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Fisher y los refugiados (Fragmentos)

Nicolás Guglielmetti

No es que quiera decir que el San Cayetano es mufa pero desde que lo pusieron en la

parte de adelante del negocio las ventas bajaron. Las ultra conchetas no creen en las

deidades populares. Si uno recorre la tumba de Edelvira Correa puede comprobarlo.

Dicen que hay un pantalón de raso de Carlos Monzón y uno de Pedro Catalano, que atajó

como hasta los cincuenta en el ya desaparecido Deportivo Español, habiendo arrancado

de grande, sin tener inferiores. Con los muchachos acordamos que no está mal dudar de

las divinidades. ¿Acaso el Diego no dijo que Pelé debutó con un pibe? El burrito Ruiz

dice que antes de hablar mal del San Cayetano nos lavemos la boca, que somos unos

vagos con ideas de izquierda y que si queremos laburar nos unamos a las filas de los

bomberos voluntarios. Cuando el Tono y el Leche le hacen referencia al uniforme medio

milicón, el burro se pone como loco. Está chupado, creo que toma blanco cortado con

pomelo de la Tai o esa de la Fundación Favaloroque, a pesar de ser barata, es rica. El

burro una vez me dijo que supo por un amigo del laburo que el viejo Alonso se había

quedado con varios terrenos cuando fue jefe departamental, que sólo los ponía a su

nombre y pagaba los impuestos en la época en que todo esto era un descampado. Con el

tiempo supe por mi viejo que era verdad, esta solía ser una zona donde con una maña
media y una gomera prolija podías hacerte hasta de martinetas. Con el burro nos ponemos

a jugar al pool, lo tranquilizo diciendo que si viene San Cayetano y les ofrece laburo al

Leche y al Tono, ellos lo devuelven. Con el burro jugamos pool estilo La Falda. Hoyos

cruzados sin faltas. Se puede mover la blanca lateralmente al reponer una vendida pero

no se puede dejar un dedo de luz para separar de la baranda: eso es de fifí. Si la negra es

metida con carambola o tiro como mínimo de 4 bandas cantado, el que pierde, además de

la copa debe sumirse a las gastadas de los muñecos de la barra que por esas alturas están

pasados. Al ver que la hora avanza, las cabezas no acuerdan y los casados salen apurados

para el rancho. Le digo al Lea que prepare lo mío mientras recibo mensaje de uno que se

quedó sin merca.

Cuerpos mutilados por el lento mecanismo de la escalera al purgatorio. Mandíbulas,

escaners y 194; rostros duros que no parecen venir de la confortable luz del sexo

sino del círculo donde Moloch come. Estamos acorralados y Bárbara perdió las pastillas.

Pide por Rouke, clemencia o que no aparezcan los calvos de ambo y las manos

chorreadas de yodo. Atravesados ya los médanos y el diluvio, nos sentamos a desayunar

en una estación de servicio. Nada parece fuera de lugar excepto que el escáner donde la

empleada corrobora el código de barra, lo posee en la lengua y a ninguno de los

parroquianos les mueve un pelo. Ahí me doy cuenta que estoy atrapado en una historia

donde una debe morir. Ya se ha hablado varias veces del impuesto que hay que pagar en

la literatura, sino ya sabemos lo que pasa.


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Mi abuelo decía que acá antes se cazaba. Cuando los padres de mis abuelos se asentaron,

los de la Municipalidad les daban la tierra a cambio que paguen los impuestos. El Juanga

me dice que hace poco se tuvo que mudar. Vivía enfrente de lo de Ruben y no le podía

vender la casa a nadie, pero igual se fue. Ya no podía estudiar tranquilo y hacía poco un

tiro le había atravesado la persiana de hierro y se le incrustó en el respaldar. La casa seis

cuadras más arriba valdría una fortuna pero ahora se la tuvo que entregar a unos amigos

en la lona para que no se la usurpen como está pasando. Le digo que en el caso que eso

suceda me contacte que algo se puede hacer.

Dos años después. Veo luces, gente que tendió ropa y la dislexia de personas de diferentes

nacionalidades. Ya me había advertido que en algunas partes se estilaba contactar gente

de otros países por internet e intercambiar casas y favores.

Sishí y Sasha no parecen brasileras típicas, a medida que hablan, se les cae la tonada

centroamericana. Están casi en bolas, pero no se preocupan por mí, cada tanto ríen y

alguna de las dos, cuando está parada, me acaricia el lomo y me dice Tranqui, papito. Son

boricuas. Mientras la más joven cuece habas, le explico que solo necesito saber cuánto

hace llegaron ahí y si no encontraron unas cajas con libros que para mí son importantes.

Sasha dice que ella no quiere estorbar pero que el lugar se los dio un tal Peter que para en

la cantina. Que si iba ahora mismo podría encontrarlo jugando a los dados. Le pregunto

en confianza si hay alguna chica más con ellas y me dice que la esposa de Peter, que se

hace llamar Raquel o Kálu según el humor y que ellas no quieren problemas. Las

tranquilizo, les digo que solo me hagan pasar por cliente si es que vienen y nada más.
Ellas aceptan pero en horarios que no laburan, de 13 a 19 no nos molestes.

Con el Gordo hablamos de que una agencia de publicidad puede chuparse un intendente.

Si no fijate el pariente de Carrerita. Le armaron una cama los de la corpo, pero por un

lado mejor... El Gordo me dice que siga haciendo notas a titireteros, miro sus comisuras

de café y mi botella de agua gasificada de manera grosera y ese placer áspero de las

moléculas calando la voz. El Gordo se va sin pagar. Se olvidó de contarme que la agencia

la creó la competencia en su momento para darle un marco a los clientes grandes. Cuando

hablo de clientes no hablo de comercios sino de industrias que tratan material radiactivo

con acuerdos internacionales. En ellas, los encargados de cranear deben devolver parte de

la torta pautando mensajes hegemónicos únicamente en los medios que miran o huelen

para otro lado. Pero eso es historia pasada. Nunca hay una historia reciente. Simplemente

se es historia.

La productora de tele es una de las patas del multimedio. Está manejada por el hermano

que es un títere más. Para financiarla ha obtenido créditos del estado al cual le pega. En

realidad es como tener una Ferrari para salir a pasear los domingos. Se orienta a hacer el

ensamblaje de publicidades de programas locales: deportes, cumpleaños de quince o

noticieros. Todas las patas de un monopolio sirven para apoyarse y solventar una mentira.

Son patas cortas pero robustas. Cuando el Gordo llega a cerrar los pagos dice que tiene

un medio gráfico y televisión. Generalmente los que reparten la torta sucia ni se gastan en

corroborar que se cumpla con lo pautado.

Descendemos a un nivel que los oídos pierden noción de los soportes tecnológicos. El
calor atraviesa las aleaciones que nos impusieron los estamentos sanitarios. Llega el

contacto con fajos y cápsulas suficientes para modificar la genética del departamento.

Aparece el economista y me habla de pollos. No hay con qué competirle. Desde que el

gobierno los subsidió, la provincia aislada pasó de criar 2 pollos a 2 millones y, a pesar de

la quita, el volumen llegó a tal que ya no afecta. Nos llegamos al galpón de las placas

dentarias. Puedo fumar por primera vez en la semana a pesar de las recomendaciones. Le

digo que quiero implementarlo con los bancos de Fertiliyos que estoy ensayando en las

lagunas de los campos, que invadimos al igual que con los fans.

Lo mejor sería regresar por el sulfito antes que empiecen a hervir. Ya no sé si Bárbara y

Daiana forman parte del cuerpo de peladoras o si son de las que se encargan de separar

los langostinos que van a Europa de los que dejan para nosotros. Con Juan cortamos

camino por donde ahora está el polo. Zona militar recortada. Con dejar unos kilos de

Fertiliyos se soluciona todo. Hay unas mallas quitables y un horario acordado. Nos

parece natural ver los canales de fluorosos servidos que se vierten al agua porque ya

estamos acostumbrados como a la oscuridad. ¿Acaso a alguien se le va a ocurrir nadar de

noche? ¿Quién va a querer acotar los límites de la playa ahora que están las huellas y el

establishment lo ha declarado patrimonio de la humanidad? Maleria, que en el desayuno

no dejó de desperdigarse en mi espalda, ahora lee una biografía de Charles Darwin.

Sé que es una mentira lo de su último libro pero voy a la presentación y le sigo el juego.
Siempre que pido un libro está agotado. Pongo las ojotas de manera perpendicular y
clavo las piernas de manera que queden de costado a mi pantorrilla. Ahora el agua se
filtra hasta los jeans. Cuesta caminar y hablar con los puchos en la boca. Cuando
llegamos a la cantina nos piden que pasemos a la cancha de bochas y nos mangueriemos.
El Hugo está recalentando un poco de guiso de mondongo que sobró de la cena del
Colegio de árbitros. Cría cuervos y te quitarán los ojos le decía a Raquel que parecía más
empecinada en mirar los libros que el material químico en cuestión. Mouche acaba de
perderse un gol increíble junto al palo derecho. ¿Con respecto a quién? Lo cierto es que
se confió y abrió el pie como un secador pero la pelota se desvió en una mata y apenas la
rozó con la canilla. Los de la contra sonríen mientras echan 33 realenvidos y nos piden
unos langostinos para picar. El Hugo trae una ensaladera de acero inoxidable donde
comenzamos a pelar. Por un rato nos olvidamos de nuestras diferencias e higiene.
Carrerita se aparece con un poco de salsa golf que fue a pedir a la de la peluquería, que
todavía está despierta. Hay cosas que en ciertos círculos son difíciles de entender. Pienso
que el fin puede parecerse a esto. Algo trascendente en el lugar intrascendente de una
escena liviana, calificativos aparte.

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