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LA DONCELLA (Francisco Luis Bernárdez) Su corazón, que era un prodigio, quedó suspenso al escuchar la voz aquella.

La criatura se asombraba de ver a Dios Nuestro Señor pendiente de ella.


Mientras el júbilo y el llanto llenan el mundo, la doncella está callada.
Adán oía entre las sombras y entre las sombras escuchaban los Profetas.
Pero sus ojos compasivos están muy cerca de las risas y las lágrimas.
Los pobres muertos, en su patria de polvo y siglos, esperaban la respuesta.
El cuerpo hermoso es un desierto y el alma limpia una ciudad de muchas almas.
Cuando la niña abrió los labios, el paraíso lentamente abrió sus puertas.
Aquél es puro por lo solo, y ésta es perfecta por lo muy acompañada.
Y Dios bajó, para salvarnos, al vientre puro de su Madre la Doncella.
En ella el bien es invisible como en el vaso cristalino el bien del agua.
La misteriosa economía del universo está pendiente de sus manos.
Y, sin embargo, el bien la llena de tal manera, que la llena y la rebasa.
Porque por algo están unidas constantemente y sin rumor en su regazo.
Su corazón vive en la tierra con el silencio de la estrella solitaria.
Esa tarea silenciosa mueve la máquina invisible de los astros.
Como la estrella, la doncella nos ilumina con sus ojos sin palabras.
La fuerza muda y escondida de la oración es la que impide su fracaso.
El viento es bello porque llora y el agua es bella porque llora y porque canta.
Por ella el frío es menos frío y el desamparo es mucho menos desamparo.
Pero la flor y la doncella son más hermosas porque nunca dicen nada.
Por ella el hombre sobrelleva su enorme carga de amargura y de cansancio.
Todas las fuerzas naturales buscan en ella su razón definitiva.
Siempre encerrada en su pureza, la dulce niña nos ayuda sin descanso.
La tierra, el fuego, el agua, el aire lo esperan todo de su voz desconocida.
La caridad en que se quema nos ilumina con su fuego sacrosanto.
El mar profundo y dilatado suele caber en su regazo sin mancilla.
El mundo es grande para todos, pero es pequeño como un niño entre sus brazos.
Cómo cabezas infantiles, las olas van a descansar en sus rodillas.
Puede dormir profundamente, pues la doncella que lo acuna está rezando.
Si sus oídos no existieran, la brisa errante y musical no cantaría.
Si la doncella no velara, ¿quién dormiría en esta noche tenebrosa?
Porque no habría en este mundo nadie capaz de comprender lo que suspira.
¿Quién viviría para el débil, para el que sufre soledad, para el que llora?
El cielo vive de su frente como la fruta vive aún de la semilla.
¿Quién vencería en este mundo la poderosa resistencia de las cosas?
El firmamento es firmamento por la pureza de los ojos que lo miran.
¿Quién pagaría lo que falta pagar a Dios por la belleza de sus obras?
El fuego brilla sin quemarnos porque sus dedos virginales lo apaciguan.
Contra la muerte y el olvido su cuerpo frágil de mujer es una roca.
La tierra gira sin tropiezo porque hay en ella una doncella todavía.
Dormido en ella, el hombre puede sobrevivir a los peligros que lo acosan.
Hubo una vez una más pura que las demás en un rincón de Galilea.
Sólo viviendo en esa cárcel el hombre es libre como el pájaro y las olas.
Porque las otras eran puras, pero María era la flor de la pureza.
Porque ni el tiempo ni el espacio tienen cabida en la prisión maravillosa.
La voz eterna del Arcángel iluminó su obscuridad y su pobreza.
El corazón, esperanzado, distingue al fin algo de luz entre las sombras.
Ave María (le decía como nosotros le decimos), gratia plena.
Y el alma, llena de alegría, puede decir con emoción que no está sola.

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