En la década de los años 80, un éxodo de miles de personas dejó su país al no estar de acuerdo con el nuevo régimen y con la forma como se conducía su país. En esa oportunidad, miles de cubanos dejaron su patria y en su gran mayoría se refugiaron en Estados Unidos. Algunos (unos 850) terminaron refugiados en la embajada de Perú y luego se asentaron en el populoso distrito limeño de Villa El Salvador. Hoy, cientos de miles de venezolanos han salido, de manera legal e ilegal, de su país para buscar lo que ellos consideran un futuro mejor. Dejar atrás la crisis, el régimen chavista de Maduro y tratar de salir adelante se supone que son sus motivos. Pero en esta oportunidad no han sido las tierras gringas quienes abren sus puertas. El problema ha sido derivado a los países latinoamericanos principalmente. Hasta allí todo parece llamar a la solidaridad entre los pueblos. El detalle es que muchos, no todos, pero bastantes de los venezolanos que han arribado a nuestra patria, por mandato de la eficiente y efectiva presión norteamericana, con anuencia de nuestros gobernantes y toda la clase política, son personas por demás violentas. No sé si el término es “gente de mal vivir”, pero sí son gente propensa a la riña, el enfrentamiento, la pelea, la discusión. No están aquí con la actitud del refugiado (ya que no han sido invitados). Ostentan un desprecio y una equivocada superioridad frente a quienes los hemos acogido. Demás está decir que los niveles de violencia, delitos, robos, asaltos, asesinatos se han disparado exponencialmente desde la llegada de los llaneros. Todo esto muy a pesar de que las autoridades se esfuercen por enmascarar la situación. Incluso los medios son graciosos cuando al informar sobre algún delito mencionan la trillada expresión “ciudadano extranjero” cuando todos sabemos que se están refiriendo a un venezolano. Hay ciudades en la que su presencia no es bien vista y las protestas no se han hecho esperar. No debemos esperar que algún hecho sea el detonante para una reacción de la población que puede ser considerada desproporcionada, pero que se podría dar por nuestra mala costumbre de mirar a un costado y darle largas a los problemas. Tanta es la gravedad del asunto que el gobierno ha tenido que crear una unidad especial para hacer frente a todos los delitos que cometen los venezolanos y que a estas alturas es incontrolable. Sabemos que no todos son malas personas, pero al parecer son la minoría. Debemos tener claro qué va a suceder con toda esa población que se va haciendo parte de nuestras vidas, pero no de la parte grata, sino, sobre todo, de nuestras desgracias.