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Ángeles caídos
Relatos de Terror y Misterio

Joseph Arkane
& Tita Zarpi

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Título original: Ángeles caídos
Relatos de Terror y Misterio
1 – Crepúsculo -
Primera edición: marzo de 2008
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
© Copyright – Joseph Arkane & Tita Zarpi - Chile

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A mi esposa Betssy y a mi hijo Tito,
auténticos ángeles en esta tierra.
Sois la luz que ilumina toda mi existencia.
Os amo y os amaré siempre,
por toda la eternidad
e incluso más allá.

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El solitario

Esos gamberros callejeros, auténticos


pilluelos del asfalto, se la habían jugado, y
bien, una vez más. Le habían chupado
hasta la última gota de gasolina del
depósito, y quitado el espejo retrovisor, la
bujía, las llaves inglesas de debajo del
sillín y, para más inri, hasta una bonita
pegatina que había colocado justo el día
antes, para darle un toque de alegría a la
moto. Era un viejo cacharro, pero
funcionaba bien y aún le llevaba a todas
partes. Ahora, a esas horas del atardecer-
apenas eran las seis de la tarde, pero el
sol estaba ya lamiendo el océano por
Poniente y la oscuridad avanzaba a pasos
agigantados sobre la ciudad- era
prácticamente inútil pensar en llevarla a
un taller. La reparación, la subsanación de
esos desperfectos, de ese saqueo absoluto
a cargo de alguno de los muchos
delincuentes de poca monta que asolaban
el vecindario, tendría que esperar.
No es que, en realidad, la necesitara. Es
más, había ido al trabajo en autobús

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porque, por la mañana, el intenso frío se
colaba hasta el tuétano de los huesos y no
le hacía ninguna gracia llegar medio
congelado. Pero, al regresar por la tarde a
su domicilio, iba pensando en acercarse
hasta la zona portuaria, tomar unas copas
allí... quizás hubiera ido en la moto, a
pesar del frío, o quizás no... ahora ya no
había razón para plantearse alternativa
alguna. Iría andando, porque esa pillería
cometida sobre su vieja moto había
introducido en su interior la suficiente
dosis de cabreo y de malestar, aparte del
que ya llevaba encima, y le había llevado
hasta un estado de ánimo que, estaba
seguro, sólo conseguiría superar con la
ayuda del alcohol.

Las calles estaban prácticamente


desiertas, y la sensación de soledad y de
vacío se acrecentaba a medida que iba
aproximándose al puerto. El contraste con
el verano era brutal, insólito, era un
cambio radical el que sufría Valparaíso.
Pero Pedro Jaime era un nativo, estaba
harto de oír cada año los mismos o
parecidos comentarios porque conocía los
ambientes y los tinglados turísticos de
sobra y, en esos momentos precisamente,
mientras andaba a buen paso en lucha
contra el molesto viento y protegiéndose
como podía de esos escasos cinco o seis
grados de temperatura, tenía la mente

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ocupada en preocupaciones bien distintas.
Quizás, en esos últimos días, gracias al
trabajo y a sus esfuerzos de voluntad,
había conseguido relegarlo a un
relativamente tranquilo segundo término
en el interior de su cerebro. Pero distaba
mucho de estar olvidado. De hecho, poco
a poco, sin descanso, casi diríase que
insidiosamente, había ido volviendo a los
primeros planos, deslizándose hasta el
mismo consciente, amargándole de nuevo.
Y el suceso de la moto había sido, sin él
apenas ser consciente, el catalizador, el
reactivo final. El provocador de esa
intensa tormenta anímica y mental que
Pedro Jaime llevaba dentro, y que
deseaba, ansiaba, alejar una vez más,
aunque tuviera que ahogarla en alcohol.
Alguno de los etéreos e invisibles
fantasmas que deambulaban también en
esa noche helada por las callejuelas del
puerto, al pasar por su lado o a su través,
vibraron con su contacto y se agitaron,
doloridos.

Era un solitario, pero era también el


primero en reconocer que se lo había
buscado. Su mujer le había abandonado,
hacía ya algún tiempo, y aunque quisiera
razonar consigo mismo y buscar los fallos
o la parte de culpa que se suponía tenía
que existir por el lado de ella, al final
todas las presuntas excusas, reales o
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imaginarias, se estrellaban contra la cruel
realidad: ella le había encontrado en la
cama con otra. De nada servían ya los
intentos de justificación, las alegaciones
absurdas... de nada, tampoco, sirvieron
las peticiones de perdón ni el
arrepentimiento.
Ella fue implacable. Y una serie de años
compartidos con otra persona, de un
soplo, se desvanecieron. Todo dejó de
existir. Cambio radical, brutal, absoluto.
Se acabó. Adiós. Fue bonito mientras
duró... y nada, absolutamente nada más.
Dicen que del amor al odio no hay más
que un paso, y cuando dejó de existir lo
primero, ambos hicieron denodados
esfuerzos para que no llegara lo segundo.
Se despidieron como buenos amigos, eso
sí, pero todo estaba acabado ya entre
ellos.
Al menos, eso se suponía. Porque Pedro
Jaime seguía llevándolo dentro de sí,
fresco y vivo en su mente, como si no
hubieran pasado los meses. Le costaba no
pensar en ello, y pensaba en ello con una
asiduidad que estaba llegando a hacerse
preocupante. No podía olvidar, y los
intentos de acercarse a otras mujeres
habían sido ridículos fracasos. Y eso que
las necesitaba; casi con la misma
desesperación con que los recuerdos
afloraban una y otra vez a su mente
(hasta el punto de pensar si, acaso, no

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estaría volviéndose loco), necesitaba
recuperar otra vez la amistad y la
confianza en el otro sexo, en la Mujer. Era
algo que iba más lejos de la pura y simple
necesidad sexual o afectiva. Era, además,
la necesidad de un nuevo volver a
empezar, de encontrar la paz interior. Un
intento de ponerse bien consigo mismo,
de borrar ese caos anímico que ahora, esa
misma noche incluida, arrastraba por su
cerebro y por las heladas calles.

Los espíritus protectores de los


borrachos tenían sobrado trabajo, porque
el intenso frío exterior animaba a la
habitual caterva nocturna a arrebujarse
en las numerosas tabernas, agujeros y
escondites donde tomar un trago, y a no
soltar los vasos de las manos, cuidando
bien de que no dejaran de estar llenos. El
vino y la cerveza hacían estragos, y
tambaleantes individuos escoraban cual si
se hallaran en medio de una terrible
tormenta marina, bamboleándose de
forma escandalosa, o profiriendo grandes
carcajadas. Pero ninguno se caía o hacía
daño, buena prueba de que sus ángeles
guardianes, o como se les quisiera llamar,
cuidaban de ellos, los sujetaban firmes en
sus sillas o, cuando ya no había más
remedio, los ayudaban a tumbarse en un
rincón o los acompañaban de regreso a
casa.

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Pedro Jaime también tenía el suyo,
aunque no lo supiera, pues nunca se había
preocupado ni interesado por asuntos
semejantes. Esa noche llevaba ya
visitadas cuatro tabernas, y otros tantos
vasos de whisky le calentaban las
entrañas. Sus efectos comenzaban a
desplazarse hacia el cerebro y,
ligeramente, afectaban también a su
capacidad de movimientos, su
coordinación y sus reflejos. Pero en esos
momentos se encontraba, según creía,
perfectamente, pensando cada vez menos
en el estado de ánimo que lo había llevado
hasta allí. Otras sensaciones, como la
soledad y el aburrimiento, se alejaban
también a pasos agigantados. Y más
desde que llevaba varios minutos sin
apartar la vista de una guapa rubia
sentada a pocos metros de él.

No debe extrañar a nadie, pues, que el


espíritu guardián de Pedro Jaime, una
delgaducha figura ectoplasmática novata
y con no demasiada experiencia en tales
lides, se encontrara sin saber qué hacer y
acabara dejándole solo. Le habían
encargado cuidarle si bebía demasiado,
pero otros avatares y contingencias, ya
eran harina de otro costal...

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Un rato más tarde, el ex-solitario se
sorprendió a sí mismo, mientras esperaba
en la barra que el camarero le sirviera
otras dos bebidas, pensando en si lo que
le estaba sucediendo era real. Pues aún
no terminaba de creer que ella le hubiera
sonreído primero, se le hubiese acercado
después sin reparo alguno, y que ahora
estuvieran sentados en una mesa,
hablando y bebiendo juntos. Al saludarla y
aceptar ella la invitación a una copa, le
dijo su nombre: Lucy. Él comentó sin
dudarlo: "Luz en tus ojos y además...
belleza en tu rostro. Nada más se puede
pedir". Y la sonrisa con que ella le
agradeció el cumplido, pensó, valía por
todo lo que hasta entonces había echado
en falta.
Por unos instantes pensó en que quizás
ella estuviera ejerciendo el más antiguo
de los oficios; pero decidió que, fuera una
profesional o no, aquella noche ese
detalle no le importaba en absoluto.
Con las bebidas en las manos, volvió a
sentarse junto a ella. Entrechocaron las
copas y brindaron, por ellos, por esa
noche, por haberse conocido.
Ella llevaba un vestido de noche,
salpicado de lunares negros y de brillante
satén, y largas y sugerentes medias de
seda, también negras. Pero Pedro Jaime,
a pesar de ser bien consciente de la
belleza de ese cuerpo, que se adivinaba
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sin demasiado esfuerzo bajo el vestido, en
las curvas rotundas de sus caderas y en el
valle de sus senos, blancos como el
alabastro y prometedores de placeres
inimaginables... a pesar de todo eso, no
podía apartar su mirada de los ojos de la
chica. A ella parecía divertirle, y no
paraba de reír y de mojarse los labios,
hermosos aún sin maquillaje, con el licor
de la copa que sostenía entre unos dedos
delgados y ágiles, mientras a su vez le
miraba de forma fija y constante, como
intentando hipnotizarle, y reanudando la
risa a los pocos instantes.
Era una especie de diversión entre
ambos; mas al poco rato, Pedro Jaime le
dijo, casi como en una confesión: "Puede
que para ti esto sea un juego, pero para
mí ya no lo es. Me has hechizado de
verdad. No puedo dejar de mirarte.
Quizás... - y aquí se paró para beber un
largo trago, superando los últimos restos
de su timidez- quizás te parezca una
tontería, y lo comprenderé si me mandas
al cuerno, pero he de decírtelo... durante
mucho tiempo he andando buscando a
alguien como tú, y creo que finalmente te
he encontrado. No sé todavía si decirte
que te amo, pero... sí sé bien que te
necesito..."
Hizo ademán de cogerle las manos, pero
ella, con firmeza, las retiró. Él se quedó
inmóvil, indeciso, un instante; un gesto

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que podría haber sido eterno, porque
estaba completamente desarmado, no
tenía ya fuerzas tras esa declaración para
nada más. El corazón le volvió a latir
cuando la muchacha le acarició
suavemente el rostro y le dijo al oído, casi
en un susurro: "No, no digas que me
amas, porque no es cierto. Pero si me
buscabas, me has encontrado. Llévame a
tu casa, necesito que me saques de aquí.
Nos queda aún mucha noche para
nosotros dos".

El camino hasta la parada de taxis lo


hicieron apretados el uno contra el otro,
prácticamente abrazados, envueltos en
sus ropas de abrigo. El frío les hizo andar
deprisa, sonriendo, bromeando... En
cierto momento, ya saliendo del recinto
del puerto, él se detuvo y, asiéndola por
un brazo, la miró fijamente para decirle:
"¿Sabes? Tengo algo parecido al miedo...
temo que estés jugando conmigo..."
Ella no dijo nada, únicamente le empujó
para que siguieran andando; y sólo
cuando estuvieron dentro de un taxi
(cogieron el único que había en la parada
a esa hora, el único que parecía haber
estado esperándoles), y cuando con el
vehículo en marcha y la calefacción a tope
comenzaban a entrar en calor, le miró a
su vez y le respondió, en un nuevo
susurro: "Es posible, pero tú estás
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deseando que yo juegue contigo esta
noche..."

El ritual que siguió después, una vez


estuvieron dentro del apartamento, podría
servir para argumento de miles de
historias distintas, en las que
únicamente habría que cambiar los
nombres de los protagonistas o pequeños
e insignificantes detalles de ambiente.
Porque, en el fondo y en lo esencial, el
rito que siguen un hombre y una mujer
cuando se disponen a hacer el amor, es
siempre el mismo. En este relato, sin
embargo, hay algo sutil y novedoso. Algo
lo bastante importante para hacerlo
ligeramente distinto de cualquier otro. De
no ser así, no habría razón suficiente para
que ahora lo estuviéramos contando.

Desnudos y envueltos de sudor bajo los


edredones, Pedro Jaime abrazó a la mujer
que le había devuelto - ahora estaba
seguro, mientras respiraba con fuerza,
ahíto aún del placer recién compartido- la
confianza en sí mismo, y al mismo tiempo
en el resto del género humano.
"Sabes - intentó hablarle -, hay tantas
cosas mías que quisiera contarte..." Pero
ella le hizo callar, poniéndole uno de sus
dedos sobre los labios. Lo besó, y la
abrazó de nuevo, con fuerza.
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Algún rato más tarde - hacía mucho que
él había perdido la noción real del tiempo-
ella se incorporó y se le sentó encima. Él
pensó que no había quedado aún
satisfecha y que deseaba volver a hacer el
amor. A la tenue luz de la lamparita de
noche, pudo contemplar su hermoso
cuerpo, voluptuoso en su desnudez. Se
dejó coger las manos y que ella se las
sujetara por encima de la cabeza. Hubo
un momento en que los rotundos senos
de la mujer colgaron tan cerca de sus
ojos, de su boca, que no pudo evitar el
decirle: "Eres hermosísima, te comería a
besos..."
Y ella sonrió ampliamente al
contestarle: "No, yo seré quien te coma a
ti".
Por la mente de Pedro Jaime pasaron, en
breves instantes, mil ideas distintas. Que
ella fuera una prostituta o no, le daba
exactamente lo mismo. De que fuera una
ninfómana, o algo parecido, ya no estaba
tan seguro, porque ella estaba, en aquel
mismo instante, relamiéndose y
chupeteándole desde el cuello hasta el
ombligo, a la vez que le impedía, con una
fuerza casi insólita en una mujer, que
moviera los brazos.
La intensidad de sus besuqueos y
lamidas le excitó nuevamente, y

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removiéndose sin que ella aflojara su
presa, le comentó sonriendo: "Oye, no
serás una devoradora de hombres, ¿no?
Porque parece que es verdad que quieres
comerme".
"Yo nunca miento, ya te lo dije antes –
respondió ella-. Es cierto que voy a
comerte".
"Oye, vas a asustarme... - se rió, pero
algo flojeó en su voz-. No estarás
hablando en serio..."
"Claro que hablo en serio - replicó ella.
Le soltó los brazos y le obligó a mirarla
fijamente, al tiempo que le hablaba muy
despacio -. En el bar me dijiste que habías
encontrado lo que hacía tanto tiempo
andabas buscando, que me necesitabas...
bien, ya has tenido lo que querías... ahora
has de entender que yo también te estaba
necesitando a ti... y en el fondo, lo sabes,
ya debes haberlo adivinado. O mejor, lo
sospechas... lo veo en tus ojos. Mejor, así
todo será más fácil...
“Antes de que se me olvide –continuó la
mujer, en un tono de voz más gutural y
profundo, como si a cada instante le
costara más articular cada palabra -...
Lucy puede que para ti signifique eso que
tú dijiste, luz y además, belleza... pero en
el sitio del que yo procedo, su significado
es otro, un poco... distinto. En ese lugar,

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que tú conocerás muy pronto, me
llaman... Lucibel."

Y al tiempo que emitía una sonora


carcajada, ella empezó a cambiar, a
convertirse en otra cosa. En una criatura
de ojos brillantes y crueles, de rictus
salvaje, de manos arqueadas en forma de
garras, repleta de fuerza y de poder, que
inmovilizó de nuevo al aterrado Pedro
Jaime sobre la cama, sin que a pesar de
retorcerse con todas sus fuerzas, pudiera
moverse un solo centímetro.
"Yo también te necesitaba, sí..."- oyó
gruñir junto a su oído a una voz que nada
tenía ya de humana ni de atractiva -.
Y esos fueron los últimos sonidos
inteligibles que el desventurado Pedro
Jaime oyó, antes de que unas afiladas
mandíbulas hicieran presa en su garganta
y comenzaran a extraerle su sangre.

Y mientras aquel súcubo demoníaco


llamado Lucibel le robaba su aliento vital,
su esencia, y le devoraba poco a poco, el
ex-solitario tuvo tiempo aún de pensar
que no era exactamente eso lo que había
salido a buscar esa noche... y de darse
cuenta de que ya era demasiado tarde
para cambiar de planes.

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Visitante inesperado

"No era posible que el infierno nos detuviera


por más tiempo en sus límites, ni ese abismo
intransitable y tenebroso podía impedirnos ya
nuestra libertad".
John Milton, ‘El paraíso
perdido’

La botella de vino barato, sobre la


desvencijada y polvorienta mesa, estaba
vacía en más de la mitad de su contenido,
y apenas habían sonado las diez de la
noche en el campanario de la iglesia
cercana. Al poco ‘combustible’ para
soportar esas largas horas que tenía por
delante se unían, además, como si se
hubieran puesto todos los elementos de
acuerdo en fastidiarle la noche, un frío

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intenso, un viento inmisericorde que se
colaba hasta por la rendija más diminuta
de su barraca y el aullar de aquellos
malditos perros, que llevaban varias
noches comportándose como si les
hubiera mandado el mismísimo Lucifer a
martirizarle los oídos y a no dejarle un
solo instante de paz. Con esos
pensamientos nada reconfortantes, el
vagabundo se arrebujó aún más junto al
fuego, unos míseros troncos y carbones
que ardían dentro de un recipiente de
latón en forma de tinaja, ya que pretender
encender un fuego más grande entre
aquellas cuatro tambaleantes paredes de
madera y cartón, hubiera sido poco menos
que un suicidio. Y, por el momento, el
viejo no tenía ninguna intención de llegar
a ese extremo.
Cierto que se quejaba de los elementos,
del frío y del escándalo que armaban esos
perros en la vecindad de su refugio; pero
siempre, por una cosa o por otra, había
tenido la protesta o el gruñido en los
labios, por lo que lo de ahora no era
ninguna novedad. Y, en honor a la verdad
- al pensar en ello de nuevo sus ojillos
brillaron de satisfacción (de hecho,
apenas pensaba en otra cosa)-, el
vagabundo tenía sus concretos,
específicos y ‘satisfactorios’ motivos para
soportar todos aquellos "inconvenientes",
y aunque estuviera peor...

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Sí, aunque hiciese aún mucho más frío, o
viento, incluso aunque lloviera o se
abatiera la tempestad, y por muchos
animales que rondaran o aullaran, nada
de todo ello importaba si, al final,
conseguía su propósito. Ya lo había
logrado otras noches, en los últimos años,
y ésta en particular no tenía porque ser
distinta. En última instancia la lluvia le
fastidiaba porque le retrasaba en su labor,
al enfangar la tierra, formarse charcos y
barrizales... pero tampoco importaba
demasiado. Lo realmente importante era
que llegaran las doce de la noche, y las
luces del último bar del pueblo se
apagasen y el último pueblerino rezagado
se marchase a dormir. Sería el momento,
con la certeza de que no habría ningún
testigo incómodo ni ninguna ‘sorpresa’,
de ponerse manos a la obra.

El fiero dogo, de enorme cabezota negra y


dientes como cuchillos, tira con todas sus
fuerzas de la cadena que le mantiene sujeto
tras las verjas de hierro de la entrada de la
vivienda. Sus dueños, molestos por no poder
conciliar el sueño, ya le han reñido e, incluso,
han bajado varias veces en las últimas noches
para ver qué era lo que mantenía al animal
tan agitado. No han podido ver nada fuera de
lo normal, soledad, silencio, el viento que
agita las ramas de los árboles de la avenida,
nada más.
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Pero el dogo sabe que sí hay algo más. Algo
que le asusta, que le aterroriza, que le hace
aullar a los cuatro vientos, sin dejarle dormir
en toda la noche, o meterse en su perrera,
gimiendo y temblando, cuando sus dueños le
riñen o le gritan, enfadados, que se calle de
una vez. Tira con todas sus enormes fuerzas,
pero la cadena resiste. Y no tira para soltarse
y enfrentarse a lo desconocido, sino que lo
hace para, si le fuera posible, salir corriendo y
alejarse todo cuanto pudiera de allí. De ese
hálito irreconocible, pero tenebroso, que le
llega desde la distancia, le llega a través del
viento, desde la misma noche. El cementerio
está a más de doscientos metros, al final de la
larga avenida asfaltada, ya en las afueras del
pueblo. Pero el viento sopla siempre, siempre,
de Poniente, siempre desde el mar, cruzando
por entre las mohosas hileras de lápidas, por
entre los montones deformes de tierra
putrefacta...

Incluso a pesar de la distancia, al


vagabundo le pareció oír, con meridiana
claridad, el ruido de las llaves en la
puerta de la taberna, y los murmullos de
despedida de los últimos clientes. Poco
antes había oído las campanadas del reloj.
No fallaba nunca. Manuel, el tabernero,
era puntual. Lo sabía, porque no pocas
veces se había detenido allí a tomar
algunos vasos de vino, y si le invitaba un
alma generosa, mejor... los conocía a casi
todos, al menos a los habituales de aquel
establecimiento, y sabía que la mujer del
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cantinero le estaba esperando despierta,
pues en ocasiones le había oído bromear
al respecto... entre los clientes estaban
algunos camioneros o transportistas, que
dejaban sus enormes vehículos aparcados
en las inmediaciones de la plaza y
apuraban en el bar las últimas copas de la
noche, antes de proseguir viaje cruzando
el pueblo, hacia la carretera, o de meterse
en las cabinas de sus vehículos para unas
horas de sueño reparador si es que tenían
tiempo para ello. Eran buenas gentes, de
vidas sencillas, de costumbres
rutinarias... no sabían apenas nada del
vagabundo, ni de su vida ni de sus
ocupaciones, pero no parecía
importarles... para esos pueblerinos, el
viejo era un caminante solitario, que se
detenía a temporadas por aquel lugar, un
errabundo... para ellos era inofensivo,
incluso le ayudaban con algo de bebida o
de comida. No necesitaban saber nada
más de él. En el pueblo cada uno iba a lo
suyo, y el viejo lo agradecía.
Sí, pensó una vez más, tendría que
decírselo, o hacérselo saber de alguna
forma, lo mucho que les agradecía que no
quisieran curiosear sobre sus idas y
venidas... pero claro, no le convenía. En
absoluto.
Mejor que las cosas siguieran así. Mejor,
pues de lo contrario, si llegaran a
enterarse de las auténticas razones del

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viejo para estar por allí, seguro que
dejarían de ser tan amables y generosos
como ahora eran. No, no tenían porqué
saberlo, si seguía actuando como hasta
ahora, con paciencia, mil precauciones y
con sumo cuidado... de momento, no
podía quejarse de los resultados. De los
fructíferos beneficios de su ‘ocupación
nocturna’...

Ladra y aúlla el dogo, y le responden otros


perros... a lo largo de la avenida mal
iluminada, entre las ramas de los árboles
agitadas por el viento, desde el parque
solitario, desde las pocas casas de las afueras
del pueblo, desde las mismas calles... el
conjunto forma un macabro concierto de
voces caninas, guturales o chillonas, ladridos
secos y ásperos o apenas tosecillas
animalescas.
Llevan varios días así, prácticamente toda la
última semana. La mayoría de las familias y
del vecindario que ve su sueño y su descanso
turbados y alterados, piensan que es debido al
viento y al frío, a que está cambiando la
estación y a punto de entrar el invierno; o,
probablemente también, a que la inmediata
luna llena les ha hecho entrar en celo y se
llaman y reclaman unos a otros. Los que están
atados protestan por la libertad y la
posibilidad de correrías nocturnas de sus
congéneres sin dueño... Y como esos vecinos,
más pronto o más tarde, acaban, al fin,
durmiéndose, si algo comentan durante el día
entre ellos, unos y otros, sobre la inquietud de

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sus animales, todo queda en un "ya se les
pasará", en la convicción y creencia de que no
pasa nada. Realmente, para las sencillas de
las gentes del pueblo no tiene porque ocurrir
nada en absoluto, nada fuera de lo normal, de
lo habitual y cotidiano, nada que cause esa
alarma... Tanto es así, que no les entraría
nunca en la cabeza el pensar, por ejemplo, que
ese viejecito bonachón que aparece cada
temporada vagabundeando por los
alrededores se dedica a algo más, por las
noches, que a dormir tranquilamente en la
vieja barraca de las afueras. O que los perros
se desesperan porque el viento de las últimas
noches les trae algo más que los aromas de la
brisa marina. Lleva hasta sus sensibles
hocicos el olor de una muerte que no es tal, de
la podredumbre, de algo que debería estar
quieto y reposando por toda la eternidad pero
que no lo está... de algo que se mueve,
incansable, incesantemente, bajo la propia
tierra del cementerio al final de la avenida...
No, ninguno de ellos se imaginaría nunca
nada parecido. O casi ninguno. Porque hay
una persona que, de no estar inválida y
achacosa, saldría y les diría, toda convencida,
que esos perros han empezado a aullar desde
que hace una semana dieron cristiana
sepultura a los restos mortales de Mariana, la
joven y única hija del que fuera uno de los más
ricos y prósperos comerciantes del pueblo,
don Ramón, fallecido hace ahora cosa de un
año. Don Ramón murió en accidente y su hija
por una maligna enfermedad, pero la anciana
doña Rosario, que vive cerca de la iglesia, sin
poderse apenas mover a causa de su parálisis,
está convencida de que los perros (empezando
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por el suyo, un escandaloso pequinés, que al
comenzar cada atardecer y hasta bien entrada
la noche no para un momento de ladrar y de
revolver por toda la casa), todos esos animales
han captado algo extraño, algo que ha
comenzado desde que la tierra cayera sobre el
blanco ataúd de la hermosa Mariana.
Doña Rosario no sabe, o prefiere no saberlo,
qué es realmente lo que está sucediendo;
pero, por si acaso, se aferra a las cuentas de
su rosario y reza con más viveza y con más
fervor de como lo ha hecho en los últimos
veinte años, desde que sus piernas se negaran
a seguir moviéndose.

Había llegado el momento. Nadie le


molestaría esa noche. No pensaba hacer
caso del viento, ni de los ladridos de los
malditos chuchos. Sabía bien, por
conversaciones anteriores, por
comentarios oídos tiempo antes en esa
misma taberna, que iba a ser un trabajo
provechoso. Si era cierto el rumor, y no
tenía por qué ponerlo en duda, Don
Ramón, aquel viejo avaro, aquel ricachón
forrado de dinero hasta las orejas, muerto
y enterrado desde hacía un año, se había
llevado a la tumba, dentro del ataúd, un
anillo de oro y brillantes... y una
dentadura con varias piezas también de
oro.
Indudablemente, aquella iba a ser su
noche. Otras veces no había tenido tanta
suerte. Quizás, incluso, se frotaba el
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vagabundo las manos con satisfacción,
mientras apagaba los rescoldos del mísero
brasero y se preparaba para su
expedición nocturna, obtuviera lo
suficiente para dedicarse a vivir bien y a
beber buen vino, no la bazofia a la que
solían invitarle. Entonces, se reiría de
todo y de todos... ¡Oh, sí... ¡cómo se reiría
del mundo entero!

Un hálito oscuro e invisible, como un aviso


de algo sobrenatural, se ha levantado de entre
las lápidas allá, en el cementerio de la
avenida. Podría ser una advertencia, o quizá...
Los animales lo captan con rapidez y
reaccionan de la única forma que saben
hacerlo: callando súbitamente, cesando en su
concierto de aullidos y refugiándose en sus
casetas, o bajo un sofá o una cama, con el
rabo entre las piernas... el pequinés de doña
Rosario se ha convertido en algo parecido a
un ovillo de lana, informe y trémulo,
escondiéndose bajo un montón de cojines,
junto a su canasta. Y su dueña, quizás el único
ser humano que esa noche teme lo que pueda
suceder ahí afuera, sabe que no puede hacer
otra cosa que rezar, que seguir desgranando
las cuentas del viejo, querido y sobado
rosario. Si llegara el caso, no le serviría de
mucho... pero la anciana confía en que aún
goza, aunque sea mínimamente, de la
misericordia del Altísimo... y que aún no es
llegada su hora. No, esta noche, al menos esta
noche extraña, nadie vendrá a turbar sus
rezos.

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Le costó muy poco forzar la cerradura de
la caseta donde el sepulturero guardaba
palas, azadas, escobas y otros utensilios.
De hecho, no tuvo más que pegarle un
fuerte empujón a la puerta medio
carcomida. Otras veces había actuado de
forma semejante, y siempre con el
cuidado extremo de no dejar ninguna
huella ni rastro de su presencia. Oh, sí, el
vagabundo era muy cuidadoso en su
trabajo, pensó sonriente. El candado
oxidado de la puerta enrejada, allá a la
entrada del camposanto, parecía intacto,
pese a haberle franqueado el paso en
varias ocasiones, anteriormente. Su
trabajo tampoco dejaría rastro alguno...
tenía buenos músculos y no le asustaba
tener que cavar un metro y medio de
tierra. Ni volver a tapar, allanando
cuidadosamente, esparciendo incluso
flores viejas o tierra grisácea de la
superficie, para que todo pareciera como
siempre, intacto. Para que ni el viejo
enterrador ni nadie en el pueblo se dieran
cuenta de nada.
Andando con sumo cuidado por uno de
los senderos entre las tumbas, con una
pala y una azada en sus manos, el
vagabundo se apercibió del silencio que le
envolvía. Los perros habían callado, al fin.
Seguramente, cansados del inútil
alboroto, o advertidos por sus

29
propietarios. Mejor, mucho mejor... sin
duda y definitivamente, era la noche
ideal, el momento ideal.
No le costó encontrar la sepultura que
buscaba. Sólo por la enorme lápida, más
grande y lujosa que las restantes, la
habría hallado enseguida. Pero ya se
había preocupado antes en localizarla,
como hacía siempre que el asunto parecía
valer la pena. Durante el día, en las horas
de visita de los familiares, camuflado
entre la gente y con la misma cara de
conmiseración y pena - no le costaba nada
aparentarlo - que mostraban los
familiares de los allí enterrados, la había
ubicado y emplazado a la perfección.
Estaba convencido, incluso, de que podría
haberla hallado con los ojos cerrados.
Sabía que era bueno en su ‘oficio’, que no
tenía rival en aquella actividad. Y eso le
complacía, llenándole de una íntima y
cálida satisfacción.

Una corriente del frío aire nocturno,


cargado con algo más que simples partículas
de polvo en suspensión y hojas de los álamos,
se arremolina junto al balcón de doña Rosario.
Un escalofrío recorre su ajado y marchito
cuerpo, pero no por ello deja de rezar, más
fervorosamente si cabe. Reza y reza, como si
la vida le fuera en ello... y quizás, en el fondo,
no esté muy equivocada...
Bajo la tierra que está siendo removida, algo

30
que hasta hace poco ha estado descansando,
unos instantes, se pone de nuevo en
movimiento al oír las paletadas cercanas. Es
duro y penoso arrastrarse, abrirse camino
centímetro a centímetro, palmo a palmo, pero
le impulsa algo más fuerte que su misma
existencia. Y ahora, sabe, siente que está
cerca. Cada vez más y más cerca...

Descansó un instante, secándose el


sudor que corría por su rostro y su cuello
con la manga de su raída chaqueta. Ya
faltaba poco. Ya casi podía sentir bajo sus
pies, rozarla con el acero de la pala, la
madera del ataúd. Unas paletadas más,
un esfuerzo definitivo... y el botín estaría
en sus manos, unas manos callosas y
entumecidas pero que se volverían suaves
y delicadas cuando pudieran acariciar el
oro, las joyas... no sabía si la dentadura
del viejo avaro era postiza o no; pero en
cualquier caso, en uno de sus bolsillos
llevaba una herramienta muy útil.

La madera cruje, a escasa distancia... y unos


grandes y afilados dientes, bajo tierra,
mientras se arrastra su portador,
incansablemente, crujen también,
rechinando... aunque sólo puedan oírlo los
gusanos, que abren también pequeños
agujeros para esconderse, para alejarse ante
el avance del intruso.

31
Un poco de palanca, unos últimos
crujidos... y finalmente, ante los ojos del
vagabundo, su botín. El objeto de sus
anhelos. Las ropas se habían convertido
en jirones polvorientos y los restos
aparecían apergaminados y resecos, pero
en general, el aspecto de don Ramón no
era demasiado malo. Aún estaba
perfectamente reconocible. Durante unos
instantes, el vagabundo estuvo tentado de
borrar la muerta sonrisa que parecía
burlarse de él con un golpe de pala, pero
enseguida lo pensó mejor. No fuera a
estropear... lo más valioso.
El anillo... ahí estaba, en el dedo anular
de la mano izquierda. El dedo era apenas
un hueso retorcido, pero la joya parecía
haberse estrechado también,
adhiriéndose con fuerza. Intentó sacarlo a
tirones, mas no pudo. No lo pensó de
nuevo. No iba a estar toda la noche, ni
perder el tiempo... sin ninguna clase de
escrúpulo, sostuvo la mano del cadáver
entre las suyas y, con una fuerte presión y
tirando a la vez hacia abajo, rompió el
hueso, quedando con el dedo y el anillo en
su poder.

Cruje el hueso y algo parece romperse


también en el interior de la forma intrusa que
avanza bajo la tierra, incansable, imparable.
Sigue escarbando, ahora no sólo con sus
dedos acerados, engarfiados, sino también

32
ayudándose con los dientes, mordiendo la
tierra a medida que avanza, tragándola... nada
importa, nada siente, salvo el ansia de llegar
cuanto antes a su objetivo.

Ahora le tocaba el turno a los dientes...


¡maldición! Los dedos sucios de tierra en
la boca de don Ramón le permitieron
comprobar que, en vida, el hombre había
gozado de una salud dental perfecta, o
poco menos. Todos los dientes eran suyos,
nada había postizo. Salvo las fundas de
oro, o las piezas enteras, como fuese...
igual daba que se las hubiera colocado
por verdadera necesidad o por simple
placer de gastar el dinero que le sobraba
a espuertas... ya le iba a dar derroche,
ya... el viejo avaro iba a enterarse, aunque
fuera en cualquier rincón del Más Allá
que estuviese, de lo que era bueno...
seguro, pensó el vagabundo, que su
espíritu, si es que lo había tenido alguna
vez, iba a retorcerse de lo lindo si
adivinaba o, mejor aún, si estaba viendo
lo que le iba a hacer a continuación.
El implacable ladrón de tumbas, sin
quitar la mano izquierda de la boca del
cadáver que tenía ante sí, buscó con la
derecha en uno de sus bolsillos. Al
sacarla, lo hizo sosteniendo unas negras y
anchas tenazas.

33
Justo en ese momento, por algún ignoto
designio, el dogo comienza a aullar de nuevo.
El viento parece soplar con más fuerza, con
más furia que antes. El aire se hiela y doña
Rosario tiembla como una de esas hojas
marchitas que el aire arrastra ahí afuera.

El vagabundo alzó la cabeza, cesando


por un instante en su forcejeo con la
calavera y las tenazas. Hasta entonces,
había estado embebido en su trabajo,
absorto hasta el punto de olvidarse del
entorno, del viento y del silencio
mismo en el cementerio... el aullido
renovado del perro, al que pronto se le
unieron otros, en la lejanía, le hizo tomar
conciencia de su situación y pensó que
debía apresurarse. Aún le quedaba, tras
apoderarse de los dientes dorados, volver
a tapar la tumba, borrar las huellas... y
por primera vez esa noche, se resintió del
esfuerzo realizado, supo que comenzaba a
estar cansado.
Casi con rabia, tironeó de nuevo con las
tenazas. La mandíbula superior, sólo
hueso ya, se partió en varios pedazos,
pero no le concedió importancia. Mejor.
Más fácil... otro crujido, y otro trozo de
mandíbula, dientes y hueso, quedó en sus
manos. Sin pensarlo, se metió los pedazos
enteros en el bolsillo. Lejos de allí y con
tranquilidad, arrancaría las muelas de
oro, ese hermoso incisivo que brillaba tan

34
sugestivamente... y el hueso lo tiraría a
los perros, quizás a esos mismos perros
que ahora no podían estar unos minutos
más callados. Sí, eso haría, vaya que si lo
haría ...

El intruso, cada vez más cerca de su


objetivo, de su destino, araña, desgarra,
muerde, mastica, escupe, traga la tierra que
aparta a medida que avanza. Tiene hambre.
Un hambre infinita. Lleva una semana entera
hambriento. Y puede oler, percibir y sentir que
su alimento está cerca. Más aún... sabe que no
es el alimento, la sustancia corrompida que
esperaba encontrar, sino algo fresco, vivo,
vital. Y ello hace que avance con más ansia, si
cabe, con auténtica desesperación, empujada
por un instinto eterno que va mucho más allá
de la conciencia que ya no posee.

El vagabundo se apartó del cadáver que


con sus propias manos había mutilado,
violado y escarnecido. Incluso se permitió
el macabro detalle final de golpear, de un
manotazo, lo que quedaba de su cara. “Te
lo mereces, viejo, y en algún sitio notarás
esta bofetada, aunque tus restos
marchitos no puedan ya sentir nada...
quizás el propio Satanás se ría viendo
esto, y siga pinchándote eternamente, con
su tridente y con sumo placer, allá en el
mismísimo Infierno...”
Cuando iba a cubrir de nuevo los restos

35
colocando la tapa del ataúd, el ladrón de
los muertos se detuvo. Había oído algo.
Una especie de arrastrar... de inmediato
despejó el latido de inquietud. Sin duda,
había sido el viento. Claro, eso era, no
podía ser otra cosa... Pero no, el ruido se
repetía... y estaba cerca, en el mismo
interior de la fosa... vaya, se estaba
haciendo viejo... estaba dejándose
influenciar por el ambiente, por su
acción... ciertamente, nunca antes había
sido tan cruel con ningún otro cadáver...
al fin y al cabo, pensaba que algún día,
esperaba que lejano aún, sería como
uno de ellos... pero si alguien como él iba
a molestarle, se llevaría un buen chasco...
Tuvo que hacer un esfuerzo para no reír
a carcajada limpia, pues se le había
ocurrido, cuando le llegase la hora,
llevarse consigo al ataúd una nota o algo
parecido que dijese al posible visitante:
"Lo siento sinceramente, amigo ladrón,
pero no hay nada para ti aquí dentro"...
Se apresuró a colocar la tapa de madera,
agitando la cabeza para eliminar de ella
los pensamientos que le estaban
distrayendo. Y el ruido volvió a repetirse.
Ahora estaba seguro de que no era el
viento. Era como si... como si alguien se
arrastrase, en la tierra de la tumba, o muy
cerca...
Por primera vez en su larga carrera de
ladrón de tumbas, el vagabundo sintió un
36
escalofrío de miedo en el espinazo. Tiró
fuera la pala y levantó los brazos para
asirse al borde del agujero y se dispuso a
auparse, con un salto, para salir de la
fosa. Pero la tierra del borde estaba
húmeda, la misma tierra que él mismo
había sacado poco antes de la tumba, y
resbaló en el primer intento.
Para el nuevo esfuerzo, se dijo que si
apoyaba los pies en una de las paredes
del agujero, abriendo una especie de
pequeño escalón, le resultaría más fácil.
Dio una patada con su gruesa bota y
removió la tierra con la puntera.
Y fue en ese instante cuando más de
media pared de ese lado del agujero por
donde estaba intentando escalar se
hundió, en el momento en que se apoyaba
con fuerza con ambos pies.
El vagabundo cayó de espaldas,
rompiendo la tapa del ataúd y
encontrándose encima de los mismos
restos que poco antes había mutilado.
Antes incluso de poder incorporarse,
olvidando su sensación de asco por aquel
macabro contacto, se dio cuenta de que la
pared de la fosa no se había hundido
hacia adentro, debido a sus patadas.
No... todo lo contrario.

El nuevo y enorme agujero había sido


37
abierto desde dentro de la tumba.

Y algo muy, muy hambriento estaba


saliendo de él.

Algo ha oído doña Rosario por la radio, ese


día y los siguientes... es su único contacto con
el mundo, no recibe periódicos ni visitas...
nadie la ha consultado ni querido saber su
opinión sobre el macabro hallazgo en el
cementerio, un vagabundo muerto y
destrozado a mordiscos, sin una gota de
sangre en sus venas, dentro de una tumba,
con dientes que había robado a un cadáver en
sus bolsillos...
Nadie le ha preguntado lo que ella y sólo
ella sabe acerca de la extraña enfermedad de
la hija de don Ramón, de lo que piensa que ha
ocurrido en realidad...
Y doña Rosario vuelve a sus rezos, pidiendo
a quien ella sabe que, cuando le llegue el
turno, esa criatura ya no tenga más hambre o
busque otra carne más tierna, para que sus
viejos huesos puedan descansar en paz para
siempre. Es lo único que pide, no desea ya
otra cosa en el mundo.

38
39
El Maligno

El siguiente escrito apareció en unas hojas


desparramadas por el suelo, prácticamente bajo los pies
de su autor (Jaime Costa se llamaba, según
los registros), al cual hallaron colgado de un cinturón en
40
la celda que ocupaba en el Sanatorio Psiquiátrico. Antes
había terminado, con sus propias manos y de una forma
horrible, con la vida de un vigilante. La letra era menuda
y apretada, firme al principio y alterada y nerviosa
después, mostrando un cambio notable de personalidad.
Aquellas hojas desperdigadas, alguna de ellas manchada
aún con la sangre del enfermero tendido en el suelo, eran
la única pista que los médicos y la policía poseían para
tratar de explicar lo sucedido.

"A Elena, con todo mi amor.

Hola, amor mío. Por fin, después de


tanto tiempo, puedo escribirte. Tenía
muchas, muchas ganas de hacerlo. Para
contarte lo sucedido y recordar tantos
maravillosos momentos vividos a tu lado.
Momentos
mágicos que empezaron cuando me
encontraste.

¿Te acuerdas, Elena? Desde el primer


momento en que entraste a formar parte
de mi existencia, fuiste como un ángel
bajado del cielo para ayudarme. Porque
yo me había ido convirtiendo en poco
menos que en una piltrafa, un desecho
humano. Llevaba una mísera existencia.
Estaba enfermo. No podía trabajar... a
mis treinta años me sentía inútil,
totalmente acabado... incluso llegué a
robar para poder comer...

Y aquella tarde, cuando había tomado


la única decisión honrosa que puede
tomar cualquier ser humano que se
41
encuentre en mis circunstancias...
apareciste tú. Corriste, asustada,
jadeante, para agarrarte de mi brazo y
suplicarme que no lo hiciera. Dejé de ver
y escuchar la masa rugiente del mar
desde el acantilado. Y desde entonces,
sólo existieron para mí tus ojos. Unos
ojos llenos de una ternura tal,
que algo muy hondo, algo como nunca
había conocido, entró en mi corazón.

Me dejé llevar, lejos del lugar donde


había pretendido poner fin a mis días
vacíos, hasta tu coche, aparcado cerca,
sin dejar de mirarte. Nunca hasta ese día
nadie me había prestado atención. Nadie
se había interesado por aquel residuo
humano que yo era... ¡Cómo iba a pensar
que una bella, una hermosa muchacha
como tú, Elena, lo hiciera...! Pero sí, así
fue. Me parecía que aquello era un
sueño, estar en otro mundo viviendo una
maravillosa fantasía...

Cuando al cabo de un rato abrí los ojos


y me atreví a mirarte de nuevo, todo ello
en silencio, conducías con la mirada fija
en la carretera y estábamos entrando en
la ciudad. No te detuviste a la entrada,
como temía, ni en ninguna esquina para
dejarme allí, con algo de dinero y unos
caritativos consejos. La sorpresa
aumentó cuando supe que aquel edificio
era tu casa y cuando pusiste un dedo

42
sobre mis labios, pidiéndome silencio, sin
dejarme siquiera protestar.

Y callé. Reconozco que fui


tremendamente egoísta, Elena, pero
callé. Si me hubiera rebelado, si pese a tu
insistencia en que no lo hiciera, yo te
hubiese contado mi vida, hablado de mi
enfermedad, puede que todo
hubiera sido distinto y lo que sucedió...
no habría ocurrido. Pero fui cobarde:
Nunca hasta entonces había tenido nada,
nadie había sentido nada por mí, y no
quise perder lo poco que me diste... un
poco que era mucho, mucho, para mí.

Me hiciste bañar y después me vestiste


y alimentaste... y supe más cosas de ti.
Vivías sola, sin familia, ganabas un buen
sueldo en una tienda. Pese a que en los
primeros días ¿recuerdas? insistí
bastante, nunca quisiste que te contase
nada de mí. Ni tampoco dejaste que me
marchara cuando me sentí bien para
hacerlo.
Estabas muy sola, recuerdo que
susurraste en mis labios. La vida de dos
solitarios, dijiste, puede ser algo mejor si
la comparten juntos. En aquel momento,
cuando me abrazaste, supe que al igual
que tú me necesitabas, ese pobre
desgraciado que yo era necesitaba con
ansia, casi con desesperación, saber lo

43
que era ser feliz con alguien como tú a su
lado.

Y me quedé contigo, en tu casa. Fueron


unos días inenarrables, inolvidables. Hice
todo cuanto supe y pude por complacerte
hasta en los más mínimos detalles. Para
devolverte aunque fuera sólo un poco de
ese inmenso amor que tú me dabas, al
que te aferrabas también casi con locura.
Quizás mi único consuelo ahora... sea el
saber que, al menos durante ese tiempo,
fuiste feliz, y que esa sonrisa y esa
alegría eran
auténticas. Porque mis sonrisas (cuando
lograba parecer que sonreía), no lo eran.

Estaba enfermo, Elena. No podía sino


esbozar algo parecido a una mueca
horrible, que tú veías como sonrisa sin
serlo. Sí, estaba enfermo, pero tan feliz
me sentí contigo que creo llegué a
olvidarme. Incluso llegué a pensar que la
enfermedad se había olvidado de mí.

Pero todo lo hermoso, y en mi caso con


más crueldad aún, ha de tener un final. Y
para nosotros llegó también.

¡Perdóname, Elena! ¡Perdóname, donde


quiera que estés ahora! ¡Tú sabes que yo
hice cuanto pude por evitarlo! Te oculté
mi enfermedad, para que
no destruyese nuestra felicidad, ese
sentimiento qu empezaba a ser
44
verdadero... te juro que hice cuanto pude
por nosotros... mas fue inútil. Es cierto
que conseguimos vivir un tiempo, puede
que fueran dos meses, no lo recuerdo...
sin que yo notara señal alguna del Mal.
Pero una horrible, una maldita noche,
todo volvió a empezar.

El Maligno se apoderó de mi mente y


comenzó a susurrarme cosas extrañas,
asquerosidades soeces, terribles ideas...
Tú no lo supiste nunca. Si al menos me
sirviera de consuelo... No sé quién es, ni
de dónde viene. Sólo sé que se presenta
de improviso, como una lanza lacerante,
una flecha afilada y ardiente que se clava
en lo más hondo de mi cerebro. Siento su
peso dentro del cráneo y sus palabras, en
ondas susurrantes, me queman e hieren
como plomo candente. Se apodera de mi
mente, de mi voluntad. Y entonces dejo
de ser yo. No puedo evitarlo, no puedo
hacer nada para impedirlo. Quise hacerlo
una vez que hallé bastante valor en mi
interior para acabar con todo... y no me
dejaste... ¡Oh, si el sufrimiento que siento
cada vez que las negras nubes invaden
mi cerebro pudiera ahogarlo con
palabras...!

Me encontraron, no sé cómo, esa


misma noche. Aturdido, confuso,
balbuceante, pude oír frases
entrecortadas, mezcla de horror y de

45
desprecio, supongo que hacia la figura
temblorosa que era yo.
Creí entender que estaba cerca de tu
casa, con las manos tintas en sangre, aún
fresca... pero nada recordaba, ni
comprendía. No, hasta que vi entre las
sombras de mi perdida lucidez, a unos
hombres sacar algo en una camilla (un
cuerpo, sin duda). No, hasta que uno de
los policías (debían ser eso) me tomó
brutalmente del brazo y, gritándome no
recuerdo qué, levantó una punta de la
sábana y me mostró, tapándose la boca
para no vomitar, una masa informe y
sangrante... una masa viscosa de carne
destrozada en la que reconocí, antes de
caer
desmayado por la súbita revelación, el
cuerpo que tantas veces había acariciado
y amado.

Vino después el caos. Interrogatorios.


Horas y horas de preguntas y más
preguntas: quién era, dónde vivía,
documentos, por qué había hecho
aquello... Debí parecerles el ser más
estúpido sobre la tierra, porque les
miraba una y otra vez con los ojos muy
abiertos, intentando comprender algo de
todo aquello, sin conseguirlo. Les oí
hablar de otros casos anteriores, de otros
hallazgos de cadáveres sangrantes y
mutilados...

46
Llegaron hombres y más hombres, a
preguntarme agotadora,
interminablemente...

Pero yo nada podía responderles. En


nada podía
ayudarles. Primero tendría que haberme
ayudado a mí mismo y no sabía (supongo
que ellos tampoco, o no les interesaba)
cómo hacerlo. Mi mente estaba en
blanco, como la de un recién nacido.
Nada recordaba, nada sabía, ni podía
relacionarme con todo aquello...
Supongo que en algún momento se
dieron cuenta y se basaron en ello para,
al fin, dejarme en manos de los
psiquiatras e internarme en este podrido
lugar que llaman sanatorio. A ti puedo
decírtelo, no es más que
un manicomio: creen que estoy loco.

Y no lo estoy... pero cuando me sentí


encerrado entre estas frías y húmedas
paredes, un destello de conciencia
despertó en mi mente. Recuerdo que
entonces grité... les supliqué por lo más
sagrado que
conocieran que no me dejaran encerrado,
que destruyesen mi cuerpo y con él al
Maligno que habitaba en mi cerebro,
para que mi alma hallase al
fin el ansiado reposo. Recuerdo que grité,
días y noches, oyendo solamente el vibrar
de las paredes de mi encierro con mis

47
alaridos, sin que me hicieran caso. Me
pusieron la camisa de fuerza y a un
vigilante en la puerta de la celda,
permanentemente... hasta que al fin me
calmé.

Por eso puedo ahora escribirte, Elena,


amada mía. Sé que no dejan de vigilarme,
temerosos de que cometa alguna locura...
¡Locura! ¡Ja ja ja! ¡Qué saben ellos! Ellos
son los locos... ellos, que no han querido
creerme, ni escucharme, ni se han
esforzado en absoluto por comprender la
verdad... Se lo he repetido innumerables
veces. Les he contado mi historia, en mis
momentos de máxima claridad mental,
pero han seguido en sus trece, asintiendo
con la cabeza y murmurando estupideces
tales como "... nunca había visto nada
igual... no tiene solución..." ¡Imbéciles,
orgullosos, estúpidos! ¡No comprenden
nada! El Maligno existe. No es una
invención mía. Habita en mi interior y es
el culpable auténtico de todo lo sucedido,
antes y ahora...

Puedo escribir esto, porque siento que


ahora no está aquí, no me controla. Debe
dormir, o descansar, o qué sé yo... de lo
contrario sé que me impediría trazar
estas líneas, revelar la verdad.

Deseo morir pronto, cuanto antes


mejor. He de librar mi espíritu de ese

48
demonio. Liberar al mismo tiempo a la
Humanidad del peligro de que "eso" siga
con vida. He intentado ya acabar con él...
pero los malditos médicos, con su necia
ignorancia, lo han impedido y han
redoblado la vigilancia. Aún ahora,
mientras escribo estas líneas, puedo ver
de reojo el seco rostro de mi carcelero
observándome a través de la mirilla de la
puerta. Sabe que con un trozo de lápiz
poco daño puedo hacerme, pero está
dispuesto a entrar al menor movimiento
sospechoso. Es angustioso sentirse así,
mas no puedo evitarlo. He de seguir
escribiéndote, contándotelo todo...
aunque poco sea ya lo que me queda por
decirte.

Nunca quisiste que te hablara de mi


vida, de mi pasado, pero hay algo que sí
debes saber. Es algo relacionado con mi
infancia... un recuerdo vago y lejano...
una historia de brujas que mi abuela me
susurraba al oído y yo escuchaba,
tembloroso y a la vez alborozado... era
una historia de niños ofrecidos como
siervos en el Sabbat, mientras sus
familias adoraban al que llamaban Gran
Negro, de...

¡Oh, no! ¡Ese recuerdo lo ha


despertado! ¡Lo sé... lo siento! Noto como
poco a poco empieza a abrirse paso, con
su poder, a través de mis pensamientos...

49
muy pronto sabrá lo que he escrito... se
apoderará de
mí de nuevo... No podré seguir
escribiendo mucho tiempo, ahora que Eso
ha vuelto... Ya empieza a susurrarme otra
vez, y me ordena... ¡No! ¡No quiero
hacerlo! Pero sé que no resistiré mucho
tiempo...

Y también sé, ahora, que nada


recordaré después... y que volveré a
sentir un placer inmenso y, a la vez,
abominable... como me sucedió contigo,
Elena. ¡Lo siento, juro que lo siento,
amada mía! Mas ahora algo me dice que
no hubiera podido ser de otra forma.
Pues yo realmente he disfrutado en cada
una de esas ocasiones. Y disfruté también
lo indecible al tenerte en mis manos...
aunque luego nada recordase...

Porque las imágenes que ahora entran


en mi cerebro, los pensamientos del
Maligno, son otras, muy distintas. Hay en
ellas algo maléfico y sombrío, algo cruel y
perverso y a la vez hermoso. Esta vez me
deja seguir escribiendo. Sé que quiere
que lo haga. Y el
cúmulo de sensaciones que me invade es
indescriptible.

Yo te amé, Elena. Te amé con toda mi


alma ...

50
... y también te amé cuando, esa noche en
la que, colmados tras el placer,
dormíamos abrazados, cogí tu cuello
entre mis manos y comencé a apretar con
fuerza...

Te amé... y mi placer fue aún mayor,


una sensación como nunca antes había
sentido con ninguna otra... cuando vi tus
ojos salirse de sus órbitas, tu lengua
amoratada asomar entre los labios... Te
amé incluso cuando vi tus hermosos
rasgos deshacerse, desaparecer
cubiertos de la sangre que mis uñas y mis
dientes hacían brotar... Y te amé como
nunca cuando me sentí empapado de tu
roja y cálida sangre, cuando noté
deslizarse por mi garganta el sabroso
líquido, salado, agradable...

Esta vez creo que, al fin, me creerán.


Lo sé, porque mi carcelero acaba de abrir
la puerta y se acerca. Algo le habrán
ordenado. Querrán leer lo que escribo...
no importa. Ya nada importa. Lo sentiré
por él, pero ya no puedo detenerme. El
Maligno me ordena. Debo hacerlo. Luego,
cogeré su cinturón...

Espero que me comprendas, Elena. Que


sepas que todo cuanto hice volvería a
hacerlo mil veces... pues todo lo hice,
Elena, porque te amaba".

51
52
Lo que le aconteció
al viejo capellán

Por un error impío, creían imitar el


inocente misterio agrícola, el eterno
misterio vegetal, en que la semilla
sembrada otra vez en el mismo surco,
hace la semilla (...) ¡Oh, tiempo duro,
tiempo maldito, lleno sólo de sombras, de
desesperación
Jules Michelet, ‘La Bruja’

53
Cada amanecer, cuando el sol aún se
desperezaba tras la colina y el día no era
más que una mancha anaranjada en el
cielo, un creciente resplandor que
luchaba en silencio contra las tinieblas
que se batían en retirada, cuando ni
siquiera los gallos habían empezado a
cantar, el capellán bajaba la cuesta con
su paso lento, firme y sereno, nunca un
pie más rápido que el otro, y se dirigía a
la pequeña iglesia del pueblo. Abría la
sacristía, y una vez en ella, el armario
donde se guardaban las ropas talares y
el cajón que escondía el vino de misa de
las pillerías de los monaguillos.
Después salía al exterior de la iglesia,
sujetaba la vieja soga con sus enormes
manos, y lanzaba la campana en furioso
repiqueteo, anunciando a las gentes que
el sol ya salía, que era hora de acudir a la
misa para dar las gracias a Dios por el
nuevo día que comenzaba.
Mas, como sucedía y debe suceder aún
en tantos lugares, sus buenas intenciones
sólo eran correspondidas por algunas
mujeres, la mayoría de ellas vestidas con
ropas tan negras como la misma sotana
del capellán. Acudían con paso cansino y
se sentaban en los últimos bancos del
templo, dedicándose de inmediato a sus
rezos y sus rosarios, de forma que
parecían no hacer caso, ni poco ni

54
mucho, a otra cosa. Ni siquiera a la misa,
que el resignado capellán oficiaba
prácticamente para sí mismo y para el
Creador. A veces echaba miradas de reojo
hacia la puerta, cuando se volvía, en
alguna plegaria o para impartir la
bendición. Pero nadie más entraba. La
primera misa siempre era así. Los
domingos y días de fiesta, todos los
bancos se veían repletos de gente,
hombres y mujeres, familias enteras del
pueblo que a veces, debido a las
distancias, tenían que desplazarse varios
kilómetros desde sus casas. Pero eso era
en días festivos y señalados, y siempre al
mediodía. Era la costumbre de las gentes
del lugar y difícil iba a ser que
cambiara...
Después, como cada día al terminar la
misa, mientras las campesinas seguían
todavía hundidas en sus bancos con sus
rezos, el capellán volvía a la sacristía,
plegaba los hábitos, los guardaba y volvía
a cerrar el armario. Y ya fuera del
templo, en la pequeña plaza, sonreía
agradecido al notar el calorcillo del sol
sobre sus hombros.
Y como el buen hombre contaba con
setenta y dos años de edad, estaba ya
jubilado y otros sacerdotes más jóvenes
se ocupaban de la administración de la
parroquia, cumplidos sus deberes con
Dios no tenía otra cosa por hacer durante

55
el día que pasear, escribir y leer, ir de
pesca o de caza o hacer cuanto le viniera
en gana; siempre, claro está, - así
pensaba, sonriendo- sin hacer excesos y
procurando cuidarse en salud, que en
definitiva era lo importante a su edad.
Acerca del buen hombre se contaban
las más dispares historias, la mayoría
simpáticas y que expresaban el sentir de
las gentes del pueblo. Se hablaba de su
afición a la caza y a la pesca, e igual se le
veía dirigiéndose hacia los acantilados,
allá al suroeste, por los que bajaba por
senderos o vericuetos casi
impracticables, igual que si de una cabra
se hubiese tratado, o le ubicaban
andando por los espesos bosques del
norte, en los que con su escopeta abatía
conejos y perdices que casi siempre,
después, regalaba a alguna de las
familias más necesitadas.
Invariablemente, vestía una de sus
sotanas desgastadas y desaliñadas, pero
limpia, y unos grandes zapatones de piel
o cuero, cubiertos del polvo de todos los
caminos. A su lado, pegado a él, iba
"Perla", un viejo ejemplar de perdiguero
de piel marrón claro, andando a su
mismo paso y sin dejarle a sol ni a
sombra. La mirada del capellán era clara
y diáfana y pocas familias
había, fueran campesinas sumidas en la
casi total pobreza o más adineradas y en

56
mejor posición social, que no tuvieran
algo que agradecerle.
El capellán nunca se enfadaba... o casi
nunca. Porque cuando alguien veía brillar
sus ojos vivaces de una forma muy
especial, llenos de furia contenida, ya
sabía a qué atenerse. El cura nunca
gastaba demasiada saliva, pero en
esas contadas ocasiones, a los peleones o
amantes de armar gresca les faltaba
tiempo para darse la mano y hacer las
paces, y quienes tuvieran algo pendiente
con el prójimo o con el mismísimo
Creador, se apresuraban a dejar las cosas
claras.
Pero desde hacía un tiempo, del viejo
capellán se contaban también otras
cosas, y éstas ya no eran ni tan
simpáticas ni tan populares como las
antes mencionadas. En los bares donde
solían reunirse los convecinos,
especialmente en los de la zona del
puerto y los muelles, se oía hablar de
hechos... extraños. Nadie sabía dónde
había nacido el rumor, pero el caso es
que algunos hablaban de haberle visto
rondando, una noche de luna y quién
sabía con qué intenciones, cerca de la
tapia del cementerio. Otros rumores eran
más difícilmente creíbles por la mayoría,
debido a la edad del cura, pero insistían
en citar asuntos o comadreos amorosos...
otros, en fin, murmuraban acerca de

57
hechos más secretos e inconfesables. Ya
se sabe cómo son los rumores en los
pueblos, y más en aquella pequeña villa
pegada al mar, habitada por pescadores y
campesinos, donde cada quien conoce
los bienes o los males del vecino: van
creciendo y engordando con rapidez
inusitada, sin saberse el cómo ni el
porqué, hasta hacerse incontrolables.
Y como era lógico sucediera, un día los
murmullos y comentarios llegaron a oídos
y conocimiento del capellán. Nada hizo
él, por el momento, hasta no estar seguro
de qué era lo que se decía y de quién se
murmuraba. Entonces y sólo entonces,
sin que hubieran llegado nunca a
imaginarlo, una noche un nutrido grupo
de hombres, que entretenía las horas
muertas en la taberna más concurrida del
pueblo, bebiendo vino y jugando a las
cartas, vieron asombrados como la alta y
enjuta figura del capellán, con su raída
sotana rozando el suelo, se recortaba en
el umbral de la puerta del
establecimiento.

En el sepulcral silencio que siguió a


aquella casi fantasmal aparición, sólo se
pudieron oír los enormes zapatos del
cura, pisando lento y firme sobre el
cemento y el serrín del suelo. Los
hombres le miraron, asombrados y no
pocos de ellos boquiabiertos. Y el
58
tabernero, que se había quedado
prácticamente paralizado mientras
secaba un vaso con un trapo, apenas
pudo reaccionar cuando le vio apoyarse
en la barra y le oyó dirigirse a él.
_ ¡Toni, buenas noches! ¡Ponme un vaso
de vino!- sonó su vozarrón.
El dueño le llenó el vaso, con mano
visiblemente temblorosa.
_ No lo derrames, que es pecado - y lo
engulló de un solo trago.
_ Perdone, señor cura - pudo al fin
articular el tabernero - Pero es que no
solemos verlo mucho por aquí, y menos a
estas horas tan avanzadas...
_ ¡Pucha! - respondió el capellán - No
creo que sea nada malo venir a beber un
vasito de vino a tu bar. ¿Verdad que no,
Toni?... Desde luego, el vino de misa es
mejor que éste, pero vaya... - y al decirlo,
sonrió con un gesto de aparente
complicidad - este también puede pasar...
Y, en tono más serio, continuó:
_ Además, ésta es la única hora en que
os puedo encontrar a todos, aquí juntitos,
o a la mayoría al menos.
Los parroquianos no habían salido aún
de su asombro cuando el capellán,
volviéndose hacia ellos apoyando un codo
en la barra, sonrió de oreja a oreja al
tiempo que alzaba aún más la voz:
59
_ Bueno, ¿qué? ¿Se os ha comido la
lengua el gato? Pues bien que la estabais
usando, cuando yo he entrado... y bien
que la empleáis, sobre todo cuando se
trata de hablar de según qué cosas..
¡Conch...! (Y que Dios me perdone)... A la
hora de los comadreos, sois peores que
vuestras mujeres, o al menos parecéis
tener tan pocos sesos como ellas...
Entre la concurrencia comenzaron a
oírse susurros y murmullos que parecían
querer expresar la vergüenza que todos
los allí presentes sentían en esos
momentos. Las cabezas bajaron casi al
unísono como acobardadas, y así habrían
seguido, expuestas al sarcasmo y al
enfado del capellán, si un mocetón, rudo
pero de facciones amistosas, no se
hubiera levantado.
_Señor cura...verá, nosotros...bueno,
pues uno oye decir cosas, que a lo mejor
no son ciertas, pero ya sabe, uno habla, y
luego otro, y...
El capellán alargó una de sus grandes
manos e hizo ademán de que el hombre
que le había hablado en tono de disculpa
se le acercara. Lo hizo, y la mano fue a
parar encima de uno de sus hombros. El
campesino era alto, pero el religioso le
superaba casi toda la cabeza.
_ Ya lo sé, ya lo sé... ven aquí, Miguel.
Ven, hombre, no muerdo... Mira, te

60
conozco a ti desde que viniste al mundo,
te he visto mamar, y crecer apedreando a
las gallinas, y romperte casi la cabeza
cuando apenas eras un zagalote,
cuando corrías alocadamente, no sé
siquiera por qué razón, y seguro que tú
tampoco... pero eres honrado, tu familia
es buena gente... ¡Ja! De algunos no
puede decirse lo mismo... - y no todos los
ojos le sostuvieron la mirada cuando el
capellán recorrió con los suyos a los
presentes- pero, en fin... ahora no es éste
el caso. A ver, ¿qué es lo que oís decir, lo
que se murmura de mí por ahí?
Miguel seguía de pie, su hombro bajo la
mano del hombretón, e hizo ademán de ir
a decir algo, pero la voz fuerte del cura le
interrumpió apenas abierta la boca.
_ No, no, no hace falta digas nada...sé
más de lo que podéis pensar, y lo digo por
todos...a lo mejor creéis que la vejez me
ha vuelto tonto, o que chocheo... ¡Ca!
Sabe más el Diablo por viejo, que... ¡Dios
me perdone! Pero vamos a sentarnos,
Miguel. Vamos, hombre.
Se acercaron ambos a la docena larga
de parroquianos que seguían
expectantes, y al instante uno del grupo
se levantó, cediéndole al cura la silla y
yendo a por otra desocupada, en un
rincón del local. El capellán se sentó, con
Miguel al lado, y rodeado de gente.

61
_ Si os viera así, todos juntos, en la
iglesia, a la hora de la misa, no me lo
creería...- sonrió al decirlo - Toni,
acércate tú también, pero antes tráete un
par de botellas de vino del bueno, no de
esa agua coloreada que sueles
servir...Vamos a beber, y a hablar...bueno,
mejor dicho, vais a escuchar a vuestro
viejo cura. No, no penséis que os voy a
soltar un sermón de los de misa... ya sé
que no sois muy amigos de eso, aunque
quizás a más de uno le hiciera falta...
pero bueno, aunque os lo eche ahora en
cara, también os digo que, en el fondo, sé
que soléis ser buenos cristianos cuando
hace falta, y eso es lo que importa... si he
venido esta noche ha sido para acabar de
una vez por todas con estas tonterías
que he estado oyendo, las burradas que
habéis estado diciendo de mí, sin saber
siquiera lo que decíais... no, no digáis
nada, ahora ya no importa...
La llegada del vino y el llenar de los
vasos a cargo del tabernero hizo que los
últimos jirones de tensión en el ambiente
(ya que la mayoría de los presentes
esperaban recibir un fuerte rapapolvo del
capellán), desaparecieran por completo.
En esos instantes, ya estaban todos
lamentando haber cotilleado de aquella
forma, pero sabían que el cura no
volvería ya a echárselo en cara , ni a
recordárselo siquiera. Le conocían bien.

62
Vaya si le conocían...
_ Bebed, bebed... y escuchadme,
porque vais a saber la verdad. Quiero
contaros algo terrible que ha sucedido en
el pueblo, algo que ha dado lugar a todos
estos rumores y cotilleos... me da igual
que cuando acabe de contarlo os lo creáis
o no... pero ya me gustaría ver qué
hubiérais hecho en mi caso, si os llegáis a
encontrar con lo que yo me encontré no
hace demasiadas noches... habéis estado
murmurando y cotorreando, pero lo que
realmente me ha ocurrido no lo he dicho
aún a nadie... y me lo hubiera callado y
llevado conmigo a la tumba, de no ser
porque era ya difícil guardar las
apariencias, oyendo cosas de mí por aquí
y por allá...
_ No penséis más en tonterías -
prosiguió el capellán, tras beber un trago
largo de su vaso, que rápidamente uno de
los presentes llenó de nuevo- como esa
de líos míos con mujeres... (aunque sí os
confieso que podría desvelar más de uno
de esos "secretitos" y a ciertas personas
no les gustaría nada)... de eso no hay
nada... lo que realmente pasó fue mucho
peor, y más terrible...
El círculo de hombres se cerró aún más
en torno del sacerdote, ya que ninguno
de ellos dudaba que lo que les iba a
contar era mucho mejor que sus propios
y absurdos rumores de días atrás. Las
63
cartas habían quedado definitivamente
olvidadas sobre las mesas. Los
parroquianos, dueño de la taberna
incluido, no querían perderse una
palabra.
_ Os he dicho ya eso de que sabe más el
Diablo por viejo...y lo he
dicho porque lo sé por experiencia.
Yo mismo, una noche, me enfrenté con
el mismísimo Diablo. Sí, no me
mireis con esas caras de mamelucos. Es
verdad, no tengo porqué mentiros,
aparte de que un hombre de Dios no
miente...al menos, yo no lo hago
nunca. Fue verdad, tan verdad como el
que ahora estoy aquí, sentado con
vosotros. Y para que se os vayan las
malas ideas de la cabeza y dejeis
de pensar en tonterías, y sepais que
estas cosas del Dimoni y de brujas
no son leyendas ni cuentos de viejas,
sino algo palpable y real, algo que
también sucede, en este pueblo y en
otros muchos lugares...os voy a
contar lo que me pasó.

64
RONDAS
NOCTURNAS

El capellán llevaba varios días


dedicado de lleno al libro que estaba
escribiendo. No tenía aún título
para esa obra. No era un texto para
leerlo a los lugareños, ni siquiera
para citarles fragmentos del mismo
en alguno de los sermones
dominicales.
Cualquier tarde o incluso muchas
noches de invierno en que el mal
tiempo le animara a quedarse
trabajando junto a un buen fuego en la
chimenea, podía encontrarse al
capellán escribiendo, repasando y
corrigiendo párrafos de su libro.
Había pensado, si no se le ocurría
otro mejor, titularlo, simplemente,

65
"El Libro Oscuro".

66
- 40 -

67
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

FRAGMENTOS DE "EL
LIBRO OSCURO"
"...y es cierto y tan veraz como la
luz del sol que ilumina la Tierra con sus
rayos
benéficos, que existe un mundo
oculto de perversión y de pesadilla, un
mundo regido y
dominado por las fuerzas del Mal, y
que estas mismas fuerzas, en multitud de
ocasiones,
pueden entrar en contacto con este
mundo material nuestro. El poder de
Lucifer y de toda
su cohorte satánica se manifiesta
de muchas más formas de las que el
propio ser humano es
capaz nunca de imaginar. No en

68
vano ha sido conocido desde el principio
de los tiempos
como el rey del engaño, la sinuosa
serpiente maliciosa cuyo único objetivo
es el de
confundir al hombre y atraer su
alma inmortal hacia la eterna
condenación en los abismos
de Gehenna. Su mayor pecado allá
en lo Alto fue el orgullo, queriendo
compararse e
igualarse a su Creador, y por ello
fue arrojado a la tiniebla eterna. El mayor
pecado de
los seres humanos, a pesar de
haber alcanzado innumerables logros y
avances en su camino
de la evolución, es también el
mismo pecado de Satán: este orgullo que
le ha llevado a
creerse o denominarse a sí mismo
el rey de la Creación, a pensar que puede
controlar o
vencer las mismísimas leyes que
rigen la Materia y el Universo. El hombre
actual está
ensoberbecido de lo que cree son
los logros de su evolución. Y en vez de
abrir también su
mente hacia la evolución espiritual,

69
lo que ha hecho, lo que está haciendo, es
degenerar
hacia la corrupción de ideales y de
sentimientos, cada vez más; desarrollar
ese orgullo
inconsciente y ese egoísmo, luchar
contra sus mismos hermanos y
semejantes, ansiando
dominar, ansiando Poder. Y no se
da cuenta, o no quiere dársela, de que
sus obras y
acciones no son otra cosa que lo
que Satanás busca y desea también. El
ser humano, este
ser que, con su alma inmortal,
debería estar destinado a progresar y
evolucionar hacia
niveles más elevados del Espíritu,
está atado de pies y manos, por su propia
voluntad y
ambición, al mundo material y
corrupto. Está haciéndole el juego al
espíritu de los
Infiernos. Está en poder de Lucifer.
Desde la confusión de lenguas en
Babel, los humanos están condenados a
no comprenderse. La
ciencia avanza, pero no así la unión
de corazones y sentimientos, ésta cada
vez más

70
71
- 41 -

72
RONDAS
NOCTURNAS

lejana. Desconfianzas, celos,


guerras absurdas y masacres que se
cobran millones de vidas,
la propia ley de la jungla impera
sobre la Tierra. Surgen nuevas naciones
y desaparecen
otras entre la más sangrienta de
las violencias. Enfrentamientos políticos,
eterna lucha
de clases, en la que unos hombres
devoran, figurada o literalmente, a otros
hombres. No
hay amor sino odio. No hay amistad
sino desconfianza y recelo. El orgulloso
espécimen
llamado Hombre ha llegado al
borde del Abismo. Es incapaz ya de
dominar hasta sus más

73
primitivos instintos. Todo esto es
una demostración más que clara de que
el Diablo ha
estado siempre, y sigue estando
ahora más que nunca, porque sus
poderes crecen y aumentan
de día en día, entre nosotros.
Y también es incapaz de
comprender la auténtica razón de la
presencia en su mente y en su
atormentado espíritu, en sus
sueños o en sus pesadillas, arraigado en
el rincón más
profundo de su cerebro,del Espíritu
del Mal. Sobre la Tierra y en los distintos
órdenes de
la materia, Satanás se complace en
cuanto consigue, tanto por iniciativa
propia como por
los inmensos regalos y la ayuda
que recibe del hombre mismo. Y en
cuanto al mundo
espiritual,donde el Señor del
Averno no encuentra secreto alguno,
pues en gran parte es
también de su dominio, ya se
encarga la solapada Serpiente de no dar
descanso a su víctima
predilecta, de incitarle sin tregua,
de empujarle a cometer más infamias

74
contra sí mismo y
su especie, de engañarle con
lujuriosas promesas de placer o con
sueños de riquezas y
poderío material para tenerle aún
más atrapado entre su tenebrosa
telaraña, la misma que
ostenta Abadón, el "ángel del
abismo insondable" del Libro de las
Revelaciones. Ya se
cuida bien el Antiguo Enemigo de
no apartarse de su mente, y de hacerle
claro partícipe de
esta su influencia en más ocasiones
de las que su propia cordura haría
aconsejable.
La incuestionable realidad es que
en la Tierra existe el Mal. Sea físico,
moral o
espiritual...el Diablo está presente,
y la mejor de sus argucias, como decía el
poeta
Charles Baudelaire ya en el siglo
pasado, ha sido, precisamente, la de
persuadirnos de lo
contrario. Y ahora, incluso quienes
le atacan le reconocen como real..."

75
76
- 42 -

77
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

Una llamada a la puerta le hizo


dejar su tarea, no sin cierta
resignación y molestia. Pero casi
de inmediato, el buen capellán pidió
mentalmente al Padre Celestial que
no le tuviese en cuenta ese
momentáneo arranque de egoísmo
y acto seguido se dispuso a atender a
quien a esa hora tan intempestiva
(una mirada al viejo reloj de bolsillo
que siempre llevaba encima le
informó que era ya medianoche pasada)
pudiera necesitar de su humilde
persona.

Era Antonia, una campesina de


mediana edad, de modales rudos pero

78
temerosa de Dios como ninguna
otra de las mujeres del pueblo. De
inmediato, al notar su agitación y
nerviosismo, supo que estaba pasando
algo fuera de lo normal.
-Ay, Deu meu! Senyor
mussenye...ay, bon Jesuset meu! Ja pot
venir
enseguida...
-¿Qué pasa, bona dona ? Calmaos,
per l' amor de Deu...tranquilizaos,
pues si no ni vos ni yo podremos
hacer nada...así...tranquila, así está
mejor...ahora, con calma y poc a
poc, decidme qué sucede...
- Ay! N' Eularia...está a punt de
parir...
- ¿ Y para eso venís a buscarme a
mí ? - interrumpió el capellán - ¿Qué
queréis que haga yo? ¿Acaso no
habeis avisado a Na Tumasa, la partera,
para que atienda a Eularia como es
debido?
-Ay...sí, senyor mussenye,
sí...precissament ha set ella mateixa, Na
Tumasa, qui m' ha demanat que
vingués a buscar-vos tot de seguida...ella
ja hi és, a casa de n' Eularia, ja fa

79
un parell d' hores...
- Si Tumasa la atiende, no sé por
qué me necesita a mí...sabe más ella
de traer niños al mundo que yo de
decir misas...i que Deu em perdoni...
Pero...¿ no será, acaso, que el niño
viene mal o que...o que Eularia...?

80
- 43 -

81
RONDAS
NOCTURNAS

- No ho sé, senyor mussenye -


replicóle Antonia-...cuan venia cap aqui,
sa mare pareixia estar bé...jo
domés sé que na Tumasa m' ha dit, molt
seriosa i amb una mirada com jo no
li havia vist mai, que corregués a
buscarlo a vosté, mossenye...que
era molt important, molt urgent...
-Fotri! Entonces, bona dona, no
habrá más remedio que ir. No me
mandaría
aviso si no fuese por algo
importante. Esperad que me calce las
botas y
que ensille el caballo, y enseguida
partimos. Mientras, sentaos un
momento, descansad del sofoco, ya
que veo que habeis venido corriendo.
82
-Ay no, Deu meu! - negó la
campesina agitando la cabeza
vigorosamente-
No podria de cap manera, amb
aquestos nervis...seria molt pitjor...

Perla, la vieja perra perdiguera,


había acudido casi de inmediato al
escuchar las voces. Y cuando vio a
su amo salir al porche de la casa con
las botas puestas, comenzó a saltar
y corretear, agitada también.

LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

"...La incuestionable realidad es


que en la Tierra existe el Mal. Sea físico,
moral o

83
espiritual...el Diablo está presente,
y la mejor de sus argucias, como decía el
poeta
Charles Baudelaire ya en el siglo
pasado, ha sido, precisamente, la de
persuadirnos de lo
contrario. Y ahora, muchos de
quienes le atacan le reconocen como
real...
Incluso modernos teólogos, como
el alemán Scheeben en su obra "Los
misterios del
Cristianismo",han dejado escrita
esta realidad.Dice Mattias Joseph
Scheeben: "Es un
artículo de fe que la Humanidad, a
consecuencia del pecado de Adán, se ha
convertido en
prisionera y esclava del Demonio.
Como ella ha sido vencida por el Diablo
en su
totalidad...al seguir las sugerencias
del Demonio, se ha visto arrancada de su
unión con
Dios; también, ahora, está
sometida al Diablo, perteneciéndole y
preparando su dominación
sobre la Tierra..." Desde los
orígenes mismos de la Creación, la
maligna Serpiente engañó

84
a Eva y comenzó a preparar así su
reinado de oscuridad y de terror. En los
Libros Sagrados
abundan los ejemplos de la
presencia e influencia satánica. Y el
apóstol Pedro advierte
contra el reconocido como príncipe
de este mundo: "Sed sobrios y estad en
vela; porque
vuestro enemigo, el diablo, anda
girando como león rugiente en torno a
vosotros, en busca
de presa que devorar".
Los Evangelios Cátaros,
considerados por algunos, a mi entender
de forma absurda, como
apócrifos, cuentan el descenso del
Angel Caído. Véase lo que cuenta el del
PseudoJuan:
"...Y yo le dije: Señor, antes que
Satanás cayese, ¿cuál era su gloria cerca
de tu Padre?
Y Jesús me contestó: Era una gloria
tamaña, que mandaba en las Potestades
de los Cielos.
Yo estaba sentado junto a mi Padre,
y él mandaba a todos los imitadores de
mi Padre.
Descendía del cielo al infierno, y
subía después desde el infierno hasta el

85
trono del
Padre invisible. Y fue herido de
orgullo por la gloria de quien, como él,
dirigía los
cielos, y concibió el pensamiento
de colocar su residencia por encima de
las nubes de los
cielos, y quiso ser semejante al
Altísimo. Y cuando hubo descendido en el
aire, dijo al
ángel del aire: Abreme las puertas
del Aire, y en ángel se las abrió. Y
descendiendo más
abajo, se dirigió al ángel que
presidía los cielos, y le ordenó: Abreme
las puertas de los

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- 45 -

87
RONDAS
NOCTURNAS

Cielos, y el ángel le abrió las


puertas. Y continuando su camino,
encontró toda la faz de
la Tierra cubierta por las aguas. Y
descendiendo sobre la tierra, encontró
dos grandes
peces extendidos sobre las aguas
(entiendo que se refiere a los míticos
Leviathan
(monstruo hembra que habita en
las entrañas del mar) y Behemoth
(monstruo macho que
arrastra sus tortuosos pliegues en
un desierto invisible). Ambos, según las
creencias de
los judíos, surgirán para devorar a
todos los perversos, en el día del castigo
a todos los

88
pecadores) (...) Y cuando descendió
más todavía, encontró el elemento del
fuego, y no pudo
descender más, a causa de las
llamas ardientes que se lo impedían..."
Y tras referir sus intentos de
seducción a los demás ángeles para que
engañen al Padre
Eterno, continúa el PseudoJuan:
"...Entonces el Padre dio órdenes a sus
ángeles,
diciéndoles: Coged sus vestiduras.
Y los ángeles despojaron de sus
vestiduras, de sus
tronos y de sus coronas, a todos los
ángeles que habían escuchado y
obedecido a Satanás. Y
yo, Juan, pregunté al Señor:
Cuando Satanás cayó, ¿a qué sitio fue a
habitar? Y el Señor
me respondió: Mi Padre le
desfiguró a causa de su orgullo, y le
arrebató su luz prístina,
y su faz tornóse a modo de un
hierro enrojecido al fuego, y fue
semejante a la del hombre,
y con un solo latigazo de su cola,
arrastró a la tercera parte de los ángeles
de Dios, y
fue lanzado lejos de la sede del

89
Altísimo y de la estancia de los cielos.(...)
El otrora Angel de la Luz, aquel
que se atrevió a rebelarse contra su
Creador y a
enfrentársele con ese horrible ¡non
serviam!,rechazando servirle por más
tiempo, fue
arrojado lo más lejos posible de la
Gloria divina, y como cuenta Milton en
"El Paraíso
Perdido", eligió la morada del
Hombre, la Tierra, como sus nuevos
dominios, y las sombrías
y tenebrosas cavernas del Infierno
bajo la Tierra, como su morada y
residencia. La suya y
la de sus incontables legiones de
ángeles igualmente perversos..."

LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

90
Afortunadamente, el trayecto
hasta la casa de Eularia no era
demasiado
largo y el capellán y Antonia, a
lomos del aún vigoroso caballo y con
Perla correteando delante de ellos,
iluminados por la luna creciente que
brillaba en el cielo,estuvieron allí
en diez minutos escasos.
Un gran fanal de petróleo de los
utilizados por los pescadores de
calamares iluminaba el portal de la
vivienda y el rostro de Pere, el
marido de Eularia, que esperaba
retorciéndose las manos y con una
evidente preocupación marcada en
sus curtidas facciones. El capellán,
tras descender del caballo y ayudar
a Antonia a hacer lo mismo,se
dirigió a saludarle.
Apenas había tenido tiempo de
estrecharle la mano, cuando oyó los
gemidos. Antonia entró en la casa y
casi tropezó con Tumasa, la partera,
que salía en esos momentos,
alertada sin duda por el rumor de la
conversación de los hombres en el

91
porche.
-Bona nit, bona nit, senyor
mussenye...- interrumpió el apenas
iniciado
diálogo- l' he fet venir perque
aquesta vegada no es normal el que está
passant...vengui, vengui i ho vorá
vosté mateix...
La gruesa partera estaba sudorosa
y se limpiaba nerviosamente las manos
con un trapo mojado. El capellán se
dejó llevar al interior, animado
también por Pere, aunque este
último se dirigió directamente hasta una
mesa situada en un rincón de la
sala y, con movimientos casi
convulsivos, que denotaban su
nerviosismo, se sirvió un gran vaso de
una
botella de vino en la que quedaba
apenas un cuartillo. Evidentemente,
pensó el sacerdote, no estaba
dispuesto a entrar con ellos en la
habitación del matrimonio, desde
la que llegaban los gemidos.

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93
- 47 -

94
SOMBRAS
NOCTURNAS

Eularia rondaba los treinta y cinco


años y el sacerdote la tenía por
una mujer fuerte, valiente y nada
temerosa. Y aún hermosa, a pesar del
desgaste que el sol y el duro
trabajo producían en las gentes
campesinas. La había visto hacía
apenas una semana, en misa, luciendo
con orgullo su prominente
embarazo. El matrimonio no tenía otros
hijos y
cuando la mujer, finalmente, logró
quedar en estado, había proclamado
sin rubor alguno a los cuatro
vientos que era una bendición de Dios.
Ahora, sin embargo, aquella figura
que se retorcía entre arrugadas

95
sábanas, en la habitación
iluminada por algunas velas, aquella
mujer que
gemía y emitía de vez en cuando
ahogados sollozos, le pareció al
sacerdote una anciana. Profundas
arrugas surcaban su rostro, los ojos
otrora brillantes y grandes ,se
asemejaban en aquel momento a los fríos
y muertos ojos de un pez y las
facciones otrora rosadas y saludables,
aparecían más amarillentas que la
luz pálida de las velas. Más aún, eran
cenicientas, casi blanquecinas.
El capellán se acercó al lecho
hasta coger una de las manos de la
yacente, al tiempo que miraba
inquisitivamente a Tumasa, casi pegada a
él. La partera hizo un gesto en
dirección a la mujer en el lecho, que el
sacerdote no entendió en un
primer instante. Miró a Eularia y sintió
como la mano que sostenía se
retorcía y apretaba con fuerza...
...y no fue hasta casi un largo e
interminable minuto más tarde, cuando
se dio cuenta de que aquella
doliente figura tendida, no podía verle.

96
- No vos veu, mossenye...ni hi veu
ni hi sent...-escuchó decir a la
partera, que volvía a retorcerse las
manos, ahora en el delantal,
controlando difícilmente sus
nervios, en un estado en el que nunca
recordaba haberla visto hasta esa
noche. Tumasa era una mujer con larga
experiencia y dura como el mismo
granito.

97
- 48 -

98
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

-¿Qué queréis decir, Tumasa? ¿Qué


le pasa a Eularia?
-Ah, bon Deu, si ho sapiguessim...-
gimió la mujer- Ja fa un parell d'
hores que...que no parla, ni veu ni
sent a ningú...en Pere está
desesperat, no sap qué fer...ni jo
tampoc...només gemega, ja la
sentiu...pero no diu rés que s'
entengui...
- Pero bueno... esto es cosa del
médico...no veo qué puedo hacer yo...
Entonces recordó el capellán que
aquella misma mañana el único médico
del pueblo, don Julián, había salido
de viaje en el buque correo e iba a
estar ausente algunos días. Ni en

99
ese tiempo se producía cualquier
emergencia, había depositado en
Tumasa, quien además de atender a las
parturientas sabía también de
remedios caseros y realizaba en
ocasiones
pequeñas curas, toda su confianza.
-Decís que no habla y que no nos
ve...pero...¿y el ni...? ...¿y lo que
ha de nacer...cómo...cómo está?
¿ El parto va bien?
-Ay, bon Deu!- gimió entonces
Tumasa, al tiempo que se agarraba casi
convulsivamente a la sotana del
capellán-Aixó...aixó es lo pitjor de
tot...!
-¿Qué queréis decir? - replicó a su
vez el sacerdote, asiéndole el brazo
tembloroso- ¿Qué es lo peor de
todo? ¡Hablad, per l' amor de Deu!
Tumasa estaba hecha un manojo
de nervios y temblaba como una hoja
agitada por un vendaval...y cuando
al fin las palabras salieron de sus
labios, entrecortadas...cuando el
capellán escuchó aquella revelación,
sintió también nublársele la vista y
flaquearle las piernas

100
ostensiblemente.
-He dit...el que volia dir...que lo
pitjor...¡ay!...lo pitjor es que no
hi ha rés...¡s' infantet no hi es! N'
Eularia...no te rés dins ella!

101
- 49 -

102
SOMBRAS
NOCTURNAS

"...Y el diablo entró en el cuerpo


de la serpiente perversa y sedujo al ángel
que tenía
forma de mujer, y en su hermano
repercutió la concupiscencia del pecado,
y cometió su
concupiscencia con Eva en el canto
de la serpiente. Y he aquí que se llaman
hijos del
diablo e hijos de la serpiente a los
que cometen la concupiscencia del
diablo, su padre,
hasta la consumación de los siglos.
Y sin tardanza, el diablo inoculó al ángel
que estaba
en Adán su veneno y su
concupiscencia, que engendraron al hijo

103
de la serpiente y el hijo
del demonio, hasta la consumación
de los siglos..."
Son textos oscuros y muchas veces
difíciles de comprensión los Evangelios
Cátaros...pero
en ellos se da a entender, y así lo
han creído también algunos autores, que
el Diablo ya
tuvo comercio carnal con Eva antes
de que ella se uniera a Adán. De ahí
vendría la
creencia posterior en demonios
machos que seducían y cohabitaban con
las mujeres y los que
incitaban a los hombres a que los
poseyeran adoptando forma femenina, es
decir, los
íncubos y los súcubos. Es más:
según estas creencias y según se
desprende de estos
Evangelios, a tener muy en cuenta
aunque los teólogos cristianos no los
hayan aceptado
nunca, Caín habría sido hijo del
diablo (que le habría tentado adoptando
la forma de un
súcubo, la perversa Lilith) y de
Adán; y con Eva el Demonio habría
engendrado otra hija,

104
hermanastra de Caín, llamada
Calomena.
El Diablo ha levantado su imperio
sobre la tierra, multiplicando sus trampas
y argucias,
sobre la base de todas las
debilidades de los seres humanos, entre
ellas la concupiscencia
y los restantes pecados de la carne
y pasiones. Y lo hizo, sabedor de que el
Redentor se
encarnaría en forma humana y
vendría a este mundo únicamente para
vencerle y tratar de
librar al hombre de su maligna
influencia. Mas aquí encontramos otra
idea sorprendente: la
de la posibilidad, expresada
asimismo en algunas obras de la
antigüedad, de que el
Príncipe de las Tinieblas fuera,
nada menos, el hermano de Cristo. Así lo
defendió Lucius
Cecilius Firmianus, más conocido
como Lactancio, en el siglo III de nuestra
Era. Lactancio
fue uno de los primeros "teólogos"
conocidos, y dejó escrito, en su obra
"Divinae

105
106
- 50 -

107
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

Institutiones", cuanto sigue:


"...Antes de crear al mundo, Dios creó un
espíritu parecido
a El, repleto de las mismas virtudes
del Padre. Después creó otro, en el que
se borró la
huella de su origen divino, porque
se ensució con el veneno de los celos, lo
que le hizo
pasar del Bien al Mal...Se sintió
celoso de su hermano mayor, el cual,
unido siempre al
Padre, se había asegurado su
afecto. Este ser que dejó de ser bueno y
se convirtió en
malo, es aquel al que llaman el
Diablo".
Este y otros muchos testimonios

108
evangélicos y teológicos nos dan a
entender que la
oposición y la lucha entre ambos
símbolos del Bien y del Mal, Cristo y
Satanás, fue ya
desde el principio de los tiempos
constante y enconada. Satanás, el
primero y el más
grande de los arcángeles, estaba
celoso de su hermano Cristo, la segunda
persona de la
Trinidad según los católicos. ¿No
es posible que posteriormente esta
rivalidad y esta
lucha, que acabaron con el
destierro de uno de ellos, fuera
posteriormente reflejada en
las Escrituras y continuara en las
personas de Caín y Abel?
Sea como fuere, esta lucha es
eterna y no concluirá hasta que llegue la
consumación de
los siglos. Las profecías del
Apocalipsis de San Juan son terribles
pero, a la vez, muy
reveladoras, y séame permitido
reflejar un fragmento de ellas:
"...Y vi a la Bestia, y a los reyes de
la tierra y sus ejércitos, congregados
para hacer

109
guerra contra El, que estaba
sentado sobre el caballo, y contra su
ejército. Y la Bestia
fue presa, y con ella el falso profeta
que había hecho las señales delante de
ella, con
las cuales había engañado a los
que tomaron la señal de la Bestia y
habían adorado su
imagen. Estos dos fueron lanzados
vivos dentro de un lago de fuego
ardiendo en azufre. Y
los otros fueron muertos con la
espada que salía de la boca del que
estaba sentado sobre
el caballo, y todas las aves fueron
hartas de la carne de ella. Y vi a un ángel
descender
del cielo, que tenía la llave del
abismo, y una gran cadena en su mano. Y
prendió al
dragón, aquella serpiente antigua,
que es el Diablo y Satanás, y le ató por
mil años. Y
arrojóle al abismo, y le encerró, y
selló sobre él, para que no engañe más a
las naciones,
hasta que mil años sean cumplidos;
y después de esto es necesario que sea
desatado por un

110
111
- 51 -

112
SOMBRAS
NOCTURNAS

poco de tiempo. Y cuando los mil


años fueren cumplidos, Satanás será
suelto de su prisión,
y saldrá para engañar las naciones
que están sobre los cuatro ángulos de la
Tierra, a Gog
y a Magog, a fin de congregarles
para la batalla:el número de los cuales es
como la arena
del mar. Y subieron sobre la
anchura de la Tierra, y circundaron el
campo de los santos, y
la ciudad amada; y de Dios
descendió fuego del cielo, y los devoró. Y
el diablo que los
engañaba fue lanzado en el lago de
fuego y azufre, donde están la Bestia y el
falso

113
profeta; y serán atormentados día y
noche para siempre jamás".
Pero, hasta que llegue esta
definitiva victoria, hasta el Fin del
Mundo, el Padre de la
Mentira, la Serpiente falaz y
engañosa, sigue y seguirá su soterrada
labor de perversión
de la Humanidad entera. Este, y no
otro, es su objetivo..."

En la puerta de la habitación y sin


dejar de escuchar los
entrecortados gemidos que salían a
cada rato de los labios apagados y
resecos de Eularia (ahora quien
estaba a su lado era Antonia, la vecina
que había ido a darle el aviso,
mojándole el rostro y la frente con un
trozo de sábana empapado de
agua, sin saber tampoco qué otra cosa
hacer), el capellán hacía esfuerzos
por asimilar lo increíble.
-...¿Cómo...cómo ha podido ser eso,
Tumasa? Me estáis diciendo que
Eularia estaba embarazada, a
punto de dar a luz, y que...que ahora no

114
hay nada, que...no hay niño, o niña,
lo que tuviese que nacer...pero,
por lo que me contáis, no sabéis lo
que ha podido pasar...
La partera intentaba explicarse,
mas le resultaba difícil en grado
sumo...por lo que pudo entender el
capellán, al cabo de un buen rato,
Tumasa estaba convencida de que
todo iba marchando bien, que el parto se
desarrollaría con normalidad, como
otros muchos que había atendido en su
larga experiencia...

115
- 52 -

116
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

...hasta una hora escasa antes.


Hasta que descubrió aquello...lo que la
hizo enviar a Antonia a buscarle de
inmediato.
Pero aún había más...aún era más
insólito...más terrible.
Y Tumasa estaba tratando de
decírselo...aunque su mente, su
conciencia,
se negasen a aceptarlo en toda su
crudeza.
-No...mussenye...em pareix que no
m' acabau d' entendre...no sé com ha
set, com ha pogut passar...no es
que no hi haigui...el que fós...el que
estic intentant dir-vos...que Deu em
perdoni, aquestes coses no son d'

117
aquest mon...es que algo ha nascut
ja! Es fill de n' Eularia ha sortit!
No ho he vist, no sé com ha set, ni
ho sap en Pere ni ningú...pero sa
veritat es que ha nascut...i s' en ha
anat!

Para cuando el capellán, que se


sintió como si en pocos minutos hubiera
envejecido diez años más de los
muchos que ya llevaba a las espaldas, se
hizo a la idea, o al menos no lo
consideró una locura o una alucinación,
tras las explicaciones posteriores
de aquella partera que sabía mucho
más de nacimientos de lo que él
sabría ya nunca... cuando hubo oído
detalles de la dilatación post-parto,
sobre la placenta expulsada por
Eularia, sobre restos y huellas del
insólito, invisible y evidente
nacimiento...sus piernas no le
sostenían ya en pie y hacía algunos
minutos que estaba sentado en la
misma mesa donde se encontraba Pere,
cabizbajo, silencioso y
abatido...pero ayudándole a dar buena
cuenta de

118
otra botella de vino aparecida de
no sabía donde... aunque eso fuera lo
menos importante en ese momento.

RONDAS
NOCTURNAS

Necesitó un buen rato para poner


en orden sus ideas. Lo ocurrido, lo
que estaba ocurriendo aquella
noche en casa de Eularia, aquel suceso
desconcertante, había tenido una
consecuencia inesperada. Por primera
vez en muchos años, el viejo
capellán se estaba dando cuenta (sentado
frente a la botella de vino y junto a
un Pere abatido e incapaz de
reaccionar, ante unas sencillas
mujeres que revoloteaban de un sitio a
otro de la casa o simplemente se
119
sentaban, rezando y murmurando de
forma
ininteligible),de que en el interior
de su mente metódica, en sus
sentimientos y creencias más
íntimos, se había introducido la semilla
de
la duda, de la desconfianza en todo
cuanto hasta entonces había sido
norma primera y principal en todos
los actos de su existencia, en todos
sus años de sacerdocio dedicados a
Dios.
Sin poder evitarlo, el capellán se
descubrió a sí mismo preguntándose,
casi en voz alta, cómo era posible
que el Buen Dios consintiera que
ocurrieran tales cosas en el mundo.
Y la duda, aquella idea insidiosa,
creció tanto y en tan poco tiempo,
que su reacción para alejarla,
cuando la descubrió intentando quedarse
fija en su mente, hizo dar un
respingo y santiguarse a las mujeres y a
Pere levantar la cabeza como si le
hubiesen dado un golpe desde abajo.
-¡No!- se encontró gritándose a sí
mismo el capellán- ¡No podemos

120
quedarnos así, aturdidos y sin
hacer nada! Por raro y extraño que esto
nos parezca, tiene que haber
alguna explicación...y os aseguro que la
encontraré. ¡Si el niño, o lo que
sea, ha nacido, ha salido de la madre,
en algún sitio tiene que estar!
-Y si en la casa no hemos
encontrado rastro alguno - concluyó
tajante,
levantándose y obligando a Pere a
hacer lo mismo, tirándole del brazo
con fuerza, sin miramiento
alguno-...¡en algún lugar de ahí fuera
debe
haber alguna huella...o yo qué sé!
Pero hemos de buscar,

121
- 54 -

122
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

movernos...¡Venga, Pere! Sea lo


que sea, no podemos estar así, con la
duda royéndonos las entrañas...¡y
menos con Eularia en su actual estado!
Mañana a primera hora haré llegar
recado al médico para que regrese de
inmediato, o buscaremos al
farmacéutico para tratar de poner
remedio a
la salud de su cuerpo, si es que
algo se puede hacer...¡pero la salud de
su alma depende de nosotros esta
noche!

Eran más de las cuatro de la


123
madrugada en el reloj de bolsillo del
capellán cuando regresaron a la
casa. La búsqueda por los alrededores de
la casa, los campos, los corrales de
los animales, llegando hasta el
lindero mismo del espeso bosque,
había sido infructuosa. Ni las
linternas ni los fanales, ni la
inapreciable ayuda del excelente olfato
de Perla, a la que habían hecho
oler previamente algunos de los paños
que habían servido para atajar la
hemorragia de Eularia, habían servido
para nada positivo. De la criatura
no había, allá afuera, el menor
rastro.
Faltaban apenas dos horas para el
amanecer. Pere, al parecer
sobrepuesto ya, parecía volver a
contar, al menos, con gran parte de sus
energías. Mientras comían algo
para reponer energías y Tumasa
confirmaba
que, afortunadamente, la
parturienta dormía, al parecer tranquila,
el
esposo de Eularia le hablaba al
capellán de acercarse al pueblo,buscar

124
más ayuda, organizar una
expedición bien preparada para
reemprender la
búsqueda nada más se hubiera
hecho de día.

125
- 55 -

126
RONDAS
NOCTURNAS

En aquel preciso instante, como si


de una inspiración divina se hubiese
tratado (y en verdad, al recordarlo
después nunca descartó que así fuese
en realidad), a la mente del viejo
sacerdote llegaron fragmentos, ideas,
retazos primero y más tarde
fragmentos enteros, del libro que se
había
propuesto escribir. De aquel libro
en el que llevaba ya tiempo
trabajando. El "Libro Oscuro" en el
que el religioso intentaba esbozar
un estudio de los poderes de las
fuerzas del Mal. De las presencias
malignas que, nunca lo había
dudado, pululaban sobre la tierra desde
el
127
principio mismo de los tiempos.
El capellán recordó sus propios
escritos, en especial la parte más
reciente del libro...volvió a analizar
lo sucedido esa noche con Eularia
y su hijo nacido y desaparecido de
forma tan misteriosa...
...y supo lo que tenía que hacerse.
Lo vio tan claro, tan nítido, que
tentado estuvo de dar algunos
cabezazos contra uno de los
gruesos muros de la casa, por haber
tardado
tanto en darse cuenta, por haber
sido tan necio, por...
...pero aún no era tarde.
- Estad tranquilo, Pere - cortó al
hombre, interrumpiéndole en los
planes que seguía trazando para
cuando amaneciera - no será necesario
que recurramos a nadie más.
Se levantó y comenzó a dirigirse
hacia la puerta.
- Estad todos tranquilos. Y
vosotras, mujeres, seguid cuidando a
Eularia...os pido que tengais
confianza. En mí...y, sobre todo, en Dios.
No nos hará falta, espero, nadie

128
más. No tardaré en volver...espero.
No...-detuvo con un gesto las
preguntas que adivinó iban a producirse-
...ahora no me preguntéis nada, no
me pidáis os explique nada, por
favor...hasta que todo haya
terminado. Quedaos tranquilos.

129
- 56 -

130
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

..."y para enfrentarse a toda la


infernal cohorte de entidades satánicas y
de espíritus
malignos, las fuerzas del Bien
cuentan con sus soldados y sus
guerreros, bien sea los
investidos con las sagradas
órdenes religiosas o quienes han jurado,
asimismo, enarbolar
la bandera contra el Demonio(...)
Aunque no pocas veces parezca que estas
fuerzas de la
Virtud sean insuficientes y pierdan
terreno en la batalla, en el prolongado
combate que
debe sostenerse hasta el día del
Juicio Final. Santos, exorcistas, religiosos
y paladines

131
de la Fe no cejan en tratar de
reducir o controlar el poder del Maligno
sobre la Tierra.
Aunque quizás no todos estén
dotados de las virtudes que poseían,
según el Evangelio de
Marcos, los primeros apóstoles. Al
enviarles Jesús a predicar por todo el
mundo, les
concedió el que "...en mi nombre
echarán fuera demonios, hablarán nuevas
lenguas, quitarán
serpientes y, si bebieren cosa
mortífera, no les dañará; sobre los
enfermos pondrán sus
manos, y sanarán".
San Pablo echó
demonios,combatió y logró convencer a
muchos de los magos, embaucadores y
nigromantes de aquellos primeros
tiempos del Cristianismo de que cuanto
creían o
predicaban era un engaño. El
anacoreta San Antonio, uno de los
primeros Padres del
Desierto, resistió todos los asaltos
y tentaciones de Satán con inusitado
valor y energía.
Otros muchos monjes y servidores
de Dios tuvieron que vérselas, asimismo,

132
con la
persistencia del Maligno. El
anacoreta Serenus narra acerca de
distintos demonios que
acosaban sin cesar a todo humano
viviente: los demonios vagabundos, que
se aposentaban en
caminos y encrucijadas para
engañar a los viajeros;los que tientan con
blasfemias y
mentiras;los que incitan a la lujuria
y al libertinaje, voluptuosos íncubos y
seductores
súcubos...quienes tientan a los
hambrientos ofreciéndoles banquetes
sibaríticos e
incitando su gula; mujeres
desnudas e incitantes que se aparecen a
los libidinosos, y
jóvenes efebos adolescentes que
empujan a los pecados "contra natura" a
los varones...
La batalla contra Satán comenzó
en el mismo Paraíso, continúa en
nuestros días y
continuará, como digo, hasta que
se cumpla el Destino de la humanidad,
hasta que llegue la
Noche de los Tiempos y
sobrevenga el Apocalipsis final. Puede

133
que entonces la rebelde

134
- 57 -

135
RONDAS
NOCTURNAS

Serpiente se convenza, al fin, de


que serán el Amor y la Justicia los únicos
en
triunfar...pero sólo entonces. Entre
tanto, las fuerzas del Mal mantienen su
insidiosa y
permanente influencia sobre todos
los seres humanos..."

******

-Podéis creerme si os digo que esa


noche no las tenía todas

136
conmigo...lo que tenía que hacer
era tarea ardua y más adecuada para
cualquiera de vosotros, jóvenes y
fuertes, que no para un anciano como
yo...pero quizás era el único que
sabía exactamente lo que había que
buscar...y donde encontrarlo. Y
tenía que ser esa misma noche, en lo que
quedaba de ella, porque puede que
con el nuevo día hubiese sido
demasiado tarde.
En la taberna de Bernat, el
silencio en el círculo de hombres sentado
en torno al mossenye podría
haberse cortado con un cuchillo. Hasta
las
moscas parecían haber cesado en
su incesante revoloteo para no perderse
ni una sílaba del relato del
capellán.
-Bien -prosiguió el
sacerdote-...supongo que comprenderéis
que hay
cosas que podría decirse son como
un...secreto de confesión, o algo
parecido...en este caso, os puedo
contar el resto de la historia...sólo
en parte. No quiero que os enfadéis
conmigo por ello...-y se permitió
137
una semicarcajada- ¡ni se os
ocurra...! En fin...la verdad es que
cuando
Dios me llame a su lado, cuando
tenga a bien disponer de ello, quiero
poder ir con la conciencia
tranquila...al menos en esto, y mostrarle
que

138
- 58 -

139
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

ni Pere, ni Eularia, ni las otras


mujeres...ni nadie, han salido
malparados...ya sufrieron bastante
moral y físicamente. Ahora que ya
están recuperados, incluso
pensando, como debéis saber, en ir a por
otro
hijo...su alma está en paz y así
debe seguir siendo. Hay...cosas que no
han sabido nunca...ni nadie más
sabrá, ni siquiera cuando yo esté
pudriéndome bajo tierra.
-Pero...senyor mossenye...-
intervino el joven Miquel por primera vez
en
mucho rato- no irá a dejarnos
así...en lo mejor de la historia...

140
- No,home, no es eso...-sonrió el
capellán- Ya que la he empezado,
tenéis derecho a saber algo
más...al menos el final. Un final que
explica por qué alguien ha ido
contando luego que me vio por el
cementerio a horas
digamos...intempestivas. Y supongo que
de ahí
vendrían luego los demás rumores
sobre mi comportamiento. Ahora sabéis
la verdad, nadie busque o se
imagine nada más.
- Ya os he hablado algo del libro en
el que escribo sobre Satanás y su
presencia entre nosotros -
prosiguió el sacerdote-. Otro día puede
que
os diga más cosas...al menos de las
que podáis entender. Ahora, espero
que esto os sirva de ejemplo para
que seáis algo más...respetuosos y
religiosos. No os pido que vengáis
a misa cada día, pero sí que os deis
cuenta de que el Mal es real...y
tiene muchas formas de manifestarse. Lo
ha hecho siempre desde que la
raza humana está sobre la tierra, y lo
seguirá haciendo. Si se acepta y se
141
comprende esto, se puede comprender
también que hay formas de
vencerlo. Pensad en todo ello cuando os
vayáis
a dormir esta noche...porque de la
historia queda muy poco ya.

RONDAS
NOCTURNAS

Sabía que tenía que encontrar el


cubil de la maligna criatura.
Y sólo había un lugar donde
pudiera estar escondida.
Luchando contra un molesto e
insistente viento y apenas iluminado por
la pálida luna que se filtraba entre
grisáceas nubes, el sacerdote
caminó por las anchas losas que
configuraban el pasillo central del
cementerio.

142
Perla, en un principio, se había
resistido a seguirle, nada más abrirse
la reja que cerraba el recinto. Mas,
como si fuera consciente del deber
que empujaba a su amo, terminó
andando junto a él, prácticamente
pegada
a su sotana. El valeroso animal
presentía y olía vibraciones y aromas
que no le gustaban y por ello
emitía frecuentes y sordos gruñidos, pero
seguía adelante.
Dejaron atrás las tumbas de tierra
y pasaron ante las hileras de nichos
superpuestos. En la pared oeste del
cementerio se encontraban los
panteones.
Tenía que estar en uno de ellos,
posiblemente en el más profundo, la
mayor de aquellas construcciones y
también la más recóndita.
No era solo un presentimiento. Era
algo más que una convicción.
El crucifijo de plata que llevaba
colgado del cuello y apretaba ahora
fuertemente con una de sus manos,
estaba caliente y relucía como si
tuviera luz propia.El sacerdote

143
notaba vibrar y tensarse la cadena que
lo sujetaba. Parecía querer
desprenderse.
El sagrado símbolo detectaba y
advertía de la presencia del Mal con
tanta claridad como el excelente
olfato del perdiguero descubría las
madrigueras de los conejos o los
nidos de las perdices.
La puerta enrejada del panteón
estaba cerrada, pero no importaba. El
oxidado candado era fácil de
romper. Y mossenye sabía que era allí.

144
- 60 -

145
LO QUE LE
ACONTECIO AL VIEJO CAPELLAN

- En tiempos antiguos las llamaban


lamias, o strigas- contó el
sacerdote a sus atónitos oyentes-...
actualmente, no sé si podría usarse
el término vampiro...da lo mismo.
Básteos saber que era una criatura
perversa, un ser de la noche
surgido de alguna de las muchas puertas
que
el Infierno debe tener sobre la
tierra...o puede que llevara años, o
siglos, entre nosotros, cumpliendo
alguna especie de ciclo letárgico
o...esperando el momento
adecuado de salir de su cubil. Quizás
aquel
panteón fuera solamente uno de
sus muchos escondites, no lo sé... No me
146
preguntéis cómo era, porque todo
fue muy rápido...sólo os puedo decir
que era algo oscuro y retorcido,
con garras y dientes afilados y unos
ojos amarillos y fieros...Perla se le
lanzó encima con un gruñido y esa
cosa lanzó al pobre animal a varios
metros de distancia de un manotazo.
Aún tiene, valiente ella, un buen
arañazo en el costado, pero está
curándose bien y se recupera, en
casa. Ahora la mimo más que nunca
porque, ¿sabeis? creo que me salvó
la vida.
Mossenye bebió otro buen trago
del excelente vi pagés de Bernat, cruzó
las manos sobre su pecho y miró a
todos los presentes.
- Sólo puede hacer una cosa, y la
hice. Aprovechando el instante en que
ese...vampiro se distrajo con Perla,
me quité el crucifijo del cuello y
se lo tiré encima, mientras
musitaba un padrenuestro y le pedía a
Dios
en mi interior que me diera fuerzas
contra aquella monstruosidad. Y
seguí rezando mientras veía cómo
aquella ...cosa se retorcía, entre
147
atroces gruñidos. La cruz (todos
deberíais llevar siempre una encima) la
quemó, la deshizo, la convirtió en
segundos en poco menos que un montón
de negras cenizas. El sótano del
panteón quedó invadido de una
pestilencia tal que apenas pude
levantar a Perla, cogerla en mis brazos
y salir fuera a respirar el aire puro
de la noche.

148
- 61 -

149
RONDAS
NOCTURNAS

- Más tarde, cuando me hube


repuesto un poco, volví a bajar al
panteón,
encontré ...lo que había esperado
hallar y, esa misma noche (Pere y
Eulària no supieron nunca toda la
verdad, y si me entero de que alguno
de vosotros llega a contárselo
nunca, se acordará de mí), abrí dos
pequeñas tumbas en la tierra del
cementerio y volví a rezar para que
Dios sea misericordioso y no
consienta que hechos así no vuelvan a
repetirse.
- Esté tranquilo, mussenye -
intervino Miquel- creo que puedo hablar
en

150
nombre de todos cuantos estamos
aquí y asegurarle que guardaremos y
callaremos lo que haya que callar.
Aunque hay algo que, al menos yo, no
entiendo...acepto lo de esa extraña
criatura maligna, ese ser infernal,
sé que pueden existir cosas así y le
prometo que, a partir de ahora,
Dios estará más presente en mi
vida (otras cabezas asintieron, apoyando
las palabras del joven campesino).
Pero...¿ por qué dos tumbas?
- Ah, fill meu- suspiró el viejo
sacerdote- Eso fue lo más duro, lo más
difícil que he hecho en mi vida... y
cada vez que hablo con el Altísimo,
le pido haber obrado de forma
correcta.
- La lamia, ese vampiro ladrón de
criaturas, esa carroña infernal,
había robado un inocente recién
nacido para...saciar su sed de sangre.
Pero, y ahí se demuestra cuán
insidiosas y malignas son las fuerzas del
Averno... en un rincón del panteón,
junto al niño muerto, sin una gota
de sangre en sus venas, encontré a
otro ser, prácticamente idéntico,

151
salvo que tenía los ojos
amarillos...y estaba vivo. Era una copia,
un
duplicado. A esas cosas las llaman
Cambiones...bebés demonio. Y supongo
que la intención que tenía ese
monstruo que la sagrada cruz convirtió
en
cenizas, era colocarlo, como si
nada hubiera sucedido,junto a una madre
humana que lo alimentase y criase.

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