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CELEBRACIÓN DE LA RECONCILIACIÓN
La narración puede utilizarse de muy diversas maneras (bien en un encuentro previo, bien di-
rectamente en la celebración, etc.). En cualquier caso, tanto la simbología como el mensaje
son muy claros. Bastarán unas sencillas pautas para motivar la reconciliación, el encuentro
con Dios y con los hermanos, y el compromiso (significado de la cruz, Jesús que siempre se
hace el encontradizo, el hacha y las tentaciones de la vida, la solidaridad, etc.). La parábola,
tomada de M. Menapace (El Paso y la Espera) está adaptada por J.J. Coma.
«Había una vez un joven que andaba buscando al Señor. Había oído que invitaba a todos
para vivir en su Reino. Preguntando por su paradero, se enteró de que estaba monte adentro,
con un hacha, para preparar cuanto cada uno de sus amigos necesitaba para el viaje hasta
su Reino. Ni corto ni perezoso, se fue a buscarlo al bosque.
– Estoy preparando una cruz para cada uno de mis amigos. Tendrán que cargar con ella para
poder entrar en mi Reino.
– ¡Claro que sí! Respondió Jesús. Estaba esperando que me lo pidieras. Ahora bien, si quieres
serlo de verdad, tendrás que tomar tu cruz y seguir mis huellas, puesto que yo me voy sin
más para preparar el lugar.
-Mira, ésta que acabo de terminar. Esperaba que vinieras y me puse a prepararla.
Preparada, lo que se dice preparada no está, pensó el joven. En la práctica se trataba de dos
troncos mal cortados con el hacha; por todas partes sobresalían las ramas de cada tronco. No
se había esmerado mucho Jesús con aquello. No obstante, pensando que quería entrar en el
Reino, se dejó de miramientos y se decidió a cargar la cruz sobre sus hombros, comenzando
a caminar con la mirada puesta en las huellas que había dejado el Maestro.
Pero, hete aquí que, nada más echar a andar, apareció el Diablo y se acercó sonriente a
nuestro joven, gritando:
– Extrañado por aquella aparición y llamada, el joven miró hacia el Diablo que se acercaba
con un hacha en la mano.
– Pero, ¿cómo?, ¿también tengo que llevarme el hacha?, preguntó molesto el muchacho.
-No sé, dijo el Diablo haciéndose el inocente, pero me parece que es conveniente que te la
lleves por si la necesitas para el camino. Además, sería una pena dejarla abandonada.
Esa noche durmió tranquilo. A la mañana siguiente reanudó el camino. Noche a noche su
cruz iba siendo mejorada, se hacía más llevadera y servía también para calentarse. Casi se
sintió agradecido con el Diablo. Cada noche miraba la cruz y hasta se sentía satisfecho con el
resultado del trabajo para embellecerla. Ahora tenía ya un tamaño razonable y estaba tan
pulida que parecía brillar bajo los rayos del sol. Un poco más y hasta podría levantarla con
una sola mano, como si fuera un estandarte. Si le daba tiempo antes de llegar, pensó, podría
llegar a colgarla en el cuello con una cadenita. ¡Hasta resultaría un buen adorno sobre su
pecho!
No le dio tiempo a realizar todos estos pensamientos. Al día siguiente, se encontró delante de
las murallas del Reino. No sólo estaba feliz por llegar a la meta, sino que también esperaba el
momento de poder presentar a jesús la cruz que tanto había perfeccionado.
Ninguna de ambas cosas fue sencilla. En principio, resultó que la puerta de entrada del Reino
estaba colocada en lo alto de la muralla, abierta como si de una ventana se tratara a una
altura considerable. Gritó insistentemente, anunciando su llegada. El Señor apareció en lo
alto invitándole a entrar.
– Pero, Señor, ¿cómo puedo entrar? La puerta está demasiado alta y no alcanzo.
– Apoya la cruz contra la muralla y luego trepa por ella. A propósito dejé yo tantas ramas en
tu cruz para que te sirviera ahora. Además, tiene el tamaño justo para que alcances la
entrada.
En aquel momento, el joven se dio cuenta que realmente la cruz recibida tenía sentido; de
verdad el Señor la había preparado bien. Sin embargo, ya era tarde para esto. Su pequeña
cruz, tan pulida y recortada, resultaba un juguete inútil. El Diablo había resultado mal
consejero y peor amigo.
Con todo, el Señor era más bondadoso y compasivo de cuanto era capaz de imaginar el
joven. No se había olvidado de la buena voluntad del muchacho y hasta de su generosidad
para seguirlo. Por eso le dio otra oportunidad y… ¡un consejo!
– Vuelve sobre tus pasos. Seguramente en el camino encontrarás alguno que está
cansado con su cruz. Ayúdale tú a traerla. De esta manera, harás que logre alcanzar la meta
y, al mismo tiempo, podrás subir por ella para entrar en mi Reino.
Sacramento de la Reconciliación
Es experiencia de todo ser humano que, muchas veces en nuestra vida, sentimos que las
relaciones con los demás, con Dios y con nosotros mismos, no andan bien. Nos encontramos
mal en nuestro interior y ello nos mueve a ponernos en paz.
Monición y canto
(Oración del pobre / Tú, Jesús -CRJ,185 y 549-)
En nuestro interior sabemos que queremos ser y hacer el bien. Pero no siempre la realidad es
como queremos. Nos encontramos con que, sin mala voluntad, seguramente, hemos hecho
algo que no está bien. Debemos sabernos amados por Dios a quien alegra nuestro arrepen-
timiento. Su perdón nos anima a seguir trabajando por el bien en nosotros, con los demás y
con él.
1
Los textos de este apartado forman parte, con algunas variaciones, del libro de próxima
aparición en la Ed. CCS: M. PARDos, Celebrar la Confirmación.
Saludo
Oración penitencial
– Lector: Porque muchas veces pensamos más en nosotros que en los demás.
– Lector: Por toda forma de rencor y dureza en los juicios a los demás.
– Lector. Por nuestra prepotencia y arrogancia, nuestro querer medrar aún pisando a los
otros.
te pedimos nos concedas tu fuerza para vencer el pecado a base de gran caridad.
Lecturas y cantos
Gestos penitenciales
Tres jóvenes leen los textos que se proponen a continuación. Detrás de cada uno, otros tres
jóvenes, respectivamente, colocan tres carteles con las palabras DIOS, LOS DEMÁS,
YO. Pueden hacerlo en los tres brazos de una cruz, en tres hipotéticos sarmientos de una vid,
o simplemente en lugares visibles del presbiterio.
Texto 1
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno a oscuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abro ¡Qué extraño desvarío, si de mi
ingratitud el hielo frío
¡Cuántas veces el ángel me decía: «alma, asómate ahora a la ventana, verás con cuánto
amor llamar porfía «
LOPE DE VEGA
Texto 2
Oh Dios nuestro y Dios de nuestros padres, que nuestra oración llegue a ti.
Ya lo ves, señal;
«Hemos pecado. «
hemos engañado,
hemos desobedecido,
hemos endurecido nuestro corazón, nos hemos entregado a la corrupción, hemos cometido
acciones vergonzosas,
y tú, tan justo en todo lo que nos sucede, has seguido siempre actuando
con amor y fidelidad para con nosotros; pero nosotros te hemos desconocido
y hemos pecado.
Texto 3
Dios, ayer salí al campo:
… y él no había pecado;
… y él no había pecado;
… y él no había pecado;
, … y él no había pecado;
… y él no había pecado.
!Oh Dios!
ay él no había pecado».
– ¿Qué tengo que mejorar para saber acoger del amor de Dios?
– ¿A quién y por qué daría mi corazón de perdón o tendría que dárselo? ¿Lo hago? ¿Qué me
lo impide?
También se puede colocar, en lugar central, una palangana y una jarra grande con agua. A lo
largo de la confesiones individuales, quien lo desee se acerca a ella y vierte un poco de agua
sobre sus manos (mejor si es un catequista, por ejemplo, quien vierte el agua).
Significaremos con ello que quedamos limpios: igual que el agua nos limpia,
igual que el agua bautismal nos libró del pecado de nuestra humanidad, nosotros hoy
queremos significar nuestra voluntad de seguir limpios, de ir quitando de nosotros la mancha
de nuestras faltas.
(CRJ, 49), El Señor Dios nos amó (CRJ, 207), En momentos así (CRI, 554.), Padre, vuelvo a ti
(CRJ, 547), El amor es nuestro canto (CRJ, 255), Tú eres el Dios que nos salva (CLN, 604).
Examen de conciencia
(Guiado por un monitor o por el Presidente.) En muchas ocasiones, después del Bautismo,
nos hemos comprometido a renunciar a las cosas que no son Evangelio. Por eso ahora
tenemos que examinar la palabra tantas veces dada.
– Dios quiere pintar algo en nuestra vida, quiere que dialoguemos con él y celebremos sus
misterios en la comunidad cristiana. ¿Dónde pones a Dios en tu vida? ¿Te acuerdas de Dios?
¿Es Dios importante para ti?
– Dios quiere que amemos a los demás, que no nos aprovechemos de ellos, que sepamos
perdonar y dar de lo nuestro. ¿Cómo te portas con los otros, con los enemigos,
especialmente? ¿Qué compartes con los demás, qué das a los demás? ¿Sólo las sobras?
– Dios quiere que seamos libres, que crezcamos y que maduremos, y no que
vivamos sólo de lo que nos apetece, de lo que entra por nuestros ojos y sentidos, de lo que
se nos antoja, de nuestros impulsos o de «lo que nos pide el cuerpo». A Dios le gusta que
vivamos dejando que el Espíritu nos guíe. ¿Qué es lo que el Espíritu te está pidiendo y no se
lo das? ¿De qué te avergüenzas como persona, cómo anda tu proceso de maduración?
Confesiones individuales
Música de fondo o cantos apropiados de la comunidad. Sugerimos: Oración del pobre (CRJ,
185), Desde lo hondo a ti grito, Señor
alentando nuestra fe
en el camino de la vida,
en el seguimiento de tu Yo,
practicando la caridad.
Padre Dios, Tú nos llamas a renovar nuestro amor a ti y a los hombres cada día de nuestra
vida.
nuestros hermanos,
que nos reconozcan como fieles tuyos por el gran amor con que vivamos.
Te lo pedimos a Ti que nos diste a Cristo como mediador y vive y reina contigo por los siglos
de los siglos.
– R/ Amén.
Desde los cristianos de hoy y a la luz de Maria como primera cristiana, este Viacrucis se arti-
cula en torno a diversas estampas del «camino final de Jesús» y otras de los hombres y
mujeres de hoy contenidas en distintos textos y noticias que suponen otros tantos «signos de
cruz y muerte» que debemos atender. Lo ideal seria que las noticias y sus fuentes se
rehicieran tomándolas del contexto más cercano posible a cuantos recorren el Viacrucis.2
Monición inicial
Vamos a acompañar al Jesús que camina, en sus etapas finales, hacia la cruz. Por un lado
intentaremos, aunque siempre el protagonista es el, colocarnos en la situación y actitud con
las que la primera cristiana pudo vivir aquellos momentos. Por otro, trataremos de mostrar al-
gunas estaciones del Viacrucis que viven muchos hombres y mujeres de hoy. Empezamos
con la narración del juicio de Dios según Mateo para entender desde el principio que la
solidaridad y el reconocimiento de Jesús en cada ser humano es la clave de todo.
El pánico desatado en la región de Kivu por los combates entre rebeldes tutsis y tropas
zaireñas ha provocado un éxodo masivo de la población. La situación se ha agravado
últimamente con la salida de todo el personal humanitario que prestaba ayuda a los refu-
giados ruandeses. Leemos en «El País» (4.11.96) que «más de un millón de personas está al
borde de la muerte al este del Zaire». Así se expresaba el Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Refugiados al constatar cómo el mayor campo de refugiados del mundo, el
de Mugunga, estaba prácticamente vacío y más de 400.000 personas huian hacia el sur y el
oeste.
– Reflexión:
Hoy, como en tiempos de Jesús, se sigue condenando a muerte a mucha gente inocente, sin
que ni tan siquiera existan tribunales de justicia que valoren las responsabilidades. Hay
gente que muere de hambre y de sed, gente acribillada a balazos o abandonada a su suerte
injustamente.
María, sin duda, sufrió ante el juicio condenatorio de su Hijo, sobre todo, viendo a un pueblo
ingrato que pedía su muerte. El peregrinar sin rumbo de muchos pueblos hoy es semejante al
peregrinar doloroso de María detrás de Jesús en el Calvario. (Silencio).
2
Este apartado ha sido eleborado a partir de los textos publicados en: M. PARDOS, El año
litúrgico con María (Ed. CCS).
Oración
– María, madre de Jesús y madre nuestra, mira todas las causas injustas del mundo.
– María, ayúdanos a reconocer nuestra culpa en todas las situaciones de mal e injusticia que
nos rodean, y haznos capaces de convertirnos y comprometernos frente a ellas.
-Lectura: Lc 23,26-28.
En la calle Santa Engracia de Madrid se han producido no hace mucho diversos crímenes aún
sin resolver. En el último, una joven intérprete que parece fue confundida con otra mujer que
habitaba en una zona de prostitución proxima. El «ABC» (6.12.96) reproduce el suceso: como
en otras ocasiones, el criminal se llevó las ropas de la víctima; por éste y otros síntomas
claros, es de suponer que la joven fue violada.
– Reflexión:
A Jesús le cargaron con la cruz: una cruz pesada para que pudiera contener todos los males y
necedades del mundo. Sin embargo, vivimos empeñados en seguir colocando nuevos
pesos sobre esa cruz. Robos, violaciones, prostitución, malos tratos, asesinatos… junto a
quienes, por unos u otros motivos, como Simón de Cirene, quieren desterrar estos pesos,
intervienen las zancadillas de inhumanidad. ¿Cuál es nuestra postura?
María debió sentir una pequeña alegría al comprobar que le echaban una mano a su Hijo con
la cruz. (Silencio).
Tercera estación
– Lectura: Lc 23,33-38.
España tiene unos 25.000 misioneros repartidos por todo el mundo. Es la nación con mayor
número de ellos, lo mismo que es la segunda en las aportaciones económicas a la solidaridad
misionera. La prensa se hace eco continuamente del testimonio de esos hombres y mujeres
capaces de dar la vida por los más pobres y desfavorecidos. Ahí están, por ejemplo, los
Maristas asesinados en Zaire; más reciente tenemos la noticia de los secuestrados en Sierra
Leona.
– Reflexión:
María acompañó a la primera comunidad cristiana en el anuncio de la «Buena Noticia».
Muchos tuvieron que dar vida a través de su muerte. Y es que, ayer como hoy, seguimos
empeñados en fabricar cruces y utilizarlas con las personas molestas como Jesús: molestas
porque quieren la justicia, la paz, la solidaridad.
Debemos volver la vista hacia la Virgen al pie de la cruz, contemplando el dolor que siente
ante el hijo desnudo y clavado. ¿No estaremos, directa o indirectamente, colaborando en las
crucifixiones de nuestros días?
– Lector: Madre que sabes lo que significa estrechar entre los brazos el cuerpo del Hijo, de
Aquél a quien has dado la vida.
–Todos: Ahorra a todas las madres de la tierra la muerte de sus hijos, los tormentos, la
esclavitud, la destrucción de la guerra, las persecuciones, los campos de concentración, las
cárceles.
-Lector: Mantén en ellas el gozo del nacimiento, del alimento, del desarrollo del hombre y de
la vida.
Todos: En nombre de esta vida, en nombre del Nacimiento del Señor, implora con nosotros la
paz y la justicia en el mundo.
Todos: Permanece con nosotros en todo momento. Haz que cada nuevo año, sea un año de
paz en virtud del nacimiento y la muerte de tu Hijo.
Cuarta estación:
Lectura: Lc 23,44-46.
en que todas las personas del mundo sean juzgadas por sus acciones
Y que esta tierra esté gobernada por hombres justos y misericordiosos que sigan los pasos de
Dios.
todos unidos.
Sueño que la guerra se acabará, que con fe podremos transformar los límites de la
desesperación.
– Reflexión:
María sigue al pie de la cruz. Pero aquella permanencia y la oscuridad de la tierra al morir
Jesús querían decir algo más, albergaban una esperanza que nos llega hasta hoy. Quienes
habían sido llamados perseveraron con María. Ante la cruz, repulsa y esperanza. Esa debe
ser nuestra doble actitud. Para expresarla inicialmente, nada mejor que la actitud de María:
permanecer expectantes, orantes… para seguir construyendo el Reino de la Esperanza.
3.CRISTIANOS RESUCITADOS
Para concluir estos materiales proponemos unos cuantos textos de J. VILLEGAS con el tema
de fondo de la Resurrección y la Pascua. Pueden ser utilizados de muy diversos modos y
circunstancias (pregón pascual, final de celebraciones penitenciales, reuniones de grupo,
etc.), pero siempre precisan de la lógica adaptación que requiere cada colectivo particular.
Muchas de las cosas que digo, las digo porque soy cristiano. Otros dirán lo mismo, aunque
sea por motivos diferentes. Ahora bien, ¿por qué soy cristiano? Me saltaré la prehistoria, esa
parte en la que se empieza a ser cristiano de prestado, por herencia. No te enteras, no has
dejado de gastar chupete y ya te han apuntado a la procesión de la fe. Lo interesante
empieza un poco después, cuando ha crecido en dos dedos la frente y está a punto de
asomar la muela del juicio.
A los dieciséis años intuí por primera vez que el Dios de Jesús era un Dios de carne y hueso.
No el típico Dios mandamás, colérico y extraterrestre, empeñado en exigir a sus fieles
sacrificios incomprensibles, sino un Dios que siente, piensa, y quiere en el lenguaje de sus
criaturas. Un Dios a nuestra medida, de andar por casa, con el que se puede contar y al que
uno se puede arrimar, porque se encuentra fundamentalmente en ese altar doméstico que es
cada prójimo. Un Dios padre, madre, amigo, hermano y compañero de fatigas. Un Dios que
está en los otros como en el cielo.
Mi segundo hallazgo vino un poco después: tras dar con esta idea del Dios entrañable, me
pregunté por sus intenciones: ¿qué quiere de mi miseria, para qué me ha creado tan poquita
cosa un ser omnipotente y eterno? Porque hay que reconocer que los seres humanos somos
más bien insignificantes puestos de uno en uno, por mucho currículo que luzcamos. Estaba
en éstas cuando di con la clave: si Dios nos hizo según su propio patrón y le salimos un pelín
escasos, si Dios, de todas las formas, sigue siendo grande, entonces, a pesar de todo,
debemos sospechar que el Dios de Jesús desea nuestra grandeza. Y la grandeza de un ser
pequeño será el resultado de su suma con otros seres, de la multiplicación por el vecino, de
nuestra elevación a la máxima potencia. Las personas contamos con un instrumento ideal
para realizar estas operaciones, con un único y mágico signo aritmético en condiciones: el
amor. Con el amor, uno y uno son mil. Amar se llama la misión que nos encomienda este
Dios: amar con un amor contagioso que, expandido de hombre a hombre por todo el planeta,
acabe por crear una criatura, ésta sí, a imagen y semejanza de la grandeza de su Dios: la
humanidad entera.
Soy cristiano, ante todo, porque creo en un Dios de humana divinidad y de divina humanidad
y porque siento que ese Dios me hizo disponer de un instrumento fundamental para mi
grandeza: el amor.
Estas palabras… quisieran activar todos los luminosos de la tierra con un único mensaje de
bombillas: ¡Cristo ha resucitado! Quisieran hacer saltar las alarmas de los automóviles y de
las joyerías, los despertadores de todas las mesillas, las campanas y los timbres, hasta
modular su ruido en una única sintonía que dijera: ¡Cristo ha resucitado!
El camino ha sido largo, plagado de dificultades. Pero al final todo ha culminado como
esperábamos. Hoy es día de fiesta, de celebración absoluta. Sin embargo, no debemos
olvidar con la resaca que la Pascua no es el final feliz, sino el principio esperanzado.
Jesús puso la primera piedra: una piedra sólida, inquebrantable. Una piedra capaz por sí sola
de sugerir toda una arquitectura y de sostener el edificio de un nuevo Reino. Ahora, nosotros
debemos continuar levantando la Salvación. Jesús ya no tiene otros brazos, otros ojos u otro
corazón diferentes a los nuestros para sacar a flote su proyecto.
Jesús no vino a traernos un tesoro: nos ha fiado el mapa que conduce hasta él. Un mapa
trazado con maestría, sin errores, pasmosamente sencillo y a la vez intrincado porque
supone renunciar a la senda transitada por la mayoría en la búsqueda de ese sueño eterno
de todo ser humano: su propia realización como persona.
Jesús tampoco quiso regalarnos los frutos de su cosecha. Rellenó nuestras alforjas con
semillas que debíamos cultivar en los surcos de la historia para dar sombra a nuestra
jornada, para alimentar el progreso, para proporcionar pulmones y futuros al mundo. Con la
misma intención, nos dio en sus parábolas talentos, redes, rebaños que cuidar, lámparas
para alumbrar al perdido y sal con que sazonar el mundo. Vino a encomendarnos trabajo, no
a facilitarnos el descanso eterno. Vino a repartir azadas, no colchones.
Ahí van, pues, unos anuncios por palabras de nuestro Señor Resucitado. Demandas: Se
necesitan albañiles capaces de construir ladrillo a ladrillo una solidaridad con la misma
consistencia que un muro. Razón: cualquier lugar del Reino por fortificar. Se buscan pintores
de arco iris que coloreen de esperanza el sufrimiento, el fracaso, el necesario y humano
error. Se pagará con satisfacción en metálico.
Siguen llegando anuncios a esta revista; sigue surgiendo trabajo en esta empresa de Dios:
¡hay tanto por hacer con la resurrección de Cristo entre las manos!
«¡Cristo ha resucitado!» quiere decir que es posible, que es necesario, que es fiable, que está
en camino, que está en nosotros un mundo mejor, un mundo de Dios. «¡Cristo ha
resucitado!» quiere decir que ese mundo no va a venir solo, que debemos echarlo a nuestra
espalda, que tenemos que cruzarle el umbral de nuestra realidad, como a una novia, cogido
en nuestros brazos, que está siempre a expensas de nuestro esfuerzo.
«¡Cristo ha resucitado!» quiere decir justicia, solidaridad, amor, Fernando, Sara, Mo-
hammed, Paul, Edgarda, John, Jacob… «¡Cristo ha resucitado!» Las lanzas se están con-
virtiendo en podaderas, de las armas empiezan a surgir los primeros arados, los oprimidos se
sueltan con esfuerzo las cadenas. La luz ha domesticado para siempre a las tinieblas, las
estrellas se niegan, felizmente salvajes, a apagarse, la noche del mundo inicia su retirada,
cabizbaja… ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Domingo de Resurrección
Aparentemente todo sigue igual. La vida se sucede a sí misma sin bruscas aceleraciones, sin
más curvas que las propias de un destino-autopista. En la ducha corre un agua extrañamente
festiva, demorada, ajena en su fluir a la urgencia laboral y el aclarado rápido. Hasta los
transistores emiten su habitual monólogo al margen de las señales horarias, evitando con
escrupulosa delicadeza boletines informativos tensos y alarmantes avisos.
Es domingo y nada hace presagiar que seamos crueles. Por un instante, no existe nadie
perdido en el laberinto del odio. Por un momento, ninguna risa desprevenida recibirá una
pedrada invisible en los dientes. Es domingo. Es el domingo, repetido y burgués. Un
paréntesis. El descanso del guerrero.
Paella y pollo asado. Un paseo matinal hacia la pastelería próxima, pues la dulzura de estas
horas merece su justo reflejo en el menú. Una tarde marcada por goles y jugadas idénticas a
las de otras tardes eternamente repetidas. Una noche entre cuyos resquicios asoman los
síntomas melancólicos del lunes venidero. De repente, una extraña anomalía altera la par-
titura mediocre de este día. Algo pasa.
Hay que divulgar una exclusiva de ese domingo que fue, que va a ser extraordinario: el
domingo de la Resurrección. Esta es una crónica del domingo de la esperanza. Esta es la
crónica de ese domingo que inaugure el futuro.
Estábamos todos en chandal. Habíamos sacado a pasear al perro por el parque. Los niños y
las niñas jugaban con sus bicicletas a perseguir mariposas. Con una indolencia gustosa,
dejábamos nuestros cuerpos en manos del sol tibio de la mañana. Con movimientos suaves y
circulares, sus rayos masajeaban nuestro buen humor. Estábamos todos contentos, todos
contentos y en chandal.
Entonces alguien carraspeó. Volvimos la vista hacia allí, hacia el centro del aire. Era Dios, sin
duda. Su extraordinaria complexión física lo delataba. Además, era el único de nosotros que
vestía un mono de trabajo. Nos miró de uno en uno, incansable en un cometido casi infinito si
tenemos en cuenta que en el parque se había congregado el mundo entero con sus
respectivos perros. Yo estuve a punto de bajar la cabeza ante su incandescente repaso del
género humano.
Cuando concluyó este gesto, habló como habla Dios, con palabras medidas y desmesuradas,
con esa entonación y esa gama de registros inconcebible para un simple mortal.
«Hoy os traigo un regalo: La resurrección -dijo, para empezar-. Mediante este tesoro
garantizo a su usuario el final feliz de todos y cada uno de sus proyectos. Su utilización
frecuente permite terminar cualquier asunto, por peliagudo que sea, comiendo perdices. Las
meteduras de pata tendrán solución; los callejones sin salida desembocarán en avenidas; los
tropezones no darán con nuestras narices definitivamente en el suelo; ningún sufrimiento
acabará con el llanto».
«El misterio de la resurrección es ideal tanto para sofocar el ardor de las pequeñas muertes
cotidianas (los fracasos, los sufrimientos, los problemas…) como para sacar la lengua a la
gran muerte final. La resurrección empuja a vivir cada día como si estrenáramos el mundo.
Sustituye los puntos finales de cualquier historia por signos de admiración y añade a cada
recodo del camino un pequeño paraíso. Entre sus propiedades destacan virtudes como el que
su contenido no se agote jamás, o el que sus efectos resulten contagiosos, o el que pueda
dejarse al alcance de los niños».
«Por el módico precio de estar vivo, usted tendrá derecho a ser feliz y eterno. Todo ello con
el 1.V A. incluido. Eso sí -concluyó Dios-, deberéis desprenderos de ese chándal permanente
en el que lleváis embutidos el compromiso, el ánimo y la iniciativa. La resurrección exige
manos a la obra. La resurrección necesita de obreros pertinaces. La resurrección sólo alcanza
su justo punto de cocción con unas gotas de sudor, granadas del esfuerzo firme por un
mundo mejor».
La gente del parque reaccionó a las palabras del «Dios del mono de trabajo» de diversas
maneras. Algunos, después de encerrar al perro, acudieron corriendo a su ropero para
estrenar ropa elegante y visitar la Iglesia. Nada de monos. Otros asaltaron la pastelería con
la intención de comprar más dulces, o asaron más pollo, o escucharon con arrobo especial el
partido de la jornada. Nada de monos. Sólo unos pocos se vistieron las ropas de faena. Sólo
unos pocos se dispusieron a bajar inmediatamente a la mina oscura con pico y barrena. Ese
mismo domingo, allí, en las cavernas del corazón humano emprendieron la delicada tarea de
cambiar el mundo. Feliz Pascua de Resurrección.
¡Estamos salvados!
Estamos de estreno. Tenemos reciente el prodigio. Todavía no se nos ha borrado del rostro el
gesto de alegría y sorpresa. Intercambiamos miradas de complicidad. En cierta manera, todo
ha sido maravillosamente inesperado. ¡Quién lo iba a decir! ¡A estas alturas! Con el porvenir
del género humano de un amarillo enfermizo y nuestra moderna falta de inocencia en plena
ebullición… Nada hacía prever, en estas circunstancias, que sucediera lo mejor, que la
esperanza se manifestara de forma tan absoluta.
¡Salvados! Todos prorrumpimos en gritos gozosos e incomprensibles. ¡Sanos y eternos! ¡
Vivos para siempre! ¿Qué podíamos hacer con toda esta herencia entre las manos? ¿Cómo
administrar semejante riqueza? ¿Por dónde empezar?
¿Qué es el ser humano? Un reflejo de Dios, su brazo derecho, su obra maestra. ¿Para qué la
vida? Para eternizarnos, para engrandecernos, para humanizarnos. ¿Cómo vivirla? Siempre
de cara a los demás. Siempre a pecho descubierto. Siempre volcados en la mejora de lo que
nos rodea. ¿Qué es la muerte? Nada, absolutamente nada. Nada capaz de aguarnos la
eternidad. Nada preparado para ensombrecernos.
Nos sentamos todos alrededor de la mesa con la intención de planificar nuestras mejoras y
de echar andar. ¡Estábamos dotados para la resurrección! ¡Algo deberíamos hacer! Unos
pidieron que empezáramos construyendo un enorme monumento en honor al artífice divino
de nuestra recién hallada grandeza. Otros creían conveniente salir con megáfonos a
proclamar en sonoros mítines unos hechos increíbles. Repartiríamos estampitas y bollería
fina. Hubo quien recomendó, ante todo, nombrar un presidente, un vicepresidente, un
secretario, un tesorero… Fijar comisiones, elaborar estatutos, sacarse de la manga algún que
otro nuevo dogma, excomulgar a algún heterodoxo despistado, legalizarnos. Todo, según el
de la propuesta, por sentar sobre unas bases serias, sólidas, burocráticas y modernas el
asunto.
Alguien, sin embargo, extrajo de su bolso una carta antigua, un texto apolillado y descifrable
a duras penas. «Tal vez aquí, en la historia -dijo- encontremos algunas pistas». Y comenzó a
leer fragmentos de una carta de aquellos que vivieron, hace dos mil años, la Pascua del
Señor.
«Nuestra pequeña comunidad se juntaba cada día; no teníamos dificultad en eso: habíamos
vendido casi todas nuestras casas y tierras y nos habíamos mudado todos a la vez a un
mismo barrio; vivíamos puerta con puerta. A menudo cenábamos juntas varias familias y casi
siempre, antes o después de la cena, partíamos el pan en memoria de Jesús, el Cristo. A
continuación permanecíamos escuchando a los amigos que lo habían conocido
personalmente.
Por lo demás, quien se añadía a nosotros tenía que vender todo lo que no era necesario para
vivir. El dinero se daba a los que no tenían suficiente y, así, todos éramos igual de pobres o
de ricos, según se quiera mirar. En todo caso, lo que teníamos pertenecía al común.
Diariamente nos reuníamos a rezar. Éramos un solo corazón y una sola alma. Todos los
creyentes vivían juntos y estaban en permanente comunión. El Señor traía a la comunidad a
todos los que querían salvarse.
Aunque estas cosas parezcan idílicas, los amigos de Jesús de todos los tiempos sólo tendrían
que preocuparse de que fueran siempre así».
Cuando terminó la lectura del extracto de la carta iniciamos sin dudar un instante nuestra
tarea. Por fin sabíamos por dónde empezar. Alguien sacó un trozo de pan y un jarro de vino.
Brindamos, felices. Eso fue todo. Feliz domingo de
Pascua.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]