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2 - Foro25NovViolencia - Moga
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Hablar de violencia masculina nos lleva a ubicar una serie de ideas y actitudes que los
hombres tenemos, aprendemos, reproducimos y reforzamos, las cuales permiten ver como
normal o natural, e incluso justificar, la violencia masculina, que normalmente es ejercida
contra las mujeres y las niñas y niños. Es decir, en términos generales, pertenecer al género
masculino conlleva la idea de que tenemos el derecho de ejercer la violencia.
El hombre necesita sentir que tiene el control absoluto sobre todo lo que sucede a su
alrededor y por supuesto, en lo que piensa, siente y hace la mujer. Cuando los hombres
saben que no tienen ese control, sienten miedo, inseguridad y angustia, pero en lugar de
manifestar estas emociones, lo que manifiestan es enojo y violencia.
Las expectativas y la exigencia social por jugar un papel “de verdadero hombre” son difíciles
de llenar por la mayoría de nosotros, lo cual nos llena de frustración, angustia, miedo y
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desesperación. La masculinidad tradicional nos ofrece una posibilidad para cumplir este rol:
esta posibilidad es la relación de pareja, en la que sí podemos ser “los que mandamos”, “los
que siempre tenemos la razón y el control”. Además, esta masculinidad tradicional con las
ideas y actitudes antes mencionadas, nos “autoriza” a ejercer la violencia como forma de
reafirmarnos y dejar sentir nuestra “autoridad”.
Cabe señalar también, que la experiencia de un hombre que ejerce violencia no siempre gira
en torno a su deseo de mantener el poder. Por el contrario, tal como el análisis feminista ha
señalado repetidamente, esta violencia es a menudo la consecuencia lógica de la percepción
que los hombres tenemos sobre el derecho a ciertos privilegios. Si un hombre golpea a su
pareja porque ella no tuvo la cena a tiempo sobre la mesa, no lo hace sólo para asegurar que
no vuelva a ocurrir, es también una indicación de que percibe tener el derecho a que alguien
le sirva. Otro ejemplo es el hombre que ataca sexualmente a una mujer, esto tiene que ver
con nuestra percepción del derecho al placer físico, aún cuando ese placer sea enteramente
unilateral. En otras palabras, tal como muchas mujeres han señalado, no son sólo las
desigualdades de poder que conducen a la violencia, sino una percepción consciente o a
menudo inconsciente del supuesto derecho a los privilegios.
Nos atrevemos a decir que la violencia emocional es la más común y cotidiana en nuestras
relaciones. Basándonos en la supuesta superioridad del hombre sobre la mujer, fortalecemos
la idea de que la mujer es de nuestra propiedad y establecemos las relaciones con una total
desvalorización hacia ellas, por lo que los gestos de respeto son más bien concesiones que
hacemos a un ser considerado con poco valor y poca capacidad intelectual.
La violencia emocional comienza con “bromas” que ridiculizan hábitos, apariencia física,
preferencias culturales, recreativas, formas de expresión, sexualidad, sentimientos y
amistades de las mujeres. Estas bromas se dan tanto en el espacio privado como en los
espacios públicos. Algunos ejemplos de esta violencia son:
Ignorar y/o burlarse de los sentimientos de las mujeres.
La desaprobación como forma de castigo.
Los gritos y los insultos.
Humillaciones constantes frente a personas conocidas y desconocidas.
Culpándola por todo lo que no sale “bien”, desde nuestro punto de vista.
Insinuarle a la pareja la existencia de posibles aventuras con otras mujeres y en casos
extremos, exhibir abiertamente nuestra infidelidad.
Culparla de originar nuestras acciones violentas.
Amenazándola con la disminución del gasto familiar o condicionándole la entrega del
dinero.
Culpándola del bajo rendimiento escolar, del mal comportamiento, de los accidentes o
enfermedades de las hijas e hijos.
Poniendo en duda o descalificando sus apreciaciones sobre la realidad.
El silencio como forma de ignorar.
Rompiendo cosas personales de ella o de la casa.
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Estas acciones y actitudes hacia la mujer, nos dan una sensación de autoridad y de tener
“bajo control” el orden en la relación. Finalmente, así estamos cumpliendo con nuestro papel
de “jefe” de familia, y por lo tanto estamos ejerciendo nuestro papel de hombres, como nos
dictan las normas sociales de la masculinidad tradicional.
Con todo y estar “cumpliendo” con nuestro rol, en el espacio de la relación familiar y de
pareja, los hombres continuamos con nuestros miedos, angustias, frustraciones,
desesperación e insatisfacciones. Y es que tampoco en el espacio público encontramos
satisfactores para cumplir con las expectativas de la masculinidad tradicional: la crisis
económica, el desempleo, la permanente competencia en el ambiente laboral y entre los
hombres, acaban por hacer imposible ser el prototipo masculino. Las exigencias que nos
impone la masculinidad tradicional rebasan las expectativas del ámbito familiar y de pareja.
La acumulación de tensión puede tener diferentes causas, que van desde frustraciones,
impotencia, molestias en las relaciones familiares, sociales y laborales, etc. Estos malestares
producen enojo e inconformidad, pero casi nunca buscamos su origen y mucho menos
intentamos encontrar formas de expresarlos y manifestarlos adecuadamente; por el contrario,
responsabilizamos o culpamos de estos malestares a las personas más vulnerables con
quienes nos relacionamos, en este caso, a la pareja.
Al paso del tiempo comenzamos a buscar justificaciones a la violencia que hemos ejercido.
Nos volvemos a instalar en nuestro papel dominante y autoritario, perdiendo de vista las
causas reales de las diferentes tensiones, las cuales se empiezan a acumular nuevamente.
Volvemos a retomar el rol de género dominante descrito anteriormente, iniciando otra vez el
ciclo de la violencia.
El Colectivo La Puerta Negra ha sido un espacio desde el cual un grupo de hombres estamos
reflexionando nuestra masculinidad, siendo éste un proceso nada fácil. El hecho de compartir
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y abrirnos, reconociendo nuestras “debilidades” con otros hombres, en un principio fue todo
un acto “riesgoso” para cada uno de los integrantes. Al paso del tiempo el Colectivo se ha
constituido en un espacio de seguridad y confianza que posibilita hacer una reflexión y una
revisión autocrítica de nuestros procesos individuales de nuestro “ser hombres”.
Las formas en que los hombres hemos construido nuestro poder social e individual, son,
paradójicamente, el origen de una fuerte dosis de temor, aislamiento y dolor para nosotros
mismos. Si el poder se construye como una capacidad para dominar y controlar, si la
capacidad de actuar de manera dominante requiere de la construcción de una armadura
personal y de una lamentable distancia respecto de otros y otras, si el mundo mismo del
poder y los privilegios nos aparta del mundo de la crianza infantil y la manifestación de
nuestras emociones y afectos, entonces estamos creando hombres cuya propia experiencia
del poder está plagada de limitantes, con fuertes daños a la esfera emocional.
Tomando en cuenta que la manera de vivir el "ser hombre” determina muchos de los
aspectos sociales, culturales, económicos, políticos, emocionales y sexuales, consideramos
que si los hombres modificamos los rasgos patriarcales que nos han caracterizado,
estaremos contribuyendo para modificar el sistema social en el que vivimos a través de
cambiar las relaciones entre mujeres y hombres. Los integrantes del Colectivo La Puerta
Negra, encontramos que el cuestionamiento y la reflexión de nuestra masculinidad, y la
revisión cotidiana de nuestras actitudes, es un aporte para esa nueva vida que desde
muchos espacios sociales se está construyendo.
Algunos hombres que nos atrevimos a mirarnos ante otros y ante uno mismo, de pronto
también nos atrevimos a juntarnos para hablar de los miedos, dolores, alegrías, fortalezas y
desánimos que tenemos en nuestras vidas. Nos encontramos en un lugar con afinidades y
experiencias comunes, y distintas a la vez. En general nos identifica la búsqueda y
construcción de la igualdad entre hombres y mujeres.
Noviembre de 1999.