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FERNANDO VELARDE Y EL ROM ANTICISM O PERUANO

CARLOS GARCÍA BARRÓN

Pocos poetas han logrado en vida popularidad más vasta utilizó en el colegio que codirigió en Lima. Fue, igual­
que la que alcanzó Fernando Velarde en América durante m ente, director de El Talismán, revista literaria que pu­
el pasado siglo, según nos afirman testimonios tan dignos blicó durante su permanencia en Lim a, y colaboró frecuen­
de crédito como el de Menéndez Pelayo; pocos poetas han tem ente en periódicos de esa ciudad, principalmente en
sufrido después un olvido tan absoluto. Intentaremos, den­ El C om ercio.
tro de los estrechos lím ites de esta ponencia, trazar un es­ Enfoquem os nuestra atención hacia el período de 1847
bozo de nuestro biografiado, poniendo de relieve su ideario a 1 8 5 5 , fechas que comprenden su estancia en Lima. La lle­
para centram os por últim o en su estancia limeña y el influ­ gada de Velarde al Perú: coincide con el apogeo del romanti­
jo que tuvo en el romanticismo peruano. cism o peruano que tiene su comienzo aproximadamente en
Nace Velarde en Hínojedo, cerca de Torrelavega, en la 1848. Estos son justam ente los años que evocará Ricardo
provincia de Santander, el 12 de diciembre de 1823. Son es­ Palm a en su amenísimo libro, La B ohem ia de mi tiempo.
casos los datos que tenemos acerca de su infancia, aunque El autor de las Tradiciones peruanas toma parte en la febril
parece probable que no fuese m uy feliz a juzgar por estos actividad literaria de aquel m omento en que una pléyade de
versos que, escritos ya en su madurez y dirigidos a su her­ jóvenes poetas irrumpe con brío en las letras de ese país.
m ana Felisa, aluden a aquella época: Aludo a Carlos Augusto Salaverry, Manuel N . Corpancho,
De diez y siete que fuimos Amaldo Márquez, Clemente Althaus y Benjamín Cisneros,
sólo quedan sombras vanas. para citar únicamente a los más destacados. Todos ellos se
Detrás de ti quince féretros consideran partidarios y exponentes del romanticismo.
salieron de nuestra casa
Ahora bien, cabe preguntarnos, ¿en qué forma llega el ro­
y quince veces doblaron en
las torres las campanas. m anticism o al Perú? ¿Cuáles son sus características?
M is campos están ya secos, En primer lugar y como sucede a lo largo de los siglos xvm
mis cosechas agotadas . . A y x ix, las nuevas corrientes literarias arriban a A m é­
A los diecinueve años, Velarde parte para el Nuevo rica después de florecer en España. Este es el caso concreto
M undo. Su iniciación poética arranca de este momento, en del rom anticism o, cuyo auge en España se lleva a cabo en la
versos de gran emotividad que describen el dolor de su emi­ década de 1835 a 1845. En el Perú los jóvenes adquieren co­
gración a América en busca de m ejor suerte. En Cuba la nocim ientos de este movimiento a través de la lectura pre­
fortuna no le fue adversa. Colaboró, pese a su juventud, en coz y desorbitada de los maestros franceses: Víctor Hugo,
varios periódicos de la isla, reuniéndose allí con su herma­ Chateaubriand, Lamartine, y de los ingleses como Sir W al­
no m ayor Ram ón, residente en la isla por veinticinco años. ter Scott y Lord Byron, y, finalmente, de españoles como
Pasado algún tiempo, Velarde regresa a España impul­ Zorrilla, el duque de Rivas, García Tassara yHartzenbush.
sado a ello por el gran amor de su vida. Truncada esta pa­ De hecho, Zorrilla es el primero en ser devorado por un se­
sión, por motivos que desconocemos, regresa a Cuba en lecto público de lectores peruanos, puesto que circula una e-
1846 empezando, a partir de esa fecha, su peregrinaje por dición de sus obras en Lima en 1842. Mas debe indicarse que
Hispanoamérica. Pasa a Panamá y de ahí a Lima en 1847, ni los dramas históricos ni las leyendas románticas españolas
radicándose en la capital limeña de 1847 a 1855, casándose hicieron tanta m ella como la poesía lírica del propio Zorrilla
en el intervalo con una dama de la alta sociedad, hija del y de Espronceda. José de la Riva Agüero, sólido y mesurado
coronel Juan Francisco Balta. El espíritu inquieto de Velar- crítico peruano, apunta acertadamente, a mi modo de ver,
de, unido a varios sinsabores experimentados en el Perú, le las razones en que se apoya esta predilección por la poesía:
lleva a abandonar el país y a recorrer Chile, Ecuador, Gua­ A prim era vista parece que el carácter literario de los pe­
temala y M éjico, entablando en todos ellos amistad con los ruanos, sus condiciones de viveza y lucidez, y su genio
poetas de dichos países. Tras unos años de rodar por el satírico hubieran debido contrariar la influencia del ro­
Nuevo M undo, torna brevemente a Cuba, pasando después m anticism o, moderándola. Sucedió así en algunos, pero
por lo general, la exageración y hasta las ridiculeces de
a los E E .U U ., a Puerto Rico en 1865, El Salvador en 1873 y
que no escaseaba la poesía romántica, encontraron en o-
España en 1876. La decepción que siente en su patria le con­ tras dos cualidades de nuestro carácter . . . Es la primera
duce a Londres, donde muere el 15 de febrero de 1881. la meridional facundia y la predilección heredada de los
Afortunadam ente para la posteridad, Fernando Velarde españoles, por el énfasis y la altisonancia del estilo. So ­
dejó testim onio de sus sentimientos poéticos en varios li­ mos un pueblo impresionable y retórico y m uy a menu­
do nuestro amor a la brillantez de la palabra predomina
bros: Las Flores del desierto, publicado en Lima en 1848;
sobre nuestro despojado y burlón ingenio. Ha de recor­
Cánticos del N uevo M undo, que sale a luz en Nueva York darse esto si no se quiere tener de nuestra psicología una
en 1860 ; La Poesía y la religión del porvenir, de Barcelona, noción parcial e incompleta. Por ello nos enamoramos
1870. Redactó, además, un libro de gramática española que del resonante, espléndido y verboso romanticismo de
H ugo, Zorrilla, Garda Tassara y Espronceda. Por ello en dida, hecho que le proporciona a Velarde un tema perfecta­
los románticos del Perú, como casi todos los de España m ente romántico, cultivado repetidamente no sólo en este
y de la América española, hay tanto de hueco y declama­ libro sino en otras composiciones posteriores. Pese a su
torio. Es la segunda, la faálidad que tenemos para imitar
m atrim onio con la hija del coronel Balta, Velarde lleva con­
la presteza y el entusiasmo con que adoptamos las
novedades (lo cual no obsta para que nos lleguen tarde).2 sigo en lo más recóndito de su corazón esta llama inextin­
guible que le acompañará hasta su muerte. Esta joven,
Llega Velarde al Perú a los veintidnco años de edad, en
idealizada por Velarde, se le aparece en una visión en que
1847, y es rápidamente acogido por la flor y nata del mundo
la ve suspendida en una nube de peregrina belleza:
literario limeño. Ello se debe a que el poeta español los des­
A llí la contemplo
lum bra con su poesía, prodigioso bagaje verbal, derroche
lánguida, inefable, aérea
de imágenes y m etáforas, a cual más llamativa, en fin, con exhalando en tus suspiros
una lírica de marcada sensualidad, fruto de su estancia en aromáticas esencias.
Cuba y el Caribe en general. Aprovechando su popularidad,
El segundo tema presente en su obra es el dolor que sien­
publica en 1848 sus Flores del desierto, en que recoge los
te al abandonar su patria. Citando a Espronceda, “Adiós
poemas que más fama le habían dado hasta entonces. Va
patria . . . adiós am ores," Velarde se considera desde ese
dedicado a un íntimo amigo suyo de la infancia y lleva un
m om ento víctima de un cruel destino:
curioso prólogo de Dionisio Alcalá Galiano, otro trota­
En tanto que iracundo me lanza a otras regiones
mundos español, del cual me encargara hace unos años al
el genio que preside m i triste juventud.
estudiar su desconocida polémica con Esteban Echeverría a
En otro m omento alude nuevamente a la fortuna adver­
raíz del romanticismo argentino.3 La premura del tiempo
sa que, según él, es una constante de su vida:
no m e perm ite comentar las disparatadas observaciones de
este preámbulo en que Alcalá Galiano, m uy modestamente, Siempre m e ha sido tan falaz la suerte,
siempre me ha sido tan contraria y negra,
pasa revista a toda la literatura española desde sus comien­
que invoco a veces por solaz la muerte,
zos hasta el siglo xxx, concediéndola escaso valor, salvo al­
nunca mi triste corazón se alegra.
guna que otra obra como el P oem a del M ió Cid, Huelga se­
ñalar que pondera efusivamente la obra de Velarde, afir­ Su genio solitario busca en las ruinas de la edad pasada
mando que “ bien merece figurar entre los mejores poetas "terrib le inspiración fecunda." Se afana, y ésta es otra ver­
líricos contem poráneos." tiente de su obra, en la búsqueda de la "m isteriosa uni­
Para Velarde, el poeta es un ser privilegiado, el cual, si­ versal id ea." Es decir, en dar con el significado de la exis­
tuado en un pedestal, otea desde él a la humanidad, con to­ tencia humana. Velarde murió sin llegar a encontrar la
dos sus vicios y defectos. Aunque en las Flores del desierto clave o respuesta que le proporcionara su ansiada tranqui­
no glose en detalle su ideario, sí lo hace al prologar un li­ lidad espiritual. Las ilusiones perdidas no pueden ser re­
bro de poesía de un gran amigo suyo y poeta también, Ar- cuperadas:
naldo Márquez. Considero esclarecedor citar la quinta­ Venid, venid espléndidos delirios,
triste os espera el corazón abierto,
esencia de su sentir poético:
puras esencias de fragantes lirios
La función social del verdadero poeta, del sucesor de desiertas flores que engendró el desierto.
M oisés, de Isaías, de San Juan, es un ministerio santo,
un pontificado augusto. Disipar las sombras, esparcir la Como buen poeta romántico, Velarde, intranquilo y des­
luz, purificar la m ateria, redimir el espíritu, levantarse a dichado, busca en vano la soledad :
todas las alturas, sondear todos los abismos, desbordarse Dadme sombras, dadme el caos,
por todos los espacios, presidir todos los tiempos, enalte­ el mundo, el infierno, todo
cer todas las virtudes, santificar todos los infortunios, para poder a mi modo
im prim ir un sello de infamia eterna en la frente de todos un universo formar.
los réprobos, propagar la palabra viviente, el verbo, la
El hecho es que para Velarde, así como para otros m u­
tradición de la eternidad y en fin glorificar en magníficas
encarnaciones el sentim iento de lo bello, de ¡o sublime, chos poetas románticos, el tener que convivir en sociedad
de lo divino. He aquí el m inisterio, he aquí la función es de por sí un doloroso sacrificio. Esto se debe al agudo
grandiosa del verdadero poeta.4 contraste entre su idealismo y espiritualidad vis-à-vis el
Consecuente con su misión, el poeta habrá de sufrir fre­ m aterialism o que le rodea por doquier:
cuentem ente el vilipendio, la incomprensión de la masa, La sociedad orgullosa
pero es justam ente este sufrimiento que le conducirá, a la esa gran familia humana,
despótica soberana
postre, a la gloria eterna. Velarde refleja, pues, un ideario
de la hermosa creación.
claram ente romántico, compartido por sus amigos perua­ Es un m onstruo, un amalgama
nos que se consideraban igualmente una élite privilegiada. de ignorancia y de malicia
Expuesto su pensamiento poético, pasemos a analizar el de miseria y de codicia
contenido de las Flores del desierto. Varios de sus poemas de indolencia y ambición.
versan sobre su primer y gran amor. En ningún momento M as el poeta no se rinde y persiste en su búsqueda de esa
nos revela Velarde la identidad de esta señorita, que cono­ armonía espiritual, anhelo que expresa en versos como éstos :
cemos únicamente por las iniciales J.A .T . Es evidente, a Callaron las armonías
juzgar por su contenido, que esta pasión no fue correspon­ de aquellos valles sombríos
y las nubes y los ríos por una larga temporada. Sus numerosos amigos salen in­
a su acento musical. m ediatamente a la palestra con el fin de defenderle. Un
Y llenando los espacios
anónimo vate manda estos versos que salen a luz en El Co­
dominaba y presidía
la doliente sinfonía m ercio:
del amor universal. No te amedrente el ponzoñoso dardo
de turba vil que, con rencor bastardo,
Velarde cantó a la naturaleza americana con un esplen­
te provoca y te insulta . . . ¡ Firme lidia !
dor que recuerda continuamente la desbordante voz de José
Porque jam ás vio el mundo, noble bardo,
M aría de Heredia, el poeta del Niágara. La imponente fuego sin hum o, gloria sin envidia.
grandiosidad de los Andes le embriaga y no se cansa de des­
Y la polémica prosigue por unos meses. Velarde no dejó
cribir con el más encendido verbo del romanticismo, lagos,
de ser nunca personaje controvertido.
volcanes, cumbres, flores radiantes y aves de pedrería. To­
Analizado el ideario literario de Velarde así como las
dos los colores del iris acompañados de grandes brochazos
principales características de las Flores del desierto, convie­
de nieve, de oro o de fuego, se unen aquí a todas las magni­
ne detenem os brevem ente para indicar la índole de sus lec­
ficencias orquestales del endecasílabo o del alejandrino. En
turas e influencias. A nte todo hay que declarar un hecho:
sum a: en las Flores del desierto, la producción es desigual.
Velarde es autodidacta. Podemos afirmar que poseía un
H ay composiciones realmente loables, octavas de estilo
buen conocimiento de la lengua española, según constata­
vigoroso, lengua castiza, versificación armoniosa y pensa­
m os al repasar su libro de texto sobre la gramática españo­
m ientos bien concebidos. O tras, sin embargo, carecen de
la que utilizaría posteriormente en el colegio Zapata de Li­
plan, les falta hilación de las ideas. Las menos aceptables
m a. De m ayor interés para nosotros es verificar las fuentes
son probablemente las más vehementes. A veces Velarde
literarias en que bebió. Para ello hay que recurrir a un cui­
exhibe una tendencia a la pedantería, a la vanidad, sobre
dadoso rastreo de su obra impresa. Habiéndolo hecho, me
todo cuando lanza una retahila de citas históricas o enu­
atrevo a sugerir que, pese a la alusión que hace frecuente­
m era, sin m esura, a buen número de figuras de renombre
m ente a los poetas ingleses y franceses, no creo que llegara
universal.
a leerlos con detenimiento y si lo hizo fue en alguna de las
Este somero muestrario del contenido de las Flores del
traducciones que abundaban por aquel entonces en Lima.
desierto no descuella ciertamente por su originalidad. El
Es cierto que a menudo cita a Lord Byron, calificándolo de
éxito que obtuvo en Lima hay que atribuírselo a otros fac­
genio al igual que Chateaubriand y Víctor Hugo, pero sos­
tores, principalmente de tipo coyuntural. Velarde es el tí­
pecho que más que resultado de una lectura seria y concien­
nico poeta español de cierto valer, ¿por qué negarlo?, que
zuda, obedecía a un deseo de querer impresionar. Sus nu­
llega al Perú en el preciso momento en que el romanticismo
m erosas referencias a Cervantes, Virgilio, Ercilla, Goethe,
empieza a impactar entre los literatos de ese país. Velarde,
D ante, M ilton, Shakespeare y otras figuras de talla m un­
debido a su arrolladora personalidad, no tarda en granjearse
dial, tampoco deben interpretarse como consecuencia de un
la amistad de los intelectuales peruanos que le abren sus
estudio profundo de sus obras. M e inclino a creer que sus
puertas, leen sus poesías y acaban por elegirle jefe de su
modelos fueron, ante todo, españoles, principalmente Zo­
m ovim iento literario. En otras palabras, más que por su
rrilla y Espronceda. Es m ás, en un determinado momento,
m érito intrínsico, me parece que su alcance se debe a haber
el 12 de julio de 1848, Velarde se defiende en las páginas de
llenado un importante vacío en las letras peruanas debido a
El Com ercio de una crítica hecha por un autor anónimo que
la falta de un titular nacional. Ricardo Palma aserta en este
le acusa de plagiar a Espronceda. Como respuesta, Velarde
contexto :
declara:
En los fluidos y armoniosos versos de Fernando Velarde Es verdad que amo profundamente a ese genio porten­
encontrábamos un vago perfume de idealismo y misterio. toso ; es verdad que m iro sus inmortales concepciones
Para nosotros no era un poeta discutible sino un poeta con admiración idólatra; es verdad que adoro los pro­
que se imponía. Lo admirábamos . . . Velarde nos fasci­ digios de su gloriosa inteligencia tal vez en mayor ter­
naba con su genio a pesar de los infinitos defectos de for­ nura que a las tristes hijas de mis propios sentimien­
m a que caracterizaban su poesía.5 to s; pero también es cierto que mi orgullo es tan sus­
Claro es, no todos comparten este criterio. Poco después picaz, tan independiente que me desdeñaría de que mis
de publicarse las Flores del desierto, aparecen en las páginas versos parecieran imitaciones suyas.
de El C om ercio, el periódico de mayor circulación de Lima, Espronceda fue uno de los pocos poetas románticos españo­
una serie de cartas y reseñas al editor sobre el libro, no to­ les cuya vida y obra están íntimamente vinculadas, es de­
das elogiosas. Los que le critican le tildan de ser vehemente, cir, no fue un poeta de cámara sino un hombre que vivió
de tener mal gusto, de m ostrar resabios neoclásicos. Velar- plenam ente. Es posible que Velarde se identificara con los
de, cuyo amor propio y orgullo estaban siempre a flor de avatares del autor de El Estudiante de Salam anca. Por otra
piel, reacciona violentam ente mediante cartas al director parte, no se encuentra en los versos de Velarde una im ita­
del periódico, defendiéndose de los ataques lanzados contra ción deliberada de la poesía de Espronceda. En cuanto a Z o­
él. Es m ás, parece que un día se encuentra en la calle con rrilla, es evidente que su obra había sido leída en buena par­
uno de sus más encarnizados enemigos y procede a liarse te por nuestro poeta.
a garrotazos, cómico lance del que salió mal parado Velarde Resulta difícil dar con el fiel de la balanza a la hora de
al recibir un tremendo golpe en un brazo, inutilizándoselo enjuiciar la obra de Fernando Velarde en el Perú. Dejando
de un lado las opiniones de los propios peruanos, divididos de versificador capaz de levantar en peso las moles de
entre sí, considero oportuno apoyarme en la opinión de un los Andes, pero de la cual usaba y abusaba sin tino ni
paisano de Velarde, también oriundo de la misma patria juicio, convirtiéndose muchas veces en retumbante
zurcidor de alejandrinos huecos; un sentimiento pro­
chica, Santander. M e refiero a don Marcelino Menéndez
fundo y casi místico de la Naturaleza ; elevadas aunque
Pelayo, el cual, después de haber leído parte de la obra de confusas aspiraciones de ultratum ba; un idealismo
Velarde, resume sucintamente su parecer con estas pala­ más germánico que español, ataviado con el sombrero
bras: de jipijapa y el lujo charro del indiano de nuestra cos­
ta cantábrica; todas estas cualidades a primera vista in­
Talento original pero inculto y bravio; imaginación conciliables, concurrían en el fecundo y excéntrico va­
poderosa cuanto desquilibrada; un mal gusto parecía te de Hinojedo, a quien nuestra historia literaria ha
ingénito e indomable, puesto que resistió a toda disci­ olvidado m alam ente, porque en condiciones nativas
plina y fue creciendo monstruosamente con los años; fue superior a muchos y en influencia fuera de su tie­
alma vehemente, apasionada y triste, con dejos de rra, sólo Zorrilla, Espronceda y Tassara pueden aven­
candor infantil y visiones de iluminado; una potencia tajarle entre nuestros románticos.6

U niversity o f C alifornia, Santa Barbara

1 Fernando Velarde, selección y estudio de Leopoldo Rodríguez 4 Poesías de D. josé Arnaldo Márquez (Urna: Imprenta de D. Fer­
Alcalde, Antología de escritores y artistas montañeses (Santander: nando Velarde, 1853), p. 2.
Imprenta de la librería moderna, 1959), tomo 38, p. XV. 5 Ricardo Palma, La Bohemia de mi tiempo, prólogo y notas de
2 José de la Riva Agüero y Osuna, Obras completas (Lima: Pontificia Augusto Tamayo Vargas (Lima: Ediciones Hora del Hombre, 1948),
Universidad Católica del Perú, 1962), tomo I, p. 138. p. 56.
3 Carlos García Barrón, "Nuevos datos sobre la polémica entre Este­ 6 Federico Carlos Sainz de Rodríguez, Escritores españoles e hispano­
ban Echeverría y Dionisio Alcalá Galiano," Boletín de la Academia americanos (Madrid: Aguilar, 1953), tomo 11, p. 1178.
Argentina de Letras, 33, núm. 127-8 (enero-junio, 1968), 77-108.

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