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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

SISTEMA UNIVERSIDAD ABIERTA

FILOSOFÍA

LA TEORÍA DEL GUSTO EN DAVID HUME

Monografía de la asignatura de Estética

García Abúndez, Alan Samuel

CDMX, México.

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A la vida, que ya es bastante ridícula.
A nosotros, que podemos serlo o no.

Samuel García.

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INTRODUCCIÓN

El gran filósofo David Hume parte de la constatación de la gran diversidad de gustos


diferentes aún cuando celebramos y rechazamos las mismas características d ellos
objetos. A todos nos gustan las cosas bellas, elegantes, buenas, honestas, virtuosas,
agradables; y rechazamos las contrarias. Lo que no queda tan claro es lo que esto
dignifica para cada persona. Los humanos, en nuestro afán por encontrar respuestas
y comunicarnos efectivamente, buscamos un canon, una medida, una vara con la cual
podamos reconciliar y entender los sentimientos discordantes: la norma del gusto.
Hume, contra aquellos que se muestran escépticos a la posibilidad de cierta
objetividad en el gusto, responde que es de sentido común que no todos los gustos
son igual de válidos y que existen gustos mejores que otros.
La presente monografía pretende desmembrar la teoría del gusto en David Hume,
pues es imperante comprender que más de uno, ha desvirtuado o ha intentado
delimitar cuáles son las fronteras en lo relacionado al buen o al mal gusto.

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ÍNDICE
Portada
Dedicatoria
Introducción
Índice

ASPECTOS GENERALES : LA NORMA DEL GUSTO 5

CAPITULO 1: DIVERSIDAD DE GUSTOS 5

CAPITULO 2: LOS PRINCIPIOS DE LA NORMA DEL GUSTO 6


2.1 Delicadeza del gusto 7
2.2 La práctica 7
2.3 La comparación 7
2.4 La libertad de prejuicios 8
2.5 Buen sentido 8

CONCLUSIÓN 9

BIBLIOGRAFÍA 10

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LA NORMA DEL GUSTO

Este trabajo expone la indagación de David Hume respecto a la posibilidad de


establecer una norma del gusto. La empresa humeana se llevó a cabo en el siglo
XVIII, siglo del movimiento cultural de la Ilustración. La Ilustración a su vez, trajo
consigo un ideal: la emancipación del hombre y una de las manifestaciones de este
proyecto ilustrado fue la estética. La estética o teoría de lo bello fue fundada por
Baumgarten, que la definió como la ciencia del conocimiento sensitivo. De manera
más específica se puede definir como la teoría del saber sensible que tiene por
objetivo tratar de alcanzar la perfección del conocimiento sensible en cuanto tal y
que se ocupa de estudiar ciertas relaciones y comportamiento del ser humano con
algunos objetos (como pinturas o esculturas), así como de las condiciones individuales
y sociales en que se dan dichos objetos y comportamiento1.
Un tema típico de la estética de los siglos XVII Y XVIII fue el gusto. Este tema fue
abordado por diversos pensadores entre los que se encuentra David Hume. Hume es
conocido primordialmente por su escepticismo acerca del conocimiento humano y sus
investigaciones sobre la moral. Sin embargo, también abordo ciertas cuestiones sobre
la belleza y el arte y aunque pudiera decirse que no aportó alguna innovación tan
radical como en el ámbito epistemológico, su contribución a la estética no deja de
ser importante. Sin más preámbulos, abordemos la problemática relativa a la norma
del gusto.
1. LA DIVERSIDAD DE GUSTOS
Ya se dijo que el siglo XVIII trajo consigo el proyecto de la emancipación del
hombre y que una de las manifestaciones de este proyecto es el estudio la de la
belleza y sus formas. En dicho estudio muchas veces se cuestionaban el valor de
belleza de los objetos tales como pinturas, esculturas, obras arquitectónicas, etc. Y
aunque se aceptaban ciertas obras como superiores a otras, los juicios emitidos
estaban fundados siempre en la subjetividad y no existía unanimidad acerca del
estándar de belleza.
Hume se pregunta entonces si existe la posibilidad de fijar un canon de belleza
y se propone indagar sobre la posibilidad de ese canon o estándar de belleza y en
caso de ser factible, determinar con base en que se ha de fijar. Como primer paso
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en su investigación, Hume acepta que en términos generales existe un consenso
respecto a aquello que es digno de elogio. Sin embargo, ese consenso desaparece
cuando se tratan casos particulares. Pero el problema no termina ahí, pues las
divergencias existen incluso entre las personas que han sido educadas bajo idénticas
condiciones y costumbres. Es decir, un gusto diametralmente opuesto no se da
únicamente entre un francés y un inglés, sino que es posible también entre dos ingleses
o dos franceses. Esta indefinición es caldo de cultivo para disputas sobre el arte y
los sentimientos que provoca. Por tanto, es natural la búsqueda de una norma del
gusto que permita zanjar las disputas respecto a los diversos sentimientos de los
hombres.
Dicha norma es imposible de fundar en primera instancia por la gran
diferencia entre juicio y sentimiento. ¿Qué significa esto? Que si bien por un lado
“todo sentimiento es correcto porque […] no tiene referencia a nada fuera de sí y
es siempre real en tanto un hombre sea consciente de él”2, por otro, “no todas las
determinaciones del entendimiento son correctas porque tienen referencia a algo
fuera de sí, a saber, una cuestión de hecho y no siempre se ajustan a ese modelo” 3.
Esto tiene como consecuencia que puede haber múltiples opiniones acerca de cierta
cuestión, pero sólo una será correcta. Basta con averiguarla y la polémica habrá
terminado.
Pero en el caso de ciertos objetos, digamos un cuadro, puede despertar un sinfín
de sentimientos diferentes y todos ellos serán correctos “porque ninguno de ellos
representa lo que hay realmente en el objeto”4, ya que Hume considera que la
belleza no es una cualidad de las cosas mismas5. En consecuencia, la afirmación “me
gusta” y “es bello” significan prácticamente lo mismo.
2. LOS PRINCIPIOS DE LA NORMA DEL GUSTO
Con base en las observaciones anteriores, resulta evidente lo infructuoso que
resulta cualquier discusión sobre el gusto y, por tanto, buscar una norma que dicte
los cánones de belleza es inútil, pues sería como tratar de encontrar el dulzor o
amargor reales. Sin embargo, Hume insiste en que existe una especie de sentido
común que se opone a la afirmación acerca a la concepción de una igualdad natural
de gustos, ya que nadie consideraría igual de bello el aroma de una flor y el de una
zanahoria. Deben existir, por tanto, ciertos principios de aprobación y censura que
son uniformes. Resulta, que lo que llamamos bello responde a una preferencia
compartida de los individuos, es decir, se deriva de una concordancia sistemática o
por lo menos general en la inclinación por algo. Para hacer esas determinaciones
hacemos uso de ciertas pautas o reglas que tienen su fundamento en la experiencia.

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Así pues, Hume procede a investigar cuales son las condiciones idóneas para emitir
un juicio crítico y encuentra que son las siguientes:
2.1 Delicadeza del gusto
En primer lugar, considera la disposición natural de los órganos. Existen ciertos
hombres que tienen una predisposición a percibir mejor ciertas cualidades específicas
de los objetos. Por ejemplo, si se sirve el mismo platillo a dos personas, uno dirá que
está muy sabroso mientras que el de gusto delicado será capaz de decir que
ingredientes se utilizaron. Es por esa falta de unanimidad en la capacidad de
distinción que los objetos no causan el mismo placer en todas las personas e incluso
pueden terminar causando indiferencia.
Hume le da el nombre de delicadeza a esta capacidad de percibir los
detalles. La delicadeza es necesaria para emitir un buen juicio estético porque si bien
los objetos no tienen una belleza en sí, sí poseen ciertas cualidades que despiertan
nuestros afectos y sentimientos, y dado que muchas veces estas cualidades están
confundías entre sí, la delicadeza nos ayudará a distinguirlas mejor.
2.2 La práctica
Hume dice que “la misma habilidad y destreza que da la práctica para la
ejecución de cualquier obra, se adquiere también por idénticos medios para
juzgarla”7. Es cierto que la delicadeza de cada persona es distinta, pero, igual que
las artes como la pintura o la escultura, tiende a incrementarse y mejorar por medio
de la práctica. Un principiante no percibirá todos los matices en un cuadro mientras
que un crítico experimentado será capaz de percibir una cantidad mayor. Así pues,
cuanta más experiencia, en este caso, cuantos más años se tenga observando
cuadros, más confiable será su juicio sobre las cosas.
2.3 La comparación.
La continua práctica de la contemplación de las cosas hace que uno se sienta
obligado “a comparar entre sí las diversas especies y grados de perfección y a
estimar la proporción existente entre ellos”8. Ahora bien, cuanto mayor sea el número
de bellezas vistas mayor será la precisión del juicio emitido. Esto se debe a que “el
objeto más acabado del que tenemos experiencia se considera de modo natural que
ha alcanzado la cima de la perfección”9. Así pues, un crítico que ha visto el David de
Miguel Ángel tendrá como paradigma de belleza de las esculturas, la obra del
artista italiano y alguien que sólo ha contemplado esculturas de artistas locales,
tendrá como paradigma la que haya considerado más bella.

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2.4 La libertad de prejuicios
Todo crítico debe tener su mente libre de prejuicios y nada ajeno al objeto
mismo debe influir en sus consideraciones acerca de él. Hume pone el siguiente
ejemplo: supongamos que un orador con el que estoy enemistado presenta cierto
discurso frente a una audiencia. Para poder emitir un juicio que no estuviera viciado,
debería olvidar mi enemistad con el orador. Otra cosa importante tomar el punto de
vista que la obra requiera para evitar descontextualizarla. Siguiendo con el ejemplo
anterior, el discurso no debería ser juzgado en términos del contenido sino del público
al que está dirigido y el fin que persigue. Cuando estos criterios no se siguen, el gusto
del crítico perderá toda autoridad y su juicio no tendrá mayor valor.
2.5 Buen sentido
El prejuicio “es destructor de los juicios sólidos y pervierte todas las
operaciones de las facultades intelectuales”10. Para evitar que esto suceda es
necesario contar con un buen sentido. Esta facultad permitirá controlar el influjo de
los prejuicios que debilitan la solidez del juicio. Con el buen sentido, Hume termina el
listado de cualidades propias de un buen crítico, aquel que podría establecer su
norma de belleza como la norma absoluta tal como dice en el siguiente fragmento:
“Solamente pueden tenerse por tales a aquellos críticos que posean un juicio
sólido, unido a un sentimiento delicado, mejorado por la práctica, perfeccionado por
la comparación y libre de todo prejuicio; y el veredicto unánime de tales jueces
dondequiera que se les encuentre, es la verdadera norma del gusto y de la
belleza”.11
Sin embargo, el de Edimburgo admite que es muy difícil encontrar tales críticos
e incluso distinguir a los verdaderos de los impostores.

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CONCLUSIÓN

Aunque las facultades que conforman la norma del gusto son perfectibles, es casi
imposible desarrollar todas al máximo y, por ende, también resulta casi imposible
establecer una norma del gusto. Así, pese a que todas las reglas del arte se
encuentran en la experiencia y en la observación de los sentimientos comunes de la
naturaleza humana, los sentimientos de los hombres no se adecuan siempre a las
mencionadas reglas. Aun cuando se pudiera conseguir instituir alguna, ésta estaría
relativizada en cierta medida por los diferentes temperamentos de los hombres y los
hábitos propios de las épocas y países particulares, en especial, los morales. A
manera de colofón, diremos entonces que una norma del gusto que sirva como
paradigma para determinar la belleza de cualquier objeto es inalcanzable. Y
aunque con base en las condiciones anteriormente dadas, si se puede hacer un juicio
estético válido, éste nunca podrá ser necesario.

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BIBLIOGRAFÍA
Hume, David, La norma del gusto y otros ensayos [traducción de María Teresa
Beguiristain], Barcelona, Península, 1989, pp. 23-52.
[1] Ver, Sánchez Vázquez, Adolfo, Invitación a la estética, debolsillo, México, 2007,
p.24.
[2] Hume, David, “La norma del gusto” en La norma del gusto y otros ensayos,
Península, Barcelona, 1989, p.27.
[3] Idem.
[4] Ibid, p.27.
[5] Respecto a la belleza en Hume conviene señalar tres cosas: en primer lugar,
Hume no considera que la belleza sea una propiedad objetiva de las cosas, ya que
existe solo en la mente que las contempla, por lo que cada persona contemplara una
belleza diferente. En segundo lugar, que relaciona la belleza a aquello que nos
proporciona deleite, satisfacción o placer. Hume no duda en afirmar que el placer
no es solo un acompañante de la belleza, sino que constituye su fundamento. Sin
embargo, se debe distinguir entre el placer que nos produce una copa de vino, que
sería un placer puramente hedonista, y el placer que nos provoca la belleza de una
composición musical, que sería un placer estético. Finalmente, que la belleza deriva
también de la conveniencia o utilidad, por ejemplo, una casa será más bella si cumple
con su función de ser habitable. (Ver Hume, David, Tratado de la naturaleza humana,
Gernika, México, 2008, pp. 41).
[7] Ibid. p. 37
[8] Ibid, p.38
[9] Ibid, p.39
[10] Ibid, p.41.
[11]Ibid, p.43.

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