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El gato no existe sin la palabra gato

Por Hans Sanabria

Estamos tan familiarizados con el lenguaje cotidiano que parece increíble que lo hayamos
aprendido comenzando desde cero. Hablamos de mesas, nubes, sillas, perros, gatos, amigos y
enemigos, y de tantos otros temas, que nuestro mundo está completamente determinado a nuestro
alrededor: nombramos todo aquello que nos llama la atención y sobre lo que queremos decir algo.
De tal suerte veo una mesa, con su silla, sobre el piso, junto a un árbol con sus hojas, alrededor
pasa un césped y caminan una gran cantidad de individuos a los que llamamos simplemente
‘gente’. Y si trato de pensar, desde lo que nombro como: yo, Hans, sentado en una silla mirando
alrededor, dentro de una institución llamada Universidad de Ibagué, ¿qué de todo esto, de lo que
está junto a mí no puede ser nombrado?, me hallo en una situación de perplejidad porque incluso
cuando no sé el nombre común, que ciertos individuos le han asignado, tengo el recurso de
nombrarlo como cosa, vaina, objeto, algo, eso, esto, aquello, etc. Todo lo que está a mi alrededor
lo puedo nombrar incluso si no sé cómo se llama. De dónde salió toda esa cantidad de nombres,
por qué puedo usarlos, por qué me permiten hablar de lo que está a mi alrededor. ¿Todos los seres
vivos vemos las mismas cosas? El lenguaje es tan familiar a nuestra actual existencia que parece
absurdo abstraerse de él.
Quiero concentrarme en este texto en dos puntos que a mi modo de ver son esenciales para
entender el lenguaje: el primero tiene que ver con el origen de los nombres que puedo usar, la
manera de usarlos mediante la articulación en oraciones, y el efecto que produce en quien hace uso
de ellos desde la más temprana infancia. En segundo lugar, quiero examinar si todos los seres vivos
vemos las mismas cosas o no. Es decir, la pregunta por si un perro puede percibir la mesa, el hueso,
a otros perros, o incluso a su propio amo.
La primera pregunta tiene que ver con la manera en que tener un vocabulario permite
constituir el mundo de los sujetos a partir de cómo se aprende desde la infancia un lenguaje, durante Commented [HC1]: Quizá se pueda buscar otro
término pues es reiterativo
el desarrollo de las estructuras personales y sociales. Esto implica, además, que se trata de un
aprendizaje que no es posible de manera individual y aislada de la comunidad concreta en la que
se vive. El aprendizaje se da en contextos completamente particularizados. Es imposible sustraer
el aprendizaje de la familia, los amigos, los vecinos, la ciudad, etc. La realidad contextual afecta
todo el proceso de aprendizaje del lenguaje y determina lo que se puede decir y hacer con las

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palabras. La segunda pregunta tiene que ver con los demás seres vivos, en especial con los otros
animales, pues habría que saber si efectivamente habitamos el mismo mundo o si se trata de
realidades completamente inconmensurables.

Humano, demasiado humano

Nietzsche (1998) muestra cómo el lenguaje no puede hablar de un mundo en sí, de un


mundo real independiente del sujeto que habla sobre las cosas. El lenguaje nunca puede llegar a la
verdad porque no hay una conexión directa y definitiva entre lo que dice la palabra y las cosas.
Esto lo evidencia cuando presenta lo metafórico que en efecto es el lenguaje. En primer lugar, hay
unos impulsos nerviosos que se convierten en una imagen, primera metáfora. Posteriormente esas
imágenes se convierten de nuevo en sonidos, segunda metáfora. Esto se puede entender de la
siguiente manera: se produce un estímulo sensible cuando veo esto (), e inmediatamente me
hago una imagen de lo que veo. Esta es la primera metáfora pues paso de unos impulsos sensibles
electroquímicos a la imagen de un cierto animal doméstico con determinadas características al que
llamo gato. En segundo lugar, esa imagen la expreso por medio de palabras, en particular, de la
palabra gato que se convierte de nuevo en un impulso sensible electroquímico para quien lo
escucha. La pregunta interesante es por la relación entre el primer estímulo y el segundo que son
completamente independientes y distintos ¿qué tipo de vínculo se establece entre ellos más allá de
la metáfora?.
Para poder hablar del mundo se requiere del uso metafórico del lenguaje. Nunca estamos
hablando de lo que percibimos ni de los impulsos sensibles; hablamos de metáforas que hemos
aprendido desde niños y que son las que nos permiten ver el mundo que nos rodea. Y estas
metáforas –como por ejemplo decir que estoy sentado en esta silla, escribiendo estas palabras,
ocupando un espacio de mi oficina– son narraciones que construimos a partir del lenguaje
aprendido. En conclusión, podemos decir que para Nietzsche (1998) no hay una distinción entre
el lenguaje y el mundo real puesto que todo lo expresado por medio del lenguaje es lo que existe.
Además, esta existencia está determinada por las metáforas del lenguaje que permiten construir
ficciones sobre la realidad que son las que determinan el mundo, que solo puede ser humano,
demasiado humano.

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Juegos del lenguaje

Wittgenstein (2009) en las Investigaciones filosóficas desarrolla uno de los temas


característicos de su pensamiento: los juegos del lenguaje. No existe una realidad continua para el
ser humano que pueda expresarse de manera lineal por medio del lenguaje. Por el contrario, cada
situación en la que se encuentra una personas dentro de la comunidad ya está determinada por
ciertas reglas, por ciertas características, por ciertas narraciones. Esa así como puedo estar en esta
oficina y ello implica que estoy cumpliendo un horario, que tengo unas labores, que puedo hacer
ciertas cosas y otras no, etc. Pero puedo tomar un bus hacia la casa y esto implica otras cuestiones;
que debo pagar un pasaje, que debo respetar a los otros pasajeros, que debo usar el timbre para
indicar dónde voy a bajar del bus, etc. Y así con todas las situaciones cotidianas, incluso las más
complejas como ir a cine, puesto que ingreso a una sala de proyección, hago silencio, veo una
pantalla, río, lloro, etc., y siento que he vivido algo nuevo, cuando en realidad sólo he estado frente
a un telón iluminado. Participamos en un sinnúmero de juegos del lenguaje, construimos mundos, Commented [HC2]: Quizá podría quitarse este
segundo ejemplo, creo que con el del bus es suficiente
elaboramos infinitos, como el juego del lenguaje de las matemáticas, en fin, por medio de estos
juegos nos inventamos el mundo en el que queremos vivir. Con Wittgenstein podemos decir que
el lenguaje que aprendemos nos introduce en diferentes escenarios en los cuales vivimos ciertas
experiencias en virtud de las reglas específicas que allí operan.

Conclusión

Con estas dos reflexiones quiero responder a las preguntas con las que se inicia este escrito.
En primer lugar, el lenguaje es metafórico. Esto implica que es construido por comunidades a lo
largo de la historia y que se nutre de la experiencia de cientos de hombres que han hecho uso de
él. Aprender una palabra consiste en pertenecer a una comunidad particular que determina las
metáforas propias que constituyen el mundo. En segundo lugar, sólo dentro de los juegos del
lenguaje tiene sentido hablar de realidades o de un mundo externo. Y para ello se ha de tener la
facultad y capacidad del lenguaje. Los demás seres vivos, al no participar de dichos juegos del Commented [HC3]: Creo que usted se refiere a la
noción de facultad de lenguaje, similar a la que maneja
lenguaje, no pueden percibir nuestra realidad. Es decir, se trata de dos mundos inconmensurables, Chomsky. Podría cambiarse el término habilidad por el
de facultad y considero que quedaría mejor.
aunque todo lo que tiene que ver con la naturaleza de los demás seres pertenece a otro juego del
Commented [Office4R3]:

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lenguaje. El lenguaje es la medida de todas las cosas y por eso la existencia de las cosas depende
del lenguaje, de ser nombradas: el gato no existe sin la palabra gato.

Hans Sanabria Gómez


Área de Filosofía

Referencias

Nietzsche, F. (1998). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, trad. Luis Valdés y Teresa
Orduña, Madrid, Tecnos.

Wittgenstein, L. (2009). Obra completa I (Tratactus Logico-Philosophicus. Investigaciones


filosóficas, sobre la certeza). Madrid: Gredos.

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