Está en la página 1de 5

Pucho

El dinero compra todo. Y te da poder. Antes pensaba todo, calculaba todo, programaba todo,
consideraba todo. Y creía que los sentimientos eran algo casi incontrolable, creía que había un
camino que el espíritu de uno iba siguiendo mientras maduraba y crecía. El espíritu, qué
tontera. Un camino. Puf.

Cuando me fui de Argentina creía todo eso, pero me duró poco. Justamente porque me fui de
Argentina, y entendí lo que es el poder. Cuando llegué seguía un poco con esos mambos en la
cabeza «emocionalmente muy sensible». Se me fue pasando a medida que fui ganando plata
por mi cuenta, y cada vez más. El primer día que trabajé fue algo ocasional, un irlandés que
hacía pequeños trabajos en casas y que necesitaba bajar escalones del camión. 70 kilos de
piedra por escalón. Pagó muy bien, me gané 100 euros en 5 horas. Me pasó a buscar y me
devolvió hasta la pensión donde estaba (“¿Te dejo por acá? ¿No sabés dónde estamos, no?
Dejá, te llevo hasta donde te levanté hoy” dijo). Luego fui haciendo otras cosas ocasionales,
algunas por el día, otras por un par de días. Trabajando más y ganando más plata.

En principio mis gastos eran pocos. Comer, el transporte, el hospedaje. Alguna que otra
boludez extra de vez en cuando. Vivía más o menos de manera sencilla, y cada tanto recaía en
la sensibilidad emocional. Hasta que un día me pegó mientras volvía de trabajar, cansado y
todo sucio. Había limpiado un estacionamiento. Estaba todo manchado. Me vi en una vidriera
y estaba triste, me miré un poco y pensé en lo triste. Un par de segundos después me di
cuenta de que justo detrás de mis ojos, del otro lado del vidrio, un letrero decía que había una
oferta, una hamburguesa gigante con papas y un trago de medio litro. Entré y pedí uno para
llevar, pensando en que era una boludez intentar paliar esa tristeza comiendo, se veía ridículo.
Cuando llegué a la pensión fui a la terraza a disfrutar mi comida.

Cuando me senté y puse mi menú sobre la meza unos chicos franceses sentados justo al lado
se rieron diciendo que eso que traía se veía tremendo, y que la hice muy bien. Me reí medio de
compromiso, pero al toque me ofrecieron un porro gigante. Pensé en rechazarlo porque por lo
general fumar me hace pensar mucho y eso me pone mal. Les pregunté si tenía tabaco como
para ensayar una excusa para no fumar, pero me dijeron que no, que era todo porro. Casi no
me lo planteé, descarté la estrategia del rechazo y accedí. Estaban tomando ron-cola (un lunes
de octubre a las 5pm), y en cuanto accedí (me veían titubear) gritaron festejando y uno
levantó el vaso de plástico lleno de ron-cola y brindamos todos. Me hacía bulla y festejaban,
diciendo que le dé tranquilo. Fumé un montón, de hecho. En un momento, después de haber
terminado de comer, después de haber terminado el porro, mientras empezábamos a charlar
boludeces en un inglés mal hablado por todos, me acordé de que yo siempre fumo solo, fumo
poco, y me encierro a pensar. Y fue solo un segundo de recordarlo hasta que descarté también
esa idea y deliberadamente elevé el nivel de entusiasmo y energía que le ponía a la charla.
Largamos unas risas fuertes, dejé de preocuparme y de hacerme la cabeza, y uno dijo que por
qué no íbamos al gaming. No entendí. Me repitieron al gaming. ¿El gaming? Pregunté que era
eso. En un inglés bastante poco claro me dijeron un gaming café. Y yo seguía sin saber en qué
consistía, aunque lo deducía. El otro me explicó que era como un club para ir a jugar. Dudé:
¿Salir de la pensión? ¿Ahora? ¿Con esta locura? La idea los excitó muchísimo, al otro se le puso
una cara de revelación cuando la escuchó. Estaban entusiasmadísimos, así que accedí, parecía
muy bueno.

Mientras salíamos de la pensión uno me alcanzó unos lentes de sol, y ahí pregunté si no tenía
que cambiarme la ropa toda sucia, pero dijeron los dos que no, que fueramos así nomás ahora
mismo. Mientras caminábamos se iban riendo y gritando un poco, y yo dejé de escucharlos y
caminaba con las manos en los bolsillos, mirando la calle e imaginándome lo grandioso que
sería ese lugar. Cuando llegamos pagamos 15 cada uno y pasamos, yo los seguía a mis nuevos
amigos. Dijeron que vayamos a la realidad virtual y, también, les excitó la idea. Jugamos un
juego de tiros, yo nunca había jugado con realidad virtual. Al principio no entendía mucho y la
locura me hacía flashar que todo me estaba pasando por encima. En un momento sentí una
voz diciendo que tenía que olvidarme de esa idea de mierda y concentrarme y dejarme llevar
por el juego, hacerme cargo de resolver lo que tenía que resolver y jugar bien, y ganar. Y a
partir de ahí me fui olvidando de eso que me desconcentraba y me metí completamente en el
juego. Cuando aparecía algo escrito en la pantalla dándome instrucciones en inglés, yo ya no
pensaba dos veces lo que me está diciendo, simplemente hacía lo que en el primer instante
me parecía que me estaba diciendo el letrero, y empezó a salir bien, y empecé a ganar, y los
otros empezaron a putear porque los mataba siempre, y terminé ganando yo.

Teníamos una hora y media, pero después de la segunda partida, que se hizo larga, paramos a
descansar en unos sillones, tomamos coca y red bull y decidimos que ya estábamos bien, y que
nos íbamos, con media hora sobrante. Volviendo a la pensión, ya estaba oscureciendo un poco
aunque había todavía luz, me sentí super relajado, sentí que la compenetración y
concentración habían hecho que el fin de la locura y el comienzo del bajar se sienta super
relajante. Llegué, me bañé como por media hora con agua bien caliente, y mientra me vestía
me sentí bien y ahí mismo me acordé de haberme sentido mal más temprano, y todos los días
anteriores, y ahora re loco por primera vez desde que me fui de Argentina (y desde algunos
meses antes también), me cayeron un par de fichas, aunque nunca supe ponerlas en palabras,
ni entonces ni ahora. Pero me sentí bien inmediatamente después, y cuando bajé me fui a
comprar una pizza de $5 al domino’s y por 2 dólares me agregaron una coca de litro. Volví
contento a la terraza a comer. Ya había bajado un poco pero la ducha, la ropa fresquita, comer
pizza con queso y tomar coca, y a lo mejor los Red Bulls de un par de horas antes, hacían que
no se sienta pesado como siempre cuando bajo, se sentía cómodo, y estaba tranquilo, sin
hacerme la cabeza por nada. Nada muy emocionante ni digno de ser contado ocurrió mientras
comía, solo charlas ocasionales y agradables con gente que estaba ahí. Eso sí, sin pensar dos
veces en lo que me decían ni en cómo decir las cosas, simplemente decía las cosas como me
venían a la mente y respondía a lo que en el instante había entendido, exactamente igual que
cuando hablo español. Y no estaba preocupado por si se daban cuenta de que estaba o había
estado re loco, solo quería sentirme cómodo.

A partir de ese día, en la semana actué muchas veces con convicción porque al dudar alguna
decisión, sentía que una de las voces en disputa era la que decía, y había dicho «esto se va a
sentir bien», y quería obedecerla, y la obedecí. Para el fin de semana, había tenido una semana
tranquila, sin más días como el primero pero divertida, despreocupada, haciendo siempre lo
que quería hacer, lo que sentía ganas de hacer. Y me habían quedado solo 100 euros en toda la
semana. Nunca pensé nada al respecto. Ahora, pensando en lo que pensaba al llegar a
Australia, me llama la atención que absolutamente en ningún momento, ni cuando vi mi
cuenta ese domingo ni después, pensé en que así no iba a llegar a lo que quería, o que estaba
mal lo que había hecho, o que no era lo planeado, o que se me podía ir todo de control y algún
día no solo quedarme con poco, sino no llegar hasta el fin de semana. Además, todavía hacía
cosas ocasionales, ningún trabajo estable. Esa semana justo se dio que me llamaron 4 días para
limpiar estacionamientos, y para el día que no me habían pedido que vaya me llegó un
mensaje respondiendo a otro que yo mandé la semana en que llegué, así que también trabajé.

La semana siguiente solo trabajé tres días, un total de veintiséis horas. Y en ningún momento
pensé en cómo me iba a administrar mientras iba viendo que esa semana iba a trabajar
menos. Y sobreviví bien. De hecho, la pasé bien esa semana. Disfruté mucho uno de los días
libres, el martes. Fui al parque y jugué con un perro muy lindo, después de un rato vino la
dueña y también charlé un rato, y era muy linda. Cuando se fue, después de habernos reído y
de haber tenido una amena charla, me di cuenta de que no había estado nervioso ni tenso, y
se me ocurrió que era porque ya no sentía que tenía que demostrar nada, me sentí
independiente, y sentí que me daba igual si la cagaba, que no pasaba nada, que no le debía
nada a nadie, que no había nada que perder.
El otro día libre fue especial, no fue más divertido ni excitante que otros días en los hechos,
pero para mí volvió a ser un punto de inflexión. Me llamaron la tardecita anterior para que
vaya a una entrevista en una empresa de pulido de cemento. No sabía muy bien de qué se
trataba, y pensé en que tampoco tenía nada por perder, y que iba a ir a ver qué pasaba, sin
ninguna expectativa ni intención previa. La entrevista era grupal y no estuvo ni bien ni mal, fue
simplemente normal, aunque yo me divertí un poco diciendo algunas cosas. Mentí mucho
sobre las experiencias previas, y las conté muy entusiasmado, creyéndomelas yo también.
Cuando nos largaron no nos dijeron nada, solo que se iban a poner en contacto en caso de que
necesitaran a alguno (creo que éramos como diez). Mientras volvía, era mediodía, vi un iPhone
en una vidriera. Era un modelo que ya tenía un año, pero me pareció mucho más barato de lo
que yo creí que saldría un iPhone nuevo en Australia. Me iba a tomar otra semana como esa
de tres días trabajando comprarlo, eso fue lo primero que calculé.

II

Me acuerdo que fue una publicidad, pero no sé de qué era, no me acuerdo. Ni siquiera me
acuerdo lo que decía textualmente. Solo que lo que pensé después de haberla visto entrando
al metro, mientras esperaba el tren en la plataforma, fue que tenía que devolver la plata que
me habían dado para irme de Argentina. Mil dólares mi papá de pasaje, quinientos dólares mi
mamá de seguro médico, mil setecientos mi mamá para que me lleve en efectivo, doscientos
mis tías, trescientos mi abuela, quinientos dólares mi mamá en ropa y mochilas que quiso
comprarme. Cuatro mil doscientos dólares. Empecé a pensar. Las últimas dos semanas había
hecho un promedio de novecientos por semana, me iba a llevar cerca de siete semanas de mi
sueldo íntegro devolver todo eso, es decir que iba a tardar cerca de tres meses o más.

Volví, me bañé, comí tranquilo. Las dos ideas, el iPhone y devolver la plata que me regalaron
seguían ahí, pero estaba tranquilo. Después de un rato me olvidé un poco y miré una película.
A la noche me llegó un mensaje preguntándome si podía ir el lunes a un edificio en el centro a
pulir cemento por treinta y dos la hora. En el instante contesté que sí y me fui a comprar algo
para comer sonriendo, caminando solo en la noche, entre las luces de los locales y los carteles,
entre la gente viviendo su vida.
(junta plata, compra el iphone, manda la plata a argentina, empieza a delirar plata y a hacer lo
que quiere con eso, coger putas tomar drogas y alcohol pero también se come el mambo
empresario ctanganer)

También podría gustarte