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Definiendo La Negridad en Colombia
Definiendo La Negridad en Colombia
Peter Wade
Introducción
E xiste una relación compleja entre los conceptos empleados por los
científicos sociales y aquellos utilizados en las prácticas y discursos de
la vida cotidiana. Una narrativa común sobre esta relación sostiene que
los conceptos inicialmente son usados de manera flexible, pero una vez que
entran en los discursos científicos, como categorías analíticas, estos se fijan y se
convierten en conceptos univocales. Una narrativa alternativa insiste en que el uso
académico es flexible e incluso (de-)constructivista, y argumenta que es cuando
los conceptos entran en el dominio de las prácticas y discursos administrativos
‘oficiales’ cuando estos se esencializan y reifican. Otro relato común narra cómo
los conceptos académicos (re)entran en el mundo cotidiano de los actores sociales
como instrumentos en la disputa de las políticas identitarias: ciertos movimientos
sociales, por ejemplo, pueden retomar conceptos como raza, etnicidad, cultura,
género, y usarlos de maneras esencialistas que van completamente en contravía
con las aproximaciones (de)constructivistas provenientes de las ciencias
sociales donde dichos conceptos son entendidos como constructos flexibles y
contextualmente dependientes (Restrepo 2004).
No estoy convencido de que alguna de las narrativas anteriores sea del todo
adecuada para explicar el problema. Giddens (1990: 311) ha identificado la
creciente reflexividad del conocimiento social como una consecuencia de la
modernidad. El conocimiento de lo social producido por aquellos reconocidos
como ‘expertos’ se filtra dentro y fuera del dominio de la vida cotidiana:
nosotros, en alguna medida, somos todos teóricos sociales y compartimos un
interés común en reflexionar sobre el comportamiento de las personas. Las
personas asimilan los conceptos provenientes de las ciencias sociales, y luego
alteran su comportamiento a la luz de dichas ideas, haciendo del dominio de
lo social un objetivo permanentemente cambiante. Con la comunicación masiva
y la alfabetización, el círculo de la reflexividad se hace más cerrado y veloz.
Considero que Giddens tiene razón y es importante que sus argumentos no
hacen suposiciones sobre quién hará qué con los conceptos que circulan, como
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por ejemplo que los expertos o las prácticas cotidianas tengan una tendencia a
esencializar o a ser anti-escencialistas.
La ambigüedad de la negridad
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En los censos estatales realizados en Colombia durante las primeras décadas del
siglo XX, las categorías raciales o de color habían desaparecido (Smith 1966). Sin
embargo, en los textos escolares el estado colombiano continuaba reproduciendo
la categoría ‘negro’, al referirse a ella constantemente (Wade 2000). Por su parte,
en Brasil el estado recopiló información censal que incluía categorías como preto,
pardo, blanco y amarelo hasta 1970, momento en el que la pregunta por el color
fue abandonada para ser nuevamente incluida en 1980 (Nobles 2000: 104). No
obstante, Nobles argumenta que dicha información fue utilizada para sustentar la
progresiva mezcla y blanqueamiento del Brasil.
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Aun así, existía una diferencia entre la academia y las perspectivas activistas.
Los académicos estaban principalmente interesados por la ‘cultura negra’ de las
comunidades rurales de la Costa Pacífica (Arocha 1999, Friedemann 1974) y algunas
otras regiones (Friedemann 1976, Friedemann 1980). Los activistas eran habitantes
urbanos que enfrentaban (o padecían) la discriminación en la educación y en el
mercado laboral y de vivienda. En ese sentido, aunque compartían la preocupación
por la ‘invisiblidad’, estaban más abiertos a los análisis en clave de “relaciones raciales”
e “identidades raciales”, provenientes de sus lecturas de fuentes estadounidenses,
que ha sido principalmente el acercamiento que yo mismo he adoptado (Wade
1993). Este punto es importante para entender cómo fue la evolución de las
ideas sobre la negridad durante los años noventa, cuando la etnicidad negra y
la diferencia cultural se convirtieron en el motivo dominante, desplazando a los
marcos de análisis que se concentraban en las relaciones raciales (urbanas) y en
el funcionamiento del racismo en una sociedad de clases (que era, por ejemplo, el
acercamiento predominante en Brasil).
No es del todo claro cuáles fueron las conexiones entre Friedemann y los
estudiantes negros que formaron los grupos de los años setenta, pero al menos
algunos de esos estudiantes se familiarizaron con el trabajo de Friedemann y
fueron influenciados por él. Juan de Dios Mosquera, miembro fundador del grupo
de estudiantes Soweto de 1976, grupo que en 1982 se convirtió en Cimarrón (o
Movimiento Nacional para los derechos Humanos de las comunidades negras
en Colombia), antes de iniciar sus estudios universitarios ya había conocido al
antropólogo español Gutiérrez Azopardo, quien después escribiría una historia
pionera sobre la gente negra en Colombia (Gutiérrez Azopardo 1989, Mosquera
1985). Los miembros del grupo Soweto leyeron a Malcolm X, Martin Luther King,
Frantz Fanon y Amílcar Cabral, y también asistieron al primer Congreso de la
Cultura Negra de las Américas con sede en Cali, en agosto de 1977.1 El congreso
fue organizado por la Fundación Colombiana de Investigaciones Folclóricas, cuyo
director era el escritor y folclorista negro Manuel Zapata Olivella, importante figura
en los primeros estudios sobre la cultura negra en Colombia y vinculado con los
círculos artísticos, académicos y activistas.
A partir de estos escasos detalles, queda claro que la circulación de ideas entre
activistas y académicos era una cuestión compleja: no es fácil precisar quién
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era influenciado por quién. Algunos académicos eran también activistas, mientras
los activistas participaban también de conferencias académicas y producían
libros que formaban parte de la creciente bibliografía sobre negros en Colombia
(Mosquera 1985, Smith-Córdoba 1980). La pregunta sobre quién estaba creando (o
no) definiciones esencialistas de la negridad es también compleja. Smith-Córdoba
estaba, tal vez, actuando desde una definición esencialista de negridad cuando
abordaba a la gente que identificaba como negros en la calle con el saludo ‘Hola,
¡negro!’, ciertamente un esencialismo estratégico con el propósito de causar
una reacción. Pero la noción de huellas de africanía implicaba una forma de
escencialismo que privilegiaba los orígenes africanos como la base de la cultura
negra, siendo que la cultura negra colombiana, podría decirse, está formada tanto
de insumos de la cultura europea e indígena como de la africana. Por un lado,
tanto Smith-Córdoba como Mosquera operaban en la práctica con ideas abiertas
sobre quién podía ser útil en la organización, admitiendo gente mestiza y blanca.
Por el otro, académicos colombianos y de otros lugares criticaron la perspectiva
de Friedemann/Arocha por su enfoque africanista (Restrepo 1998, Wade 1997).
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3 http://www.renacientes.org/index.php?option=com_content&task=view&id=17&Itemid=47,
Agosto 22 de 2007.
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la idea de una única comunidad negra, que tiene un estatus de unidad culturalmente
distintiva. Por otro lado, en la práctica, el enfoque del PCN en la costa del Pacífico
Sur colombiano tiende a confundir ese ideal de grupo étnico con la diversidad de
comunidades negras de la región.
Figuras claves del PCN, como Carlos Rosero y Libia Grueso, quien tiene una maestría
en estudios políticos (Grueso 2000), todavía conservan relaciones estrechas con
antropólogos como Arturo Escobar y Eduardo Restrepo (Grueso et al. 1998).
Si el efecto final de la Ley 70 fue una definición de negridad que resultó limitante,
en la medida en que ruralizó e indianizó la negridad y dio prioridad a las diferencias
étnicas sobre el racismo, esto no se debe a un simple proceso de esencialización
y reificación que además pueda ser achacado a un grupo particular de actores.
Yo argumentaría que las prioridades estatales tuvieron una influencia decisiva
en esto, ya que esta definición se ajustaba a la agenda neo-liberal del estado,
limitando el alcance de la ley a la región de la Costa Pacífica, donde planes de
desarrollo masivo estaban ya en curso (Escobar 1997, 2003, Ng’weno 2007, Wade
2002b).4 Aún así, fueron igualmente los marcos teóricos académicos sumados a las
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Recientemente también se han podido ver en la página web del PCN documentos
que aluden al Magdalena Medio, aunque siguen siendo pocos respecto a la
gran cantidad de material que se encuentra en esa página.6 En cualquier caso,
la lucha contra el racismo es hoy por hoy una de las ‘línea de acción’ en el
PCN.7 Anecdóticamente, es interesante que Carlos Rosero, un líder del PCN, me
mencionó una vez en el 2001 que el tema del racismo, que era visto por el PCN
como con poca acogida, estaba siendo reconsiderado por la organización. De
igual manera, Hoffmann habla de “una reorientación del debate étnico hacia la
lucha anti-discriminación” (2004: 221).
La hegemonía de lo “afro”
Pero si las particulares construcciones de la Ley 70 han sido objeto de críticas –esto
sin mencionar que las tierras que se titularon frecuentemente no tienen valor por
causa del conflicto armado librado entre guerrillas, paramilitares y ejército en la Costa
Pacífica– debe atenderse también una emergente y quizás más duradera hegemonía
que se ha conformado en torno a la noción de afrocolombiano y afrodescendiente. El
término comunidades negras, todavía vigente y todavía potencialmente problemático
en relación con, por ejemplo, los contextos urbanos, ha sido incluido y hasta cierto
punto remplazado por los términos afrocolombiano y aún mas recientemente por
afrodescendiente. Las bases de este giro fueron sentadas por la noción de huellas de
africanía y fortalecidas por el énfasis dado a las distinciones de la cultura negra en
5 Otros ejemplos para el caso del Valle del Cauca son descritos por Ng’weno (2007).
6 Ver páginas sobre afrocolombianos en la sección de Libros Libres de la página web del
PCN, www.renacientes.org.
7 http://www.renacientes.org/index.php?option=com_content&task=view&id=17&Itemid=47,
31 August 2006.
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8 El Banco Interamericano de Desarrollo produjo una serie de informes sobre países sobre
el tema de los afro-latinos en 1995-6 (Sánchez 1996). El Banco Mundial organizó en junio
de 2000 y 2001 dos consultas entre agencias sobre el tema de los afro-latinos, con la
participación del BID, el Diálogo Interamericano y la Fundación Interamericana. El BM
adjudicó fondos para el proceso de titulación de tierras en la Costa Pacífica (Ng’weno
2007). Ver también el informe de la ONU sobre afrodescendientes (Santos Roland 2002).
9 Ver http://www.iadialog.org/iac/eng/events/SocialInclusionandColombianCensusDane.
htm y las páginas relevantes en la página web del Banco Mundial.
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La negridad y el mestizaje
Por otro lado, la encuesta fue hecha haciendo una diferencia entre las categorías
de negro, blanco y mestizo, y dejaba ver cómo tanto los encuestadores (quienes
debían asignar a cada persona a una de las cuatro categorías) como los encuestados
(a quienes se les solicitaba clasificarse a sí mismos por su color de piel de manera
abierta) hacían distinciones entre las diferentes categorías. También se hacía
evidente en la encuesta cómo la idea de ghetto no correspondía a una realidad
de ghetto al estilo de lo que se encuentra en los Estados Unidos en términos
de segregación residencial, así hubiesen aparecido pequeñas áreas en las que
vivía en su mayoría gente negra. Adicionalmente, los datos mostraban que las
clasificaciones de los encuestadores y encuestados no eran las mismas: entre
los encuestadores se encuentra una tendencia a clasificar a las personas como
negras o mulatas (y de hecho blancas) que es mucho mayor a la que se encuentra
entre los encuestados a la hora de clasificarse en estos términos o en términos
similares, aun cuando un 20% más de las mujeres que de los hombres tendía a
clasificarse como negra. De hecho, los encuestados eran mucho más propensos a
usar categorías como mestizo (e.g. trigueña) que los encuestadores (Barbary et al.
2004, Flórez et al. 2001: 46). Estos resultados son paralelos a los que se encuentran
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en Brasil (Sansone 2003, Telles 2004) y nos sirven para confirmar ideas acerca de
la ambigüedad de las clasificaciones raciales en América Latina, que han estado
presentes por décadas (Harris 1970, Solaún y Kronus 1973).
Todo esto nos muestra que las categorías que connotan la negridad pueden ser al
mismo tiempo estables e inestables dependiendo del contexto. Aun las categorías
que son claras (los afrocolombianos, los negros, el ghetto) pueden coexistir con
clasificaciones más vagas y susceptibles de variar de acuerdo al contexto. Esta es
la coexistencia que quise capturar en mi trabajo sobre la negridad y la mezcla
racial, y la que pienso es parte clave de ese panorama, así se hayan dado cambios
sustanciales en la construcción de categorías más incluyentes y aparentemente
definidas como afrocolombiano, afrodescendiente o negro. En síntesis, mientras
que existe una corriente importante en el trabajo académico que busca construir
una categoría afro que sea incluyente –y potencialmente esencialista–, ese mismo
trabajo ha puesto en evidencia la ambigüedad de la misma categoría.
Conclusión
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el respaldo del multiculturalismo estatal y del censo, y que es relevante para una
región más amplia que la del Pacífico y tiene particular importancia en los entornos
urbanos. Una tendencia que hace contrapeso a esto, pero es sin embargo una
tendencia menos predominante, es el reconocimiento de la ambigüedad práctica
de esta categoría. Esto ha tenido un desarrollo amplio en el caso de Brasil en
donde se han establecido cuotas raciales y programas de acción afirmativa (Maio
y Santos 2005). Sin embargo esto ha sido prácticamente ignorado en Colombia a
pesar de la presencia de algunos incipientes programas de acción afirmativa en
el ingreso a las universidades, por dar un ejemplo (Cunin 2000, Wade 2006: 114).
Este reconocimiento es evidente en algunos círculos académicos, organizaciones
activistas, ONGs transnacionales y organismos de cooperación.
La historia que he rastreado aquí apunta a que los conceptos circulan de manera
compleja en y entre los círculos académicos, los funcionarios del estado y creadores
de políticas, los activistas culturales, los funcionarios de ONGs, y las ‘personas del
común’ (refiriéndose a personas que –aunque todos somos en alguna medida
teóricos sociales– no tienen como labor el pensar de manera especializada, teórica
y sistemática acerca de categorías como ‘negro’). No creo que exista una historia
más simple que se pueda contar acerca de quién reifica y esencializa las categorías
que están en circulación. La aparición del concepto de comunidad negra y de la
categoría de ‘afro’ ha sido el resultado de un consenso, en algún nivel, de muchas
personas de diferentes ámbitos, para quienes estas categorías han tenido efectos
útiles y han funcionado de manera productiva para diferentes propósitos. Ambos
conceptos son susceptibles a ser reificados y esencializados por académicos,
activistas culturales y el estado, pero también pueden llegar a ser desestabilizados
por personas en esas mismas categorías.
Aún en ciertas instancias del estado, en donde supuestamente están los agentes y
agencias que son más dados a producir conceptos de negridad simples y restrictivos
para que encajen en las agendas oficiales multiculturalistas y desarrollistas, se lleva
acabo trabajo para desestabilizar los conceptos. La decisión de incluir la pregunta
por lo étnico en el censo, socava de cierta manera la categoría de comunidad
negra, que se podría decir había sido de gran utilidad para el estado en el manejo
de la región Pacífica. La pregunta, sin embargo. construye otra esencialización de
la negritud al incluir a todos aquellos que tienen vínculos con la negritud y que
son afrocolombianos o afrodescendientes, así también sean indo-colombianos o
euro-colombianos (o indodescendientes y eurodescendientes) al mismo tiempo.
La decisión de la Corte Constitucional a la que me referí anteriormente también
contribuyó a la reevaluación de la categoría comunidad negra aún cuando la
reproducía: la categoría podía ahora ser pensada como emergente, fragmentada,
como una ‘comunidad imaginada’ en la ciudad de Santa Marta. Como mínimo
resultado, esto al menos es un indicador de que ‘el estado’ opera de maneras
múltiples y posiblemente contradictorias: los que sucede en el DANE o en la Corte
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