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Bajo la sombra del encino

Discurso de amores fragmentados


Guillermo Vega Zaragoza

Conforme se avanza en la lectura de la En Fragmentos de un discurso amoroso, vela. Gerardo no soporta a Elisa, su esposa,
primera novela de Angélica Santa Olaya Barthes señala que “para mostrarte dón- ni a Minerva, su amante secretaria, pero
(Ciudad de México, 1962), Bajo la sombra de está tu deseo basta prohibírtelo un poco”. ya le ha echado el ojo a su vecina Nayeli,
del encino, editada por Jus, resulta inevi- La clave para mantenerlo vivo es que esté siempre insatisfecha, insegura y celosa,
table que vengan a la mente las palabras allí, a la mano, pero dejándolo un poco quien no le hace el feo, sino al contrario,
de Roland Barthes: “El discurso amoroso libre, ligero, ausentándose a veces, pero flirtea con él y siente derretirse en su pre-
es hoy de una extrema soledad ”. En efecto, quedándose no lejos. Por ello es preciso sencia. En tanto, Roberto, acicateado por
los relatos de los cuatro personajes prin- que el deseo esté presente como prohibi- el remordimiento, le cuenta a Nayeli la úni-
cipales de esta novela están impregnados do, pero también hay que alejarse en el ca infidelidad que se ha atrevido a realizar
de inmenso deseo, de una enorme nece- momento en que, estando en formación, y ahí empieza su sordo infierno. Al final,
sidad de contacto, de cercanía y comunión podría obstruirlo. “Tal sería la estructura sucede la catástrofe, es decir, la ruptura.
con el Otro que no es aquel con quien de la pareja ‘realizada’ —dice Barthes—: Barthes señala que “la catástrofe amo-
comparten la cama todas las noches y con un poco de prohibición, mucho de jue- rosa está quizá próxima de lo que se ha
quien han formado “una familia”, sino go; señalar el deseo y después dejarlo”. llamado en el campo psicótico, una situa-
con otro Otro, también lejano, también El asunto con los personajes imagina- ción extrema, que es una ‘situación vivida
distante, con el que tampoco se establece dos por Santa Olaya es que, como parejas por el sujeto como algo que debe destruir-
contacto ni se satisface el deseo. y como individuos, no se sienten “reali- lo irremediablemente’”. La catástrofe amo-
Bajo la sombra del encino cuenta la zados”: siempre desean algo que no tie- rosa es, literalmente, una situación páni-
historia de dos matrimonios de clase me- nen, más allá de su vida “acomodada” y el ca: es una situación sin remanente, sin
dia (pensamos que en sus treintas, pero éxito material como pantalla de una exis- retorno: “me he proyectado en el otro con
no se especifica), vecinos de un conjun- tencia miserable. Todos ellos, de alguna u tal fuerza que, cuando me falta, no puedo
to de departamentos en cuya plaza se otra manera, han sucumbido al deseo y se recuperarme: estoy perdido, para siem-
encuentra el encino del título, espacio han abismado en él, con las catastróficas pre”. Cabe decir que la falta no tiene que
que funciona como eje de las coordena- consecuencias que descubrimos en la no- ser física: se puede vivir años con una per-
das que se desarrollan conforme avanza
la narración. Nayeli está casada con Ro-
berto, quien, carcomido por la culpa, le
confiesa que hace poco tuvo un acostón
de una noche (one-night stand, como di-
cen los gringos) con otra mujer. Nayeli
se debate entre perdonarlo y seguir la vi-
da como si nada, o vengarse y pagarle con
la misma moneda, ya que se siente fuer-
temente atraída por su vecino Gerardo,
un Don Juan de cuatro suelas, casado con
Elisa, a quien engaña con la secretaria de
la oficina, con quien tiene un hijo, rela-
ción que ya le representa una pesada car-
ga. Elisa, por su parte, se hunde en la de-
presión y la desesperación, atenazada por
el traumático recuerdo de una madre al-
cohólica, muerta trágicamente.
Angélica Santa Olaya

RESEÑAS Y NOTAS | 107


sona ausente en mente y alma. Es lo que distraen en lugar de ayudar. Nada de esto nadie lo vea, entre guadaña y guadaña,
les sucede a Nayeli, Gerardo, Elisa y Ro- sucede con Angélica Santa Olaya, quien entre mirada y mirada, deslizándose por
berto: personajes destruidos, fragmenta- pone sus capacidades de observación e in- los rincones de la plaza, hay un dulce agui-
dos, moribundos por dentro, aunque en trospección poética al servicio de la des- jón despertando la roja piel de los gera-
la vida cotidiana sean perfectamente fun- cripción de atmósferas y estados de áni- nios que crecen en el quicio de las venta-
cionales y hasta aparenten normalidad y mo. Retomo un fragmento, al final de la nas. Las mismas que mañana abrirán los
felicidad. novela, donde roza la prosa poética, o me- ojos nuevamente a la luz del sol. Porque
Santa Olaya ha elegido una estructu- jor, casi el poema en prosa: siempre, a pesar de las grietas y las guada-
ra caleidoscópica —a la manera faulkne- “Ese sueño temido y necesario que cada ñas; pero, sobre todo, a pesar de los hom-
riana— para contar la historia de este uno construye o sufre a su manera. Esa bres, vuelve a salir el sol”.
cuarteto pasional. Con un prólogo y un impaciente medusa que pasea sus desnu- Apunta Roland Barthes que todos los
epílogo que otorgan un orden circular, de das intenciones frente a los ojos desmesu- “fracasos” amorosos se parecen, y con ra-
situación infernal, que se repetirá una y rados y hambrientos de los peces. Esa flor zón, pues todos proceden de la misma
otra vez, cada personaje relata los aconte- abierta, tirana de escondidas e impalpa- falla: no responder a la “demanda”, a la
cimientos comunes desde su propia pers- bles dulzuras. Ese desterrado apocalipsis exigencia de cambiar su sistema. Sin em-
pectiva, además de su historia personal, que insiste en navegar los rojos hilos de la bargo, para el Enamorado cada historia de
con frecuentes saltos temporales y flujos esperanza. Ese grano de arroz que esperó amor es única como único es el sujeto
de conciencia entrelazados, ofreciendo una el momento preciso para unirse a los de su amor (¿podría ser de otra forma?) y,
lectura intrincada pero que no presenta huesos triturados de lo que una vez se lla- por lo tanto, también único debería ser
mayores tropiezos. En este sentido, nos mó ilusión. Ese bicho que habita las en- el fin de ese amor. “¿Cómo terminar un
recuerda lo que Bret Easton Ellis hizo en trañas de los durmientes robando paz. Ese amor? —¿Cómo, entonces termina? En
Las reglas de la atracción (1987), otra no- líquido beso que se mece ahí donde la suma, nadie —salvo los otros— sabe nun-
vela sobre decepciones amorosas pero en muerte columpia sin reparo la sonrisa. […] ca nada de eso; una especie de inocencia
ese caso de adolescentes en un colegio para “La noche avanza y los segundos pal- oculta el fin de esta cosa concebida, afir-
ricachones: A ama a B, pero B ama a C, y pitan, implacables, tasajeando el aliento mada, vivida según la eternidad… Este
C ama también a A. de los que desandan un camino. Pero ella, fenómeno resulta de una limitación del
Reconocida por su trabajo poético con la noche, sabe que de los huesos rotos de discurso amoroso: no puedo yo mismo
libros como Habitar el tiempo (2005), El los hombres nace el polvo que alimenta la (sujeto enamorado) construir hasta el fin
lado oscuro del espejo (2007), Árbol de la savia del próximo vuelo. De ellos surge mi historia de amor: no soy su poeta (el
Esperanza (2011) y, recientemente, la edi- la blanda semilla que incendia las cuencas recitador) más que para el comienzo; el fin
ción bilingüe español-árabe del volumen —aparentemente vacías— donde espe- de esta historia, exactamente igual que mi
69 haikus, Santa Olaya también ha in- ran su turno el sueño y la sal. Y, aunque propia muerte, pertenece a los otros; a
cursionado en la narrativa con el libro de ellos corresponde escribir la novela, relato
relatos Sala de esperas (2012), sobre el que exterior, mítico”. Y continúa, retomando
la socióloga y periodista Consuelo Sáenz a Nietzsche: sólo el Otro podría escribir
destacó que “la autora revela una madu- la novela del Enamorado. “Como Relato
rez literaria que la convierte en una trans- (Romance, Pasión), el amor es una histo-
misora de historias, una espía omniscien- ria que se cumple en el sentido sagrado: es
te de las búsquedas y monólogos un programa que debe ser recorrido… El
humanos relatados con avasallante inge- enamoramiento es un drama”, en el sen-
nio”. Y añade: “Su vena poética, nunca tido arcaico que le dio el filósofo alemán:
ausente, describe y reparte los pormeno- “Es mi propia leyenda local, mi pequeña
res de las historias de otros, diseccionan- historia sagrada que yo me declamo a mí
do, hurgando y analizando las entrañas de mismo, y esta declamación de un hecho
entrelíneas, espacios y silencios”. consumado (coagulado, embalsamado, re-
Todo ello se constata también en Bajo tirado del hacer pleno) es el discurso amo-
la sombra del encino. No son tan frecuen- roso”, como las historias de Nayeli, Ge-
tes los casos de poetas que destaquen por rardo, Elisa y Roberto, esas que atestiguó
igual como narradores. Quizá se deba a la silencioso el encino y nos cuenta Angéli-
necesidad de restringir la proliferación de ca Santa Olaya en su primera novela.
los recursos poéticos a la hora de contar,
lo que los poetas tienden a olvidar, satu-
rando el texto con metáforas e imágenes Angélica Santa Olaya, Bajo la sombra del encino, Jus, Mé-
que, sin dejar de ser bellas o afortunadas, xico, 2015,163 pp.

108 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

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