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Victoria Holt - La Señora de Mellyn (L) PDF
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Victoria Holt
PROLOGUILLO
DEL TRADUCTOR
1
Téngase en cuenta que, foneticamente, los sonidos siiis y uaa
tienen cierto parecido con las palbras Alice y where (¿dónde?).
la cuadra con Billy Trehay o Kitty con aquel criado de
Mount Widden. Era una vida imposible para una mujer
tan buena y religiosa, cuyo único deseo era ver a todo el
mundo en gracia de Dios.
En cuanto a la señora Soady, me habló un día de sus
tres hijos y de los hijos de éstos. «Nunca he visto gente
con más capacidad para agujerear calcetines», comentó
la anciana. Esta mujer sólo hablaba de pequeñeces
caseras que no podían saciar mi curiosidad por la vida
de las personas que me rodeaban. Por eso no volví a
visitarla.
Hice varios intentos por hablar con Gilly, pero
siempre se me escapaba. En cuanto la llamaba, salía
huyendo. La verdad es que su extraña voz, con su
obsesionante tarareo, me producía una honda desazón
cada vez que la oía.
Estaba convencida de que era necesario hacer algo
por aquella niña. Me irritaba aquella gente aldeana que,
por considerarla distinta a los demás niños, la llamaban
«loca» y se quedaban tan tranquilos sin hacer nada por
averiguar qué le sucedía. En cambio, cada día era más
acuciante mi deseo de saber qué había detrás de aquella
alucinante mirada de sus ojos azules.
Yo sabía que Gilly sentía interés por mí y que,
intuitivamente, comprendía mi gran interés por ella.
Pero me temía. Algo debió de suceder que la espantase,
cuando era más pequeña, porque la timidez de esta
criatura era anormal. Si pudiera convencerla de que
podía confiar por completo en mí, si me contase lo que
la asustaba, creía poderla convertir en una niña normal.
Creo que durante aquellos días pensaba más en Gilly
que en Alvean. Esta no era para mí más que una niña
mimada e insoportable, aunque muy inteligente y hay
innumerables criaturas así. En cambio, Gilly me parecía
única.
Era imposible hablarle a la señora Polgrey de su
nieta. Dentro del convencionalismo que regía toda su
vida, esta mujer tenía clasificadas a las personas en
cuerdas y locas. Si alguien estaba loco, no había
posibilidad alguna de que en ella alentase la
normalidad, soterrada. Gilly era todo lo contrario que su
abuela, por lo cual fue clasificada como loca y dejada
por imposible.
Desde luego, intenté sacarle algo sobre su nieta, y se
limitó a mirarme fríamente para darme a entender que
mis deberes en aquella casa eran exclusivamente los de
institutriz de la hija del Amo y, por tanto, no debía
olvidar que Gilly no era asunto de mi incumbencia.
Todo esto me lo decía con sólo callarse y mirarme
significativamente cuando me atreví a abordar el tema.
Así estaban las cosas cuando Connan TreMellyn
regresó a Mount Mellyn.
«Querida Marty:
»¿Cómo te va de institutriz? En tu última
carta parecías estarte interesando por los
asuntos de esa casa. Creo que tu Alvean es un
horror de niña. Seguramente, lo único que tiene
son mimos. ¿Te tratan bien? Por lo visto, no
tienes que quejarte. Pero ¿se puede saber lo que
te ocurre? Antes escribías unas cartas muy
divertidas, pero desde que estás en esa casa te
has vuelto muy reservada y misteriosa.
Sospecho que, o estás muy a gusto, o la detestas.
A ver si lo dices con claridad.
»El chal y la peineta son mi regalo de
Navidad. Ojalá te gusten porque me pasé mucho
tiempo eligiéndolos. ¿Te parecen demasiado
frívolos? Quizás hubieras preferido un juego de
ropa interior de lana o algún buen libro, pero me
dijo tía Adelaide que te manda lo primero. Noto
en tus cartas un tono inconfundible de
institutriz, porque da la impresión de que vas a
decir cosas muy importantes y en definitiva, mi
querida Marty, nada dices. He pensado que
quizá te hagan sentarte a la mesa con la familia
estas Navidades o te hagan presidir el baile de la
servidumbre. Tengo la seguridad de que será lo
primero. En unos días como éstos no tienen más
remedio que invitarte alguna vez a la mesa. Así
que estarás en una de esas cenas aunque sólo
sea porque les falte un invitado y digan: "Que
llamen a la institutriz, porque no podemos ser
trece en la mesa", y entonces nuestra Marty
aparecerá con mi vestido verde, su chal nuevo,
y la preciosa peineta, dejando turulato a un
millonario que se encontrará entre los invitados.
Y seréis felices para toda la vida.
»En serio, Marty, he pensado que
necesitarás algo que ponerte en estas fiestas. Por
eso te envío —como regalo— mi vestido verde.
No creas que te lo doy como desecho. Me gusta
mucho y no te lo cedo porque esté cansada de
ponérmelo, sino porque siempre te ha sentado
a ti mejor que a mí. Quiero que me cuentes con
todo detalle cómo han sido ahí las fiestas de
Navidad. Y por favor, querida hermana, cuando
seas la comensal número catorce en la mesa, no
espantes a los pretendientes con una mirada
glacial ni los desconciertes con una de tus
frasecitas agudas y pinchantes. Sé una buena
chica y ten en cuenta que en las cartas veo amor
y fortuna para ti.
»Felices Pascuas, querida Marty, y
escríbeme pronto contándome con claridad las
cosas. Los niños y William te envían su cariño y
ya sabes que te quiere muchísimo tu hermana.
»PHILLIDA.»
El señor y la señora...