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El pelo en
tramontana y las ideas muy claras. Lo primero que veo son sus manos en
movimiento, la más genuina de las gestualidades del italiano medio, cómo pasea su
mirada despistada por el techo del hotel y sortea las escaleras como si tuviera
veinte años menos. Su “Carta a un adolescente” (publicado por RBA y Edicions
Bromera en España) es uno de los libros de no ficción más leídos en Italia, y en sus
páginas da claves, no dogmas. Vittorino Andreoli, perfil de cómic, nació hace 66
años y vive en Verona, es padre de tres hijas y abuelo vocacional. Desde que
atendió a su primer paciente, y de ello hace ya mucho, este médico cirujano
psiquiatra no ha dejado de implicarse en el día a día de la juventud de su país.
Muy infeliz. Viví en un mundo destruido donde los adolescentes teníamos que
encargarnos de los problemas heredados por la guerra y aprovechar el viejo traje
del padre.
Pues el mundo está muy mal, puede empezar por cualquier lado.
Para luchar contra esa inseguridad busca ungrupo donde sentirse entre
iguales.
¿Un poco? ¡Del todo! Por eso escribí “Carta a un adolescente”. En realidad, es un
mensaje escrito desde la mente del padre que tiene necesidad de gritar: “yo quiero
decirte esto, hijo”. Pero toda carta espera una respuesta.
Los adolescentes son inseguros por definición y nunca son las discusiones las que
les darán estabilidad. De entrada, el joven no tiene la misma visión del dinero que
su padre ni la misma percepción del amor.
Mal, mal. ¡Esa es una incoherencia! Un ejemplo. El padre llega, de noche, a casa,
cansado, y le responde al hijo en mal tono. El hijo piensa: “Me trata mal”. Por la
mañana, antes de ir a trabajar, el padre se siente culpable y a la hora del desayuno
le da 15 euros. El chaval los acepta pero no sabe por qué, no entiende nada. Y así
es como la duda se cronifica y el chico llega a una conclusión: “Aquí no hay reglas,
cualquier cosa que yo haga valdrá. O no”.
¡Bravo! Usted ha entendido que estoy en contra de los manuales. No hago teoría.
Una vez impartí una conferencia sobre las dificultades de comunicación entre las
generaciones.
Al final se acerca a mi mesa una madre, elegante, que lleva de la mano a una chica
de unos 16 años. Se parecen mucho. Me dice: “Profesor, qué bonita conferencia.
Pero yo y mi querida Francesca nos llevamos de maravilla, jamás hemos discutido”.
No dije nada, pero pensé: “Una de las dos necesita tratamiento”.
Eso tranquilizará a muchos padres. Les dice que no hay adolescencia sin
rebeldía.
Como veo que le gusta, voy a contarle otro pequeño episodio. Después de algunos
estudios, ¿sabe qué descubrimos?, que losadolescentes que se muestran más
agresivos o más violentos contra sus padres son aquellos que, en la infancia,
tuvieron una excelente relación con los padres.
Asusta, ¿eh? ¿Sabe qué ocurre? Que para ellos resulta más difícil destacar. Les
cuesta más romper ese vínculo que se desgaja al crecer. Acaban imaginando a los
padres como enemigos, quieren irse de casa, se vuelven agresivos. Hay que
entender que estos chicos deben hacer un esfuerzo mayor que el resto para pasar
de la protección familiar a la selva de la sociedad.
¿Me está diciendo que los más pobres crecen mejor porque han estado
más desprotegidos?
En los barrios de las afueras de las grandes ciudades no se dan estos casos. Porque
ya tuvieron una infancia edificante, porque crecieron valorando cosas, porque
sortearon obstáculos.
Exacto, rellenaba las preguntas pero al lado anotaba su historia con todo lujo de
detalles. Ese esquizofrénico era una persona extraordinaria. Mi madre estaba muy
preocupada porque los fines de semana, en lugar de llevar chicas a casa yo llevaba
esquizofrénicos.
Nos acaba usted de sacar una mochila de encima. Entonces… ¿no es malo
que los hijos nos vean dudar o sufrir? ¿Ya no debemos disimular cuando lo
pasamos mal? ¿Podemos llorar en su presencia?
Nada, nada… ellos tienen que ver que ustedes son personas, con sus momentos, su
humor, sus subidas y sus bajadas, y cuando pasan un momento duro, díganselo,
compartan. Si el hijo se da cuenta de que los padres pasan momentos difíciles
tienen más fuerza para explicar los propios.
Mis tres hijas ya son mayores. Pero cuando eran adolescentes a veces llegaba yo a
casa, la cabeza llena de cosas, y les decía: “Por favor, hijas, esta noche no me
habléis de vuestros problemas, no puedo más… y hoy os voy a explicar los míos”.
Creo que lo entendieron, me escuchaban. Pero cuando ellas tenían un problema, al
primero que visitaban era a su padre.
El padre perfecto y la madre perfecta. La madre que cada día del año, pase lo que
pase, se levanta puntual, nunca la pillas desarreglada, nunca le duele nada, nunca
olvida nada, eso es… ¡insoportable!
Los padres lo que deben conocer es “el ambiente, el grupo”, la dinámica, en el que
se mueve su hijo. Y en cambio, piensan: “¡Ay, qué bien! Sale con el hijo del
farmacéutico”. ¿Por qué será que el hijo del farmacéutico siempre les parece
bueno? Mejor pregúntese: “¿Puede expresar sus ideas dentro del grupo o se limita a
ser espectador?” y, sobre todo, “¿tiene miedo a la exclusión?”. Porque si eso último
es cierto, él será capaz de hacer cualquier cosa para ser aceptado: si toman drogas,
las probará.
“La madre que cada día del año, pase lo que pase, se levanta puntual, nunca la
pillas desarreglada, nunca le duele nada, nunca olvida nada, eso es…
¡insoportable!”
Hay que abrir las puertas de la casa incluso a los que nos parecen “malas
compañías”.
Claro. Fuera tapetes, alfombras nuevas y cerámicas que se rompen y abra su casa a
los amigos de sus hijos. Así tendrá más elementos de juicio.
Son los padres quienes, casi inevitablemente, llevan a los hijos a decir mentiras.
¡Vaya!
Todos los adolescentes tienen una doble vida. Nos pasamos los congresos diciendo:
“El nivel de atención baja en el ser humano a partir de los 45 minutos de discurso”.
¿Cómo pretendemos que el joven se pase seis horas escolares trabajando y al
volver a casa siga atento?
¿Qué piensa de los padres que sobrecargan a sus hijos con actividades
extraescolares?
Que sería bonito que esos padres, si lo quieren tanto, fueran capaces de querer
estar más tiempo junto a él. Una madre debe preguntarse: “¿Quiero de verdad a mi
hijo?” Si, sí, no le parezca duro. Si tú le quieres, tienes ganas de estar con él.
Se ha demostrado que el padre está mejor en la oficina, que retrasa la vuelta para
encontrarlo todo en orden. Siempre tiene reuniones a la hora del baño de sus hijos
pequeños o cuando hay que ayudar a hacer los deberes a los mayores. No se
culpen, ¡cambien!
Suponga que su hija adolescente llega a casa y le dice que está
enamorada de un hombre que tiene 15 o 20 años más que ella.
Es una noticia triste. Esa niña está buscando un padre y ha encontrado un padre
sustitutivo. El riesgo existe, pero es inútil decirle: “No salgas con él”. Hay que
ayudarla a entender por qué le escogió a él.
A estas alturas, ya habrá descubierto usted que yo estoy de parte del adolescente.
Un adolescente debería decir a sus padres: “Me gustaría que os llevarais siempre
bien y yo pudiera deciros todo aquello que me da miedo”. Y los padres deberían
conseguir pronunciar una frase: “Estoy haciendo todos los esfuerzos para ser un
buen padre/madre. Tú ayúdame”.