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PEDRO USABIAGA
29 SEP 2019 - 19:16 CEST
A la condición de genio de la historia del cine,
Allan Stewart Königsberg (Brooklyn, 1935) ha
sumado a su pesar la de controversia andante. Su
nueva película, la comedia romántica Día de lluvia
en Nueva York, llegará el 11 de octubre a España y
a otros países, pero no a Estados Unidos: Woody
Allen y la productora Amazon están en guerra, con
las acusaciones por abusos sexuales y el
movimiento #MeToo como trasfondo. Entretanto,
el cineasta acaba de terminar en San Sebastián el
rodaje de otra cinta más, Rifkin’s Festival.
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con Woody Allen sobre Día de lluvia en Nueva York (50ª película en su
filmografía) fue un día de aguacero en San Sebastián. Allí ultimaba el rodaje de
otro largo, provisionalmente titulado Rifkin’s Festival. El cine, la vida, la muerte,
el fracaso, el sexo, la nostalgia, Bergman, Shakespeare, Trump…, de todo ello se
habló durante casi una hora. De las cuestiones más espinosas apenas se pudo. Su
publicista personal había avisado: nada de preguntas sobre el contencioso legal
entre Allen y Amazon. El director tiene interpuesta una demanda por 68 millones
de dólares (unos 60 millones de euros) contra la productora de Día de lluvia…
por no estrenar la película en EE UU tras unas declaraciones suyas sobre el
movimiento #MeToo. No se mostró muy locuaz el autor de Annie Hall cuando se
le preguntó por su estado de ánimo tras las reiteradas acusaciones de abusos
sexuales lanzadas contra él por Dylan Farrow, hija adoptiva suya y de su
expareja Mia Farrow. Los supuestos hechos se remontan a 1993, cuando Dylan
Farrow tenía siete años. Allen fue objeto de una larga investigación y finalmente
exonerado. Nunca ha sido condenado por este asunto.
¿Por qué adora los días de lluvia? ¿Por qué mejor los cielos plomizos que el
sol? Porque la luz es más bonita. Y porque creo que en esos días las personas
piensan más desde su interior, desde su alma. La mía es un poco triste… y si abro
la ventana por la mañana y hace sol, me resulta desagradable. En cambio,
encuentro que las ciudades son hermosas bajo la lluvia. París, Londres, Nueva
York, San Sebastián son muy bonitas…, pero si llueve son mágicas. En San
Sebastián, por ejemplo, el clima es una bendición, el verano parece primavera. Y
llueve. En mis películas lo importante sucede casi siempre cuando llueve. Pero
quienes invierten en ellas se quejan de que es caro rodar con lluvia. Sobre todo
porque, cuando quiero rodar con lluvia, casi nunca llueve y tenemos que
fabricarla y usar cisternas. Yo a veces llamo a Dios para que haga algo, pero
nada, ni una nube.
PEDRO USABIAGA
la hay, puede estar seguro, esta película está llena de ella, y otras mías, lo mismo.
En EE UU no hay tolerancia frente al fracaso. Y es terrible enseñar eso a los niños. Tienes
que estar siempre dispuesto a fracasar.
Si no, te secarás como ser humano
¿Por qué cree que la duda —no digamos ya el error— carece de todo
prestigio? ¿No cree que eso tiene un impacto negativo en la educación de
nuestros niños? Seguro, y eso sí que lo conozco bien. Es más, hoy estamos
asistiendo a la muerte del artista. Eso es triste. El artista hoy tiene miedo de
arriesgarse en lo que hace y en lo que dice porque tiene miedo de las
consecuencias. Lamentablemente, en mi país, si fracasas, no hay mucho margen.
En Estados Unidos no hay tolerancia frente al fracaso. Y es terrible enseñarles
eso a los niños. Hay que estar dispuesto a fracasar, y más en mi profesión. Te
secarás como ser humano si vives toda tu vida temeroso de fracasar. Esa es una
manera terrible de vivir.
¿Considera que esa situación es aún peor en Estados Unidos ahora que el
país lo dirige un tiburón de los negocios? Está claro que al presidente no le
gusta fracasar ni reconocer sus fracasos. Pero en general este es un síntoma claro
de la cultura de estos tiempos. Nadie quiere decir algo así como 'Vaya, tuve una
idea, pero no fue una buena idea'. Y eso no ayuda ni al hombre cotidiano, ni a los
artistas, ni a los niños, ni al presidente. El fracaso es degradante, y eso es una
lástima.
¿No cree que ese punto de vista puede perjudicar al contenido de algunas de
sus películas? Ya sabe: “¡Ya está aquí otra vez el cenizo de Woody Allen!”, y
cosas así. Lo creo. Cuando hice La rosa púrpura de El Cairo me llamaron los
productores y me dijeron: “Oye, la hemos proyectado en un pase en Boston y a
todo el mundo le ha encantado. Pero, si cambiaras el final para que fuera un poco
más feliz, ganaríamos mucho más dinero con ella”. Y, claro, no lo hice, porque
esa era la idea de la película, precisamente aquel final.
La ironía es una de las armas más poderosas en su cine. Pero ¿no cree que
está en desuso o, al menos, amenazada por la corrección política y cada vez
peor entendida? Hay una gran parte del público que quiere mensajes muy
claros: a qué te refieres, qué es lo que defiendes…, pero hay otra parte —más
reducida— que es muy sofisticada y que no espera que abandones la ironía.
Grandes cineastas a lo largo de las generaciones, como Buñuel o Bergman, han
tenido buen público, no muy grande, pero sí bueno, a pesar de que sus películas
son complejas y muy abstractas.
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¿Para ese tipo de público hace cine usted? Sí. Yo siempre he asumido que mi
público es por lo menos igual de inteligente que yo, si no más inteligente. A mí
¿No cree que estamos en una sociedad en la que, como ya apuntó Kafka,
empieza a parecer obligatorio demostrar la inocencia en vez de la
culpabilidad? Y no lo digo especialmente en relación con su caso… [Nuevo
silencio.]
¿Y eso suele coincidir con la apreciación del público? No, muchas veces
sucede al revés. A veces veo una película acabada y digo: “Ufff, qué mal”. Me
pasó con Manhattan. Pero dio igual, resulta que al público le gustó. Y otras veces
logro hacer lo que de verdad quería hacer y a la gente no le interesa nada. Cosas
que pasan. Es mejor no pensar en ello. Haces la película, la sacas y a por la
siguiente.
¿Cómo hace para tratar tanto y tan intensamente el tema del sexo sin
mostrar escenas de sexo? No hace falta mostrar sexo para hablar de sexo, como
no hace falta mostrar violencia para hablar de la violencia. La violencia puede ser
artística y dramática, maravillosa, fíjese en Bonnie & Clyde. El problema es que
directores sin talento la sacan a pasear una y otra vez y se piensan que son
Scorsese, pero no, no son Scorsese. Lo mismo pasa con el sexo. Si lo exhibes,
deja de ser dramático. Yo no quiero infravalorar la inteligencia del público,
asumo que estoy hablando de sexo a gente inteligente.
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