TEXTO PREPARADO POR Lic. José Wilder Peña Ortega Tomado de: EL PRIMATE RESPONSABLE: Antropología de la coducta Fernando Silva-Santisteban Bernal Fondo Editorial del Congreso del Perú. 2005.
II. El proceso de hominización
La historia de los antepasados del hombre es principalmente la historia de la corteza cerebral. El rápido crecimiento de esta parte del cerebro es responsable de la gran capacidad craneana de esa cabeza que permanece en equilibrio en la cúspide de la columna vertebral del animal humano. ROBERT JA5TROW (1985:107)
Como explica Jastrow, nuestro cerebro está formado por varias zonas diferentes que han evolucionado en diferentes épocas. Cuando en el cerebro de nuestros antepasados primates aparecía y crecía una nueva zona, la naturaleza no desechaba las antiguas, más bien las retenía, configurándose la más reciente encima de ellas. Hoy, la corteza cerebral -la nueva y más importante zona del cerebro humano- recubre y engloba a las más viejas y primitivas. Esas regiones no han sido eliminadas, permanecen debajo sin exteriorizar ya el control indisputable del cuerpo, pero aún siguen activas (Jastrow, 1985:131).
Desde que Darwin publicó en 1871 The descent of Man and Selection in Relation to Sex, obra en la que sostenía que también el hombre había evolucionado desde formas más simples de vida, comenzó el tema y problema de la hominización; es decir, la preocupación por saber cómo el hombre ha llegado a ser lo que es partiendo de sus ancestros filogenéticos. Los hallazgos sucesivos de los restos paleontológicos han aportado el asidero físico y objetivo del proceso y el desarrollo de las ciencias los fundamentos racionales que ahora lo explican.
Si bien es cierto que las desemejanzas en los restos fósiles descubiertos no permiten aún establecer la sucesión directa en nuestra cadena filogenética, hay una serie de hechos primordiales, hitos fundamentales, que no dejan duda del trayecto hacia la humanidad. Tales hechos, que marcan la aparición de los miembros de nuestra actual especie, son: el desarrollo del cerebro, la adopción de la bipedación o bipedalisrno, la fabricación de herramientas, el trabajo, el incremento del lenguaje, la utilización del fuego, el desarrollo de la tecnología y las primeras manifestaciones del arte. A esta travesía es que llamamos proceso de hominización, sean cuales fueren las características somáticas de los individuos y de las especies que la transitaron desde la condición animal.
Que la evolución del ser humano comenzó en África es un hecho bien establecido: todos los fósiles de los homínidos que vivieron entre 7 y 3 millones de años atrás proceden de África. Se han señalado unas 14 especies diferentes de homínidos encontrados hasta la fecha, pero, como ya se dijo, los paleoantropólogos no han podido todavía establecer las correspondencias filogenéticas de varios de ellos, ni determinar cómo se extinguieron.
Hace unos diez millones de años el mundo estaba lleno de monos de diferentes formas y tamaños. La historia de los homínidos empieza cuando los primates adoptaron la forma de andar en dos pies y en posición vertical, cambio que significó una primera transformación crucial en su comportamiento a partir de la cual habrá de tener origen el linaje humano. Parece que la adopción del bipedalismo tuvo lugar después de un evento climático de trascendencia universal que modificó las condiciones del clima con la consiguiente reducción de las selvas y expansión de las sabanas. Es probable que los primates se volvieran demasiado grandes para vivir entre las ramas y que, al retraerse las selvas, las condiciones del medio los obligara a bajar y correr de un árbol a otro. Cuando estuvieron en el suelo necesitaron cada vez menos de los brazos para la locomoción y quedaron en condiciones de hacer mejor uso de ellos. También empezó a diferenciarse su régimen alimentario al recurrir a alimentos duros pero nutritivos, como semillas, nueces y raíces. La explicación está en que los dientes de los homínidos tienen la capa de esmalte más gruesa que los dientes de los antropoides y se advierte en ellos signos de fuerte desgaste, de allí que las dentaduras de los monos antropomorfos y de los homínidos hayan evolucionado en direcciones diferentes.
Así, pues, la posición erecta fue una de las primeras adquisiciones en cuanto a la evolución humana, el factor primordial que separa al simio y los homínidos. Pero esta se logró lentamente y dicho logro entraña una larga serie de modificaciones, como fueron: la adaptación de los pies para la sustentación, la liberación de las manos, el ensanchamiento del tórax y de la pelvis, así como otros cambios en las formas y relación de las vísceras y muchas otras modificaciones tanto en el esqueleto cuanto en los músculos de los miembros. En el curso de estas modificaciones el centro de gravedad del cuerpo se desplazó hacia atrás, se robusteció la parte lumbar del raquis y se instauró un mecanismo nervioso que tiene su centro en el córtex paria-temporal.
Lo más significativo de todas estas modificaciones fue la transformación del cráneo, en gran manera dependiente de la posición vertical. El desplazamiento del raquis con relación a la cabeza, cuya orientación sensorial debió quedar funcionalmente constante, permitió la rotación de la nuca que separa al occipital cartilaginoso del parietal, creando un hiato donde se desarrolló el occipital membranoso. Con la bipedestación el foramen magnun (el agujero occipital que da paso a la médula espinal en el cráneo de los vertebrados) se desplazó de atrás hacia la parte central de la base del cráneo. Se modificó la arquitectura de la cara así como de los maxilares y fue desapareciendo el prognatismo.
En julio de 2002 se informó de un hallazgo espectacular en Chad, en el desierto de Djourab del África central, realizado por un grupo de científicos de la Universidad de N'Djarnena bajo la dirección del profesor Michel Brunet de la Universidad de Poitiers. Se trata del cráneo de un individuo perteneciente a una especie hasta hoy desconocida de homínido que caminaba erguido entre 7 y 6 millones de años atrás. El espécimen, de cara achatada y enormes arcadas supraorbitales, ha sido bautizado con el sobrenombre de Toumai, que en el idioma goran de África central significa "esperanza de vida". Era del tamaño de un chimpancé pero su cráneo mide entre 320 y 350 cm3. Ha sido clasificado como Sahelanthropus tchadensis y parece tratarse del homínido más antiguo conocido hasta la fecha, aunque algunos especialistas han puesto en duda tal afirmación. En términos generales, los paleoantropólogos están de acuerdo en que hace cinco millones de años aparecieron los primeros homínidos o miembros de la familia humana, ya diferentes de los chimpancés y de los otros antropoides. Sin embargo, nuestros ancestros más remotos no fueron simios como tampoco seres humanos en el sentido actual. Estos homínidos tempranos poseyeron un conjunto de adaptaciones físicas ajenas a cualquier modelo existente de primate: a la vez que conservaban su facilidad para trepar empezaban a desplazarse normalmente sobre sus extremidades posteriores cuando estaban en el suelo. Hasta nuestros días los homínidos más tempranas conocidos son: el Orrorín tugenensis, cuyos restos fueron hallados en la región de Boringo, en Kenia, en octubre de 2000 y el cual vivió hace alrededor de 6 millones de años, pero es poco todavía lo que sobre él ha salido a la luz. Otro homínido temprano es el Ardipithecus ramidus (6), cuyos primeros restos fueron descubiertos por Tim White en 1994 y consisten en algunos fragmentos del cráneo, unos cuantos dientes y algunos huesos de las extremidades. Estos fragmentos fueron encontrados en el yacimiento etíope de Aramis y fechados en 4,4 millones de años de antigüedad. Se supone que vivía en un hábitat con árboles y vegetación elevada. Algunos paleoantropólogos lo han identificado como australopiteco.
Los australopitecos son los especímenes más conocidos de un género extinto de la familia Homínidae. Son los primeros seres realmente parecidos a los humanos y su existencia se conoce desde el hallazgo del cráneo de un niño en Taungs, al norte de la provincia del Cabo en África del Sur, y de otros individuos del mismo grupo en Makapansgat. Fueron identificados por Raymond Dart en 1924 como Australopíthecus afrícanus (mono-hombre del sur de África). Se ha encontrado abundantes fósiles de este género, así como de otras formas más grandes y robustas (Australopithecus robustus, Paranthropus crasidens, Meganthropus), sobre las cuales todo indica que no alcanzaron la condición humana.
Los australopitecos no tuvieron ni las condiciones de los simios para desplazarse entre las ramas ni la facilidad de los humanos para moverse en el suelo, pero su adaptación resultó sumamente provechosa, como lo evidencia su estabilidad. Los individuos de este género se caracterizan, entre otras particularidades, por su tamaño entre moderado y muy pequeño y al parecer con gran dimorfismo sexual (los machos eran mucho más grandes que las hembras). Por la adaptación de sus extremidades inferiores a una postura erecta y su andar bípedo; por el tamaño de su cerebro de alrededor de 550-600 cm3, mayor en comparación con el cerebro de los demás primates; por su esqueleto facial más grande, con pequeños dientes anteriores, y por otras peculiaridades, constituyen una especie bastante bien definida. Las adaptaciones a la postura de locomoción y la dentición anterior sitúan claramente a los australopitecos en la familia Homínídae, aunque se viene discutiendo su relación con el género Hamo.
Otra especie parece ser la del Australopíthecus anamensís que fue descubierto en 1965 en Kenia por un equipo de investigadores de la Universidad de Harvard. Los investigadores estimaron la antigüedad de este hallazgo en 4 millones de años, sin que entonces pudieran precisar la especie a la que pertenecía, ni proseguir la búsqueda de otros fósiles relacionados. En 1994 otro equipo dirigido por el paleoantropólogo keniata de origen británico Richard Leakey, hijo de los famosos paleoantropólogos Louis y Mary Leakey, encontró en este mismo yacimiento dientes y fragmentos de huesos relacionados con los hallazgos anteriores. Leakey y sus colegas determinaron que los fósiles pertenecían a una especie muy primitiva de australopiteco, al que denominaron Australopíthecus anamensís. Desde entonces los científicos han seguido encontrando fósiles del anamensis en yacimientos cercanos datados entre 4,2 y 3,9 millones de años de antigüedad. El cráneo de esta especie es parecido al del simio, pero su larga tibia indica que al caminar todo el peso del cuerpo se apoyaba alternativamente en una de las extremidades inferiores, cosa que es habitual en la bipedación. Su tamaño es muy similar al del Ramídus, mide 1,51 m y se ha calculado que pesaba 45 kg.
El Australopithecus afarensis, similar al anamensis, fue descubierto por Donald Johanson, conjuntamente con el geólogo Mauricio Taieb, a fines de noviembre de 1974 en el desierto de Afar, en la localidad de Hadar, a unos 25 kilómetros al norte de Addis Abeba (Etiopía). Se trata de los restos mejor conservados de un homínido de sexo femenino, con un hueso pélvico completo. Fue bautizado como Lucy, vivió hace unos 2,6 a 3,6 millones de años y medía tan solo 1,07 de estatura (7), pese a que había alcanzado su mayor crecimiento (Johanson y Eddey, 1982).
Las huellas de Laetoli
La región de Laetoli, al norte de Tanzania,a unos 50 kilómetros al sur del barranco de Olduvai, en la rama oriental del Gran Valle del Rift, se ha vuelto famosa por el descubrimiento de las huellas que dejaron al caminar tres australopitecinos, al parecer afarenses. Este hallazgo, realizado en 1978 por el equipo de exploración de Mary D. Leakey, constituye uno de los hechos más extraordinarios de la paleontología, sobre todo porque se trata de una extraña e increíble sucesión de acontecimientos casuales que permitieron la conservación de las huellas. Hace poco más de 3,5 millones de años el volcán Sadimán, actualmente extinguido, arrojó una bocanada de ceniza que cubrió el paisaje de los alrededores con una capa de más de un centímetro de espesor. Esa primera bocanada de ceniza, que probablemente no duró más de un día, fue humedecida por la lluvia formándose una masa como la del cemento recién aplicado y en ella dejaron sus rastros diversos animales del Plioceno: elefantes, jirafas, un hiparión (antecesor del caballo), algunas aves e incluso pequeños miriápodos, pero, en especial para el estudio de la bipedación, tres homínidos que caminaron tal vez juntos en la misma dirección por un tramo de 25 metros. Abre la marcha un macho grande, mientras una hembra más pequeña camina a su lado y los sigue otro macho de tamaño mediano pisando sobre las huellas del mayor. El sol endureció las huellas que fueron luego cubiertas por otra capa de ceniza que arrojó el volcán antes de que cayera otra lluvia y las borrara. Estas huellas han sido fechadas por diversos métodos en 3,6 millones de años y son testimonio de que en esa lejana época caminaron por allí homínidos totalmente erguidos, dejando una marca asombrosamente perdurable de su paso (Neville y Demas, 1998; Tattersal, 1998b).
Humano, definitivamente humano
Si bien es cierto que la bipedia, esto es, el caminar erguido en dos pies, abrió el camino hacia la humanidad, nuestros ancestros solo alcanzaron la condición humana cuando fueron capaces de fabricar instrumentos de acuerdo con un modelo regularmente establecido. El hombre es el único animal que hace herramientas.
El útil animal, usado esporádicamente por los antropoides y los homínidos, es anterior a la aparición de lo que se ha llamado conciencia técnica. Hay vestigios de útiles de madera y no hay duda de que este material fue muy usado por los hornínidos, lo mismo ocurre con las conchas, los huesos y las astas. Aunque no se puede precisar con exactitud cuándo apareció la conciencia técnica, la vía para inferir su desarrollo es el ascenso progresivo de las series de utillaje y de los movimientos coordinados que se requería para su fabricación. Pero es un hecho que los utensilios de piedra abrieron nuevas fuentes de alimento a los homínidos, permitieron alimentar mejor a sus hijos y ensancharon la vida social. La aparición de las herramientas fue otro punto crucial en el desarrollo de la humanidad.
A diferencia de los huesos, que solo algunos acaban fosilizándose, los instrumentos de piedra son prácticamente indestructibles, constituyen gran parte del registro prehistórico y son los testimonios más objetivos sobre los cuales se evidencia la conciencia técnica y se puede reconstruir el desarrollo de la tecnología desde sus orígenes más elementales. Lo que llamamos técnica no es otra cosa que la habilidad o pericia con que se realiza un trabajo para lograr mejores resultados, que ya abstraída como un concepto general, constituye el conjunto de conocimientos y aptitudes propios de la forma de trabajo que se denomina tecnología.
La primera industria lítica conocida es la llamada Cultura de Guijarros (Pebble Culture) de Olduvai, o Industria Olduvaniense, como que es la primera manifestación de lo que va a denominarse cultura, característica tradicional con la que se ha venido señalando la condición humana. Aunque no hay seguridad de que fuera el Australopithecus o el Horno habilís el autor de esa industria, los ejemplares más tempranos aparecen hace dos y medio millones de años y dan origen al Paleolítico Inferior, ese larguísimo período conocido como la Edad de Piedra antigua, que finalizó apenas hace diez mil años. Se trata de toscos guijarros o núcleos a los que, golpeándolos con otras piedras, se les hizo saltar lascas que sirvieron como cortadores y raspadores rudimentarios. Por esta misma época se registran las primeras evidencias de la existencia de nuestro género Horno, de allí que se hayan relacionado ambas apariciones porque representan la emergencia de la población humana ancestral y las primeras respuestas a las condiciones ecológicas del hábitat y a las alternativas del tiempo.
El barranco de Olduvai, en Tanzania, ha revolucionado la prehistoria y hecho de África la cuna de la humanidad. Aquí, Louis y Mary Leakey, paleoantropólogos que han aportado los descubrimientos más señalados sobre los orígenes de la humanidad, hallaron en 1959 el Zinjantropus, homínido fósil asociado con los toscos útiles de piedra y cuya edad triplicaba la antigüedad hasta entonces atribuida al hombre. En la década de los años sesenta, Louis Leakey, conjuntamente con el prirnatólogo británico John Napier y el paleoantropólogo surafricano Philip Tobias, descubrieron en la garganta de Olduvai un grupo de fósiles de homínidos con una capacidad craneana que va entre 590 y 690 cm". Basándose en este tamaño de cerebro, claramente superior al de los australopitecinos, los científicos propusieron establecer un nuevo género, el género Horno, y dentro de él a una nueva especie, la del Horno habilis. Aunque otros especialistas cuestionaron si el aumento de la capacidad eraneana era suficiente como para definir un nuevo género y cuán diferente era el Habilis del Australopithecus africanus -ya que los dientes de las dos especies eran muy similares- en la actualidad los paleoantropólogos han aceptado ampliamente esta propuesta. Desde el punto de vista evolutivo se puede decir, como dice Richard Leakey, que los humanos abandonaron el patrón del crecimiento simiesco cuando el tamaño del cerebro superó los 750 cm3 (Leakey, 2000:73).
La capacidad craneana del Horno ha bilis sugiere, pues, que la evolución cambió de ritmo con la cefalización y la dentición se hizo más humana con la reducción de los molares y premolares. Leakey concluyó que, aunque los australopitecinos eran parte de la ascendencia humana, este nuevo espécimen representaba el linaje que con el tiempo daría lugar a los humanos modernos. Las manos son esencialmente modernas, aunque la curvatura de las falanges indica que era un arbóreo ocasional. Parece que este primer constructor de utensilios, quizá aún no usados de forma sistemática, completó su dieta a base de vegetales -frutos, bayas y raíces- con carroña y piezas pequeñas, cuya carne cortaba con guijarros afilados.
A fines del siglo XIX, exactamente en 1891, el médico y anatomista holandés Eugene DuBois encontró en la isla de Java los restos del Homo erectus, al que denominó Pithecanthropus erectus de Java. En realidad, era un Homo erectus tardío que había salido de África hacía un millón de años. El Hombre de lava, como también se le llamó, era un primate grande, casi del tamaño de un hombre actual que caminaba definitivamente erguido. Su cráneo, con pronunciados arcos supraorbitales, se asentaba sobre un cuello poderoso y tenía la cabeza ligeramente echada hacia delante y su prominente mandíbula poseía grandes dientes. Se le llamó el "eslabón perdido" y debió ser mucho más hábil que cualquier antropoide, pues sus áreas cerebrales profundas y de asociación eran más complejas y los mecanismos relacionados con la visión eran más desarrollados. La capacidad craneana del Hombre de lava era de 950 cm3.
En 1927 Davinson Blake había hallado en la Cueva de Chou K'ou Tien, en China -el primer yacimiento cavernícola conocido- los primeros restos del comúnmente llamado Hombre de Pekín, Sinanthropus pekinensis, también denominado Homo erectus sinanthropus, cuya capacidad craneana era de 1 000 cm3. Posteriormente fue Franz Weindenreich quien, continuando los trabajos de Blake, encontró los restos de 40 individuos incluyendo 14 calaveras, 12 mandíbulas y 14 dientes. En 1974 se conocían cerca de cien individuos de todas las edades y de ambos sexos. Sin embargo, lo más significativo del Hombre de Pekín es su colección de instrumentos líticos, entre los que figuran piedras talladas a modo de cuchillos y lascas desbastadas para utilizarlas como puntas y raspadores. Como fabricante de herramientas había progresado del primitivo guijarro, apenas fracturado en los bordes para servir de elemental tajador, al hacha de mano, instrumento más eficiente aunque todavía muy tosco.
De excepcional importancia fue su asociación con restos de fogones y de huesos quemados, lo que demostraba que el Hombre de Pekín usó el fuego tanto para abrigarse -pues vivió en épocas de frío muy riguroso- cuanto para cocer sus alimentos. Era ya carnívoro y necesitó también la ayuda de la cocción para digerir las grasas y la carne. Pero no fue el Hombre de Pekín el primer homínido que usó el fuego; como veremos luego, fue el Homo ergaster y lo había hecho un millón de años antes.
Los cráneos de Chou K'ou Tien fueron encontrados rotos por la base con el evidente propósito de extraerles la masa encefálica, lo mismo que los huesos de las extremidades que fueron fracturados longitudinalmente para sacarles el tuétano. Todo esto hace pensar que el hombre de Pekín tuvo, como dice van Koenigswaldt, una costumbre muy humana: practicó el canibalismo. Parece también bastante posible la existencia de un ritual, lo que significaría la existencia de una creencia mágico-religiosa, ya que Bohlin y Blake encontraron que algunos de estos cráneos estaban llenos con pigmentos de ocre rojo y otros parcialmente cubiertos con la misma sustancia. Esto estaría revelando que el Horno erectus practicaba ya un "culto a los cráneos", ligado a elocuentes signos de canibalismo, hace medio millón de años (Koenigswaldt, 1960:52-54).
La cantidad de material óseo encontrado indicaba que el hombre de Pekín debió ser un hábil cazador, pues los desperdicios debieron atraer a muchas hienas, de las que se hallaron los restos de un millar de ejemplares. Era un cazador mucho más capaz que el Australopiteco, el cual parece haber sido más bien carroñero. El Horno erectus utilizaba lanzas de madera para dar muerte a los animales grandes, a los cuales acorralaba usando teas e incendiando los herbazales. La tarea debió exigir operaciones previas y la cooperación de varios individuos, así como un "campamento base". Para ello debió poseer alguna facultad de comunicación, alguna forma de lenguaje esencial para enseñar a fabricar herramientas, ya que por burdos que hayan sido los artefactos, requerían de cierta técnica que era preciso transmitir, así como para coordinar las cacerías. Los hallazgos de Clark Howel en Ambrona (España) prueban lo dicho y, además, la gran expansión del Horno erectus en los continentes del Viejo Mundo.
En 1975, al este del lago Turkana, en el África central, se recogieron pruebas de un nuevo tipo de homínido que existió entre 1,9 y 1,4 millones de años atrás y que coincidía con el período final del Horno habilis en el este de África. Era diferente de todo lo anteriormente conocido y fue identificado como Homo ergaster y, a veces, como Horno erectus africano. Esta nueva especie tenía un cráneo mucho más parecido al de los posteriores seres humanos, con una tapa del cerebro de unos 850 cm3 y una bóveda relativamente alta y redonda. Su cara, si bien todavía prognata, era relativamente delicada y sus molares más pequeños que los de sus predecesores. En 1985 se produjo otro hallazgo espectacular al oeste del lago de Turkana: se encontró un esqueleto notablemente completo de un Horno ergaster adolescente, el "Niño de Turkana", que murió hace un millón seiscientos mil años.
El Niño de Turkana murió probablemente cuando tenía 9 años, más o menos, ya le habían salido sus dientes permanentes en un grado comparable a un muchacho de 12 años. Midió alrededor de 1,55 m y de haber vivido hasta la edad madura se ha estimado que habría alcanzado la sorprendente estatura de 1,80 m. Su esqueleto era radicalmente diferente al de los primeros homínidos, poseía muchas de las características del cuerpo humano moderno y sus proporciones eran notablemente parecidas a las de los esbeltos nativos de la actual región de Turkana. Como dice Tattersall, al fin había aparecido un homínido cuyo físico estaba claramente adaptado a la vida de las sabanas (Tattersall, 1998a: 139).
Una segunda especie de Horno antiguo recibió el nombre de Horno rudolfensis, porque los fósiles más conocidos de esta especie fueron recogidos en la zona que rodea alIaga Rodolfa (en Turkana) y datan de hace unos 1,9 millones de años. No se ha determinado aún el tiempo en el que pudo haber existido. Estos especímenes tenían la cara y el cuerpo más grandes que el Horno habilis. La capacidad craneana media del Horno rudolfensis era de aproximadamente 750 crn3. Pero se requiere de más evidencias para establecer si su cerebro, en relación con su tamaño, era mayor que el del habilis. Una relación cerebro-tamaño corporal mayor puede indicar mayor capacidad mental. Los paleoantropólogos han encontrado varios huesos de fémur de aspecto moderno de hace unos 2 ó 1,8 millones de años que pueden proceder del rudolfensis. Estos huesos sugieren un tamaño corporal de 1,5 m y un peso de 52 kg.
En resumen, el Hamo erectus aparece en África oriental hace 1,6 millones de años, se extiende al Cercano Oriente y se extingue en África y Eurasia hace alrededor de 200 mil años. A lo largo de este periodo su capacidad craneal pasa de 800 a 1 200 cm 3. Fue el primer cazador organizado, utilizó el fuego, fabricó herramientas de forma sistemática y fue el primer homínido carnívoro. También fue el primero que vivió en campamentos estables y el primer homínido migratorio. Ha quedado con el adjetivo ¿ya inadecuado? de "erectus" con el que se denominó a los primeros homínidos hallados en el siglo XIX, puesto que la postura bípeda se había logrado ya mucho antes con el Australopiteco.
En el periodo entre 800 mil y 200 mil años de antigüedad viven en Europa una serie de poblaciones de homínidos avanzados, herederos gen éticos y culturales del Hamo erectus. Hay restos en Grecia (Petralona), en Alemania (Steinheim), en Francia (Aragó), en Gran Bretaña (Swanscombe) y en España (Atapuerca). Aunque la clasificación de este último es aún problemática, para algunos autores se trata de los últimos Hamo erectus y para otros son ya Hamo sapiens arcaicos. Su capacidad cerebral es muy grande (1200-1400 cm ') y son más robustos que los Hamo sapiens.
Tecnología y trabajo
Hasta entonces -hace millón y medio de años- las herramientas de piedra solo habían sido simples guijarros de los que se hacía saltar por percusión algunas lascas de filo cortante para utilizarlas como cuchillos, sin forma específica. Con e! Hamo ergaster aparece un nuevo tipo de instrumento: el hacha de mano achelense -que se difundió de Oldovai al África oriental, nororiental y de! sur, después a Europa occidental, a Oriente Próximo, al oeste de la India y Pakistán-, como que fue el tipo epónimo encontrado en Saint Acheul en el N.O. de Francia del cual deriva su nombre. Estas hachas de mano eran talladas conforme a un modelo estandarizado que existía en la mente del fabricante antes de empezar su fabricación, lo cual señala un gran paso en su capacidad cognitiva. Las hachas de mano son objetos grandes, más bien planos y en forma de gota, cuidadosamente modelados por ambas caras para lograr una forma simétrica y manuable que permita los diferentes usos para los que fueron destinadas.
Fue la piedra la que proporcionó los útiles y armas más sólidos, y los homínidos aprendieron a seleccionar las piedras que eran más duras y fáciles de preparar. Aquí estamos, pues, frente al inicio de la técnica. El sílex o pedernal es abundante y ofrece las mejores condiciones para el retoque, pero junto con el sílex se usaron muchas otras variedades rocosas como la calcedonia, el ágata, la obsidiana, etc. Los humanos del Paleolítico Inferior fueron descubriendo la mejor manera de obtener lascas u hojas cortantes, preparando los núcleos para obtener después con hábil retoque la pieza deseada. ASÍ, las herramientas de piedra eran no solo talladas, sino también acabadas mediante finos procesos de fracturación a fin de lograr funciones tales como cortar, rasgar, rebanar o despedazar, multiplicando de este modo las funciones que desempeñaron sus antecesores. Todo esto implica ya una actitud cualitativamente diferente no solo a la del animal sino a la de cualquiera de sus predecesores homínidos.
Cuando este conocimiento y estos hechos se volvieron actividades esenciales para la vida es cuando se convirtieron en trabajo, actividad que puede ser definida como toda operación dirigida a la satisfacción de las necesidades a través de mediaciones, es decir, de utensilios y de conocimientos. Y el trabajo, esto es, la capacidad de producir esos útiles para satisfacer las necesidades, acarrea no solamente la pertenencia de las cosas producidas, sino necesariamente la objetivación de la actividad. Es desde entonces que la identificación de las formas fundamentales de trabajo va a especializar la naturaleza de la producción y, en general, de las formas de la vida social cuando se habla, por ejemplo, de culturas, de períodos, de industrias o de revoluciones (cultura achelense, Paleolítico Inferior, revolución del fuego, etc.). El trabajo es también la actividad que en adelante va a determinar el desarrollo de la cultura, el cariz de las sociedades y, consecuentemente, los cambios en los procesos de la historia humana.
El uso del fuego
El conocimiento y empleo controlado del fuego constituye uno de los hechos más revolucionarios y trascendentales en el desarrollo de la humanidad. No solo abasteció a los humanos de calor y protección sino que les permitió ampliar y enriquecer sus fuentes de alimento. Les sirvió en un principio como arma de caza, tanto para acosar a las presas hacia los despeñaderos, cuanto para endurecer armas y herramientas, y cuando supieron como producirlo y manejarlo les fue posible utilizar las cavernas como habitáculo alejando a las alimañas y a los carnívoros peligrosos. Como medio para alumbrarse fue muy importante, puesto que antes de que el hombre supiera producir el fuego sus actividades terminaban prácticamente con la luz del día. El fuego amplió el horizonte humano en todo sentido, no solo físicamente sino también espiritualmente: el fogón se convertiría en centro de reunión social y poco después en hogar, sinónimo de morada, de familia, de protección. El fuego amparó a nuestros lejanos antepasados de las acechanzas de las tinieblas y con el tiempo habría de proporcionarles uno de los mecanismos más usados y variados para la transformación de la materia.
El dominio del fuego tuvo tantas repercusiones en el desarrollo de la cultura cuanto en el desarrollo físico del hombre, pues al mismo tiempo que las conquistas y ventajas mencionadas, la cocción de los alimentos significó un cambio verdaderamente revolucionario en el régimen alimenticio; amplió enormemente la ingestión y la provisión de proteínas cuando se pudo aprovechar la carne de animales grandes y una enorme variedad de vegetales. La cocción ablanda la carne y las raíces, libera los aminoácidos y los azúcares, hace mucho más digestibles las grasas, aumenta el valor nutritivo de los productos y reduce el tiempo de la energía humana empleado para la nutrición. La masticación, la digestión y la asimilación sufrieron importantes transformaciones que se reflejaron en diversas modificaciones del organismo, sobre todo en el desarrollo del cerebro. Al volverse los alimentos más blandos mediante la cocción se adelgazaron las mandíbulas, disminuyó la fuerza y la tensión de los músculos masticatorios que se insertan en el cráneo, el cual se ensanchó, dando cabida a un cerebro cada vez más grande en el que se desarrollaron los lóbulos cerebrales, en especial el lóbulo frontal en el que se ubica el centro del habla. Si se compara los cráneos de los homínidos de los períodos sucesivos se puede observar un reforzamiento progresivo de los caracteres específicos del hombre moderno, como son: el descenso del nivel del punto lámdico, que caracteriza el crecimiento del lóbulo parietal del cerebro; el abultamiento y redondez del hueso frontal; la disminución de las proporciones de la mandíbula y el descenso de la línea milohioidea, que es índice del descenso de la laringe, necesario para la fonación, y muchas otras transformaciones sustanciales.
El Hamo ergaster es el primer homínido asociado al uso del fuego y, aunque las pruebas de su asociación primigenia son poco precisas, hay indicios de su uso hace millón y medio de años. La muestra más antigua son algunos adoquines y huesos quemados en un yacimiento sudafricano datado en 1,5 millones de años. En Chesowanja (Kenia) se han encontrado bolas de arcilla quemadas que indican la presencia de fuego y están asociadas a herramientas de piedra, más o menos coetáneas. No obstante, se discute si el fuego en este lugar fue natural o producido. El problema, como dice Tattersall, está en que estos casos son aislados y tienen un millón de años o más que cualquier prueba concreta del uso del fuego en hogares, de manera que resulta difícil saber cuándo fue producido y controlado. Mientras los instrumentos de piedra una vez inventados se convirtieron rápidamente en el repertorio de los homínidos, el uso del fuego ha sido intermitente hasta una fase bastante tardía. La primera prueba fehaciente de la domesticación del fuego es relativamente tardía y proviene de Terra Amara, un yacimiento al sur de Francia, junto a iza, que tiene unos 400 milenios de antigüedad y fue probablemente obra del Hombre de Heildelberg, en el hogar de una cabaña -el primer refugio construido por seres humanos de los que se tenga noticia - que contenía piedras quemadas (Tattersall, 1998a: 162,169).
En 1997, la difusión del estudio sobre los descubrimientos de restos fósiles hallados en el yacimiento español de Atapuerea, en las proximidades de la ciudad de Burgos, revolucionó el campo de la investigación del proceso de hominización, al afirmar que hace unos 780 mil años ya existían en Europa especímenes del género Hamo. Sus descubridores Arzuaga, Bermúdez y Carbonell atribuyen estos fragmentos fósiles a una nueva especie que han denominado Hamo antecesor, la misma que sostienen fue ancestro directo de los seres humanos modernos y, de otra parte, de un linaje que condujo a los hombres de eandertal. En todo caso, los restos del Hamo antecesor son más similares al Hamo sapiens que cualquier otro homínido de su época.
Los neandertales
El primer cráneo de un adulto neandertalense fue encontrado en 1848 en una cantera del peñón de Gibraltar y se trata de un cráneo de mujer cuya capacidad era de 1080 crn3. En el mismo lugar se descubrieron más tarde (1926) instrumentos líticos y el cráneo de un niño neandertalense de unos cinco años de edad. Después, cuando se encontró el cráneo del valle de Neander, cerca de Dusseldorf (Alemania) en 1856, no faltó quien asegurara que se trataba del de un hombre anormal, pues si bien es cierto que se muestra humano a simple vista, es bastante diferente al de un humano actual: más bajo y alargado, lo que constituye la forma cerebral característica de la especie, con arcos superciliares juntos y prominentes a lo largo de la frente - el toros frontal-; tiene así mismo, en la parte posterior de la cabeza, otra prominencia larga y también muy notable como es el torus occipital. Tenía una nariz más grande y ancha que la nuestra, para calentar el aire gélido de su medio, así como poco prognatismo, careciendo casi de mentón y con el rostro ancho alrededor de la nariz.
El esqueleto del neandertal es en general más robusto que el del hombre actual, pero de estatura más corta: más o menos 1,50 m, aunque los hubo más altos. Las proporciones tanto de los brazos cuanto de las piernas eran algo diferentes a las nuestras, con huesos más cortos pero más gruesos. Algunas estructuras óseas indican que estaba provisto de potentes músculos.
Por el hueso hioides, similar al nuestro, algunos autores infieren el uso del habla por el neandertal (como veremos después), probablemente con un lenguaje primario, con cierta precisión en la articulación de las palabras y seguramente con numerosos y diferenciados conceptos, entre ellos los de los fenómenos naturales. Lo que sí es evidente es que el neandertal enterraba a sus muertos:
La primera prueba de enterramiento deliberado en la historia humana es un enterramiento neandertal de hace no mucho más de 100,000 años. Uno de los enterramientos más conmovedores fue un poco más tarde, hace cerca de 60,000 años, en las montañas de Zagros del norte de Irak. Un varón maduro fue enterrado a la entrada de una cueva; su cuerpo había sido colocado aparentemente sobre un lecho de flores de potencia medicinal, a juzgar por el polen que se encontró en la tierra que rodeaba al esqueleto fosilizado (Leakey, 2000:205).
El hacerse cargo ritualmente de los muertos, dice Leakey, habla de una conciencia de la muerte y por lo tanto también de una conciencia reflexiva desarrollada. Así mismo, su complejidad social, el tamaño de su cerebro y sus probables condiciones lingüísticas apuntan ya a escuchar esa voz interna que busca explicaciones para todo.
El neandertal usaba el fuego y sabía cómo encenderlo, excavaba hogares en el suelo de las cuevas, aunque sabía ya construir viviendas. Se vestía con las pieles de los animales que cazaba y lucía adornos. Fue el autor de las variedades de utensilios asignados a la industria y cultura llamada musteriense, que consistía en lascas retocadas, técnicamente más perfectas que las hachas de mano, y que caracterizan al Paleolítico Medio. El Hombre de Neandertal vivió en áreas situadas entre el oeste de Europa y Asia central, en la tercera época interglacial (Riss-Würm) y en el cuarto período glacial (Würrn), entre 150 mil y 35 mil años atrás.
Homo sapiens idaltu
Los hallazgos de esta nueva especie de Homo sapiens han sido realizados en Etiopía, en el poblado de Herto, en la región de Awash Medio (230 kilómetros al sur de Addis Abeba, la capital), por Tim White y otros investigadores de la Universidad de Berkeley (California) y de! Natural History Museum de Londres. Su antigüedad ha sido estimada entre 154 mil y 160 mil años y se trata de los cráneos fraccionados de dos adultos y un niño. Los cráneos que tienen 1450 cm! de capacidad craneana -poco mayor que el promedio del hombre actual- son más largos y tienen arcos superciliares más pronunciados que los del Homo sapiens sapiens, por lo cual los investigadores los han considerado como pertenecientes a una nueva subespecie y lo han denominado Homo sapiens ida/tu. Ida/tu significa "anciano" en el idioma de la región.
Señalan los expertos que, inconfundiblemente, estos fósiles no son neandertales y muestran que los primeros humanos de nuestra especie se desarrollaron en África mucho antes de que desaparecieran los neandertales europeos. Los hallazgos demuestran también que nunca se produjo la llamada "fase neandertal" en la evolución humana. La conclusión es que estos fósiles representan una transición de los homínidos africanos más primitivos a los seres humanos modernos, lo cual refuerza la hipótesis de que estos últimos evolucionaron en África y no en las diferentes partes del planeta.
Según Luis Arzuaga, uno de los descubridores de los fósiles de Atapuerca (España), los neandertales y los humanos modernos conformamos dos humanidades diferentes, aunque muy similares en muchos aspectos. Dice Arzuaga que, a lo largo del último capítulo de nuestra historia, las dos especies vivieron en sus continentes respectivos, los neandertales en Europa y nuestros antepasados en África, que ambos se pusieron en contacto en dos ocasiones con resultados distintos y que, finalmente, tras 10 mil años de coexistencia, prevalecimos como los únicos seres humanos del planeta (Revista Nature, junio de 2003).
La humanidad actual
El Homo sapiens sapiens fue encontrado por primera vez en 1868 cuando unos obreros estaban ampliando la vía de Les Eyzies y cortaron un abrigo rocoso conocido como Cro-Magnon ("Agujero Grande", en el dialecto local) en la región de Dordoña (Francia); de allí el nombre de este tipo de hombre que vivía en Europa al final de la última glaciación. El hombre de Cro- Magnon produjo una cultura más avanzada que la de todos los anteriores porque heredó del Neandertal muchas técnicas en la elaboración de artefactos, de la vestimenta y desarrolló otras nuevas y eficientes tecnologías para trabajar la piedra y el hueso. El Hombre de Neandertal estuvo a punto de convertirse en artista, es con él que por primera vez en la historia humana aparecen indicios de decoración, pero fue el de Cro-Magnon el que se reveló con una más que sugestiva, asombrosa capacidad estética, la cual precisamente caracterizó al Paleolítico Superior.
Se han encontrado restos de los primeros Homo sapiens sapiens en los yacimientos de Singha en Sudán, Omo en Etiopía, Klasies River Mouth en Sudáfrica y Skhul en Israel y, basándose en estos fósiles, los científicos concluyen que el ser humano moderno ya había evolucionado en África hace unos 130 mil años y que en algún momento, hace unos 100 mil años, comenzó a dispersarse hacia diferentes partes del mundo por una ruta a través del Cercano Oriente.
La Eva mitocondrial
Estudios de genética molecular indican que nuestra especie tuvo origen africano, posiblemente hace alrededor de 150 mil años, y el hecho de que las poblaciones africanas tengan más variedad molecular que las de los otros continentes estaría probando que el período en el cual el Horno sapiens adquirió su peculiar naturaleza se desarrolló más ampliamente en África que en los demás continentes. La denominada hipótesis de la Eva mitocondrial se sustenta en el estudio del material genético o ADN que aparece en los diminutos organelos citoplasmátios llamados mitocondrias que se hallan en todas las células. Las mitocondrias contienen sistemas enzimáticos altamente integrados que aportan energía para el metabolismo celular, es decir, para la vida misma de las células. Cuando en la fecundación se fusionan el óvulo y el espermatozoide, las únicas mitocondrias que van a formar parte de las células del embrión que se forma proceden del óvulo, de manera que el ADN mitocondrial se hereda solo por línea materna. Por determinadas propiedades que posee, el ADN mitocondrial permite seguir el rastro de sus estructuras hacia atrás, a lo largo de miles de generaciones hasta llegar a la abuela ancestral de nuestra especie, una mujer que vivió en África hace unos 150 mil años. Por cierto, no era una Eva solitaria, pues tuvo que vivir con su Adán entre una población de aproximadamente 10 mil personas (Leakey, 2000: 133- 135; Dawkins, 2000:61-71). Por su parte, el paleoantropólogo Rick Gore, basándose en las huellas dejadas por el Horno sapiens sapien en una duna al borde de la laguna de Langebaan, en la actual Sudáfrica, estima la antigüedad de 117 mil años para nuestra Eva, lo que convierte a sus huellas en uno de los mayores vestigios fósiles de humanos anatómicamente modernos (Gore, 2002:126-133).
No hace mucho se han datado en alrededor de cien milenios los yacimientos israelíes de Skhul y Jebe! Qafzet y en ambos se recogieron herramientas de tipo musteriense en entierros cuidadosos asociados con objetos de tumba sencillos. En Qafzet los fósiles humanos son variados, pero incluyen restos de Horno sapiens sapiens y algunos especialistas están dispuestos a aceptar que los fósiles de Skhul pertenecen a nuestra especie aunque conservan algunas características arcaicas. Qafzet, en cambio, proporciona pruebas innegables de la existencia en Levante de seres humanos de anatomía moderna hace 100 mil años. Así, pues, coexistieron con los neandertales en Israel desde, por lo menos, los tiempos de Skhul y Qafzet hasta hace unos 40 mil años, lo cual parece estar señalando que la aparición del Paleolítico Superior en el Cercano Oriente solo se produjo después de la desaparición de los neandertales de la región, lo que sugiere también que fue la adopción de modelos de comportamiento modernos lo que finalmente puso al Horno sapiens en posición ventajosa (Tattersall, 1998a: 199). Algunos especialistas, para diferenciar con más claridad la naturaleza del hombre moderno, separándolo ya definitivamente de los fósiles con trazas arcaizantes, prefieren denominarlo Hamo satnens sapiens.
El despegue
Lo que podría llamarse la etapa del despegue empezó hace unos 50 mil años, cuando se incrementó la cultura por encima de la evolución biológica. Como dice el antropólogo Marvin Harris, grandes transformaciones culturales empezaron a producirse sin cambios correlativos en el biograma humano y el ingrediente fundamental de este despegue fue el desarrollo de la capacidad humana para la universalidad semántica (Harris, 2001:207).
El Hamo sapiens sapiens desplazó al Neandertal de Europa hace unos 35 mil años. Por esa misma época, aprovechando los cambios climáticos de finales del Pleistoceno, emprendió una serie de migraciones que incluso lo llevaron a colonizar América a través de Siberia, y Australia a través de los estrechos de Timar. Así, los humanos llegaron a Norteamérica hace unos 35 mil años y a Australia hace 33 mil.
Los sapiens europeos eran cazadores, pescadores y recolectores que vivían de los recursos que les ofrecía el entorno en los fríos tiempos de la última glaciación, en los que la vida constituía una dura lucha por la supervivencia. Pero los cro-magnones eran cazadores hábiles y la abundante fauna de su entorno les ofrecía prácticamente una fuente inagotable de recursos. La cantidad y variedad de los huesos de animales encontrados en sus campamentos y en las cavernas donde se refugiaban no tiene precedentes. Huesos de pájaros y de peces que aparecen por primera vez son evidencia de la variedad de su dieta carnívora. Conocían los hábitos de sus presas y practicaban diversos métodos para cazarlas, lo que se deduce de la ubicación de sus campamentos y de los animales que representaron en las paredes de las cavernas.
Aspecto importante de la socialización y que aparece por primera vez en la historia humana es el testimonio de la distribución de los bienes de consumo, como lo prueban el hallazgo en una localidad de Francia de los restos de un solo animal distribuido entre tres diferentes yacimientos, con fogatas separadas por centenares de metros y presumiblemente ocupadas por diferentes familias (Tattersall, 1998a:20-21).
El lenguaje humano
El lenguaje acumula la experiencia del mundo de las generaciones pasadas. En el lenguaje se manifiesta el mundo. HANS-GEORGE GADAMER
El límite de mi lenguaje es el límite de mi mundo. LUDWIG WITTGENSTEIN
Comparado con los demás animales, el hombre no solamente vive una realidad más amplia sino en una dimensión distinta de la realidad, la cual solo ha sido posible mediante la abstracción, esto es, mediante la facultad de convertir las percepciones en representaciones simbólicas significantes. Si bien existen formas de comunicación entre los animales -y algunas bastante efectivas-, estas aparecen prácticamente circunscritas al ámbito de las señales. En ciertos casos, como se ha comprobado en algunos insectos biosociales, la comunicación o, mejor dicho, la información está referida por compuestos bioquímicos, como la feromona entre las hormigas. En otros animales, especialmente en los mamíferos, el lenguaje animal solo puede demostrar reconocimiento, señales primarias y emociones simples, pero alguna vez el primate tuvo que salvar la barrera de la animalidad y fueron el principio de simbolización y la capacidad de abstracción que lo condujeron hacia el mundo de lo humano.
En cuanto a la facultad de hablar, hay que señalar que el hombre no posee órganos que hayan evolucionado especialmente para producir el habla, sino que acondicionó para el efecto los que poseía. La mayoría de los mamíferos emite sonidos y tiene lengua, labios, dientes y, naturalmente, laringe y cavidad bucal. Los monos antropomorfos son similares a los humanos en su estructura facial y bucal general y son capaces de producir la mayoría de los sonidos que pueden hacer los humanos, pero solo estos tienen esas partes de su organismo de tal modo estructuradas que producen los sonidos del lenguaje. Más que una adaptabilidad al habla, el hombre posee un mecanismo cerebral que la hace posible. El pensamiento simbólico y las formas de comportamiento de él derivadas constituyen los rasgos fundamentales con los que se establecen las diferencias. De este modo el símbolo resulta ser la clave de la condición humana. Como dice el filósofo Ernst Cassirer en su Antropología filosófica:
Señales y símbolos corresponden a dos universos diferentes, una serial es una parte del mundo físico del ser, un símbolo es una parte humana del sentido: las señales son "operadores", los símbolos son "designadores" (Cassirer, 1963:57).
Sin embargo, partir del simbolismo ya establecido así cualitativamente para comprender y explicar la naturaleza del pensamiento y las actitudes del hombre significa, o bien arrancar desde una base puramente metafísica, si no se aceptan como determinantes de la simbolización las propias condiciones de la vida animal, o pasar por alto un proceso mucho más profundo y significativo, como es el de la transición de la señal al símbolo es decir el paso de la animalidad a la humanidad, sin cuya explicación carecería de inteligibilidad la propia condición humana.
La semiótica, siguiendo las definiciones de los lingüistas Charles S. Peirce y Ferdinand de Saussure (1916), excluye deliberadamente los estudios neurofisiológicos de los fenómenos sensoriales, lo mismo que las investigaciones gen éticas, y relega el problema al nivel que se ha denominado el "umbral inferior de la semiótica" del cual solo toma como punto de partida el lindero entre señales y símbolos. En el campo de la antropología Alfred Kroeber propuso una explicación mediante su teoría del "punto crítico", según la cual la simbolización se produjo como resultado de un salto único y completo en la evolución humana, efectuado de una vez por todas. Pensaba Kroeber que en un momento determinado del proceso evolutivo de los homínidos se efectuó una alteración orgánica portentosa en la estructura cortical que le confirió al animal - cuyos progenitores no la habían tenido- la facultad de establecer comunicación, aprender, enseñar, abstraer un significado de la serie innumerable de percepciones y sensaciones concretas (Kroeber, 1948). Así, gracias a esta aparición, el principio del simbolismo, como las palabras mágicas "[Sésamo ábrete!", habría dado origen al mundo específicamente humano de la cultura. Otros antropólagos han pensado que nunca conoceremos cómo y de qué manera nuestros antecesores animales llegaron a emplear el lenguaje y así completar la humanización.
Son cada vez más numerosos los trabajos experimentales sobre las formas de pensamiento y de conducta social de los antropoides actuales que buscan establecer asideros concretos para analizar las diferencias desde planos más objetivos, aunque algunos no han hecho sino ratificar las diferencias cualitativas manifestando que el lenguaje se halla definitivamente fuera del alcance de los antropoides. Otros sostienen que hay pruebas abundantes de que varios otros procesos del signo, diferentes del simbólico, ocurren con frecuencia y funcionan efectivamente en los chimpancés. Pero en los estudios tanto del comportamiento animal cuanto de las diferencias anatomo- fisiológicas que se observan en la comparación entre el hombre actual y los antropoides también actuales, están de por medio 10 millones de años de evolución divergente, desde que se separaron de su común entronque, probablemente en el Plioceno.
Fundamentalmente, son los fósiles de los homínidos los hitos referenciales, puesto que los estudios de la evolución del lenguaje coinciden con los resultados de los materiales proporcionados por la paleontología y las inferencias lógicas de otras observaciones. Así, hay muchos factores que debieron oponerse a la vida solitaria, entre ellos las características sexuales de los primates superiores, cuyas hembras no tienen estado de celo sino ciclos menstruales regulares que permiten una actividad sexual casi continua y en casos especiales la formación de "harenes", así como por la etapa de cuidado que requieren las crías para sobrevivir, etapa en la cual la madre las amamanta, abriga, protege de los demás animales y enseña los hábitos principales de la especie. Es un hecho que los primates de los cuales evolucionó la humanidad vivían conformando grupos similares a los de otras especies de mamíferos gregarios.
En un principio cada individuo veía por sí mismo y algunos adultos debieron cuidar de los pequeños, pero la necesidad debió obligarlos a adoptar ciertas formas de cooperación y esfuerzos de algún modo coordinados, como sucede con todas las especies gregarias y en especial con algunos antropoides actuales, para lo cual tuvieron que emitir gritos, llamadas y gestos en un principio semiconscientes pero que poco a poco, al repetirse, se fueron identificando con las circunstancias.
Si se comparan los cráneos de los homínidos de los períodos sucesivos, aunque no se tenga seguridad de su descendencia lineal, se puede observar la correspondencia entre la edad de los fósiles y el desarrollo progresivo de los caracteres que identifican al hombre moderno, tales como la transformación del aparato vocal, el adelgazamiento de la mandíbula y el crecimiento del cerebro, especialmente del lóbulo frontal donde se halla la circunvolución de Brocca que aloja al centro del habla. En el Hamo heidelbergensis se encuentra una anatomía de la base del cráneo que sugiere que este homínido gozaba ya del equipo periférico necesario para la producción del habla. No basta sin embargo el material osteológico, aunque proporciona evidencias muy importantes, como tampoco la sistemática comparación entre las cajas craneanas de los diferentes especímenes. Hay que acudir, al menos para los estadios que precedieron al uso de la palabra, a inferencias lógicas con la ayuda de otras observaciones.
Los antecesores del hombre no fueron animales poderosos en comparación con los muchos otros que compartieron sus hábitats y de los que a menudo tuvieron que defenderse, descubriendo tempranamente que esa defensa era más efectiva si la practicaban en cooperación. Debido a que estaban ya habituados a desplazarse sobre sus extremidades inferiores y a la libertad que este hecho confería a los brazos y a las manos, configuradas ya para asir, así como al desarrollo de los órganos táctiles, empezaron a emplear sistemáticamente objetos naturales que estaban a su alcance (piedras, palos, huesos) para conseguir algunos objetivos primarios como el sustento y, con seguridad, para defenderse.
Al aumentar la frecuencia de las operaciones cooperativas, las formas de los hábitos y la capacidad selectiva condujeron a nuestros predecesores hacia la cooperación en diversas circunstancias, como la caza de animales para alimentarse. Fue entonces que los sonidos, gestos, llamadas y otros movimientos expresivos para coordinar las tareas, sobre todo las señales fónicas, llegaron a representar las diversas acciones y fines implicados, induciendo las actitudes conforme a esas representaciones y desligando determinados procesos de la percepción directa de las cosas. El estímulo sonoro, en virtud del proceso de asociación, se enlazó en el cerebro con la imagen visual. La imitación de dicho estímulo se produjo por la necesidad sentida de referir algo a los demás miembros de la comunidad. Paulatinamente se fueron formando su representación auditiva y las sensaciones cinéticas del aparato fonador, afianzadas por el vínculo condicionado entre las imágenes. Así, pues, el habla es genética, es decir la condición orgánica fisiológica de poder hablar, en tanto que el lenguaje es social y, como tal, aprendido a través de las generaciones.
Lenguaje y pensamiento se hallan indisolublemente ligados; tan solo con la aparición de la palabra se halló el hombre en condiciones de abstraer de los objetos tales o cuales propiedades y de distinguir las relaciones existentes entre las cosas, como algo distinto de las cosas mismas. Al respecto, el lingüista y antropólogo Edward Sapir dice que:
El pensamiento podrá ser un dominio natural, separado del dominio artificial del habla, pero en todo caso el habla viene a ser el único cami- no conocido para llegar hasta el pensamiento. La ilusoria sensación de que el hombre puede prescindir de/lenguaje cuando piensa tiene otra fuente todavía más fecunda, que es la [recuen- tísima incapacidad de comprender que el len- guaje no es la misma cosa que su simbolismo auditivo (Sapir, 1971:23).
Aquí radica la doble función del lenguaje, como medio de comunicación entre los miembros de la sociedad humana y como mecanismo para la formación de conceptos y procedimientos de abstracción del individuo, lo cual a su vez permite el pensamiento y la comunicación. La capacidad de enviar y recibir mensajes en un lenguaje humano depende de la existencia de reglas compartidas (sintaxis) que permiten combinar los fonemas, que son las unidades mínimas de sonidos con significado (8).
Según algunos especialistas el proceso de desarrollo del lenguaje puede dividirse, en términos generales, en dos etapas que corresponden, la primera al período del lenguaje inarticulado y la segunda a la aparición y desarrollo del lenguaje articulado. El lenguaje inarticulado no se inició con la palabra, esta apareció posteriormente como resultado de cientos de miles de años, quizá millones, de desarrollo de la cultura humana. Los homínidos debieron expresar ciertos complejos de pensamientos y emociones a través de ciertos complejos de ademanes, gestos y sonidos. El aspecto más importante del sonido como señal radica, más que en la calidad del sonido mismo, en su intensidad, en su ritmo, en su entonación y en las sensaciones que lo acompañan. El ademán precisó la dirección del sonido y lo relacionó con determinado objeto o circunstancia. Así, el sonido que expresaba una emoción se transformó en signo convencional de una cosa aunque no llegara, ni mucho menos, a constituir una palabra. En cuanto a los ademanes, aunque no somos partidarios de la comparación o referencia directa con los monos antropomorfos actuales por todo lo que pueda implicar la divergencia evolutiva, es muy posible sin embargo que los gestos, ademanes y señales de carácter fónico de los primeros homínidos hayan sido similares a los de los antropoides conocidos y, en este sentido, como dicen Koler, Spirkin, Baounak y otros investigadores, se pueden establecer de igual manera ademanes indicadores de amenaza, de bienquerencia, de asentimiento, de rechazo, de petición, etc., que constituyen mecanismos de interacción relativamente complejos, bases naturales de las que surgió el lenguaje humano.
El lenguaje inarticulado carecía de un sistema de unidades o elementos fónicos neta mente diferenciados y contrapuestos entre sí. En vez de sonidos aislados, obtenidos de unidades significativas en calidad de fonemas, como en el lenguaje actual, en el lenguaje inarticulado se componían grupos íntegros de sonidos de significación hasta cierto punto independiente.
Utilizando los datos arqueológicos y los hechos esta blecidos por la lingüística, V. Bouknak ha determinado una correspondencia entre los estadios del lenguaje y el desarrollo de la técnica y del pensamiento. Como ya lo mencionamos, los instrumentos más primitivos que se conocen son los guijarros y tajaderas encontrados en el barranco de Olduvai, cuya fabricación no exigía más de tres o cuatro golpes, con solo la operación de percutir. Como ya vimos, el hallazgo de su asociación con un homínido fue realizada por Louis Leakey y, aunque no hay certeza sobre el tipo de homínido al que corresponde, poca duda cabe de que los primeros fabricantes de utensilios se extendieron en un tiempo relativamente corto por las praderas y sabanas del continente africano y pronto también por Asia y Europa: los hallazgos así lo demuestran. Es evidente que la intencionalidad de la acción y del pensamiento eran muy limitadas, puesto que los instrumentos no tenían todavía una forma fija y su técnica debió desarrollarse mediante conceptos primarios expresados con gritos-llamadas que se puede pensar fueron emitidos con vocales nasal izadas y quizá mediante ruidos mediolinguales.
Para fabricar un utensilio chelense y en general cualquier hacha de mano o coup-de-point, instrumento de núcleo descantillado superficialmente, se requiere de unos 25 golpes bien dirigidos. Las piedras talladas de esta época del Paleolítico tienen ya formas fijas, debe entonces suponerse la preexistencia del concepto de esas formas. Por otra parte, es muy notorio el hecho de que la circunvolución frontal inferior del cerebro de los llamados pitecantropinos, donde tiene su asiento el centro principal del lenguaje, es mucho más desarrollado que el de los monos y el de los australopitecinos, por lo cual hay razones bien fundadas para suponer que el Pithecanthropus (9) en cierta medida estaba ya en condiciones de hablar. Según Bouknak, el ciclo evolutivo del aparato fonador que se observa en las formas tardías del Australopiteco se cierra -en lo fundamental- en los Sinanthropus tardíos en la medida en que va pasando definitivamente a la marcha erecta. Se acentuó la movilidad de la lengua y de ciertas partes de la laringe, todo lo cual es una prueba de que los órganos de la voz funcionaban con mayor intensidad que los de sus predecesores y pronunciaban mayor cantidad de sonidos, probablemente palabras-proposiciones polisemánticas, todavía sin ligazón entre ellas, pero las que debieron tener como particularidades fonéticas el incremento de su articulación en la sección media de la cavidad bucal, acrecentándose igualmente el papel de las articulaciones prelinguales y vibrantes (Bouknak, 1969:95-117).
Phillip Lieberrnan, especialista en fisiología de la palabra, ha determinado que la codificación y recodificación de las sílabas son aspectos esenciales del lenguaje humano y que para comprender la evolución de este resulta primordial estudiar las relaciones existentes entre la morfología del canal supralaríngeo y los sonidos que facilitan particularmente la percepción de la palabra. Utilizando los criterios básicos de la evolución, propuestos por el propio Darwin, ha reconstruido la anatomía del órgano vocal de los homínidos, encontrando que los fósiles más antiguos como los australopitecinos estaban desprovistos de un canal vocal tipo humano. El hombre de Neandertal tenía ya una cultura relativamente compleja y poseía un canal vocal supralaríngeo muy semejante al del hombre actual recién nacido. Según sus investigaciones, a través de varios modelos de canales vocales introducidos en un computador, empleando el pincel luminoso y el sistema de entrada del osciloscopio, encontró que los límites fonéticos del Hombre de Neandertal no le permitían pronunciar ciertas vocales como la i, la u y la a, como tampoco las consonantes q y k, en cambio podía pronunciar bilabiales como la b, la d y la t, lo mismo que la sibilante s y la interdental fricativa sorda z. Además de señalar tan interesantes características del lenguaje de los neandertales, esto está indicando una significativa aparición de la línea evolutiva de los homínidos, pues según este investigador, el hombre de Rhodesia hallado en Broken Hill, algo más antiguo que el neandertal, pese a que tenía una cavidad faríngea más pequeña que la del hombre actual, había podido producir señales acústicas relacionadas con las vocales i, a, u. Señala también que los neandertales poseían un lenguaje diferente, que recurrían tal vez más a m-s gestos, pero que era suficiente para trasmitir una cultura ya bastante compleja (Lieberman, 1984 y 1985).
Sin embargo, frente a la pregunta de si los neandertales tenían lenguaje, Tattersall responde que "es con casi plena certeza negativa, al menos no en la forma en que lo entendemos". Si bien -aclara- el aparato periférico para el habla existía antes de los neandertales, se ha replicado que en las bases craneales aparentemente planas de estos homínidos, se observa una inversión sin precedentes del descenso de la laringe, probablemente como una adaptación respiratoria sin relación alguna con el habla. Además, por la ausencia de cualquier prueba arqueológica sustancial de comportamiento simbólico, "parece razonable concluir que los neandertales no se comunicaban como lo hacemos nosotros" (Tattersall 1998a: 196-7). Nos hacemos entonces la pregunta: ¿Los enterramientos neandertales no eran una forma de comportamiento simbólico?
En el desarrollo de las industrias líticas siguientes, en cuanto se refiere a la técnica del tallado, aumenta el número de operaciones como la percusión indirecta, la presión, la combinación de ambas y un mayor número de golpes, con lo que se logra producir varios tipos de instrumentos con diferentes funciones, tales como lascas retocadas, puntas de proyectil, cuchillos, raederas, perforadores, etc. o es posible hacer referencia a la significación que cada operación y cada variante de la técnica implica en las formas de pensamiento y de lenguaje, pero es lógico suponer que los conceptos se fueron haciendo cada vez más numerosos y diferenciados, a los que debieron corresponder también palabras cada vez más numerosas y diferenciadas con mayor precisión en las articulaciones, según el lugar de formación y los medios de pronunciación.
De todo ello se puede inferir, con alto grado de posibilidad, que el lenguaje articulado empieza a surgir con las primeras industrias del Paleolítico Superior y que se hizo definitivamente articulado en las últimas etapas de este período (culturas solutrense, magdaleniense y aziliense). Al exigir correspondencias entre las palabras y las categorías cognitivas, el lenguaje articulado fue conformando paulatinamente la estructura lingüística. En otros términos, el pensamiento implica la clasificación de las percepciones y estas se realizan en función de categorías gramaticales que son aprendidas y adquiridas por la cultura del grupo en el cual está integrado el individuo. En suma, la lógica que dimana de la experiencia social humana se plasmó en la estructura del lenguaje.
[6] Ramid significa 'raiz' en la lengua afar de Etiopia y hace alusión a la pertenencia de esta nueva especie a las raices de la humanidad. [7] Los paleoantropólogos suponen que los machos de la especie eran bastante más gran- des por el dimorfismo sexual. (8) Estas reglas forman parte de la gramática de una lengua y el conocimiento de las regias de la sintaxis nos permite construir locuciones totalmente nuevas. pero siempre comprensibles. En cierto grado todas las lenguas humanas son traducibles entre si y no existe evidencia de que algunas de ellas tengan gramáticas más eficientes que las demás. (9) Desde que DuBois encontró al Hombre de Java, se le vino denominando como Pithecanthropus erectus al que hoy los paleoantropólogos designan como Horno erectus.