Está en la página 1de 306
Matthew G. Lewis S'S va NOT (a MATTHEW G. LEWIS $2 Ambrosio es un monje al que todo el mundo en Madrid venera. El se siente muy a gusto con un compaiiero llamado Rosario, pero éste tiene un secreto que, una vez confiese, hara que la vida de Ambrosio tome un giro de 180°. Y no sin razon, porque a partir de ese momento Ambrosio conoceré aquello que su vida dedicada a la religién no le permitié conocer: el gozo sexual y la brujeria. Paralelamente el joven conde Raimundo le cuenta a su amigo Lorenzo de Medina que es el enamorado de su hermana, Inés de Medina, entregada a la religién para convertirse en monja. Al mismo tiempo la joven Antonia, de belleza sin igual, es la mujer que adoran dos hombres, uno que no tiene derecho por el oficio que profesa, y Lorenzo de Medina. Todas estas historias principales (y otras secundarias pero no menos importantes y alucinantes) confluyen en una en la que los protagonistas se relacionan intimamente. Viviran aventuras, sacrificios, _ tormentos, experiencias paranormales y conoceran la gran mentira de la religién mas rigida. L=LIBROS Matthew G. Lewis El monje ePub r1.6 Titivillus 08.03.17 Hay tres aproximaciones a la persona y la obra de Matthew G. Lewis que merece la pena retener: The Life and Correspondence of M.G. Lewis (dos tomos), Henry Colburn, 1839; Montague Summers, The Gothic Quest. A History of the gothic Novel, The Fortune Press, Londres, 1938 (pdgs. 202-308); y André Parreaux, The Publication of The Monk A Literary Event (1796-1798), Librairie Marcel Didier, Paris 1960. Existen otras fuentes también; los mismos ensay os de Summers y Parreaux incluyen un extenso catdlogo de publicaciones sobre el tema; sin embargo, estas tres obras aportan datos mas que suficientes para conocer a fondo a Lewis, sus defensores, sus enemigos, el ambiente social, intelectual y politico de su tiempo, el escandalo descomunal que provocé su libro, etc. De ellas extraigo las siguientes notas a modo de introduccién UN AUTOR JOVEN Matthew Gregory Lewis nacié en Londres, en 1775. Tenia diecisiete afios cuando su padre, Subsecretario de Guerra y Miembro del Gabinete, decidié mandarlo a Weimar a fin de que estudiase alli la lengua alemana, dado que la consideraba indispensable para la carrera diplomatica que proyectaba para él De modo que en julio de 1792, el joven Matthew emprende el fatigoso viaje, con cartas de presentacién para el embajador inglés en esa pequefia ciudad. Weimar se encuentra en un momento de gran esplendor cultural: aqui residen Goethe, Schiller, Herder, Wieland, ete., y por aqui pasan numerosas figuras del arte y de la escena. Esta atmésfera de efervescencia romantica impresiona hondamente a nuestro escritor en ciernes, que desde el primer instante se entrega con entusiasmo al estudio del aleman. Ahora tiene ocasion de leer Werther —obra que ya conocia traducida— en su lengua original; pero sobre todo, se sumerge en un género de lectura por el que siente especial fascinacién: el que, en prosa o en verso, desarrolla un clima de misterio y terror Sin duda lee entonces Die Teufelbeschworung —que muy poco después aparecerd en Inglaterra como The Sorcerer—, de Veit Weber: Der Genie, oder Memorien des Marquis de G. — publicado en inglés en 1796, el mismo aio que E/ Monje, con el titulo de Horrid Mysteries—, ¢ infinidad de ley endas y baladas, de las que tradujo bastantes. Este interés por lo fantistico y lo espectral no es nuevo en él: a muy tierna edad habia dado ya muestras de una imaginacién nada comin; imaginacién que se habia visto estim ulada por el escenario sombrio y espectral en el que habia transcurrido su nifiez (una antigua mansién con habitaciones cerradas « porque habia fantasmas» y aposentos donde no se le permitia entrar después de oscurecer) y, en opinién de algunos, por las sobrecogedoras ilustraciones que solia contemplar en un libro favorito de su madre: el Sadducismus Triumphatus, de Joseph Glanville (Montague Summers comenta brevemente estas ilustraciones; A. Parreaux, sin embargo, pone en duda la exactitud de este detalle) De regreso a Inglaterra, su entusiasmo y su conocimiento de primera mano del movimiento romantico aleman contribuiran en buena medida a trasvasar elementos del Sturm und Drang a la literatura inglesa, como reconocen Shelley, Byrony Walter Scott. En febrero de 1793, Matthew Lewis se encuentra de nuevo en Londres. Un afio después, su padre le consigue un puesto de agregado en la Embajada Britanica de La Haya, adonde se traslada en mayo de 1794. El mes anterior habia aparecido una nueva novela de Ann Radcliffe, Los misterios de Udolfo, y el joven Matthew aprovecha el viaje para leerla. Una vez instalado en la aburrida La Haya, y animado por la lectura de este mamotreto, intenta reanudar un relato que habia empezado a escribir en Weimar, « al estilo de El castillo de Otranto» , el cual se habia atascado en un moribundo que Ilevaba medio volumen hablando sin parar. No puede con el moribundo, asi que renuncia a seguir por ese camino, y decide comenzar otra cosa. El resultado fue El monje. Y el 23 de septiembre escribe a su madre una carta en la que se muestra rebosante de satisfaccién por este tour de force: « (Qué te parece?, en diez semanas he escrito una novela de unas trescientas 0 cuatrocientas paginas en octavo...» A las pocas semanas, su padre le hace volver a Inglaterra, y ese mismo ajio pasa las Navidades en Londres. UN LIBRO ASOMBROSO El monje se publica, anonimamente, en marzo de 1796. Su éxito es tal que se reimprime al mes siguiente, y en octubre de ese mismo aiio sale la segunda edicion. En esta ocasién, dada la excelente acogida que le han dispensado la critica y el publico, el autor decide poner su nombre en la portada: « M.G. Lewis, MP» ; porque desde hace algiin tiempo ocupa un cargo en el Parlamento, Es un libro que deja sorprendidos a sus lectores. En cierto modo, esté en la linea de lo que escribe Ann Radcliffe. Pero solo en cierto modo; porque, a poco que se preste atencién, saltan a la vista diferencias fundamentales. En primer lugar, es mas tenebroso; su autor no concede, como la sefiora Radcliffe, explicaciones naturales que disipen las sombras y devuelvan el sosiego al lector. En segundo lugar, es un libro atrevido, por el desenfado y la ligereza con que trata dos de los valores que la buena sociedad inglesa tiene por sacrosantos: la moral y la religion. En una palabra, es un libro terrible; muy poco anglosajon sin duda alguna, de gusto mas bien aleman. Pero a partir de la segunda edicion se sabe ya quién es el autor; asi que, pese a los clogios de alguna revista y a la amplia difusién que el libro alcanza en poco tiem po, empiezan a lloverle acusaciones, y no sabemos qué le perdonan menos a Matthew Lewis sus enemigos, si su desenvoltura, su condicidn de politico... 0 su juventud. UN LIBRO CORROMPIDO Las primeras voces que truenan contra el libro lo hacen, en nombre de la decencia y el decoro, para advertir al lector de los peligros que encierran sus paginas. The Critical Review considera a su autor dotado de una especie de brutalidad; The Soots Magazine subraya la mala influencia que este tipo de obras puede ejercer en los lectores, y The Monthly Magazine lo tacha lisa y llanamente de obsceno. Coleridge elogia la fuerza imaginativa que revela en determinados pasajes, pero afiade a continuacién que la obra destila un veneno moral que los aciertos literarios no hacen sino agravar, ejemplo: la minuciosidad libidinosa con que describe las tentaciones de Ambrosio Es decir que, en un primer ataque, los « patriotas defensores de la moral, la religién y los sanos principios literarios y politicos» —como condecora The British Critic a Thomas James Mathias, el enemigo mas encarnizado que tuvo E/ monje en su tiempo, al aplaudir sus invectivas—, condenan el libro por libertino, por indecente, por desvergonzado, y porque parece notarse en él un cierto tufo a ateismo... diriamos que casi revolucionario. Y lo condenan con tanta mas virulencia cuanto que sienten estremecerse los puntales que sustentan la educacién de sus jévenes. UN LIBRO BLASFEMO Pero he aqui que un periédico dublinés publica una resefla —una carta firmada con seudénimo— comentando El monje, en la que ademas de condenar el talante inmoral de la obra, censura la forma irrespetuosa con que es tratada la Biblia. Se refiere coneretamente a la conocida reflexién (Libro Segundo, capitulo TV de la presente edicién) que Ambrosio se hace al descubrir que Antonia, toda pureza y candor a sus quince afios, esta ley endo la Biblia. « |Como! —se dijo el fraile— ;Antonia lee la Biblia, y todavia sigue siendo tan ignorante%» Su extrafieza, nos dice el autor, se debe a que en la Biblia las cosas se dicen crudamente y sin rodeos, al extremo de que « los anales de un burdel no podrian proporcionar may or seleccién de expresiones indecentes» El tono de la citada carta o resefia es mas bien sarcastico. Coleridge, sin embargo, recoge la alusién y la repite con voz claramente irritada: « No es imposible que una mente —por supuesto, se refiere a Matthew Lewis— se encuentre tan profundamente encenagada por el habito de leer relatos salaces y voluptuosos al punto de utilizar la misma Biblia para invocar el espiritu de la impureza». Y en otro momento afiade: « (Sera posible que el autor de estas blasfemias...?» Da la impresion de que Coleridge emplea el término blasfemia im premeditadamete, como una explosi6n de indignacién. Pero los adversarios de Matthew Lewis —en especial TJ. Mathias— se dan cuenta de las implicaciones de este término, y tratan de sacar el mayor partido. La blasfemia estaba perseguida por la ley, y era reprimida con multa, la crcel o el rollo. Escudado en el anonimato, Thomas James Mathias venia publicando, en forma de didlogos, un poema satirico titulado Pursuits of Literature, con muchas mas notas que verso. Medio siglo después diré Thomas de Quincey que es un mosaico de pedanterias y rencores como no ha habido otro en la historia de las letras. Pues bien, el cuarto didlogo de Pursuits of Literature aparece en 1797; y en él, el solapado Mathias ataca por primera veza Matthew Lewis. Y lo hace con toda la brutalidad y malevolencia de que es capaz, tachandolo de monstruo de la corrupcién y personaje sin escriipulos empefiado en socavar la moral y la religion de Inglaterra. En cuanto al libro, lo considera una obra plagada de obscenidades. « No sé como puede el autor reparar este atentado a la decencia publica, mas que retirando el libro de la circulacién; o podria suprimir los pasajes indecentes y blasfemos en una nueva edicién» . Pero posteriormente, en una reedicién del poema, TJ. Mathias cambia de estrategia: deja a un lado las andanadas sobre la inmoralidad, y abre otro flanco de ataque: ahora acusa a Matthew Lewis del delito de blasfemia: « A los pasajes obscenos, el Sr. Lewis ha afiadido la BLASFEMIA CONTRA LAS SAGRADAS ESCRITURAS» (las maydsculas son suyas); e invita al Fiscal General a procesarlo, como se ha hecho en otros casos que se toma la molestia en buscar y aducir. Con este clamor continuo y toda esta persecucion, Mathias logra aglutinar una opinion de ciudadanos y publicaciones en contra de la novela; sin embargo, aunque « una de las sociedades para la supresion del vicio» existentes entonces en Inglaterra intenta llevar a Matthew Lewis ante los tribunales, no logra tener éxito; entre otras cosas, porque Matthew Lewis —en un esfuerzo por acallar el escandalo, 0 quiai por respeto a la posicién de su padre—, habia hecho lo que el propio Mathias habia pedido en 1797. En efecto, en 1798 habia publicado la cuarta edicion de E/ monje «con considerables adiciones y alteraciones» Concretamente, habia suprimido palabras, expresiones, parrafos y paginas enteras. Pero de esto, I,J. Mathias nunca quiso darse por enterado, y siguid acosandolo con un empefio que a Walter Scott le resulté siempre sospechoso. (« La pertinacia con que se insistia en los pasajes juzgados condenables —escribe 23 afios mas tarde— parecia avalar la creencia de que se pretendia algo mas que corregir los errores del autor» ) EI resultado de esta campafia fue, Idgicamente, el que TJ. Mathias menos deseaba: El monje se convirtié en una novela inmensamente popular. Entre 1796 y 1800 salicron cinco ediciones. En Dublin, publicada en dos tomos, se hicieron dos ediciones, una en 1796 y otra en 1797. En Alemania se publica en 1797-8. En Francia (1797) aparece en cuatro tomos con el titulo Le Jacobin espagnol, ou Histoire du moine Ambrosio et de la belle Antonia, sa soeur. En Espaiia aparece en 1822; aqui se titula EV Fraile, 0 historia del padre Ambrosio y de la bella Antonia, no hace falta decir que la traducci6n se hace del francés. El namero de los que defendieron la novela fue bastante reducido —de hecho, la unica revista que la elogié sin reservas fue The Monthly Mirror—, el numero de los que la ley eron, en cambio, fue verdaderamente enorme El relato —aun reconociendo que tiene puntos flojos y partes mal ensambladas, o mal encoladas— es un relato de trazo rapido y vigoroso, con unas puestas en escena coloristas, sorprendentemente vivas, incluso palpitantes. Uno tiene la sensacién de que nota el olor de la gente que se apretuja en la iglesia, de que percibe el aire electrizado cuando Ambrosio se encierra en su celda 0 visita a la madre de Antonia. Parece como si Matthew Lewis hubiera vivido toda su vida en Espafia y se hubiera estado paseando por las calles de Madrid. Y sobre todo, sorprende lo perfectamente dosificado que esti el proceso de la tentacién de Ambrosio, su degeneracién progresiva y su hundimiento irremisible en lo que su propia conciencia concibe como la mas negra de las abominaciones. Ahi, la novela funciona como la maquinaria de un reloj. Es lo que hace que el lector no pueda soltar el libro Por ultimo, sélo resta decir que la presente traduccion se ha hecho de la edicién de Oxford University Press, de 1977, preparada por Howard Anderson. Francisco Torres Oliver Somnia, terrores mdgicos, miracula, fagas, Nocturnos lemures. Portentaque. HORACIO. Prefacio IMITACION DE HORACIO EPISTOLA 20. LIBRO I Creo, oh vano, mal pensado libro, Verte lanzar una mirada deseosa, Donde hay reputaciones ganadas y perdidas En sarta famosa que llaman el Rosario. Irritado al ver tu precioso 6leo Sepulto en inexplorado cajon, Desprecias a la prudemte lave y cerradura, Y encuadernado y dorado, ansias ver Tu volumen en el escaparate De Stockdale, de Hookham o de Dehret. Ve, pues, traspén el peligroso limite De donde ningtin libro retorna. Cuando te veas condenado, de spreciado, Blanco del odio, la critica y la condena, Y maltratado por aquellos que te lean (Si por ventura te leen) Ya suspirards pesaroso Por mi, por el reposo y la quietud. Asumo, pues, el oficio del augur Y ast profetizo tu fortuna: Cuando hayas perdido tu novedad, Y no seas ni joven ni reciente, En algin rincén oscuro y polvoriento, Mohoso, perdido entre telarafias, Servirds de festin a las polillas, O tal vez vayas a dar a la cereria, ¥, condenado a sufrir piiblico escéndalo, jForrards el batil o envolverds la vela! Pero ojala encuentres aprobacion Y alguien se sienta inclinado A preguntar, por natural mudanza, Sobre mi y mi condicién; Que sepa, pues, el que pregunta Que no soy rico ni pobre; Soy de fuertes impulsos y pasiones De cuerpo pequefio y desgarbado; Aceptado de pocos y de pocos aceptador, Exiremado en el odio y el amor: Detesto al que me desagrada, Y adoro al que se me antoja; Precipitado en el juzgar, Yerrado de juicio casi siempre; Firme en la amistad, aunque supongo A los otros falaces y engaftosos. Y considero que en el tiempo presente El término amistad sdlo es quimera: No hay criatura més apasionada, Orgullosa, terca e implacable; Pero dispuesto, por alguien bondadoso, A dar alma y vida enteras. Asi, sia tus paginas preguntan, La edad del que esto escribe Tus faltas, sin duda, mostrarén Que acabo de ver pasar los veinte, Amable lector: doy mi palabra, Cuando ocupa el Tercer Jorge el trono de Inglaterra Y ahora, sigue tu curso venturoso: iVe, mi bien! ;Amado Libro, adiés! MGL, La Haya 28 de octubre de 1794 Advertencia La primera idea de esta novela la sugirié la historia del Santon Barsisa, relatada en The Guardian, La Monja Sangrienta es una tradicién que todavia circula en muchas regiones de Alemania; y me han dicho que las ruinas del castillo de Lauenstein, donde se supone que vaga ella, pueden verse en los confines de Turingia. De la tercera a la duodécima estrofa de El Rey de las Aguas, se encuentran en una coleccién de poesia espafiola antigua, la cual contiene también la popular cancién de Gayferos y Melisandra, mencionada en el Quijote. Hago, pues, plena confesién de todos los plagios que he hecho a sabiendas; pero no dudo que se encontrarén muchos otros, de los que en este momento no tengo conciencia en absoluto, VOLUMEN, PRIMERO Capitulo primero —Lord Angelo is precise; Stands at a guard with envy; Scarce confesses That his blood flows, or that his appetite Is more to bread than stone. SHAKESPEARE, Medida por medida Apenas Ievaba sonando la campana del convento cinco minutos, y ya se encontraba la iglesia de los capuchinos abarrotada de oyentes. No creais que la multitud acudia movida por la devocién o el desco de instruirse. A muy pocos les impulsaban tales motivos; en una ciudad como Madrid, donde reina la supersticion con tan despotica pujanza, buscar la devocion sincera habria sido empresa vana. Fl piblico congregado en la iglesia capuchina acudia por causas diversas, todas ellas ajenas al motivo ostensible. Las mujeres venian a exhibirse, y los hombres a ver a las mujeres, a algunos les atraia la curiosidad de escuchar aun orador afamado; a otros el no tener otro medio de matar el tiempo hasta que empezase el teatro; a otros, el habérseles asegurado que era imposible encontrar sitio en la iglesia; y la mitad de Madrid acudia alli esperando encontrarse con la otra mitad. Las unicas personas verdaderamente deseosas de oir al predicador eran unas cuantas viejas beatas y media docena de oradores rivales, dispuestos a encontrar defectos y a ridiculizar el discurso. En cuanto al resto del auditorio, de haberse suprimido totalmente el sermon, nadie se habria sentido defraudado, y muy probablemente ni habrian notado la omisi6n. Fuera como fuese, lo cierto es que la iglesia capuchina jamas se habia visto con una asistencia tan numerosa. Estaban llenos todos los rincones y ocupados todos los asientos. Incluso las imagenes que adornaban las largas naves habfan sido utilizadas. Los chicos se habian encaramado en las alas de los querubines; San Francisco y San Marcos cargaban un espectador sobre los hombros; y Santa Agueda se vio en la necesidad de llevar dos. El resultado fue que, a pesar de toda su diligencia y premura, nuestras dos recién legadas miraron inttilmente, al entrar en la iglesia, buscando algin sitio vacio Con todo, la mas vieja siguid avanzando. En vano se elevaban de todas partes exclamaciones contra ella; en vano se le decia: « Os aseguro, sefiora, que aqui no hay sitio». « {Por favor, sefiora, no me empujéis de manera tan desconsiderada!» . « ;Seftora, no podéis pasar por aqui! ;Valgame Dios! {Qué pesada es la gente!» ; la vieja, testaruda, seguia adelante. A fuerza de persistencia y de brazos robustos, se abrié paso a través de la multitud y logro hacerse sitio en el mismo centro de la iglesia, a no mucha distancia del pilpito, Su acompafiante la habia seguido con timidezy en silencio, al amparo de los esfuerzos de su guia —iVirgen Santa! —exclamé la vieja en tono de contrariedad, mientras lanzaba una mirada interrogativa a su alrededor—. j Virgen Santa! |Qué calor! iQué gentio! Me pregunto a qué se deberd todo esto. Creo que debemos regresar no hay ni una silla, y no parece que haya ninguna persona amable dispuesta a cedernos la suy a Esta descarada indirecta atrajo la atencién de dos caballeros que ocupaban sendos taburetes a la derecha y apoy aban la espalda contra la séptima columna a partir del pulpito. Los dos eran jévenes e iban ricamente vestidos. Al oir esta apelacién a su cortesia hecha por una voz femenina, interrumpieron su conversacién para mirar a la que habia hablado. Esta se habia apartado el velo para otear mejor en torno suyo. Tenia el pelo rojizo y era bizca. Los caballeros se volvieron otra vezy reanudaron la charla. —jPor favor! —exclamé la compafiera de la vieja—; jpor favor, Leonela, regresemos a casa inmediatamente; hace demasiado calor, y me horroriza tanta gente! Estas palabras fueron pronunciadas en un tono de inmensa dulzura. Los caballeros interrumpieron de nuevo su charla, pero esta vez no se contentaron con mirar: se enderezaron ostensiblemente en sus asientos y se volvieron hacia la que habia hablado. La voz provenia de una dama cuya figura delicada y elegante inspiré a los jovenes la mas viva curiosidad por ver qué rostro tenia. No pudieron satisfacerla. Un tupido velo ocultaba su semblante. Pero la pugna con la muchedumbre se lo habia ladeado lo bastante como para dejar al descubierto un cuello que por su simetria y belleza podia rivalizar con el de la Venus de Médicis. Era de la mas deslum brante blancura, realzada por el encanto adicional de las ondas de largo y rubio cabello que descendia sinuoso hasta la cintura. De estatura mas bien por debajo de la media, su figura era gracil y etérea como la de una ninfa. Tenia el pecho cuidadosamente velado. Su vestido era blanco, sujeto por un cefiidor azul, y permitia asomar un piececillo de las mas delicadas proporciones. Un rosario de gruesas cuentas colgaba de su brazo, y ocultaba su rostro bajo un velo de tupido y negro cendal. Tal era la dama, a quien el mas joven de los caballeros oftecié al punto su asiento, mientras el otro crey 6 necesario brindar la misma atencién a la acom pajiante. La vieja dama, con grandes muestras de gratitud, pero sin ningin embarazo, acepté el ofrecimiento y se senté; la joven siguié su ejemplo, aunque sin otro cumplido que una sencilla y graciosa reverencia. Don Lorenzo (que asi se llamaba el caballero cuyo asiento habia aceptado ella) se colocé a su lado; pero antes susurré unas palabras a su amigo al oido, quien inmediatamente capté la intencién y se dispuso a distraer la atencién de la vieja de su hermosa custodia —Sin duda hace poco que habéis llegado a Madrid —dijo Lorenzo a su bella vecina—; es im posible que tales prendas hay an pasado inadvertidas tanto tiem po; y de no ser esta vuestra primera aparicién en publico, la envidia de las mujeres y la adoracion de los hombres os habrian hecho ya suficientemente notable Guardo silencio esperando una respuesta. Como sus palabras no la requerian, la dama no despegé los labios. Tras unos momentos, reanud6 su discurso: —(Me equivoco al suponer que no sois de Madrid? La dama vacilé; finalmente, en una voz tan queda que apenas era audible, consiguié decir: —No, sefior. —(Pensais quedaros bastante tiempo? —Si, sefior. —Me consideraria afortunado si pudiese contribuir a hacer agradable vuestra estancia. Soy muy conocido en Madrid, y mi familia posee cierta influencia en la corte. Si puedo seros de algiin servicio, no podriais honrarme ni complacerme mas que permitiéndome serviros «Sin duda —se dijo para sus adentros—, no podra ya contestarme con un monosilabo; ahora tendra que decir algo» Lorenzo se equivocd, pues la dama contesté tan slo con un asentimiento de cabeza. Hasta ahora, habia descubierto que su vecina no era muy comunicativa; pero no sabia si su mutismo se debia a orgullo, discrecién, tim idezo estupidez Tras una pausa de unos minutos, dijo: —Sin duda se debe a que sois forastera, y no estais fam iliarizada con nuestras costum bres, el que sigais levando ese velo. Permitidme que os lo retire Al mismo tiempo, avanzé la mano hacia el velo: la dama alzé la suya para impedirselo. —Nunca me quito el velo en piiblico, sefior. —Qué mal hay en ello, dime? —tercié su acompafiante con cierta aspereza —; qno ves que las otras damas se han quitado todas el velo, sin duda para honrar el santo lugar en el que estamos? | Yo me he quitado ya el mio: y si expongo mi rostro a la observacién general, no tienes motivo ti para sentirte tan prodigiosamente alarmada! j Virgen Maria! {Cudnto embarazo y tribulacién por una carita! | Vamos, vamos, criatura! Descubrela; te aseguro que nadie te la robara. —Querida tia, esa no es la costum bre en Murcia. —jEn Mureia, no! |Santa Barbara bendita!

También podría gustarte