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CINE PERUANO

100 años de carencias y expectativas

Eduardo Gutiérrez Salcedo

Una apretada mirada -casi por el ojo de la cerradura- de cien años de cine en el Perú, o, mejor
dicho, de los continuados esfuerzos por constituir una cinematografía nacional. ¿En qué punto
del camino estamos? Responden, además, cineastas de tres generaciones: Armando Robles
Godoy, José Carlos Hayhuaca y Aldo Salvini.

No creo que sea pretensioso decir que hay un cine peruano y que cumple 100 años, porque la
primera función de cine en el Perú data del 2 de enero de 1897 y porque, a través de los años, el país
ha tenido, gracias a él, un rostro, poco nítido y muchas veces a punto de esfumarse, pero rostro al fin.
Celebración para nada triunfalista, porque ha estado muchas veces al borde de la muerte y porque las
constantes que han marcado su existencia tienen que ver con sus carencias y expectativas.

La época de oro

Si bien la primera exhibición cinematográfica tuvo lugar en 1897, el primer largometraje peruano se
estrenó apenas en

1927. Se trató de Luis Pardo, película muda, dirigida por Enrique Cornejo. Es la época en que,
según José Carlos Huayhuaca, «el cine se transforma en una actividad autónoma que suscita un
interés más consistente, pero a la que se van aventurando sólo algunos extranjeros audaces, entre los
que cabe recordar al entusiasta Enrique Cornejo».

Siete años más tarde, en 1934, se produce el primer filme sonoro, Resaca, y tres años después, en
1937, se constituye la legendaria empresa Amauta Films, con la que adviene «la época de oro» del
cine peruano, un verdadero boom de la producción, siguiendo los «patrones técnicos y modelos
argumentales del cine mexicano y argentino de la época», como ha señalado Isaac León.

La II Guerra Mundial acabó con esta época, ya que Estados Unidos dejó de enviar la película virgen
que abastecía a la producción local. Los nombres y las películas más representativos fueron: Manuel
Trullen, Francisco Diumenjo, Ricardo Villarán y Sigifredo Salas; y las películas: Palomillas del
Rímac, Gallo de mi galpón, Barco sin rumbo y La bailarina loca, las tres primeras de Salas y la
última de Villarán.
La escuela del Cusco

En 1955, Manuel y Víctor Chambi, Luis Figueroa y Eulogio Nishiyama formaron el Foto-Cine Club
del Cusco, con intenciones de difundir la cultura cinematográfica y realizar películas. «El conjunto
de las cintas que hicieron logró llevar al cine, por primera vez, la densidad de la presencia
campesina, de sus gestos sociales, del cromatismo de su paisaje y sus vestidos», ha escrito Ricardo
Bedoya.

La cinta más representativa de la escuela cusqueña es, quizás, Kukuli, dirigida por Figueroa,
Nishiyama y César Villanueva (otro de los animadores del movimiento). Lo es porque nunca antes
el entorno andino había sido captado con tal expresividad.

Desgraciadamente, por un cierto agotamiento conceptual y el inicio de búsquedas (o extravíos)


personales, el movimiento se deshizo en el primer lustro de los años sesenta. No ha habido en la
historia del cine peruano otro grupo de producción cinematográfica tan singular, impulsivo y pleno
de convicción como el de la Escuela del Cusco.

Veinte años de la 19327

La ley 19327, de Fomento a la Industria Cinematográfica, se promulgó en 1972. Con su auspicio,


medio centenar de largometrajes se estrenaron en el lapso de veinte años. Gracias a ella, se puede
hacer un breve recuento que nos permitirá encontrar a las personalidades más representativas de
nuestra cinematografía contemporánea.

Armando Robles Godoy, conocedor del lenguaje cinematográfico y dueño de una particular
propuesta que rindiera sus frutos en Espejismo, de un acabado formal impecable pero con vocación
esteticista. Luis Figueroa y sus exaltaciones -algo esquemáticas- del campo y el ande en Los perros
hambrientos y Yawar Fiesta. Federico García, uno de los más prolíficos, con una predilección por
las vibrantes denuncias en Kuntur Wachana, El caso Huayanay o Melgar, el registro épico en
Túpac Amaru, y traicionándose con un engendro facilista: La manzanita del diablo. El grupo
Chaski, rescatando el contenido social y abordando la marginalidad infantil en Gregorio y Juliana.
Luis Llosa, creando productos «Serie-B» como Misión en los Andes. Juan Carlos Torrico,
renovando el género de la comedia popular con buenos resultados en El Rey. Augusto Tamayo y
José Carlos Huayhuaca, narrando con destreza y soltura cintas en las que se confunden la acción, el
policial y una buena dosis de humor criollo: La fuga del chacal y Profesión: detective,
respectivamente. Alberto Durant y las resonancias mágico-simbólicas de Malabrigo o los fuegos
artificiales y la sordidez del mundo carcelario en Alias La Gringa.

Y Francisco Lombardi, el realizador peruano de mayor reconocimiento dentro y fuera del país, con
La ciudad y los perros, Caídos del cielo y La boca del lobo, tal vez la más sólida cinta nacional de
todos los tiempos, porque llegó en un momento en que los peruanos estábamos sufriendo los
estragos de la violencia terrorista y los embates de la crisis del gobierno de Alan García.
Además, habría que añadir importantes nombres de este periodo: Arturo Sinclair, Nelson García,
Jorge Reyes, Nora de Izcue, Jorge Suárez, Kurt y Cristine Rosenthal, Emilio Moscoso, Martha Luna,
Nilo Pereira, Francisco Adrianzén, Pablo Guevara, José Antonio Portugal y Gianfranco Annichini.

Tierra sin ley

En los últimos días de 1992 el gobierno suprimió el incentivo a la producción nacional. Llegaba a su
fin la 19327 y los cineastas empezaron a sobrevivir en una tierra sin ley. Pocos largometrajes se
estrenaron en los tres años siguientes.

Reportaje a la muerte (1993), ópera prima de Danny Gavidia, fue quizá el último éxito taquillero
de nuestro cine, con un resultado que arroja más de 170 mil espectadores. El filme tomaba como
base el sangriento motín de El Sexto, ocurrido en la década del 80, para proponer una crítica a la
televisión y a sus directivos, capaces de apelar a la sangre «en directo» con tal de ocupar el primer
lugar del rating. Lo más interesante del filme no eran los protagonistas (Diego Bertie y Marisol
Palacios) ni sus problemas éticos, morales o sentimentales, sino la acción, tensa y ágil, desarrollada
dentro del penal y un puñado de secundarios, capitaneados con acierto por Aristóteles Picho.

También había crítica a la televisión en Todos somos estrellas (1993), segundo largo de Felipe
Degregori -dirigió Abisa a los compañeros en 1979- y el primer gran fracaso comercial de la
década, una comedia costumbrista en la que era posible reconocer rasgos de una identidad nacional.
Si bien la cinta planteaba un cuestionamiento a la televisión y la dependencia que el aparato
doméstico crea en una familia de clase media-baja, eran las relaciones humanas y el trasfondo social
los que terminaban dominando la historia.

La vida es una sola (1993), de Mariane Eyde, nos situaba en 1983, año del establecimiento del
terrorismo en el Perú profundo. Pese a que la directora concibió el filme con escasa imaginación
visual, éste poseía una extraña belleza, de ribetes trágicos: amplios y verdes paisajes y un hermoso
cielo azul son testigos de la cosecha de papas y la fiesta popular. La alegría del pueblo es expresada
a través del baile, antes que el torbellino violentista y la sangre transformasen a la comunidad en una
zona triste, desolada y «roja». La película tampoco funcionó en la taquilla.

Sin compasión (1994) es la película más personal de Francisco Lombardi. Basada en la novela
Crimen y castigo, de Fedor Dostoievski, el filme se alejaba de la temática peruana que, hasta
entonces, había caracterizado la obra del director tacneño, para tornarse universal. Sus postulados
religiosos, sociales y morales se adecuaban a la realidad contemporánea. Destacó el joven
universitario interpretado por Diego Bertie (hasta hoy, a mi entender, la caracterización más acabada
del cine nacional), culposo, rabioso, sin reconciliarse con su paupérrimo entorno y conmovedor
cuando busca consuelo en los brazos de una joven prostituta. La cinta concitó la atención de 80 mil
espectadores. Efímero repunte.

Y Anda corre vuela (1995), segundo largo de Augusto Tamayo y uno de los más aparatosos
fracasos económicos en la historia del cine peruano: costó más de 300 mil dólares y no recuperó ni
siquiera el 10 por ciento. El filme nos situaba en la Lima actual, con los jóvenes protagonistas
sumergidos en una intriga policial generada por el accionar de un grupo terrorista, conflicto que
resultaba desfasado porque la violencia subversiva ya no era parte de nuestra cotidianeidad y porque
el público buscaba cintas con un contenido distinto.

A finales de 1995 se pone en marcha el Consejo Nacional de Cinematografía (CONACINE), por fin
una ley que posibilita las condiciones requeridas para el resurgimiento y desarrollo de la
cinematografía peruana. Inicio de una historia que se anuncia auspicioso con la premiación de los
ganadores del primer concurso en diciembre de este mismo año.

Salvini y los nuevos

De los nuevos realizadores surgidos en el ocaso de la 19327, el más dotado es Aldo Salvini, quien
debutó a principios de los noventa en el formato del cortometraje. Salvini nos sumerge, con una
cámara en constante movimiento y una iluminación tributaria del expresionismo alemán, en abismos
de perversión y locura, no exentos de humor y de una atmósfera alucinante y perturbadora.

El gran viaje del capitán Neptuno, Un tesoro para flor del cielo, La misma carne la misma
sangre y El pecador de los siete mares son sus mejores cortos. En los últimos meses dirigió el
telefilme Bajo el mismo cielo y la telenovela Cuchillo y Malú, en donde se reconocen las huellas
de su particular estética, y ahora espera la oportunidad de acceder a la realización de su primer
largometraje.

Augusto Cabada, más conocido como guionista de los filmes de Lombardi y de algunas telenovelas,
también debutó en la realización demostrando madurez e inteligencia. Elaboró un par de cortos que
pueden ser modelos paradigmáticos porque contienen todos los elementos para entender su discurso:
El final y La consulta, ambos de 1992. Se sabe que trabaja, en sus ratos libres, en el guión de su
ópera prima, que espera dirigir en un par de años.

Cerca a los dos primeros están Edgardo Guerra, autor de la nostálgica Un otorongo en Lima, quien
últimamente se ha dedicado a la docencia; y Rosa María Álvarez, que ausculta con determinación el
universo femenino en Luna de almendra. Otros jóvenes directores surgieron hace un par de años y
tuvieron que conformarse con el formato del video para expresar sus preocupaciones: Javier
Corcuera, Andrés Cotler, Ricardo Ayala, Juan Manuel Calderón, Gonzalo Hurtado y Sergio
Burstein. Todos quisieran encarar el celuloide en un futuro no muy lejano.

Los retos del futuro

Nuestros viejos y nuevos cineastas tendrán que ser más creativos y arriesgar para ganar a un público
deslumbrado por los blockbusters norteamericanos, y tendrán que hacerlo con pocos recursos, con
más ideas que billetes. Tendrán que dejar de lado los fuegos de artificio y buscar conflictos internos,
como hacen los europeos, asiáticos o latinoamericanos, y conseguir que sus trabajos se vean en
dichos territorios.

No creo que estemos preparados, ni económica ni tecnológicamente, para acometer fantasías del tipo
Día de la independencia; de ahí que resulte muy difícil que el uso de la computadora (tan
generalizado en algunos países) se convierta en una característica de la producción y el acabado de
un filme peruano. Aunque, por el nivel de la proyección y el sonido de los multicines, se tendrá que
buscar la mejora de nuestras películas en el rubro digital.

Difícil que con seis películas al año podamos tener una industria; pese a ello, el CONACINE es una
buena opción porque permite que el cortometraje vuelva a ser una escuela que familiarice a los
nuevos con la práctica de hacer cine. La cifra anual de cuarenta y ocho cortos es excelente. Eso sí:
habría que buscar que los trabajos se exhiban públicamente, ya sea mediante la reducción de
impuestos municipales u otros incentivos para las salas que decidan hacerlo.

Finalmente, si en el futuro los exhibidores marginan a los sectores populares -me refiero a la
ubicación de sus multisalas-, el cine peruano seguirá siendo un espectáculo de elites, y no creo que
eso sea positivo porque todos tienen el mismo derecho de disfrutar, reconocerse y reflexionar sobre
su realidad.
Distintas voces, distintas generaciones

Entrevistas con Armando Robles Godoy, José Carlos Huayhuaca y Aldo Salvini, por Eduardo
Gutiérrez Salcedo

Robles Godoy:

«Al público hay que darle razones para seguir amando su cine»

-¿Tenemos razones para celebrar cien años de cine peruano?

-Aunque sólo fuera por el hecho de que ya se puede decir que existe un cine peruano, sí creo
que tiene sentido y es importante.

-¿Cuáles crees que son las principales carencias y ventajas de nuestro cine?

-Las ventajas, desgraciadamente, son económicas. Digo «desgraciadamente» porque es una


vaina que hacer cine en el Perú sea barato. Es muy caro para nosotros, pero tomando una
escala internacional todavía podemos hacer un largometraje con 300 o 400 mil dólares; eso, en
otros países, inclusive sudamericanos, es imposible. Los presupuestos en Colombia,
Venezuela o Argentina superan el millón de dólares.

Ahora, las carencias van por el lado de una tradición cinematográfica; no se ha creado una
especie de atmósfera cinematográfica nacional como sí hay en México o Argentina, y eso sin
mencionar a los países grandes. Entonces eso crea definitivamente una carencia.

-¿Te refieres a una carencia cuantitativa?

-Sí. Imagínate, aquí hacemos uno o dos largometrajes al año. Eso es completamente ridículo;
no tiene sentido ni siquiera para un realizador, menos para una cinematografía nacional. --Han
pasado nueve años desde tu último largo Sonata Soledad. ¿En qué quedó El cóndor pasa?

-El cóndor pasa es una obligación que tengo con mi padre, al que le debo mucho; esta
película es bipolar: no sólo es de mi padre sino mía, es mi homenaje, a través de mi arte, a él, a
una cosa que ya no es él sino que es el Perú. Tengo material para hacer un gran fresco del país,
porque mi padre abarcó un montón de actividades, no sólo culturales.

-¿Lo has presentado al concurso del CONACINE?

-He renunciado a esa posibilidad porque no he querido perjudicar a los colegas que van a
hacer proyectos menos ambiciosos que el mío. Los 200 mil dólares del premio, en el supuesto
que lo ganara, sólo cubrirían la tercera parte del costo total. Estoy pensando no hacerlo en
forma comercial, no tendrá fines lucrativos.

-¿Crees que el cine nacional va a tomar un nuevo impulso con CONACINE?

-Definitivamente. Hay una característica que mis colegas no ven y no asumen en toda su
amplitud: en este momento, con las herramientas que da la ley, uno puede luchar, no abrir la
boca para que le den de comer. Ahora la ley ha puesto en manos del CONACINE la lucha y la
defensa del cine peruano. El CONACINE no está compuesto por un grupo de burócratas
designados a dedo, sino elegidos por votación directa por nosotros mismos, de manera que el
organismo que va a aplicar la ley somos nosotros. Si eso fracasa es porque somos unas bestias.
Ahora la responsabilidad es nuestra.

-¿Crees que en el futuro exista empatía entre público y películas peruanas como sucede
en otros países?

-Sí, lo que pasa es que no ha alcanzado un nivel de frecuencia suficiente para afianzar el
fenómeno. Existe un gran amor, una gran receptividad del público por su cine, pero esta
necesidad afectiva no se satisface casi nunca, es como el amor: si lo necesitas y no llega, dejas
de amar.

Acá lo que hay que darle al público son razones para que siga amando su cine, pero en una
forma continua y no a través de una o dos películas al año.
HUAYHUACA:

«Se trata de una celebración en cierto modo retórica»

-¿Tenemos razones para celebrar cien años de cine peruano?

-La primera respuesta podría ser sí. En la medida en que cumple una fecha tan significativa
cabría una celebración, pero ésa es una respuesta mecánica porque la historia del cine peruano,
para mí, como espectador comprometido, ha sido poco significativa; su existencia ha sido tan
quebradiza, tan precaria, tan interrumpida que sólo ha tenido sentido para mí en tanto
realizador, ya que gracias a la ley 19327 he podido tener una vida profesional, aunque no tan
continua como me hubiera gustado, con sus altibajos y limitaciones. Cien años de cine
peruano, como realidad, me parece que no está a la altura de lo que la frase sugiere.

En ese sentido, y ésta es la segunda respuesta, se trata de una celebración en cierto modo
retórica. Entre las dos respuestas oscila mi real sentimiento.

-¿Cuáles crees que son las principales carencias y ventajas de nuestro cine?

-La principal ventaja es que se trata de un medio inexplorado; por tanto, siendo un territorio
casi virgen, sus ventajas son infinitas: las posibilidades de historias, tanto verídicas como
fantaseadas, tanto del pasado como del presente, están por hacerse y en esa medida es
increíblemente estimulante. La desventaja o inadecuación dolorosa es que todas estas
posibilidades son poco realizables debido a la sempiterna carencia de recursos materiales y de
este mercado minúsculo que es el nuestro.

-¿Entonces cuál es la salida?

-Yo creo que mientras exista un mercado tan pequeño mal puede existir una industria
cinematógrafica sostenida. Tiene que ser un mercado sudamericano por lo menos, si no
mundial.

-Han pasado ocho años desde tu último trabajo cinematográfico, Cuando el mundo
oscureció. ¿Tienes algún proyecto en mente?

-Mi silencio cinematográfico ha sido suficientemente conocido y elocuente como para que tu
pregunta sea importante y a la vez difícil de responder. He tenido muchos proyectos y no los
he podido sacar adelante por falta de convicción.

Ahora tengo un proyecto que por fin mencionaré, puesto que lo he callado durante muchos
años. Es una película sobre el caso de Huaman Poma de Ayala, un personaje trascendente en
la historia peruana por significaciones que los antropólogos, historiadores y estudiosos de todo
tipo se han encargado de relevar.

Me he atrevido a hacer este proyecto con tremenda convicción, como no me había sucedido
con ningún otro anteriormente. Acaso sea uno de los factores que haga la diferencia.

-¿Lo has presentado al concurso del CONACINE?

-Sí, porque creo que es viable. CONACINE es la esperanza que nos mantiene a varios de
nosotros y que sí me hace pensar que esta posibilidad es seria y que, en efecto, podemos estar,
una vez más, en el umbral de un renacimiento del cine nuestro.

-¿Crees que en el futuro exista empatía entre público y películas peruanas como sucede
en otros países?

-Estoy completamente seguro. La condición para ello sería la diversidad. Si no la ha habido


hasta ahora es porque las películas peruanas se han parecido excesivamente entre sí, con
honrosas excepciones. Todas han sido o miserabilistas o de protesta o expositoras de un
supuesto punto de vista crítico que mostraba una realidad que antes que atraer al espectador lo
repelía.

Si los realizadores de estos días tratan las películas de una manera más personal, guiados
menos por ideologías y por posiciones previas, condicionamientos externos, y más por sus
instintos, sus propias predilecciones, las películas van a ser diversas y, siguiendo la ley
darwiniana de la selección natural, se van a encontrar mutaciones y variedades que peguen
perfectamente con su entorno y se adapten de un modo adecuado a su público.
SALVINI:

«Somos un grupo que está buscando una identidad cinematográfica»

-¿Crees que tenemos razones para celebrar cien años de cine peruano?

-Yo creo que sí. Es cierto que no ha habido una industria, se trató de despegar en la época de
Amauta Films y no se logró, pero creo que ha habido nombres que han marcado hitos, desde
la Escuela del Cusco, hasta Robles y la generación de Lombardi. No creo que sea un gran
cine; más bien somos un grupo de gente que está buscando una identidad cinematográfica, con
preocupaciones más intestinales, más espirituales que intelectuales.

-¿Cuáles crees que son las principales carencias y ventajas de nuestro cine?

-En cuanto a las desventajas, primero la producción: no hay una industria. Por lo tanto, realizar
se hace difícil; un proyecto no sale en cinco años y a veces más.

La ventaja es que por el mismo hecho de que no hay una industria se respeta mucho más el
trabajo de «autor» o un cine más personal. Creo que el cortometraje ha permitido eso, trabajar
con más libertad, sin tanto parámetro.

-¿Crees que la situación va a mejorar con CONACINE?

-Eso es lo que espero, no sólo por mí sino por todos los que estamos metidos en esta vaina. Yo
creo que en el papel se ve muy bien, pero hay que verlo en la práctica.

-¿Te presentas con algún proyecto?

-Sí, con el largo de tres historias. No tiene título pero ya tengo terminada una de las tres.

-¿Y «El señor de la sangre»?

-Eso para después. No lo he podido avanzar; es un proyecto mucho más ambicioso, más caro,
más personal.

-¿Has pensado regresar al cortometraje?

-Sí, en unas semanas empiezo a dirigir un corto. Lo va a producir «Impulso», una nueva
empresa. Se llama «Los milagros de Kalimán» y lo van a protagonizar Aristóteles Picho y
Orlando Sacha.

-¿Crees que en el futuro exista empatía entre público y películas peruanas como sucede
en otros países?

-No lo sé. Las últimas películas peruanas no han tenido éxito: desde Anda corre vuela, que
fue un fracaso, hasta Bajo la piel, de la que se esperaba más. Es que aquí no hay mercado,
tendría que extenderse a los países sudamericanos.

Por ejemplo, Quintishan y Shavaja, el mediometraje que dirigí para Casablanca, se va a


juntar con dos mediometrajes bolivianos, Yawar y Ayaju, para ser exhibido como
largometraje. Vamos a ver qué sale de esa experiencia.

-¿Entonces tú crees que la salida es ampliar el mercado?

-Yo creo que ésa es la forma: buscar que el mercado se amplíe a toda Latinoamérica. Nosotros
no vemos cine argentino o mexicano, salvo que vayas a un cineclub o que por milagro exhiban
comercialmente una cinta como La reina de la noche de Ripstein.

Ahora yo creo que esto de que aparezcan más multicines y pantallas tiene que ir de la mano
con igual número de películas. Me imagino que eso es lo que está haciendo El Pacífico; de
repente un día ves Azul, y entonces tú dices «¡carajo!, van a traer películas diferentes», porque
no creo que todos vayan a ofrecer El profesor chiflado y las de Stallone o Van Damme.

Pienso que sería bacán que algunas pantallas se reservaran para cine peruano, que se puedan
hacer cortos y se exhiban; de repente no ganas plata pero por lo menos ven tu corto; total, el
costo de producción lo recuperas con el premio. El artista lo que quiere es dar a conocer su
trabajo; me parece una tontería hacer algo para guardarlo, es terrible, frustrante.
EL CONACINE (RECUADRO)

En octubre de 1994, el gobierno promulgó la ley No. 26370, Ley de Cinematografía Peruana,
y el reglamento de la ley se aprobó en mayo de 1955. La ley reconocía al cine como hecho
cultural y comunicacional, y el Estado asumía el fomento de la producción de películas
nacionales.

La ley crea el CONACINE (Consejo Nacional de Cinematografía), organismo dependiente del


Ministerio de Educación, ente aplicador

de la legislación cinematográfica. CONACINE premiará, anualmente, a través de concursos


trimestrals, 6 proyectos de largometrajes y 48 cortos terminados. Los premios del largometraje
(aproximadamente 200 000 dólares) no cubren el total del presupuesto, que deberá ser
completado por el productor con financiación interna o externa; en cambio, sí cubre en su
totalidad el costo del cortometraje (10 000 dólares).

El CONACINE convocó, en octubre de 1996, el primer concurso para premiar 3 proyectos de


largometrajes y 12 cortometrajes terminados. La calificación de los proyectos y de los cortos
corre a cargo de un jurado de especialistas designado por CONACINE.

Se presentaron 17 proyectos de largo y una treintena de cortos.

El jurado dará a conocer la lista de ganadores en la segunda quincena de diciembre.

El segundo concurso se convocará en enero y la premiación en marzo de 1977; y así


sucesivamente.

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