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Thomas Stearns Eliot (1888 – 1965)

FUNCIÓN SOCILA DE LA POESÍA

Como el título de este ensayo probablemente sugerirá diferentes cosas a distintas


personas, se me perdonará si explico primero lo que no quiero decir antes de intentar explicar
lo que sí pretendo. Cuando hablamos de la “función” de algo por lo regular pensamos en el
papel que ese algo debería desempeñar, en vez de pensar en el que desempeña o ha
desempeñado. Ésa es una importante diferencia, pues no pretendo hablar acerca de lo que yo
pienso debería ser el papel de la poesía. Quienes nos dicen lo que la poesía tiene que hacer,
especialmente si ellos mismos son poetas, usualmente tienen en mente el tipo especial de
poesía que a ellos les gustaría escribir.

Siempre es posible, claro está, que la poesía pueda tener en el futuro un fin distinto al
que ha tenido en el pasado; pero, aún así, vale la pena definir qué función tuvo en el pasado,
tanto en un tiempo como en otro, en una lengua como en otra, universalmente. Fácilmente
podría escribir sobre lo que yo hago, o me gustaría hacer, con la poesía y entonces tratar de
persuadirlos a ustedes de que esto es exactamente lo que todos los buenos poetas han
intentado hacer o debieron haber hecho en el pasado -sólo que ellos no acertaron
completamente, aunque tal vez no haya sido su culpa. Más me parece probable que si la poesía
-y quiero decir toda la gran poesía no ha tenido función social en el pasado, probablemente no
la tenga en el futuro. Cuando digo toda la gran poesía, quiero evitar otra manera de tratar el
tema. Uno puede tomar los distintos tipos de poesía uno tras otro y discutir la función social de
cada uno sin resolver la cuestión general de cuál es la función de la poesía como poesía.

Quiero hacer la distinción entre la función general y la particular, de modo que así
sepamos de lo que no estamos hablando. La poesía puede tener un deliberado, consciente,
propósito social. Este fin es a menudo muy claro en sus formas primitivas. Hay, por ejemplo,
runas y cantos tempranos, algunos de los cuales tenían claras finalidades mágicas -prevenir el
mal de ojo, curar alguna enfermedad o invocar a algún demonio. La poesía se ha usado desde
épocas remotas en rituales religiosos y, aún hoy, cuando nosotros entonamos un himno,
estamos usando la poesía para un determinado fin social. Las primeras formas de épica y saga
pueden haber transmitido lo que pudo ser historia antes de quedar sólo para entretenimiento
de la comunidad; y antes del uso de la lengua escrita, una versificación regular pudo haber sido
una enorme ayuda para la memoria -y la memoria de los primitivos bardos, certeros y
estudiosos, debió ser prodigiosa.

En sociedades más avanzadas, como la de la antigua Grecia, las funciones sociales


reconocidas de la poesía son también muy conspicuas. El drama griego es resultado de ritos
religiosos y permanece como una formal ceremonia pública asociada con celebraciones
religiosas tradicionales; la oda pindárica se desarrolla con relación a una celebración social
particular. Ciertamente, estos usos definitivos le dieron a la poesía una estructura que hizo
posible su perfeccionamiento en determinados géneros.

En gran parte de la poesía moderna permanecen estas formas, tales como la del himno
religioso que anteriormente mencioné. El significado del término poesía didáctica ha
experimentado transformaciones. Didáctica puede significar “transmisora de información”, o
puede significar “transmisora de instrucción moral”, o puede significar algo que abarque ambas
cosas. Las Geórgicas de Virgilio, por ejemplo, son poesía muy hermosa y contienen información
muy profunda sobre agricultura. Pero parecería imposible en la actualidad escribir un libro
moderno sobre agricultura que a la vez fuese buena poesía: por un lado la materia misma se ha
hecho mucho más compleja y científica y, por otro, puede ser más legible en prosa.

Nosotros no escribiríamos, como los romanos, tratados astronómicos y cosmológicos en


verso. El poema cuyo propósito evidente es transmitir información ha sido superado por la
prosa. La poesía didáctica gradualmente se ha limitado a la poesía de exhortación moral o a la
poesía cuyo propósito es persuadir al lector del punto de vista del autor sobre algo. Por eso
contiene en sí buena parte de lo que se puede llamar sátira, aunque la sátira se sobreponga a la
burla y la parodia, cuya finalidad es en primer término hacer gracia. Algunos de los poemas de
Dryden, en el siglo XVII, son sátiras por cuanto pretenden ridiculizar a los objetos contra los
cuales son dirigidos, y también didácticos por cuanto a su propósito de persuadir al lector de un
particular punto de vista político o religioso; de tal suerte, y además al mismo tiempo, hacen
uso del método alegórico de disfrazar de ficción la realidad.

La sierva y la pantera, que pretende convencer al lector de que el derecho estaba de


parte de la Iglesia de Roma contra la Iglesia de Inglaterra, es el poema más notable de esta
clase. En el siglo XIX buena parte de la poesía de Shelley está inspirada por el celo de las
reformas políticas y sociales. En cuanto a la poesía dramática, se tiene una función especial
inherente a ella. Mientras que hoy la mayor parte de la poesía es escrita para leerse en soledad
o para ser leída en voz alta en compañía reducida, el verso dramático por sí solo tiene como
propia función la de hacer una impresión inmediata, colectiva, sobre un gran número de
personas reunidas para presenciar un episodio imaginario sobre un escenario.

La poesía dramática es diferente de cualquier otra, pero como sus leyes específicas son
las del drama, su función queda incluida en la del drama en general, y no estoy tocando aquí la
función específica del drama. Por lo que toca a la función especial de la poesía filosófica, sería
necesario un análisis y un recuento histórico de cierta envergadura. Creo haber mencionado ya
suficientes tipos de poesía como para dejar claro que la función especial de cada uno está
relacionada con alguna otra función: la de la poesía dramática, al drama; la de la poesía
didáctica de información, a la función de su propia materia; la de la poesía didáctica filosófica,
religiosa, política o moral, a la función de estas disciplinas.

Pudiéramos examinar la función de cualquiera de estos tipos de poesía y aún dejar


intacta la cuestión de la función de la poesía. Para todos estos tipos puede usarse la prosa. Pero
antes de continuar quiero descartar una objeción que pudiera hacerse. La gente a veces
desconfía de cualquier poesía que tiene un fin particular: la poesía donde el poeta sostiene
puntos de vista sociales, morales, políticos o religiosos. Y los hay muchos más inclinados a decir
que eso no es poesía cuando no gustan de un particular punto de vista; así como hay otros que
a menudo piensan que algo es verdad en poesía porque, eventualmente, expresa un punto de
vista acorde con ellos.

He de decir que la cuestión de si el poeta usa su poesía para defender o atacar una
actitud social, no tiene importancia. Malos versos pueden tener un auge transitorio cuando el
poeta refleja una actitud popular circunstancial; pero la genuina poesía sobrevive no sólo al
cambio de la opinión pública sino a la completa extinción del interés en los sucesos con los
cuales el poeta estaba apasionadamente comprometido. El poema de Lucrecio permanece
como un gran poema aunque sus conceptos de física y astronomía estén desacreditados; el de
Dryden, aunque las querellas políticas del siglo XVII ya no nos conciernan; un gran poema del
pasado puede proporcionar aún gran placer, aunque su tema sea de los tratados en prosa hoy
en día.

Ahora, si queremos averiguar la función social de la poesía, debemos atender


primeramente sus funciones más obvias, aquellas que debe desempeñar si ha de desempeñar
alguna. Pienso que la primera de la cual podemos estar seguros, es la de proporcionar placer. Sí
ustedes preguntan qué clase de placer, entonces solamente puedo responder: la clase de placer
que la poesía proporciona; simplemente porque cualquier otra respuesta nos llevaría lejos, al
terreno de la estética y a la cuestión general de la naturaleza del arte. Supongo que se estará de
acuerdo en que todo buen poeta, sea grande o no, tiene algo que darnos además del placer. Si
tan sólo nos diera placer, éste por sí mismo no podría ser del tipo más elevado. Más allá de
cualquier intención específica que la poesía pueda tener, tal como lo he ejemplificado ya con
los distintos tipos de poesía, siempre la comunicación de alguna nueva experiencia o alguna
fresca percepción de lo cotidiano o la expresión de algo que nosotros hemos experimentado,
pero para lo cual no tenemos palabras, que aumenta nuestra conciencia o refina nuestra
sensibilidad.

Pero no es a este beneficio individual de la poesía ni a la calidad del placer individual, a


lo que este escrito se refiere. Todos entendemos, creo, tanto el tipo de placer que la poesía
puede proporcionar, como la clase de transformación, más allá del placer, que opera en
nuestras vidas. Si no produce estos dos efectos, simplemente no es poesía. Podemos reconocer
esto, pero al mismo tiempo soslayar algo que hace por nosotros como colectividad, como
sociedad. Y lo digo en el sentido más amplio, pues pienso que es importante que todo pueblo
tenga su propia poesía, no solamente por aquellos que gozan de ella -esa gente siempre estaría
en posibilidades de aprender otras lenguas y disfrutar su poesía- sino porque de hecho produce
un cambio en la sociedad considerada como un todo, y eso abarca a la gente que no disfruta de
la poesía y hasta aquellos que ignoran los nombres de sus propios poetas nacionales. Ése es el
verdadero objeto de este ensayo.

Observamos que la poesía difiere de cualquier otro arte en que tiene un valor para la
gente de la raza y lengua del poeta que no puede tener para ninguna otra. Es verdad que aún la
música y la pintura tienen un carácter local y racial, pero ciertamente para un extranjero las
dificultades en su apreciación son mucho menores. Es verdad, por otra parte, que los escritos
en prosa tienen una significación en su propia lengua que se pierde en la traducción, pero todos
sentimos que perdemos mucho menos leyendo una novela traducida que leyendo un poema, y
la pérdida en la traducción de algunos tipos de trabajo científico es virtualmente nula. Que la
poesía es mucho más local que la prosa puede verse en la historia de las lenguas europeas.

A través de toda la Edad Media y hasta hace unos cuantos siglos el latín fue la lengua de
la filosofía, la teología y la ciencia. El impulso hacia el uso literario de las lenguas populares
comenzó con la poesía. Y esto aparece como algo perfectamente natural cuando advertimos
que la poesía tiene que ver en primera instancia con la expresión del sentimiento y la emoción,
y que sentimiento y emoción son particulares, en tanto que el pensamiento reflexivo es general.
Es más sencillo pensar en otra lengua que sentir en otra lengua. Por lo tanto, ningún arte es
más obstinadamente nacional que la poesía. Un pueblo puede ser apartado de su lengua y se le
puede imponer otra en las escuelas pero a menos ese pueblo a sentir en una lengua nueva no
se habrá erradicado la primera y reaparecerá en la poesía, que es el vehículo del sentimiento.

He dicho “sentir en una lengua nueva”, y quiero decir algo más que sólo “expresar sus
sentimientos en una lengua nueva”. Un pen­samiento expresado en una lengua distinta puede
ser prácticamente el mismo pensamiento, pero un sentimiento o una emoción expresada en
una lengua distinta no es el mismo sentimiento ni es la misma emo-ción. Una de las razones
para aprender bien al menos una lengua extranjera es que adquirimos una especie de
personalidad suplementaria; una de las razones para no adquirir una nueva lengua en vez de la
propia, es que la mayoría de nosotros no quiere convertirse en otra persona distinta.
Una lengua superior raramente puede ser exterminada, a menos que se extermine al
pueblo que la habla. Cuando una lengua reemplaza a otra, generalmente se debe a que esa
lengua tiene ventajas que la elevan y que la hacen no solamente distinta, sino más basta y más
refinada, no sólo para el sen-timiento, sino también para el pensamiento, que la lengua más
primitiva. Sentimiento y emoción son, pues, expresados mejor en la lengua común del pueblo -
esto es, en la lengua común a todas las clases; la estructura, el ritmo, el sonido, el dialecto de
una lengua expresa la personalidad del pueblo que la habla. Cuando digo que es la poesía, más
que la prosa, lo que concierne a la emoción y al sentimiento, no quiero decir que la poesía no
deba tener contenido y significación intelectual o que la gran poesía no contenga más de tal
significación que la poesía menor.

Pero profundizar en ello me alejaría de mi propósito inmediato. Daré por sentado que la
gente encuentra la expresión más consciente de sus más profundos sentimientos en la poesía
de su propia lengua, más que en cualquier otro arte o que en la poesía de otras lenguas. Esto no
quiere decir, por supuesto, que la verdadera poesía se limite a los sentimientos que todo
mundo puede identificar y entender; no debemos limitar la poesía a la poesía popular. Basta
que en un pueblo homogéneo los sentimientos de los más refinados y complejos tengan algo
en común con los de la gente más burda y simple, lo cual no comparten con la gente de su
mismo nivel en otra lengua. Y cuando una civilización sea sana, el gran poeta tendrá algo que
decir a su compatriota de cualquier nivel cultural.

Podemos decir que el compromiso del poeta, como poeta, con el pueblo es solo
indirecto. El compromiso directo es con su lengua, primero para preservarla y, segundo, para
difundirla y enriquecerla. Al expresar lo que otra gente siente también está transformando el
sentimiento al hacerlo mis consciente; hace a la gente aún mis consciente de lo que siente
enseñándose, así, algo sobre sí misma. Pero él no es sólo una persona más consciente que la
generalidad, como individuo también es diferente a otros e incluso diferente de otros poetas, y
puede hacer partícipes a sus lectores conscientemente de nuevos sentimientos que no habían
experimentado antes. Esa es la diferencia entre el escritor que solamente es excéntrico o locuaz
y el poeta genuino. El primero puede tener sentimientos que son únicos, pero que no pueden
ser compartidos y que, por lo tanto, son inútiles; el último descubre nuevas variantes de la
sensibilidad que pueden ser apropiadas por otros. Y al expresarlas desarrolla y enriquece la
lengua que él habla.

He hablado bastante sobre las impalpables diferencias del sentir entre un pueblo y orto,
las cuales se reafirman en y se desarrollan mediante sus distintas lenguas. Pero la gente no sólo
experimenta el mundo de distintas maneras en diferentes lugares, lo experimenta
distintamente en diferentes momentos. De hecho, nuestra sensibilidad está cambiando
constantemente, conforme el mundo a nuestro alrededor lo hace. Nuestro mundo no sólo no
es el mismo que el chino o el hindú, sino que tampoco es el mismo de nuestros ancestros,
varios siglos atrás. No es el mismo de nuestros padres y finalmente, ni aun nosotros somos
exactamente los mismos de hace un año. Esto es obvio; pero lo que no resulta tan obvio es que
ésta sea la razón de que no podamos dejar de escribir poesía. La mayoría de la gente con
educación se enorgullece de los grandes autores en su lengua, aunque jamás los haya leído, tal
como se enorgullece de cualquier otro rasgo distintivo de su país. Incluso algunos autores son
suficientemente célebres como para ser mencionados ocasionalmente en discursos políticos.
Pero la mayoría de la gente no entiende que eso no basta; que a menos de que sigan
produciendo grandes autores, y especialmente grandes poetas, su lengua se deteriorará, su
cultura se deteriorará y tal vez sea absorbida por otra más fuerte.

Un punto importante es, desde luego, que si nosotros no tenemos literatura viva nos
alienaremos más y más en la literatura del pasado. A menos que mantengamos la continuidad,
nuestra literatura pasada se tornará cada vez más remota para nosotros hasta que nos sea tan
extraña como la literatura de un pueblo extranjero. Pues nuestra lengua continúa
transformándose; nuestro modo de vida cambia bajo la presión de las transformaciones
materiales de nuestro entorno en todos los sentidos; y a menos de que contemos con estos
pocos hombres que combinan una sensibilidad excepcional con un excepcional dominio de las
palabras, nuestra propia capacidad, no sólo de expresar sino aun de sentir hasta las emociones
más crudas, degenerará.

Poco importa si el poeta tuvo en su tiempo una gran audiencia. Lo que importa es que
tenga al menos un auditorio reducido en toda generación. Hasta ahora lo que he dicho sugiere
que su importancia es en relación a su momento, o que los poetas muertos dejan de sernos
útiles a menos de que tengamos poetas vivos también. Sin embargo, quisiera recalcar que si un
poeta se hace de una gran audiencia en poco tiempo, es digno de sospecha; pues nos hace
temer que no está haciendo nada nuevo, que solamente está dando a la gente lo que está
acostumbrada a recibir, es decir, aquello que ya había obtenido de poetas precedentes.Pero
que el poeta tenga su correcta pequeña audiencia en su propio momento es importante.
Siempre ha de haber una reducida vanguardia que aprecie la poesía, independiente y de algún
modo adelantada a su tiempo, o lista a asimilar lo nuevo más rápidamente. El desarrollo de la
cultura no significa incorporar a todo el mundo a la vanguardia, lo que no pasaría de obligar a
todos a mantener el paso; significa el mantenimiento de una élite cuyos lectores más pasivos, y
quienes a su vez son los más, estén a no más de una generación atrás.

Las transformaciones y desarrollos de la sensibilidad que aparecen primero en unos


cuantos, actuarán también, gradualmente, en la lengua a través de su influencia en otros y muy
pronto a través de su influencia en autores populares, y con el tiempo se habrán establecido
completamente: un nuevo avance se habrá llevado a cabo. Aún más, es a través de los autores
vivos que los muertos siguen con vida. Un poeta como Shakespeare ha influido a la lengua
inglesa muy profundamente no sólo por su influencia sobre sucesores inmediatos. Los poetas
mayores presentan aspectos que no asoman a la luz de una sola vez; mediante el ejercicio
directo de su influencia sobre otros poetas siglos más tarde, ellos siguen afectando a la lengua
viva. No hay duda de que si en nuestros días un poeta quiere aprender a usar la palabra, debe
estudiar devotamente a aquellos que mejor la usaron en su tiempo; a quienes, en su tiempo,
renovaron la lengua.

Hasta aquí solamente he sugerido el fin hacia el cual creo puede decirse que la poesía
tiende. Esto puede quedar más claro diciendo que a la larga la poesía transforma el habla, la
sensibilidad, las vidas de todos los miembros de la sociedad, de todos los miembros de la
comunidad, de todo el pueblo, lean y disfruten de la poesía o no, sepan o no los nombres de
sus grandes poetas. La influencia de la poesía en la periferia ulterior es, claro, muy difusa, muy
indirecta, muy difícil de probar. Es como seguir el vuelo de un ave o de un aeroplano en un cielo
despejado: si ustedes lo vieron cuando estaba muy cerca y no le quitaron la vista de encima
conforme él se alejaba más y más, lo pueden ver aún a una gran distancia, a una distancia que
el ojo de otra persona a quienes ustedes tratan de señalárselo le será imposible localizar. Así, si
ustedes siguen la influencia de la poesía a través de aquellos lectores que son los más afectados
por ella hasta la gente que jamás lee, la encontrarán presente donde quiera.

Al menos la encontrarán si la cultura nacional está viva y saludable, ya que en una


sociedad saludable hay una continua influencia recíproca e interacción de cada parte sobre las
otras. Y esto es lo que quiero decir con “función social de la poesía” en su sentido más amplio:
lo que, en la medida de su vigor y excelencia, afecta el habla y la sensibilidad de toda la nación.
No se piense que digo que la lengua que hablamos está determinada solamente por nuestros
poetas. La estructura de nuestra cultura es mucho más compleja. Con seguridad sería
igualmente cierto que la calidad de nuestra poesía depende de la forma en que el pueblo use su
lengua: un poeta debe tomar como materia su propia lengua tal y como es hablada alrededor
suyo en ese momento. Si está en desarrollo, él saldrá ganando; si está en decadencia, debe
sacar el mejor provecho.

La poesía puede en cierto grado preservar y aun restaurar, la belleza de una lengua;
puede y también debe ayudarla en su desarrollo, ayudarla a llegar a ser tan sutil y precisa en las
condiciones más difíciles y para los fines cambiantes de la vida moderna, como lo fue en y para
una época menos compleja. Más la poesía, como cualquier otro elemento en esa misteriosa
personalidad que llamamos nuestra “cultura”, ha de depender de gran número de
circunstancias que están fuera de su control. Esto me conduce a posteriores reflexiones de
naturaleza más general. Hasta aquí mi énfasis se ha centrado en la función local y la función
nacional de la poesía, y esto debe matizarse. No quisiera dejar la impresión de que la función de
la poesía es la de dividir a la gente; pues, no creo que las culturas de los numerosos pueblos
europeos puedan florecer aisladas las unas de las otras. No cabe duda que en el pasado ha
habido grandes civilizaciones productoras de gran arte, gran pensamiento y gran literatura que
se desarrollaron aisladas. De eso no puedo hablar con certeza, ya que puede ser que algunas de
ellas no hayan estado tan aisladas como a primera vista parece. Pero en la historia de Europa
esto no ha sido así. Hasta la antigua Grecia debe mucho a Egipto y algo a sus vecinos asiáticos; y
en las relaciones de los estados griegos unos con otros, con sus diferentes dialectos y distintas
costumbres, podemos encontrar una influencia recíproca y análogos estímulos a aquellos de los
países de Europa entre sí.

Pero la historia de la literatura europea no mostrará que alguno haya sido independiente de
otros; ames bien, que ha habido un constante dar y tomar, y que cada cual ha sido en su
momento, de tiempo en tiempo, revitalizado por estímulos externos. Una autarquía general en
la cultura simplemente no funcionaría; la esperanza de perpetuar la cultura de cualquier país se
sustenta en la comunicación con otras. Pero si la separación de las culturas en la unidad de
Europa es un peligro, igualmente lo sería una unificación que condujera a la uniformidad. La
diversidad es tan esencial como la unidad. Por ejemplo, hay mucho que decir sobre ciertos
fines particulares de una lengua franca universal como el esperanto o el inglés básico. Pero,
suponiendo que toda comunicación entre naciones se llevara a cabo en una lengua artificial
semejante, ¡qué imperfecta sería! O, más bien, sería totalmente adecuada en algunos aspectos
y completamente falta de comunicación en otros. La poesía es un constante recordatorio de
todas las cosas que sólo pueden ser dichas en una lengua y que son intraducibles.

La comunicación espiritual entre un pueblo y otro no puede ser llevada a cabo sin los
individuos que se toman el trabajo de aprender por lo menos una lengua extranjera tan bien
como uno puede aprender la propia y que en consecuencia estén en posibilidades, en mayor o
menor grado, para sentir en otra lengua tanto como en la suya propia. Y nuestra comprensión
de otro pueblo necesita ser complementada por la comprensión de nosotros por parte del otro
pueblo mediante aquellos individuos que se han echado a la tarea de aprender nuestra lengua.

A propósito, el estudio de la poesía de otro pueblo es peculiarmente instructivo. He


dicho que hay cualidades de la poesía de toda lengua que solamente los hablantes nativos
pueden entender. Pero esto tiene también su otra cara. A veces me he encontrado al tratar de
leer una lengua que no domino muy bien, con que no entiendo un fragmento de prosa hasta
que no aplico la norma del maestro de escuela, es decir, hasta que no estoy seguro del
significado de cada palabra y comprendo la gramática y la sintaxis; entonces puedo pensar el
párrafo en inglés. Pero también me he encontrado otras veces con que un fragmento de poesía,
que no podía traducir y que contenía numerosas palabras extrañas a mí y oraciones que no
podía construir, comunicaba algo inmediato y vívido, únicamente, distinto de cualquier cosa en
inglés -algo que no podía poner en palabras y, sin embargo, entendía. Y al aprender mejor esa
lengua he encontrado que tal impresión no era ilusión, no era algo que yo imaginara estar en la
poesía, sino algo que realmente estaba allí. De este modo ustedes pueden, por así decirlo,
entrar en otro país antes de que su pasaporte sea expedido o su pasaje adquirido. Casi
inadvertidamente, al cuestionar la función social de la poesía nos hemos introducido, en toda
esta cuestión de la interrelación de los países de lenguas distintas, pero culturalmente cercanos.

Ciertamente no intento pasar a cuestiones puramente políticas, pero desearía que


aquellos a quienes preocupan las cuestiones políticas cruzaran más a menudo hacia estas que
he estado considerando, pues ellas ofrecen el aspecto espiritual de problemas cuyo lado
material atañe a la política. A este lado de la línea le concierne las cosas vivientes que tienen
sus propias leyes de crecimiento, que no siempre son razonables, pero que deben ser
aceptadas por la razón: cosas que no pueden ser esmeradamente planeadas y ordenadas así
como no se pueden disciplinar los vientos, las lluvias y las estaciones. Si, finalmente, tengo
razón en creer que la poesía tiene una “función social” para todo el pueblo hablante de la
lengua del poeta, esté o no al tanto de su existencia, resulta que es importante para cada
pueblo de Europa que los otros sigan teniendo poesía. No puedo leer poesía noruega, pero si
me dijeran que ya no se iba a escribir poesía en lengua noruega, sentiría una alarma más allá de
una generosa simpatía. Lo vería como una mancha enfermiza que probablemente se esparciera
sobre todo el continente; como el comienzo de una decadencia que significaría la posibilidad de
que la gente de todos lados perdiera la capacidad de expresarse y, consecuentemente, de
sentir las emociones de los seres civilizados. Esto, desde luego, pudiera ocurrir. Mucho se ha
dicho en todas partes acerca de la decadencia de la creencia religiosa; no tanto sobre la
decadencia de la sensibilidad religiosa.

El problema de la edad moderna no es meramente la incapacidad de creer cierras cosas


sobre Dios y el hombre que nuestros ancestros creían, sino la incapacidad de sentir a Dios y al
hombre como ellos lo hicieron. Una creencia en la que ustedes ya no creen es algo que hasta
cierto punto aún pueden entender, pero cuando el sentimiento religioso desaparece, las
palabras mediante las cuales los hombres han luchado por expresarlo devienen vacías de
sentido. Es muy cierto que el sentimiento religioso varía naturalmente de país a país y de una
época a otra, tanto como varía el sentimiento poético; el sentimiento varía aun cuando la
creencia, la doctrina, permanezca igual. Pero ésta es una condición de la vida humana y a lo que
temo es a la muerte. Es igualmente posible que el sentimiento de la poesía, y los sentimientos
que constituyen el material de la poesía, desaparezcan en todos lados, cosa que pudiera ayudar,
quizás, a facilitar esa unificación del mundo que algunos pueblos consideran deseable por sí
misma.

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