Está en la página 1de 7

See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.

net/publication/332249758

LUCIANO HABLA EN LA ANTIGÜEDAD DE LOS VIAJES CÓSMICOS Y DE LA


GUERRA DE LAS GALAXIAS

Chapter · April 2019

CITATIONS READS

0 12

1 author:

César Albornoz
Central University of Ecuador
18 PUBLICATIONS   0 CITATIONS   

SEE PROFILE

Some of the authors of this publication are also working on these related projects:

Los grandes filósofos y la vida en el cosmos View project

Sostenibilidad social de las radios comunitarias en Ecuador View project

All content following this page was uploaded by César Albornoz on 07 April 2019.

The user has requested enhancement of the downloaded file.


LUCIANO HABLA EN LA ANTIGÜEDAD DE LOS VIAJES
CÓSMICOS Y DE LA GUERRA DE LAS GALAXIAS

César Albornoz

La literatura antigua también inaugura el género de lo que se conoce hoy como fantástica
o ciencia ficción, con exponentes de la calidad de Heráclides y primordialmente Luciano
de Samosata (125─192) quien pone su rúbrica en una de las primeras obras de este
género. Allí presagia ya, hace dos milenios, los viajes espaciales a la Luna. En su Historia
verdadera, escrita por el año 150, relata el primer vuelo imaginario de terrícolas que se
aventuran a cruzar las columnas de Hércules, ese fin del
mundo en la creencia griega, siendo su nave atrapada por
una tromba marina que les lanza con gran fuerza al cielo.
Siete días dura el viaje de estos primeros
astronautas para llegar al satélite que alumbra nuestras
noches, apenas cuatro días más que los modernos aparatos
de ahora, según el Voltaire de la antigüedad que, magistral-
mente, combinaba en sus críticos escritos «ironía socrática,
materialismo epicúreo, duda académica, diatriba cínica y
técnica sofista».1 Novela de anticipación y de fina ironía,
esta Historia verdadera,2 escrita por quien muchos
también lo califican de filósofo, merece un comentario más detenido.
Hay que empezar aclarando que el autor pretende burlarse de las exageraciones
que afamados escritores de la antigüedad ‒Homero, Herodoto, Tucídides, Platón,
Aristóteles, Yambulo o Tácito, entre otros‒ insertan en sus obras como si fueran veraces.
Y si ellos, con el renombre que tienen, podían contar esas historias como verdaderas, por
qué no podía él referir una en que se imaginó a sí mismo al mando de una nave,
aventurándose por el océano Atlántico para conocer cuán extenso era y qué hombres
habitaban en la orilla opuesta, y le tocó vivir en carne propia con sus compañeros de viaje

1
Historia de la filosofía (Del mundo romano la Islam medieval), siglo xxi editores, 8va. edición, México,
1990, p. 84.
2
Luciano de Samosata, Historia verdadera, Editorial Labor S.A., Barcelona, 1974, pp. 28-40.

1
peripecias inolvidables. Así, aspirando él
también a dejar alguna obra con que le
reconozca la posteridad, escribió la
siguiente.
Elevados a los cielos por un
torbellino que hizo girar a la nave por siete
días y noches, al octavo llegaron a una
tierra habitada, con luz deslumbrante. Era
la Luna. Al recorrerla, fueron detenidos
por los hipogipos, hombres que cabalgan
sobre buitres de tres cabezas que les sirven
de montura, tan grandes que una de sus
plumas es más larga y gruesa que el mástil
de una nave mercante.
Al ser llevados ante el rey, se enteran que los selenitas están en guerra con los
habitantes del Sol por haber intentado colonizar con pobres de la Luna el deshabitado
Lucero del Alba. Impedidos y derrotados por el rey del Sol al mando de sus hipomírmices
(hormigas‒caballos), empezó la beligerancia entre solares y lunares. Con el persistente
afán de hacer realidad su empresa colonizadora, estos últimos invitan a los terrícolas
dirigidos por Luciano a participar en la próxima contienda, espíritus guerreros que
aceptan gustosos sumarse a las huestes del imponente ejército lunar, compuesto de cien
mil hombres, aparte de los portadores del bagaje, ingenieros, infantería y tropas aliadas.
El singular ejército que va en pos del desagravio cuenta con ochenta mil
hipogipos, más veinte mil lacanópteros, pájaros gigantescos que en lugar de plumas
tienen su cuerpo cubierto de lechugas; entre los aliados estaban los cencróbolos
(sembradores de mijo) y los escorodómacos (combatientes con dientes de ajo); de la Osa
Mayor prestan su contingente treinta mil psilótocos (arqueros montados sobre gigantescas
pulgas) y cincuenta mil anemódromos (corredores ceñidos por largas túnicas que impulsa
el viento al igual que las embarcaciones) para la infantería; de las estrellas de Capadocia
se ofrecen setenta mil estrutobálanos (glandes de gorrión) y cinco mil hipogéranos
(grullas─caballos) que Luciano no se atreve a describir porque al final no llegaron. Todos,
armados con fuertes cascos de habas, corazas de altramuces y espadas y escudos similares
a los griegos.

2
Dispuestas estratégicamente las tropas, el rey ordenó a las gigantescas arañas, que
allí abundan, tejer una tela entre la Luna y el Lucero del Alba, formando una verdadera
llanura. En ella se dio la sangrienta batalla de las tropas de infantería y sobre las nubes el
combate aéreo, cuando se levantaron los estandartes y rebuznaron los burros, que entre
esos habitantes siderales ofician de trompetas.
El ejército enemigo, con el rey solar a la cabeza, imponía por el flanco izquierdo
con la presencia de los cincuenta mil hipomírmices, enormes y alados animales
semejantes a las hormigas, que servían de cabalgadura a sus soldados, y los ayudaban a
combatir con sus cuernos. Por la derecha, en igual número alineaban los aerocónopes
(mosquitos aéreos), cabalgados por arqueros. Más allá los aerocardaces (danzantes
aéreos) disparando con sus hondas gigantescos rábanos, untados con veneno de malba,
que causaban mortales heridas y un hedor insoportable. Tras de ellos diez mil
caulomicetes (champiñones‒tallo), feroces en el combate cuerpo a cuerpo, denominados
así por sus escudos de hongo y sus lanzas de tallos de espárragos. Junto a ellos cinco mil
cinobalanos (glande de perro), hombres con cara de perro, contribución de los habitantes
de Sirio, cabalgando sobre bellotas aladas.

En primera instancia vence el ejército de la Luna, pero la llegada de los


nefelocentauros, tropas aliadas de los solares al mando del Arquero del Zodíaco, revierte

3
el desenlace de la batalla a favor de estos últimos. El espectáculo de esa mezcla de
caballos alados y hombres, en número difícil de calcular, recuerda Luciano, era
verdaderamente impresionante: la mitad humana del tamaño del coloso de Rodas y la
mitad equina tan grande como una nave de transporte.
Tras la derrota se firma un tratado de paz que obliga a los lunares al pago de una
serie de tributos, se deja en libertad a los prisioneros de guerra, se decide construir la
colonia en el Lucero del Alba por las dos partes beligerantes, estipulando que en la
empresa podrán participar «además, quienes lo deseen de otros astros», con lo que da a
entender Luciano la existencia de infinitos mundos poblados.
Narrada con la elocuencia y gracia del escritor griego nacido en Siria, su historia
parece un guión para cualquiera de los episodios de La guerra de las galaxias de Lucas.
La imaginación de Luciano se desborda
cuando describe a los habitantes de la Luna,
con sus costumbres y características sociales.
La procreación, por ejemplo, hace que los
hombres engendren y se casen entre ellos, pues
allí no existen las mujeres. Al propio escritor el
rey de la Luna le ofrece uno de sus hijos en
matrimonio, para que vaya a colonizar el
Lucero de la Aurora, deferencia que Luciano
cortésmente declina. Hasta los 25 años se es
esposa, y luego marido; los hijos no se llevan
en el vientre sino en la pantorrilla, de donde se les extrae, muertos, poniéndoles de cara al
viento con la boca abierta para revivirlos. Pero más le llamó la atención un tipo especial
de hombres, denominados dendritas, «que nacen del modo siguiente: cortan el testículo
derecho de un hombre y lo plantan en la tierra; de él nace un árbol enorme, de carne,
como un falo, que tiene también ramas y hojas; sus frutos son bellotas del tamaño de un
codo. Cuando maduran, los recogen, abren el cascarón y salen hombres». Continúa la
descripción con detalles en los que ejercita la obscenidad de moda en su tiempo.
Los selenitas no mueren: al envejecer se hacen humo y se disuelven en el aire. Se
alimentan aspirando el olor que exhalan ranas voladoras que las asan al fuego. Beben el
aire que exprimen en una copa obteniendo un líquido parecido al rocío. Están exentos de
satisfacer las necesidades fisiológicas pues «no tienen orificios como nosotros». Allí los
velludos son feos y repugnantes, calvo y lampiño es el prototipo de hermoso. En los

4
cometas, que según Luciano también están habitados, al contrario, los peludos son los
bellos.
Otras características de los habitantes de la Luna les hacen anatómicamente
diferentes de los terrícolas: sus pies no tienen uñas y se componen de un solo dedo; a
manera de cola les crece sobre las nalgas una especie de col siempre verde. Su vientre,
como los marsupiales, los usan como alforja que abren y cierran a voluntad, guardando
allí cuanto necesitan, incluso a los recién nacidos cuando tienen frío. Sus ojos son
movibles, «cuando quieren se los quitan y los guardan hasta que necesitan ver»; así,
quienes los han perdido, pueden ver usando ojos ajenos; los ricos pueden darse el lujo de
tener ojos de recambio. Sus orejas son de plátano, a excepción de los nacidos de bellotas
que las tienen de madera. Sudan leche y de su nariz fluye una miel ácida, secreciones que
al combinarlas se convierten en quesos.
En materia de alimentos las diferencias también son notables: el aceite lo obtienen
de cebollas y tienen viñas que producen agua. La ropa difiere según el rango social: los
ricos visten con túnicas de un cristal muy suave y los pobres con tejidos de fibras de
cobre, material abundante en la Luna que lo trabajan como si fuera lana al mezclarlo con
agua.
Tampoco faltan los ingenios técnicos. En el palacio real tienen un inmenso espejo
colocado en un pozo no muy profundo, al cual descienden y escuchan todo cuanto se dice
en la Tierra, «y si se mira en el espejo, se ven todas las ciudades y pueblos como si se
estuviera en medio de ellos». Él mismo tuvo la oportunidad de mirar y escuchar su ciudad
y familia.
Como todo tiene su fin, llegó el momento del retorno. Embarcados nuevamente en
su nave y escoltados por mil hipogipos a lo largo de quinientos estadios, emprendieron el
viaje que les regresaría a la Tierra. Durante la travesía avistaron otros países ‒es decir
otros mundos‒ pero hicieron escala solo en el Lucero del Alba para aprovisionarse de
agua. Reanudado el vuelo pudieron observar la Tierra, extasiándose con sus atractivos,
pero antes de aterrizar se detuvieron en la ciudad de las Lámparas, «situada entre la zona
de las Pléyades y la de las Híadas y mucho más baja que el Zodíaco». Allí no había seres
humanos, estaba habitada por lámparas parlantes, que paseaban ostentando su rango
social de acuerdo a su resplandor; incluso el autor conversó con la lámpara de su hogar,
quien le dio razón de todo lo acontecido con su familia. La muerte de esos singulares
habitantes llega cuando las apagan.

5
Al cuarto día de navegación, al fin, descendieron al mar de nuestro planeta, donde
continuaron las peripecias, convirtiendo el regreso a sus hogares una verdadera odisea
como la del legendario Ulises.
En otra de sus obras, en Icaromenipo, Luciano hace que su personaje Menipo se
amarre un ala de águila y otra de buitre y como los modernos aladeltistas, desde el monte
Olimpo, emprenda vuelo hasta la Luna, la que encuentra habitada por espíritus,
confirmando, además, lo que Colón demostraría a los europeos en 1492: la redondez de la
Tierra. Sigue su travesía hacia el Sol, fastidiando con su atrevimiento a los dioses, quienes
le confiscan las alas y le regresan a su casa.

6
View publication stats

También podría gustarte