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FILOSOFÍA
CDMX, México.
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A la vida, que ya es bastante ridícula.
A nosotros, que podemos serlo o no.
Samuel García.
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INTRODUCCIÓN
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ÍNDICE
Portada
Dedicatoria
Introducción
Índice
CONCLUSIÓN 9
BIBLIOGRAFÍA 10
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LA NORMA DEL GUSTO
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Así pues, Hume procede a investigar cuales son las condiciones idóneas para emitir
un juicio crítico y encuentra que son las siguientes:
2.1 Delicadeza del gusto
En primer lugar, considera la disposición natural de los órganos. Existen ciertos
hombres que tienen una predisposición a percibir mejor ciertas cualidades específicas
de los objetos. Por ejemplo, si se sirve el mismo platillo a dos personas, uno dirá que
está muy sabroso mientras que el de gusto delicado será capaz de decir que
ingredientes se utilizaron. Es por esa falta de unanimidad en la capacidad de
distinción que los objetos no causan el mismo placer en todas las personas e incluso
pueden terminar causando indiferencia.
Hume le da el nombre de delicadeza a esta capacidad de percibir los
detalles. La delicadeza es necesaria para emitir un buen juicio estético porque si bien
los objetos no tienen una belleza en sí, sí poseen ciertas cualidades que despiertan
nuestros afectos y sentimientos, y dado que muchas veces estas cualidades están
confundías entre sí, la delicadeza nos ayudará a distinguirlas mejor.
2.2 La práctica
Hume dice que “la misma habilidad y destreza que da la práctica para la
ejecución de cualquier obra, se adquiere también por idénticos medios para
juzgarla”7. Es cierto que la delicadeza de cada persona es distinta, pero, igual que
las artes como la pintura o la escultura, tiende a incrementarse y mejorar por medio
de la práctica. Un principiante no percibirá todos los matices en un cuadro mientras
que un crítico experimentado será capaz de percibir una cantidad mayor. Así pues,
cuanta más experiencia, en este caso, cuantos más años se tenga observando
cuadros, más confiable será su juicio sobre las cosas.
2.3 La comparación.
La continua práctica de la contemplación de las cosas hace que uno se sienta
obligado “a comparar entre sí las diversas especies y grados de perfección y a
estimar la proporción existente entre ellos”8. Ahora bien, cuanto mayor sea el número
de bellezas vistas mayor será la precisión del juicio emitido. Esto se debe a que “el
objeto más acabado del que tenemos experiencia se considera de modo natural que
ha alcanzado la cima de la perfección”9. Así pues, un crítico que ha visto el David de
Miguel Ángel tendrá como paradigma de belleza de las esculturas, la obra del
artista italiano y alguien que sólo ha contemplado esculturas de artistas locales,
tendrá como paradigma la que haya considerado más bella.
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2.4 La libertad de prejuicios
Todo crítico debe tener su mente libre de prejuicios y nada ajeno al objeto
mismo debe influir en sus consideraciones acerca de él. Hume pone el siguiente
ejemplo: supongamos que un orador con el que estoy enemistado presenta cierto
discurso frente a una audiencia. Para poder emitir un juicio que no estuviera viciado,
debería olvidar mi enemistad con el orador. Otra cosa importante tomar el punto de
vista que la obra requiera para evitar descontextualizarla. Siguiendo con el ejemplo
anterior, el discurso no debería ser juzgado en términos del contenido sino del público
al que está dirigido y el fin que persigue. Cuando estos criterios no se siguen, el gusto
del crítico perderá toda autoridad y su juicio no tendrá mayor valor.
2.5 Buen sentido
El prejuicio “es destructor de los juicios sólidos y pervierte todas las
operaciones de las facultades intelectuales”10. Para evitar que esto suceda es
necesario contar con un buen sentido. Esta facultad permitirá controlar el influjo de
los prejuicios que debilitan la solidez del juicio. Con el buen sentido, Hume termina el
listado de cualidades propias de un buen crítico, aquel que podría establecer su
norma de belleza como la norma absoluta tal como dice en el siguiente fragmento:
“Solamente pueden tenerse por tales a aquellos críticos que posean un juicio
sólido, unido a un sentimiento delicado, mejorado por la práctica, perfeccionado por
la comparación y libre de todo prejuicio; y el veredicto unánime de tales jueces
dondequiera que se les encuentre, es la verdadera norma del gusto y de la
belleza”.11
Sin embargo, el de Edimburgo admite que es muy difícil encontrar tales críticos
e incluso distinguir a los verdaderos de los impostores.
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CONCLUSIÓN
Aunque las facultades que conforman la norma del gusto son perfectibles, es casi
imposible desarrollar todas al máximo y, por ende, también resulta casi imposible
establecer una norma del gusto. Así, pese a que todas las reglas del arte se
encuentran en la experiencia y en la observación de los sentimientos comunes de la
naturaleza humana, los sentimientos de los hombres no se adecuan siempre a las
mencionadas reglas. Aun cuando se pudiera conseguir instituir alguna, ésta estaría
relativizada en cierta medida por los diferentes temperamentos de los hombres y los
hábitos propios de las épocas y países particulares, en especial, los morales. A
manera de colofón, diremos entonces que una norma del gusto que sirva como
paradigma para determinar la belleza de cualquier objeto es inalcanzable. Y
aunque con base en las condiciones anteriormente dadas, si se puede hacer un juicio
estético válido, éste nunca podrá ser necesario.
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BIBLIOGRAFÍA
Hume, David, La norma del gusto y otros ensayos [traducción de María Teresa
Beguiristain], Barcelona, Península, 1989, pp. 23-52.
[1] Ver, Sánchez Vázquez, Adolfo, Invitación a la estética, debolsillo, México, 2007,
p.24.
[2] Hume, David, “La norma del gusto” en La norma del gusto y otros ensayos,
Península, Barcelona, 1989, p.27.
[3] Idem.
[4] Ibid, p.27.
[5] Respecto a la belleza en Hume conviene señalar tres cosas: en primer lugar,
Hume no considera que la belleza sea una propiedad objetiva de las cosas, ya que
existe solo en la mente que las contempla, por lo que cada persona contemplara una
belleza diferente. En segundo lugar, que relaciona la belleza a aquello que nos
proporciona deleite, satisfacción o placer. Hume no duda en afirmar que el placer
no es solo un acompañante de la belleza, sino que constituye su fundamento. Sin
embargo, se debe distinguir entre el placer que nos produce una copa de vino, que
sería un placer puramente hedonista, y el placer que nos provoca la belleza de una
composición musical, que sería un placer estético. Finalmente, que la belleza deriva
también de la conveniencia o utilidad, por ejemplo, una casa será más bella si cumple
con su función de ser habitable. (Ver Hume, David, Tratado de la naturaleza humana,
Gernika, México, 2008, pp. 41).
[7] Ibid. p. 37
[8] Ibid, p.38
[9] Ibid, p.39
[10] Ibid, p.41.
[11]Ibid, p.43.
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