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EL PAÍS

15 de octubre de 2019
Diego Tatián, doctor en Filosofía y docente

"Es necesario reparar el daño en las subjetividades que


produjo Cambiemos"
En esta entrevista con PáginaI12, Tatián analiza el gobierno de Macri y la campaña electoral, y
reflexiona sobre cómo reconstruir campo popular en disputa con el neoliberalismo.

Imagen: Sandra Cartasso

“En la Argentina que viene será fundamental la construcción de un diálogo entre los jóvenes y los
viejos”, dice Diego Tatián, doctor en Filosofía y docente de la Universidad Nacional de Córdoba.
“Maquiavelo instaba a los jóvenes a desconfiar de los viejos porque, decía, la experiencia de los
viejos muchas veces reprime la experimentación. Pero el diálogo puede ser diferente -agrega-: no de
desaliento sino de impulso para reemprender, una y otra vez, la obra de la igualdad libre entre los
seres humanos. Me interesa mucho el vínculo que hay entre experiencia y experimentación. Pensar
qué hacemos con el pasado, qué hace el pasado con nosotros, resulta fundamental para concebir un
proyecto emancipatorio.” En diálogo con PáginaI12, Tatián analiza los cuatro años del gobierno de
Cambiemos y la campaña electoral, pero fundamentalmente reflexiona sobre cómo emprender la
reconstrucción del campo popular para disputarle el futuro al neoliberalismo.

- Más allá de la derrota del macrismo en las PASO: ¿cuánta vigencia cree que tiene lo que
usted llama la “nueva forma de dominación ideológica” que llevó al macrismo al poder?

- Lo que llevó al macrismo al poder y encuentra sus condiciones de reproducción por un trabajo de
dominación ideológica, es la producción de un tipo de subjetividad que suele denominarse
“neoliberal”. Una subjetividad que resulta de una fuerte embestida en la sensibilidad y la imaginación
de las personas, orientada a la destrucción de la autonomía. El trabajo realizado por los medios de
comunicación más clásicos forma parte de ello, pero sobre todo la incidencia de antropotécnicas más
sofisticadas que inducen corrientes de opinión, representaciones, sensibilidades y pasiones muy
específicas. Será necesaria una muy intensa tarea de reparación cultural y social sobre el daño en
las subjetividades que produjo el gobierno de Cambiemos. Ese trabajo deberá comenzar por
cuestiones inmediatamente materiales, pero también va a requerir un debate intelectual y cultural
muy amplio, novedoso y autoexigente, porque el desquicio producido no es solo económico y
material, sino que ha desencadenado un conjunto de patologías sociales que afectaron los vínculos,
la autoestima de millones de personas, los cuerpos y la subjetividad.

- Hace más de una década usted advertía sobre la necesidad de construir una izquierda
afirmativa , “capaz de disputarle a la derecha el mundo por venir”, ¿en qué situación
considera que se encuentra eso hoy?

- No solamente en Argentina sino también en muchos países que fueron objeto de experiencias de
terror ejercido desde el Estado, se produjo un giro desde una cultura de la revolución a una cultura
de la memoria. En lugar de considerar el pasado como una reserva revolucionaria para construir una
sociedad más igualitaria y disputar el porvenir, la izquierda quedó sumida en un duelo y una
demanda de justicia. Durante las experiencias populares latinoamericanas anteriores al reflujo
neoconservador -tal vez por lograr que esa demanda prosperase, como en el caso de Argentina-,
hubo una recomposición afirmativa de la izquierda (en sentido amplio, incluyendo a los gobiernos
populares de los que hablamos) que le permitió salir de la captura en el pasado. La memoria orienta
las batallas sociales por el presente y por el futuro. La actual disputa político-cultural no puede
prescindir de la memoria. Lo que Silvia Schwarzböck llama “vida de derecha” (exactamente lo que
Nicolás Casullo describía una década antes, en Las cuestiones) parece imponerse, aunque no sin
resistencia de la imaginación crítica y militancias contra la dominación total de las finanzas. El
neoliberalismo naturaliza una vida donde las personas se acomodan a lo que hay y solo buscan
optimizar su posición individual en una competencia sin límites. A eso se llama “un país normal”.
Normal sería un país que acepta las normas que imponen los centros financieros centrales. Y que
abjura de proyectos colectivos subalternos capaces de movilizar otras tramas afectivas, de impulsar
una dimensión afectiva democrática alternativa a la que inocula el neoliberalismo. Las solas ideas
son ineficaces para sostener una sociedad democrática, es decir igualitaria, libre y fraterna. Es
absolutamente necesario generar una afectividad que permita revertir el imperio de pasiones tristes
que se alojan en el odio a la igualdad.

- ¿Qué rol considera que deberá tener la juventud en la construcción de esa nueva trama
afectiva y en la de un proyecto emancipador?

- Durante los gobiernos kirchneristas hubo una restauración de la política por parte de una gran parte
de la juventud. Una recuperación de la tradición militante en un sentido histórico/colectivo, que
repuso la pregunta por el futuro. A eso se le contrapuso luego una idea meritocrática en la que se
interpela a los jóvenes solamente como consumidores y empresarios de sí mismos. Pero la marca
social que se produjo durante el kirchnerismo no es fácilmente borrable, tiene una temporalidad
compleja. Los jóvenes actuales, que fueron niños durante los gobiernos kirchneristas, movilizan todo
tipo de interrogantes por el mundo, por los otros, por las generaciones pasadas y por el porvenir.
Todo ello puede ser el abono para la construcción de una manera más interesante y más justa de
estar juntos. Van a ser fundamentales no solo las nuevas preguntas que pueda generar la juventud
respecto del porvenir, sino también la interlocución y el diálogo con las generaciones anteriores. Ese
diálogo resulta imprescindible para que la experiencia aliente la experimentación en vez de inhibirla.
La transmisión de las generaciones que han tenido la voluntad de cambiar el mundo, la mirada sobre
el presente de voluntades que antes fracasaron, pueden ser recibidas como un tesoro por quienes
llegan después y no aceptan la inexorabilidad de la injusticia. No para repetir experiencias sino
precisamente para no hacerlo, y así honrar lo que nunca debiera abandonarse en la historia: el
anhelo de justicia. Esto fue lo que dijo recientemente Horacio González, y levantó tanto griterío
escandalizado.

- ¿Cree que antes de saber el resultado de las PASO hubo una especie de fascinación por la
eficacia de las nuevas técnicas de marketing político que no dejó ver que estaba pasando otra
cosa? ¿Estaba pasando otra cosa o en cierto punto el FdT ganó porque se aggiornó a esas
nuevas técnicas?
- Indudablemente hay una eficacia de esas técnicas fuertemente despolitizadoras, orientadas a
anular la autonomía, la interrogación y la crítica. Sin embargo, durante esta campaña electoral hubo
algo que en cierto modo relativiza esa eficacia y la confronta. Una candidata a vicepresidenta hace
campaña con un libro de 600 páginas. No con mensajes analfabetos elaborados por empresas
contratadas para inundar los celulares con consignas efectistas. Esa candidata, en cambio, propone
discutir ideas en lugares abiertos. Es cierto que el FdT incorporó estrategias de marketing, que
seguramente no pueden ser desdeñadas en una contienda electoral. El problema es cuando la
política se reduce solo a eso.

-¿Cree que en el último tiempo la derecha logró establecer los términos de la discusión? ¿Hay
un triunfo de la derecha en el orden del discurso?

- El trabajo político será fundamental para evitar que el lenguaje con el que una sociedad se piensa
quede reducido al binarismo y la pobreza conceptual que proponen los medios de comunicación.
Frente a ello, producir una discusión pública más intensa, que movilice no solamente la lengua de la
política, sino también la literatura, la música, los lenguajes populares. Una política que se conciba
como parte de la cultura y logre desplazar el límite de lo pensable y de lo posible. Política como
resistencia a la reducción neoliberal que concibe los problemas humanos como puramente técnicos,
objeto de lenguajes especializados. Los conflictos de las sociedades son políticos y las instituciones
deberán manifestarlos y expresarlos en vez de reprimirlos. Las sociedades están divididas. Lejos de
ser un mal, la división es la fuente que permite producir nuevas libertades e igualdades. No se trata
de reprimir los conflictos, o negarlos, sino hacer algo con ellos, conferirles una forma política,
inventar una institucionalidad que los exprese. No es posible, ni deseable, una “solución final” de los
conflictos.

- En un texto reciente destacó la importancia de la fraternidad para la construcción política.


¿Cómo analiza el proceso de unidad del peronismo y la incorporación de diferentes sectores
en el FdT?

- La tradición revolucionaria resguarda tres palabras clásicas, ninguna de las cuales puede ser
suprimida sin afectar las otras: libertad, igualdad y fraternidad. Fraternidad es la que ha tenido menos
desarrollo teórico; sin embargo es un concepto fundamental porque alude a una dimensión afectiva
de las sociedades y de la democracia. Sin ella las ideas de libertad e igualdad pueden ser ineficaces.
La reconstrucción de un campo popular que albergue al peronismo, al radicalismo que no se
malversó en una claudicación ante los poderosos, a las distintas vertientes del pensamiento
libertario, a las izquierdas, el socialismo… va a ser necesaria para reconfigurar un mundo más
habitable. Sería interesante lograr una unidad no reducida al espanto por lo que debemos dejar
atrás. Por supuesto, el desquicio que produjo el macrismo -indudablemente el peor gobierno de
origen electoral en la historia argentina- es un motivo de unidad. Pero deberá explorarse la
posibilidad de un núcleo común afirmativo que permita, en la diferencia, comenzar la reconstucción
de lo destruido y la reparación de tanto daño. El macrismo promovió lo peor de los seres humanos.
No se trató solamente de una destrucción económica y social, sino que puso en el centro el odio
hacia el otro, el rechazo de todo lo que no confirma lo existente. Sin embargo, existe una reserva
democrática importante en la sociedad argentina desde la que comenzar el trabajo de
recomposición.
- En diferentes ocasiones criticó un modo de proceder de los intelectuales que usted llama
“neoliberalismo académico”. ¿Cuál es el rol de los intelectuales en la política?

- La universidad no es indemne a la captura por una lógica neoliberal que, en vez de estimular un
trabajo sobre las palabras y las ideas para descifrar el mundo, conocerlo, cuidarlo, transformarlo y
volverlo más habitable, alienta una “producción de resultados” que posiciona a docentes e
investigadores -e incluso estudiantes- de una manera más aventajada respecto de sus colegas. Una
internalización del léxico de la empresa y, en el límite, la conversión misma de la universidad en
empresa. La resistencia a esta malversación de la universidad en mi opinión deberá orientarse a una
recuperación de la crítica, a un reencanto de esa alegría de la transmisión que llamamos docencia y
al placer de poner en marcha, una y otra vez, la pregunta por el sentido de las cosas.

Entrevista: Melisa Molina.

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