastidas fechada el 23 de marzo, en la cual, tras manifestar su
preocupación por la ausencia de noticias sobre Diego Verdejo y Manuel
Valderrama (habían caído presos tras las batallas de Huancarama u Orco pampa, al
suroeste de Cailloma), dice que “Guamanvilca se mantiene aún en la provincia de
Collaguas, a quien se le ha dado órdenes correspondientes para que reconozca las
inmediaciones de Arequipa” 118.

La actitud de Micaela Bastidas implicaría tal vez un exagerado optimismo en la

41
marcha de los acontecimientos o la existencia de algún plan de retirada hacia
Arequipa y no rumbo a Carabaya o Azángaro como ocurrió tras la derrota de Tinta,
tres semanas más tarde.

Al parecer, Verdejo y su lugarteniente Manuel Valderrama fueron entregados a


traición por una columna que se dirigía a Chóquibamba 119.

Las columnas virreinales arequipeñas que vencieron a las huestes rebeldes en los
combates de Orco pampa y Huancarama, en marzo de 1781, habrían de proseguir
rumbo al altiplano puneño, de donde tuvieron que retirarse no obstante algunas
victorias y la captura de un grupo de dirigentes rebeldes en Lampa 120.

En Arequipa, aparte de los enlaces criollos con que se pudo contar por un
momento (quizá a través del Obispo Moscoso del Cuzco), Túpac Amaru mantenía
relación con indios influyentes de la ciudad agentes tupacamaristas según Eusebio
Quiroz y Alejandro Málaga, fueron un tal José Taco, que venía de Yauri, así como
otros tres indios “chasqucros”, esos de los que portaban los correos; indios
confabulados los hubo, de hecho, en Yanahuara y Miraflores, los que no podían
haber olvidado tan rápidamente las matanzas de principios de ese mismo año 121.

Asimismo, en Arequipa siguieron posteriormente juicios a caciques e indios de


Miraflores y de Yanahuara, por complicidad real o supuesta, con el Inca Igualmente
se registró actividad subversiva en tierras dependientes de Arequipa, como las
serranías de Moquegua, Tacna, Arica y Tarapacá; y en Tarata habrían de destacar
los líderes indígenas Copaja y Ticona.

Por último, existe aún mucha penumbra alrededor de la personalidad de Casimiro


Inca rey, personaje de los pasquines de la Arequipa de 1780. Bastante joven en
aquel año, debió actuar a fondo en las tramas conspirativas finales, además de ser
un símbolo a causa de su linaje. Había nacido en Cailloma Sobrino de José Gabriel
Túpac Amaru, bautizado en Tungasuca a fines de 1762, como un modo de
reafirmar tan ilustre linaje, siendo su madrina Juana Sisa, india lugareña de ese
cacicazgo Rivales del Inca dijeron alguna vez que era su hermano y el sabio J.J. Von
Tschudi, sin desmentirlo, sostenía que Casimiro era pseudónimo del famoso Nina
Catari (aunque bien pudo ser al revés).

En todo caso, existen documentos indios que nominan rey a Casimiro Túpac
Amaru, a quien algunos dan por muerto antes de la sublevación.

ALZAMIENTO EN AYACUCHO

La rebelión tupacamarista llegó también a comarcas del Obispado de Huamanga,


como lo ha establecido Lorenzo Huertas en sus investigaciones. Un levantamiento
se produjo en Chungui, partido de Huanta, encabezado por el indio andahuailino
Pablo Challco. Asimismo, eran perceptibles inquietudes sediciosas con tumultos y
pasquines en la propia ciudad de Huamanga, así como en Quinua, Vishongos,
Chiribamba, Carabamba y Campanayoc Huanta fue tal vez el área más movida por
desórdenes agrarios y urbanos, aunque claro en escala reducida. El trasfondo
social era la pobreza acentuada de los últimos decenios, al igual que en el resto de
los Andes del Sur, así como brotes de bandolerismo, como ocurría con las bandas
de Lorenzo Alpaca y de los hermanos Patiter. De otro lado, se sabe que hubo
resistencia entre los indios a integrar las columnas que se organizaron para

42
marchar contra Túpac Amaru, aunque al final se logró formar una columna que
incluso hizo guardia en la Plaza de Aucaypata el día de la ejecución del Inca Pablo
Challco, emergió esos días como un auténtico líder campesino Iletrado y nativista,
no dejaba de rendir culto a los “apus” de los cerros, desde antes del levantamiento;
no se encuentra al margen de un cierto mesianismos y de prácticas paganas
Igualmente, se había negado a los tributos virreinales, diciendo que “con Túpac
Amaru no pagaremos porque es Rey”.

En zonas agrarias se produjeron enfrentamientos entre grupos de campesinos y


representantes de las autoridades huamanguinas y consta que en varios lugares
“vivaban a Túpac Amaru” desde los cerros 122.

En cuando a la nobleza española y criolla del lugar, estuvo muy activa y organizó la
ayuda para el Cuzco a través del Cabildo; Huamanga fue uno de los reservorios
virreinales en hombres y abastecimientos y algo de armas al momento de las
campañas punitivas contra los ejércitos tupacamaristas.

RIVALIDADES ENTRE CURAS, ETNIAS Y COLABORADORES

La sublevación tupacamarista adquirió características de una guerra entre


caciques a los pocos días de haberse iniciado 123. A los caciques los separaban
linajes, ideología y propiedades Con variantes habían actuado como explotadores
de su propia raza, salvo excepciones.

Por esta razón, Diego Cristóbal Túpac Amaru denunció en 1781 que los caciques
eran parte del cuerpo terrateniente del país. Expresó que exigían de los indios
variados servicios feudales y hacían trabajar a esos indígenas plebeyos en sus
propiedades; justificaban ellos estas actitudes pretextando que sé: trataba de
tierras de los ayllos: “[...] bajo la apariencia de comunidades, siembran muchas
chacras, sin pagar tampoco a los naturales lo correspondiente”, precisando que
usurpaban tierras a los indios comunes de los ayllus pues “con cualquier pretexto
los despojaban de sus mejores chacras”124

El más conocido de todos estos caciques prepotentes fue Blas Bernal, quien vivía
“quitando tierras y frutos”, ambicioso personaje que precipitó hechos subversivos
puesto que el futuro líder altoperuano, Tomás Catari, empezó a litigar contra él
desde 1768.

Por las vías de la usurpación fue que, por ejemplo, los miembros del clan
Choquehuanca de Puna llegaron a poseer dieciséis fundas, según refiere Emilio
Romero; de modo similar se comportaban otros caciques en distintos lugares del
Perú.

Los curacas actuaban como cómplices de españoles y criollos en la usurpación de


tierras a los ayllus desde el siglo XVI Esta actitud se agravó en el siglo XVIII: decía
Túpac Amaru: “ofreciéndose pleitos con las partes de las comunidades sobre tierras,
con los hacendados, los caciques se componen con ellos para que entren en las que no
les tocan y por eso los originarios no tienen donde cultivar y por lo mismo, por
eximirse de tributos en muchas partes se hacen yanaconas en las haciendas” 125.

43
Los caciques fueron así el cimiento social de toda la explotación colonial. El mismo
licenciado Juan de Padilla denunció por eso en su Memorial que esos nobles
aborígenes llegaban hasta el extremo de vender in dios a los hacendados que
poseían tierras en las temidas comarcas de las selvas altas, donde la muerte era
más o menos segura en cortos plazos: y los llevan con colleras y prisiones y cadenas
demás de esta violencia”.

Por estas razones los sublevados, como una forma de venganza arrasaron las
haciendas de los caciques realistas en las zonas ocupadas por la rebelión como
ocurrió con las tierras de Choquehuanca en Azángaro. Esta era una guerra a
muerte; y probablemente a los campesinos los enfurecía aún más el que gente de
su propia raza los hubiese expoliado toda una vida.

La verdad era que “la posición que ocupaba el cacique o curaca dentro del sistema
colonial era de lo más delicada o ingrata Cabeza por vía hereditaria de la parcialidad
y, por consiguiente, depositario natural de las expectativas de los indígenas en punto
a preservación de la tradición y liderazgo, era al mismo tiempo el agente de
percepción fiscal e instrumento de que se valía la sociedad dominante para presionar
sobre la masa aborigen con variado propósito El cacique se hallaba en el nudo de la
comunicación entre, por un lado, la administración [y subsidiariamente los hacen
dados españoles] y, por el otro, la comunidad Según las circunstancias el mismo
individuo había de obrar de portavoz de los indios y de pieza maestra de explotación”
126

El siglo XVIII marcó además una presión de la explotación caciquil, por el hecho
que las exigencias de las autoridades estatales fueron mayores; el cacique
trasladaba las nuevas demandas (mitayos, tributos, etc.) en las espaldas de sus
vasallos La intensificación del uso del trabajo de los siervos había sido
contemplada desde un inicio, pero sin remedio: “los curacas se dijo como también
se aprovechan del trabajo de los indios tienen más posibilidades y se precian de tener
sus casas bien aderezadas y vasos de oro y plata y ganado y otras labores y
granjerías”.

En aquella centuria los caciques se adueñaban también de tierras y de rebaños


coloniales; competían en esto con los Corregidores, que lo hacían más
subrepticiamente. Otra fuente ilegal de riqueza de los caciques fue la extorsión
cuando se trataba de elaborar los padrones de las listas de mitayos.

La españolización la adquisición de hábitos occidentales -fue otra de las


características caciquiles que se acentuó en ese tiempo, seguramente con disgusto
de muchos de los súbditos aldeanos que veían tal actitud casi como una traición.

Por estas razones, vasta parte de la nobleza indígena fue contrarrevolucionaria.


Los caciques llegaron a ser más útiles que condes y marqueses para sostener a
Carlos III.

Sorprende ver cuán alta fue la cantidad de curacas que combatieron contra Túpac
Amaru; sorprende aún más el número relativamente reducido de indígenas nobles
que lo secundaron Basta leer los partes militares y las listas de las ejecuciones para
darse cuenta que las prebendas gozadas o por conseguir, los odios dinásticos o las
rivalidades de etnias pudieron más que la fraternidad racial. Cuando los caciques

44
eran ricos estancieros se convertían en fanáticos realistas.

Otra de las formas como los curacas expresaban su fidelidad al rey, era entregando
parte de sus bienes a las autoridades Además se enroló a muchos caciques pobres,
ansiosos de privilegios y a miles de indios, vasallos ignorantes; éstos eran con
frecuencia sostenidos a expensas de los propios jefes nativos

La identificación de los caciques con el sistema virreinal hubo de mostrarse


durante la guerra Como este aspecto guerra entre caciques ha sido soslayado casi
siempre, oportuno resulta una semblanza del más destacado de los
colaboracionistas, Mateo Pumacahua, quien llegaría a ser Brigadier (General de
Brigada) en los Reales Ejércitos de España.

EL CACIQUE PUMACAHUA

Había nacido en Chinchero, en Calca del Cuzco el 21 de setiembre de 1748 Al


fallecer su padre, Francisco Pumachua Inca, heredó como primogénito el
curacazgo, asumiéndolo plenamente el 12 de octubre de 1770 apenas cumplidos
los veintidós años de edad En 1773 era capitán de Indios Nobles de su región y
aunque se distinguía por la reciedumbre de su trato, nada hacía parecer que aquel
indio fornido tomase tanta nombradía, ni su orgullo en proclamar ascendencia de
los reyes incas.

El ingreso de Pumacahua, a la historia se produjo a raíz de la sublevación de Túpac


Amaru, cuando desordenadas vanguardias rebeldes avanzaron a mediados de
diciembre por el río Urubamba ocupando la margen derecha hasta más allá de
Calca, con ánimo de bordear la cordillera y cercar la ciudad del Cuzco. Ante la
alarma general mientras huían españoles y no pocos criollos apareció Pumacahua.
El joven y belicoso cacique de Chincheros i iba a hacer frente a los tupacamaristas.

Guerrero nato, Pumacahua, reunió mil hombres aptos en pocos días, a los cuales
equipó rápidamente, de su propio peculio, mientras colocaba horcas por todas
partes anunciando que mataría a todo hombre de siete años para arriba “que
tratase con los rebeldes” Sin demorarse cruzó el río Urubamba por el puente. Salvó
Huayllabamba para los virreinales y en el combate de Guayocari realizó una “cruel
matanza” de tropas tupacamaristas Asimismo, en los encuentros de Guaran y Urco
deshizo varias columnas rebeldes que le salieron al paso, en la ruta de Calca, para
lo cual actuó de a cuerdo con los cien hombres del Coronel Santiago Allende, quien
había ido a esos lugares a marchas forzadas desde el Cuzco.

Retirado Allende, el cacique siguió en campaña y triunfó en varias refriegas al


extremo de tomar dos cañones a los alzados Liberó luego españoles sobrevivientes
de las matanzas de Calca y Písac y pasó al ataque nueva mente contra los
tupacamaristas, batiéndose en Yucay Su gran ofensiva permitió aliviar a los
virreinales sitiados en Paucartambo.

Vistas sus relevantes condiciones militares, Pumacahua, fue llamado al Cuzco por
el Presidente de la Junta de Guerra, Manuel de Villalba, a fin de que acudiese en
defensa de la ciudad, por estar aproximándose al grueso del ejército rebelde, que
esta vez comandaba el propio José Gabriel Túpac Amaru; Pumacahua, arribó con
dos mil indios quechuas veteranos el último día de 1780, a un Cuzco que empezaba
a ser seriamente amagado y cuyo Cabildo, recibiéndolo, le otorgó el grado de

45
Coronel de los Reales Ejércitos, banda roja de terciopelo y efigie dorada del Rey
Carlos III de España.

Pumachua cohesionó a los caciques leales, insuflándoles confianza y lealtad al Rey


y ganó entre la plebe indígena y mestiza indiscutible ascendiente, en especial
cuando sus soldados “miraron sin conmoción el numeroso ejército con que venía a
acordonar el Cuzco el principal rebelde”, j el cual desfiló por las alturas a la vista de
los cuzqueños el 3 de enero enarbolando banderas que recordaban recientes
triunfos tupacamaristas. Pumacahua con sus tropas se atrincheró en
Sacsayhuamán dos días, pero viendo que los sublevados se mantenían en las
alturas sin descender a la ciudad, varió de posición y tomó la de Caja de Agua, muy
próximo a los sitiadores, desde donde los hostilizó sin tregua a partir del 5. El 9
combatió bajo las órdenes del criollo virreinal Francisco Laysequilla en el cerro de
Picchu.

Retirándose Túpac Amaru ello, Pumacahua lo persiguió logrando quitarle el


famoso cañón “La Capitana librando de paso a cautivos españoles que el Inca se
llevaba, pero no avanzó más porque retornó al Urubamba, donde exterminó en
Panapunco a las columnas tupacamaristas que acababan de vencer al batallón
virreinal del Coronel Isidro de Guisasola, a quien mataron.

En febrero, atacando la orden del Comandante General del Cuzco, Gabriel de Avilés,
fue a socorrer Paucartambo, ciudad ésta sitiada por Diego Cristóbal Túpac Amaru
“que se hallaba en los últimos extremos” venciendo en el combate de Amaru a los
jefes rebeldes Cutimanco y Huamanrimachi Luego en Ccotatoclla, muy cerca ya de
Paucartambo, rompió la gran muralla hecha por Diego Cristóbal derrotando a los
que la guardaban En este punto arribaron las columnas virreinales de criollos y
mestizos que dirigía el Coronel Pablo Astete, conjunción de ejércitos que provocó
la retirada de los insurgentes Pumacahua los persiguió hasta Ausangate donde le
hicieron : frente unos siete mil rebeldes, a los cuales derrotó.

Regresó Pumacahua al Cuzco para partir dos semanas después con el ejército del
Mariscal José Del Valle, dentro del cual comandaba cerca de tres mil soldados
quechuas escogidos En esta campaña parece que efectivamente salvó de un
desastre a Del Valle, auxiliándolo en la emboscada de las punas de Pucacasa, luego
de atravesar a nado el Vilcanota con su gente Peleó luego como vanguardia en
Cusipata y Llalloc sobre las orillas del Vilcanota. Se lució, igualmente, en los
encuentros de Checacupe. Fue de los que dispersaron los últimos restos de Túpac
Amaru y estuvo entre quienes tomaron Comba pata la fortificada.

Siguió avanzando Pumacahuaj tras ocupar Tinta subió hacia Tungasuca. Venció en
Mosoc Llacta, garantizando desde este puesto el avance virreinal definitivo. No
contento con esto regresó a fin de lanzarse contra nuevas tropas tupacamaristas
reagrupadas en Mita -Mita, “combate más sangriento y por largo tiempo indeciso” y
así debió serlo porque allí murieron “trece deudos suyos entre tíos, hermanos y
primos”.

Preso Túpac Amaru, el Mariscal Del Valle asignó a Pumacahua un puesto en la


vanguardia del ejército que marcharía sobre otros jefes rebeldes en tierras
puneñas Fue entonces cuando Pumacahua venció a Vilca Apaza en el Cerro
Condorcuyo, salvando de paso la vida de Avilés allí “la mortandad de los traidores

46
fue tan grande que por más de dos leas no se encontraban sino cadáveres de éstos.

Combatió luego a los Lupacas cerca de Puno, venciendo a la gente de Sanca y de


Ingaricona Regresando de la ciudad del Lago (que tuvo que ser evacuada por todos
los virreinales), peleó al frente de sus indios en Hullullona, cerca de La Raya, donde
casi perdió la vida en manos de los alzados Salvado por una columna española,
prendió fuego al pasto seco de esas punas, pereciendo muchísimos rebeldes.

No reposó en el Cuzco Habiendo cobrado nuevos bríos la rebelión en Lares, allí fue
enviado el valiente jefe indio y él habría de recordar más tarde en su foja de
servicios las refriegas de Guacahuari, Atahuala, Choque cancha, Amparaes,
Hapupata, Chaynajasa y Hacanuco.

Pacificados los Andes, Pumacahua se retiró a Chincheros alternando su vida entre


esta villa y el Cuzco Impuso nuevos tributos, hizo donativos y auxilios al Rey de
España con su peculio cuando la guerra con Inglaterra. Años más tarde,
Pumacahua habría de participar en otras campañas virreinales en el Alto Perú.

No obstante, a pesar de su pasado, Pumacahua es un héroe peruano. Porque al final


entendió las ideas de patria y libertad luchando y muriendo por ellas Se dirá que
durante una gran parte de su vida peleó por cl Rey de España Sí, pero lo hizo con el
coraje propio de los guerreros incaicos y aunque mucho aún se pueda sostener en
pro y en contra del gran jefe quechua, cuidemos de no exigirle lo que tampoco
pedimos a otros personajes continentales y también peruanos San Martín, luchó
igualmente bajo las banderas del Rey de España; y en nuestra patria lo hicieron
Santa Cruz, La Mar y Castilla, por citar sólo ejemplos representativos; hombres
todos que en sus horas iniciales vivieron esa época confusa de modo equívoco,
rectificándose a tiempo. En 1814, Pumacahua como San Pablo, paso de represor a
creyente Respetemos su “camino de Tarso”, en postrera conversión 127.

LAS PUGNAS ENTRE ETNIAS Y LAS RIVALIDADES ENTRE CACIQUES

La sublevación tupacamarista la tramó el Inca contando con la subordinación de


los aymaras del altiplano. En efecto, consta por la propia declaración de Túpac
Catari (el principal dirigente aymara), que hizo reiterados Viajes a Tungasuca en
los años anteriores al levantamiento, a fin de entrevistarse con el cacique
Condorcanqui y consta igualmente que al momento del desencadenamiento de los
hechos, fueron emisarios del Inca ante los aymaras, Tomás Inga Lipe y Guagua
Condori Asimismo, se aprecia que en la etapa inicial del alzamiento, aunque Julián
Apaza tuvo algún éxito en Carabaya, actuó siempre bajo la conducción del Inca; y el
propio padre del jefe aymara Pedro Nicolás que tal vez quiso actuar más allá de lo
previsto, tuvo que regresar de Chucuito a Sica Sica, porque los indios, pese a ser
armaras como él lo quisieron matar”.

No obstante estos buenos augurios, solidarios en el desenvolvimiento de los


acontecimientos, aparecieron pronto serias divergencias entre la etnia quechua y
la aymara, así como enfrentamientos entre sus jefes más calificados.

Relaciones positivas hubo en un inicio entre Túpac Amaru y Tomás Catari. No


obstante, pronto surgieron graves divergencias del Inca primero con Tomás Catari,
luego con Julián Apaza, quien se convertiría en Túpac Catari, su nombre de
adopción Una vez al frente de la colectividad, este caudillo habría de intentar un

47
rumbo propio en desavenencia con el Inca, al cual, inclusive, proyectó “darle
guerra”.

Las principales contradicciones fueron registradas a lo largo de medio año entre


Diego Cristóbal, Andrés, así como otros Túpac Amaru y el caudillo altoperuano
Túpac Catari; éste era un indio plebeyo, vendedor ambulante de coca y de bayetas,
quien por sus excepcionales condiciones había logrado la virtual jefatura del
movimiento insurreccional en las comarcas del altiplano lindantes con La Paz.

Semejante autonomía puso en juego la unidad del movimiento; los hechos


mencionados se ahondaron tras la captura de José Gabriel Túpac Amaru.

En efecto, tras el apresamiento del Inca, un marcado enfrentamiento se registró


entre los Túpac Amaru y Túpac Catari, el famoso caudillo alto peruano, al extremo
que en pleno asedio de La Paz fue arrestado por orden de Andrés (Mendiguren)
Túpac Amaru, joven general en jefe de las huestes tupacamaristas en el altiplano,
sobrino de José Gabriel

La acción contra Túpac Catari parece tanto más incomprensible si se considera que
tras el fracaso en el sitio del Cuzco y la toma de Puno, la batalla por La Paz era la
más importante de la revolución

Pero todo indica que a mediados de 1781 las divergencias entre los caudillos
habían alcanzado un grado peligroso para la causa insurreccional, máxime si se
considera la muerte de José Gabriel quien fue ejecutado el18 de mayo de aquel año.

Encargado de cumplir con la orden de detención impartida por Andrés Túpac


Amaru (quien por esos días cercaba exitosamente la ciudad de Sorata en el
altiplano), fue el coronel Faustino Tito Atauchi, uno de los más destacados
lugartenientes de los Túpac Amaru. Este jefe tupacamarista “prendió a Catari por
haber sido muy sanguinario” 128, según consta.

En efecto, Túpac Catari -valentísimo jefe rebelde- había ganado fama de suma
dureza en el trato a los criollos y mestizos; al respecto conviene añadir que la
orden de su detención coincide con una demanda formulada cuatro meses antes
por la esposa de Túpac Amaru, Micaela Bastidas. Ella exigió castigos para algunos
capitanes tupacamaristas que cometían excesos La razón que había dado fue clara:
“[...] dirán que vamos en contra de todos” 129. Nefasto resultaba el anticriollismo
ciego, pensaban los más altos jefes rebeldes. Por eso se trató de frenarlo en todas
partes.

Pero también existen datos sueltos que nos hablan de las naturales ambiciones de
Túpac Catari, o por lo menos de la ciega adhesión de sus hombres, a punto de
hacerla a veces rivalizar con los Túpac Amaru o “incas” como se los llamaba
Existen varios hechos más.

El cerco de la ciudad de Sorata contó con la participación de Inga Lipe, coronel a


órdenes de Diego Cristóbal Túpac Amaru, contra la voluntad de Túpac Catari, el
sitiador de La Paz. Este, cuando Inga Lipe le fue contrario “lo tuvo prisionero cuatro
días porque sin traerle nada vino muy guapo y con mucha autoridad a representarle
que era Inga” 130.

48
En realidad, lo que básicamente pidió Inga Lipe fue un cañón pedrero para reforzar
a Andrés Túpac Amaru en Sorata.

Declaraba después Túpac Catari que la exigencia “lo incomodó”, pero que “receloso
de que Diego Cristóbal Túpac Amaru se enojase contra él, que también envió a Javier
Tito, Cacique de Calamarca a ver y saber del dicho cerco, efcual se volvió con la razón
que esperaba y se quedó con los dos nominados Incas Andrés y Miguel que habtan
acudido a fomentar el dicho sitio [ de Sorata ] como enviado y pariente de Diego
Cristóbal Túpac Amaru”131 .

El cerco de Sorata había sido iniciativa del mestizo Diego Cristóbal, líder
indiscutible de todo el movimiento insurreccional tras la prisión de José Gabriel; el
propio Túpac Catri así lo reconoció al declarar: “vinieron órdenes y circulares de
Diego TupAmaru para sitiar dicho pueblo “132. Por esa razón se trasladaron a
Sorata, Andrés y Miguel [Bastidas] Túpac Amaru y luego pasaron a La Paz, a
reforzar a Túpac Catari pero éste siempre les guardó recelo al igual que otros
capitanes armaras

Seguramente Túpac Catari vio con desconfianza ese avance nuevo de los incas
cuzqueños a las regiones de la audiencia de Charcas.

También reparamos en un tal Miguel Guamansongo, “comisionado del principal


rebelado TupAmaru”, quien era contrario a Túpac Catari “por titularse de
Gobernador o Corregidor” 133. A Catari disgustaron evidentemente varios
emisarios y jefes de Chumbivilcas que fueron al Altiplano con órdenes de Diego
Cristóbal Túpac Amaru.

Otro caso, aunque muy distinto, es el del “tuerto Pedro Obaya, quien vino de
Azángaro con el nombre fingido de sobrino de Tupac Amaru, cuyo sol dado había
sido, y vino a entremeterse en la sublevación como cabeza, hombre muy caviloso y
preciado de valor quien dio la idea de las invasiones nocturnas y del combate fingido
entre los mismos alzados” 134. No obstante tan buenos méritos bélicos este jefe
rebelde también proyectó una acción propia pues se propuso “arrollar a Túpac
Catari y supeditarle atrayendo a su partido las comunidades de indios” 135. De
hecho, el tal Obaya parece haber sido muy ambicioso o un apasionado seguidor de
los Incas Quizá por eso ante los indios a veces se hacía llamar Guaina Cápac 136. Y
“rey chiquito” La crisis acabó con el apresamiento del tuerto lugarteniente y duros
castigos corporales a tan singular personaje y sus secuaces.

La pugna entre quechuas y armaras era antigua, pero no cabe duda de un hecho:
las disensiones en las comarcas altiplánicas se ahondaron desde que el plebeyo
Apaza tomó el nombre de Túpac Catari y se convirtió en el cabecilla de los
alrededores de La Paz. Era personaje de magnetismo singular y por ser de bajo
origen social arrastró tras de sí a grandes grupos campesinos, armaras casi todos.

Los Túpac Amaru tuvieron entonces que actuar con drasticidad para salvar la
unidad del movimiento Diego Cristóbal, desde Azángaro, remitió a su pariente
Miguel Túpac Amaru y éste “sojuzgó al dicho Túpac Catari, rebajándole al empleo de
Gobernador” 137. No iba a resultar tarea fácil, y por ello el emisario inca fue con
“seis coroneles indios y cholos de la provincia de Azángaro, Chumbivilcas, Carabaya,
Larcaja y Omasuyos” 138.

49
Controlado el brote escisionista, los “incas” Túpac Amaru asumieron entonces la
jefatura máxima de la sublevación en todo el altiplano; de mala gana habría
aceptado Túpac Catari esa jerarquización que lo colocaba debajo del cuzqueño
Diego Cristóbal, pero nada hizo abiertamente por romperla. Los problemas
surgieron de modo indirecto en fecha posterior.

Las diferencias entre los nativos eran antiguas; recrudecieron al compás del rápido
acontecer propio de toda sublevación.

Esa vez, felizmente para los sublevados, el factor humano, jamás ajeno a la política,
desempeñó un rol providencial para unir a los rivales.

En efecto, una mujer vino a jugar un papel decisivo en esta difícil coyuntura La
división en los mandos durante el sitio de La Paz, solucionada sólo precariamente,
vino a diluirse casi del todo gracias a Gregoria Apaza, joven india hermana de
Túpac Catari, quien por obra del destino se convirtió en compañera del caudillo
Andrés Túpac Amaru, el vencedor de Sorata, a cuyo asedio y toma, ella también
había asistido el 4 de agosto Resultó así convertida esa mujer en nexo vital de las
facciones rebeldes Apodada “reina” y también “virreina” por los suyos, gozaba de
gran influencia y la usó para el bien general de los rebelados. Su hermano como
vimos quedó en libertad y continuó con mando militar, retornando la calma a los
campamentos rebeldes del Alto Perú, por un tiempo.

Túpac Catari aceptó desde entonces la jerarquía de los “incas” Incluso después que
Andrés Túpac Amaru tomó Sorata, le prestó auxilios a Túpac Catari en el sitio de La
Paz Permanentemente se vio después a Túpac Catari al lado de emisarios
tupacamaristas procedentes de regiones cuzqueñas, enviados para ayuda y control.

Eso sí, como resultado de estas pugnas, Túpac Catari hizo ahorcar posteriormente
a Tito Atahuchi, quien según parece había abusado del en cargo que se le confió,
arrebatándole sus bienes cuando lo tuvo prisionero 139.

Existen indicios de que estas rivalidades entre caudillos poseían mayores raíces La
extrema susceptibilidad entre los distintos líderes es tanto más explicable por
cuanto los sucesos relatados ocurrieron, tal como hemos incidido, cuando ya
estaba cautivo en el Cuzco José Gabriel Túpac Amaru, hasta entonces indiscutido
conductor de la rebelión La lucha interna por la jefatura suprema de la revolución
estuvo abierta por un tiempo entre el “inca” quechua Diego Cristóbal Túpac Amaru
y el plebeyo armara Túpac Catari, por lo menos en tierras paceñas.

Uno de los que más ayudó a poner orden en el Altiplano fue Juan de Dios
Mulluparaca, rudo emisario cuzqueño de Diego Cristóbal Túpac Amaru; también
Miguel Guamansongo.

Túpac Catari tuvo que afrontar también graves problemas en sus propias filas
armadas. Hubo gente que se propasó mucho más allá de sus miras.

Ahorcó a su paisano de Ayoayo, el jefe Marcelo Calle, “por las muertes y asesinatos
que cometía sin licencia” 140. En otros casos hubo auténticos motines de algunas
unidades revolucionarias contra sus caudillos 141, quienes, en general, eran más
moderados y trataban de contener excesos sociales y racistas

50
Pero la supremacía de los llamados “incas” (todo los parientes de José Gabriel
Túpac Amaru), resultó acatada por Túpac Catari durante las etapas postreras Con
respeto siempre habló de José Gabriel como “primer rebelado” y se refería a los
deudos de éste (Diego Cristóbal, Miguel y Andrés) tratándolos indefectiblemente
de “incas” 142; pero en forma subrepticia alentó grupos propios, a causa de cierto
desagrado que le causaban los Incas, quizá por ser nobles, tal vez por ser quechuas.

Por eso el 8 de abril de 1781, en medio de encarnizados combates en las cercanías


de Puna, el Corregidor Orellana, alma de la resistencia realista, escribía a sus
superiores “que unos indios aclamaban a Túpac Amaru y otros a Túpac Catari [...] en
suma, no sé a quién”; así lo apuntaba desconcertado 143.

Asimismo, documentos hay en los cuales los alzados aymaras se refieren a Túpac
Catari como “Inga Rey” y existen pruebas documentales que el 19 de marzo, al
incorporarse al cerco de La Paz, Túpac Catari se hizo llamar “Tupac Catari Inga
Rey” y que su nombre era voceado con algazara haciendo la gente a su paso
“genuflexiones de besarle la mano [...] y con su mujer hincándoles las rodillas” 144.

Testimonios existen que no precisan a quién señalan exactamente; aquellos que


hablan de “el monarca rey Túpac Nina Catari” (24 de marzo de 1781 en Ilave) o
Ariquipita Túpac Catari Inga (Chucuito, 21 de abril de 1781) Al parecer hubo
comandantes rebeldes que adoptaron el nombre del caudillo altoperuano,
agregándolo al suyo, pues hubo dos jefes famosos apelados Nina y Ariquitipa 145.
Los Catari parecen haber conformado una logia.

Otro hecho: cuando Túpac Catari estuvo a punto de asaltar La Paz, estrechando el
cerco dijo “Ya vencimos, ya estamos bien y ahora sí he de procurar hacer la guerra a
Túpac Amaru para constituirme yo solo en el monarca des tos reinos” 146.

Pero en general, por convicción o entendimiento, Túpac Catari firmaba


documentos como “Virrey Túpac Catari”, pues el rey era José Gabriel y después
Diego Cristóbal Así aparece por ejemplo en el suscrito el 15 de setiembre de 1781
147 Y en varios más, en el apogeo del alzamiento.

Nada de lo dicho resta jerarquía a Túpac Catari, caudillo mesiánico de


extraordinarias condiciones personales, pese a ser iletrado, pese a sus defectos y a
su modesto origen de buhonero, ambulante vendedor arriero de coca y pese
también a su relativa juventud: apenas treinta años al momento de morir. Lo
concreto es que el centro y sur del Altiplano, supo imponerse a caciques armaras
linajudos, que respetaban títulos nobiliarios y menospreciaban por lo general a los
vasallos comunes; y por un momento como hemos visto Túpac Catari osó desafiar
la autoridad de los propios incas del Cuzco.

DIEGO CRISTÓBAL TÚPAC AMARU

Diego Cristóbal Túpac Amaru, arriero, mestizo de algo más de treinta años, fue el
“Inca nuevo”, el sucesor en el comando de la insurrección, al ser capturado José
Gabriel Túpac Amaru en Langui el 6 de abril de 1781. A tal situación llegó en virtud
de su linaje -era primo hermano del Inca apresado- y por sus hazañas Al momento
de asumir el cargo, Diego Cristóbal se había batido en las campañas del Urubamba
contra fuerzas virreinales indo españolas, en los ataques a Paucartambo, ciudad a
la cual puso cerco por un largo período y en la guerra contra Pumacahua.

51
Diego Cristóbal intentó una ofensiva para rescatar al Inca, pero fue vencido en el
combate de Layo el 14 de ese mismo mes. Pasó entonces al altiplano a fin de
reorganizar las huestes rebeldes y profundizar las acciones en el Alto Perú, para lo
cual no contó siempre con la necesaria obediencia de parte de caciques menores y
otros jefes aborígenes.

De todos modos, el mes de abril y aun el de mayo fueron de violencia vengativa;


pueblos enteros quedaron arrasados, subsistiendo solamente Puno, ciudad contra
la cual lanzó lo mejor de las tropas, sin éxito Triunfó en cambio en la toma de
Sorata (en la actual Bolivia), urbe dos veces sitiada y fue su mejor éxito militar la
derrota del Mariscal Josef del Valle quien avanzó desde Tinta a liberar Puna y La
Paz, fracasando en su empeño. Es cierto que el Mariscal venció a los rebeldes en
todos los encuentros (como Puquinacancari y Condorcuyo, entre otros), pero a los
pocos días se vio obligado a abandonar Puna, ciudad a la cual creía haber librado
del asedio tupacamarista. El 30 de mayo, los jefes rebeldes hacían su ingreso
triunfal a esa ciudad del Lago Titicaca Gracias a una hábil guerra de desgaste, el
Mariscal retornaría con el décimo de las tropas que llevó a la campaña.

A Diego Cristóbal corresponde asimismo el mérito d la nueva ofensiva sobre


comarcas arequipeñas, llegando los tupacamaristas mucho más abajo de Cailloma.

Logró consolidar, Diego Cristóbal, un Estado (que durará hasta enero de 1782)
cuyo núcleo central fue el Lago Titicaca Su preocupación social fue grande y su
gobierno marca una etapa de profundización de las reformas; chocó no obstante,
con el acentuado racismo de muchos de sus subordinados.

En el apogeo de su poder, Diego Cristóbal controló vastas zonas cuzqueñas (la


mitad del departamento actual) y colocó gente a pocas leguas de la antigua capital
de los Incas. A la par dominaba todo Puna, las serranías de Moquegua y Tacna. A
través de Túpac Catari, Andrés Túpac Amaru y otros lugartenientes controló la
integridad de Bolivia andina y zonas de Chile y Argentina.

Disgustado con el acento racista dado por muchos de sus lugartenientes, buscó la
paz con los virreinales que había ofrecido un indulto general; creyendo en la
sinceridad de las ofertas, se entregó con casi todas sus fuerzas, tras negociar la paz
en Lampa Quedó dueño, sí, de un enorme poder político, lo cual sirvió de base para
que fuese acusado de participar en la conjura de Carabaya. Verdadero o falso, el
cargo sirvió para que se le instaurase un proceso sumario que terminó con una
condena a la pena capital con “atenaceado”, vale decir condenado a que se le
arrancara la carne con tenazas al rojo vivo.

Tenía unos 35 años al morir Había sido arriero, como muchos de los Túpac Amaru
Su etapa de gobierno insurreccional se caracterizó por un mayor radicalismo social
en lo tocante a tierras, obrajes, minas, esclavos, etc, pero no supo conciliar con
muchos de sus más decididos seguidores (Vilcapaza, Laura, Calisaya, Carlos Catari)
que pidieron una lucha a muerte contra los españoles.

ANDRÉS MENDIGUREN TÚPAC AMARU

“Es muy vivo y advertido y es el que gobierna las tierras” dijeron informantes
virreinales sobre este joven mestizo que era sobrino del Inca, como hijo que fue de
Pedro Mendiguren (otro colaborador activo de la rebelión) y de Cecilla Túpac

52
Amaru.

Tenía unos diecisiete años de edad al momento de la sublevación, pero por su


belicosidad lo llamaron “el azote de Dios”.

Fue de los vencedores en Sangarara y de los que estuvieron en el Cuzco o en


Sorata. Perdida la campaña por el Cuzco, dejó Tinta el 6 de febrero de 1781 con el
objeto de profundizar la lucha en el altiplano, así como de darle coherencia
Continuó en la brega tras la captura y muerte del Inca.

Al lado de Pedro Vilcapaza y de Miguel Bastidas marchó a la conquista de Sorata,


gran ciudad del altiplano a la que puso cerco por dos veces, mientras en lo político
acentuaba lazos con Túpac Catari y su gente Tomó Sorata finalmente el 4 de agosto
de 1781 gracias al represamiento de un río cuyas aguas lanzó a la ciudad. Tras
ellos marcharon sus soldados y se afirma que los sobrevivientes fueron pocos.

Luego tuvo que actuar en el segundo cerco de La Paz, contra nuevos brotes
autonomistas y racistas de Túpac Catari Porque Andrés Mendiguren Túpac Amaru,
había sido remitido por Diego Cristóbal más allá del Lago Titicaca también con el
fin de frenar los excesos del jefe armara Túpac Catari, responsabilidad que supo
afrontar con firmeza y tino después de momentos muy difíciles en que veló por la
unidad de la rebelión; paralelamente logró equilibrar las relaciones de quechuas
con armaras. A la vez fue a veces impulsor de la idea de unión con los criollos,
aunque la realidad desbordase las posibilidades de la línea “integralista”

A causa de las discrepancias surgidas entre los dos líderes sobre la política a
seguirse frente a los criollos, Andrés mantuvo su autoridad e hizo arrestar a Túpac
Catari, quien terminó aceptando el mando del “Inca mozo”.

Con diez mil indios construía una nueva presa para lanzar sobre La Paz las aguas
del río Chuquiabo, cuando casi simultáneamente se dañó la obra y llegaron tropas
de Buenos Aires.

Desaparecida la opción de victoria, los Túpac Amaru buscaron la paz Estuvo entre
los beneficiados con el indulto virreinal y la Paz de Sicuani (1782) Pero envuelto en
acusaciones fue arrestado y remitido a España a cumplir condena de diez años de
prisión y perpetuo destierro del Perú, en virtud de sentencia del 16 de marzo de
1784 El navío de guerra “San Pedro de Alcántara” en que iba cautivo (al lado de
otros presos tupacamaristas) se hundió en Peniche, costa portuguesa, pereciendo
ahogado al igual que muchos otros, el 2 de febrero de 1785, aunque no faltaron
rumores que había fugado con otros cuando el velero bordeaba las costas de
Purimani, en la Guayana Holandesa, guarida de piratas, esclavos cimarrones y toda
laya de prófugos de la justicia En cualquier forma, ese joven héroe peruano apenas
había cumplido los veinte años de edad

LAS ACCIONES DE TÚPAC CATARI EN EL ALTO PERÚ

El hombre que dirigió las operaciones bélicas de mayor envergadura durante la


revolución tupacamarista fue un ambulante arriero nacido con el nombre aymara
de Julián Apaza y quien se haría llamar Túpac Catari durante la rebelión.

Por confesión de su mujer y otros colaboradores, sabemos que diez años por lo

53
menos había urdido el levantamiento Más de una vez viajó hasta Tungasuca a
entrevistarse con el Inca, a quien convenció de las grandes posibilidades
insurreccionales del Altiplano. En cualquier forma, lo vemos actuando según
parece en Carabaya hacia diciembre de 1780. Y luego con otro nombre en el Lago
Titicaca. No aparece en el primer asedio a Sorata, pero en cambio su figura pasó al
primer plano por su actuación en los dos cercos de La Paz, que dejaron un saldo
aproximado de veinte mil muertos, suman do los caídos en los dos bandos.

Con gran despliegue de tropas y con ingenio militar, Túpac Catari inicio el primer
asedio el 15 de marzo de 1781, el cual levantó el 31 de junio al irrumpir las huestes
enviadas por el Virrey de Buenos Aires. Y como a estas tropas les fue imposible
permanecer en el lugar, apenas se retiraron el jefe armara reinició el ataque el 5 de
agosto del mismo 1781. Para entonces ya se habían presentado graves
divergencias con “los incas” como llamaban los armaras a los Túpac Amaru, Túpac
Catari que nunca había ocultado sus empeños autonomistas, tuvo que ser llamado
al orden por Andrés Túpac Amaru y Miguel Bastidas, quienes se vieron obligados a
anular varias de sus medidas y aun a apresarlo por unos días puesto que el jefe
armara había dispuesto cierta animadversión contra los quechuas y habló hasta de
“dar guerra a Túpac Amaru”. Pero al final, Túpac Catari terminó aceptando la
supremacía del Inca Diego Cristóbal Túpac Amaru (el sucesor en el comando
insurreccional a la muerte de José Gabriel Túpac Amaru) y firmando sólo como
Virrey A veces Diego Cristóbal logró frenar los desmanes racistas del jefe armara,
que mucho daño había causado al movimiento.

Ofrecido el indulto por las autoridades coloniales, Túpac Catari terminó entregado.
Pero los vencedores no acataron el perdón y descuartizaron a Túpac Catari en el
Santuario de Las Peñas, el 13 de noviembre de 1781. Tenía 30 años de edad Acabó
acusado por muchos de los que habían sido sus partidarios

PEDRO VILCAPAZA

Arriero azangarino, militó desde un inicio en las filas tupacamaristas. Sitió Sorata
(Bolivia actual) desde ello de abril de 1781, aliado de Miguel Bastidas, bajo el
mando de Andrés Mendiguren Túpac Amaru. Levantando el asedio de esta ciudad a
causa del desastre de Tinta, se enfrentó al ejército del Mariscal del Valle en tierras
puneñas, librando las batallas de Condorcuyo y Puquinancari durante el mes de
mayo Surgida la crisis entre quechuas y armaras, fortaleció a los primeros,
respaldando a los “incas jefes natos del movimiento. Luego retornó al asedio de
Sorata, ciudad que al fin cayó el 5 de agosto. Más tarde reforzó el asedio de La Paz,
controlando de paso los intentos autonomistas del aymara Túpac Catari Ofrecido el
indulto por los virreinales se negó al pacto de Sicuani y siguió en la brega. En enero
de 1782 está otra vez en guerra abierta y ganó el combate de Huaycho al Coronel
Fernando del Piélago. No lejos de allí habría de perder el encuentro de Moho, el 30
de marzo, no obstante lo cual no se rindió. Destrozado su ejército trató de
organizar montoneras en otros lados del Lago Titijaja, pero fue capturado cerca de
Azángaro y descuartizado por orden del Mariscal del Valle, el 8 de abril de 1782 A
quienes contemplaron su ejecución, les gritó “¡Por este sol aprended a morir como
yo!”.

54
NOTAS
1. Sólo en 1793 la Convención de Francia dispondrá la abolición de la esclavitud.
2. Paz, Melchor de, Guerras separatistas Lima, 1952,2 tomos (edit) Luis A Eguiguren) t. I, Diálogos, p.
248.
3. Cabildo del Cuzco Informe de 1783 Lima, 1971, p. 103.
4. PAZ, Melchor de Op. cit, t. I, p.245-247.
5. Comisión Nacional del Bicentenario de la Revolución de Túpac Amaru, Lima, 1980, Combreta, t. I,
p. 126.
6. Valcárcel, Carlos Daniel Túpac Amaru, Lima, 1977.
7. Colección documental de la independencia del Perú (CDIP) Lima, 1971 Carlos Daniel Valcárcel,
Tomo II La Rebelión de Túpac Amaru, vol. 20 La Rebelión, p 463
8. CDlP, t. II, vol. 20, pp. 297,299.
9. Ibídem, vol. 30, p. 331; Combreta, t. I, p. 224.
10. “Correo” de Huancayo Informe publicado el 4 de agosto de 1971.
11 CDIP t. II, vol. 10, p. 317.
12. Durand, Luis, es quien más releva el empeño “integrista” de Túpac Amaru en su Independencia e
Integración en el Plan de Túpac Amaru, Lima, 1973. J.J. Vega también ha tratado el tema en su Túpac
Amaru, Lima, 1969.
13. CDlP, t. II, vol. 20, p. 323.
14. Ibídem, p. 309.
15. Paz, Melchor de Op. Cit., t. I, p. 259.
16. lbídem, p. 260.
17 Lewin, Boleslao La Rebelión de Túpac Amaru y los orígenes de la Independencia de
Hispanoamérica, Bs Aires, 1967, p. 825.
18. Ibídem, p. 828.
19. Cornejo Bouroncle, Jorge Sangre india, p. 45.
20. CDlP, t. II, vol. 40, p. 49-50.
21. La Verdad Desnuda, p. 625. De aquí en adelante aludiremos a esta obra como La Verdad.
22 CDlP, t. II, vol. 20, p. 306.
23 Ibídem, p. 308.
24 Ibíd, p. 386.
25 Coloquio Internacional “Túpac Amaru y su tiempo Cusco 1980” (Intervención del Sr. Sergio
Villalobos, de Chile).
26 CDlP, t. II, vol. 20, p. 466.
27 lbídem, p. 325.
28 Ibídem.
29 Paz, Melchor de Op. Cit., p. 285.
30, lb ídem, p. 261.
31 Ibíd, p. 261.
32 Combreta t. I, p. 336
33 Paz, Melchor de Op. Cit., t. I, p. 270.
34 Ibídem, p. 261.
35 Ibíd p. 270.
36 Combreta, Op. Cit., p. 339.
37 CDIP, t. II, vol 2°, p. 342.
38 Ibídem, p. 406.
39 Paz, Melchor de Op. Cit., t. I, p 270-271.
40 Caracho, José García En: Túpac Amaru, por Jorge Cornejo Bouroncle, cit., p. 613.
41 Paz, Melchor de Op. Cit., p 271.
42 Sahuaraura, J.R. Estado del Perú (1783) En: CDIP, Lima, 1971
43 Paz, Melchor de Op. Cit., p. 277.
44 CDIP, t. II, vol 2°, p. 306.
45 Paz, Melchor de Op. Cit., p. 276.
46 CDIP, t. II, vol 2°, p. 363.
47 Paz, Melchor de Op. Cit., p. 248.
48 Cabildo del Cuzco Informe de 1783, p. 120.
49 Ibídem, p. 142.
50 Idem.
51 CDIP, t. II, vol 2°, p. 311.

55
52 Cabildo del Cuzco Informe de 1783, pp. 103-106.
53 Ibídem, p. 108.
54 Combreta Op. Cit., Carta de Mscoso, p. 183.
55 Cabildo del Cuzco Informe de 1783, p. 118.
56 Combreta, op. Cit., p. 117.
57 Cabildo del Cuzco, cit, p. 120 y CDIP.
58 Cabildo, cit, p. 124.
59 Carta del Obispo Moscoso.
60 CDIP, t. II, vol 2°, p. 386.
61 Combreta, Op. cit., p. 154.
62 Cornejo Bouroncle, Jorge Túpac Amaru, Cusco, p. 200.
63 Sahuaraura, J.R., Op. Cit., p. 351.
64 CDIP, t. II, vol 2°, p. 379.
65 Ibídem, pp. 440, 442, 431, 435.
66 Ibíd, p. 431.
67 Ibíd, p. 431.
68 Ibíd, p. 441.
69 Paz, Melchor de Op. Cit., p. 282.
70 Ibídem, p. 428.
71 CDIP, t. II, vol 2°, p. 441.
72 Cornejo Bouroncle, Jorge Op. cit., p. 196.
73 CDIP, t. II, vol. 20 p. 332.
74 Ibídem, p. 394.
75 Ibíd, p. 479 y otras.
76 Ibíd, p. 359.
77 Bolo Hidalgo, Salomón Micaela Bastidas, Lima, 1980 Varios son los autores que creen factible el
nacimiento de Micaela Bastidas en Abancay, que en ese entonces dependía del Cuzco Los Bastidas
eran oriundos de esa región.
78 Combreta, op. Cit., p. 206.
79 Cabildo del Cuzco Informe de 1783, cit., p. 130.
80 Valcárcel, Carlos Daniel Túpac Amaru, p. 116.
81 Anónimo En: Manuel Odriozola, Documentos Históricos del Perú t. I, p. 55.
82 Paz, Melchor de Op. Cit., t. I, p. 335.
83 lBídem, p. 105.
84 CDIP, t. II, vol. 20, p. 655 y Relación Anónima.
85 CDIP, t. II, vol. 20, p. 645.
86 Ibídem, t. II, vol. 30, p. 18.
87 Paz, Melchor de Op. Cit., t. I, p. 350.
88 La Verdad, p. 582.
89 CDIP t. II, vol. 30, p. 19.
90 Lewin, Boleslao Op. Cit., documento, p. 470.
91 Paz, Melchor de Op. Cit., t. II, pp. 335-336.
92 lbídem.
93 CDIP, t. II, vol. 20, p. 645.
94 Anónimo, cit, t. I, p. 57.
95 Ibídem, p. 58.
96 Paz, Melchor de Op. Cit., t. I, p. 430.
97 Anónimo, cit, t. I, p. 58.
98 Paz, Melchor de Op. Cit., t. II, vol. 20, p. 92.
99 Anónimo, cit, t. I, p. 64.
100 Ibídem, p. 64.
101 Cornejo Bouroncle, Jorge Op. cit., documento, p. 402.
102 Ibidem, documento, p. 403.
103 Paz, Melchor de Op. cit., t. II, p. 456; Jorge Cornejo B, op. cit., p. 406; Anónimo, cit, t. I, p. 65.
104 Paz, Melchor de Op. cit., t. II, p. 456; Jorge Cornejo B, op. cit., pp. 405-406.
105 Paz, Melchorde Op. cit., t. II, p. 92.
106 CDIP, t. II, vol. 20, p. 800.
107 Ibídem, p. 797.
108 Ibíd, vol 30, p. 72 y sgts.

56
109 Ibíd, vol., 20, p. 797; Melchor de Paz, op. cit., t. I, p. 457.
110 Cabildo del Cuzco Informe de 1783, p. 138.
111 La Verdad, cit., p. 625.
112 Vega, Juan José Túpac Amaru, p. 60.
113 Lewin, Boleslao Op. cit., documento, p. 416.
114 Paz, Melchor de Op. cit., t. I, p. 260.
115 Lewin, Boleslao Op. cit, anexo, p. 830.
116 CDIP, t II, vol., 20, p. 402.
117 PAZ, Melchor de Op. cit, t. I.
118 CDIP, t. II, vol., 20, p. 592.
119 Idem.
120 Ibídem, vol., 30, p. 530.
121 Quiroz, Eusebio y Alejandro Málaga Ponencia en el Congreso “La Iglesia y Túpac Amaru”
(Cusco, 1981).
122 Huertas. El movimiento de Túpac Amaru en Ayacucho En: Antología, (edit) INIDE, preparada por
Alberto Flores Galindo, pp. 83-106, Lima, 1976. También Boleslao Lewin, op. cit., p. 478 y algunos
documentos de la CDIP.
123 Valcárcel, Carlos Daniel Tupac Amaru,cap VII; Juan José Vega, Tupac Amaru, pp. 25 y 32; Scarlett
O’Plhelan, “La rebelión de Túpac Amaru”, en Rev. Histórica, Lima.
124 Lewin, Boleslao Op. cit, p. 621.
125 Ibídem, p. 621.
126 Sánchez Albornoz, N. El indio en el Alto Perú a fines del siglo XVIII, Lima, 1973 (mimeografiado).
127 Referencias bibliográficas tomadas de: “Memorial de Pumacahua a Carlos II”, pub. Jorge
Cornejo B en Túpac Amaru, p. 63/ Documentos de Melchor de Paz, op. cit, t. I, p. 328 y 380/ Partida
de nacimiento de Pumacahua, pub. por José Toribio Polo en Rev. Histórica/ CDIP, t. II, vol. 20, pp.
434, 364, 359, 372, 309, 316, 275, 296 y 298. Asimismo, t. II, vol., 30, pp. 239, 309, 327, y 364 J. R.
Sahuaraura, en op. cit., pp. 407, 370. Y otras/ Documentos citados en “Pumacahua y los clarines de
Chincheros”, pub. por Jorge Bernales Ballesteros, en: Boletín del Instituto Riva Agüero, 1969-71/
Rubén Vargas Ugarte, Historia General del Perú, t. V, cap. IX Jorge Cornejo B Documentos, p. 201.
128 Gutiérrez, José Rosendo Documentos para la Historia Antigua de Bolivia, La Paz, 1879, p. 26/
Boleslao Lewin, op. cit., p. 512.
129 Carta de Micaela Bastidas a J. G. Túpac Amaru, fechada en Tungasuca, 2 Dic. 1780. En: Jorge
Cornejo Bouroncle, Sangre India, Cusco, 1949, p. 52.
130 Declaración y Sentencia de Túpac Catari, en: Rev. Bolívar (Sociedad Bolivariana de Lima), p. 37.
131 Idem.
132 Idem .
133 Ibídem, p. 30.
134 Ibíd, p. 37.
135 Ibíd, p. 30.
136 Carta Relación de Fray Matías de la Borda al Señor Comandante General Don Sebastián
Segurola, fechada en mayo 30 de 1781 En: Melchor de Paz, op. cit., t. I, p. 440.
137 Declaración y Sentencia de Túpac Catari, cit, p. 39.
138 Idem.
139 Ibídem, p. 26.
140 ibíd, p. 23.
141 Ibíd, p. 27 y otras.
142 Ibíd, pp. 24 y 25.
143 Informe del Corregidor de Puno a la ciudad de Arequipa, de 8 de abril de 1781 En: Melchor de
Paz, op. Cit., t. I, p. 376.
144 Carta respuesta de Fray Matías de la Borda, en Melchor de Paz, Op. cit. p. 439.
145 “Diario de 10 acaecido en los pueblos de la Provincia de Chucuito del Obispado de La Paz
durante la Rebelión, por Don Celedonio Bermejo con datos de Don Joaquín Orellana Fechada:
Arequipa, abril 21 de 1781 En: Melcho de Paz, op. cit., t. I, p. 380.
146 Carta de Fray Matías de la Borda Carta citada en Melchor de Paz, op. cit, p. 440.
147 Cédulas de Nombramientos y Órdenes diversas En: Boleslao Lewin, op. cit, pp. 865,877 y otras.

57

También podría gustarte