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WITTGENSTEIN Y HEGEL EN LA CERCANÍA

Román Cuartango

Por sorprendente que pueda parecer, hay un punto (relevante) de con-


vergencia entre el idealismo hegeliano y la manera en que Wittgenstein
busca la Übersichtllichkeit, la claridad o lo diáfano (que diría Zubiri) en re-
lación con la actividad conceptual. Ambas son estrategias (próximas) para
la realización de la tarea filosófica, entendida como el pensamiento de lo
presente que no se deja deslumbrar por lo dado y busca penetrar hasta lo
supuesto en ello (el fondo, el limo, el ser, el sentido), algo que requiere una
comprensión de la Verbindlichkeit propia del universo discursivo.
La orientación de ambos es netamente antiempirista, pues entienden
que el manejo de conceptos sitúa a los humanos en un medio diferente de
la experiencia directa, el de los constructores universales o el de la expe-
riencia del pensar. La mente misma es concebida como cierta aptitud para
actuar. Y así en Wittgenstein domina una perspectiva externalista, en Hegel,
la del espíritu. Este último tuvo siempre especial interés en establecer un
claro deslinde entre el pensamiento y la representación. Los conceptos solo
cobran sentido fuera de la mente representacional (lo interior), es decir,
operando en enunciados o en juicios (en los que residiría la mente opera-
cional exterior), pues allí desempeñan su papel característico, que no es re-
presentar sino responder a una lógica o gramática. Hegel entiende lo lógico
de un modo sustantivo (cuyo sujeto es el concepto) y Wittgenstein pasa de
defender un programa logicista a interesarse por la lógica (o gramática) de
las palabras (cómo “mueven” en el juego lingüístico). En definitiva: entra-
mado de acciones o conexión sistémica.
La experiencia de lo universal que atraviesa cualquier otra experiencia,
la noticia de lo diáfano concomitante al darse lo diferencial es lo que ex-
plica la distinción entre conceptos comunes y especulativos. Estos apuntan
a lo suelto, lo absoluto, que no se presenta como término de un juicio,

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puesto que se trata de la condición del enjuiciar mismo. De ahí que el uso
filosófico no constituya un juego de lenguaje entre otros. Tampoco debería
ser entendido como una especie de super-juego, sino más bien como la
suspensión virtual de aquel. Ese operar que destripa el juego no posee vali-
dez, lo que implica que el concepto especulativo no es un concepto.
Considerar los actos lingüísticos como juegos implica prestar atención
al significado de “seguir una regla”. Entonces se descubre que la reglas no
son rígidas y que las jugadas individuales tampoco se deducen sin más de
ellas. Hasta el punto de que diversos cursos de acción podrían resultar
apropiados (PhU, § 201), sin que haya nada, ni en las ideas, ni en las dispo-
siciones para el comportamiento, que pudiera establecer unívocamente
cuál sería el empleo correcto de un concepto en una situación nueva. Es
decir: la regla parece esfumarse cuando se la separa de su contexto. Y, pese
a todo, en condiciones normales se procede sin dudar. En todo caso, “jue-
go” remite a una realización libre (con soltura) de la regla.
El origen de “Sprachspiel” vincula a Wittgenstein con un Hegel litera-
rio, practicante de una difusa “prosa artística de carácter especulativo”,
construida a base de imprecisiones, deducciones falaces a partir de térmi-
nos homónimos, etc. (Henrich). Es habitual encontrar en ese método ope-
raciones como la sustantivación de pronombres –“la nada”– o la conver-
sión de procedimientos peculiares de la enunciación en recursos especula-
tivos. En opinión de Russell, todo lo anterior es el resultado de simples jue-
gos de palabras. La lógica de Hegel no sería más que una “muy inteligente”
construcción realizada a base de acertijos y otros giros que la lengua ale-
mana hace posibles. Sin embargo, Wittgenstein no percibe en ello única-
mente las producciones de un espíritu burlón. El entrenamiento en los lan-
guage games proporciona otra visión de las cosas, una transformación de lo
conceptual. Su abandono de la perspectiva atomista se halla relacionada
con la experiencia de que no basta con tener claros los detalles (determina-
ciones) teóricos, pues la dificultad reside en la visión de conjunto. La filoso-
fía pasará a ser entendida como la habilidad (matter of skill) para alcanzarla
por medio de la discusión, la disputatio. El movimiento del pensar que esta

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desata es la expresión de la falta de orden que afecta a los conceptos dis-
ponibles, lo que origina un problema que solo puede se resuelto a través de
una ordenación (BT § 89) comprehensiva. El tránsito wittgensteiniano desde
los juegos de palabras a los juegos de lenguaje convertirá a estos en el po-
sible camino de la cosa misma, rehabilitando el expediente dialéctico que
Hegel puso en circulación con el fin de dar cumplimiento a su programa
especulativo.
La presentación de conjunto hace posible que destaque por encima de
las particularidades la seguridad sobre la que descansan los juegos: hay
ciertas cosas respecto de las cuales no cabe la duda. Aunque tampoco se
trata de algo que se sepa, precisamente porque la duda no desempeña nin-
gún papel en ello. Cuando se intenta expresarlo en forma de oraciones, es-
tas no poseen una forma distinta de las comunes, y sin embargo su función
es radicalmente diferente, mitológica. Así que cualquier sentido, distinción,
prueba, saber; en fin, práctica epistémica, descansa sobre el fondo consti-
tuido por esa trama de certezas no fundamentadas.
Prestar atención a la regla en tanto que tal comporta un gesto que ya
no puede echar mano a su vez de una regla, pues no hay un supra-concep-
to que regule la lógica del concepto. Si la corrección de las acciones o su
ajuste a la regla dependiera de alguna regla que gobernara el proceso de
adecuación, entonces su cumplimiento se vería arrastrado a un movimiento
de regreso infinito. Solo es posible un trato ejemplificador con el fondo so-
bre el que las reglas operan. El fundamento (al que le falta fundamento) ha
de ser pensado, así, como una especie de nada de la determinación. El pe-
ligro reside en que esa nada de ser se convierta en el ser mismo. Ya se dijo
que la filosofía no representa un suprajuego.
Lo absoluto constituye un fondo no fundamentado de este tipo, impo-
sible de determinar como un algo. La problemática comparecencia en el
determinar reflexivo de lo inmediato y suelto se convirtió en el punto de
partida del proyecto filosófico del joven Hegel (Differenzschrift). Lo que él
planteaba, en irónica alusión a Reinhold, es que si la filosofía “ha de co-
menzar, progresar y terminar en conceptos” (GW 4: 86), entonces estos han

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de ser, en cierta forma, conceptos inconcebibles, puesto que su objeto es
asimismo inconcebible.
Podría decirse que Wittgenstein se aproxima a Hegel en el intento de
producir conceptos que sean capaces de sustraerse a la limitación determi-
nativa, a los que denomina en ocasiones “conceptos borrosos”, en otras
“conceptos flexibles”, “conceptos-ficción”, etc. Aunque un concepto “bo-
rroso” contraviene la condición primera de su existencia: ser claro y distin-
to, la filosofía lo requiere con el fin de “Ver lo común” (PhU § 72). ¿En qué
sentido? Pues un concepto corriente aprehende ya siempre lo que muchos
“esto” comparten. Sin embargo, no parece que Wittgenstein se refiera aquí
al resultado de un abstraer generalizador, el concepto “comunista” (Ortega)
–también Hegel considera que lo común constituye la “más baja represen-
tación posible de lo universal” (WdL II: 173)–, sino a cierta capacidad para
apreciar identidad en la diferencia y viceversa; el ser igualmente distinto.
Se necesita entonces “que la extensión del concepto no esté cerrada por un
límite”; “así es como empleamos de hecho la palabra “juego”” (PhU § 68).
Un concebir no cerrado requiere poner en suspenso la determinación;
entonces ya no se tratará del concepto entendido como predicado sino
como sujeto total (PhG, Prólogo § 63). Esa es, por otra parte, la intención
original de todo concepto. Poner en suspenso la determinación = poner en
suspenso la cosa –dejarla en el aire; para que se perciba su Bestimmtheit o
su Beschaffenheit en su Bestimmung; sobrepasar el límite, en una suerte de
proyecto de negación de la negación (lo infinito: segunda definición de lo
absoluto), proyecto pues aún no se concreta. Cuando, además, algo flota en
el aire, entonces se encuentra en una circunstancia en la fulguran los as-
pectos y con ello la infinitud. Por eso a Wittgenstein le interesa lo que se
puede llegar a ver mediante la realización de una fotografía difusa. Pero en
verdad lo común nunca es visto, ya que solo puede verse lo que es de esta
o aquella forma. Adopta asimismo una estrategia descriptiva, que no repre-
senta un paso previo a la elaboración de teorías, sino un procedimiento al-
ternativo al teorizar. Los problemas filosóficos deben ser abordados me-

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diante un desmontaje de las teorías correspondientes. Pues la exigencia de
la teoría tiene que ver con una necesidad totalizadora “comunista”.
La actitud teórica en la filosofía hace pasar al pensamiento por el des-
filadero de la imagen única (PhU § 115). Su objetivo supremo radica en
proporcionar respuestas no ambiguas para todas la cuestiones, presentando
un caso evidente del que se pueda decir: “dieser Fall ist das Urbild aller Fä-
lle” (Zettel: 444). Pero carece de sentido esforzarse en lograr una certeza
inmaculada y definitiva, un estado final, por decirlo así; pues esa situación
no puede darse.
Contra ello, Wittgenstein convierte el pensar en ejemplos en un ins-
trumento principal de su método filosófico. Lo “con-jugado” como Beispiel,
la ejemplaridad singular, si bien no puede explicitarse en la forma de esto,
constituye el asunto de una intención [tensarse] hacia “lo común”. Beispiel
es usado por Wittgenstein como Vorbild, pero también como nebenher-
spielen, una suerte de erläuternde Erzählung, que proporciona acceso a lo
que no puede ser directamente enunciado. La gracia del juego tiene que
ver con esto: jugar no va de la simple aplicación del universal, lo somete a
la variación individual, lo torsiona (en una suerte de Verwindung).
Una “visón total”, que no ve esto o aquello sino borrosamente “lo
común”, solo puede tener lugar a través de cierto desasimiento en el que se
revela algo similar a lo que para Hegel es la “dialéctica”. Así que habría
una relación (de dependencia) entre Übersichtlichkeit y dialéctica del en-
tendimiento que constituye el punto de partida de una experiencia estética
(o de lo que Heidegger llama “una experiencia con el lenguaje” en la que
este viene como tal al habla).
Sin embargo, se exige para ello abandonar el recio suelo y situarse en
la apariencia (lo que viene solo fulgura como un aspecto, pero sin construir
cosa). Según Wittgenstein, en la estética se manejan razones (no leyes o
causas) que hacen posible una cierta orientación, pero sin fijar un sentido
incuestionable –puede verse bajo un aspecto, pero también es posible mo-
dificar la visión. En ese ámbito, se explica en la medida en que se describe
(y se llevan a cabo comparaciones, conexiones, transiciones, etc.). Eso es lo

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que sucede, por ejemplo, con la identidad. Se aprende a usar “lo mismo
que” de un modo diferente a lo que establecen los criterios corrientes, pre-
cisamente porque pueden aportarse razones que permitan experimentar esa
equivalencia. La estética ejercita la capacidad para apreciar las posibles
conexiones de algo con lo que está más allá de él, dando lugar a totalida-
des significativas, a campos de sentido. Ese ejercicio proporciona una ima-
gen, estéticamente inestable, del mundo.
Pero resulta imposible eludir la inquietante pregunta de si la presenta-
ción sinóptica, puesto que implica el manejo de conceptos borrosos, de
símiles y de otros artefactos, no habría de confundirse con una visión de
pasada por encima de todo, un suerte de “übersehen” propio de un genio
despistado. Wittgenstein seguramente respondería que el poeta descubre
los detalles, “siente el significado”, experimenta la compulsión de “das tref-
fende Wort” y eso le empuja a arreglar los pensamientos nuevamente. Sea
como fuere, lo que se produce es un “ver interpretado”: no “esto” sino el
“como…”, las conexiones, el contexto.
También en el caso de Hegel el arte logra que la Idea se presente de
manera sensible. Sin embargo, su comparecencia resulta problemática,
puesto que se manifiesta (alusivamente) en las diversas formas de la reali-
dad, sin coincidir con ellas. Y en esto radica justamente la limitación que lo
afecta, en que la idea (en lo bello) no comparece sino en la forma de ideal.
La manifestación sensible de la Idea da lugar a una exhibición (Auslegung)
que interpreta (pone en juego para que se la juegue) lo absoluto.
El arte prepara las condiciones para superar la inmediatez de lo dado
y conducirlo hasta la idealidad. Pero si la Idea no logra convertirse en el
rendimiento específico de la representación estética, entonces el espíritu
debe pasar por encima de ella. En la medida en que el espíritu llega a ser
para sí, lo sensible le resulta algo indiferente y efímero. Y esta exigencia
marca el carácter del mundo moderno. En la modernidad lo racional su-
pera al arte: la claridad de la presentación se impone al fuego del corazón.
Un concepto especulativo funciona como cierto arte (técnica) para
explotar el carácter contradictorio del determinar mismo y posibilitar la

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comparecencia del contexto. Concebir esta falta de asidero implica conce-
der su derecho a eso de lo que carece una simple determinación. Se re-
quiere, por tanto, dar forma conceptual al movimiento que transcurre a tra-
vés de la contraposición de determinaciones, se hunde y resurge a una
nueva existencia cuando tiene lugar la eliminación de ese oponer. Pero
todo ello no se puede enunciar fácilmente dada la imposibilidad de princi-
pio para articular una proposición capaz de contenerlo.
La existencia del juicio manifiesta ya la necesaria pérdida, la ausencia
irrevocable de la identidad entre sujeto y predicado. Y, no obstante, la in-
tervención del concepto en el juicio comporta, además del aspecto limita-
dor, un cierto saber pragmático (reflexionante) sobre las condiciones de uso
sin el que no habría juicio, es decir, relación entre lo universal y el caso
particular. Podría decirse entonces que alguna visión de conjunto se halla
vigente por el hecho de tener lugar la operación judicativa. Que el concep-
to sea, en un sentido, el sujeto total del juicio y, en otro, permanezca con-
finado en el predicado es lo que, para Hegel, explica el conflicto que acon-
tece en esa forma del pensar. La forma que haga posible la “visión total”
debería ser una suerte de operación que no cancele las diferencias, única-
mente las asuma-releve (hebt auf). Y justamente por ello, el concepto reali-
zado, la Idea, no puede significar el fin de toda negatividad o la expresión
de un simple fondo quieto. Una identidad de este tipo solo es posible bajo
las condiciones del entendimiento. De manera diferente, “el concepto” en-
carna la exigencia de que el “es” vacío de la cópula sea puesto como la
unidad determinada de los extremos. Ahora bien, no puede darse una có-
pula no vacía; si esta se cumplimenta, eso significa que ya no se habita una
proposición, sino la “proposición especulativa” –y esta es otra historia.
El Tractatus hizo célebre la idea de que la forma lógica únicamente
puede mostrarse, que el intento de enunciarlo conduce a la formación de
proposiciones a las que cabría denominar “dialécticas” en el sentido hege-
liano, pues aunque resultan absurdas, irregulares y chocantes (unsinnig), no
se trata sin embargo de meras contradicciones que, precisamente por care-
cer de sentido, ni siquiera constituirían cosa. Aquellas expresan una inquie-

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tante Intention auf die Sprache. En el caso de Hegel proporcionan cancha
de juego a la experiencia de que el hundimiento de la proposición no se
queda en nada, que puede interiorizarse en forma de recuerdo –¿para ver
“correctamente” el mundo? (cf. TLP 6.54). La cualidad especulativa del
concepto se percibe en el proceder rememorativo, que recorre en sentido
contrario la serie de deducciones lógicas, haciendo explícito el procedi-
miento que ha hecho posible el desarrollo categorial. Lo absoluto única-
mente puede presentarse en la evocación de ese camino convulso.
Hegel pretende convertir en saber el entramado que articula tanto el
ser como el concepto. Wittgenstein niega que eso sea posible. De ahí la in-
teresante convergencia entre las dos cuestiones: “proposición especulativa”
y presentación sinóptica.
La dificultad para enunciar el fondo o el limo constituye el estado me-
nesteroso de la filosofía. Pero significa también, según Hegel, el impulso
hacia un relevo (realización en el sentido de Marx) de la posición filosófica
misma. En ese transponer acontece lo especulativo. También en la terapéu-
tica wittgensteiniana alienta esta idea de una filosofía que, por su propio
interés, ha de ser conducida a su realización-relevo.
No obstante, la verdad especulativa no se deja contener en una pro-
posición solitaria. Se requiere más de una proposición y ninguna proposi-
ción; algo así como el resultado de una reflexión de la reflexión que haga
posible que el contenido mismo reflexione y se articule como sistema dia-
léctico-especulativo. Eso significa que el concepto tiene que poseer una es-
tructura (meta)reflexiva; que su contenido no es otra cosa que el movimien-
to de los conceptos. La potencia de la justificación sistémica no proviene,
como se afirma constantemente, de que Hegel absorba en él las diferencias
irreductibles, sino de que considera desde una perspectiva de conjunto la
razón compareciente, en juego. Y este constituye aún otro rendimiento de
esa universalidad no reductora que representa la übersichtliche Darstellung
wittgensteiniana. Una Summa en la que se compendia la experiencia de las
Disputationen. Esa suerte de Enciclopedia viene representada por las Philo-
sophische Untersuchungen (su propia forma de compresión breve y singu-

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lar). Hegel piensa que es necesario justificar los pasos de esa conjugación
absoluta. Para Wittgenstein ese empeño ha perdido relevancia (ya no se tra-
ta de absoluto sino de Beispiel), aunque eso no invalida la necesidad de
una visión total (diferencia en la identidad, aunque también comprensión
de algo así como la hegeliana identidad de identidad y no identidad).
Por eso el concepto (especulativo) puede ser visto como una estructu-
ra similar en ciertos aspectos a una sociedad. En ella tendría lugar la con-
traposición entre lo individual y la totalidad, así como la lucha por el reco-
nocimiento. Un acontecer (Geschehen) que desborda cada posición y se
ex-tiende en la forma de historia (Geschichte). Representa asimismo una
Historie, un comprender lo acontecido. Esa estructura reflexiva reflexionada
es lo que, en la concepción hegeliana, da lugar a una identidad especulati-
va. También para Wittgenstein las palabras se comportan unas con otras de
una manera determinada en el signo proposicional; y por eso este aconte-
ce, es un hecho (TLP 3.14). Pero de la misma forma que la sociedad no es
un individuo (aunque se diga una), tampoco el concepto especulativo es un
concepto.
La impertinencia “esencial” que afecta a la proposición obliga a des-
plegar expedientes metafóricos que hagan posible ver lo común a través del
ver común. La metáfora, que responde a la forma “sí es no es”, cobra rele-
vancia en este contexto porque la identidad especulativa no es una identi-
dad corriente. Para probarse requiere un reflexionar hacia dentro de sí del
concepto. En ese (!) sentido el concepto especulativo es un “ver metafóri-
co” del tipo que Wittgenstein encuadraría bajo su consideración de “ver
aspectos”. La metaforicidad resulta de proponer el vínculo viviente e infini-
to del todo pensado en sus partes (Derrida, Glas: 86). Ello implica cierto
grado de éxito (artístico), no hay metáforas fracasadas. No se puede replicar
a una metáfora: “sé lo que quieres decir y es falso”, porque, si fuera falso
no se sabría qué se quiere decir. A Wittgenstein le interesa la ejemplifica-
ción como forma de probar nuevos ensayos de composición (variantes de
lo real, variantes conceptuales). Componer o deponer. Solo se es libre (suel-
to) al ponerse en juego –como la autoconciencia, como el pueblo. La ex-

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ploración (pragmatista) del juego (de sus ejemplificaciones) representa, así,
una incursión en lo absoluto, en lo suelto. El juego es desmontaje, varia-
ción, prueba. Pero debe dominar la forma: aunque la forma comporta tér-
mino, límite: “Un concepto se impone. (No debes olvidar esto)” (PhU, II,
xi: 469). Lo absoluto comparece en el juego –pero a su manera. Pese a ello,
a Hegel le convence la metáfora lo mismo que el arte.
La cuestión metafísica acontece lógicamente en Hegel en la forma de
una rememoración (sich erinnern) del ser que conduce a la esencia al tiem-
po que se desplaza más allá (meta) de lo determinado. El “sido” de la esen-
cia –“Wesen” – “gewesen” – τὸ τί ἦν εἶναι (quod quid erat esse)– posee
un carácter especulativo especial: un volver en sí que no significa el regreso
a lo que ya fue (¿cómo podría ello tener lugar si el “ya no” carece de ser?),
sino más bien a lo que era; y de alguna manera eso nunca ha sido porque
se trata más bien de una nada, de un posible.
Puesto que la metafísica se inicia en ese desplazamiento hacia lo po-
sible, queda en cierto modo en el aire. La WdL subrayará su divergencia
respecto de la “metafísica anterior” convirtiéndose en una “kritische Darste-
llung” de sus categorías que tiene como resultado una recomposición de las
mismas. En ese acto reconfigurador no se tematiza el mundo sino su Ver-
bindlichkeit.
En el caso de Wittgenstein, su concepción de la “autonomía de la
gramática” lo mantuvo durante un largo trecho al margen de ciertos com-
promisos metafísicos, próximo al punto de vista hegeliano (que la metafísi-
ca es lógica). Para él, la filosofía no construye una teoría sobre el mundo (ni
otro mundo), sino que intenta comprender la gramática de los juegos; y “La
gramática no es responsable de ninguna realidad” (BT § 56). Funciona de
un modo arbitrario. Eso quiere decir que no se orienta al logro de un obje-
tivo externo. Se ocupa del sentido pero no de la verdad de las oraciones. Y
aunque establece las condiciones para el significado que permiten llevar a
cabo una comparación entre el contenido proposicional y la realidad, no es
una teoría que verse sobre lo que hay.

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Hegel ya había insistido en que la filosofía no debe decirle al mundo
cómo debe ser, sino proporcionar una forma conceptual adecuada a lo que
es, justificarlo. En tanto que averiguación de lo racional, ha de ser entendi-
da como la comprensión de lo realmente efectivo, rigiéndose por el princi-
pio ya célebre: lo que es racional es real, y lo que es real es racional.
El idealismo wittgensteiniano se origina a partir de la insistencia en
que la pregunta por la verdad solo puede ser planteada “en nuestro lengua-
je” (PhU § 136; cf. PhU § 24). La renuncia a la teoría, así como el descripti-
vismo, responden a una apuesta por dejar en suspenso el asunto hasta que
se resuelvan los problemas (filosóficos) de orientación.
No obstante, las postreras entradas del manuscrito que se publicaría
con el título Sobre la certeza han estimulado una interpretación que diver-
ge de la tesis de la autonomía de la gramática. Se apoya en enunciados
como este: “¿No es acaso evidente que la posibilidad de un juego de len-
guaje está condicionado por ciertos hechos?” (ÜG § 617). Da la sensación
de que con ello entra en escena una posición metafísica de corte naturalista
y que la cuestión de la verdad ya no puede ser obviada. Además, al transi-
tar desde una perspectiva semántica a otra construida sobre la teoría del
conocimiento, Wittgenstein se abriría a dejar atrás el relativismo originado
por haber concebido los juegos con una soltura que impedía establecer cri-
terios de validez universales. Ahora aquellos quedarían anclados a la reali-
dad. El § 616 es citado a menudo en este contexto: “…¿sería inconcebible
que permaneciera en la silla (Sattel) por mucho que se resistieran los he-
chos?”. (Por falta de tiempo, no discutiremos aquí este controvertido asun-
to).
En fin. Pueden encontrarse ciertos destellos especulativos en Wittgens-
tein; p.e. cuando aborda las tensiones a las que se ve sometida la proposi-
ción, explora las condiciones del seguimiento de las reglas, se pregunta por
el papel de las certezas básicas en el contexto de las prácticas epistémicas
o investiga las maneras de aprehender la realidad bajo diferentes aspectos,
las razones de la estética o de la religión, etc., buscando de ese modo el
(tras)fondo. En todos esos campos la razón se ve confrontada con ciertas

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necesidades que no se dejan satisfacer mediante el empleo corriente de los
conceptos: metafóricas o de variación, de ensanchamiento experiencial de
la mirada, etc. Cabría llamar a eso experiencia o presentación especulativa.
¿Pero no cargaríamos entonces sobre sus hombros un excesivo peso metafí-
sico? Pues el “sistema” de certezas constituye para él una totalidad integra-
da por elementos que se soportan mutuamente (en equilibrio pragmático),
mas no se trata de un edificio que descanse sobre cimientos firmes. Tal
como sucede con el río que aparece en la metáfora más importante de So-
bre la certeza, el centro es centro únicamente porque otras partes hacen de
periferia; además, solo de momento. No es, por tanto, un asunto de solidez
arquitectónica sino de ese hacer confiado al que, justamente, se llama jue-
go. De manera diferente (peso similar en su estilo) Hegel aspira a elaborar
un sistema bien trabado del saber filosófico. Desconfía, como se ha dicho,
de la metáfora. Pretende llevar a cabo una Aufhebung de la reflexión. Sin
embargo, al final solo la interioriza y la convierte en la vida del concepto,
de tal modo que esa pelota que deja botando sobre el punto de penalti,
puede ser empujada por Wittgenstein hasta el interior de la portería tardo-
moderna.

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