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REFLEXIONES SOBRE CAIDA DE LAS TORRES GEMELAS A TRAVÉS DE LA

HISTORIA Y LA GUERRA DE IV GENERACION

La guerra existe desde los inicios de la humanidad, aunque no siempre resulte


sencillo rastrear sus huellas. En las culturas mesopotámicas, china y egipcia
resultan habituales las alusiones, escritas y pictóricas al fenómeno bélico, así que
no sorprende que su estudio haya constituido un objeto de gran atención para
muchos curioso, militar y/o académicos.

Entonces es necesario hablar sobre la guerra asimétrica se ha convertido en una


expresión con buena acogida y gran popularidad para referirse a las “nuevas”
guerras del siglo XXI. Sin embargo, su definición plantea algunas controversias.
Por un lado, no es fácil caracterizarla, pues en la guerra asimétrica se conjugan
medios irregulares de lucha y también, con limitaciones, algunos instrumentos
convencionales. Por otro lado, tampoco es sencillo detallar su presunto carácter
novedoso, desde un enfoque histórico. El presente artículo aborda ambas
cuestiones con el objetivo de revisar las principales aportaciones hasta la fecha e
intentar delinear algunos rasgos distintivos de esta modalidad de conflicto.

Para resumir se puede decir que:

 La guerra asimétrica, una guerra de inteligencia y percepción está


cambiando el pensamiento militar mundial.
 No existe Inteligencia Estratégica ni Táctica,
 No se sabe quién es el Enemigo.
 La única capacidad disuasiva que se mantiene es táctica.

Ahora bien, la acción que produjo el derribo de las Torres Gemelas ha tenido
como característica singular el haber sido una agresión local con efectos
inmediatamente globales. Ello hace que no pueda ser descrita adecuadamente por
la versión previa de nuestro modelo. En éste, en efecto, se trabaja con
subsistemas que pueden representar comunidades locales o nacionales de una
magnitud comparable, de modo que la respuesta solidaria frente a la represión
sólo se produce en el seno del mismo subsistema.

Si aplicáramos dicho modelo al derribo de las Torres Gemelas, cuyos efectos


destructivos se produjeron en Manhattan dentro de la ciudad de New York, podría
explicar la generación de una voluntad de respuesta militar entre la ciudadanía de
New York o como mucho de los EE.UU. (que padecieron también la agresión
contra el Pentágono en la ciudad de Washington), pero en modo alguno la oleada
de reacciones de signo bélico en todo el mundo, o por lo menos en el conjunto de
lo que se considera como "Occidente": aunque en casos como el de Pakistán su
alineamiento con los EE.UU. puede haber estado motivado por el temor a sus
represalias en caso contrario, en muchos otros casos, especialmente en los países
occidentales, la agresión sufrida por la ciudadanía de New York se sintió como
propia, moviendo a una reacción solidaria frente a ella.

Señalemos que el comportamiento social que llevó a las acciones suicidas contra
las Torres Gemelas o el Pentágono parece corresponder a una anomalía efímera
propia de un "Efecto Revuelta". Pero en la versión previa de nuestro modelo tal
efecto sólo podía tener repercusiones locales, y en modo alguno las repercusiones
globales que ha tenido el derribo de las Torres Gemelas.

La ideología de la guerra contra el terrorismo tiene su utilidad. Desde luego, desvía


la atención del comportamiento moral y político poco sublime de nuestros nuevos
maniqueos.

La guerra contra el terror ha adquirido unas dimensiones teológicas. Los cristianos


estadounidenses creen que están llevando a cabo una reconquista mundial contra
el islam. Su visión de la historia es siempre apocalíptica, y el atentado contra las
Torres Gemelas fue un regalo en ese sentido. Las locuras nacionalistas
subsiguientes son reminiscentes de la guerra fría. Un país que libra un conflicto
cultural y económico se une, aunque sea en una comunidad que no es genuina. La
definición de terrorismo (como la acusación de falta de vigor frente a él), muchas
veces, es tan vaga como las acusaciones de comunismo, colaboración con él o
debilidad frente a él que se emplearon contra Arbenz, Mossadegh y Nasser,
Quadros y Allende, o grandes figuras como Nehru, Brandt y Mandela. En Estados
Unidos se escuchan a diario, en los enfrentamientos políticos internos, acusaciones
de complicidad con el enemigo; el otro día, el presidente volvió a utilizarlas para
difamar a quienes han calificado de abuso de poder las escuchas clandestinas.

Es indudable que Estados Unidos ha sufrido ataques, en casa y en el extranjero, y


que las bombas de Bali, Londres, Madrid y, previamente, París demuestran la
magnitud de un problema que también abarca los conflictos de Tierra Santa y
Cachemira, Chechenia y Sinkiang, así como los graves problemas internos de
Afganistán, Argelia, Egipto, Marruecos, Arabia Saudí, Siria y Túnez. La lista, por sí
sola, pese a estar incompleta (podrían figurar también Irán y Turquía), es una
prueba prima facie de que una expresión tan indistinta como terrorismo no nos
dice nada. Del mismo modo que, ahora que vemos luchar a China y Rusia con sus
problemas, las antiguas repúblicas soviéticas, Cuba y Vietnam, los antiguos
Estados de la Federación Yugoslava, podemos comprender lo insustancial que era
el término "comunista" para describirlos hace sólo dos décadas.

No hay nada que pueda sustituir al conocimiento histórico, la reflexión y la


sensatez política, y la trayectoria que sigue la élite de nuestra política exterior para
llegar a la cumbre no siempre premia esas características. La política
estadounidense no siempre fomenta la integridad: no hay más que ver la cínica
actuación de la senadora Hillary Clinton en relación con Oriente Próximo. Habla en
favor de los norteamericanos el hecho de que, tanto en el Congreso como en el
aparato de política exterior, se percibe cierta rebelión por parte de algunos que no
son totalmente ignorantes ni se han perdido el respeto a sí mismos. Cuanto antes
rechace el resto del mundo la idea de una Guerra contra el Terrorismo, más
posibilidades tendrá Estados Unidos de recobrar el sentido común.

Para concluir, se puede decir que el 11 de septiembre de 2001 surgió una nueva
manera de concebir lo bélico, en la que el contendiente débil recurre al terrorismo
como una táctica más de combate, que rebasa lo militar. Se trataría, ante todo, de
una cuestión de maniobra, ya que, a pesar de que la potencia terrorista de fuego
es limitada, el dónde y el cómo aplicarla les puede otorgar a sus practicantes una
gran ventaja táctica. En la opinión de Verstrynge y Sánchez Medero, después de la
voladura de las Torres Gemelas se ha generalizado la idea de que la civilización
occidental está amenazada.

Estados Unidos se mantiene a duras penas como gendarme mundial, mientras que
se multiplican los “micro conflictos” teatrales. Desde esta óptica, la guerra
asimétrica representaría un paso más en la marcha hacia la otra total: conflictos
como el segundo desatado en el Golfo han servido para entronizar la guerra
preventiva, desestabilizar a Oriente Medio y contribuir a la “fascistización” de
Occidente (Verstrynge y Sánchez Medero 2005, 194). Viñas (2016, 35-54), en
cambio, previene sobre el riesgo de confundir la acción antiterrorista en Occidente
con la lucha contrainsurgente en Siria o Irak.

Como premisa o punto de arranque, la expresión “Guerra Asimétrica” refiere a una


diferencia de poderío y no tanto a una cuestión de reglas. Ahora bien, de manera
inevitable, la búsqueda de la victoria implicará la práctica de una lucha no
convencional o alternativa, con el fin de explotar las vulnerabilidades, de toda
índole, del adversario.

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