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Agradecimiento
El agradecimiento crea una actitud positiva hacia la vida e inaugura un modo gozoso de
encontrar a Dios en todas las cosas. Las personas agradecidas son seres agradables con los que a
todo el mundo le gusta estar; son personas que hacen la vida —la suya propia y la de los demás
— más feliz y más rica; que no pierden el valor en las circunstancias difíciles, sino que
mantienen alerta sus corazones frente a las fuerzas ocultas que tienden a hundirnos. No hay que
inquietarse, pues, por la salud mental de aquellos para quienes el agradecimiento se ha con-
vertido en una segunda naturaleza, porque no se puede ser agradecido e infeliz al mismo tiempo.
Por otro lado, las personas ingratas pueden hacer que la vida sea miserable: ¡malogran tanto
bien...!
En el evangelio leemos que Jesús era una persona que sentía y mostraba su
agradecimiento por las cosas de la vida, grandes o pequeñas: tanto por el vaso de agua de la
samaritana como por la amistad que encontró en Maria, Marta y Lázaro. Pronunciaba una
oración de agradecimiento antes de cada comida, pero también antes de resucitar a Lázaro de la
tumba. Expresaba agradecimiento a su Padre con las palabras de los Salmos y con sus propias y
espontáneas palabras; lleno de gozo, bendecía y daba las gracias al Padre (cf. Lc 10,21).
Estaba agradecido por las flores del campo y los pájaros del cielo, por el sol que sale y por
la lluvia que cae. En lo profundo de su corazón reconocía que la vida, cada vida, su vida, es un
don. Sabía que su Abba le consideraba su «predilecto», y que Dios se complacía en él (Mt 3,17).
Jesús intentaba responder a esta relación: la vida le había sido concedida por su Abba, y
sólo la vivía plenamente cuando realizaba su voluntad. Esto constituía el alimento del que vivía:
«Mi sustento es cumplir la voluntad del que me envió y dar remate a su obra» (Jn 4,34). En
otras palabras, el agradecimiento de Jesús no fue nunca descomprometido, un sentimiento de
dientes para afuera, sino que configuró su vida.
Hay un refrán judío que dice: «Quien disfruta algo en este mundo sin pronunciar primero
una oración o una bendición, incurre en falsedad». Estas palabras del Talmud se refieren al
comienzo del Salmo 24: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena». Sólo a través de la barakah
(bendición) recibe el hombre o la mujer el derecho a usar los bienes de la tierra, y sin esa
bendición el uso de los mismos es deshonesto. Por esta razón, la tradición judía posee también
muchas barakas para cosas muy profanas. Además, los judíos oran tres veces al día: «Te damos
gracias por tus milagros que están diariamente con nosotros y por tus continuas maravillas».
Muchos salmos subrayan el agradecimiento: «Sacrifica a Dios tu agradecimiento. […] El que
ofrece como sacrificio el agradecimiento me glorifica» (Sal 50,14.23). «Bendice, alma mía, al
Señor, y todo mi interior a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus
beneficios» (Sal 103,1-2).
Maria y José educaron a Jesús niño dentro de esta tradición. En primer lugar, le enseñaron
a dar las gracias y bendecir a Dios antes de disfrutar cualquier cosa, y él fue un alumno aplicado
que interiorizó totalmente esas lecciones. En su vida pública percibimos lo espontánea y
profundamente arraigado que era su agradecimiento.
Pero no sólo la tradición judía, sino también la cristiana, tiene algo que decir acerca del
agradecimiento. Durante siglos, todos nuestros prefacios han comenzado diciendo: «Demos
1
Piet van Breemen, “Transparentar la gloria de Dios”. Cap 24. Ed. Sal Terrae.
gracias al Señor, nuestro Dios»; y la mayoría de ellos se inician con las palabras: «En verdad es
justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre yen todo lugar, Señor,
Padre santo...». La expresión original latina es incluso más vigorosa, gratias agere («hacer
gracias»,) y expresa que el agradecimiento es algo que se hace, «siempre y en todo lugar».
Hacia el final del año litúrgico, los estadounidenses celebran tradicionalmente el Día de
Acción de Gracias. Se trata de un día de fiesta oficial que tiene un lugar especial en los
corazones de todos y se observa con gran entusiasmo y convicción. Es una fiesta
verdaderamente maravillosa, con profundas raíces en la tradición judeocristiana.
El Nuevo Testamento habla con frecuencia del agradecimiento. Sirva como ejemplo este
versículo de san Pablo: «Todo es por vosotros, de modo que, al multiplicarse la gracia entre
muchos, abunde la acción de gracias a gloria de Dios» (2 Co 4,15). En este pasaje, Pablo habla
de los problemas y pruebas de su apostolado y los acepta todos por una doble razón que, en
último término, resulta única: la salvación de los demás y la abundancia del agradecimiento. En
su primera carta, Pablo escribe sucintamente: «Dad gracias por todo. Eso es lo que quiere Dios
de vosotros como cristianos» (1 Ts 5,18).
2
Carta a Simón Rodrigues (18-3-1542), en Obras completas (edición de Ignacio Iparraguirre), BAC, Madrid 1952, p.
681.
Debemos aprender a vivir con un corazón agradecido, porque en cada uno de nosotros
pervive también una tendencia a atribuirlo todo a nosotros mismos o a no apreciar las cosas. El
pueblo judío fue educado desde el principio en el agradecimiento. En el Deuteronomio, Moisés
instruye a los israelitas:
«Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos
que los demás, porque sois el pueblo más pequeño» (7,7).
En el Nuevo Testamento encontramos una enseñanza similar; por ejemplo, cuando Pablo
recuerda a los Corintios
Admitir nuestra dependencia exige una cierta madurez. Un niño se alegra por un regalo
sin preguntarse por su origen; a un niño no le causa ningún problema creer en los Reyes Magos,
siempre que los regalos vayan a parar a la persona debida, es decir, a él. Pero el niño debe
aprender a dar las gracias, porque espontáneamente no se le ocurre hacerlo. Del mismo modo
que un niño no diría nunca: «te has pasado» o «no es necesario darme tanto» o «¿de verdad
puedes permitírtelo?”... Este lenguaje corresponde a los adultos. Los niños reciben sin preguntar
los regalos que se les ofrecen.
Por otro lado, el adolescente comprende de dónde proceden las cosas, pero
frecuentemente encuentra difícil admitir la dependencia, lo que conduce a un comportamiento
reiteradamente inarmónico e incluso injusto, que puede herir realmente a los demás. Por
supuesto, no hay que medir la adolescencia de acuerdo con la edad cronológica. Una mentalidad
que se centra exclusivamente en los derechos que se tienen o que exige inexorablemente lo que
sólo se puede dar con libertad, pone al agradecimiento obstáculos infranqueables y demues tra
falta de madurez.
Dorothee Sólle decía en uno de sus libros que había percibido que en los últimos años
daba las gracias y alababa a Dios muy poco. Entre sus múltiples actividades, el agradecimiento
tendía a desvanecerse. Se dio cuenta de que esto suponía una gran pérdida, y entonces decidió
no acostarse sin haber agradecido a Dios tres cosas concretas del día. Yo tengo un compañero
que, inspirado por el ejemplo de Sélle, se compró una agenda pequeña en la que cada noche
anotaba tres cosas concretas del día transcurrido por las que se sentía agradecido. El cuadernillo
resultó ser de gran ayuda, especialmente en los días oscuros, pues se alegraba con sólo echar
una ojeada a sus páginas. El hermano David Steindl Rast menciona que durante años escribió
cada día en su agenda una cosa nueva por la que aún no había dado las gracias. Quizás alguien
tema que pueda resultar difícil encontrar un nuevo motivo de agradecimiento cada día. El
hermano David, desde su propia experiencia, nos dice que no es así; al contrario, con frecuencia
se presentan por sí solos cuatro o cinco motivos. «No puedo imaginarme lo viejo que tendría
que ser antes de llegar a agotar las existencias».