Está en la página 1de 5

Antes de las Cruzadas: de la guerra justa a

la guerra santa.
25 noviembre, 2015 by Alberto Reche Ontillera · Leave a comment
The following two tabs change content below.

 Bio
 Latest Posts

Alberto Reche Ontillera

Ripollet, 1983. Doctor en Historia Medieval por la Universitat Autònoma de Barcelona.


Actualmente centrado en las relaciones ciudad - Corte, las élites urbanas bajomedievales de
Barcelona y las expediciones navales en el Mediterráneo. Y ya en la vida real, dedicado a la
divulgación.

Parece que en las últimas semanas se hace inevitable hablar de guerra. Guerra en el
Proximo Oriente. Algo tremendamente actual pero paradójicamente viejo. Un círculo
vicioso de irresponsabilidades enmascarado de guerra de civilizaciones, choque de
religiones, justas venganzas o estrategias geopolíticas. Y en el que, si no lo ha hecho ya,
planea como telón de fondo la idea de Cruzada.

En este sentido, hablar de Cruzadas nos lleva a pensar de manera irremediable en la guerra
santa, en un remedo cristiano de lo que la yihad es para el creyente musulmán, aunque ésta
no tenga siempre un componente bélico. Lo cierto es que el concepto de guerra santa se
forjó en la teología cristiana a través de un proceso gradual, marcado por los
acontecimientos que sacudieron la Europa cristiana durante siglos. Para entender el camino
que desembocó en la Primera Cruzada, pues, conviene tener un par de conceptos y
cronologías claros.

La guerra santa tiene un precedente ineludible: el de la guerra justa. El concepto, aunque ya


había sido objeto de reflexión por parte del mundo grecorromano, será moldeado
por Agustín de Hipona en su lucha dialéctica contra el maniqueismo. Para el cristianismo
de base romana el qué hacer con la guerra era una cuestión peliaguda. Por un lado la Biblia
ofrecía dos versiones contradictorias sobre el asunto: el belicismo del Antiguo Testamento
contra el quinto mandamiento y el discurso pacifista de Jesús; por el otro, al insertarse en el
aparato administrativo del Imperio Romano, el cristianismo debía tomar postura respecto a
la guerra quisiera o no, tanto más cuando alguno de sus santos más reputados provenían del
estamento militar. Asunto complicado.

Panel de oro bizantino con los santos Procopio y Jorge representados como soldados. Siglo
X

Para Agustín de Hipona existían una serie de condiciones que debían alinearse para
permitir el justo ejercicio de la guerra; concretamente cuatro. Así, una guerra debía
considerarse justa cuando era declarada por una autoridad legítima (o lo que es lo mismo,
imbuida de la autoridad de Dios en la tierra), cuando existían motivos justificados para la
misma, cuando no había otra solución posible que el uso de las armas ni existía ninguna
otra posibilidad de resolución del conflicto y, por último, cuando se hacía, en su desarrollo,
de una forma razonable y mesurada. A estos principios, por ejemplo al de los motivos
justificados, añadía ejemplos: es motivo justo de violencia aceptada la defensa de un
territorio, de unas leyes, de unas costumbres, el cumplimiento de una sentencia judicial o la
recuperación de algo robado. Esto en cuanto a la guerra física, la de toda la vida. En el
plano doctrinal, en cambio, en tiempos de Agustín de Hipona el combate contra la
disidencia religiosa se libraba aún en el plano del combate retórico, como sucedió por
ejemplo contra el donatismo. En cuestiones de fe, los argumentos por delante de las armas.

La situación daría un paso adelante en la escalada justificativa en tiempos de Justiniano,


cuando la lucha en el plano físico contra la disidencia religiosa fue vista con buenos ojos.
Una guerra era justa incluso cuando significaba luchar contra arrianos o, incluso, católicos.
¿El motivo? La “recuperación” de un territorio (la Península Itálica, el norte de África…)
que se sentía como propio, en el marco del revival que Justiniano y sus generales
planteaban del Imperio Occidental.
El marfil Barberini – Bien Anastasio, bien Justiniano, representado como gobernante
universal, con la bendición divina en la parte superior y los pueblos sometidos en la
inferior.

Las disquisiciones agustinianas sobre la guerra justa se perdieron en el limbo de los justos
(valga la redundancia) con el paso de las generaciones, hasta su recuperación efectiva
durante el siglo XI como parte de la renovación teológica que se articuló al amparo del
Papado, de la cual Urbano II era un heredero privilegiado. Pero, como una segunda voz
dentro de los discursos de justificación de la guerra, a lo largo de las generaciones
anteriores a la recuperación de las tesis agustinianas, otros elementos se habían unido a la
fiesta. ¿El motivo? La defensa ante lo que conocemos como la segunda oleada de
invasiones, durante los siglos IX y XI, que obligaba a plantear una guerra defensiva bien
contra los ataques musulmanes, bien contra las incursiones vikingas y normandas. Añadía
la diferencia cultural, la identidad religiosa y la necesidad de la defensa física al cóctel – ya
de por sí explosivo – de motivaciones justas para el uso de la violencia.

Como podéis imaginar, todas estas diferentes tradiciones y concepciones de en qué


condiciones era lícito o no, deseable o no, plantear una acción militar confluyeron durante
la segunda mitad del siglo XI y se combinaron en el movimiento cruzado. Así, el
argumentario cruzado, entre otros bagajes, incorporó como propios los conceptos de guerra
justa y santificada por estar dirigida por la autoridad papal, el de la creencia de la justa
recuperación de territorios sentidos como propios, combinado con la percepción de actuar a
modo defensivo (preventivo, dirían los pensadores militares de principios del siglo XXI)
contra “un otro” y contar, por ello, con la seguridad moral que da sentirse en posesión de la
razón.

Ésta entrada fue originariamente publicada en Entre Historias, el 2 de diciembre de 2014.

http://www.studiahumanitatis.es/antes-de-las-cruzadas-de-la-guerra-justa-a-la-guerra-santa/

También podría gustarte