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Muchas veces cuando vemos algún partido en la televisión o hablamos de deportistas, sin darnos
cuenta, damos un valor excesivamente importante a aquellos que ganan y mandamos el mensaje
equivocado a los pequeños. En vez de ello, tratemos de dar más valor al esfuerzo, a lo valioso de
colaborar en un equipo, al juego limpio, a aquellos que saben aceptar su derrota, a lo
emocionante que fue el juego independientemente de que nuestro equipo perdiera, etc.
- Fomentar situaciones de juego en familia, ya sea de mesa o al aire libre donde les modelemos:
2. Enseñarles la importancia del juego limpio: seguir las reglas sin hacer trampa. Engañar es fácil,
pero hace que no se disfrute el triunfo de verdad. Además jugar limpio hace que, aunque se llegue
a perder, los demás confíen y crean en ellos y quieran siempre invitarles a jugar.
3. Ponerlo en evidencia si les descubres haciendo trampa: dejarles claro que eso hace que el juego
pierda lo divertido y se tenga que empezar de nuevo. Además, es importante mostrarles que
alguien que hace trampa no encontrará después compañeros de juego, ya que a nadie le gusta
jugar con alguien que engaña.
4. Dejarte ganar algunas veces y hacerles saber lo divertido que fue el juego tanto al perder como
al ganar.
5. Resaltar los esfuerzos que realicen por aportar al grupo si se trata de un juego de equipo, o las
habilidades que muestren en un juego de mesa, por ejemplo, la buena memoria o su habilidad
para tomar decisiones. Es importante que se sientan valiosos y apreciados, aunque el resultado no
sea que gane la partida.
6. Dejarles que se frustre: Si tus hijos lloran o deciden abandonar el juego porque han perdido,
dales un momento para desahogarse y cuando estén tranquilos motívalos a continuar y a
descubrir que, si se van, se perderán un rato divertido y agradable.
1. Independencia
Aunque se imparta disciplina con amor, él o ella siempre se saltarán las normas. Su deseo por
descubrir lo nuevo podrá más que las reglas. Por ejemplo, si le pides al pequeño que no salga al
patio porque está lloviendo, en algún momento lo hará porque querrá experimentar qué se siente
al estar bajo la lluvia. Los niños son sumamente curiosos.
2. Por separación
Si por ti fuera, desearías que tu bebé no creciera tan rápido para poder disfrutarlo aún
más. Soltarse del vínculo de la mamá y el papá es el objetivo de cualquier ser humano. No
permitirlo dará lugar a consecuencias nefastas como inseguridad.
3. Soy “YO”
Al pequeño necesita ser reconocido como tal. En la medida que crece te retará porque quiere
desarrollarse como un ser individual. Buscará la manera de ser él mismo y diferenciarse así de ti,
de su padre, abuelos, primos…
4. Por placer
Es natural que todo niño decida hacer travesuras porque le genere placer. Esa será una razón
suficiente para que pinten las paredes con crayolas, saquen el comestible de la alacena o
desordenen tu clóset, entre otras actividades.
5. Por temperamento
No todos los niños son iguales y lo sabes. Algunos son más traviesos que otros. Tendrás que
indicarle qué es lo mejor, mostrarle respeto y responder a sus necesidades.
6. Es un verdadero líder
¡Oh, mamá, tienes un niño líder! ¿Estarías orgullosa de que al pequeño sobresaliera? Pero, ¡ojo!,
cuando no eres capaz de ejercer liderazgo paternal, al pequeño lo detecta. Lo identificarás cuando
te des cuenta que tu pequeño no te obedece, y que intenta ocupar tu lugar. Entonces, el líder en la
relación madre-hijo es él.
Fíjate si esa regla o límite todavía es válido para su edad. Puede ser que la norma no sea apta para
el pequeño porque ya creció.
Su reacción ante el regaño por sobrepasar las reglas será la rabieta o el enojo. Son terribles y
desagradables pero es una realidad de la infancia.
El psicólogo Ray Levy afirma que los pequeños de 1 a 4 años todavía no han desarrollado las
habilidades necesarias para afrontar las situaciones, es decir que la rabieta o berrinche son el
resultado de que no conseguir lo que querían.
Si te desesperas por las rabietas de tus hijos cuando haces respetar las normas sigue estos
consejos.
1- Ignóralo.
2. Dale su espacio.
6. Abrázalo.
No se trata de hacer niños demasiado mimosos. Siempre que sea necesario debemos ayudarles a
entender las exigencias de la realidad y a buscar una solución constructiva para sus problemas, y
también para sus fracasos.
Su exceso de control quizás se deba a que ha aprendido que sus expresiones emocionales
no encuentran eco en nosotros o incluso son motivo de que le avergoncemos por ellas.
¿Cómo podemos ayudarle? Para empezar, revisemos nuestra actitud con él, mejoremos la
comunicación y demos más cabida a la comprensión y a la ternura.
Se trata de hacerle sentir que sus emociones, su estado de ánimo, sus días malos o
menos buenos nos interesan, y que aprobamos que exprese cómo se siente. Mal
podemos consolar a un niño cuando se guarda para él solo sus penas: mostrémonos
receptivos.