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Estamos tan familiarizados con el lenguaje cotidiano que parece increíble que lo hayamos
aprendido comenzando desde cero. Hablamos de mesas, nubes, sillas, perros, gatos, amigos y
enemigos, y de tantos otros temas, que nuestro mundo está completamente determinado a nuestro
alrededor: nombramos todo aquello que nos llama la atención y sobre lo que queremos decir algo.
De tal suerte veo una mesa, con su silla, sobre el piso, junto a un árbol con sus hojas, alrededor
pasa un césped y caminan una gran cantidad de individuos a los que llamamos simplemente
‘gente’. Y si trato de pensar, desde lo que nombro como: yo, Hans, sentado en una silla mirando
alrededor, dentro de una institución llamada Universidad de Ibagué, ¿qué de todo esto, de lo que
está junto a mí no puede ser nombrado?, me hallo en una situación de perplejidad porque incluso
cuando no sé el nombre común, que ciertos individuos le han asignado, tengo el recurso de
nombrarlo como cosa, vaina, objeto, algo, eso, esto, aquello, etc. Todo lo que está a mi alrededor
lo puedo nombrar incluso si no sé cómo se llama. De dónde salió toda esa cantidad de nombres,
por qué puedo usarlos, por qué me permiten hablar de lo que está a mi alrededor. ¿Todos los seres
vivos vemos las mismas cosas? El lenguaje es tan familiar a nuestra actual existencia que parece
absurdo abstraerse de él.
Quiero concentrarme en este texto en dos puntos que a mi modo de ver son esenciales para
entender el lenguaje: el primero tiene que ver con el origen de los nombres que puedo usar, la
manera de usarlos mediante la articulación en oraciones, y el efecto que produce en quien hace uso
de ellos desde la más temprana infancia. En segundo lugar, quiero examinar si todos los seres vivos
vemos las mismas cosas o no. Es decir, la pregunta por si un perro puede percibir la mesa, el hueso,
a otros perros, o incluso a su propio amo.
La primera pregunta tiene que ver con la manera en que tener un vocabulario permite
constituir el mundo de los sujetos a partir de cómo se aprende desde la infancia un lenguaje, durante Commented [HC1]: Quizá se pueda buscar otro
término pues es reiterativo
el desarrollo de las estructuras personales y sociales. Esto implica, además, que se trata de un
aprendizaje que no es posible de manera individual y aislada de la comunidad concreta en la que
se vive. El aprendizaje se da en contextos completamente particularizados. Es imposible sustraer
el aprendizaje de la familia, los amigos, los vecinos, la ciudad, etc. La realidad contextual afecta
todo el proceso de aprendizaje del lenguaje y determina lo que se puede decir y hacer con las
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palabras. La segunda pregunta tiene que ver con los demás seres vivos, en especial con los otros
animales, pues habría que saber si efectivamente habitamos el mismo mundo o si se trata de
realidades completamente inconmensurables.
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Juegos del lenguaje
Conclusión
Con estas dos reflexiones quiero responder a las preguntas con las que se inicia este escrito.
En primer lugar, el lenguaje es metafórico. Esto implica que es construido por comunidades a lo
largo de la historia y que se nutre de la experiencia de cientos de hombres que han hecho uso de
él. Aprender una palabra consiste en pertenecer a una comunidad particular que determina las
metáforas propias que constituyen el mundo. En segundo lugar, sólo dentro de los juegos del
lenguaje tiene sentido hablar de realidades o de un mundo externo. Y para ello se ha de tener la
facultad y capacidad del lenguaje. Los demás seres vivos, al no participar de dichos juegos del Commented [HC3]: Creo que usted se refiere a la
noción de facultad de lenguaje, similar a la que maneja
lenguaje, no pueden percibir nuestra realidad. Es decir, se trata de dos mundos inconmensurables, Chomsky. Podría cambiarse el término habilidad por el
de facultad y considero que quedaría mejor.
aunque todo lo que tiene que ver con la naturaleza de los demás seres pertenece a otro juego del
Commented [Office4R3]:
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lenguaje. El lenguaje es la medida de todas las cosas y por eso la existencia de las cosas depende
del lenguaje, de ser nombradas: el gato no existe sin la palabra gato.
Referencias
Nietzsche, F. (1998). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, trad. Luis Valdés y Teresa
Orduña, Madrid, Tecnos.