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J. M. Briceño Guerrero
3 X 1= 4
3 X 1= 4
retratos
Jonuel Brigue
Biblioteca J. M. Briceño Guerrero
Dirigida por Centro Editorial La Castalia
3 X 1 = 4. Retratos
© J. M. Briceño Guerrero, 2012
© De esta edición
Ediciones La Castalia
© Biblioteca J. M. Briceño Guerrero
Imagen de portada
Marc Chagall. La aparición de la familia del artista, 1947. Detalle.
Óleo sobre lienzo, 123 x 112 cm
París, Museo Nacional de Arte Moderno
Imagen de portadilla
Mariana Gil
Coordinación gráfica
José Gregorio Romero
Colección al cuidado de
José Gregorio Vásquez C.
Impresión
Producciones Editoriales C. A.
proedito@gmail.com
Mérida, Venezuela, 2012
Nano
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Alguien pasa por mi lado a toda prisa y me empuja bru-
talmente gritando «Kabir, Kabir, pata de reír; Kabir, Kabir,
pata de freír».
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demolición. En su lugar se construyó un laberinto, obra de
un saltimbanqui. Cobraba dos bolívares por entrar y daba
veinte al que lograra salir. Nadie encontraba la salida; tenía
que entrar el saltimbanqui a sacarlo. Yo sí salí. Fue mi pri-
mera distinción y repartí los veinte bolívares entre mis com-
pañeros; hicimos una fiesta. Nadie hizo referencia a mi pie
torcido por la parálisis infantil; nadie me dijo: «Kabir, Kabir,
pata de partir; Kabir, Kabir, pata de morir», ni ninguna otra
variante inspirada en mi nombre. Pero seguí siendo extraño,
fuereño, veguero. En realidad todos eran de Barquisimeto y
de otros pueblos de estado Lara y se conocían. No me sentían
ni me trataban como a un compañero ni yo me sentía tal.
Sin embargo se copiaban de mí en los exámenes escritos. Es
de creer que la Escuela Federal Graduada Carlos Soublette,
de Barinas, era mejor que las de Lara.
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pero era hijo natural de un «godo». Éste hacía conmigo las
tareas de matemáticas. Los «godos» me invitaron a Carora y
me llevaron al Club Torres. Era una casa grande y vacía; unas
cuantas mesas, muchas sillas, y gran cantidad de botellones
de cerveza enfriándose entre bloques de hielo. Comenzaron
a beber cerveza. Aceptaron que yo fuera abstemio y pidieron
refrescos para mí. Cuando vaciaban un botellón lo ponían
pegado a la pared, en fila. La meta era dar la vuelta completa
a la habitación. Chemías anunció que proponía una segunda
vuelta al terminar la primera.
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Aumentó considerablemente el número de alumnos.
Habiendo hecho amistad con los primeros cinco caroreños
se me hizo fácil conocer a los recién llegados de esa ciudad.
Eran audaces y desinhibidos. Participaban en política de
partidos y discurrían con facilidad. Tenían contactos con
dirigentes nacionales y escribían en periódicos de Caracas
(¡!). Declamaban poemas inventando la gesticulación ade-
cuada. Me impresionó la recitación del Canto a Bolívar de
Neruda por parte de uno llamado Cheíto Herrera, sobre
todo la parte donde se dice: «junto a mi mano hay otra, y
hay otra junto a ella y otra más hasta el fondo infinito del
continente oscuro». Las manos de Cheíto se desplazaban la
una detrás de la otra hacia atrás por la izquierda y parecían
perderse en la penumbra del fondo del escenario.
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Según él, el hombre en plenitud es el ciudadano responsable
de la comunidad. Más tarde en la Escuela Soublette, Elías
Cordero U. y Herminio León Colmenares robustecieron ese
punto de vista y publicaban un periódico impreso llamado
Senderos. Yo colaboraba con poemas, cuentos y crucigramas,
pero no tocaba cuestiones políticas.
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comenzaba yo a familiarizarme con un grupo de niños de la
misma edad en la escuela, nos mudábamos a otro pueblo en
el cual yo volvía a ser fuereño, veguero, extraño, extranjero,
casi musiú. Sin duda por eso me impresionó tanto el sentido
de pertenencia de los caroreños, el amor por su pueblo, la
condición de familia extendida; y no solo entre los «godos»;
los pobres también tenían el mismo sentido de pertenencia,
el mismo amor por su aldea y sus gentes. Como planeta
errante yo sentí la poderosa fuerza gravitatoria de ese sol
de la fraternidad y me quedé girando en torno a su centro
de cariño. Nunca me rechazaron, siempre me protegieron.
Un ejemplo:
Profesor: —Se llama hábito una tendencia a la repetición
cuando algo ha sido hecho varias veces.
Nano: —¿Esa tendencia es propia de los seres humanos
o puede darse entre los otros seres vivos y aún entre seres
inanimados?
Profesor: —Me refiero especialmente a los seres humanos,
pero quizás puede extenderse a otros seres vivos entre los
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animales y los vegetales. Sin embargo, no puede producirse
entre los seres inanimados. Es característica de la vida.
Nano: —Si yo doblo esta hoja de papel se abre. Si la
vuelvo a doblar varias veces, tiende a doblarse sola y, en el
límite, a quedarse cerrada. ¿Puedo decir que se ha habituado?
¿Se da el hábito entre los seres inanimados?
Profesor (desconcertado): —Bueno sí… claro que no.
Una hoja de papel no es un ser vivo, aunque sí, parece que sí.
Nano (implacable): —Habría que declarar a una hoja de
papel ser vivo o cambiar la definición de hábito.
–Profesor: —Continuaremos en otra ocasión pues ya va
a sonar la campana del receso.
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atrocidades militares más bien quitaba que animaba el valor.
Recuerdo casi literalmente las palabras finales de su discurso:
«Ha llegado la hora en que el estudiantado venezolano no
tema más ni la presencia hostil de los fusiles, ni la presión
nefasta de las bayonetas, ni el tartamudeo macabro de las
ametralladoras».
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fuertes. Me llamaban «ayúdame a vivir» por la publicidad
de entonces a favor de los minusválidos, y escenificaban
batallas campales en clases, montándose en los pupitres,
y lanzándose tizas y libros como proyectiles, mientras yo
explicaba el posesivo sajón. Tuvo que venir el director Hugo
Ruan, dijo que ese puesto era para hombres y me despidió.
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El gobierno cerró la Universidad. Yo seguí estudios en
el Pedagógico.
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un papel, inconsciente en general. Toda la educación, según
él, consiste en aprender roles para participar en la obra de
teatro que es cada cultura, cada sociedad, cada civilización.
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se concentró en ese cortísimo papel. En todas partes lo
repetía. Para saludar decía: «¡Oh un cadáver!». Le regalé
una arepa y me dijo: «¡Oh un cadáver!», abriendo los
ojos asombrado y levantando los brazos al cielo. Cuando
llegó el momento cumbre, la hora de la verdad, entró al
escenario que nunca había visto antes y se encontró con
un actor en el papel de muerto, la sangre le manchaba
la ropa y heridas grandes le surcaban el pecho y la cara.
Aterrado gritó: «¡Coño, un muerto!», y corrió despavorido
pidiendo socorro.
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discos de acetato con sesiones enteras. Se publicaban libros
con los poemas favoritos de tal o cual declamador.
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El Club Torres, me cuenta Nano, trajo una vez a un gran
declamador venezolano, Balbino Blanco Sánchez, creo. Al
terminar, un godo medio borracho, le pidió que recitara otra
vez «El poema de las tetas». Se trataba de El milagro pequeño
de Alejandro Casona: «Era una pobre niña / que aún no
tenía senos… / y la niña lloraba: / ¡yo quiero tener senos! /
¡Señor, haz un milagro!, / un milagro pequeño / pero Dios
no la oía, / allá arriba tan lejos... / Y cogió dos palomas, / se
las puso en el pecho… / Pero las dos palomas / levantaron
el vuelo. / Y cogió dos estrellas, / se las puso en el pecho…
/ Las estrellas temblaron y se apagaron luego. / Y cogió dos
magnolias, / se las puso en el pecho… / Las dos magnolias
blancas / deshojaron sus pétalos. / Y cogió dos panales, / se
los puso en el pecho… / Y la miel y la cera se helaron en el
viento. / ¡Un milagro, Señor / un milagro pequeño! / Pero
Dios no la oía, / allá arriba tan lejos. / Cuando llegó el amor;
/ se le entró pecho adentro / ¡y se sintió florida! / Le nacieron
dos senos / con picos de palomas, / con temblor de luceros,
/ como magnolias, blancos; / como panales llenos, igual que
dos milagros… / dos milagros pequeños».
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Sin embargo, admitía, hay instantes de plenitud. No quise
contradecirlo ni preguntarle más. Preferí el silencio y así
nos quedamos largo rato mientras el sol trataba en vano de
quemar los cujíes.
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para ti. El artesano sonrió y me miró como felicitándome.
Se parecía a la imagen que tengo de Hefesto, el doble cojo,
mi héroe mitológico.
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reunidas esquineando (se acostumbraba esquinear, es decir,
pararse en grupo a conversar en una esquina, de prefe-
rencia si vivía por ahí cerca alguna muchacha bonita; la
conversa de esquina podía continuar hasta altas horas de
la noche), me acercaba respetuosamente y les rogaba que
me ayudaran a afinar el cuatro, pues yo no tenía oído.
Hice eso incontables veces desafinando a propósito el
cuatro antes de cada consulta. Nunca se dio el caso de
que no hubiera uno o varios en cada grupo para afinar
inmediatamente el cuatro. Me pregunto si habrá algún lu-
gar de Francia o Alemania donde pudiera hacerse la misma
investigación con un violín. Sol-re-la-mi no es más difícil
que cambur pintón, hipócrita.
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chetes y cuchillos, para sostener las puertas, para adorno,
para brujería, para usarlas como proyectiles tumba-ranchos.
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me dijo: «Carora no es una ciudad, no es una cultura, no
es una región, Carora es una secta». Y no es cosa solo de
estar dispuesto a ayudar al otro; es la confianza irracional
en el otro. La señora vive en Caracas con su esposo; se les
echó a perder el carro. Al lado hay un taller mecánico pero
el caroreño atravesó toda Caracas para llevarle el carro a un
caroreño. En otra ocasión, al caroreño le dio un infarto en
la calle; se desplomó y mascullaba algo con dificultad; ella
se arrodilló a su lado e inclinó la cabeza para oírlo: le estaba
dando el nombre y la dirección de un médico caroreño por
allá lejos en otra urbanización mientras había una clínica
a dos cuadras; le hizo caso y llamó; no puede explicarlo, a
los quince minutos estaba el médico ahí con toda la ayuda
necesaria.
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volver. Se van, pero se mantienen en contacto con su tierra
y vuelven. Mientras están ausentes, Carora está presente en
ellos. Quien los conoce, conoce a Carora.
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de Química se quedó. Agradecido me pasó el 18 a 20. De
algo sirven los idiomas, pero yo miraba en otra dirección.
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yo producía a sus familiares y amigos, y emparentando esa
idea con la vieja costumbre caroreña de reservar un cuarto
para el loco frecuente en cada familia. Hoy en día ya no hay
cuarto del loco, quizás porque la locura se ha generalizado y
normalizado, o porque se ha concentrado en ciertos perso-
najes muy singulares. Conocí a uno que llevaba en cuentas
millonarias la deuda de los godos ricos con su persona;
conocí a otro que se paseaba en guayuco con arco y flechas,
lo llamaban «Indio a juro». Eran bien recibidos y atendidos
por las familias godas. Yo también.
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Segundo retrato
Güido
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es huelga. Se nombran representantes para llevar sus quejas
ante la dirección del Liceo. Pasan las horas, nos quedamos
por ahí, esperando y conversando. Yo no entiendo nada.
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ríos que corren hacia el mar, quise siempre conocer el mar. Y
mejor conocerlo en libros que en la realidad. El bibliotecario
me indicó una silla en una mesa de seis lectores, pero vacías
en ese momento, y me trajo después el libro con el mismo
aire de severidad. Fue el comienzo de la actividad perfecta
para mí. No tenía que pelear con nadie. Nadie me iba a
gritar: ¡Kabir no sabe vivir, Kabir no quiere vivir, Kabir no
debe vivir! Algo en mí provocaba esas agresiones. Pero aquí
no, silencio absoluto, orden vigilado para ver el teatro del
mundo, como decía Nano, en seguridad.
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presentó como enviada de la Sociedad Teosófica de Madame
Blavatsky. Memoricé los nombres para buscar información
en la biblioteca. La visión de ensueño habló, y su voz melo-
diosa despertó en mí una emoción no usada.
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brazos hacia ella». Yo no tenía experiencias y madurez para
entenderlo pero me gustaba. Me gustaba más otro donde
habla de los ríos de Venezuela que corren como los ríos de
Rusia hacia la vida. Entendí que estaba contradiciendo a Jorge
Manrique cuyas coplas me encantaban por la música; y también
a Unamuno: «Ebro, Tajo, Miño, Duero, Guadiana y Guadal-
quivir, ríos de España, ¡qué trabajo irse a la mar, a morir!».
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pagar. Me aceptó como alumno gratuito; «los demás pagan»,
dijo, «y tal vez tú puedes volverte mi ayudante». Así pasó. Yo
ejercitaba a los demás en esa bella lengua y aprendía poemas
de Hölderlin, Rilke, Georgiu, Hesse, Goethe.
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los corridos de los campesinos. En Barquisimeto, la iglesia
evangélica donde asistíamos a la escuela dominical y los
cultos de predicación y oración, tenía un órgano que se
activaba con los pies. Lo tocaba la señorita Hilda Myrik,
misionera norteamericana; dirigía el canto la señorita Juana
su ayudante venezolana.
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de los judíos. Había muchas culebras de picada mortal en
aquella parte del desierto; los picados de culebra enfermaban
gravemente y después de cierto tiempo morían. Entonces
Moisés hizo construir una serpiente de bronce y la colocó
sobre un madero en forma de cruz. Los picados de culebra
miraban la estatua y se curaban. Luego dijo que nuestro
señor Jesucristo fue alzado en una cruz, como la serpiente
de bronce, para que todo envenenado por el pecado en el
desierto del mundo, al mirarlo con fe se sanara.
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[45]
y su técnica y sobre la estructura y características de la pieza
anunciada.
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mí como la expresión de una herida oculta, como si el gran
arcano fuera la sin razón de todas las cosas. Algunas de sus
composiciones eran cantadas por otras personas con una
letra donde era cuestión de amores fracasados, de mujeres
inconstantes y esquivas.
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Por eso, al salir de la clase Carlitos me dijo Ergo-sum-cojito-
Kabir, el diablo te va a perseguir, cojito-ergo-sum-Kabir,
Satán te va a perseguir. Decididamente yo era la musa poé-
tica de Carlitos. A falta de golpes con la mano, buenos son
puñetazos verbales.
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autoridad. Estaba sabiendo lo que hacía, lo que sabía. ¿Era
desde ese segundo nivel desde donde yo no le veía sentido
a la política ni a las ocupaciones de los demás?
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mantener la terminación. Así lo hice, me instalé cómoda-
mente en una rama bifurcada y firme del mamón de mi casa
para reflexionar sobre el cogito cartesiano, pronunciando
cóguito bien clarito.
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dijo: «El cóguito está poniendo loco al cojito» y me invitó a
tomar cerveza para ahogar el recuerdo de esa impertinencia.
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ahí vino tal vez mi interés por las lenguas extranjeras, pero
¿por qué yo solo, por qué los demás no sintieron el mismo
encantamiento? Averigüé qué había sido de ellos. Ninguno
estudió idiomas extranjeros.
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Mucho más me gustaron las clases de piano de doña
Doralisa Jiménez de Medina. Una viuda gentil con siete
pianos al servicio de la juventud estudiosa. Casi no daba
clases, pero los pianos estaban a nuestra disposición y los
más adelantados instruían a los principiantes. Me gustaba
hablar con Luisa V. T., pero ella prefería la compañía de un
estudiante mayor, alto y silencioso, llamado Santiago, que
estudiaba con ella en el piano más alejado en un rincón,
cerca del jardín.
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un poema, por ejemplo, hay un doble cuento: el que cuen-
tan las palabras y el que cuenta la música de los versos. Si se
dice solamente lo expresado por las palabras sin la métrica,
el ritmo, los acentos sonoros, las repeticiones de sílabas, es
decir, sin el cuento musical del poema, entonces no es un
poema, es un cuento de una sola dimensión.
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entendimiento y comunica con una esencia universal que
sostiene todas las cosas del universo y es la esencia del uni-
verso en su conjunto.
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explica tal vez la inclinación de los amantes y creadores de
arte al desarreglo. Pero la causa mayor pudiera estar en el
abandono de la seguridad social y el paso a una dimensión
donde no cuentan los patrones culturales.
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Pues se han encontrado soluciones plausibles, aunque
ridículas a ese problema. Como cuando el Padre Nuestro
se traduce a una lengua sin esas nociones: «Madre nuestra
barbuda que estás en el valle de las gacelas».
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lengua, su manera de entenderse con sus congéneres, con las
demás especies y con la naturaleza toda ¿Por qué la especie
humana, siendo una, tiene tantos idiomas diferentes? Me
repitió el consejo anterior.
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para ciegos, me conmovió inmensamente el momento en
que ella entendió lo que es un signo. La maestra le echó
agua en la cara mientras le digitaba en el dorso de la mano
el signo correspondiente a agua. Cuando ella lo comprendió,
se puso como loca, agarró a la maestra, le tocaba una parte
del cuerpo o un objeto y le mostraba la mano para que le
pusiera el signo correspondiente.
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aprendidas, son modificables, pero no hay ninguna que
pueda llamarse la forma originaria, natural.
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cambia al pasar el poder mundial a otras manos. Ahora esa
lengua común es el inglés; pero en el futuro pudiera ser el
ruso o el mandarín o quien sabe qué otro pueblo gobernará a
los demás dentro de mil años, si la humanidad no ha logrado
todavía destruirse a sí misma.
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Tuve que interrumpir: Mi propia observación —¡Que
arrogancia la mía!—, mi propia observación me muestra que
el ser humano desea vivir, y si posible, vivir para siempre.
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preferido. El letrero con marcador rojo decía: Kabir, Kabir la
envidia te va a consumir; Kabir, Kabir, para de sufrir; Kabir,
Kabir, de envidia te vas a morir.
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Después supe toda la historia. En su trabajo de adminis-
tración en una empresa, había sido acusado de sustraer ocho
mil bolívares. Salió eso por los periódicos. Una investigación
demostró que él no era culpable y además se descubrió al
ladrón que resultó confeso y convicto.
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A menos que Güido tuviera razón y se inscribiera esto en la
cuenta de la tendencia suicida de la humanidad.
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El profesor de Biología, médico ecuatoriano bondado-
sísimo, terminaba sus clases de laboratorio recordándonos
a nosotros los varones no olvidar nunca la tripa cuando
salíamos de juerga. Explicó la producción de muchas en-
fermedades por microbios. Habló de Pasteur. Pasteur puso
en ridículo a magos, adivinos, rosacruces, sanadores, visi-
tadores de Lourdes, rezanderos, demostrando el origen de
muchas enfermedades, las no hereditarias, por la acción de
microorganismos.
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conmigo para que les diera lechina y quedaran inmunizados
para toda la vida. Si no les daba ahora, podía darles después
de adultos, lo cual es mucho más grave. También me pusie-
ron guantes para que no me rascara con las uñas pues dejaría
marcas imborrables.
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Tan pronto como salí de la lechina, moví cielo y tierra
para verlo trabajar. ¿Soñaba acaso con que me enderezara
el pie? Conscientemente no. La sanación sí me interesaba.
Quien por fin me llevó a verlo fue el señor Cardozo, médico
jubilado amigo de mi familia.
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oído hablar de gente que se apartaba para formar comuni-
dad diferente de la conocida guiándose por un ideal. En la
biblioteca había leído sobre las utopías de Platón, Bacon,
Moro, Campanella. En ese momento mi interés se dirigía
hacia las enfermedades y la curación.
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Era domingo en la mañana, la gente salía de misa, el
culebrero se paró sobre un banco de la plaza Bolívar y anun-
ció que iba a mostrar la culebra ponzoñosa más peligrosa
de la región, no se conocía antídoto contra su picada. Eso
era mentira, según Güido, porque en los Andes no hay
serpientes venenosas.
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por su valor. Cuando usted va a trabajar basta ponerse un
poquito en las alpargatas y todas las culebras se alejan; es
bueno también ponerse un poquito en la muñeca por si hay
que agarrar algo en el suelo sin ver ninguna culebra porque
esté escondida. ¿Y por cuánto vendo yo esta pomada? Un
poquito en las alpargatas dura mientras duren las alpargatas.
Una latica alcanza en realidad para toda la vida. ¿Por cuánto
la vendo? ¿Por cien bolívares? ¿Por mil bolívares? No. Yo no
soy comerciante. Tengo la misión de ayudar, de ser útil a la
humanidad. ¿La vendo entonces por cincuenta bolívares?
Claro que no. ¿Por veinte entonces? No me van a creer, la
vendo por un fuerte, por cinco bolívares. Es casi regalada.
Solo cobro lo necesario para cubrir los gastos de fabricación
y mis gastos mínimos de pasaje y comida». (Los campesinos
se agolpan para comprar la pomada. Nosotros también. Pa-
gamos diez por dos cajitas y saludamos de cerca al culebrero.
Nos obsequia con una mirada pícara encantadora).
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parlante hablaban así más o menos: «Dios nos ha dicho en
oración que ustedes están en gran pecado. Corren peligro
de enfermar gravemente y morir, peor aún, corren peligro
de ir al infierno para siempre, quemarse en pailas de aceite
hirviente y sufrir las crueldades de los diablos con sus lanzas,
flechas y alfileres.
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—Tengo una gallina ponedora que pone una vez al día.
—Tráela.
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Tercer retrato
El señor Dalmau
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tiene internado, seminternado y externado. Mi hermana es
externa. La diligencia consiste en ir a preguntar al repre-
sentante de una interna si le da permiso para asistir a una
fiestecita de las externas el próximo sábado.
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[83]
Ella le sugirió hacerme el horóscopo. Él se negó. «Solo
si él mismo lo pide».
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solo: «Si vienes el miércoles de la semana próxima, a las ocho
de la noche, te mostraré algo muy interesante». No esperó
respuesta, ni yo pregunté nada.
Eso fue todo. Me dio cita para un mes más tarde, a las
cinco y media de la mañana, y me despidió. Pero a mí se me
desarrolló un interés inusitado por la Astronomía.
[85]
Le pregunté al enjuto y adusto bibliotecario por libros
sobre estrellas. Me trajo a la mesa dos libros de texto y un
enorme atlas con fotografías del cielo y mapas donde se
indicaban las constelaciones y los nombres de las estrellas.
Fascinante todo aquello. Dejé de ir a clases varias veces para
estudiar los textos. Aprendí la diferencia entre constelación y
galaxia. Aprendí sobre novas y enanas blancas, sobre agujeros
negros, sobre materia negativa. Aprendí que podemos estar
viendo la luz de estrellas desaparecidas hace mil milenios.
Aprendí que nuestro sol es una estrella y que la estrella más
cercana a nosotros después del sol es Alfa de Centauro. Si
pudiéramos viajar a la velocidad de la luz tardaríamos nueve
años en llegar a ella. Aprendí tantas cosas que comenzaron
a confundirse en mi mente.
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[88]
profesor de Física, jefe de cátedra en Oxford, se presentó
al lugar y explicó al público presente que aquella máquina
no podría despegar. El maquinista no lo contradijo. Subió
a la cabina de mando, encendió la locomotora y despegó
saludando con su pañuelo al sorprendido sabio. En imagi-
nación sorprendí al sabio astrónomo mientras lo felicitaba.
[89]
redonda, o lo que llaman ojo de buey en los barcos. Un rayo
de sol entró en la habitación, entró en línea recta, no ilumi-
nó la habitación. Quedó como una viga de luz atravesando
limpiamente las tinieblas, sin difundirse me pareció.
[90]
Él ordenó más café con leche. Mientras lo tomábamos
dijo:
[91]
»De ese conocimiento viene el uso sabio de inciensos y
perfumes. De esa ignorancia vienen muchas enfermedades
y malestares.
[92]
por vez primera de lejos, en la calle, yo había sentido ya una
relación de este género, solo que obscuramente. La había
olvidado, es cierto, pero la huella quedó escondida en ese
fondo misterioso debajo de la conciencia, y emergió en los
encuentros posteriores.
[93]
Hablamos también sobre el tamaño del aura. Por ejemplo,
el aura del dueño de una casa puede abarcar toda la casa,
de tal manera que al entrar en la casa, entramos en su aura.
El aura de un gran maestro de sabiduría puede abarcar una
ciudad entera. Nuestra aura personal se entremezcla con el
aura de los demás, por eso podemos perder individualidad
y nadar en un ambiente colectivo incontrolable. El maestro
sabe comunicarse sin perder individualidad.
[94]
Una persona sola también puede formar un Egrégor
si hace las mismas acciones en el mismo lugar de manera
sostenida. Algunas personas tienen Egrégores entrenados
como sirenas, en tiendas por ejemplo, y obligan al pasante a
comprar, o entrenados como perros para espantar visitantes
indeseados.
[95]
Y esta perla: es posible conectarse con una estrella en
particular, o con varias. Citó al mismo poeta del mar como
infusión lactescente de astros. Ese poeta escuchaba el frufrú
y la voz de sus estrellas sentado al borde de los caminos en
noches de bohemia y tenía su posada en la Osa Mayor.
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[97]
Mientras llegaba la hora de comer, escuchamos a un
joven músico compositor de canciones. Debo explicar que
el señor Dalmau era muy amigo de los músicos, músico él
mismo. Componía canciones y cuando las terminaba de
cantar acompañándose con guitarra que tocaba él mismo,
solía decir: «Letra y música de Rafael Dalmau».
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[98]
lograba. En esto colaboré yo cuando pasaba largos ratos en
su casa. Yo atendía a los consultantes y los anunciaba en
orden de llegada.
[99]
El médico pidió explicación. ¿Qué contiene ese frasco?
¿Por qué darlo en esa forma? ¿Qué origen tiene ese líquido? El
señor Dalmau se negó a responder esas preguntas y se dispuso
a recuperar el frasco de las manos de la esposa del médico.
Ella intervino y argumentó ante su esposo el desahucio de
la niña; nada se arriesgaba, nada podía temerse, en cambio
la esperanza continuaba. El médico no aceptó, él merecía
—dijo— todas las explicaciones porque era médico y padre.
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«Kabir, Kabir, deja de mentir
de Dios no podrás huir
Kabir, Kabir, boca de falso decir
el diablo te va a freír».
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Mis estudios con el señor Dalmau habían comenzado
mucho antes. Me enseñó astrología. Cuando aprendí a ma-
nejar los horóscopos me explicó que todo eso era la forma
exterior de un asunto profundo. Todo eso era exotérico. Lo
esotérico de la astrología tiene que ver con fuerzas internas
del ser humano. A estas debemos conocer y nombrarlas con
los nombres de la astrología, pero otros nombres, de otras
tradiciones también son validos.
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A decir verdad, yo no entendía casi nada o entendía obs-
curamente. Solo muchos años después comencé a calibrar
la enormidad de lo que había recibido y me sentí dueño de
un gran tesoro.
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teras ni de lluvias, ni siquiera había observado atentamente
los ciclos del clima. Estaba preparado para explicarles mi
total ignorancia en esos asuntos y recomendarles consultar
directamente al maestro, cuando me di cuenta de que era
altamente conveniente hacer esa inversión y si posible am-
pliarla con préstamos porque las circunstancias todas iban
a ser altamente favorables.
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[107]
yo no tenía dinero ni enemigos poderosos para justificar
ese tratamiento. Después de mucho rodar se detuvieron y
me metieron no sé dónde. Alguien me hacía caminar y me
sostenía. Me hacía subir por escaleras que se derrumbaban,
me hacía pasar sobre rodillos que rodaban bajo mis pies, y los
demás me insultaban con palabras soeces. Alguno propuso
castrarme: «Córtenle las bolas a ese güebón».
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Telégrafos, vivía una muchacha neoyorquina, hablaba in-
glés por supuesto; yo debía ir a conocerla y demostrar mis
conocimientos. Fui.
[109]
tiene un “entripao”». Hasta ahora no sé qué es un «entripao».
Tal vez estaba encinta. Tal vez estaba metida en negocios
prohibidos. Ella misma me contó que había sido novia del
hijo mayor de esa familia hasta comprender con indignación
que ese joven no la quería a ella sino a la madre de ella y
utilizaba esa falsa relación amorosa para ocultar su relación
sexual con la madre fuera de las sospechas del padre. ¿Esa
experiencia dolorosa sería el «entripao»?
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era estudiante rosacruz y masón y sabía de él que era un
hombre sabio.
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Al terminar la conferencia Sanfeliz me dijo: «Ese hombre
no puede pensar correctamente porque está enfermo del
hígado». Según él la salud del cuerpo trae consigo la salud
de la mente y viceversa. El que se enferma es porque tiene
problemas no resueltos en su alma. El que tiene problemas
no resueltos en su alma, se enferma. Hay, además, una re-
lación precisa entre mente y cuerpo. Dime qué problemas
no resueltos tiene un hombre y yo te digo qué órgano del
cuerpo está enfermo o a punto de enfermarse. Dime qué
órgano enfermo tiene alguien y yo te digo qué problema no
resuelto tiene en el alma.
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mucho. Me inició en los misterios menores de Afrodita
Pándemos. Una deuda impagable. Mi respeto y reverencia
para ella siempre.
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Fumaba sin pausa. Una vez, en el monte, se le apareció un
hombrecito muy pequeño, como del tamaño de un cigarrillo,
y le dijo: «Soy tu amo, y te voy a matar». Inmediatamente
dejó de fumar.
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¿Cómo informar?
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supuse que iba a cantar. Pero no. Lloraba a lágrima viva. Ni
siquiera podía expresar en música su dolor.
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a sí mismo, traicionar su anhelo en aras de una adaptación
cobarde a lo conveniente y a lo cómodo. Lo único bueno
es la fidelidad al anhelo más íntimo, al impulso central y
poderoso del alma, sin considerar beneficios o perjuicios
laterales, secundarios, inferiores, despreciables». No supe
qué decir. Yo nunca había sentido nada de eso. Solo una
indiferencia, la contemplación de un espectáculo. Ella misma
y el músico suicida eran personajes de un drama superficial
interminablemente repetido, según pude observar en mis
lecturas de la biblioteca. Me pareció que el señor Dalmau
era inmensamente bondadoso, dando su tiempo a toda esa
colección de actores identificados con sus papeles. En su
corazón cabíamos todos. No comprendí su bondad. Debía
ser fastidioso escuchar todos los días la repetición de los
mismos dramas, para ayudar como un enfermero de actores,
de actores ignorantes de su condición de actores, ignorantes
de su verdadero ser.
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eficiente; se ocupaba del jardín y de las diligencias; cuidaba
además la casa en ausencia del dueño; tenía un pequeño
apartamento en el fondo del jardín con cuarto de instrumen-
tos y dormitorio con baño. El señor Dalmau tenía también
una secretaria que trabajaba por horario. Se encargaba de la
correspondencia, de las cuentas, de los papeles bancarios y,
a veces, de los consultantes.
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los renuentes. Le hablé de eso. Él dijo: «No siempre». La
virtud suprema —había explicado varias veces— es el discer-
nimiento; darse cuenta de lo conveniente en cada ocasión.
Las demás virtudes pueden conducir a la ruina si no hay
discernimiento.
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Otras cosas pertenecen a la vida ordinaria. Un inspector
de vehículos, aprovechando su posición de fuerza en el
gobierno, se apoderó del carro del señor Dalmau. Este no
reclamó, no montó pleito. Me dijo a mí: «Pido a Dios que yo
encuentre en mi camino a ese hombre pasando tribulación,
para hacerle un gran favor».
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superación, nada sagrado, tiene valor si no va seguido de ága-
pes. Los ágapes son celebraciones gastronómicas, banquetes
de orden, con vino de fraternidad, comidas rituales… Le
pregunté a mi maestro si no había una sobreestimación del
cuerpo en esa práctica. Se rio mucho y me dijo: «Primero
la barriga, después el misticismo. El cuerpo es importante
vehículo en esta vida, es nuestro instrumento indispensable».
Le gustó mucho una frase del poeta Dávila Andrade: «Es
feroz amar sin órganos».
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cuerpos se transmutan, se vuelven instrumentos musicales
infranqueables a la senectud, la enfermedad y la muerte. Se
ven obligados a disimular su inmortalidad, cambiando de
país, de tiempo, de aspecto, de ocupación.
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puede suprimirlos, no puede aniquilar su creación porque
tendría que aniquilarse a sí mismo, nihilizar parte de su ser.
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Su hermana vino a rescatar su cuerpo y sus propiedades.
A mí me dio la lupa que indicaba los caballos ganadores y la
bola de cristal donde él veía en la mañana los consultantes
del día por venir y escuchaba sus cuitas. Un músico italiano
se llevó su guitarra, su violín y sus canciones. Kabir-Kabir
ya sabes vivir. Kabir-Kabir ya sabes morir.
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Contenido
Primer retrato
Nano 9
Segundo retrato
Güido 35
Tercer retrato
El señor Dalmau 81
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