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NOMBRE: LAURA SOFÍA CAITA GIRALDO

MATERIA: GESTIÓN DE GRUPOS Y REDES


DOCENTE: MARCELA GONZÁLEZ COLINO
CURSO: VIII A

EL CENTRO HISTÓRICO COMO IDENTIDAD DE LA CIUDAD

Una salida de campo va más allá de ser un paseo, es una caracterización de una cultura, de
un conjunto de relaciones sociales, que se pueden relatar y pensar de distintas maneras.
Nuestro espacio es Bogotá, una metrópoli latinoamericana, tanto del ayer como del hoy y
seguramente, del mañana. En ella viven cerca de 9 millones de personas, pero muy pocas la
conocen de extremo a extremo. Su identidad no es muy palpable debido a las grandes
migraciones de otras zonas del país, actualmente, es una ciudad construida bajo la diversidad
cultural que caracteriza a los colombianos.

El centro histórico es quizás, una de las zonas más reconocidas por sus habitantes. Es
un espacio odiado por algunos y amado por otros, rodeado de conocidos restaurantes,
majestuosas iglesias coloniales, imponentes monumentos y los vestigios de aquella época en
la que había virreyes, carruajes y esclavos.

Para empezar, es interesante la perspectiva que cada persona tiene de un mismo


espacio, puede enfrentar los lugares con recuerdos del pasado, con desconocimiento, con
alegría e incluso con miedo. Nuestro recorrido comienza con el Museo Nacional, el museo
más antiguo del país con 195 años, que relata de una forma única nuestra historia, desde la
Colombia precolombina hasta el flagelo vivido con el conflicto armado.

Cientos de personas entran en él cada día, todas con distintas intenciones. Puede ser
por un trabajo del colegio o de la universidad, por gusto o por querer conocer la historia de
un país extraño, y, sin embargo, los que van quedan impactados así sea por solo uno de los
objetos que pudieron observar. La icónica frase, ubicada en su fachada nos recuerda lo que
representa tanto el museo como los siguientes espacios que vamos a recorrer, estas calles y
lugares son “un lugar de encuentro para dialogar, celebrar, reconocer y reflexionar sobre lo
que fuimos, somos y seremos”.

Caminando calles más abajo llegamos al parque San Diego, sumergido en medio del
caos de una ciudad moderna y rodeada de calles. Tiene un toque de inseguridad y causa
curiosidad el hecho de que tenga una estatua de George Washington en el centro, una figura
que al menos para los colombianos no representa nada, leer su nombre no crea identidad,
máximo genera sorpresa. No es el mejor parque, ni tiene fácil acceso, es probable que muchas
personas lo vean, pero nunca hayan entrado, es no lugar para la mayoría.

De repente, el recorrido cambia de ambiente y pasamos a una zona más dinámica: el


gran centro internacional, donde conviven grandes e imponentes edificios, como es el caso
de Colpatria. Su inauguración fue en 1978, en su momento fue uno de los edificios más altos
de América Latina y un orgullo para los bogotanos, era el gran rascacielos que mostraba el
desarrollo de un país sumido en la violencia y el poder de los bancos.

Con el paso de los años, el gran rascacielos quiso permanecer como el más alto, a
pesar de que ya existiesen en otros países muchos con el doble de pisos, no quería
competencia y por mucho tiempo lo logró. Su reconocimiento seguía y se legitimaba con
eventos como la carrera de ascenso a la torre Colpatria y la subida por el ascensor para
observar la ciudad, pero, cuarenta años son muchos siendo el edificio más alto, las dinámicas
exigían nuevos rascacielos, y en el 2016 terminó la construcción del Bacatá y a pocas calles,
pronto terminará la construcción del Atrio, el nuevo edificio más alto del país ¿Qué pasará
con Colpatria?

Seguimos bajando por la misma calle y llegamos al antiguo teatro Jorge Eliecer
Gaitán, representa, al igual que Colpatria un espacio público que se vuelve privado al cobrar
una entrada, la cual no puede pagar todo el mundo. Hace 40 años era un espacio exclusivo
para la élite, un lugar de goce en el cual se presentaban variadas obras cuyas boletas se
agotaban rápidamente. No obstante, hoy en día sigue estando de pie, pero es menos
concurrido, el entretenimiento ha cambiado y el teatro ha perdido bastante peso, sus
admiradores, en su mayoría académicos, van, pero con menos frecuencia. El Teatro Jorge
Eliecer Gaitán, antes Teatro Colombia sigue siendo un espacio exclusivo con un público
selectivo.

En mi infancia, escuchaba a mis padres hablar del mejor salón de onces de la ciudad
“La Florida”, tiene cerca de 80 años funcionando, más que la mayoría de nosotros e incluso
más tiempo del que muchas de las familias que hoy viven en Bogotá, si quiera pensaran en
migrar y dejar sus tierras para enfrentarse a una nueva realidad. Es llamativa la intimidad que
se percibe, hay una puerta en la entrada con guardias de seguridad, las mesas están separadas
unas de otras y se puede sentir una gran cantidad de aromas como el chocolate, el café y los
postres.

Igualmente, está la iglesia de Las Nieves, llamativa por sus extraños colores en la
fachada: rojo y amarillo. Cuenta con estatuas imponentes y antiguos confesionarios que se
han adaptado a la actualidad, con un concepto de dialogo directo, es curioso para mí, como
persona que asistió a un colegio de monjas, que para algunos esta forma de confesarse sea
novedosa. Después, caminamos por la calle real, un espacio peatonal en donde confluye una
gran variedad de personas; extranjeros, habitantes de calle, adultos mayores, vendedores
ambulantes, pero, nadie se mira a los ojos, todos están de paso, van a otro destino.

Por otra parte, están las tres iglesias seguidas: San Francisco, para la gente del común;
La Veracruz, para las personas memorables, con dinero y militares y; La tercera, para
personas pobres. Al menos así se entendía hace varios años, especialmente cuando la iglesia
era la institución encargada de llevar el registro de las personas. Las personas mayores aun
lo tienen claro, sin embargo, para el resto son tres iglesias seguidas con encantos diferentes.

Cabe resaltar, como se privatizan estos espacios con el simple hecho de prohibir tomar
fotos y tener que hacer silencio. Al hablar con uno de los guardias de seguridad nos informó
que las fotos eran prohibidas debido a que el flash puede dañar los acabos en oro, se ofreció
a enviarnos fotos, pero no dejó de ser extraña la sensación sobre cómo debíamos
comportarnos en esta iglesia. Existen códigos comunes de comportamiento que fácilmente
se pueden distinguir en las iglesias católicas sean Franciscanas o Agustinas, no debe entrar
con gorro, hay que permanecer callados, no se puede correr, y, en caso de hacerlo más allá
de un llamado de atención se podría considerar que se está profanando la fe del otro.

Al continuar por el camino, pasamos por la Plaza de las Hierbas o Parque Santander
donde los espacios de sociabilidad que describe Goffman se hacen notables a través del
intercambio recíproco de expresividad, los sutiles gestos de unos a otros, los movimientos
para llamar a algún vendedor o para dejar pasar a alguien más. Este, al igual que la plazoleta
de la Universidad del Rosario y el Parque de los Periodistas se convierten en espacios
públicos claros, donde se evidencia la heterogeneidad de la vida social.
En estos dos últimos lugares son más claras las múltiples historias que hay detrás del
simple lugar. La plaza “del viejo verde” como algunos estudiantes la conocen, tiene en su
suelo absorto las historias de cientos de generaciones con sueños y anhelos distintos. Y, el
Parque de los Periodistas, conocido así por ser un lugar de encuentro para periodistas y poetas
bohemios que trabajaban a los alrededores, en una época donde transmitir información era
aún más peligroso.

Un espacio de paso, que no puede faltar al recorrer el centro histórico de Bogotá es el


chorro de Quevedo, donde algunos dicen que empezó la ciudad. Se reúnen personas de
distintas clases y sin barreras idiomáticas, a escuchar cuenteros y tomar Chicha, bajo un
ambiente de tranquilidad y armonía.

Finalmente, llegamos al claustro de San Agustín, para ver la exposición El Testigo.


Terminamos en un lugar similar al que comenzamos, donde se percibe el pasado, se vive el
presente y se invita a luchar por el futuro, un futuro de un país que ha vivido por más de
sesenta años un conflicto armado y ha llenado de sangre gran cantidad de ríos. Desde una
posición neutral el autor muestra el conflicto, con imágenes a blanco y negro que no pueden
dejar de impactar, que hablan por si mismas, estremeciendo el corazón de cualquiera.

Cada persona tiene un relato, una historia distinta y un contexto que no puede olvidar,
vivir en sociedad nos lleva a interactuar unos con otros, entendernos, y aceptar las diferencias.
Para que el país mejore es necesario que entendamos el dolor ajeno, que nos reconciliemos
y especialmente aprender a perdonar porque la violencia y el dolor no puede continuar siendo
la solución.

En conclusión, como dice Paula Soto “la ciudad es el escenario privilegiado para la
confluencia, diversidad y, por ende, para la sociabilidad” el centro histórico de Bogotá
permite la observación de escenarios donde interactúa lo público, lo privado y lo íntimo,
además de lo sagrado y profano. A través de todos estos, se forma una identidad que reconoce
el mundo y que comienza en La Candelaria.

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