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Los cuatro fundamentos de la atención

"Según el budadharma, la espiritualidad significa relacionarse con la base de trabajo


de la propia existencia, que es el estado de la mente de cada uno. El método para
comenzar a relacionarse directamente con la mente es la práctica del prestar
atención".

Para un practicante del budadharma, las enseñanzas del budismo, es necesario


enfatizar mucho la práctica de la meditación. Uno debe ver la lógica directa de que la
mente es la causa de la confusión y que, al trascender la confusión, se alcanza el estado
de la iluminación. Esto sólo puede tener lugar a través de la práctica de la meditación.
Así lo experimentó Buda, trabajando con su propia mente; y lo que aprendió nos ha sido
transmitido.

Prestar atención es el enfoque básico del camino espiritual que es común a todas las
tradiciones del budismo. Pero antes de entrar en detalles sobre este enfoque, debemos
tener una idea de lo que significa espiritualidad en sí misma.

Unos dicen que la espiritualidad es una manera de alcanzar un tipo mejor de felicidad,
la felicidad trascendental. Otros lo ven como una forma benevolente de desarrollar
poder sobre los demás. Y además, otros indican que la clave de la espiritualidad es
conseguir poderes mágicos para que podamos cambiar nuestro mundo negativo en un
mundo bueno o purificar el mundo a través de milagros. Parece que todos estos puntos
de vista son irrelevantes para el enfoque budista. Según el budadharma, la espiritualidad
significa relacionarse con la base de trabajo de nuestra propia existencia, que es el
estado de la mente de cada uno.

Hay un problema con la vida básica propia, con el propio ser básico. Este problema
consiste en que estamos involucrados en una lucha continua para sobrevivir, para
mantener nuestra posición. Estamos tratando continuamente de aferrarnos a una imagen
sólida de nosotros mismos. Y después tenemos que defender ese concepto fijo concreto.
Así que hay lucha, hay confusión y hay pasión y agresión; hay todo tipo de conflictos.
Desde el punto de vista budista, el desarrollo de la verdadera espiritualidad consiste en
cortar nuestra fijación básico, ese aferrarse, ese sujetarse a esto o lo otro, que se conoce
como ego.

Para hacer esto, tenemos que averigüar qué es el ego. ¿En qué consiste todo esto?
¿Quiénes somos? Tenemos que observar el estado mental en el que ya estamos. Y
tenemos que comprender qué pasos prácticos tenemos que dar para hacerlo. No
entramos aquí en un debate metafísico sobre el objetivo de la vida y el significado de la
espiritualidad a nivel abstracto. Nos hacemos esta pregunta desde el punto de vista de
una situación trabajable. Tenemos que encontrar algo simple que podamos hacer con el
objetivo de embarcarnos en la senda espiritual.

A la gente le resulta difícil empezar una práctica espiritual porque tienen que poner
mucha energía en buscar la manera mejor y más fácil de conseguirlo. Quizás tengamos
que cambiar de actitud y dejar de buscar la manera mejor y más fácil. Realmente no hay
opción. Desde cualquier punto de visto que lo miremos, tendremos que lidiar con
quienes somos en este momento. Tenemos que mirar quiénes somos. Según la tradición
budista, la base de trabajo de la senda y la energía relacionada con la senda es la mente,
la propia mente que funciona todo el tiempo con nosotros.

La espiritualidad se basa en la mente. En el budismo, la mente es lo que distingue a


los seres sensibles de las rocas o los árboles o las extensiones de agua. Eso que posee
conciencia discriminadora, eso que posee un sentido de dualidad, que se aferra o
rechaza algo externo, eso es la mente. Fundamentalmente es lo que se puede asociar con
"otro", con “algo cualquiera” que se percibe distinto a quien lo percibe. Ésa es la
definición de mente. La expresión tibetana tradicional que define la mente significa
exactamente que "lo que puede pensar en el otro, la proyección, eso es la mente”.
Así que nos referimos a la mente como algo muy concreto. No se trata de algo muy
vago y horripilante que tenemos en la cabeza o en el corazón, algo que sólo sucede igual
que el viento sopla y la hierba crece. Al contrario, es algo muy concreto. Contiene la
percepción, la percepción que no es nada complicada, sino muy básica, muy precisa. La
mente desarrolla su naturaleza concreta a medida que la percepción se amplía hacia algo
distinto a uno mismo. La mente hace que el hecho de percibir algo más sea la existencia
de uno mismo.

Ésa es la trampa mental que constituye la mente. De hecho, debería ser lo contrario.
Como la percepción empieza desde uno mismo, la lógica debería ser "Existo, luego
existe el otro". Pero de algún modo la hipocresía de la mente se desarrolla de tal manera
que la mente se amplía hacia lo demás como forma de recibir la impresión de que existe
en sí misma, cosa que es una creencia fundamentalmente errónea. El hecho de que la
existencia del yo sea cuestionable es lo que motiva la trampa de la dualidad. Esta mente
es la base de trabajo que tenemos para practicar la meditación y desarrollar el darse
cuenta. Pero la mente es algo más que el proceso de confirmar el yo por la prolongación
dualística en lo otro. La mente también incluye lo que llamamos emociones, que son los
aspectos destacados de los estados mentales. La mente no puede existir sin emociones.
No basta con fantasías y pensamientos discursivos. Resultarían demasiado aburridos por
sí solos. La trampa dualista no sería bastante. Así que tendemos a crear olas de
emociones que suben y bajan: pasión, agresión, ignorancia, orgullo, todo tipo de
emociones. Al principio los creamos deliberadamente, como un juego de intentar
demostrarnos a nosotros mismos que existimos. Pero, con el tiempo, el juego se
convierte en una molestia; se convierte en algo más que un juego y nos fuerza a
desafiarnos a nosotros mismos más que lo que pretendíamos.

De modo que hemos creado un mundo agridulce. Las cosas son entretenidas pero, al
mismo tiempo, no son tan entretenidas. A veces las cosas parecen muy divertidas pero,
por otro lado, muy tristes. La vida tiene la cualidad de un juego nuestro que nos ha
atrapado. La organización de la mente ha creado todo el invento. Podemos quejarnos
sobre el gobierno o la economía del país o la tasa de interés pero esos factores son
secundarios. El proceso original, en la raíz de los problemas, es la competitividad de
verse uno mismo solamente como un reflejo del otro. De ahí surgen automáticamente
las situaciones problemáticas. Las producimos nosotros mismos, es pura obra nuestra. Y
a eso lo llamamos mente.

Según la tradición budista, hay ocho tipos de conciencia y cincuenta y dos tipos de
conceptos y todo tipo de otros aspectos de la mente , en cuyos detalles no tenemos que
entrar. En gran medida todos estos aspectos se basan en el enfoque dualista primario.
Hay aspectos espirituales y aspectos psicológicos y todo tipo de aspectos. Todos están
relacionados con el reino de la dualidad, que es el ego.

Respecto a la práctica de la meditación, trabajamos en esto con la meditación en vez


de intentar resolver el problema desde fuera. Trabajamos en el proyector más que en la
proyección. Nos volvemos hacia dentro en vez de intentar resolver los problemas
externos de A, B y C. Trabajamos con el creador en vez de la creación. Eso es comenzar
desde el principio. Nos queda por descubrir un mundo gigantesco de la mente. La mente
ha creado este mundo entero. La mente se inventa las cosas, las relaciona. Cada tornillo
y cada tuerca lo ha puesto la mente de alguien. Este mundo entero es el mundo de la
mente, el producto de la mente. Por descontado, estoy seguro que todo el mundo lo
sabe. Pero tendríamos que acordarnos, para darnos cuenta así que la meditación no es
una actividad excluyente que implica olvidarse de este mundo y entrar en otra cosa. Al
meditar, estamos lidiando con la misma mente que diseñó las gafas que llevamos y
colocó los cristales en el armazón.

Así que esto es un mundo vivo, el mundo de la mente. Al darnos cuenta de esto,
trabajar con la mente ya no es una cosa remota y misteriosa. No se trata ya de lidiar con
algo oculto o extraño. La mente está aquí mismo. La mente está enganchada en el
mundo. Es un secreto a voces.

El método para empezar a relacionarnos directamente con la mente, que enseñó Buda
y que se ha utilizado en los últimos dos mil quinientos años, es la práctica de prestar
atención. Hay cuatro aspectos en esta práctica, que se conocen tradicionalmente como
los cuatro fundamentos de la atención.

Prestar atención al cuerpo

"Prestar atención al cuerpo tiene que ver con intentar permanecer humanos, en vez de
convertirnos en un animal o volar o convertirnos en un ser etéreo. Consiste
simplemente en intentar permanecer como un ser humano, un ser humano corriente".

Prestar atención al cuerpo, el primer fundamento de la atención, está relacionado con


la necesidad de una sensación de estar, de arraigo.

Para empezar tenemos cierto problema sobre lo que entendemos como cuerpo. Nos
sentamos en sillas o en el suelo; comemos; dormimos; nos vestimos con ropa. Pero es
cuestionable el cuerpo con el que nos relacionamos en todas estas actividades.

Según la tradición, el cuerpo que creemos tener es lo que se conoce como cuerpo
psicosomático. En gran parte se basa en proyecciones y conceptos del cuerpo. Este
cuerpo psicosomático contrasta con el sentido de cuerpo de una persona iluminada, que
se podría llamar cuerpo-cuerpo. Esta sensación de cuerpo carece de conceptos. Es
simple y directo. Hay una relación directa con la tierra.

En lo que a nosotros se refiere, realmente no tenemos una relación con la tierra.


Tenemos alguna relación con el cuerpo, pero es insegura y errática. Oscilamos entre el
cuerpo y algo más, las fantasías, las ideas. Parece que ésa es la situación básica en la
que vivimos. Incluso aunque el cuerpo psicosomático esté constituido por proyecciones
del cuerpo, esas proyecciones pueden hacer que resulte muy sólido. Esperamos ciertas
cosas respecto a la existencia de este cuerpo, por consiguiente tenemos que alimentarlo,
entretenerlo, lavarlo. Gracias a este cuerpo psicosomático podemos experimentar una
sensación de estar.

Prestar atención al cuerpo lleva esta actividad de mente-penetrante-que imita-al-


cuerpo a la práctica de la práctica de la meditación .La práctica de la meditación tienen
que tener en cuenta que la mente se amolda constantemente a las actitudes del cuerpo.
En consecuencia, desde tiempos de Buda, se recomienda y practica la meditación
sentada, y se ha demostrado que es la mejor manera de lidiar con esta situación. La
técnica básica de la meditación es trabajar con la respiración. Uno se identifica con la
respiración, concretamente con la espiración. La inspiración es sólo una brecha, un
espacio. Uno sólo se queda esperando durante la inspiración. De modo que uno espira y
luego disuelve y entonces hay un espacio. Espirar. . . disolver . . . espacio. De esa
manera se puede producir constantemente una apertura, una expansión.

Prestar atención juega un papel muy importante en esta técnica. En este caso, prestar
atención significa que, cuando uno se sienta y medita, uno realmente se sienta. Uno
realmente se sienta en lo que respecta al cuerpo psicosomático. Uno siente el suelo, el
cuerpo, la respiración, la temperatura. Uno no intenta concretamente observar y rastrear
todo lo que está ocurriendo. Uno no intenta formalizar la situación de estar sentado y
convertirla en una cierta actividad especial que uno está representando. Uno
simplemente se sienta.

Y entonces uno empieza a sentir que hay cierto sentido de arraigo. No se trata
concretamente de una consecuencia deliberada sino que se trata más de la fuerza del
hecho de estar ahí. De modo que uno se sienta. Y respira, Uno se sienta y respira. A
veces uno piensa pero todavía piensa en pensamientos de estar sentado. El cuerpo
psicosomático está sentado, de manera que los pensamientos tienen el fondo plano.
Prestar atención al cuerpo se relaciona con la tierra. Es una apertura que tiene una base,
un fundamento. Una cualidad expandida de darse cuenta se desarrolla a través del
prestar atención al cuerpo, una sentido de estar asentado y, por lo tanto, de poder
afrontar la apertura.

Aceptar este prestar atención exige una gran dosis de confianza. Probablemente el
meditador principiante no será capaz de quedarse simplemente ahí sino que sentirá la
necesidad de un cambio. Recuerdo a alguien que acababa de terminar un retiro y me
dijo cómo se había sentado y había sentido su cuerpo y se había sentido arraigada,
centrada. Pero luego pensó inmediatamente que debería estar hacienda algo distinto. Y
empezó a contarme cómo se “había encontrado” el libro conveniente en la mano y había
empezado a leer. A partir de ese momento uno carece ya de base sólida. Le empiezan a
crecer alitas a nuestra mente. Prestar atención al cuerpo tiene que ver con intentar
permanecer humanos, en vez de convertirnos en un animal o volar o convertirnos en un
ser etéreo. Consiste simplemente en intentar permanecer como un ser humano, un ser
humano corriente.

El punto de partida básico para esto es la solidez, el arraigo. Cuando uno se sienta,
uno realmente se sienta. Hasta los pensamientos flotantes empiezan a sentarse en sus
posaderas. No hay problemas concretos. Uno tiene una sensación de solidez y arraigo y,
al mismo tiempo, una sensación de estar.
Sin este prestar atención concreta al cuerpo, el resto de la práctica de meditación
puede ser bastante fluctuante y oscilante, intentando esto o aquello. Uno puede estar
constantemente de puntillas en la superficie del universo sin plantar el pie realmente en
ningún sitio. Uno puede estar haciendo auto-stop eternamente. De modo que con esta
primera técnica uno desarrolla cierta solidez básica. Al prestar atención al cuerpo hay
una cierta sensación de haber llegado a casa.

Prestar atención a la vida

“Se puede decir que el instinto de vivir contiene el darse cuenta, la meditación y el
prestar atención. Nos sintoniza constantemente a lo que está sucediendo. De modo que
la fuerza vital que nos mantiene vivos se convierte en la práctica del prestar atención”.

El prestar atención hay que aplicarlo con precisión. Si nos aferramos a la práctica,
creamos estancamiento. Por consiguiente, cuando aplicamos las técnicas de prestar
atención, debemos ser conscientes de la tendencia fundamental a aferrarnos, a
sobrevivir.

Lo tratamos en el segundo fundamento de la atención, que es prestar atención a la


vida, o supervivencia. Como nos ocupamos del contexto de la meditación, nos
encontramos esta tendencia en forma de aferramiento al estado meditativo.
Experimentamos el estado meditativo y es tangible en ese momento pero en ese instante
también se disuelve. Seguir con este proceso significa desarrollar una sensación de
soltar el darse cuenta además de ponerse en contacto con él. La técnica básica del
segundo fundamento de la atención se puede describir como tocar-y-soltar; uno está ahí,
presente y prestando atención, y luego suelta.

Una equivocación corriente es que el estado meditativo tiene que capturarse y luego
cuidarlo y mimarlo. Ése es, definitivamente, el enfoque equivocado. Si uno trata de
domar la mente a través de la meditación, si trata de poseerla aferrándose al estado
meditativo, el resultado claro será la regresión en la senda, perdiendo frescura y
espontaneidad. Si uno intenta sujetarla sin descanso todo el tiempo, entonces clasificar
la conciencia empezará a convertirse en una pelea doméstica. Se convertirá en algo
como hacer tareas domésticas penosamente. Subyacerá una sensación de resentimiento
y la práctica de meditación se volverá confusa. Uno empezará a desarrollar una relación
de amor-odio hacia la práctica, en la que parece bueno lo que uno entiende pero, al
mismo tiempo, es demasiado dolorosa la exigencia que este entendimiento rígido
impone sobre uno mismo.

Así que la técnica del prestar atención a la vida se basa en tocar-y-soltar. Uno centra la
atención en el objeto del darse cuenta pero entonces, en ese mismo momento, repudia
ese darse cuenta y continúa. Lo que se necesita aquí es cierta sensación de confianza,
confianza de que uno no tiene que poseer con seguridad su mente sino de que uno puede
sintonizar con el proceso espontáneamente.

El prestar atención a la vida se relaciona con la tendencia a aferrarse, no sólo al estado


meditativo sino, incluso más importante, al nivel de ansiedad pura sobre la
supervivencia que se manifiesta constantemente en nosotros, segundo a segundo,
minuto a minuto. Se respira para sobrevivir; se orienta la vida a la supervivencia. Está
constantemente presente el sentimiento de que uno intenta protegerse de la muerte.
A efectos prácticos del segundo fundamento, en vez de considerar esta mentalidad de
supervivencia como algo negativo, en vez de relacionarnos con ello como si se tratara
de aferrarnos al ego, que sería la visión abstracta y filosófica del budismo, esta práctica
concreta le da la vuelta al asunto. En el segundo fundamento, la lucha por la
supervivencia se considera un escalón en la práctica de la meditación. En cuanto uno
nota que se ha puesto a funcionar el instinto de supervivencia, se puede transmutar en
una sensación de estar, una sensación de haber sobrevivido ya. El prestar atención se
convierte en el reconocimiento básico de la existencia. No en el sentido de “he
sobrevivido, gracias a Dios” sino como algo más objetivo, más imparcial: “estoy vivo,
estoy aquí, que así sea”.

De esta manera la meditación se convierte en parte real de la vida, en vez de sólo una
práctica o un ejercicio. Se vuelve inseparable del instinto de vivir que acompaña toda
nuestra existencia. Se puede entender que ese instinto de vivir contenga el darse cuenta,
la meditación, el prestar atención. Nos sintoniza constantemente con lo que está
ocurriendo. De modo que la fuerza vital que nos mantiene vivos y que se manifiesta
continuamente en el propio fluir de la conciencia, se convierte en la práctica del prestar
atención. Tal prestar atención aporta claridad, habilidad e inteligencia. Uno está aquí;
uno está vivo; que así sea, eso es el prestar atención. El corazón late y uno respira.
Pasan todo tipo de cosas al mismo tiempo en uno mismo. Que trabaje con ello el prestar
atención, que sea el prestar atención sea eso, que cada latido del corazón, cada
respiración sea el prestar atención mismo. Uno no tiene que respirar de forma especial;
la respiración es una expresión del prestar atención. Si uno enfoca la meditación de esta
manera, se convierte en muy personal y directa.

Pero de nuevo es necesario decir que, cuando uno tiene esa experiencia de la presencia
de la vida, no tiene que aferrarse a ella. Sólo tocar y soltar. Tocamos esa presencia de la
vida que se vive y soltamos. No hay que ignorarla. “Soltar” no significa que hay que dar
la espalda a la experiencia y separarse de ella; significa estar sólo en ella sin más
análisis y sin más refuerzo.

Aferrarse a la vida, o intentar asegurarse uno de que es así, tiene un sentido más de
muerte que de vida. Queremos estar seguros de estar vivos sólo porque tenemos esa
sensación de muerte. Nos gustaría tener una póliza de seguros. Pero si sentimos que
estamos vivos, ya nos basta. No tenemos que asegurarnos que realmente respiramos, de
que realmente se nos puede ver. No tenemos que comprobar que tenemos una sombra.
Basta con vivir. Si no nos detenemos para asegurarnos, la vida se convierte en algo muy
definido, muy vivo y muy preciso.

Prestar atención al esfuerzo

“El destello repentino es una clave de toda la meditación budista, desde el nivel del
prestar atención básico hasta el nivel más alto del tantra. No basta sólo esperar que
nos llegue un destello; tiene que haber un trasfondo de disciplina”.

El siguiente fundamento de la atención es prestar atención al esfuerzo. Aparentemente


la idea de esfuerzo es problemática. Parece que el esfuerzo no encajaría con la sensación
de estar que surge del prestar atención al cuerpo. Además, cualquier empujón no tiene
sitio evidente en la técnica del tocar-y-soltar, correspondiente al prestar atención a la
vida.
En cualquier caso, un esfuerzo deliberado, forzado, parece que pondría en peligro la
precisión abierta del proceso de prestar atención. A pesar de eso no podemos esperar
que el prestar atención se desarrolle sin hacer algún tipo de esfuerzo. El esfuerzo es
necesario. Pero la idea budista del esfuerzo adecuado es bastante diferente de las
definiciones convencionales de esfuerzo.

La analogía budista tradicional sobre el esfuerzo adecuado es el paso de un elefante o


una tortuga. El elefante se mueve avanzando con seguridad, imparable, con gran
dignidad. Como el gusano, no se excita pero le diferencia del gusano tener una vista
panorámica del terreno que pisa. Aunque es serio y lento, gracias a la capacidad del
elefante para supervisar el terreno, su movimiento tiene un sentido de gracia e
inteligencia.

En el caso de la meditación, resulta bastante inmaduro intentar desarrollar una


inspiración basada en querer olvidar el propio dolor e intentar que la propia práctica
prospere en un sentido de logro continuo. Por otro lado, demasiada solemnidad y
sentido del deber crea una perspectiva estrecha y sin vida, y un ambiente psicológico
rancio. El estilo del esfuerzo adecuado, como lo enseñó el buda, es serio no demasiado
serio. Aprovecha el flujo natural del instinto para llevar constantemente la mente errante
al prestar atención de la respiración.

El punto clave en este proceso de volver la mente a la respiración consiste en que no


es necesario ir por etapas intencionadas. No se trata de forzar la mente a volver a un
objeto concreto sino de volver del mundo de la ensoñación a la realidad. Estamos
respirando, estamos sentados. Eso es lo que estamos haciendo y deberíamos hacerlo de
todo corazón, total y completamente.

Hay aquí una especie de técnica, o truco, que es extremadamente eficaz y útil, no sólo
para la meditación sentada sino también para la vida diaria o meditación-en-acción. La
forma de volver se hace a través de lo que podríamos llamar el observador abstracto.
Este observador es la simple conciencia de uno mismo, sin objetivo ni propósito.

Cuando nos encontramos con algo, el primer destello que se produce es el sentido
desnudo de dualidad, de separación. Sobre esta base, empezamos a valorar, a descartar y
elegir, a tomar decisiones, a ejecutar nuestra voluntad. El observador abstracto sólo es la
sensación básica de separación, la cognición plena de estar ahí antes de que se
desarrolle el resto.

En vez de condenar a esta conciencia propia como dualista, aprovechamos esta


tendencia de nuestro sistema psicológico y la usamos como base del prestar atención al
esfuerzo. La experiencia es sólo un destello repentino de que el observador está ahí. En
ese momento no pensamos “tengo que volver a la respiración” o “tengo que intentar
alejarme de estos pensamientos”. No hay que mantener un movimiento de la mente
deliberado y lógico que se repite a sí mismo el objetivo de la práctica sentada. Sólo hay
de repente una sensación general de que está pasando algo aquí y ahora y nos trae de
vuelta. Abrupta e inmediatamente, sin darle un nombre, sin aplicar un solo concepto,
vemos un destello rápido de cambio de tono. Ésa es la esencia de la práctica del prestar
atención al esfuerzo.
Una de las razones por las que el esfuerzo corriente se convierte en tan monótono e
inactivo es que nuestra intención siempre desarrolla una verbalización. Cualquier
sentido del deber que podamos tener siempre se verbaliza, aunque la velocidad de la
mente conceptual es tan grande que quizás ni nos damos cuenta. Pero el contenido de la
verbalización se siente claramente. Esta verbalización clava el esfuerzo en un marco fijo
de referencia, cosa que resulta extremadamente pesado.

En cambio, el esfuerzo abstracto del que estamos hablando destella en una fracción de
segundo, sin nombre ni contenido. Sólo es una sacudida, un cambio repentino de
dirección que no define su destino. El esfuerzo restante es sólo como el paso del
elefante, yendo despacio, paso a paso, observando la situación a nuestro alrededor.

Se le puede llamar salto abstracto auto-consciente, o sacudida, o recuerdo inmediato o


se le puede llamar asombro. A veces se siente como pánico, pánico incondicional, por el
cambio de dirección por supuesto: algo nos llega y cambia la dirección. Si trabajamos
con esta sacudida repentina, y lo hacemos sin esfuerzo en el esfuerzo, entonces el
esfuerzo se vuelve auto-existente. Por decirlo así, se mantiene por su propio pie, en vez
de necesitar otro esfuerzo para ponerlo en marcha.

Este tipo de esfuerzo es muy importante. El destello repentino es una clave de toda la
meditación budista, desde el nivel del prestar atención básico hasta el nivel más alto del
tantra. Tal prestar atención al esfuerzo se puede considerar definitivamente el aspecto
más importante de la práctica de prestar atención. Prestar atención al cuerpo crea el
marco general; lleva la meditación al esquema psicosomático de la propia vida. Prestar
atención a la vida hace la práctica de meditación personal e íntima. Prestar atención al
esfuerzo hace la meditación factible: conecta los fundamentos de la atención a la senda,
al recorrido espiritual. Es como la rueda de un carro, que conecta el carro y la carretera,
o como el remo de una barca. Prestar atención al esfuerzo actualiza la práctica; la hace
moverse, avanzar.

Pero aquí tenemos un problema. No se puede fabricar deliberadamente el prestar


atención al esfuerzo: por otro lado, no basta sólo esperar que nos llegue un destello y
nos lo recuerde. Tiene que haber un trasfondo de disciplina que marque el tono de la
práctica sentada. También es importante el esfuerzo en este nivel; es la sensación de no
ceder lo más mínimo a cualquier forma de entretenimiento. Tenemos que renunciar a
algo. A menos que renunciemos a las reservas sobre tomar la práctica en serio, es
virtualmente imposible que surja en nosotros ese tipo de esfuerzo instantáneo. De modo
que es extremadamente importante respetar la práctica, una sensación de valoración y
una disposición de trabajar duro.

En cuanto tengamos una sensación de compromiso para relacionarnos con las cosas
como realmente son, hemos abierto el camino para el destello que nos recuerda: eso,
eso, eso. Ya no se puede decir “¿y eso qué?”. Sólo eso, que desencadena un estado
completamente nuevo de conciencia y nos devuelve automáticamente a prestar atención
a la respiración o a una sensación general de estar.

Trabajamos duro para no distraernos con entretenimientos. A pesar de eso, cierto


sentido, podemos disfrutar la muy aburrida situación de la práctica de meditación
sentada. Podemos valorar realmente la falta de recursos lujosos de entretenimiento a
nuestro alcance. Porque al haber incluido ya el aburrimiento y el tedio, no podemos
escapar de ellos y nos sentimos completamente seguros y centrados.

Esta sensación básica de valoración es otro aspecto del trasfondo que posibilita la
aparición del destello espontáneo del recuerdo más fácilmente. Se dice que es como
enamorarse. Cuando estamos enamorados de alguien, como toda nuestra actitud es de
apertura total a esa persona, de alguna manera sentimos un destello repentino de esa
persona, no como un nombre ni concepto de la apariencia de esa persona; ésos son
pensamientos posteriores. Recibimos un destello abstracto de nuestro amante como tal.
Primero llega ese destello a la mente. Luego podemos pensar sobre ese destello,
construir sobre él, disfrutar esa ensoñación. Pero todo esto ocurre después. El destello es
lo primero.

Prestar atención a la mente

“La mente funciona con una sola cosa. Una vez. Y otra vez. Una cosa en cada
momento. Las cosas ocurren siempre una por una, en un movimiento directo y simple
de la mente. Prestar atención a la mente consiste en estar ahí con esa percepción de
una sola cosa constantemente”.

A menudo se llama observación al prestar atención. Pero no debe dar la impresión de


que prestar atención significa observar lo que pasa. Prestar atención significa ser
observador, en vez de observar una cosa. Esto implica un proceso de alerta inteligente
en vez de la mecánica de observar simplemente lo que pasa.

Concretamente el cuarto fundamento, prestar atención a la mente, posee las cualidades


del funcionamiento de una inteligencia que se manifiesta. La inteligencia del cuarto
fundamento es una sensación de ligereza. Si uno abre lo suficiente las ventanas y
puertas de una habitación, se puede mantener la sensación interior de estar en una
habitación y, al mismo tiempo, recibir el frescor del exterior. El prestar atención a la
mente proporciona el mismo tipo de equilibrio inteligente.

No podríamos meditar sin la mente y sus conflictos, ni desarrollar nada en absoluto a


ese respecto. Por consiguiente, los conflictos que surgen en la mente se consideran parte
necesaria del proceso de prestar atención. Pero al mismo tiempo, esos conflictos tienen
que ser lo suficientemente controlados para que podamos volver a prestar atención a la
respiración. Hay que mantener un equilibrio. Tiene que haber una cierta disciplina para
no perdernos completamente en la ensoñación ni perdernos el frescor y la apertura que
se producen al no aferrarse a la atención con demasiada rigidez. Este equilibrio es un
estado despierto, de prestar atención.

Prestar atención a la mente significa estar con la propia mente. Cuando uno se sienta y
medita, está ahí: está ahí con su cuerpo, con su sensación de vida o supervivencia, con
su sensación de esfuerzo y, al mismo tiempo, uno está con su mente. Uno está ahí. El
prestar atención a la mente supone una sensación de presencia y un sentido de precisión
respecto a estar ahí. Uno está ahí, de manera que uno no se pierde. Si uno no está ahí,
podría perderse. Pero también sería un guiño: si uno se da cuenta que no está ahí, eso
significa que está ahí. Eso le hace a uno volver a donde está, al punto de partida.
Realmente todo el proceso es muy simple. Desafortunadamente, explicar la
simplicidad conlleva mucho vocabulario, mucha gramática. En todo caso, es una
cuestión muy simple. Y esa cuestión tiene que ver con uno y con el mundo en que vive.
Nada más. No tiene que ver concretamente con la iluminación y no tiene que ver
concretamente con la comprensión metafísica. De hecho, esta cuestión simple no tiene
que ver concretamente con el minuto siguiente o el minuto anterior. Sólo tiene que ver
con la zona pequeña en la que estamos ahora.

Realmente funcionamos sobre una base muy pequeña. Creemos que somos grandes,
que significamos mucho y que abarcamos un área muy grande. Nos vemos a nosotros
mismos con una historia y un futuro y aquí estamos con el presente tan importante. Pero
si nos miramos claramente en este mismo momento, vemos que somos sólo granos de
arena, sólo gentecilla preocupada solamente por ese puntito que se llama ahora. Sólo
podemos funcionar con un punto en cada momento, y el prestar atención a la mente
enfoca nuestra experiencia de ese modo. Ahí estamos y nos vemos sobre esa base
simple. Esto no tiene concretamente muchas dimensiones, muchas perspectivas; es sólo
algo simple. Relacionarse directamente con este puntito de ahora es comprender
correctamente la austeridad. Y si trabajamos sobre esa base, es posible empezar a ver la
verdad de la cuestión, por decirlo así: empezar a ver lo que ahora significa.

Esta experiencia es muy reveladora porque es muy personal. No es personal en el


sentido de insignificante y estrecha. La idea es que esta experiencia es la experiencia de
cada uno. Le puede tentar a uno compartirla con alguien, pero entonces se convierte en
su experiencia en vez de lo que uno deseaba: la experiencia propia y ajena, ambas
revueltas. Uno no lo consigue nunca. La gente tiene diferentes experiencias de la
realidad que no se pueden revolver juntas. Los invasores y dictadores de todo tipo han
intentado que los demás pasen por su experiencia, que haya una mezcla grande de
mentes controladas por una sola persona. Pero eso es imposible. No lo ha conseguido
nadie que haya intentado ese tipo de pizza espiritual. De modo que hay que aceptar que
la experiencia es personal. La experiencia personal del ahora está verdadera y
obviamente ahí. ¡Ni siquiera puede uno echarla fuera!

En la práctica de la meditación sentada o, en realidad, en la práctica de darse cuenta


en la vida cotidiana uno no trata de resolver un conjunto amplio de problemas. Uno
observa una sola situación que es muy limitada. Es tan limitada que ni siquiera hay
espacio para que sea claustrofóbica. Si no está hay, no está ahí. Uno se lo pierde. Si está
ahí, está ahí. Prestar atención a la mente pone el dedo justamente ahí, es la simplicidad
plena de lo que está pasando, de ir directamente al grano. La mente funciona con una
sola cosa. Una vez. Y otra vez. Una cosa en cada momento.

La práctica de prestar atención a la mente consiste en estar ahí con esa percepción de
una sola cosa constantemente. Se consigue la imagen completa en la que no falta nada:
sucede esto, ahora sucede eso, ahora sucede eso. No hay escape. Incluso aunque uno se
centrara en escapar, también habría un movimiento único al que uno prestaría atención.
Uno puede prestar atención a escapar, o a la fantasía sexual o de agresión que se le
ocurra.

Las cosas ocurren siempre una por una, en un movimiento directo y simple de la
mente. Por consiguiente, en la técnica de prestar atención a la mente, se recomienda
tradicionalmente que uno sea consciente de cada percepción única de la mente al pensar
“pienso que oigo un sonido”, “pienso que huelo un aroma”, “pienso que tengo calor”,
“pienso que tengo frío”. Cada percepción se aborda como un instante completo de
experiencia, muy preciso, muy directo, un solo movimiento de la mente.

Las cosas siempre pasan de esa manera directa. Esa realidad única es todo lo que hay.
Obviamente podemos crear una ilusión. Podemos imaginar que conquistamos el
universo al multiplicarnos en cientos de aspectos y personalidades: los conquistadores y
los conquistados. Pero eso es el sueño de quien está realmente dormido. Sólo es eso. Por
consiguiente se puede aplicar el prestar atención a la mente.

De modo que hay que abordar la práctica de meditación de una forma muy simple y
muy básica. Parece ser la única manera en que se aplicar la experiencia de lo que somos
realmente. De ese modo no nos hacemos la ilusión de que podemos funcionar como un
centenar de personas a la vez. Cuando perdemos la simplicidad nos empezamos a
preocupar por nosotros mismos: “mientras estoy haciendo esto, va pasar tal y tal cosa.
¿Qué tendría que hacer?”. Al pensar que ocurre algo más de lo que está ocurriendo, nos
involucramos en la esperanza y el miedo por todo tipo de cosas que realmente no están
ocurriendo.

Realmente no funciona así. Mientras estamos haciendo eso, estamos haciendo eso. Si
ocurre otra cosa, estamos haciendo otra cosa. Pero no pueden ocurrir dos cosas a la vez;
es imposible. Es fácil imaginar que ocurren dos cosas a la vez porque se puede viajar a
toda velocidad entre una cosa y otra. Pero incluso en ese caso, sólo hacemos una cosa a
la vez.

Es necesario aplicar esa lógica hasta el final y percatarse que es imposible incluso
aplicar la atención pura a lo que estamos haciendo. Si lo intentamos, tenemos dos
personalidades: una personalidad es la atención pura; la otra personalidad es hacer las
cosas. La atención pura de verdad está ahí por complete. No aplicamos la atención pura
a lo que estamos haciendo; no prestamos atención a lo que estamos haciendo. Eso es
imposible. Prestar atención es el acto además de la experiencia, se produce al mismo
tiempo. Obviamente, al principio podemos tener una especie de actitud dualista, antes
de entrar en el verdadero prestar atención, que estamos dispuestos a prestar atención,
dispuestos a rendirnos, dispuestos a disciplinarnos. Pero cuando lo hacemos, sólo lo
hacemos. Es como el famoso proverbio zen: "cuando como, como; cuando duermo,
duermo". Sólo se hace eso, sin ninguna implicación por detrás sobre lo que uno está
haciendo, ni siquiera del prestar atención.

Estas enseñanzas se dieron por primera vez en el seminario Vajradhatu de 1973 y están tomadas de la
versión inglesa de El corazón de buda de Chögyam Trungpa. La primera edición de la versión española
fue publicada por mtm editor.es, Barcelona, junio 2001.

© 1991 Diana J. Mukpo.

Extractado en la revista Shambhala Sun, marzo de 2000, Halifax,


www.shambhalasun.com
Reproducido de acuerdo con Shambhala Publications, Inc., Boston,
www.shambhala.com

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