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la guerra santa.
25 noviembre, 2015 by Alberto Reche Ontillera · Leave a comment
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Parece que en las últimas semanas se hace inevitable hablar de guerra. Guerra en el
Proximo Oriente. Algo tremendamente actual pero paradójicamente viejo. Un círculo
vicioso de irresponsabilidades enmascarado de guerra de civilizaciones, choque de
religiones, justas venganzas o estrategias geopolíticas. Y en el que, si no lo ha hecho ya,
planea como telón de fondo la idea de Cruzada.
En este sentido, hablar de Cruzadas nos lleva a pensar de manera irremediable en la guerra
santa, en un remedo cristiano de lo que la yihad es para el creyente musulmán, aunque ésta
no tenga siempre un componente bélico. Lo cierto es que el concepto de guerra santa se
forjó en la teología cristiana a través de un proceso gradual, marcado por los
acontecimientos que sacudieron la Europa cristiana durante siglos. Para entender el camino
que desembocó en la Primera Cruzada, pues, conviene tener un par de conceptos y
cronologías claros.
Panel de oro bizantino con los santos Procopio y Jorge representados como soldados. Siglo
X
Para Agustín de Hipona existían una serie de condiciones que debían alinearse para
permitir el justo ejercicio de la guerra; concretamente cuatro. Así, una guerra debía
considerarse justa cuando era declarada por una autoridad legítima (o lo que es lo mismo,
imbuida de la autoridad de Dios en la tierra), cuando existían motivos justificados para la
misma, cuando no había otra solución posible que el uso de las armas ni existía ninguna
otra posibilidad de resolución del conflicto y, por último, cuando se hacía, en su desarrollo,
de una forma razonable y mesurada. A estos principios, por ejemplo al de los motivos
justificados, añadía ejemplos: es motivo justo de violencia aceptada la defensa de un
territorio, de unas leyes, de unas costumbres, el cumplimiento de una sentencia judicial o la
recuperación de algo robado. Esto en cuanto a la guerra física, la de toda la vida. En el
plano doctrinal, en cambio, en tiempos de Agustín de Hipona el combate contra la
disidencia religiosa se libraba aún en el plano del combate retórico, como sucedió por
ejemplo contra el donatismo. En cuestiones de fe, los argumentos por delante de las armas.
Las disquisiciones agustinianas sobre la guerra justa se perdieron en el limbo de los justos
(valga la redundancia) con el paso de las generaciones, hasta su recuperación efectiva
durante el siglo XI como parte de la renovación teológica que se articuló al amparo del
Papado, de la cual Urbano II era un heredero privilegiado. Pero, como una segunda voz
dentro de los discursos de justificación de la guerra, a lo largo de las generaciones
anteriores a la recuperación de las tesis agustinianas, otros elementos se habían unido a la
fiesta. ¿El motivo? La defensa ante lo que conocemos como la segunda oleada de
invasiones, durante los siglos IX y XI, que obligaba a plantear una guerra defensiva bien
contra los ataques musulmanes, bien contra las incursiones vikingas y normandas. Añadía
la diferencia cultural, la identidad religiosa y la necesidad de la defensa física al cóctel – ya
de por sí explosivo – de motivaciones justas para el uso de la violencia.
http://www.studiahumanitatis.es/antes-de-las-cruzadas-de-la-guerra-justa-a-la-guerra-santa/