Está en la página 1de 33

CUADERNO 23

EUGEN FINK

OASIS DE
LA FELICIDAD

CENTRO DE ESTUDIOS FILOSOFICOS


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
CUAD ERNO S
D EL C EN TR O D E ESTUDIOS FILOSÓFICOS

1. Helmut CoiNG, E l sentido d el derecho. Historia y significado' de


la idea del sistema en la jurisprudencia.
2. B r a n d B l a n s h a r d , ¿Está la ética en un callejón sin salida?
3. Theodor L e s s in g , Estudio acerca de la axiomática del valor.
4. Kurt L is s e r , El concepto del derecho de Kant. '4

5. Rudolf L a u n , Derecho y moral.


6. Ernest N a g e l y James R. N e w m a n , La prueba de Gódel.
7. Gottfried W ilhelm L e i b n iz , Tres ensayos: El derecho y la equidad.
La justicia. La sabiduría.
8. H en ri B e r g s o n , Introducción a la metafísica.
9. Heinrich R i c k e r t , Teoría de la definición.
10. Rudolf C a r n a p , La superación d e la metafísica por m edio del
análisis lógico d el lenguaje.
11. Jo h a n n G o ttlieb F ic h t e , Sobre el concepto d e la doctrina de
la ciencia.
12. Rudolf C a r n a p , Filosofía y sintaxis lógica.
1 3 . Alfred N orth W h i t e h e a d , La organización del pensamiento.
Anatomía d e algunas ideas científicas. El espacio, el tiempo y la
relatividad.
14. C haim P e r e l m a n , La justicia.
15. Adolf M e n z e l , Calióles. Contribución a la historia de la teoría
del derecho d el más fuerte.
16. N ico la i H a r t m a n n , Aristóteles y el problema del concepto. So­
bre la doctrina del Eidos en Platón y Aristóteles.
1 7. H erm an n G l o c k n e r , E l concepto en la filosofía hegeliana.
18. Norberto B o b b io , D erecho y lógica.— Amedeo G. CONTE, B i­
bliografía de lógica jurídica (1 9 3 6 - 1 9 6 0 ).
19. Nicolai H a r t m a n n , Autoexposición sistemática.
2 0 . M a x M ü l l e r , Persona y función.
21. Robert B l a n c h é , La axiomática. j
22. E rich K a h l e r , Lo verdadero, lo bueno y lo bello.
23. E ugen F i n k , Oasis de la Felicidad. \
y/o
OASIS DE LA FELICIDAD
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Rector: Ing. J a v ier B a rros S ierra
Secretario General: Lic. F e r n a n d o S o l a n a
Subdirector de Publicaciones: H u b e r t o B atís

CENTRO DE ESTUDIOS FILOSÓFICOS


Colección: C u a d e r n o s
Director: F e r n a n d o S a l m e r ó n
Secretario: A l e ja n d r o R ossi
Consejero: R o b e r t S. H a r t m a n
CUADERNO 23

EUGEN FINK

OASIS DE
LA FELICIDAD
Pensamientos para una ontologia del juego

Traducción de
E l s a C e c il ia F r o s t

CENTRO DE ESTUDIOS FILOSÓFICOS


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
1966
Título original:
Oase des Glücks — Gedanken zur einer Ontologie des Spiels
(Verlag Karl Alber — Freiburg/München, 1957)
*
Primera edición en español: 1966
*
Derechos reservados conforme a la ley
© 1966, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, México 20, D. F.

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


Dirección General de Publicaciones
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico
La visión acerca del gran significado del juego en la estructura
de la existencia humana se va haciendo cada vez mayor — en
este nuestro siglo lleno del ruido de las máquinas—- en los espí­
ritus que dirigen la critica de la cultura, en los iniciadores de
la pedagogía moderna, en los científicos entregados a las dis­
ciplinas antropológicas; tal visión penetra, en asombrosa me­
dida, la conciencia de sí, literariamente reflexionada, del hom­
bre actual y busca sus pruebas en el interés apasionado de las
masas por el juego y el deporte. El juego es aprobado, culti­
vado, como un impulso vital de valor autónomo y rango pro­
pio; es entendido como medida curativa contra los males de
la civilización de esta nuestra tecnocracia moderna, es alabado
como fuerza rejuvenecedora, renovadora — en cierto modo, como
un hundirse de nuevo en la originalidad matinal y la creativi­
dad plástica. Con certeza hubo épocas en la historia del hom­
bre que llevaron, más que la nuestra, el signo del juego; épo­
cas más alegres, más libres, más jugadas, que conocieron aún
más el ocio y tuvieron trato íntimo con las musas celestiales,
pero ninguna otra época ha tenido más posibilidades y oportu­
nidades objetivas de juego, porque ninguna disfrutó hasta aho­
ra de un aparato vital tan gigantesco. Los campos de juego y
los estadios son planeados por los municipios, las costumbres
lúdicas de todos los países y naciones son reunidas por el trá­
fico internacional, los juguetes son fabricados industrialmente
en gran escala. Pero sigue abierta la pregunta de si nuestra
época ha alcanzado una comprensión más profunda de la
esencia del juego, de si disfruta de una visión sobre las diver­
sas manifestaciones del juego, de si tiene una concepción sufi­
ciente del sentido óntico del fenómeno lúdico, de si sabe filo­
sóficamente lo que son el juego y el jugar. Con ello se toca
el problema de una ontología del juego.
6 EUGEN F IN K

Lo que se intentará llevar a cabo en las páginas siguientes


es una reflexión sobre el extraño y peculiar carácter óntico
del juego humano, dar una formulación conceptual de los
momentos estructurales y una comunicación provisional del
concepto especulativo del juego. Quizá parezca a alguno que
se trata de un asunto árido y abstracto. Sería preferible perci­
bir de inmediato el hálito de la flotante ligereza de la vida
lúdica, de su plenitud productiva, de su riqueza fluida y de
su inagotable encanto. El ensayo ingenioso que juega en cierta
medida con el oyente o el lector, que entresaca el mágico sen­
tido oculto de las palabras y las cosas mediante asombrosos
juegos de palabras, parece ser el elemento estilístico a la me­
dida de un tratado sobre el juego. Pues el hablar en serio acer­
ca del juego y, más aún, con la tenebrosa seriedad del verba­
lista y el analista conceptual, parece a fin de cuentas un vacío
contrasentido y un maligno echar a perder el juego. Es ver­
dad que la filosofía, con Platón, por ejemplo, se atrevió a dar
pasos ligeros, alados, se arriesgó a los grandes pensamientos
y meditó sobre el juego en forma tal que este pensamiento
mismo se transformó en un elevado juego del espíritu. Pero
para ello es necesario la sal ática.
El camino de nuestra sencilla y sobria reflexión pasa por
tres etapas: 1, la caracterización provisional del fenómeno
lúdico; 2, el análisis estructural del juego; y 3, la pregunta
por la relación entre el juego y el ser.
I

E l JU EG O e s un fenómeno vital que todos conocemos íntima­


mente. Todos hemos jugado alguna vez y podemos hablar
sobre ello por experiencia propia. Así, pues, no se trata de
un objeto de investigación que primero hubiera de ser descu­
bierto y aclarado. El juego es conocido por todos. Cada uno
de nosotros conoce el jugar y una pluralidad de formas de
juego, y los conoce a partir del testimonio de la propia expe­
riencia; cada uno de nosotros jugó alguna vez. El conocimien­
to del juego es algo más que sólo individual, es un conoci­
miento común y público. El juego es un hecho familiar y
habitual del mundo social. A veces, se vive en el juego, se lo pro­
duce, se lo realiza, se lo conoce como una posibilidad de nues­
tro propio hacer. Y en ello, el individuo no se encuentra ence­
rrado y enclaustrado en su individualidad, sino que en el juego
tenemos conciencia del contacto colectivo con el prójimo con
una intensidad especial. Todo juego, aun el juego obstinado
del niño solitario, tiene un horizonte comunitario. Así, pues,
el que vivamos en el juego, el que no lo encontremos ante nos­
otros como un suceder externo, señala hacia el hombre como
"sujeto” del juego. ¿Juega él sólo? ¿Acaso no juega también
el animal ? ¿No crece la ola de la plenitud vital en el corazón
de toda criatura viva? La investigación biológica nos entrega
descripciones desconcertantes acerca de la conducta animal, que
se asemeja en su tipo de manifestación y en su figura motora
expresiva al juego humano. Pero surge la pregunta crítica de
si lo que parece semejante en su imagen externa no es igual
ontomórficámente. No se discute aquí el que pueda fijarse, con
todo derecho, un concepto biológico de la conducta lúdica que
muestre al hombre y al animal en su parentesco animal. Pero
8 EUGEN F IN K

con ello no se decide qué modo de ser tiene la conducta corres­


pondiente, al parecer semejante. Este problema sólo quedaría
concluso si antes se explicitaran y determinaran mitológica­
mente la constitución óntica del hombre y el modo de ser del
animal. En mi opinión, el juego humano tiene un sentido pro­
pio, genuino —y sólo en metáforas impermisibles podría hablar­
se de un juego entre los animales o entre los dioses de la Anti­
güedad. En última instancia, todo depende de cómo usemos
el término "juego”, qué plenitud de ser mentemos con él y
qué alcance y qué transparencia logremos darle al concepto.
Preguntamos por el juego humano. Y con ello preguntamos
de inmediato por el conocimiento cotidiano de este fenómeno.
El jugar no sucede sin más en nuestra vida, a la manera de los
procesos vegetativos, es siempre un suceder aclarado signifi­
cativamente, una ejecución vivida. Vivimos en el goce de la
acción lúdica (lo que, desde luego, no presupone una concien­
cia de sí reflexiva). En muchos casos de entrega intensa al jue­
go estamos muy lejos de cualquier reflexión y, sin embargo,
todo juego se mantiene en un trato comprensivo de la vida
humana. Al conocimiento del juego corresponde también la in­
terpretación cotidiana, común, una "interpretación” corriente
que ha llegado al dominio evidente. En consecuencia, se consi­
dera el juego como un fenómeno marginal de la vida humana,
como una manifestación periférica, como una posibilidad exis-
tencial que sólo resplandece ocasionalmente. Es evidente que
los grandes acentos de nuestra vida terrena caen en otras di­
mensiones. Es verdad que se ve la frecuencia del juego, el apa­
sionado interés del hombre por él, la intensidad con la que se
juega —pero, por lo común, se contrapone el juego como "des­
canso”, como "diversión”, como ocio alegre, a las actividades
vitales serias y responsables. Se dice que la vida del hombre se
realiza en el duro, batallador, bregar por el conocimiento, en
la brega por virtad y habilidad, por respeto, dignidad y honor,
por poder y bienestar y otras cosas similares. El juego, por el
contrario, tiene el carácter de la interrupción ocasional, de la
pausa, y se relaciona con el curso verdadero, serio, de la vida,
en forma análoga al sueño con la vigilia. De vez en cuando el
hombre tiene que desuncirse el yugo del trabajo, librarse una
que otra vez de la presión de la brega tenaz, sacudir el peso
OASIS DE LA FELICIDAD 9
de los negocios, desligarse de la estrechez del tiempo dividido
para tener un trato más laxo con el tiempo, para que éste sea
gastable y aun derrochable, de modo que lo disipemos con
"pasatiempos”. En la economía de nuestra vida alternamos la
"tensión” con la "distensión”, el negocio con el ocio, practi­
camos la conocida regla sobre las "semanas amargas” y las
"fiestas alegres”. Así, pues, el juego parece tomar un lugar
legítimo, aunque limitado, en el ritmo de la dirección de la
vida humana. Se le considera como "suplemento”, como fenó­
meno complementario, como pausa de recuperación, como plas-
mación libre del tiempo, como vacaciones del peso de los de­
beres, como animación del paisaje rígido y oscuro de nuestra
vida. Por lo común, el juego es limitado así —por contraste—
frente a la seriedad de la vida, frente a la postura moral obli­
gatoria, frente al trabajo y, en general, frente al sobrio sentido
de la realidad. Se lo comprende en mayor o menor medida,
como jugueteo y travesura satisfecha, como un libre vagabun­
deo por el amplio reino de la fantasía y de las posibilidades
vacías, como una fuga de la oposición de las cosas hacia el
sueño y la utopía. Justo para no caer del todo en lo demoniaco,
en el tonel de las Danaides del moderno mundo del trabajo,
para no olvidar la risa en el rigorismo ético, para no conver­
tirse en un prisionero de los hechos escuetos, quienes hacen el
diagnóstico de la cultura recomiendan el juego al hombre actual
—en cierto modo como un medio terapéutico para su alma en­
ferma. Pero ¿"cómo” se entiende la naturaleza del juego en
este consejo bien intencionado? ¿Sigue siendo un fenómeno
marginal de la seriedad, la autenticidad, el trabajo? ¿Qué, por
así decirlo, padecemos sólo un exceso de trabajo, nos posee una
fiebre de trabajo titánica, una seriedad tenebrosa en la que no
hay luz alguna? ¿Necesitamos un poco de la ligereza divina,
de la alegre ingravidez del juego, para acercarnos de nuevo
a los "pájaros del cielo” y a los "lirios del campo” ? ¿Acaso el
juego sólo ha de suavizar las convulsiones anímicas que domi­
nan al hombre actual y a su incalculable apajrato vital ? Mien­
tras se opere ingenuamente siguiendo estos lincamientos men­
tales y se piense en las populares antítesis de "trabajo y
juego”, "juego y seriedad”, no se habrá entendido aún el juego
en su contenido y profundidad de ser. Permanece en el claros­
10 EUGEN F IN K

curo de los supuestos contrafenómenos y con ello se le oscu­


rece y desfigura. Se le considera como lo no serio, no obliga­
torio y no auténtico, como petulancia y ociosidad. Justo al re­
comendarse positivamente el efecto curativo del juego, se pone
en claro cjue se le ve aún como manifestación marginal, como
contrapeso periférico, en cierto modo, como un agregado aro­
mático al pesado guiso de nuestro ser.
Ahora bien, es más que dudoso que tal manera de ver las
cosas logre apresar adecuadamente el carácter fenoménico del
juego. Desde luego, en apariencia, la vida de los adultos no
muestra ya mucho de la gracia alada de la existencia lúdica;
con frecuencia sus "juegos” son técnicas rutinarias del pasa­
tiempo y delatan su procedencia del aburrimiento. Rara vez
logran los adultos jugar ingenuamente. En cambio, en el niño
el juego parece ser aún el centro intacto de la existencia. El
juego se considera como un elemento de la vida infantil. Pero
muy pronto el curso de la vida nos saca de tal "centro”, se
rompe el mundo intacto de la infancia y se multiplican los ás­
peros vientos de la vida indefensa: el deber, la preocupación,
el trabajo atan la energía vital del hombre joven que se acerca
a la madurez. Mientras más se manifiesta la seriedad de la
vida, más desaparece evidentemente el juego en cuanto a al­
cance y significado. Se alaba como educación "adecuada” aque­
lla que logra esta metamorfosis del ser humano del juego al
trabajo sin cortes duros y bruscos, aquella que presenta el tra­
bajo al niño casi como un juego —como una especie de juego
metódica y disciplinada—, aquella que sólo deja pasar lenta­
mente al primer plano las cargas pesadas y opresivas. Así se
quiere retener lo más posible de la espontaneidad, de la fanta­
sía y de la iniciativa del jugar; se quiere crear un paso ininte­
rrumpido desde el juego infantil hasta una especie de alegría
creadora del trabajo. Como trasfondo de este conocido expe­
rimento pedagógico encontramos la opinión de que el juego
pertenece, ante todo en la infancia, a la condición psíquica del
hombre y va retrocediendo cada vez más en el curso del des­
arrollo. Ciertamente, el juego infantil muestra en forma más
evidente determinados rasgos esenciales del juego humano,
pero es también más inofensivo, menos profundo y secreto que
el juego del adulto. El niño conoce poco aún la seducción de
OASIS DE LA FELICIDAD 11
la máscara. Juega todavía sin culpa. En los llamados negocios
"serios” del mundo de los adultos, en sus honores, dignida­
des y sus convenciones sociales, cuánto hay aún de juego
oculto, desfigurado y secreto ¡y cuánto "teatro” en el encuen­
tro de los sexos! A final de cuentas ni siquiera es cierto que
sólo en el niño prepondere el juego. Quizá juega en igual me­
dida el adulto, aunque en forma distinta, más secreta, más en­
mascarada. Si tomamos la imagen guía de nuestro concepto
del juego sólo de la existencia infantil, la única consecuencia
será una mala comprensión de la naturaleza inquietante, pro­
funda, ambigua, del juego. En realidad, su extensión abarca
desde el juego de muñecas de la niña hasta la tragedia. El jue­
go no es una manifestación marginal en el paisaje vital de
los hombres, un fenómeno que aparece ocasionalmente, algo
contingente. El juego pertenece esencialmente a la condición
óntica de la existencia humana, es un fenómeno existencial fun­
damental. Es verdad que no es el único, pero sí propio y autó­
nomo, inderivable de otras manifestaciones vitales. El mero
contraste con otros fenómenos no proporciona una transparen­
cia conceptual suficiente. Por otra parte no puede negarse
que los decisivos fenómenos fundamentales de la existencia
humana están entretejidos y trabados unos con otros. No se
presentan aislados, se penetran y fluyen unos en otros, cada
fenómeno fundamental determina de parte a parte el ser hu­
mano. El aclarar el entretejimiento de los momentos existen-
ciales, su tensión, su conflicto y su armonía mutua, sigue siendo
la tarea abierta a una antropología que no se limite a descri­
bir biológica, anímica y espiritualmente los hechos, sino que
más bien penetre, comprensivamente, en las paradojas de nues­
tra vida vivida.
El hombre está determinado y dibujado en la totalidad de
su existencia —y no sólo en una parte— por la muerte interior
e inminente, que le sale al paso esté donde esté. Como ser cor-
poral-sensible está también determinado en su totalidad por la
relación con el conflicto y la bendición generosa de la tierra.
Y lo mismo es válido respecto a las dimensiones del poder y
del amor en la convivencia con el prójimo. El hombre es por
esencia mortal, por esencia trabajador, por esencia luchador,
por esencia amante y por esencia jugador. La muerte, el tra­
12 EUGEN FIN K

bajo, el dominio, el amor y el juego forman el complexo ten­


sor básico y el plano de la enigmática y multívoca existencia
humana. Y cuando Schiller dice: . .el hombre sólo se da por
entero cuando juega. . .”, es también válido afirmar que sólo
se da por entero cuando trabaja, cuando lucha, cuando se opone
a la muerte, cuando ama. No es éste el lugar ni la ocasión
para exponer el estilo fundamental de una interpretación exis-
tencial que se retrotraiga a los fenómenos fundamentales.
Como indicio puede observarse que todos los fenómenos fun­
damentales esenciales de la existencia humana rielan y pare­
cen enigmáticos en una doble forma. Esto tiene su base más
profunda en el hecho de que el hombre es a la vez abierto y
oculto. No está ya, como el animal, sujeto al fundamento natu­
ral, pero aún no es libre como el ángel incorpóreo —es una
libertad hincada en la naturaleza, sigue atado a un impulso
oscuro que lo sujeta y traspasa. No es simple e ingenuo, se
relaciona comprensivamente con su propia existencia —pero,
por otra parte, no puede determinarse plenamente por las ac­
ciones de su libertad. El existir humano es siempre un tenso
relacionarse-consigo-mismo por este entrecruzamiento de aper­
tura y ocultamiento. Vivimos en una incesante preocupación
por nosotros mismos. Sólo un ser vivo al que "en su ser le
va por su ser mismo” (Heidegger), puede morir, trabajar, lu­
char, amar y jugar. Sólo tal ser se conduce relativamente a los
entes circundantes como tales y al todo omnicircundante: el
mundo. Quizá sea menos fácil reconocer en el juego el triple
momento del conducirse respecto a uno mismo, de la compren­
sión del ser y de la patencia del mundo, que en los restantes
fenómenos fundamentales de la existencia humana.
El carácter ratificatorio del juego es acción espontánea, que­
hacer activo, impulso vivo; en cierto modo es una existencia
movida de suyo. Pero la movilidad lúdica no encaja con todas
las otras movilidades vitales del hombre. Los otros quehace­
res tienen fundamentalmente en todo lo que realicen —ya sea
simple praxis, que encierra su fin en sí misma, o creación
(poiesis), que tiene su fin en una obra, una referencia al "fin
último” del hombre, a la beatitud, a la eudaimonia, Actua­
mos a fin de dirigirnos, por el recto curso de la vida, hacia la
existencia beata. Tomamos la vida como una "tarea”. Por así
OASIS DE LA FELICIDAD 13
decirlo, en ningún momento tenemos una estancia tranquila.
Nos sabemos "de camino”. Siempre somos arrebatados a todo
presente y lanzados por la fuerza de nuestro plan vital hacia
la existencia recta y beata. Todos aspiramos a la eudemonía,
pero de ningún modo estamos de acuerdo sobre lo que ésta
sea. No sólo tenemos la inquietud de la aspiración que nos
arrastra, sino también la inquietud de la "interpretación” de
la verdadera felicidad. Forma parte de las profundas para­
dojas de la existencia humana el que jamás alcancemos la
eudemonía en nuestra incesante caza de ella y que a nadie
pueda llamarse feliz, en el pleno sentido de la palabra, antes
de la muerte. Mientras respiramos, estamos presos en una
abrupta pendiente vital, somos arrastrados por el impulso hacia
la plenitud y perfección de nuestro ser fragmentario, vivimos
en pre-visión del futuro y experimentamos el presente como
preparación, como estación, como fase transitoria. Este notable
"futurismo” de la vida humana está muy íntimamente rela­
cionado con el rasgo esencial fundamental de que no somos
sin más y llanamente, como las plantas y los animales, sino
que nos preocupamos por el "sentido” de nuestra existencia,
queremos comprender para qué estamos en la tierra. Es una
pasión inquietante la que lleva al hombre a la interpretación
de su vida terrena: la pasión del espíritu. En ella tenemos la
fuente de nuestra grandeza y de nuestra miseria. Ningún otro
ser vivo tiene perturbada la existencia por la cuestión del os­
curo sentido de su estar aquí. El animal no puede preguntar
por sí mismo y el dios no necesita hacerlo. Cada respuesta
humana a la pregunta por el sentido de la vida significa el po­
ner un "fin último”. Es verdad que en la mayoría de los hom­
bres esto no sucede de modo expreso; pero aun así toda su
actividad y su inactividad están regidas por una representación
básica de lo que, para ellos, es el "Bien supremo”. Todos los
fines cotidianos están arquitectónicamente tensos en relación
con el "último fin” —todos los fines especiales de las profe­
siones se unen en el creído fin último del hombre en general.
En este complexo de fines se mueve todo el trabajo humano,
se mueve la seriedad vital, se mueve y comprueba la autenti­
cidad. Pero la situación fatal del hombre se muestra en el he­
cho de que, por sí mismo, no puede estar absolutamente cierto
14 EUGEN F IN K

del último fin, en que —por lo que respecta a la pregunta más


importante de su existencia— tantea en la oscuridad si no viene
en su ayuda un poder sobrehumano. Por ello encontramos entre
los hombres una abominable confusión de lenguas en cuanto
se trata de decir cuál es el fin último, cuál la determinación,
cuál la verdadera felicidad del ser humano. Por ello encontra­
mos también, como rasgos característicos del proyectivo estilo
de vida humano, la inquietud, la precipitación, la atormenta­
dora incertidumbre.
Ahora bien, en este estilo no se inserta el juego como cual­
quier otra acción. Por el contrario, se destaca de manera nota­
ble de todos los rasgos vitales futuristas. Tampoco se puede
incorporar sin más en la compleja arquitectura de los fines,
no sucede por mor al "último fin”, no se inquieta ni per­
turba, como nuestras restantes acciones, por la profunda inse­
guridad de nuestra interpretación de la felicidad. El juego tiene
—en relación con el curso vital y su inquieta dinámica, su os­
cura inseguridad y su futurismo acosante— el carácter de un
"presente” tranquilizador y un sentido autosuficiente, es se­
mejante a un "oasis” de felicidad que nos sale al encuentro en
el desierto de nuestra brega por la felicidad y nuestra búsqueda
tantálica. El juego nos rapta. Al jugar nos liberamos, por un
momento, del engranaje vital —estamos como trasladados a
otro planeta donde la vida parece ser más fácil, más ligera,
más feliz. Con frecuencia se dice que el juego es un quehacer
"inútil”, sin objetivo. Esto no es verdad. En tanto acción ge­
neral está determinado por un fin y tiene también fines espe­
ciales en cada uno de los pasos particulares de su curso, fines
que se juntan. Pero el fin inmanente del juego no está proyec­
tado hacia el último fin supremo, como lo están los fines de
las restantes acciones humanas. La acción lúdica sólo tiene fi­
nes internos, no trascendentales. Y si jugamos con "el fin” de
templar el cuerpo, formarnos para la guerra o por mor de la
salud, se falsea el juego y se transforma en un ejercicio para
algo. En tales prácticas el juego es guiado por fines ajenos y
no sucede claramente por mor de sí mismo. Justo la pura au­
tosuficiencia, el sentido rotundo y cerrado en sí de la acción
lúdica dejan aparecer en el juego una posibilidad de estancia
humana en el tiempo, en la que éste no tiene el carácter arre­
OASIS DE LA FELICIDAD 15
batador y acosante, sino que proporciona más bien una perma­
nencia, en cierto modo una imagen de la eternidad. Dado que
el niño juega preponderantemente, le es peculiar en un mayor
grado esta relación temporal, que ya señala el poeta:
¡Oh, las horas inmensas de la infancia,
cuando tras las figuras se escondía
algo más que pretérito
y no estaba el futuro ante nosotros!
A la verdad, crecíamos y a veces
nos urgía la prisa de ser grandes,
en parte por amor a los que lo eran
y otra cosa no tienen que ser grandes.
En nuestro andar a solas, sin embargo,
nos henchía el placer de lo que dura
y estábamos ahí en el intervalo
entre mundo y juguete,
en un lugar que fue desde el comienzo
para un suceso puro establecido. . . *
Para los adultos, en cambio, el juego es un oasis infrecuente,
punto soñado de reposo en una peregrinación sin descanso y
en una huida incesante. El juego nos regala presente. Desde
luego, no es ese presente en el cual, acallados en la profun­
didad de nuestro ser, percibimos el eterno hálito del mundo,
contemplamos las imágenes puras en la corriente de lo perece­
dero. El juego es actividad y creación —y, sin embargo, está en
la cercanía de las cosas eternas y calladas. El juego "interrum­
pe” la continuidad, esa continuidad determinada por fines del
curso de nuestra vida; se sale peculiarmente de la otra manera
de llevar la vida, está en la distancia. Pero cuando parece elu­
dir el curso vital unitario, se relaciona justo de manera signi­
ficativa con él: a saber, al modo de la representación. Cuando
sólo se limita, como es usual, el juego frente al trabajo, frente
a la realidad, frente a la seriedad y frente a la autenticidad,
se le coloca falsamente««/ lado de otros fenómenos vitales. El
juego es un fenómeno fundamental de la existencia, tan origi­
* Rilke, Cuarta elegía de Duino, trad. esp. de José V. Álvarez, Ediciones
Assandri, Córdoba, Argentina, 1956.
16 EUGEN FIN K

nal y autónomo como la muerte, el amor, el trabajo y -el domi­


nio, pero no está traspasado como los restantes fenómenos
fundamentales por una aspiración común hacia el último fin.
En cierto modo, está frente a ellos —para recogerlos en sí, re­
presentándolos. Jugamos a la seriedad, a la autenticidad, a la
realidad, al trabajo y a la lucha, al amor y a la muerte. Y aun
jugamos a jugar.
II
El j u e g o d e l ser humano que todos conocemos desde dentro
como una posibilidad realizada ya con frecuencia en nuestra
existencia, es un fenómeno existencial de tipo muy enigmático.
Huye de la importunidad del concepto racional hacia la ambi­
güedad de las máscaras. Nuestro intento de analizar concep­
tualmente la estructura del juego debe contar con tales en­
mascaramientos. Apenas se nos ofrecerá como un complexo
estructural claro como un cristal. Todo juego está determinado
gozosamente, es movido en sí con alegría, alado. Cuando esta
luminosa alegría lúdica se extingue, se agota de inmediato la
acción del juego. Tal alegría lúdica es una alegría extraña,
difícilmente comprensible, ya sea sólo sensible o sólo intelec­
tualmente, es un creador deleite de plasmación de tipo propio,
en sí multívoco, multidimensional. Puede acoger dentro de sí
el duelo profundo y la pena abisal, puede abrazar alegremente
aun el terror.
La alegría que penetra la acción lúdica de la tragedia, extrae
su arrobamiento y su emoción estremecedora y beatífica del
corazón humano de tal trueque del horror. En el juego se trans­
figura también el rostro de la Gorgona. ¿Qué clase de extraña
alegría es ésta, tan amplia de suyo y que mezcla en forma tal
los contrarios que puede transformar el terror y la amarga pena
y dar así la preponderancia a la alegría, de modo que sonreí­
mos conmovidos sobre la .comedia y la tragedia de nuestra
existencia representadas en juego? ¿Acaso contiene la alegría
lúdica el duelo y el dolor al igual que un recuerdo actual, de
tono alegre, se refiere a una pena pasada? ¿Es sólo la lejanía
en el tiempo la que hace más ligeras las amarguras vividas, los
dolores que alguna vez fueron reales ? De ninguna manera. En
18 EUGEN F IN K

el juego no padecemos ningún "dolor real” —y, sin embargo,


de modo extraño vibra a través de la alegría lúdica una pena
presente, pero no real—, empero nos apresa, nos sobrecoge,
conmueve, sacude. El duelo sólo es "juego” y, a pesar de ello,
en el modo de lo lúdico es una fuerza que nos mueve.
Esta alegría lúdica es un arrobamiento por una "esfera”,
arrobamiento por una dimensión imaginaria, no es sólo alegría
por el juego, sino en él.
Debe destacarse, como otro momento de la estructura lúdica,
el sentido del juego. A todo juego, en cuanto tal, le correspon­
de el elemento del sentido. Un mero movimiento corpóreo, por
ejemplo, para aflojar los músculos, repetido rítmicamente no
es un juego estrictamente hablando. Con expresión poco clara
se da con demasiada frecuencia el nombre de juego a la con­
ducta recreativa de los animales o los niños pequeños. Tales
movimientos no tienen un "sentido” para el que se mueve. Sólo
puede hablarse de juego cuando corresponde a los movimien­
tos corpóreos un producido sentido propio. Y aún debemos dis­
tinguir el sentido lúdico interno de un juego determinado, es
decir, la conexión de sentido de las cosas, hechos y situaciones
jugados, y el sentido externo, es decir, el significado que tiene el
juego para quienes se deciden a él, se lo proponen —y el sen­
tido que puede tener ocasionalmente para los espectadores que
no toman parte en él. Desde luego, hay muchos juegos a los
que corresponde el espectador mismo como tal dentro de la
total situación lúdica (por ejemplo, en los juegos del circo o
del culto) y, por otra parte, hay juegos cuyos espectadores no
son esenciales.
Aquí puede nombrarse ya un tercer momento de la constitu­
ción del juego: la comunidad lúdica. El jugar es una posibili­
dad fundamental de la existencia social. Juego es compañía,
jugar con otros, una forma entrañable de la sociedad humana.
Estructuralmente, el juego no es una acción individual, aislada
—está abierto al prójimo como compañero de juego. El señalar
que, a pesar de ello, muchas veces los jugadores "solos”, sepa­
rados de otros prójimos, realizan sus propios juegos, no significa
una objeción. Pues, en primer lugar, la apertura a otros juga­
dores posibles está ya implícita en el sentido del juego y, en
segundo lugar, tal solitario juega frecuentemente con compañe­
OASIS DI] LA FELICIDAD

ros imaginarios. La comunidad lúdica no necesita estar for­


mada por una cantidad de personas reales. Pero cuando menos
debe darse un jugador real, si ha de tratarse de un juego real
y no sólo pensado. Además es esencial el momento de la regla
de juego. El jugar está sostenido y compuesto por una obliga­
ción, está encerrado en las arbitrarias flexiones de cualesquiera
acciones, no está libre de trabas. Si no se pusiera y aceptara una
obligación, no se podría jugar. Pero la regla de juego no es
una ley. La obligación no tiene el carácter de lo inmutable.
Aun dentro del curso de la acción lúdica podemos cambiar las
reglas, si contamos con el consentimiento de los compañeros
de juego; pero entonces la regla modificada es válida y obliga
el flujo de las acciones recíprocas. Todos conocemos la dife­
rencia entre los juegos tradicionales, cuyas bases nos apropia­
mos, que son posibilidades públicamente conocidas y de con­
fianza del comportamiento lúdico, y los juegos improvisados
que, por así decirlo, se "inventan” —y en los que la comunidad
lúdica ha de ponerse primero de acuerdo sobre las reglas. Qui­
zá se podría creer que los juegos improvisados tienen un en­
canto mayor, porque en ellos se deja un mayor espacio a la libre
fantasía, porque se puede vagar por el aireado reino de las me­
ras posibilidades, porque aquí se elige la auto-obligación, por­
que aquí puede trabajar la invención, la libre riqueza del des­
cubrimiento. Pero no siempre es éste el caso. Muchas veces se
experimenta la obligatoriedad hacia una regla de juego ya exis­
tente de modo alegre y positivo. Esto es sorprendente, pero se
aclara por el hecho de que en los juegos tradicionales se trata,
por lo común, con un producto de la fantasía colectiva, de auto-
obligaciones basadas en lo arquetípico anímico. Algunos juegos
infantiles, que parecen ser ocurrencias, son rudimentos de prác­
ticas mágicas antiquísimas.
A todo juego corresponde también un juguete. Todos cono­
cemos los juguetes. Pero resulta difícil decir qué es un juguete.
No se trata de ennumerar tipos de juguetes, sino de determi­
nar la naturaleza del juguete o de experimentarlo como un ver­
dadero problema. Los juguetes no se circunscriben a un reino
cerrado en sí de cosas —-como, por ejemplo, las cosas artificial­
mente elaboradas. En la naturaleza (en el amplio sentido de lo
ente por sí) no se presentan artefactos independientemente del
20 EUGEN F IN K

hombre que los crea. El hombre elabora en su trabajo las cosas


artificiales, es el técnico de un mundo circundante humano, cul­
tiva el campo, domestica los animales salvajes, conforma la
materia natural en instrumentos, hace de la arcilla un cántaro,
forja el hierro en arma. Un instrumento es un artefacto, llevado
a su forma por el trabajo humano. Los artefactos y las cosas
naturales pueden diferenciarse, pero ambos son cosas dentro
de la realidad total común y circundante.
El juguete, sin embargo, puede ser una cosa creada artificial­
mente, pero no es necesario que lo sea. También un simple
trozo de madera, una rama rota, puede funcionar como "mu­
ñeca”. El martillo —que es el sentido humano impreso en un
trozo de madera y hierro— pertenece, al igual que la madera,
el hierro y el hombre mismo a una y la misma dimensión de lo
real. Con el juguete ocurre lo contrario. Visto, por así decirlo,
desde fuera, es decir, con los ojos de quien no juega, es desde
luego una parte, una cosa del llano mundo real. Es una cosa
que tiene, por ejemplo, el fin de ocupar a la niña. El muñeco
se considera como producto de la industria juguetera, es un
pelele de tela y alambre o de material plástico y se puede con­
seguir comercial mente por un precio determinado, es una mer­
cancía. Pero visto con los ojos de la niña que juega con él, el
muñeco es un niño y la niña es su madre. Ahora bien, la niña
no piensa realmente, de manera alguna, que el muñeco sea un
niño vivo, no se engaña al respecto, no confunde una cosa con
otra a causa de su aspecto engañoso. Más bien, conoce a la vez
la figura del muñeco y su significación en el juego. El niño
que juega vive en dos dimensiones. Lo lúdico del juguete, su
esencia, radica en su carácter mágico: es una cosa de la escueta
realidad y, a la vez, posee otra "realidad” misteriosa. Es, pues,
algo infinitamente más que un instrumento de ocupación, más
que una cosa ocasional extraña que manipulamos. El juego hu­
mano necesita juguetes. El hombre, justo en sus esenciales ac­
ciones fundamentales, no puede estar libre de las cosas, está
destinado a ellas: en el trabajo al martillo, en el dominio a la
espada, en el amor al lecho, en la poesía a la lira, en la reli­
ción al ara y en el juego al juguete.
Cada juguete es vicariamente todas las cosas en general; el
jugar es siempre una confrontación con el ente. En el juguete
OASIS DE LA FELICIDAD 21
se concentra el todo en una sola cosa particular. Cada juego es
un ensayo de vida, un experimento vital, que experimenta en el
juguete la suma de los entes opuestos. Pero el jugar humano
no sólo se realiza justo como el trato mágico con el juguete que
acabamos de señalar. Es necesario apresar el concepto de lo
lúdico más aguda y estrictamente. Pues aquí reside una "esqui­
zofrenia” muy peculiar, aunque de ningún modo enfermiza,
una división del hombre. El jugador que se mete en un juego,
consuma una acción determinada, conocida en sus rasgos típi­
cos, dentro del mundo real. Pero dentro de la conexión inter­
na del sentido del juego, adopta un papel. Y ahora es necesa­
rio distinguir entre el hombre real, que "juega”, y los papeles
dentro del juego. El jugador se "oculta” a sí mismo por su
papel, en cierta medida se hunde en él. Con una intensidad de
tipo especial, vive en el papel —pero no como el loco que no
es ya capaz de distinguir entre "realidad” y "apariencia”. El
jugador puede hacerse volver del papel; en el curso del juego
sigue habiendo un saber, aunque muchas veces muy reducido,
acerca de su doble existencia. Está en dos esferas, pero no como
por olvido o falta de concentración; esta duplicación perte­
nece a la esencia del juego. Todos los momentos estructurales
hasta ahora tocados se reúnen en el concepto fundamental del
mundo lúdico. Cada juego es una producción mágica en un
mundo lúdico. En él están los papeles de los jugadores, los
papeles alternativos de la comunidad lúdica, la obligatoriedad
de la regla de juego, la significación del juguete. El mundo
lúdico es una dimensión imaginaria cuyo sentido óntico pre­
senta un oscuro y difícil problema. Jugamos en el llamado
mundo real, pero creamos jugando un reino, un campo enig­
mático que es y a la vez no es real. En el mundo lúdico nos
movemos de acuerdo con nuestro papel; pero en tal mundo se
dan las figuras imaginarias, se da el "niño” que ahí vive y ha­
bita —pero que en la simple realidad es sólo un muñeco o un
trozo de madera. En el proyecto de un mundo lúdico se escon­
de el jugador mismo como creador de este "mundo”, se pierde
en su creación, "juega” su papel y tiene dentro del mundo
lúdico cosas circundantes y prójimos que pertenecen a ese mun­
do. Lo turbador de todo ello es que concebimos imaginativa­
mente estas cosas del mundo lúdico como "cosas reales”, es
22 EUGEN F IN K

más, que en ellas puede repetirse una y otra vez la distinción


entre realidad y apariencia.
Pero lo que no ocurre es que las cosas auténtica y verdadera­
mente reales de nuestro mundo circundante cotidiano queden
ocultas por los caracteres del mundo lúdico en tal forma que
permanecieran tan encubiertas que no fueran ya reconocibles.
No es éste el caso. El mundo lúdico no se pone como una pared
o un telón ante los entes que nos circundan, no los oscurece
ni los vela; en sentido estricto, el mundo lúdico no tiene lu­
gar ni duración en la conexión real de espacio-tiempo, pero tiene
su propio espacio interno y su propio tiempo interno. Y, sin
embargo, al jugar gastamos un tiempo real y necesitamos un
espacio real. Pero el espacio del mundo lúdico jamás se conti­
núa en el espacio en el que vivimos habitualmente. Lo análogo
sucede con el tiempo. El notable estar uno dentro de otro de
la dimensión de la realidad y el mundo lúdico no permite ser
aclarado mediante cualquier modelo conocido de vecindad es­
pacial y temporal. El mundo lúdico no flota en un mero reino
mental, tiene siempre un escenario real, pero no es una cosa
real entre las cosas reales. Necesita, sin embargo, de ellas, para
tener un apoyo en ellas. Esto quiere decir que el' carácter ima­
ginario del mundo lúdico no puede ser aclarado como un fenó­
meno de la mera apariencia subjetiva, no puede ser determi­
nado como una ilusión que sólo existe en la interioridad de
un alma, pero que no se presenta de ninguna manera entre las
cosas. Mientras más se trata de reflexionar sobre el juego, más
enigmático y dudoso parece hacerse.
Hemos fijado ya algunos rasgos fundamentales y hemos lo­
grado algunas diferenciaciones. El juego humano es una pro­
ducción, de tono alegre, de un mundo lúdico imaginario; es una
extraña alegría por la "apariencia”. El juego se caracteriza
siempre también por el momento de la representación, por el
momento del sentido; y siempre es transfigurador: logra la
"aligeración de la vida”, logra una liberación pasajera, sólo
terrena, casi una redención del peso de la carga existencial. Nos
arrebata de una situación de hecho, del aprisionamiento en una
situación opresiva y vejatoria, concede una felicidad fantástica
al surcar posibilidades que no tienen la tortura de la elección
real. En el curso del juego logra el hombre estar en dos extre-
OASIS DE LA FELICIDAD 23
mos. Por una parte puede vivirse el juego como una cima de la
soberanía humana; el hombre goza entonces de un poder crea­
dor casi ilimitado, forma productivamente y sin trabas, porque
no produce en el espacio de la auténtica realidad. El jugador
se siente "señor” de sus productos imaginarios —el jugar se
convierte en una posibilidad magnífica, por lo poco limitada,
de la libertad humana. Y de hecho, domina en el juego, en un
alto grado, el elemento de la libertad. Pero sigue siendo una
pregunta difícil de responder si la naturaleza del juego ha de
entenderse fundamental y exclusivamente a partir de la fuerza
existencial de la libertad — o si en el juego se manifiestan y al­
canzan muy distintos fundamentos de la existencia. Y, de hecho,
encontramos también el extremo contrario de la libertad en el
juego, a saber, una suspensión ocasional de la auténtica reali­
dad del mundo, que puede llevar hasta el arrobamiento, hasta
el encantamiento, hasta la caída en lo demoníaco de la máscara.
El juego puede ocultar en sí el claro momento apolíneo de la
libre mismidad, pero también el oscuro momento dionisíaco
de la auto-renuncia pánica.
La relación del hombre con la apariencia enigmática del mun­
do lúdico, con la dimensión de lo imaginario, es ambigua. El
juego es un fenómeno para el cual no tenemos ya listas unívo­
camente las categorías adecuadas. Su multivocidad cabrilleante,
interna, permite ser tocada, quizá más verdaderamente, con
los medios intelectuales de una dialéctica que no nivela las*
paradojas. La eminente esencialidad del juego —que el enten­
dimiento común no reconoce, porque el juego sólo significa
para él falta de seriedad, inautenticidad, irrealidad y ocio— sí
ha sido reconocida siempre por la gran filosofía. Así, por ejem­
plo, Hegel dice que el juego, en su indiferencia y su mayor
ligereza, es la seriedad sublime y la única verdadera. Y Nietz-
sche afirma en Ecce homo: "No conozco otro modo de tratar
las grandes tareas que el juego.”
Ahora debemos preguntar si el juego puede ser aclarado to­
mándolo única y exclusivamente como un fenómeno antropo­
lógico. ¿No debemos ir mentalmente más allá del ser humano ?
Con ello no queremos decir que se deba buscar un comporta­
miento lúdico en otros seres. Pero resulta problemático el que
pueda comprenderse el juego en su constitución óntica si no se
24 EUGEN F IN K

determina más la extraña dimensión de lo imaginario. Dando


por sentado que el juego es algo de lo que sólo es capaz el hom­
bre, se mantiene abierta la pregunta de si el hombre —en cuan­
to jugador— permanece en el terreno humano o si por ello se
relaciona necesariamente también con algo sobré humano.
En su origen, el juego es un símbolo-acción representativo
de la existencia humana que en él se interpreta. Los primeros
juegos son los ritos mágicos, los grandes ademanes de sello
cultual, con los que el hombre arcaico muestra su estar dentro
de la relación universal, en los que "representa” su destino,
se hace presentes los sucesos del nacimiento y la muerte, el
matrimonio, la guerra, la caza y el trabajo. La representación
simbólica de los juegos mágicos extrae elementos del círculo
de la simple realidad, pero los extrae también del nebuloso
reino de lo imaginario. En las épocas más remotas, el juego
no ha sido entendido como ejecución vital gozosa de indivi­
duos separados o de grupos, que se libran temporalmente de
su contexto social y habitan su pequeño islote de efímera feli­
cidad. El juego es originariamente el poder de unión más
fuerte —crea la comunidad, distinta, desde luego, a la comuni­
dad entre los que se han ido y los vivos, a la jerarquía y aun
a la familia elemental. La comunidad lúdica prehistórica abar­
ca todas estas formas y figuras nombradas del ser uno con
otro y logra una representación plena de toda la existencia;
encierra el círculo de los fenómenos vitales como comunidad
lúdica de la fiesta. La fiesta arcaica es algo más que diversión
popular, es la realidad de la vida humana en todas sus con­
diciones elevada a la dimensión mágica, es teatro cultual en
el que el hombre percibe la cercanía de los dioses, los héroes
y los muertos y se sabe en la presencia de todas las fuerzas
bienhechoras y terribles del universo. Así, el juego primige­
nio tiene una profunda relación con la religión. La comunidad
festiva abarca a los espectadores, a los mistagogos y a los ini­
ciados de un juego cultual, en el que pasan por el escenario
—cuyo tablado significa de hecho el mundo— las acciones y
pasiones de los dioses y de los hombres.
III
N u e s t r o i n t e n t o anterior de apresar la estructura del juego
en algunos conceptos formales, tales como ánimo lúdico, co­
munidad de juego, regla de juego, juguete y mundo lúdico,
ha empleado, una y otra vez, el término "lo imaginario”. La
palabra puede traducirse por "apariencia”. Pero en ello se
coagula una eminente confusión espiritual. Así entendemos
aproximadamente el término "apariencia”, sobre todo en de­
terminadas situaciones concretas. Pero sigue siendo arduo y
difícil explicar qué es lo que en verdad queremos decir con
ello. Las mayores preguntas y problemas de la filosofía resi­
den en las palabras y cosas más usuales. El concepto de apa­
riencia es tan oscuro e insondable como el concepto de ser
—y ambos conceptos van juntos en una forma opaca, confusa,
casi laberíntica, se penetran y conjugan mutuamente. El ca­
mino del pensamiento que se introduce en ellos lleva cada vez
más profundamente a lo impensable.
Con la pregunta por la apariencia, en la medida en que
ésta pertenece al juego humano, se toca un problema filosó­
fico. El juego es engendramiento creador, es una producción.
El producto es el mundo lúdico, una esfera de apariencia, un
campo cuya realidad va evidentemente mal. Y, sin embargo,
la apariencia del mundo lúdico no es nada sin más. Nos mo­
vemos en él mientras jugamos, vivimos en él —a veces, en
verdad, ligera y aladamente como en un mundo onírico, pero
otras veces en plena entrega y ensimismamiento. Tal "apa­
riencia” tiene a veces una realidad y un poder sugestivo más
fuertes y vivenciables que las pasadas cosas habituales en su
gastada cotidianidad. ¿Qué es pues lo imaginario? ¿Cuál es
el lugar de esta extraña apariencia, cuál su rango? De la de-
26 EUGEN F IN K

terminación de tal lugar y rango depende no poco la visión


sobre la naturaleza ontològica del juego.
Por lo común, hablamos de apariencia en diversos sentidos.
Nos referimos, por ejemplo, al aspecto exterior de las cosas,
su vista superficial, el simple frente, etcétera. Esta apariencia
pertenece a las cosas mismas, como la cáscara a la semilla,
como la manifestación a la esencia. Otras veces hablamos de
la apariencia con respecto a una engañosa comprensión sub­
jetiva, una opinión errónea, una representación poco clara. En­
tonces la apariencia está en nosotros, en los que comprenden
mal —está en el "sujeto”. Pero existe una apariencia subjetiva,
que no ha sido pensada a partir de la relación de verdad o
error entre quien se representa algo y las cosas mismas —una
apariencia que está legítimamente aclimatada en nuestra alma,
justo como una plasmación de la imaginación, de la fantasía.
Necesitamos estas distinciones abstractas a fin de formular
nuestra pregunta. ¿Qué clase de apariencia es el mundo lu­
dico? ¿Un primer plano de las cosas? ¿Una representación en­
gañosa? ¿Un fantasma en nuestra alma? Nadie disputará que
en cada juego se ejercita y despliega en forma especial la fan­
tasía. Pero ¿son los juegos sólo plasmasiones de la fanta-
tasía? Sería una aclaración demasiado fácil si se dijera que
el reino imaginario del mundo lúdico existe exclusivamente
en la imaginación humana, ya sea un arreglo de representacio­
nes ilusorias privadas o de actos de fantasía privados con una
ilusión colectiva, con una fantasía intersubjetiva. El jugar es
siempre trato con juguetes. Ya a partir del juguete puede ver­
se que el juego no sucede en una interioridad anímica y sin
apoyo en el mundo exterior. El mundo lúdico contiene ele­
mentos de la fantasía subjetiva y elementos objetivos, ónticos.
Conocemos la fantasía como una facultad anímica, conoce­
mos el sueño, las intuiciones internas, los abigarrados con­
tenidos de la fantasía. Pero ¿qué quiere decir una apariencia
objetiva, óntica? Ahora bien, se dan en la realidad cosas muy
extrañas, que son indudablemente algo real y, sin embargo,
encierran en sí un momento de "irrealidad”. Esto suena ex­
traño y asombroso, pero es algo que todos conocemos, si bien
por lo común llamamos a estas cosas en una forma menos
complicada y abstracta. Se trata sin más de imágenes objetiva­
OASIS DE LA FELICIDAD 27
mente existentes. Por ejemplo, un álamo crecido a la orilla
de un lago arroja su reflejo sobre la superficie rielante del
agua. Ahora bien, los reflejos mismos pertenecen a las condi­
ciones de las cosas reales en un ambiente lleno de luz. Las
cosas, en la luz, arrojan sombras, los árboles de la orilla se
reflejan en el lago, las cosas que nos rodean encuentran su
reflejo sobre un metal terso y reluciente. ¿Qué es el reflejo?
Como imagen es algo real, es una copia real del árbol real,
original. Pero "en” la imagen se representa un árbol, aparece
sobre la superficie de las aguas de tal modo que sólo está ahí
por medio del reflejo, no en realidad. Una apariencia de este
tipo es una clase autónoma de ente y contiene en sí, como mo­
mento constitutivo de su realidad, algo "irreal” específico y
roza así con ello otro ente simplemente real. La imagen del
álamo no cubre el trozo de superficie de agua en el que apa­
rece reflejado. El reflejo del álamo es como reflejo, es decir,
como un fenómeno luminoso determinado, una cosa real y
abarca en sí el álamo reflejado "irreal”. Quizá esto suene de­
masiado bizantino y, sin embargo, no es una cosa remota sino
muy conocida, que tenemos todos los días ante los ojos. Toda
la doctrina platónica del ser, que determinó en gran medida
y de modo decisivo la filosofía occidental, opera una y otra
vez con los modelos de imagen como sombra y reflejo y sig­
nifica con ello la fábrica de mundo.
La apariencia óntica (el reflejo y lo semejante a él) es algo>
más que un mero análogo al mundo lúdico, surge, por lo co­
mún, como un momento estructural mismo en el mundo lú­
dico. Jugar es un verdadero comportamiento real que, de
cierto modo, encierra en sí un "reflejo”: el comportamiento
en el mundo lúdico de acuerdo con los papeles. En general,
la posibilidad por parte del hombre de engendrar productiva­
mente una apariencia de un mundo lúdico depende en alto
grado del hecho de que ya en la naturaleza en sí se da una
apariencia real. El hombre no sólo puede hacer artefactos,
puede elaborar también cosas artificiales a las que pertenece
un momento de apariencia que es. Proyecta mundos lúdicos
imaginarios. La niña convierte, gracias a una producción lo­
grada imaginariamente, el material de una cosa-muñeca en su
"niño vivo”, y se traslada a sí misma al papel de la "madre”
28 EUGEN F IN K

Al mundo lúdico pertenecen. siempre cosas reales —pero en


parte tienen el carácter de la apariencia óntica y, en parte, se
revisten de una apariencia subjetiva que brota del alma hu­
mana.
Jugar es una creación infinita en la dimensión mágica de la
apariencia.
Es un problema muy profundo y de la mayor dificultad in­
telectual revelar con precisión cómo se compenetran en el
juego humano la realidad y la irrealidad. La determinación ón-
tico-conceptual del juego nos retrotrae a las preguntas cardi­
nales de la filosofía, a la especulación sobre el ser y la nada,
la apariencia y el devenir. Pero no es posible desarrollar ahora
esto. De cualquier modo se ve que el habla común acerca de la
irrealidad del juego se queda corta cuando no se plantea
la dimensión enigmática de lo imaginario. ¿Qué sentido huma­
no y qué sentido cósmico tiene este imaginario? ¿Forma un
campo delimitado en medio de las cosas restantes? ¿Es acaso
la tierra extraña de lo irreal el paraje elevado de la represen­
tación conjurada de las esencias de todas las cosas en general ?
En el reflejo mágico del mundo lúdico la cosa particular des­
tacada casualmente (por ejemplo, el juguete) se convierte en
símbolo. Representa algo. El juego humano es (aun cuando
hace mucho que ya no lo sepamos) la acción simbólica de un
hacer presente sensiblemente el mundo y la vida.
Los problemas ontológicos que nos abre el juego no se ago­
tan en las preguntas ennumeradas sobre la forma de ser del
mundo lúdico y sobre el valor simbólico del juguete o de la
acción lúdica. En la historia del pensamiento no sólo se ha
intentado apresar el ser del juego, sino que se ha arriesgado
también la colosal inversión de determinar él sentido dél ser
a partir dél juego. A esto le damos el nombre de concepto es­
peculativo del juego. Resumiendo: la especulación es carac­
terística de la esencia del ser en el símil de un ente, es una
fórmula conceptual del mundo que surge de un modelo intra-
mundano. Los filósofos han usado ya muchos modelos: Ta­
les el agua, Platón la luz, Hegel el Espíritu y así sucesiva­
mente. Pero la fuerza luminosa de tales modelos no depende
del capricho efectivo del filósofo en cuestión —de lo que se
trata en definitiva es de si, de hecho, se refleja de suyo la tota­
OASIS DE LA FELICIDAD 29
lidad del ser en un ente particular. Siempre que el cosmos
repite metafóricamente su constitución, su fábrica y su plan
en una cosa intramundana, se denomina con ello un fenóme­
no filosófico clave, a partir del cual se puede desarrollar una
fórmula especulativa del mundo.
Ahora bien, el fenómeno del juego es una apariencia que,
como tal, se destaca ya por el rasgo fundamental de la repre­
sentación simbólica. ¿Acaso se convertirá el juego en teatro
metafórico del todo, en metáfora iluminadora, especulativa,
del mundo? Este pensamiento temerario, atrevido, ha sido
pensado en realidad. En la aurora del pensamiento europeo,
lanza Heráclito estas palabras: "El curso del mundo es un
niño que juega con dados en un tablero: reino del niño”
(Fragmento 52, Diels). Y veinticinco siglos de historia del pen­
samiento después, afirma Nietzsche: " . . . un devenir y pasar,
un construir y destruir, sin ninguna responsabilidad moral, en
este mundo sólo tiene igual inocencia eterna el juego del artista
y del niño” — "el mundo es el juego de Zeus. . . ” (Philosophie
im tragischen Zeitalter der Griechen).
La profundidad de tal concepción, como también su peligro
y su fuerza tentadora que empuja hacia una interpretación es­
tética del mundo, no pueden ser explicadas en este lugar. Pero
quizá la sorprendente fórmula del mundo, que deja reinar al
ente en total como un juego, despierte la idea de que el juego
no es un asunto inofensivo, periférico, ni menos “infantil”
—que nosotros, hombres finitos, estamos, justo por la fuerza
creadora y la magnificencia de nuestra producción mágica,
"puestos en juego” en un sentido profundo. Si se piensa la
esencia del mundo como juego, se sigue, para el hombre, que él
es el único ente del amplio universo que corresponde al todo
reinante. Y el hombre sólo podría alcanzar su esencia nativa
en la correspondencia a lo sobrehumano.
La apertura lúdica de la existencia humana hacia el funda­
mento lúdico del ser de todo lo ente, la expresa el poeta así:
Cuando apresas aquello que tú mismo lanzas,
todo es habilidad
y triunfo perdonables,
sólo cuando de improviso atrapas la pelota
30 EUGEN F IN K

que una compañera eterna de juego te arroja,


y tu centro, con precisión suma,
se transforma
en uno de esos arcos del gran puente de Dios;,
sólo entonces será virtud el apresar
—no tu virtud, la del mundo. Y aun
si tuvieras fuerza y valor para lanzar de nuevo.. .
no, más asombroso aún: si olvidaras valor y fuerza
y ya hubieras lanzado de nuevo. ..
como el año lanza los pájaros,
las bandadas de pájaros viajeros que un calor extinto arroja
hacia un calor joven,
sobre los mares,
sólo en esta aventura jugarías con agrado.
No te facilitas el lanzamiento ya,
no te lo dificultas ya.
Sale de tus manos el meteoro
y vuela por sus espacios.
(Rilke, Spaie Gedichte .)
Cuando los pensadores y los poetas señalan con tanta pro­
fundidad humana hacia la poderosa significación del juego,
debiéramos recordar aquellas otras palabras: que no podre­
mos entrar en el reino de los cielos, si no nos hacemos como
niños.
Este cuaderno se terminó de impri­
mir el día 26 de agosto de 1966,
bajo la dirección de Huberto Batis,
en la E d ito r ia l L ibros d e M éx ic o ,
S. A., Avenida Coyoacán 1035,
México 12, D. F. Se tiraron 2 000
ejemplares. La edición estuvo al
cuidado de Elsa Cecilia Frost.

También podría gustarte